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sábado, 28 de septiembre de 2013

Ley

      

 


moises
 
La palabra «ley» nos hace pensar en el Código civil o bien en las leyes votadas en el Parlamento. En la Biblia, la Ley representa mucho más. Por otra parte, la palabra hebrea torá quiere decir «sentido, dirección, instrucción».

La Ley de Dios dada a Israel

Los judíos llaman Torá a sus cinco primeros libros (o Pentateuco), que reúnen todas las instrucciones, las leyes dadas por Dios a Moisés. Pero estos cinco libros contienen también muchos relatos que ilustran frecuentemente la aplicación concreta de una ley. La Torá es venerada como la voluntad de Dios sobre su pueblo. Es leída y comentada en las sinagogas cada sábado no como un código de leyes, sino como una palabra* viva: la Torá escrita (el Pentateuco) es comentada, explicada, por la Torá oral, la tradición viva transmitida desde los orígenes en el pueblo judío.
Los diversos códigos de leyes (entre los que se pueden contar 613 mandamientos) están como resumidos en el decálogo, las Diez Palabras (Ex 20,1-17 y Dt 5,5-21). Toda la vida, profana y religiosa, está iluminada y guiada por estas reglas. Si la mayor parte son prohibiciones, es para delimitar el terreno de todo lo que es posible y dejar a cada uno sus responsabilidades. Para entender la actitud del creyente ante la Ley, nada mejor que leer y meditar el Salmo 119. Es una especie de letanía sobre la Ley de Dios y sus sinónimos: «precepto, ordenanza, decreto, mandamiento, palabra, promesa». La Leyes amada, buscada, deseada como una vida cotidiana con Dios: «Dichoso el hombre que su gozo es la ley del Señor» (Sal 1,1-2).

En el Nuevo Testamento

Torá es traducida al griego por nomos, «ley». Habitualmente, «la Ley» designa al Pentateuco y, por tanto, se considera que todas las leyes de Israel han sido dadas por Dios a Moisés (Mt 19,7; Jn 5,46). La expresión «la Ley y los Profetas» significa prácticamente el conjunto de la Escritura. A la pregunta: «¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?», Jesús responde: «Amarás al Señor tu Dios (…) y al prójimo como a ti mismo. En estos mandamientos se basa toda la ley y los profetas» (Mt 22,34-40). Recordemos las palabras de Jesús, semejantes a las de otros rabinos de su tiempo: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27), es decir: la Ley está al servicio del hombre, y no al revés. En el Nuevo Testamento se encuentran aproximaciones diferentes al problema de la Ley, según las situaciones concretas y las cuestiones planteadas.
Mateo. En su comunidad judea-cristiana, en su enfrentamiento con los fariseos (únicos maestros judíos desde el 70), Mateo insiste en la importancia de la  Ley; Jesús afirma: «No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias» (Mt 5,17-20). Su enseñanza toma a veces distancia con respecto a «la tradición de los antepasados » (Mt 15,1-3): «Habéis oído que se dijo (…), pero yo os digo… »; él reinterpreta la Ley como voluntad del Padre y la cumple.
Pablo, en las cartas a los Romanos y a los Gálatas, responde a otra problemática: los cristianos de origen pagano ¿deben estar sometidos a la Ley judía? Rinde homenaje a la Ley («así pues, la Leyes santa», Rom 7,12), pero la considera como una etapa provisional. La Ley dice perfectamente lo que hay que hacer, pero no hace al creyente capaz de hacerlo (Rom 7,14-24). Por el contrario, el Espíritu* Santo transforma a los bautizados (Rom 8): de ahora en adelante toda la vida cristiana está centrada en la muerte y la resurrección de Jesucristo (Rom 6,3-11)

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