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domingo, 27 de octubre de 2013

La gracia nos embellece




“Qué maravilla: la gracia me ha enseñado que todos los hombres que aman a Dios y observan sus mandamientos están llenos de luz y son semejantes al Señor. Pero los que se oponen a Dios están llenos de tinieblas y son semejantes al Enemigo.

Y es natural. El Señor es luz e ilumina a sus servidores; pero los que sirven al Enemigo reciben de él sus tinieblas.

Conocí a un niño que tenía el aire de un ángel. Era humilde, responsable y dulce. Su pequeña figura era clara, con sus mejillas sonrosadas; sus ojos azules eran luminosos, buenos y apacibles. Pero cuando se hizo mayor, se dio a la impureza y perdió la gracia divina. A los treinta años parecía a la vez un hombre y un demonio, una bestia salvaje y un bribón, y toda su figura resultaba repulsiva y terrible.

Pero también he visto lo contrario: hombres que habían ingresado en el monasterio con rostros deformados por los pecados y las pasiones, pero que, gracias al arrepentimiento y a una vida de oración, se transformaron y se convirtieron en personas agradables a la vista.

El Señor me ha concedido también ver en el Viejo Rossikon, durante la confesión, al monje confesor transfigurado a imagen de Cristo. Estaba en pie, en el lugar donde se escuchaban las confesiones, e irradiaban de modo indescriptible; y aunque sus cabellos se habían vuelto enteramente blancos por su edad, su rostro era bello y vivaz como el de un joven. He visto al padre Juan de Cronstadt: su apariencia era la de un hombre normal, pero la gracia divina daba a su rostro un resplandor parecido al de un ángel, y se despertaba el deseo de contemplarlo.

Así, el pecado desfigura al hombre, pero la gracia de Dios lo hace bello.”

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