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martes, 29 de octubre de 2013

Abba Arsenio. El eremita por excelencia




Los primeros tres apotegmas de Arsenio en la Serie alfabética esbozan bien el retrato del gran hesicasta y describen con precisión su vocación. Sobre todo el tercero nos entrega la fórmula de su oración. Podremos casi limitarnos a comentar estos tres apotegmas de toda una serie que cuenta con cuarenta y cuatro. Es una de las colecciones más imponentes, y es significativo que se colocara inmediatamente después de la de Antonio.

El objetivo principal de los primerísimos padres del desierto no era la búsqueda de la hesiquía, o sea de la soledad, sino ante todo buscaban la perfección, como bien queda claro en la vida de Antonio: “Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que posees… luego ven y sígueme”[1]. Al principio de su vida ascética, Antonio frecuentaba a otros ascetas que se encontraban en las cercanías de su pueblo[2]. Y es solo poco a poco y progresivamente que se aleja y se introducirá en el desierto. Pero una vez que esto pasa, él atraerá a muchos monjes y desde ese momento la búsqueda de la hesiquía se convierte en un elemento esencial de la vida monástica. Hesiquía significa al mismo tiempo soledad exterior, vida conducida separado de los otros hombres, y recogimiento interior, teniendo presente que estas condiciones podían ser vividas en grados y modalidades diferentes. El mismo Antonio no permaneció siempre en una soledad total. De tanto en tanto volvía a encontrarse con sus discípulos sobre la “montaña exterior” para instruirlos y animarlos. Así se explica el célebre apotegma que contiene la sugestiva imagen del pez:

“Abba Antonio dijo: ‘Como los peces mueren si  permanecen sobre la tierra, así los monjes que se permanecen fuera de la celda y están con hombres mundanos debilitan el fervor de su quietud. Es necesario por esto, que como  el pez se apresurar a ir hacia el mar, así también nosotros nos apresuremos en volver a nuestra celda para que no suceda que, tardándonos en el exterior, nos olvidemos de custodiar el interior.”[3]

No hay mejor modo que éste para decir que la hesiquía exterior, la soledad, es muy necesaria para el monje, pero que ésta está ordenada a la hesiquía interior, al recogimiento y a la custodia de la interioridad.
Antonio, se puede decir, es el pionero de la hesiquía en el desierto, pero el campeón indiscutible de tal virtud es el abba Arsenio.

La vocación de Arsenio a la “Hesiquía”

“Abba Arsenio, cuando se encontraba aún en el palacio imperial, oró a Dios diciendo: ‘Señor, condúceme a la salvación’. Y le llegó una voz que decía: ‘Arsenio, huye de los hombres y estarás salvado’.”[4]

Retirándose a la vida solitaria, Arsenio oró de nuevo con las mismas palabras. Y oyó una voz que le decía: ‘Arsenio, huye, calla, permanece en la quietud: esta es la raíz de la impecabilidad’”.[5]

Arsenio era una personalidad de relieve en la corte del imperio de Constantinopla. Aparece alrededor de un siglo después que Antonio. Muy probablemente nace algunos años antes que Antonio muriera, alrededor del 350, y llega al desierto de Escete cuarenta años después, alrededor del 390. Su particular vocación fue la de instaurar y vivir en el monaquismo el eremitismo radical y absoluto. Como ha escrito Irénée Hausherr, el verdadero padre de todos los monjes es Antonio, mientras que para los hesicastas en particular es Arsenio. Pero ciertamente se puede agregar que el padre de los hesicastas tiene también el rol de recordar a todos los monjes y monjas que la hesiquía es parte de su vocación.
Como Antonio, Arsenio fue cristiano antes de ser monje y partir al desierto. Oraba a Dios asiduamente y sabemos qué era lo que pedía a menudo: ‘Señor, condúceme a la salvación’. Es probable que Arsenio rezara frecuentemente esta oración antes de oír la respuesta. También en el desierto, se repite las mismas palabras, es porque no había dejado de repetirlas. En ellas se puede ver una reminiscencia del evangelio: ‘oró de nuevo con las mismas palabras’, tòn autòn lógon eipòn pálion: son exactamente los cinco términos de Mateo 26, 44, que se refieren a la oración de Jesús en Getsemaní.  Arsenio conocía el evangelio y, si usa esta fórmula cuando se refiere a los momentos decisivos de su vida, es porque efectivamente oraba con Cristo para pedir la salvación. Lo que no le impedía luego dirigirle también su oración: ‘Señor, condúceme a la salvación’. La forma verbal griega sotho por él utilizada tiene doble significado, el pasivo y el medio: ‘para que yo sea salvado’ y ‘para que yo me salve’. Está aquí sobreentendido lo que es expresado habitualmente por aquellos que se dirigen a un anciano: ‘Abba, dime una palabra, ¿cómo hacer, qué debo hacer para ser salvado?’. La prueba es que la voz divina le responde: ‘Huye de los hombres’. Arsenio deberá hacer lo que le asegurará la salvación.
Pero al mismo tiempo y antes de todo, la oración es un gran acto de confianza y de abandono: ‘Señor, condúceme…’ Arsenio se da cuenta de que no está en las condiciones más favorables para la salvación de su alma, pero no pide a Dios que lo envíe a otro lugar. Pregunta sólo de qué modo puede ser salvado: El Señor le muestra y él hará lo que Él le indica.
En el palacio imperial Arsenio con toda seguridad no tiene un director espiritual, por esto se vuelve directamente a Dios, y el Señor guía a Arsenio, como ha guiado a Antonio (…) Pero una vez llegado al desierto, Arsenio pudo finalmente consultar a un anciano, y con seguridad lo hizo, como sabemos por un apotegma de la Serie alfabética:

“Un día abba Arsenio sometió sus pensamientos a un padre egipcio. Uno que lo vio le dijo: ‘Arsenio, ¿cómo es posible que tú que posees semejante cultura griega-romana interrogues sobre tus pensamientos a este bobo?’. Respondió: ‘Es verdad que poseo cultura griega-romana, pero no he aprendido aún el alfabeto de este simple campesino’.”[6]

Arsenio ignoraba el copto, pero sobretodo confiesa su ignorancia sobre los rudimentos de la ciencia espiritual en la cual los grandes abbas egipcios se habían convertido en maestros, se pone humildemente en la escuela de ellos, pero continúa sobre todo pidiendo luz al Señor: ‘Señor, condúceme a la salvación’. Es su oración personal, pero al mismo tiempo es también una oración universal en cuanto que está adaptada a todos y a todas las circunstancias. Una oración breve y simple, que pide lo esencial: el camino de la salvación, aquella vía de la cual Arsenio precisará en dos palabras la naturaleza y el carácter en un apotegma que describe una visión bajo la forma de parábola: ‘el camino humilde de Cristo’[7].
La respuesta divina a la oración de Arsenio es clara y categórica: ‘Huye de los hombres, sin reserva, sin límites de lugar o de tiempo, sin escapatoria’. A veces ha sido traducido: ‘huye del mundo’, pero ‘huir del mundo’ puede ser entendido de modo particular, limitado, en el sentido de huir de los enemigos de Dios, de la gente en el sentido “mundano”. Pero para Arsenio se trata de una orden absoluta y permanente. Probablemente no se esperaba una imposición de tal género, imposición que puede parecer bastante diversa, incluso del todo diversa de la palabra de Cristo oída por Antonio un siglo antes: ‘Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que posees… luego ven y sígueme’[8]. Si Antonio, al final del tercer siglo, hubiese imprevistamente oído la palabra dirigida a Arsenio: ‘Huid de los hombres’, no habría entendido. Pero cuando Arsenio recibe la imposición, cien años después, el monaquismo egipcio era por todas partes conocido y, por cuanto parece, el cortesano del emperador entendió inmediatamente e interpretó el mensaje como una exhortación a irse a vivir al desierto en soledad, lejos de los hombres.
Los postulantes de la vida monástica son un poco como Arsenio, buscan el camino de la salvación, el camino a la vida, piden al Señor que los guíe, que los conduzca. Pero ninguno de ellos probablemente ha oído la orden formal de huir de los hombres (de hecho una vocación inspirada por una imposición de tal género hoy parecería sospechosa: podría ser un signo de misantropía). Con los recursos infinitos de su multiforme sabiduría, Dios le ha conducido ‘con firmeza y dulzura’, al monasterio en el cual le quería. Con este objetivo ha inspirado en ellos el deseo, el querer, la necesidad de dejar el mundo, los hombres y las cosas. Sí, en toda vocación monástica está necesariamente presente este elemento característico de separación del mundo y de fuga de los hombres, pero para Arsenio era un llamado muy fuerte y esencial que pasaba a primer plano: ‘huye de los hombres y serás salvado’. Todo el resto quedaba de lado. Arsenio escuchó solo eso, era para él una suerte de palabra de orden, una llave de lectura para su vocación.
El Señor le hará descubrir en el desierto todas las exigencias: ‘Huye, calla, permanece en la quietud (pheughe, siopa, hesychaze)’, pero la fuga de los hombres que estaba a punto de realizar permanecerá como elemento esencial de la vocación de Arsenio. Consideremos pues de qué modo Arsenio custodió fiel y empedernidamente la hesiquía  exterior, antes de profundizar, con lo poco que nos es dado a conocer, sobre su hesiquía interior, la hesiquía del corazón.

El modo en que Arsenio custodia la ‘hesiquía’ exterior.

Para vivir la hesiquía de la vida monástica no basta haber huido una vez de los hombres, porque con toda clase de razones y pretextos hombres – y mujeres- persisten en el llamar a la puerta de otros monjes para arrancar el secreto de la hesiquía por ellos vivida. El conjunto de los apotegmas de Arsenio nos muestra en efecto al abba en el acto de defender firmemente y constantemente su soledad.
Un apotegma dice que su celda estaba situada muy lejos, a una distancia de treintaidós millas (una variante dice dos millas, algo más verosímil)[9], y que él no salía fácilmente. Habían personas que lo mismo llegaban hasta él, pero eran recibidas muy fríamente, en especial cuando eran recomendadas o incluso acompañadas personalmente por el arzobispo de Alejandría, Teófilo.
La historia más célebre es la de aquella virgen adinerada que venía de Roma para ver al anciano. Ella va primero a ver a Teófilo para obtener de él una audiencia. Pero Arsenio la rechaza. Por esto la romana no se desanima, hace preparar un camello y se pone en camino diciendo:

“Confío en Dios que lo veré. No he venido para ver un hombre – hay muchos en la ciudad-, sino he venido para ver a un profeta.”[10]

También cuando iban los monjes a visitarlo, no afirman que Arsenio fuese muy acogedor, sobre todo si venían por curiosidad.

“Uno de los padres fue a ver a abba Arsenio. Y cuando golpeo la puerta, el anciano abrió creyendo que era su servidor. Pero cuando vio que era otra persona, se tiró con el rostro en tierra. Este le dijo: ‘Levántate, abba, para que yo te pueda abrazar’. Y el anciano le respondió: ‘No me levantaré si no te vas’. Y a pesar de insistir mucho, no se levantó hasta que no se fue.”[11]

Si se examinan de cerca todos los apotegmas de Arsenio que poseemos, notamos que él recibía a los hermanos muy raramente.

“De abba Arsenio y de abba Teodoro de Ferme decían que ellos odiaban  todas las glorias que vienen de los hombres. A abba Arsenio no se lo encontraba fácilmente, y a abba Teodoro en cambio era más fácil encontrarlo, pero él era como una espada.”[12]

También Arsenio se mostraba a veces como una espada, o simplemente se quedaba mudo como un pez:

“Se cuenta de un hermano que vino de Escete para ver a abba Arsenio. Llegado a la Iglesia, rogaba a los sacerdotes que le ayudaran a encontrarlo. Le dijeron: ‘Descansad un poco, hermano, y luego lo verás’. Pero él decía: ‘No probaré alimento antes de encontrarlo’. Le mandaron a un hermano para que lo acompañara, porque la celda de Arsenio estaba muy lejos. Después de haber golpeado la puerta, entraron y, saludando al anciano, se sentaron en silencio. Dijo entonces el hermano que lo acompañaba: ‘Yo me voy, orar por mí’. El hermano forastero, que no tenía el coraje de dirigir una palabra al anciano, le dijo: ‘Yo voy también contigo’. Y salieron juntos. Le rogó después: ‘Llévame a ver a abba Moisés, aquel que antes era ladrón’. Al llegar, él los recibió con alegría y los despidió después de haberlos acogido muy hospitalariamente. El hermano que hacía de guía dijo al otro: ‘Fíjate, te he llevado a un abba extranjero y a un egipcio, ¿cuál de los dos te ha gustado más?’. ‘Hasta ahora me ha gustado más el egipcio’, respondió. Uno de los padres, oyó esto, y oró a Dios diciendo: ‘Señor, explícame esto: uno esquiva a los hombres por tu nombre, el otro por tu nombre los abraza’. Y he aquí que se le aparecieron dos grandes naves sobre un río y vio en una de ellas a abba Arsenio, que navegaba en gran quietud con el Espíritu de Dios, en la otra vio a abba Moisés junto a los ángeles de Dios que navegaban con él y lo alimentaban con miel.”[13]

Abba Arsenio en una barca con el Espíritu de Dios, mientras navegaban juntos en la hesiquía. La imagen es expresiva y nos da una clave de lectura del comportamiento del anciano, un comportamiento aparentemente contradictorio que se explica con la constante docilidad de Arsenio al Espíritu de Dios. Él había pedido al Señor que lo guíe, que lo lleve por el camino de la salvación. Ponía en práctica la consigna de huir, callar y permanecer en la hesiquía (fuge, tace, quiesce), sin por esto esquivar las exigencias de la caridad. Al discípulo Marcos, que le preguntaba el motivo de su obstinado aislamiento, Arsenio le respondía con gran simplicidad.

“Abba Marcos dijo a abba Arsenio: ‘¿por qué nos esquivas?’. El anciano le dijo: ‘Dios sabe que los amo. Pero no puedo estar al mismo tiempo con Dios y con los hombres. Los ejércitos celestiales  que son miles y decenas de miles tienen una única voluntad, mientas los hombres tienen muchas. Por esto no puedo dejar a Dios para venir por los hombres.”[14]

Estar con Dios en la hesiquía: Arsenio hace surgir también en nosotros este deseo, pero ¿podemos entrever algo de su hesiquía interior?

La “hesiquía” interior

Es sobre todo en la hesiquía interior, razón de ser de la soledad y del silencio, en la que es individualizada las raíces de la impecabilidad, como dice la voz celeste a Arsenio retirado en el desierto. Pero si en los apotegmas Arsenio es retratado en el acto de huir y callar, es mucho más difícil percibir algo de su vida profunda, de su intimidad con Dios, de aquella hesiquía secreta y misteriosa.
Un apotegma breve y lacónico afirma sin medios términos:

“De abba Arsenio se decía que nadie podía igualar su conducta de vida (politeía).”[15]

De la politeía, es decir de las prácticas exteriores, discípulos y visitantes podían en rigor conocer algo, más allá de los constantes esfuerzos por esconder a los otros su vida austera y las restricciones que practicaban con respecto al alimento y al sueño. Pero para percibir algún reflejo de su vida interior necesitaríamos un milagro, o también la indiscreción de un visitante que mira de reojo por la ventana:

“Un hermano fue a la celda de abba Arsenio en Escete, miró por la ventana y vio al anciano que estaba todo como de fuego: era digno en efecto este hermano de ver esto. Cuando golpeó, el anciano salió y, viéndolo fuera de sí por el asombro, le preguntó: ‘¿Golpeaste hace mucho tiempo? ¿Has visto algo aquí?’. Dijo: ‘No’. Entonces se puso a hablar con él y luego lo despidió.”[16]

Era sabido que a menudo permanecía toda la noche de pie en oración:

“Decían de abba Arsenio que la tarde del sábado, cuando comenzaba el domingo, dejaba el sol detrás de sí y tendía las manos al cielo en oración hasta que de nuevo el sol brillaba sobre su rostro. Y vivía de este modo.”[17]

Pero también aquí no se ve más que el reflejo exterior. Todo nos lleva a pensar que Arsenio vivió profunda e intensamente con Dios. Por ejemplo:

“Abba Arsenio dijo: “Si buscamos a Dios, él se manifestará a nosotros y si lo retenemos, permanecerá con nosotros.”[18]

Arsenio había seguramente luchado para llegar a aquella maravillosa hesiquía:

“Un hermano pidió a abba Arsenio que le dijera una palabra. Y el anciano le dijo: ‘Lucha con todas tus fuerzas para que tu trabajo interior sea según Dios, y vencerás a las pasiones exteriores.’”[19]

Pero esto no significa que estuviera orgulloso de sí mismo y de su propia virtud. El mejor testimonio que tenemos de su actitud interior ante Dios es dado por los discípulos que lo sirvieron, que nos dejaron al mismo tiempo una magnífica formula de su oración:

“Una vez los demonios asaltaron a abba Arsenio en su celda para atormentarlo. Llegaron entonces aquellos que eran sus servidores y, estando fuera de su celda, lo escucharon gritar a Dios y decir: ‘¡Oh Dios, no me abandones! No he hecho nada bueno ante ti, pero en tu bondad concédeme poder comenzar a hacerlo’”.[20]

“No he hecho nada bueno ante ti”. Sin embargo Dios conocía el coraje del cual Arsenio había dado prueba dejando el mundo, con sus honores y sus riquezas, para ir a vivir al desierto en el máximo despojo. Pero el sabio extranjero, que un día había declarado ignorar el alfabeto de aquellos campesinos egipcios, terminó por asimilar las lecciones  y se mostró a la par de abba Sisoes, que al acercarse la muerte afirmaba no haber aún comenzado. Al momento de la muerte Arsenio afirmará también tener temor, de haber siempre vivido en el temor. Su vida le parece un montón de cachivaches, tiene la impresión de tener las manos vacías, pero con cuanta confianza pide después: “En tu bondad concédeme comenzar”.
En su notable concisión y densidad la oración de Arsenio es verdaderamente perfecta. Se puede pensar que no fue ocasional, sino que fue su oración habitual, aquella que expresaba el fondo de su alma.

“Arsenio, ¿para qué has huido?

Para concluir este capítulo sobre Arsenio, hay aún una palabra del anciano, con la cual él se recordaba incesantemente a sí mismo la propia vocación a la hesiquía, el motivo por el cual había ido al desierto. Esta palabra nos viene transmitida por los discípulos: “Arsenio, di’ hò exelthes, ‘¿para qué has salido [del mundo]?”[21]
En la antigua vida griega de Arsenio, compuesta de apotegmas, leemos: “Arsenio tenía la costumbre de repetir dentro de sí: ‘Arsenio, ¿para qué has huido? Es decir, ¿con qué fin te has separado del mundo?’”. Esta preocupación de Arsenio de velar sobre sí mismo recordándose su vocación inicial ha sido a menudo admirada e imitada por su posteridad espiritual, en particular en Palestina por Eutimio (siglo V). En la Vida de Eutimio se narra que sus discípulos decían que el santo se acordaba continuamente de la palabra de Arsenio y se las recordaba a menudo también a ellos: “Hermanos –decía- luchad por aquello por lo cual habéis salido [del mundo] y no desatendáis vuestra salvación”[22]
Como lo aclara Festugière a propósito de este texto de la Vida de Eutemio, en griego está  simplemente el verbo salir (exelthes) usado en sentido absoluto, que significa salir definitivamente (del mundo), es decir morir, estar muerto para el mundo[23].
Incluso antes de Eutimio, en un apotegma de abba Nistero se afirma:

“Es necesario que el monje se examine mañana y tarde: ‘¿Qué hemos hecho de esto que Dios quiere? Y ¿qué de lo que no quiere?’. Y así comportarse toda la vida. De este modo vivió abba Arsenio.”[24]

En el siglo VI, en Gaza, Barsanufio había aconsejado a Doroteo que repitiera dentro de sí la palabra de Arsenio[25]. Doroteo, a su vez, en una conferencia a sus monjes, cita el apotegma:

“Abba Arsenio se repetía continuamente: ‘Arsenio, ¿para qué has huido del mundo?’. Pero nosotros somos tan poco solícitos que ni siquiera sabernos por qué hemos huido del mundo, no sabemos ni siquiera lo que queremos.”[26]

Benito en su Regla, en el capítulo 60 (“Los presbíteros que quisieran habitar en el monasterio”), dice que el presbítero debe saber para qué ha venido, y cita la palabra que Jesús dice a Judas en Getsemaní, después de haber recibido el beso de la traición (cf. 26, 50): “Amigo, ¿para qué has venido?”[27]. Todo eso tiene relación con la pregunta de Arsenio.
Poco importa la formulación, pero es ciertamente útil al monje preguntarse de tanto en tanto qué hace en ese momento en el monasterio, y si persigue siempre el fin que tenía en vista cuando entró en él. La pregunta puede ser posteriormente especificada y aplicada a muchas circunstancias diversas: ¿por qué has huido de la celda? ¿por qué has huido del monasterio? ¿por qué has huido del silencio para pronunciar una palabra? Arsenio decía también a menudo: “De haber hablado, me he arrepentido a muchas veces; de haber callado, nunca”[28]. Benito, en el cuarto capítulo de la Regla, pide “vigilar a cada instante las acciones de la propia vida”[29]. Es la misma preocupación de vigilancia y de perfección que animaba a Arsenio y que él alimentaba dentro de sí repitiendo y rumiando constantemente la pregunta: “Arsenio, ¿para qué has salido?”.
Juan de las Celdas decía:

“Considera esta palabra de la Escritura: ‘recordad los días antiguos’ (Dt 32, 7). Las Escrituras de nuestro Señor nos reaniman, porque nos traen a la memoria los días antiguos: cuando habéis salido del mundo y habéis revestido la semejanza con el Señor, cuando con todo vuestro corazón ardéis de amor por el Señor, y de nuevo vosotros volved a los deseos mundanos.”[30]

Ya en el siglo IV muchos ancianos deploraban el relajamiento. ¿Quién de nosotros puede jactarse de haber permanecido siempre fiel al deseo ardiente que tenía en el principio de darse totalmente  y para siempre al Señor, sin reservas y sin límites? El hábito y la rutina pueden fácilmente distraernos de nuestro objetivo. Por esto, es bueno recordar, hacer memoria de este objetivo: “¿por qué has huido?”
Nosotros ignoramos la respuesta que Arsenio dio a esta pregunta, pero podemos imaginarnos que debió corresponder a la voz celestial: “huye, calla, permanece en la quietud”. En cuanto a la respuesta que cada uno de nosotros hoy puede dar, varía según las circunstancias de la vocación y de las motivaciones. Lo importante es que nosotros nos hagamos sinceramente la pregunta y que la respuesta explícita o implícita sea siempre inspirada por Dios sin dejar intervenir al que divide los razonamientos. Él busca a menudo mezclar las cartas y llevarnos fuera del camino, porque es celoso de cuantos se esfuerzan en perseverar en su vocación. A menudo tienta haciéndoles creer a ellos que han elegido el camino equivocado. Arsenio, por ejemplo, era un brillante cortesano, preceptor de los hijos del emperador. Era seguramente un buen profesor y un sabio consejeros de los príncipes. ¿Qué sentido tenía haber dejado una posición tan bella para ir al desierto y llevar una vida miserable?
De cada monje se podría decir lo mismo: es decir, que habría podido vivir bien en el mundo, ejerciendo una actividad útil, un ministerio fructuoso. Habría podido formar parte de una ferviente asociación, de un grupo de oración, de un excelente coro, en lo cual su fe habría sido sostenida, irradiada, mientras ahora en el monasterio, después de algunos años de vida monástica, puede tener la impresión de un estancamiento, de orar mucho menos que antes, de tener relaciones difíciles con los otros…
Más allá de cuáles sean las ilusiones diabólicas, es siempre oportuno hacerse la pregunta de Arsenio, aunque no fuese para otra cosa que para desbaratar estas ilusiones y reconducirnos a la realidad, a la verdad del asunto: “Arsenio, ¿para qué has huido? ¿para qué estás aquí?


[1] Atanasio de Alejandría. Vida de Antonio. 2,3
[2] Cf. Ibid. 3-4.
[3] Antonio 10. Dichos editados e inéditos.
[4] Arsenio 1. Dichos editados e inéditos.
[5] Arsenio 2. Dichos editados e inéditos.
[6] Arsenio 6. Dichos editados e inéditos.
[7] Arsenio 33. Ibid. Pág. 106-107.
[8] Atanasio de Alejandría. Vida de Antonio. 2,3, pp. 82-83.
[9] Cf. Arsenio 21, en Vida y dichos I, p. 101.
[10] Arsenio 28, ibid, p. 104.
[11] Arsenio 37, ibid, p. 109.
[12] Arsenio 31, en Dichos editados e inéditos, pp 109-110.
[13] Arsenio 38, en Vida y dichos I, pp 109-110.
[14] Arsenio 13, ibid, pp. 99-100.
[15] Serie anónima N 15, en Dichos inéditos, p. 117.
[16] Arsenio 27, en Vida y dichos I, p. 103.
[17] Arsenio 30, en Dichos editados e inéditos, p. 160.
[18] Arsenio 10, ibid, p.43.
[19] Arsenio 9, ibid, p. 75.
[20] Arsenio 3, ibid., p. 63.
[21] Arsenio 40, ibid, p. 110.
[22] Cirilo de Scitopoli, Vida de Eutemio 9, en Id., Historias del monaquismo del desierto de Jerusalén, a cargo de R. Baldelli y L. Mortari, Ediciones escritos monásticos Abadía de Praglia, Bresseo de Teolo 1990, pp. 115-116.
[23] Cf. Los monjes de Oriente III/I, a cargo de A.J. Festugière, Cerf, Paris 1962, p. 70 n. 32
[24] Nistero 5, en Vida y dichos II, pp. 63-64.
[25] Cf. Barsanufio y Juan de Gaza, Epistolario 256, p. 285.
[26] Doroteo de Gaza, Enseñanzas varias 10, 104, p. 155.
[27] RB 60,3, en Regla monástica de occidente, a cargo de E. Bianchi y C. Falchini, Einaudi, Torinto 2001, p. 253.
[28] Arsenio 40, en Dichos editados e inéditos, p. 252.
[29] RB 4, 48, p. 206.
[30] Serie etiopia, Colección monástica 14, 40.

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