sábado, 14 de septiembre de 2013

NAZARET: ESPIRITUALIDAD “DEL EXILIO”

 

 
Cuando se lleva tiempo caminando con Jesús es fácil percibir el cansancio y el desencanto de los que un día más o menos lejano decidieron seguir su camino, pero ahora no tienen el coraje para mantener sus compromisos, ni tampoco para abandonar su seguimiento, por lo que optan por instalarse en la mediocridad y en la rutina viviendo una vida más religiosa que evangélica. Por su manera de pensar y de vivir no es que nieguen a Jesús, pero tampoco son coherentes con la fe que dicen profesar. Aunque no haya un rechazo abierto, sí hay mucha indiferencia y poca coherencia a la hora de vivir la fe.
Si somos sinceros hay que admitir que actualmente no es fácil ser mensajero de una palabra de salvación que no se cotiza, ni profeta de un mensaje que puede complicarnos la vida. Si en Nazaret chocaron dos mentalidades o formas de entender la vida (Lc 4,21-30) una mirada a nuestro entorno, es suficiente para convencernos de que el Evangelio de Jesús no es lo que hoy se lleva, por lo que tenemos que convencernos de que el tiempo presente invita a los que quieran seguir a Jesús a volver a Nazaret, a “estar en Nazaret”, que es como vivir “una espiritualidad del exilio”, o lo que es lo mismo, vivir el hoy atentamente, amorosamente, en plena libertad, y llegar a ser hombres y mujeres con experiencia de Dios, llamados a dar razón de su esperanza en medio de un pueblo incrédulo.
A veces hemos mirado Nazaret como contraposición de la vida apostólica. ¡Como si Nazaret no fuera en sí misma apostólica, y como si los años en que Jesús caminó por Palestina no llevaran en sus entrañas la experiencia nuclear de Nazaret! Jesús es apóstol en sus treinta y tres años, aunque en cada etapa exprese su acción pastoral con acentos diferentes. Las ramas son el árbol, lo mismo que el tronco y las raíces. Todo forma una unidad inseparable. En cada parte está el árbol integral.
En Nazaret, Jesús salva testimoniando, gritando con su propia vida la gran experiencia que más tarde explicará con su palabra, pero en su vida misionera Jesús “está”, “permanece”. Son dos experiencias entrelazadas, que el nazareno va descubriendo por los caminos polvorientos de Galilea como testigo silencioso del amor del Padre, que vive y explica la acogida gratuita de Dios al hombre, ofreciendo la buena noticia, a través de una comunicación sencilla, coloquial, viva, gratuita, directa, con cada persona o con la multitud.
Por eso, “para estar en Nazaret”, para penetrar su experiencia de Nazaret, nada mejor que repasar su vida itinerante y descubrir las líneas de fuerza que Jesús anuncia. Son la experiencia acumulada en sus años silenciosos y testimoniales. Y, para entender bien su vida activa, necesitamos tener como telón de fondo, los elementos nucleares de Nazaret. Quitad a la enseñanza la experiencia y se convierte en ideología. Quitad a la oración la relación filial y amistosa con el Padre, y aparecerá un “cumplidor” de las obligaciones religiosas. Quitad a las palabras su dimensión de silencio y se convertirán en palabrería. Jesús es un maestro lleno de sabiduría, porque es un experimentado; es un contemplativo, porque tiene la experiencia de ser amado por el Padre; es un apóstol, porque le urge comunicar lo que ha recibido del Padre; es humano, porque está entroncado directamente con la vida. Todo es la dimensión de Nazaret, que se manifiesta en la vida itinerante de Jesús.
De aquí la importancia de purificar nuestra fe continuamente, para entrar en el silencio y profundizar en el misterio de Dios y descubrir que nuestros puntos de referencia no pueden ser sólo los hombres, ni lo que hacen los demás, sean del color que sean, sino nuestro Padre Dios, que obra de modo diferente a como lo hacemos los hombres.      
            Hay que ser muy humildes para reconocer que en general estamos muy lejos de la utopía del Evangelio. ¿De qué nos sirven unos magníficos templos, salones y dependencias en los que no falten los medios ni las técnicas apropiadas para el servicio de la comunidad, si sus miembros no vibran en la oración y el servicio a los más necesitados? ¿Para qué la religión si no cambia nuestro corazón y no nos vuelve más humanos? ¿Para qué sirve una higuera si no da higos? (Lc 13,6-9)
Dios espera de nosotros algo más que nuestras palabras de amor a secas sino nuestras obras: una actitud humilde y generosa que nos mueva a salir de nuestra rutina y tomar en serio su Evangelio, porque el culto verdadero no está en las formas sino en la vida. Vivimos en sociedades que se llaman cristianas, presumimos de católicos. Pero, ¿qué frutos estamos dando? A nuestro alrededor cunde el miedo y la desesperanza, la mentira y la violencia en los gestos y en las palabras, la especulación y la extorsión. Pero, ¿dónde queda el amor, la justicia, el perdón, la oración que nos pide el Evangelio?
A lo largo de su vida en Nazaret, Jesús va descubriendo qué es ser hombre, y va creciendo como humano en todas sus dimensiones (Lc 2,52). En este tiempo se autocomprende como el Hijo del Hombre, es decir, el hombre poseído plenamente por el Espíritu de Dios (Lc 3,21-22). Y es que el hombre no es pleno, sino en referencia al Espíritu de Dios. Jesús vive una vida plenamente humana, en libertad, en verdad, en amor. Es un hombre armónico. Es hombre verdadero y el verdadero hombre. Un hombre “lleno de autoridad” (Mc 2,10) “de fuerza” (Lc 6,19) “de sabiduría (Mc 1,27) “de veracidad” (Lc 20,21). Es el hombre pleno soñado por el Creador.
De aquí que podamos decir que: Nazaret es el camino de la maduración en lo humano, desde su perspectiva esencial. Nazaret es la valoración de lo humano, de todo lo humano. En Nazaret, Jesús ha ido comprendiendo su misión. Se ha ido descubriendo como el Mesías, enviado por el Padre, en bien de la humanidad. Algo difícil de entender en aquel ambiente nazareno en el que se decía: “¿De Nazaret puede salir algo bueno? (Jn 1,46) ¿Acaso nosotros no pensamos lo mismo y preferimos Jerusalén, lugar de la “movida”, en lugar de Nazaret?
En Nazaret, Jesús ha aprendido a vivir el hoy, el cada día. En ese ambiente rural y sencillo pesa lo cotidiano, absorbe lo actual. El hoy es ya eternidad. Nazaret  nos enseña a vivir el hoy atentamente, entregadamente, amorosamente. Es verdad que es un hoy en referencia al ayer y al mañana, porque somos historia, pero sin que ellos bloqueen el hoy o nos evadan de él. Por eso Jesús acoge a esta mujer concreta que ha venido a sacar agua del pozo (Jn 4,1 ss), a este enfermo que está en camilla (Lc 5,17-24) o a la mujer que le toca (Lc 8,43), a la mujer que unge sus pies (Lc 7,36-50) y desenmascara actitudes bien concretas. Nazaret es la realidad concreta, a la que debemos responder muy concretamente. Nazaret es la experiencia del hoy concreto en el que se transparenta lo que Dios quiere hoy para mí. “Cada día tiene su propio afán”; “No andéis preocupados...”; “No tengáis miedo...”.
Desde Nazaret Jesús nos enseña a fiarnos del Padre a confiar en Él, porque Dios está siempre en traje de faena”, “con el delantal puesto”, “como una partera”, ayudando en todo momento a nacer, a crecer en la fe. Una realidad oscura que se impone con toda su crudeza, por lo que hemos de pedir a Dios que nos sostenga y poder decir con el salmista: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal, 22).
De aquí la necesidad de volver a Nazaret, de “estar en Nazaret”, donde Jesús aprendió a valorar las “pasividades” tanto o más que las “actividades”. Sus treinta años de “estar en Nazaret” son años de “pasividad” en cuanto al hacer apostólico; son años de gran silencio. Pero son tan redentores, tan eficaces y fecundos como los tres años de caminante.
Hoy como ayer, el silencio, los tiempos de oración, los días retirados de la tarea, la sencillez de vida son Nazaret. La vida conscientemente anónima, lo cotidiano, la enfermedad desconcertante, la incapacidad que nos margina del mundo activo, la ancianidad, la oblación silenciosa, la renuncia por el Reino a determinadas capacidades humanas, ciertamente, son Nazaret
Jesús difunde el Reino a través de medios muy vulnerables, pero cargados de calidad divina. Lo que importa es la calidad divina en cada una de nuestras etapas, no la grandeza de los medios. Nazaret a veces va al comienzo; otras al final. Pero siempre ha de dar su toque en cualquiera de las etapas de los medios que usamos en cada una de ellas. Lo que importa siempre es estar en Nazaret.

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