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martes, 3 de septiembre de 2013

Gregorio Magno Papa, Santo

Papa y doctor de la Iglesia, 3 de septiembre
 
Gregorio Magno, Santo
Gregorio Magno, Santo

Papa y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Gregorio I Magno, papa y doctor de la Iglesia, que siendo monje ejerció ya de legado pontificio en Constantinopla y después, en tal día, fue elegido Romano Pontífice. Arregló problemas temporales y, como siervo de los siervos, atendió a los cuidados espirituales, mostrándose como verdadero pastor en el gobierno de la Iglesia, ayudando sobre manera a los necesitados, fomentando la vida monástica y propagando y reafirmando la fe por doquier, para lo cual escribió muchas y célebres obras sobre temas morales y pastorales. Murió el doce de marzo (604).

Etimológicamente: Gregorio = Vigilante o aquel que está siempre preparado, es de origen griego.

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.
GREGORIO MAGNO, DE LA FAMILIA DE LOS ANICIOS

Familia profundamente cristiana de la que ha llegdo a los altares; sus padres y sus dos tías, Társila y Emiliana. En este ambiente de religiosidad se desarrolló su espíritu mientras Roma llegaba a lo más bajo de la curva de su caída. Cuando el poder imperial fue restablecido en Roma, en manos ya de Constantinopla, Gregorio comienza su formación cultural. No sobresale en la literatura, pero sí en los estudios jurídicos, donde encuentra una magnífica preparación para sus futuras actividades. Terminada su carrera de Derecho, acepta del emperador Justino II el cargo de prefecto de Roma, con todas las funciones administrativas y judiciales.

GREGORIO MONJE

Per su corazón aspiraba a cosas más altas, y tras una desgarradora lucha interior, que manifiesta en una carta a su amigo San Leandro de Sevilla, Roma ve un día cómo su prefecto cambia sus ricas vestiduras por los austeros hábitos de los campesinos que San Benito había adoptado para sus monjes. Su mismo palacio del monte Celio fue transformado en monasterio. Gregorio es feliz en la paz del claustro, aunque pronto será arrancado de ella por el mismo Sumo Pontífice, que le envía como Nuncio a Constantinopla. De aquí en adelante añorará siempre aquellos cuatro años de vida monacal.

EL MONJE GREGORIO, PAPA

En 586, llega a Roma cuando las aguas del Tíber se desbordan y siembran la desolación. Personas ahogadas, palacios destruidos, hambre y la peste. Una de las víctimas de la peste es el Papa Pelagio II. Y Gregorio es elegido Papa para suderer a Pelagio, quedando apartado de la soledad que buscaba en el monasterio. Ya no vivirá más la paz de la vida monacal, pero la espiritualidad de aquellos hombres entregados a la oración le marcará para siempre. En su fecundo Pontificado, destaca su celo por la liturgia, la organización definitiva del canto litúrgico, que se conoce
Gregorio Magno, Santo
Gregorio Magno, Santo
aún con el nombre de "canto gregoriano". Era el “Psalite sapienter” del salmo y de San Benito, cuyo estilo y estética litúrgicos, ha heredado también Benedicto XVI, a más del nombre del Fundador de los Monjes de Occidente y Patrono de Europa: San Benito.

Gregorio es el pastor auténtico, que quiere lo mejor para sus ovejas que viven en la unidad del mismo Amor. No ahorrará para ello trabajos ni sacrificios. Su voz se levanta potente y su pluma escribe sin descanso; el que no había sobresalido en sus estudios literarios nos ha legado un tesoro inagotable en sus escritos, de estilo sencillo y cordial. Y no se contenta con las ovejas que ya están en el verdadero redil; su corazón se lanza a la conquista de Inglaterra, ganándola para el catolicismo. Para todos es el padre amante, cuyas preocupaciones son las de sus hijos. Su honor es el de la Iglesia universal y su grandeza el ser y llamarse "Siervo de los siervos de Dios", título que pasarán a utilizar desde entonces todos los Papas.

VIRTUDES DEL PASTOR

"Importa que el pastor sea puro en sus pensamientos, intachable en sus obras, discreto en el silencio, provechoso en las palabras, compasivo con todos, más que todos levantado en la contemplación, compañero de los buenos por la humildad y firme en velar por la justicia contra los vicios de los delincuentes. Que la ocupación de las cosas exteriores no le disminuya el cuidado de las interiores y el cuidado de las interiores no le impida el proveer a las exteriores", escribe San Gregorio Magno en su "Regla Pastoral", y éste fue el programa de su actuación. Genio práctico en la acción, fue ante todo el buen pastor cuya solicitud se extiende a toda su grey. No es tan sólo Roma la que merece sus cuidados, sino todas las Iglesias España, Galia, Inglaterra, Armenia, el Oriente, toda Italia, especialmente las diez provincias dependientes de la metrópoli romana. Fue incansable restaurador de la disciplina católica. En su tiempo se convirtió Inglaterra y los visigodos abjuraron el arrianismo.

EL CULTO Y LA CARIDAD

Renovó el culto y la liturgia y reorganizó la caridad en la Iglesia. Sus obras teológicas y la autoridad de las mismas fueron indiscutidas hasta la llegada del protestantismo. Dio al pontificado un gran prestigio. Su voz era buscada y escuchada en toda la cristiandad. Su obra fue curar, socorrer, ayudar, enseñar, cicatrizar las llagas
Gregorio Magno, Santo
Gregorio Magno, Santo
sangrantes de una sociedad en ruinas. No tuvo que luchar con desviaciones dogmáticas, sino con la desesperación de los pueblos vencidos y la soberbia de los vencedores.

La obra realizada por San Gregorio Magno fue inmensa; aune con su gran humildad, había procurado por todos los medios no aceptar el mando supremo de la Iglesia. Pero una vez elegido Papa por el clero, el senado y el pueblo fiel, y bien vista su elección por el emperador, se entregó a aquella tarea para la que toda su vida anterior había sido una providencial preparación.

JUAN PABLO I SE PROPUSO IMITARLE

Al tomar posesión de la Catedral de San Juan de Letrán, pronunció estas palabras Juan Pablo I: “En Roma, estudiaré en la escuela de San Gregorio Magno, que dice: «Esté cercano el pastor a cada uno de sus súbditos con la compasión. Y olvidando su grado, considérese igual a los súbditos buenos, pero no tenga temor en ejercer, contra los malos, el derecho de su autoridad. Recuerde que mientras todos los súbditos dan gracias a Dios por cuanto el pastor ha hecho de bueno, no se atreven a censurar lo que ha hecho mal; cuando reprime los vicios, no deje de reconocerse, humildemente, igual que los hermanos a quienes ha corregido y siéntase ante Dios tanto más deudor cuanto más impunes resulten sus acciones ante los hombres » (Reg. past. parte II, 5 y 6). Murió el 12 de marzo de 604.
 

Gregorio Magno

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San Gregorio Magno
Papa de la Iglesia católica
590 - 12 de marzo de 604
Alassio067.jpg
Doctor de la Iglesia
PredecesorPelagio II
SucesorSabiniano
Información personal
Nombre secularSan Gregorio Magno
Nacimientoca. 540
Roma
Fallecimiento12 de marzo de 604
Roma
Santidad
Festividad12 de marzo Vetus Ordo
3 de septiembre Novus Ordo
San Gregorio Magno (ca. 540 en Roma12 de marzo de 604), Gregorio I o también San Gregorio fue el sexagésimo cuarto papa de la Iglesia católica. Es uno de los cuatro Padres de la Iglesia latina junto con san Jerónimo de Estridón, san Agustín de Hipona y san Ambrosio de Milán. Fue proclamado Doctor de la Iglesia el 20 de septiembre de 1295 por Bonifacio VIII. También fue el primer monje en alcanzar la dignidad pontificia, y probablemente la figura definitoria de la posición medieval del papado como poder separado del Imperio romano. Hombre profundamente místico, la Iglesia romana adquirió gracias a él un gran prestigio en todo Occidente, y después de él los papas quisieron en general titularse como él hiciera: «siervo de los siervos de Dios» (servus servorum Dei).

 

Biografía

Gregorio nació en Roma en el año 540, en el seno de una rica familia patricia romana, la gens Anicia, que se había convertido al cristianismo hacía mucho tiempo: su bisabuelo era el papa Félix III (†492),[1] su abuelo el papa Félix IV (†530)[2] y dos de sus tías paternas eran monjas. Gregorio estaba destinado a una carrera secular, y recibió una sólida formación intelectual.[1]
De joven, se dedicó a la política, y en 573 alcanzó el puesto de prefecto de Roma (præfectus urbis), la dignidad civil más grande a la que podía aspirarse. Pero, inquieto sobre cómo compatibilizar las dificultades de la vida pública con su vocación religiosa, renunció pronto a este cargo y se hizo monje.[1] [2]
Tras la muerte de su padre,[1] en 575[3] transformó su residencia familiar en el Monte Celio en un monasterio bajo la advocación de san Andrés[1] [2] (en el lugar se alza hoy la iglesia de San Gregorio Magno).[3] Trabajó con constancia por propagar la regla benedictina y llegó a fundar seis monasterios aprovechando para ello las posesiones de su familia tanto en Roma como en Sicilia.[4]
En el año 579 el papa Pelagio II lo ordenó diácono y lo envió como apocrisiario (una suerte de embajador) a Constantinopla, donde permaneció unos seis años[1] y estableció muy buenas relaciones con la familia del emperador Mauricio y con miembros de las familias senatoriales italianas que se habían establecido en la capital oriental.[5] En Constantinopla conoció a Leandro de Sevilla, el hermano del también doctor de la Iglesia Isidoro de Sevilla. Con Leandro mantuvo una constante correspondencia epistolar que se ha conservado. Durante esta estancia disputó con el patriarca Eutiquio de Constantinopla acerca de la corporeidad de la resurrección.[6]
Gregorio regresó a Roma en 585 o 586 y se retiró nuevamente al monasterio.[1] Luego solicitó permiso de ir a evangelizar en la isla de los anglosajones. Pero al saber el pueblo de Roma de sus intenciones, se pidió al Papa que no lo dejara ir. Ocupó desde entonces el cargo de secretario de Pelagio II hasta la muerte de éste de peste en febrero de 590,[7] tras lo cual fue elegido por el clero y el pueblo para sucederle como pontífice.[6]
Así, Gregorio se convirtió en el primer monje de la orden de San Benito en alcanzar el papado al cual, por su ejemplo de vida y su fortaleza espiritual, daría celebridad en todo Occidente.

Pontificado (590–604)

 
Goya, San Gregorio Magno.
Al acceder al papado en el año 590, Gregorio se vio obligado a enfrentar las arduas responsabilidades que pesaban sobre todo obispo del siglo VI pues, no pudiendo contar con la ayuda bizantina efectiva, los ingresos económicos que reportaban las posesiones de la Iglesia hicieron que el papa fuera la única autoridad de la cual los ciudadanos de Roma podían esperar algo. No está claro si en esta época existía aún el Senado romano, pero en todo caso no intervino en el gobierno, y la correspondencia de Gregorio nunca menciona a las grandes familias senatoriales, emigradas a Constantinopla, desaparecidas o venidas a menos.[1]
Solo él poseía los recursos necesarios para asegurar la provisión de alimentos de la ciudad y distribuir limosnas para socorrer a los pobres. Para esto empleó los vastos dominios administrados por la Iglesia, y también escribió al pretor de Sicilia solicitándole el envío de grano y de bienes eclesiásticos.[1]
Intentó infructuosamente que las autoridades imperiales de Rávena repararan los acueductos de Roma,[1] destruidos por el rey ostrogodo Vitiges en el año 537.[8]
En el año 592, la ciudad fue atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se esperó la ayuda imperial; ni siquiera los soldados griegos de la guarnición recibieron su paga. Fue Gregorio quien debió negociar con los lombardos, logrando que levantaran el asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras de oro (probablemente entregadas por la Iglesia de Roma). Así, negoció una tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia romana (la parte del ducado romano situada al norte del Tíber) y la Tuscia propiamente dicha (la futura Toscana), que a partir de entonces sería lombarda. Este acuerdo fue ratificado en 593 por el exarca de Rávena, representante del Imperio bizantino en Italia.[1]
En una oportunidad, Gregorio fijó su atención en un grupo de cautivos que estaba en el mercado público de Roma para ser vendidos como esclavos. Los cautivos eran altos, bellos de rostro y todos rubios, lo que resultó más llamativo para Gregorio. Movido por la piedad y la curiosidad preguntó de dónde provenían. «Son anglos», respondió alguien. «Non angli sed angeli» («No son anglos sino ángeles»), señaló Gregorio, frase cuya una interpretación no literal podría ser: «no son esclavos, son almas».
Este episodio motivó a Gregorio a enviar misioneros al norte, trabajo que estuvo a cargo del obispo Agustín de Canterbury. Cuando Agustín llegó a Inglaterra escribió una carta a Gregorio, preguntándole qué debía hacer con los santuarios paganos en donde se practicaban sacrificios humanos. La respuesta de Gregorio (preservada en el libro de Beda) fue: «No destruyan los santuarios, límpienlos», en referencia a que los santuarios paganos debían ser re-dedicados a Dios.
Gregorio trabó alianzas con las órdenes monásticas y con los reyes de los francos en la confrontación con los ducados lombardos, adoptando la posición de un poder temporal separado del Imperio.[9]
También organizó las tareas administrativas y litúrgicas eclesiásticas.[10]
Gregorio falleció el 12 de marzo del año 604. Fue declarado Doctor de la Iglesia por Bonifacio VIII el 20 de septiembre de 1295, aunque el título ya aparecía hacia 800. Es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia occidental, junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.[11]

Obras

Gregorio es autor de una Regula pastoralis, manual de moral y de predicación destinado a los obispos. Recopiló y contribuyó a la evolución del canto gregoriano, llamado en su honor el Antifonario de los cantos gregorianos. En el año 600 d. C. ordenó que se recopilaran los escritos de los cánticos o himnos cristianos primitivos (conocidos también como Antífonas, Salmos o Himnos); dichas liturgias de alabanza a Dios eran celebradas en las antiguas catacumbas de Roma ya en el año 52 d. C., iniciadas por Simón Pedro al margen del gobierno romano que, por supuesto, celebraba sólo fiestas paganas.
Estas antífonas fueron perdidas debido al cisma o diáspora de los ciudadanos romanos por las constantes guerras romano-bárbaras al tratar de catequizarlas (Edicto de Tesalónica). También contribuyeron los cambios de estructura de los cantos por personas que decidieron crear sus obras propias y gustos a la desaparición de estos documentos.
El antifonario de los cantos gregorianos permaneció atado al altar de San Pedro, pero estos desaparecieron. El papa Pío X encomendó a los monjes benedictinos de la abadía de Solesmes la reproducción fiel de estas melodías cristianas tras una búsqueda infructuosa de estas obras por parte de Francia en el siglo XIX.
La nueva recopilación de estas melodías fue llamada Edición Vaticana del Canto Gregoriano, haciéndose esta edición oficial el 22 de noviembre de 1903, cuando el canto gregoriano quedó plenamente reconocido por la iglesia como el canto oficial de la Iglesia católica.
Entre sus obras conocidas encontramos el libro De Vita et Miraculis Patrum Italicorum et de aeternitate animarum conocido comúnmente con el nombre abreviado de Libro de Los Diálogos, que narra la vida y milagros de diversos santos italianos del siglo IV, destacando en su segundo capítulo a San Benito de Nursia.[12]
Gregorio desarrolló la doctrina del purgatorio en 593, a poco tiempo de asumir la cátedra de San Pedro. Hasta el siglo VII reinaba la creencia de que los difuntos estaban reducidos a una situación de sombras (refrigerium) y permanecían en un lugar de tránsito a la espera del juicio final y definitivo. Solo los mártires quedaban exentos de ese lugar de sombras al acceder directamente a la visión beatífica. En sus Diálogos, Gregorio presentó otra concepción: que después de la muerte, el difunto enfrentaría un primer juicio particular, no general, a partir de cual podría resultar temporalmente relegado al purgatorio para expiar sus faltas, es decir, como forma de purificación.[13] [Nota 1]
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio (final), existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro.
Gregorio Magno, Diálogos 4, 39
Se conservan 866 cartas de Gregorio en su Regestum o Archivo de correspondencia, el 63% de las cuales son rescriptos (respuestas a solucitudes de normativa en asuntos eclesiásticos o administrativos). Se estima que durante su pontificado se enviaron desde Roma unas veinte mil cartas; el mismo Gregorio seleccionaba cuáles de ellas debían ser copiadas en el Regestum.[14]

Véase también

Notas

  1. La Iglesia católica formularía la doctrina referida al purgatorio en los concilios de Florencia y de Trento.

Referencias

  1. a b c d e f g h i j k Dutour, Thierry (2003): La ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa urbana. – Paidós, Buenos Aires, 2005, pp. 42 y 45–47. ISBN 950-12-5043-1
  2. a b c Brown, Peter (1996): El primer milenio de la cristiandad occidental. – Crítica, Barcelona, 1997, pp. 124-125. ISBN 84-7423-828-5
  3. a b Roma (Colección Guías Visuales). 192 páginas. Madrid: El País-Aguilar. 2011. ISBN 978-84-03-50995-5. 
  4. MASOLIVER, Alejandro María (1994). Historia del monacato cristiano. Encuentro. ISBN 978-84-7490-327-0. http://books.google.es/books?id=S42zpNrK6oUC. 
  5. Cameron, Averil (1993): El mundo mediterráneo en la Antigüedad tardía, 395-600. – Crítica, Barcelona, 1998, p. 135. ISBN 84-7423-760-2
  6. a b Leonardi, C. (2000). «Gregorio I Magno». En Leonardi, C.; Riccardi, A.; Zarri, G.. Diccionario de los santos. I. Madrid: San Pablo. pp. 958-963. ISBN 978-84-285-2258-8. http://books.google.com.ar/books?id=7WRxrxphxYwC&pg=PA884&lpg=PA884&dq=%22Diccionario+de+los+Santos%22+%22Gregorio+I+Magno%22&source=bl&ots=n1ZBC0BDTC&sig=uAinEq70z2yIRIvHZEhiRuwsqlM&hl=es-419#v=onepage&q=%22Diccionario%20de%20los%20Santos%22%20%22Gregorio%20I%20Magno%22&f=false. 
  7. Cf. Pablo Diácono, Historia Langobardorum 3, 20. (texto en latín y en inglés)
  8. Dutour, Thierry (2003), pp. 43-44.
  9. Orlandis, José (1999). Historia de la Iglesia. La Iglesia Antigua y Medieval. Ediciones Palabra. ISBN 9788482392561. http://books.google.es/books?id=q0NbUEQCZCgC. 
  10. Carmen Castillo, San Gregorio I Magno, Gran Enciclopedia Rialp
  11. Danielou, Jean; Marrou, Henri-Irenée (1982). Nueva historia de la Iglesia. Desde los orígenes a san Gregorio Magno. Ediciones Cristiandad. ISBN 9788470570384. http://books.google.es/books?id=j1pn_4kuliYC. 
  12. San Gregorio Magno (1989). Zaragoza Pascual, Ernesto. ed. San Benito de Nursia. Lumen. ISBN 950550019X. 
  13. Henne, Philippe (2011). Gregorio Magno. Madrid: Ediciones Palabra. p. 119. ISBN 978-84-9840-510-1. http://books.google.com.ar/books?id=ddkPTU67QZ8C&pg=PA120&dq=Purgatorio+Gregorio+magno&hl=es&cd=2#v=onepage&q=Purgatorio%20Gregorio%20magno&f=false. 
  14. Brown, Peter (1996), p. 130.

Enlaces externos



Predecesor:
Pelagio II
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Papa
590 – 604
Sucesor:
Sabiniano
 
 
 
Fiesta: 3 de septiembre
"La prueba del amor está en las obras. Donde el amor existe se obran grandes cosas y cuando deja de obrar deja de existir". - San Gregorio Magno
 

San Gregorio Magno es el cuarto y último de los originales Doctores de la Iglesia Latina. Defendió la supremacía del Papa y trabajó por la reforma del clero y la vida monástica.
Combatió la herejía nestoriana. Hizo contribuciones claves a la cristología.
Nació en Roma alrededor del año 540, hijo de Gordianus, un senador afluente que llegó a renunciar al mundo y ser uno de los siete diáconos de Roma.
Después de que Gregorio adquiriese una buena educación, el Emperador Justino lo nombró, en 574, magistrado principal de Roma. Tenía solo 34 años.
Después de la muerte de su padre edificó siete monasterios, el último de los cuales fue en su propia casa en Roma, que se llamó Monasterio Benedictino de San Andrés. El mismo tomó al hábito monástico en el 575, a la edad de 35 años. Fue ordenado diácono y nombrado legado pontificio en Constantinopla.
Después de la muerte de Pelagio, San Gregorio fue escogido unánimemente Papa por los sacerdotes y el pueblo, el día 3 de septiembre del año 590. Ejerció su cargo como verdadero pastor, en su modo de gobernar, en su ayuda a los pobres, en la propagación y consolidación de la fe. Mantenía contacto con todas las iglesias y a pesar de sus sufrimientos y labores, compuso grandes obras. Entre ellas hay magnificas contribuciones a la Liturgia de la Misa y el Oficio.
Tiene escritas muchas obras sobre teología moral y dogmática.  
Su extraordinario trabajo le valió el nombre de "El Grande".  Su celo era extender la fe por todo el mundo.
Murió el 12 de Marzo del 604.
Es patrón de maestros. 

 
San Gregorio I Magno, papa y doctor de la Iglesia
fecha: 3 de septiembre
n.: c. 540 - †: 604 - país: Italia
otras formas del nombre: Gregorio Magno
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Memoria de san Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia, que siendo monje ejerció ya de legado pontificio en Constantinopla, y después, en tal día, fue elegido Romano Pontífice. Resolvió problemas temporales y, como siervo de los siervos, atendió a los valores espirituales, mostrándose como verdadero pastor en el gobierno de la Iglesia, ayudando sobre manera a los necesitados, fomentando la vida monástica y propagando y reafirmando la fe por doquier, para lo cual escribió muchas y célebres obras sobre temas morales y pastorales. Murió el doce de marzo.
patronazgo: patrono del sistema educativo de la Iglesia, de los mineros, de los coros y el canto coral, los estudiosos, profesores, alumnos, estudiantes, cantantes, músicos, albañiles, fabricantes de botones; protector contra la gota y la peste.
oración:
Oh Dios, que cuidas a tu pueblo con misericordia y lo gobiernas con amor, concede el don de sabiduría, por intercesión del papa san Gregorio Magno, a quienes confiaste la misión del gobierno de tu Iglesia, para que el progreso de los fieles sea el gozo eterno de sus pastores. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

El papa Gregorio I, con más justicia llamado «Magno» (es decir, «el Grande»), el primer papa que fue monje, ascendió a la sede apostólica cuando Italia se hallaba en una condición deplorable, como consecuencia de las luchas entre los ostrogodos y el emperador Justiniano, que terminaron con la derrota y muerte de Totila, en el año 562. Roma era la que más había sufrido: en siglo y medio fue saqueada cuatro veces y conquistada otras tantas en veinte años, sin que nadie se hubiera ocupado en restaurar los daños ocasionados por el pillaje, el fuego y los terremotos. San Gregorio escribió sobre esta situación, hacia el año 593: «Nosotros vemos lo que ha llegado a ser aquélla que antes fue señora del mundo. Abatida por las inmensas y múltiples desgracias que ha sufrido... ruinas sobre ruinas por doquier... ¿Dónde está el Senado?... ¿Dónde está el pueblo?... Nosotros, los pocos que hemos quedado, estamos amenazados cada día por la espada e incontables pruebas... Roma desierta está en llamas...»
La familia que ya había dado a la Iglesia dos papas, Agapito I y Félix III, tatarabuelo de Gregorio, era una de las pocas familias patricias que aún quedaban en Roma. Poco se sabe de Gordiano, el padre de Gregorio, aparte de que poseía extensas propiedades en Sicilia, así como una casa en la colina Coeli; a su esposa Silvia se le reconoce como santa en el Martirologio Romano. Gregorio parece haber recibido la mejor educación de ese tiempo, y haber escogido la carrera de funcionario. En el año 568, una nueva calamidad cayó sobre Italia: la primera invasión lombarda. Tres años después, las hordas bárbaras se acercaron a Roma y cundió la alarma. Gregorio, a los treinta años de edad y con mucha de la prudencia y energía que le caracterizaron, ejerció el cargo civil más encumbrado: el de prefecto de la ciudad, un puesto en el que se ganó el respeto y estimación de los romanos, desarrollando su aprecio por el orden en la administración de los negocios. Aunque Gregorio cumplía fiel y honrosamente sus funciones, desde hacía tiempo se sentía llamado a una vocación superior, hasta que por fin resolvió apartarse del mundo y consagrarse al servicio de Dios. Era uno de los hombres más ricos en Roma, pero lo dejó todo para recluirse en su casa del distrito de Clivius Scauri, convirtiéndola en monasterio bajo el patrocinio de San Andrés y poniéndola al cargo de un monje llamado Valentius, a quien Gregorio calificó en sus escritos como «el superior de mi monasterio y de mí mismo». Los pocos años que el santo pasó en su retiro fueron los más felices de su vida, aunque el exceso de sus ayunos le acarreó complicaciones gástricas, que originaron la dolencia que lo atormentó por el resto de su vida.
No era posible que un hombre con el prestigio y el talento de san Gregorio permaneciera en la oscuridad en aquellos tiempos agitados, y no tardaron en ordenarle séptimo diácono de la Iglesia Romana para enviarle como "apocrisiarius" papal o embajador ante la corte bizantina. El contraste entre la magnificencia de Constantinopla y la condición miserable de Roma no podía dejar de impresionar al santo; pero encontró la etiqueta de la corte fatigosa y las intrigas repugnantes. Tuvo la gran desventaja de no saber griego y cada vez más se entregó a una vida de retiro junto con varios monjes de San Andrés que la acompañaban. En Constantinopla conoció a san Leandro, obispo de Sevilla, con quien trabó una amistad de por vida y a cuya petición comenzó un comentario sobre el Libro de Job, que más tarde terminó en Roma y que generalmente se conoce como su «Moralia». La mayoría de las fechas en la vida de San Gregorio son inciertas, pero probablemente fue a principios del año 586 cuando le llamó a Roma Pelagio II. Se reinstaló inmediatamente en su puesto de diácono en su monasterio de San Andrés, del cual pronto se convirtió en abad; parece ser que este período es al que se refiere la famosa historia que cuenta el Venerable Beda, basado en una vieja tradición inglesa:
San Gregorio caminaba un día por el mercado, cuando advirtió a tres niños de pelo rubio y tez blanca que se exhibían para ser vendidos como esclavos. El santo se interesó por su nacionalidad. «Son anglos (o angli)» fue la respuesta. «Su nombre es apropiado -dijo el santo- porque tienen rostros de ángel y se necesita ser así para gozar de la compañía de los ángeles en el cielo». Cuando supo que eran paganos, preguntó de qué provincia venían. «Deira», le respondieron - «¡De ira!» exclamó san Gregorio; «Sí; ciertamente han sido salvados de la ira de Dios y llamados a la misericordia de Cristo. ¿Cómo se llama el rey de ese país?», «Aella», le dijeron; «Entonces el aleluya debe cantarse en la tierra de Aella». Quedó tan fuertemente impresionado por la belleza de las criaturas y tan conmovido por su ignorancia de Cristo, que resolvió predicar el Evangelio en Bretaña y partió en seguida con varios de sus monjes. Sin embargo, cuando el pueblo romano supo de su partida, elevó tales protestas, que el papa Pelagio mandó enviados para hacerlo regresar.
Todo el episodio ha sido declarado apócrifio por los historiadores modernos, pues no se ha comprobado su evidencia. Señalan que Gregorio nunca mencionó el incidente y, además, que aun en sus escritos más triviales no se muestra afecto a juegos de palabras. Sin embargo, la primera parte de la historia (la escena en el mercado) puede ser cierta; la gente a veces hace juego de palabras en conversaciones familiares, absteniéndose de esta práctica cuando escribe y, parece lógica la admiración de san Gregorio por la tez blanca y el pelo rubio de los niños ingleses. En lo que sí no puede haber discusión es en que Gregorio se interesó profundamente por la misión de san Agustín en Inglaterra.
Las Misas Gregorianas para difuntos tienen su origen en este período. Justus, uno de los monjes que estaba enfermo, confesó haber guardado tres coronas de oro y el abad prohibió severamente a los hermanos tener contacto con él y visitarlo en su lecho de muerte. Cuando murió, fue excluido del cementerio de los monjes y enterrado en un muladar junto con las piezas de oro. Sin embargo, como murió arrepentido, el abad ordenó que se ofrecieran misas durante treinta días para el reposo de su alma y se tiene el propio testimonio de san Gregorio de que, al término de ese período, el alma del difunto se le apareció a Copiosus, su hermano natural, asegurándole que había estado atormentado, pero que ahora se encontraba libre.
Entre tanto, en Roma se sucedían las calamidades: a las frecuentes inundaciones causadas por el desbordamiento del Tíber, siguió una terrible epidemia de peste que diezmó a la población y, en el año 590, arrebató la vida al papa Pelagio. El pueblo escogió a Gregorio como nuevo Pontífice y el santo, como primera medida para acabar con la peste, organizó una grandiosa procesión litúrgica por las calles de Roma. De siete iglesias de la ciudad salieron las gentes para reunirse en Santa María Mayor. San Gregorio de Tours, basado en los informes de un testigo, describió así la procesión: «Había sido organizada para que durara el día miércoles, pero se prolongó durante tres días sucesivos: las columnas caminaban por las calles, cantando el Kyrie eleison, en tanto que la peste seguía en su apogeo; mientras caminaba la gente había unos que caían muertos. Gregorio les infundía valor, hablándoles sin cesar para pedirles que no dejaran de orar». La fe de la población se vio recompensada, porque después de aquel acto, la plaga disminuyó rápidamente, hasta desaparecer. Así nos lo informan los escritores contemporáneos, pero ningún historiador menciona la aparición del arcángel Miguel blandiendo su espada en la cima del mausoleo de Adrián, mientras pasaba la procesión, como lo afirma la leyenda. Sin embargo, esta fábula fue tomando fuerza creciente y el pueblo llegó a aceptar el hecho como real, hasta el punto de que para conmemorarlo, erigieron sobre el mausoleo de Adrián, la estatua del Arcángel que, hasta nuestros días remata la torre del castillo de Sant´Angelo, nombrado así en honor de San Miguel, desde el siglo X.
Aunque Gregorio desde entonces se dedicó a asistir a sus conciudadanos, sus inclinaciones seguían la dirección de una vida de contemplación y no tenía ninguna intención de ser papa, si lo podía evitar: le escribió al emperador Mauricio pidiéndole que no confirmara la elección; pero según nos cuenta Gregorio de Tours: «Mientras estaba preparándose para huir y esconderse, fue detenido y llevado a la Basílica de San Pedro y allí se le consagró para el cargo pontificio; fue presentado como papa al público que lo aclamaba». Lo anterior tuvo lugar el 3 de septiembre de 590.
La correspondencia cruzada con Juan, arzobispo de Ravena, quien modestamente lo censuró por tratar de evadir el cargo, originó que Gregorio escribiera la Regula Pastorelis, un libro sobre las funciones episcopales. En él reconoce al obispo como el primero y principal doctor de almas, cuyas obligaciones primordiales son las de catequizar y hacer cumplir la disciplina. La obra obtuvo éxito inmediato y el emperador Mauricio mandó que fuera traducida al griego por Anastasio, patriarca de Antioquía. Más tarde, San Agustín la llevó a Inglaterra, donde 300 años después fue traducida por el rey Alfredo; en los concilios convocados por Carlomagno, el estudio del libro se hizo obligatorio para todos los obispos, quienes recibían un ejemplar al ser consagrados. Los ideales de Gregorio fueron en adelante los del clero de occidente y han seguido inculcándose a los obispos en los tiempos modernos.

Desde el momento en que asumió el cargo de papa, se impuso el doble deber de catequizar y cumplir con la disciplina. Rápidamente destituyó al archidiácono Laurencio, el eclesiástico más importante de Roma, «cuyo orgullo y mal comportamiento sería mejor mantener en silencio», como dice la antigua crónica. En su lugar, designó un «vice dominus» para vigilar los asuntos seculares de la casa papal, ordenó que sólo se designaran clérigos para el servicio del papa, prohibió el cobro injusto de primas por entierros en iglesias, por ordenaciones o por conferir el palio y no permitió a los diáconos dirigir la parte cantada de la misa, a menos que fueran escogidos por sus voces más que por su carácter. También como predicador se destacó san Gregorio. Gustaba de predicar durante la misa, escogiendo de preferencia temas del Evangelio del día y, hasta nosotros han llegado algunas de sus homilías, llenas de elocuencia y sentido común, terminadas con una enseñanza moral que podía adaptarse a cada caso.
En las instrucciones a su vicario en Sicilia y a los supervisores de su patrimonio, Gregorio insistía constantemente en un trato más liberal hacia sus vasallos y campesinos; aconsejaba que se les facilitara dinero a los que estuvieran en dificultades. Por cierto que fue un excelente administrador de la Sede Pontificia: todos los súbditos estaban contentos con lo que les tocaba en la distribución de bienes y aún entraba dinero a la tesorería. Después de su muerte, lo culparon de haber dejado las arcas vacías a sus sucesores, pero sus generosas caridades -que llegaron a tomar la forma de una asistencia estatal- salvaron tal vez del hambre a miles en aquel período de tanta pobreza. Utilizó fuertes sumas para rescatar prisioneros de los lombardos; alabó la actitud del obispo de Fano que arrancó las láminas de oro de los altares para venderlas y obtener dinero para los rescates y recomendó a los demás prelados que hicieran lo mismo. Ante la amenaza de escasez de trigo, llenó los graneros de Roma y llevó una lista regular de los pobres a quienes se les entregaba periódicamente el grano. A las «damas en decadencia» les dispensaba una consideración especial. Su sentido de justicia se mostró en su trato suave hacia los judíos, a quienes protegía de los ataques personales o contra sus sinagogas. Declaró que no debía obligárseles, sino ganárselos por la humildad y la caridad. Cuando los hebreos de Caguán, en Cerdeña, se quejaron de que su sinagoga había sido ocupada por un judío converso que la transformó en iglesia, san Gregorio ordenó que fuera restituida a sus legítimos propietarios.
Desde el comienzo de su pontificado, el santo tuvo que enfrentarse a las agresiones de los lombardos, quienes desde Pavía, Spoleto y Benevento hicieron incursiones a diversas partes de Italia. No podía obtenerse ayuda alguna de Constantinopla o del exarca de Ravena y recayó sobre Gregorio, el hombre fuerte, no solamente organizar la defensa de Roma, sino prestar ayuda a otras ciudades. Cuando en 593 Agilulfo apareció ante los muros de Roma con un ejército lombardo, provocando el pánico general, no salió a entrevistar al rey lombardo únicamente el prefecto civil o el jefe militar, sino también el Vicario de Cristo. Tanto por su personalidad y prestigio, como por la promesa que hizo de pagar un tributo anual, Gregorio indujo al rey lombardo a retirar su ejército y dejar en paz a la ciudad. Durante nueve años luchó en vano para llegar a un arreglo entre el emperador bizantino y los lombardos; Gregorio procedió entonces por su cuenta a negociar un tratado con el rey Agilulfo, y obtuvo un armisticio especial para Roma y sus distritos circundantes. Pero solamente los últimos días en la vida de san Gregorio fueron alegrados por las noticias del restablecimiento de la paz. Sin duda que fue un alivio para el santo poder apartar su pensamiento del ajetreado mundo para concentrarlo en sus escritos. Hacia fines de 593, publicó sus célebres «Diálogos», uno de los libros más leídos en la Edad Media. Es una colección de relatos, profecías y milagros, extraídos de la tradición y expuestos en tal forma, que muestran los esfuerzos de los fieles italianos por alcanzar la santidad. Las historias eran las que transmitían de boca en boca las gentes que, en muchos casos, fueron testigos de los hechos ocurridos. Los métodos de san Gregorio no son críticos y el lector actual frecuentemente se siente desilusionado por lo que respecta a credibilidad de los informes. Los escritores modernos se han preguntado si los Diálogos podrían ser obra de una persona tan equilibrada como san Gregorio, pero la evidencia en favor del autor parece concluyente; además debemos recordar que era aquella una época de credulidad y que cualquier cosa extraordinaria era inmediatamente elevada al nivel sobrenatural.
De toda su labor religiosa en occidente, la que estaba más cercana a su corazón era la conversión de Inglaterra y el éxito que coronó sus esfuerzos, encaminados hacia esta dirección fue para él, como necesariamente lo es para los ingleses, el mayor triunfo de su vida. Cualquiera que sea la verdad de los anglos y su historia, parece más probable que el primer intento de enviar una misión provino de Inglaterra misma. Esto se infiere en las dos cartas de san Gregorio que aún se conservan. Al escribir a los reyes franceses Thierry y Teodeberto, dice: «Tenemos noticias de que la nación de los anglos desea ardientemente ser convertida a la fe; pero los obispos de las comarcas vecinas no hacen caso (a su deseo piadoso) y se niegan a secundarlo enviando sacerdotes». A Brunilda le escribió casi en los mismos términos. Los obispos aludidos eran probablemente los del norte de Francia y no los ingleses galeses o escoceses. Respecto a este problema, la primera medida del papa fue la de ordenar la compra de varios esclavos ingleses, sobre todo, jóvenes de 17 o 18 años, con objeto de educarlos cristianamente para el servicio de Dios. Aún así, no eran ellos a quienes quería encomendar en principio la labor de conversión. De su propio monasterio de San Andrés, seleccionó un grupo de cuarenta misioneros, a quienes puso a las órdenes de Agustín. No es necesario volver a referirnos a la historia de esta misión, pues se tratará de ella el 26 de mayo. Podemos decir, junto con el Venerable Beda: «Si Gregorio no es apóstol de los demás, lo es para nosotros, puesto que somos su sello de apostolado ante el Señor».
Durante casi todo su pontificado, san Gregorio estuvo en conflicto con Constantinopla, a veces con el emperador, otras con el patriarca y ocasionalmente con ambos. Protestó siempre contra los tributos injustos de los funcionarios bizantinos, cuyas despiadadas extorsiones redujeron a los campesinos italianos a la miseria; protestó también ante el emperador, por un edicto que prohibía a los soldados abrazar la vida religiosa. Con Juan el Abstemio, patriarca de Constantinopla, sostuvo una correspondencia mordaz sobre el título de ecuménico o universal que se había otorgado el jerarca. Sólo significaba una autoridad general o superior de un arzobispo sobre muchos, pero el uso del título «Patriarca Euménico» parecía dar lugar a la arrogancia y Gregorio lo resentía. Por su parte, aunque era uno de los más activos defensores de la dignidad papal, prefería asignarse el orgullosamente humilde título de «Servus Servorum Dei» (Siervo de los siervos de Dios, un título que aún ostentan sus sucesores). En 602, el emperador Mauricio fue depuesto por una revuelta militar capitaneada por Focas, quien asesinó al anciano emperador y a su familia. Haber escrito una carta, en términos diplomáticos a este cruel usurpador, fue el único acto que expuso al papa a críticas hostiles. La carta habla principalmente de la esperanza de que la paz quede asegurada. Por el interés de su pueblo indefenso, a Gregorio no le convenía lanzar acusaciones. En sus trece años de pontificado, Gregorio realizó el trabajo de toda una vida. Su diácono, Pedro, aseguró que nunca descansaba y por cierto que no se cuidaba, aunque sufría de una gastritis crónica que le hacia padecer mucho y le dejó en los huesos; pero el papa no se concedía reposo y, pese a sus males, siguió dictando cartas y atendiendo los asuntos de la Iglesia hasta el fin. Una de sus últimas acciones fue la de enviar una gruesa manta a un obispo pobre que sufría de un catarro. San Gregorio fue enterrado en San Pedro y el epitafio en su tumba dice así: «Después de haber llevado al cabo sus acciones, conforme a sus doctrinas, el gran cónsul de Dios fue a gozar de sus triunfos eternos».
Se le reconoce a san Gregorio la compilación del Antiphonario, la revisión y reestructuración del sistema de música sacra, la fundación de la famosa Schola cantorum de Roma y la composición de varios himnos muy conocidos. Aunque esos derechos le han sido discutidos, ciertamente que tuvo una influencia considerable en la liturgia romana. Pero su verdadera obra se proyecta en otras direcciones. Se le venera como el cuarto Doctor de la Iglesia Latina, por haber dado una clara expresión a ciertas doctrinas religiosas que aún no habían sido bien definidas. Por varios siglos, la última palabra en teología era la suya, aunque más que teólogo era un predicador popular, catequista y moralista. Quizá su mayor labor fue el fortalecimiento de la Sede Romana. Como escribe el anglicano Milman en su «History of Latín Christianity»: «Es imposible concebir cuál sería la confusión, la falta de leyes, el estado caótico de la Edad Media sin el papado de esa época y, de éste, el verdadero padre es Gregorio Magno». No sin razón la Iglesia le asignó el título, raras veces otorgado, de Magnus, »Magno».
Como ya se dijo, el rey Alfredo Magno hizo una traducción de la Regula Pastoralis y dio un ejemplar a cada uno de sus obispos; le agregó un prefacio y un epílogo escritos por él, así como unos versos anglo-sajones de los cuales puede darse una idea con la siguiente traducción en prosa:

Este mensaje lo trajo Agustín a través del salado mar, desde el sur a las islas, tal como el papa de Roma, el Campeón del Señor, lo decretó previamente. El sabio Gregorio era versado en muchas doctrinas verdaderas, mediante la sabiduría de su mente y su tesoro de meditaciones continuas. Porque sobresalió de entre los hombres hasta alcanzar al guardián del cielo (San Pedro); fue el mejor de los romanos, el más sabio de todos, el más gloriosamente famoso. Posteriormente, el rey Alfredo tradujo cada palabra al inglés y me envió a sus amanuenses del sur y del norte, y ordenó traer aun más ejemplares, después del primero, para enviárselos a sus obispos, pues muchos que sabían poco latín lo necesitaban.


Las propias cartas y escritos de San Gregorio son las fuentes de información más fidedignas para la historia de su vida, pero además tenemos una breve biografía en latín de un monje de Whitby, que probablemente data de principios del siglo VIII; otra del diácono Paulo, de fines del mismo siglo y una tercera del diácono Juan, escrita entre el 872 y el 882. Tenemos también noticias valiosas en Gregorio de Tours, Beda y otros historiadores, especialmente en el Líber Pontificalis. Para las cartas de San Gregorio debe consultarse la edición del P. Ewald y L. M. Hartmann en MGH. Una biografía moderna y valiosa, dentro de una pequeña edición es la de Mons. Batiffol en la serie Les Saints. Ver también el Acta Sanctorum, marzo, vol. II; Lives of the Popes, vol. I, de Mann; Life of St. Gregory the Great, de Snow; Histoire de l'Eglise, vol. V, (1938), de Fliche y Martín; y, entre los escritores anglicanos, el cuidadoso trabajo del Dr. J. H. Dudden St. Gregory the Great (1905). La literatura sobre el particular es muy vasta.
Imágenes:
-Registrum gregorii, «San Gregorio Magno ispirato dalla colomba», miniatura del 983, Biblioteca del Estado de Tréveris, 19,8 x 27 cm.
-Carlo Saraceni: «Gregorio», c.1610, Galleria Nazionale d'Arte Antica en Roma (nótese que es la misma escena que en la miniatura anterior vista 6 siglos más tarde).
-Rafael: «Disputa del Sacramento», 1510-11, fresco (ancho de la base 7,7 m), Stanza della Segnatura, Palazzi Pontifici, Vaticano. Uno de los más célebres frescos de Rafael, donde aparecen todos los grandes teólogos de la Iglesia desde sus inicios hasta la propia época del pintor; san Gregorio Magno es el único con tiara a la izquierda (visto desde el espectador) del altar (ver detalle). El fresco puede visitarse virtualmente, al igual que el resto de la «stanza».



fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 
 

¡Felicidades a quienes lleven este nombre!

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