sábado, 14 de septiembre de 2013

Nazaret en la vida pastoral de Jesús

 

 

Algunas veces hemos oído preguntar: ¿Es posible, para un seglar comprometido, vivir el misterio de Nazaret? ¿Es posible vivir desde Nazaret a un sacerdote diocesano? ¿Qué aporta Nazaret para la vida activa? Quisiera que esta lectura de algunos textos del Evangelio de Lucas ayude a la respuesta. Os ofrezco, hoy, parte de esa respuesta. Y os la ofrezco especialmente a los amigos seglares y a los sacerdotes diocesanos de las Fraternidades.
A veces hemos mirado Nazaret como contraposición de la Vida Apostólica. Como si Nazaret no fuera, en sí mismo, apostólico y como si los años en los que Jesús camina por Palestina no llevaran en su entraña la experiencia nuclear de Nazaret.
Jesús es apóstol en sus 33 años. Aunque en cada etapa exprese su acción pastoral, con acentos distintos. Las ramas son el árbol; el tronco es el árbol; las raíces son el árbol. Todo forma una unidad inseparable. En cada parte está el árbol integral.
En Nazaret, Jesús salva testimoniando, gritando con su propia vida la gran experiencia que más tarde va a explicar de palabra. Pero en su vida misionera permanece Nazaret. Son dos dimensiones entrelazadas. Por los caminos polvorientos es el Nazareno que vive una gran experiencia, que descubre su experiencia, que invita a incorporarse a esa experiencia de Dios y de la vida. Por los caminos de Galilea, camina el Testigo del Amor del Padre, testigo silenciado, que vive y explica la acogida gratuita de Dios al hombre. Por aquellos caminos, Jesús sigue ofreciendo la Buena Noticia, a través de una comunicación sencilla, coloquial, viva, directa con cada persona o con la multitud.
La vida de Jesús es una sinfonía, en dos tiempos: un tiempo largo, el de Nazaret; un tiempo breve, el de itinerante. Pero la melodía dominante se encuentra en los dos tiempos, aunque el colorido musical sea distinto en cada uno.
Por eso, para penetrar su experiencia de Nazaret, nada mejor que repasar su vida itinerante y descubrir las líneas de fuerza que Jesús anuncia. Ellas son la experiencia acumulada en sus años silenciosos y testimoniales. Y, para entender bien su vida activa, necesitamos tener, como telón de fondo, los elementos nucleares de Nazaret.
Quitad a la enseñanza la experiencia y se convierte en ideología. Quitad a la oración la relación filial y amistosa con el Padre, y aparecerá un "cumplidor" de sus obligaciones religiosas. Quitad a las palabras su dimensión de silencio y se convierten en palabrería... Jesús es un Maestro, lleno de sabiduría, porque es un experimentado; es un contemplativo, porque tiene la experiencia de ser amado por el Padre; es un apóstol, porque le urge comunicar lo que a Él se le está dando; es un humano, porque está entroncado directamente con la vida...
Todo esto es la dimensión de Nazaret, en la vida itinerante de Jesús. Lo vamos a ver a través de algunos textos del Evangelio de Lucas.
 
"Tengo que estar en lo que es de mi Padre" (Lc. 2, 49).
 
Son las primeras palabras de Jesús que nos ofrece el evangelista. Jesús es una naturaleza humana, transida de divinidad. Y va creciendo en la conciencia de que es habitado. Se descubre Hijo del único Padre. Y vive en unas relaciones crecientes con el Padre. Hasta llegar a vivir en unidad: "El Padre y Yo somos una sola cosa" (Jn. 10,29).
El Padre es su verdadero educador: "Un hijo no puede hacer nada por sí, tiene que vérselo hacer al padre. Así, cualquier cosa que éste haga, también el hijo la hace igual, porque el padre quiere al hijo y le enseña todo lo que él hace"(Jn.5, 19-20).
En Nazaret, Jesús vive colgado de la palabra del Padre, orientado por su querer. Nazaret es la experiencia en la que la Voluntad de Dios es el centro y !a guía de la vida cotidiana. Donde no hay otro conductor que el Espíritu del Padre.
¿No define Jesús este aspecto de Nazaret con la alabanza que hace de su Maestra María: "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen"?
Y así va a continuar en su vida pastoral: "Yo no puedo hacer nada por mí" (Jn. 5, 30). "Mi alimento es hacer el designio del que me envió y llevar a cabo su obra" (Jn. 4, 34). "Yo no he hablado en nombre mío, no; el Padre, que me envió, me ha encargado lo que tenía que decir y que hablar y yo sé que este encargo suyo es vida eterna; por eso, lo que hablo, lo hablo tal y como me lo ha dicho el Padre" (Jn. 12, 49-50).
Jesús descubre a sus oyentes, lo que es su experiencia esencial filial y nos indica cuál es el eje de la vida creyente y de la actividad pastoral. Jesús  hablará poco, pero sus palabras serán palabras de Dios; caminará en un espacio bien pequeño, pero sus pasos son los pasos de Dios; hará pocas cosas y sencillas, pero serán gestos de Dios que tendrán una repercusión única en la historia humana.
 
"Jesús iba adelantando en saber, en madurez y en gracia" (Lc 2, 52)
 
A lo largo de su vida en Nazaret, Jesús va descubriendo qué es ser hombre, y va creciendo como humano en todas sus dimensiones. En este tiempo se autocomprende como el Hijo del Hombre, es decir, el hombre poseído plenamente por el Espíritu de Dios (Lc. 3, 21-22). Y es que el hombre no es pleno, sino en referencia al Espíritu de Dios.
Jesús vive una vida plenamente humana, en libertad, en verdad, en amor. Es un hombre armónico. Es hombre verdadero y el verdadero hombre.
Quienes lo tratan, lo ven como un hombre "lleno de autoridad" (Mc. 2, 10), de fuerza (Lc. 6, 19), de sabiduría (Mc. 1, 27), de veracidad (Lc. 20, 21)... Es el hombre pleno soñado por e! Creador.
Pilatos, sin saber mucho lo que decía, así lo presenta a la multitud: "He ahí al HOMBRE" (Jn. 19, 5). Y así es. El crecimiento en madurez de que habla Lucas ha llegado a plenitud. Por primera vez en la historia está apareciendo lo que es y significa ser hombre. Los soldados al despojar a Jesús de la falsa dignidad real, propia del mundo, han dejado al descubierto la verdadera realeza de Jesús, su dignidad esencial. El vaciamiento que vive de todo aquello que los hombres creemos imprescindible para ser hombres hace que podamos descubrir en Él al verdadero hombre.
El misterio del hombre, su autocomprensión, sólo queda esclarecida en el misterio del Verbo Encarnado: "Cristo manifiesta plenamente el hombre, al propio hombre" (L.G. 22).
La presencia del Espíritu en el hombre no destruye, sino plenifica. Desmonta, sí, el falso "ego". Desmonta nuestros desajustes mentales, afectivos, operativos... Pero hace emerger nuestro verdadero rostro original y termina en la cumbre mística, siendo el sujeto de nuestras actuaciones cotidianas.
Nazaret es el camino de la maduración en lo humano, desde su perspectiva esencial. Nazaret es la valoración de lo humano, de todo lo humano.
 
"Enviado a proclamar el año favorable del Señor" (Lc. 4,16-30)
 
En Nazaret, Jesús ha ido comprendiendo su misión. Se ha ido descubriendo como el Mesías, enviado por el Padre, en bien de la humanidad. Y eso que era difícil caer en la cuenta del verdadero mesianismo en aquel ambiente nazareno. "Pero, ¿de Nazaret puede salir algo bueno?", pregunta Natanael, desconfiando de los mesianismos procedentes de Galilea.
Tampoco se ve Jesús situado en el horizonte del Antiguo Testamento, como lo ve Felipe: "Hemos encontrado al descrito por Moisés en la Ley y por los Profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret" (Jn. 1,45-46).
Jesús trae un anuncio de gracia universal y comienza proclamándolo en Nazaret, "donde se había criado", ante sus vecinos:
"Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor".
Jesús supera la mentalidad estrecha de sus vecinos. ¡EI Padre ama y regala la salvación a todos los hombres! ¡Ofrece su gracia para todos! "Ya no hay judíos y paganos, hombres y mujeres, esclavos y libres"... Todos son amados, a todos se les regala la entrada para el banquete de bodas...
Sus vecinos se resisten, "extrañados del discurso sobre la gracia que salía de sus labios". Pero "¿no es este el hijo de José?". Pues no le ha salido a "su padre", no ha asumido las ideas y comportamientos del padre. ¡Cómo va a ser igual, ante Dios, el Centurión que uno de nosotros!
Ha sufrido mucho Jesús, en sus años de Nazaret, al ver la estrechez de sus vecinos. Una vez más, les quiere ayudar y les anuncia con claridad la Buena Noticia, de que Dios ama a todos, es Padre de todos y no tiene acepción de personas, cuando alguien acoge su gran regalo de amor.
Jesús seguirá descubriéndonos al Padre del hijo pródigo, al pastor de la oveja perdida, al médico de los enfermos...
La clave de toda la pastoral de Jesús es la de ayudar a caer en cuenta del amor gratuito del Padre Dios. Su vida, sus gestos y sus palabras son un grito en favor del amor universal de Dios.
Nazaret es experiencia del amor del Padre "que hace salir el sol, cada día, para buenos y para malos".
 
"Danos, hoy, nuestro pan de cada día" (Lc. 11,3).
 
En Nazaret, Jesús ha aprendido a vivir el hoy, el cada día. En ese ambiente rural y sencillo pesa lo cotidiano, absorbe lo actual. El hoy es ya eternidad.
Vivimos agobiados por el mañana o el ayer. Nazaret es vivir el hoy, atentamente, entregadamente, amorosamente.
Es verdad que un hoy, en referencia al ayer y al mañana, porque somos historia, pero sin que ellos bloqueen el hoy, o nos evadan de él.
Jesús acoge a esta mujer concreta que ha venido a sacar agua del pozo, a este enfermo que está en la camilla o que le toca... Jesús desenmascara actitudes bien concretas.
Nazaret es la realidad concreta, a la que debemos responder muy concretamente. Nazaret es la experiencia del hoy concreto en el que se transparenta lo que Dios Padre quiere hoy para mí.
"Cada día trae su preocupación", "no os agobiéis", "no andéis preocupados"... La preocupación impide que la semilla nazca (Lc. 8, 14); por lo preocupada que está, Marta no está viviendo bien su encuentro con Jesús (Lc. 10, 41).
"No tengáis miedo". Si lo cabellos de vuestra cabeza están contados por el Padre que os ama,.. No temáis ni siquiera a la muerte. Que sólo os dé temor el no amar.
 
¿A qué se parece el Reino de Dios? (Lc. 13,18)
 
A un grano de mostaza, a un puñado de levadura, a una semilla...
La pequenez, la sencillez, lo no aparente son los instrumentos del Reino. Jesús renuncia a la imagen del "cedro frondoso" de Ezequiel 17, 22, indicando que el Reino de Dios no tendrá el esplendor humano esperado por el judaismo. Por eso la semilla se planta en el "huerto"  -lugar de los pobres y pequeños-, no en el "monte alto y macizo", signo de la grandeza que impresiona y asusta.
El Reino que anuncia Jesús se anuncia por caminos pastorales distintos de los del judaismo y del paganismo.
Jesús valora las "pasividades", tanto o más que las "actividades", en orden al crecimiento del Reino. Porque transforma tanto la "pasividad activa" como la "actividad". Y hasta más. Aunque en nuestros ambientes de eficacismo no lo creamos.
Sus treinta años en Nazaret son años de "pasividad", en cuanto al "hacer" apostólico; son años de gran silencio. Pero son tan redentores, tan eficaces y fecundos como los tres de caminante.
El silencio, los tiempos de oración, los días retirados de la tarea... son Nazaret. La vida conscientemente anónima, lo cotidiano... son Nazaret. La enfermedad desconcertante, la incapacidad que nos margina del mundo activo, ancianidad... son Nazaret. La oblación silenciosa de un claustro, la renuncia por el Reino a determinadas capacidades humanas... son Nazaret.
Jesús difunde el Reino, a través de medios muy vulnerables, pero cargados de calidad divina. Lo que importa es la calidad divina, en cada una de nuestras etapas, no, la grandeza de los medios.
Nazaret, a veces, va al comienzo; otras, va al final. Pero siempre ha de dar su toque, en todas las etapas de la actividad y en los medios que usamos en cada una de ellas.
 
Introducción
 
Hace unos años ofrecí, en nuestro Boletín, la primera parte de una lectura del Evangelio de Lucas desde Nazaret, convencido de que la Escuela donde Jesús aprendió su modo de ser y de vivir fue aquel pueblecito galileo donde pasó muchos años. Nazaret fue su gran y única Escuela Iniciática.
Allí, el Padre, por su Espíritu y a través de María, de José, de sus parientes y de sus vecinos, fue madurando en "la Sabiduría y Gracia" que iria ofreciéndonos después por los caminos de Palestina. 
En aquel primer artículo veíamos que Nazaret es:
- el aprendizaje de una vida de unión amistosa con su Padre y la vivencia de un amor universal vivido con todos los humanos,
- es la valoración de todo lo humano, desde la perspectiva esencial, para ir creciendo divinamente desde lo humano,
- es aprender a vivir en el hoy, en el cada día, en lo cotidiano que se nos regala como el gran sacramento de la presencia y del amor de Dios, nuestro Padre,
- es la vida en anonimato, los espacios de silencio y de soledad, el uso de medios pobres, el ser "uno de tantos".
Continuamos, hoy, leyendo otros aspectos nazarenos que se perciben en la vida apostólica de Jesús y que necesitamos seguir asumiendo en nuestras vidas.
 
"Salía de Él una fuerza que los sanaba a todos" (Lc. 6,19)
 
En Nazaret, Jesús ha ido tomando conciencia de la Fuerza del Espíritu que hay en Él. La Fuerza que engendra la Vida verdadera, la Fuerza que conduce a la Plenitud total.
Esa Fuerza del Espíritu lo engendró en las entrañas de la Virgen María y lo va conduciendo, paso a paso, a través de su vida. Lucas no deja de subrayarlo en cada uno de los acontecimientos importantes que nos narra.
El Espíritu es el eje esencial del Reino que Él vive y que anuncia a todos. El Reino es como un grano de mostaza que crece hasta hacerse arbusto o como la levadura que fermenta la masa, gracias a la Fuerza que lleva dentro y que transforma a todo aquel que lo acoge de veras (Lc. 13, 18-20).
Por eso, al inaugurar su misión "se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre Él en forma como de una paloma", ungiéndolo con su Fuerza en orden a la tarea que había de realizar (Lc. 3, 22).
Jesús no apoya la extensión del Reino en medios humanos: elocuencia, poder, buena imagen... sino en la Fuerza Única de la que se sabe portador.
De aquí que en el primer envío que hace de sus apóstoles les da "Fuerza y autoridad sobre demonios y enfermedades" (Lc. 9, 1). Y después de la Resurrección, les dirá "Quedaos aquí hasta que de lo alto os revistan de la Fuerza (Lc. 24, 49).
Nazaret es tomar conciencia de que lo importante en el servicio pastoral es la Fuerza del Espíritu que nos viene de lo alto. Lo importante es abrirnos a esa Fuerza, es poner en ella nuestra confianza, es dejarnos revestir de ella para servir a los demás curándoles de sus enfermedades y liberándoles de sus demonios.
Ante la Fuerza que emana de Jesús, la gente se asombra, teme y alaba al Señor que ha dado esa Fuerza a los hombres. Es el efecto que ha de producir nuestra presencia evangelizadora, si nace de esa "Fuerza de lo Alto".
 
"Extendió su mano y tocó al leproso" (Lc. 8, 13)
 
Jesús vive en la realidad, pero no se queda en lo externo de ella. Jesús penetra en la esencia de la realidad. Por eso distingue lo esencial de lo periférico, lo verdadero de lo engañoso. Jesús desenmascara todo lo que en la superficie de la realidad no está de acuerdo con lo esencial de ella.
¿Por qué no se puede curar en sábado? ¿Por qué, en sábado, no pueden sus discípulos comer un puñado de espigas, si tienen hambre? (Lc. 6, 1-11).
Jesús toca y cura al leproso. Quiere ayudarles a ver que la Ley apunta más hondo que las apariencias. No ha venido a abolir la Ley, sino a descubrirles su plenitud. No es la realidad física de unos alimentos lo que hace impuro al hombre, "sino lo que sale del corazón humano situado en la desarmonía" (Mc. 7, 14-23).
Jesús nos descubre que lo legal es siempre el punto de partida, no el techo de la plenitud evangélica.
¿Por qué han de haber "excluidos"? Leví tiene su sitio junto a Jesús (Lc. 5, 20-28). Y lo tiene la pecadora que en casa de Simón le lava y besa sus pies (Lc. 7, 36-50).
En sus años de Nazaret, desde n¡ño, Jesús se ha ido educando a mirar el corazón de sus vecinos más que sus apariencias externas; a descubrir sus intenciones, más que sus hechos.
"No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura... Porque Dios no ve las apariencias, como hacen los hombres. El Señor ve el corazón", eran las palabras del Señor a Samuel, al elegir a David, que muchas veces había escuchado en la sinagoga (1 Samuel 16, 7).
Lo importante es lo esencial, lo profundo del ser. Ahí sólo hay: sí o no. Jesús sabe vivir desde ahí. Y, desde ahí, nos invita a vivir.
Nazaret es vivir desde el fondo, desde la verdad esencial de toda realidad. En Nazaret se sitúa en su sitio verdadero lo transitorio, lo periférico, lo accidental. Nazaret es veracidad transparente.
Qué importante es esta actitud para nuestras relaciones con quienes vivimos cada día nuestra misión evangelizadora.
 
"Que más quisiera yo que toda la tierra estuviera ya ardiendo" (Lc 12, 49)
 
Jesús ha ido aprendiendo en Nazaret que las personas no cambian rápidamente. ¡Cómo querría Él que todos cambiaran pronto!... Pero el cambio es lentísimo.
Jesús ha aprendido la paciencia del campesino. Ha observado la naturaleza y ha visto lo lentos que son sus procesos... Lo ha ido viendo, también, en las vidas de sus vecinos. Cuánto cuesta llevar adelante el movimiento inicial de cambio. Falta aún interés verdadero, constancia, capacidad para superar los obstáculos de dentro y de fuera.
Impresiona ver a Jesús respetando y acompañando adecuadamente el proceso del Reino en cada ser humano. ¡Qué humano se hace Dios!  
Un riesgo importante y frecuente en la misión evangelizadora es la impaciencia por ver los frutos y los frutos concretos que nosotros preveíamos. Cuando no llegan fulminamos a las personas, como quisieron hacer Santiago y Juan cuando los samaritanos se negaron a recibir a Jesús y a sus acompañantes: "Señor, si quieres decimos que caiga un rayo y acabe con ellos" (Lc. 9, 51-56).
Pero Jesús tiene el talante de Dios. "No escardéis la cizaña, por si al hacerlo arrancáis con ella el trigo. Esperad hasta la siega" (Mt. 13, 24-30).
El que ama "espera siempre, se fía siempre, disculpa siempre"...
Nazaret es respeto al camino de cada uno, al ritmo personal. Es paciencia en los altibajos. Es espera en los tiempos oscuros en los que parece que no se avanza. Es alegría serena en cada uno de los nuevos brotes de vida.
 
"Cuando des una comida o una cena... invita a los pobres..." (Lc. 14, 12-14)
 
Jesús nos describe lo que era su casa de Nazaret: una casa abierta, con una mesa puesta para los pobres, los emigrantes, los huérfanos...
Jesús disfruta con dar gratuitamente. Por el gozo de dar. Sin esperar nada a cambio. Reparte y Se reparte gratuitamente. Invita a quienes no pueden pagar. Vive compartiendo. "Es mejor dar que recibir", nos dirá.
No nos creemos que Dios es así. Que nos regala, por el gozo de regalar. Que nos ama gratuitamente, no para que le devolvamos amor y aunque no se lo devolvamos. Si nosotros le respondemos es un bien para nosotros, del que Él se alegra, por nosotros.
Dios ha regalado a todos la plenitud de su Ser. En Jesús ha quedado confirmado definitivamente. Dios es en Sí regalo gratuito para los humanos. Las parábolas de Lucas 15 son contundentes: Dios ama a TODOS. También a los excomulgados, a quienes no cumplen la Ley: "recaudadores y descreídos".
Jesús los acoge no porque ellos se deciden a cumplir la Ley, sino porque acogen la amistad gratuita de Jesús. El cambio de conducta que sin duda realizarán será el modo de responder a esta amistad gratuita.
La clave de toda !a pastoral de Jesús es ayudar a caer en la cuenta del amor gratuito del Padre Dios. Y a eso ayudan sus gestos de amistad gratuita y comprometida. Jesús se hace excomulgado con los excomulgados para salvar a los excomulgados. ¡Este es Dios!
Nazaret es gratuidad. Lo que da fisonomía a Nazaret son las expresiones de amor gratuito. Que muestra evangelizaron, ¡grite gratuidad!
Y gratuidad con los pobres y desde la pobreza. Para que quede más claro el regalo que nos da Dios.
"He sido ungido para dar la buena noticia a los pobres, para libertar a los cautivos, para dar vista a los ciegos... Y esto, ya veis que se está realizando. Dichosos vosotros si no os escandalizáis de que el Reino que ofrece mi Padre camina por ahí" (Lc. 4, 18-21).
Es a ellos a quienes, sin cesar, pone su mesa. Y lo hace desde el no tener. Caminando por la vida sin "bolsa, sin alforja, sin sandalias... pero lleno de paz" (Lc. 10,4-6).
Esto es Nazaret, esta es su escuela apostólica, es su estilo de evangelizador.
 
"¿Por qué me llamas insigne? (Lc. 18. 18-20)
 
En Nazaret, Jesús ha vivido unas relaciones llanas, sencillas, de tú a tú. Es el carpintero, el hijo de José y de la María, el pariente de Santiago, Judas y Simón.
Y así realiza su vida apostólica. No es un personaje, ni un señor, ni un rabino... es el amigo, el hombre cercano, una persona sencilla.
Por eso, no abre escuela como los rabinos. Es un caminante que a partir de sus relaciones cotidianas va dejando caer semillas del Reino. No tiene un lugar propio para reunir a la gente: la orilla del mar, una casa amiga, cualquier camino. Todo lugar, cualquier circunstancia son adecuados para anunciar el amor del Padre a los hombres y a las mujeres. En este pozo encuentra a la Samaritana, en las afueras del pueblo a la viuda de Naím, en casa de Simón a la pecadora...
Y quiere que este sea nuestro estilo evangelizados "A nadie llaméis Maestro, ni Padre, ni Señor... porque sólo uno lo es". "Los reyes de las naciones las dominan y los que tienen autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros, nada de eso, el más grande iguálese al más joven y el que dirige al que sirve" (Lc. 22, 24-26).
Id de casa en casa, de persona persona. Sembrad el Reino desde la circunstancias concretas de la vida. Moveos con libertad, sin demasiado planes preconcebidos.
Nazaret es cercanía, es ser hermanos, es acercamiento a todos sin excluir a nadie, es sencillez en el trato.
Cuánto examen hemos de hacer, desde aquí, para que nuestra evangelízación no suene a montaje, a moralismos desencarnados, perdiendo la candidez del Evangelio, la fluidez de la vida.
 
"Pero ellos gritaban: ¡A la cruz, a la cruz con Él!" (Lc. 23, 21)
 
En la escuela de Nazaret ha aprendido Jesús el camino a la renuncia al falso yo, a las actitudes egoístas. Jesús ha vivido en el desapego que madura el amor. Se ha dado cuenta de que si uno se aterra a su propia vida está perdido y que sólo aquel que se suelta de lo que creemos vida encuentra del todo la Vida.
En Nazaret, Jesús ha visto tantas veces que sólo cuando el grano de trigo se pudre en la tierra da espiga llena de grano, que ha ¡do entendiendo que sólo asumiendo el ser rechazado, ser malentendido, ser perseguido y hasta ser crucificado podrá ofrecer plenamente la liberación, desde el amor, que viene a ofrecer de parte del Padre.
Lo que en Nazaret fue "cargar con la cruz de cada día" le ha preparado a cargar con la cruz solemne del pecado de la humanidad, corriendo la misma suerte que los dos malhechores que crucifican junto a Él y peor suerte que Barrabás.
La Redención comenzó en Nazaret y culminó en el Góigota. El adiestramiento para el Calvario comenzó en la experiencia cotidiana de quien, desde Nazaret, vivió sólo para el amor, costara lo que costase. Hacer el proyecto del Padre, venciendo las tentaciones de su ambiente, supone crucifixión para una visión carnal. Vivir en la verdad y en el amor a los semejantes trae diarias incomodidades. "Hacerse uno de tantos" es duro en muchísimos momentos.
Por eso, Nazaret es para nosotros el aprendizaje de cargar con la cruz de cada día, por amor al Padre y a los hermanos, abiertos a los momentos solemnes del Calvario que, cuando estemos maduros, nos han de llegar para nuestro bien.
 
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Ha resucitado!" (Lc. 24, 5-6)
 
La certeza esencial de Jesús, que sin duda arranca de Nazaret, es que la última palabra es siempre la palabra de su Padre y es siempre una palabra positiva.
Es una sabiduría difícil de aprender cuando se vive en situaciones duras, como debían ser las de Nazaret. Pero son, por otra parte, las situaciones más idóneas en las que nace y se afianza una esperanza sólida, como la roca en que descansa el edificio de la entrega total a la misión encomendada claramente percibida y decididamente realizada.
Si la última palabra la tiene Aquel que me ama, ¿qué puedo temer? Sé que será una palabra para mi plenitud y la de toda la humanidad. No sé cómo, porque desde la cruz no se ve nada. Pero hay en mí una certeza absoluta. "Padre, a tus manos confío mi vida, mi historia, el camino realizado..." (Lc. 23, 46).
Es lo que anuncia el ángel, desde el sepulcro: "¿Cómo buscáis entre los muertos al que vive? Ya os lo dijo cuando estaba en Galilea. jHa resucitado! ¿Es que no recordáis lo que os dijo tantas veces que la última palabra sería una palabra de Vida? ¡Vive, para la Vida definitiva de toda la humanidad'". 
Nazaret es esa certeza del corazón. Es abandono en sus manos. Es la confianza de que todo -aunque no sepamos explicar cómo- es para el bien de los que son amados. Es saber que la muerte ha perdido su aguijón. Es saber que sólo la Vida es el espacio de Dios.
 
"Cuando estaba sentado a la mesa con ellos tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron tos ojos y lo reconocieron" (Lc. 24, 30-31)
 
La Eucaristía es Nazaret. Qué bien lo entendió Carlos de Foucauld.
Contemplando la Eucaristía se descubre Nazaret y la semilla nazarena que hay en toda la vida evangelizadora de Jesús y en cada una de las palabras que nos dejó.
Ante el pan bendecido y partido por Jesús, a los discípulos "se les abrieron los OJOS y lo reconocieron". Es el gran Sacramento de Su Presencia. Carlos de Foucauld comprendió a Jesús y asumió su sabiduría, como fruto de horas y horas silenciosas en la presencia eucarística. Como le ha ocurrido a tantos hombres y mujeres a lo largo de toda la historia cristiana.
Y desde ese reconocimiento, los de Emaús se ponen inmediatamente en camino para comunicar a los demás que el Señor ha resucitado. La adoración eucarística, si es verdadera, es la gran fuente de estímulo evangelizador y misionero. Nunca nos hace evasivos respecto a los hermanos.
"El mismo Jesús que nos dijo "este es mi Cuerpo", nos dijo; "Lo que hiciereis con uno de mis hermanos, lo hacéis conmigo". Era la convicción del Hno. Carlos de Jesús.
Por eso, la Eucaristía es para todos nosotros la gran Escuela Iniciática Nazarena, para aprender a vivir desde el Amor y la Sabiduría desde los que vivió Jesús.
La Eucaristía es la escuela del darse del todo por amor, hasta dejarse comer y partir y repartir.
La Eucaristía es Él, hecho Amigo, Maestro, Misionero, Salvador... desde el estilo único y original de Dios, comenzado en Nazaret.
 
 
 
 

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