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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Fe

       

 


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Las dos palabras griegas pistis, «fe», y pisteuo, «creer», derivan del verbo peithomai: «creer a, fiarse, confiarse a alguien». Pero estas palabras elegidas por los Setenta corresponden a dos raíces diferentes en hebreo: batah, «confiarse, estar seguro», y ‘amán, «ser sólido, estable», que ha dado el sentido de verdad*, fidelidad: la relación recíproca entre dos personas.

En el Antiguo Testamento

En Israel, la fe no trata sobre la existencia de Dios; ésta no es objeto de una creencia, ya que resulta evidente en la creación y en la historia de Israel: Dios se ha manifestado y ha dado muchos signos de su acción. La fe bíblica versa sobre estas acciones de Dios, sobre su voluntad, sobre su poder.
Antes de pedirle a Israel que se comprometa en la alianza*, Dios le hace tener la experiencia de la salvación y de la confianza. Apelando a Moisés, Dios le promete «estar con él» para liberar a Israel y conducirlo a la tierra prometida (Ex 3). Moisés recibe esta promesa después de mucha resistencia, y él «estará firme» en el peligro ante el mar Rojo; su fe entrañará finalmente la de todo el pueblo, que pasa del temor a la fe (Ex 14,13.31). La alianza consagra este compromiso de Dios en la historia de Israel. A su vez, pide a Israel que obedezca la Palabra* de Dios. Tener confianza en el Señor es creer en él y escucharle. La profesión de fe de Israel es ante todo el reconocimiento de sus acciones benéficas para con su pueblo (Dt 26,5-9).

En el Nuevo Testamento

La fe (pistis) en el Nuevo Testamento trata sobre la cuestión de saber si Jesús de Nazaret tiene en él el poder de Dios, si es su enviado, si dice la verdad. Su mensaje, que anuncia la llegada del Reino* de Dios, apela a la fe: «Convertíos y creed (pisteuo) en el Evangelio» (Mc 1,15). Confirma frecuentemente al enfermo que cura o al pecador que perdona: «Tu fe te ha salvado» (Mc 10,52; Lc 7,50). La fe en Dios y la confianza en Jesús están ligadas, pues él es el enviado de Dios, acreditado por sus milagros, que ha llevado a cabo en nombre de Dios (Hch 3,16). «Enseña con autoridad», dicen las muchedumbres (Mc 1,22).
A los que llama deben elegir creer en él para seguirle. Algunos lo hacen gustosamente: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna»; pero otros rechazan creer (Jn 6,64-69). La muerte de Jesús en la cruz es una prueba terrible para la fe de sus discípulos: «Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel» (Lc 24,21). La Buena Nueva es anunciada para ser creída en el mundo entero: «Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará» (Mc 16,15-16).
San Pablo y el evangelio de Juan valoran muchas veces la fe de los cristianos: es una relación de confianza total en Jesús, una experiencia de su presencia y de su palabra viva. En Juan, la fe está asociada al conocimiento: el que cree en Jesús conoce a Dios; conoce la verdad* revelada por el Hijo. Esta fe conduce a la vida eterna (Jn 20,31). En Pablo, la fe se opone frecuentemente a la Ley*; insiste en el hecho de que es la fe en Jesús la que salva, y no la práctica de los mandamientos (Gál 3,6-14).

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