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sábado, 14 de septiembre de 2013

Una mirada contemplativa en la vida cotidiana

No es fácil rezar o contemplar en la vida ordinaria de cada día; también se dice: quizá no es posible. ¿Por qué?
¿Quizá porque nos encontramos metidos en nuestras preocupaciones y en nuestros asuntos? ¿O quizá porque nos ciega el deseo inquieto de perfección o el miedo a perder la seguridad…?
Sin embargo la vida de Nazaret con su dimensión contemplativa, es la joya de nuestra familia espiritual. Por ello me gustaría proponeros algunas de mis reflexiones personales sobre este tema, con el deseo que nos anime mutuamente a seguir al Hno. Carlos.
“Vivid  en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu" (Ef 6,18).  San Pablo pide rezar “en todo momento, en Espíritu”, lo que significa que hay que reconocer primero que para rezar no basta con nuestras fuerzas y nuestros esfuerzos sino que debemos dejar que el Espíritu rece en nosotros. “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables"  (Rm 8,26).
Debemos reconocer que somos como ciegos de nacimiento para contemplar. En el Evangelio de San Juan, capítulo 9, en el que los discípulos viendo a un ciego de nacimiento preguntan a Jesús quien ha pecado y él les responde: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios"  (Jn 9,3)
¿Contemplar? Son las obras de Dios las que nos invitan a contemplar.
Otro caso, en el Evangelio en el encuentro de Felipe con Natanael. Felipe dice a Natanael: “Hemos encontrado a Jesús, el hijo de José, de Nazaret (Jn 1,45).   “De Nazaret, le dice Natanael, puede salir algo bueno?” Felipe le dice: “Ven y lo verás”. Jerusalén, con el Templo, era el signo de la presencia de Dios. Pues lo mismo ocurre con la vida cotidiana porque conlleva cosas ordinarias en las que Jesús está presente.
La llamada a “ven y verás” pide una respuesta y un compromiso en toda la vida: concierne tanto al tiempo que se pasa en la iglesia como en nuestra vida cotidiana en todos sus aspectos: en el trabajo, en la familia, con los vecinos, etc. Tener una mirada contemplativa significa atención y disponibilidad a la presencia de Jesús en todo lo que comporta nuestra vida, la más concreta, la más cercana al suelo.
Jesús dice a Natanael: “En verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre" (Jn.1,51). Este descubrimiento de la presencia escondida de Jesús en nuestra cotidianidad es obra de Dios en nosotros: " Fiel es el que os llama y es él quien lo hará" (1Ts 5,24).
En esta perspectiva no se trata de la perfección por ella misma lo que habría que buscar ni la buena realización de nuestras acciones y de nuestros proyectos.
Es la fe, la que Jesús pidió al ciego de nacimiento: “Crees en el Hijo del Hombre?” (Jn 9,35).  Y él le declara: ”Lo creo, Señor” "Jesús les respondió: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís: 'Vemos’, vuestro pecado permanece" (Jn 9,41).
Es la esperanza: “Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo, dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros"  (1Ts 5,1618).
Y es el Amor que emana como una fuente cuando se tiene siempre sed: "El agua que yo le dé se convertirá en él fuente de agua que brota para la vida eterna"  (Jn 4,14).
Para terminar, una frase de Khalil Gibran ilustra lo que he compartido con vosotros: “En el rocío de las cosas pequeñas el corazón encuentra su mañana y su frescura”.

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