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martes, 27 de agosto de 2013

Teología monástica

 



Por lo general, los monjes adquirieron su formación religiosa no en una escuela, bajo un escolástico, por medio de la questio, sino individualmente, bajo la dirección de un abad, de un padre espiritual, por la lectura de la Biblia y los Padres, en el marco litúrgico de la vida monástica. De ahí, un tipo de cultura cristiana muy específico, cultura desinteresada, de
tendencia contemplativa. Las escuelas de clérigos son muy diferentes. Situadas en poblaciones, cerca de catedrales, son frecuentadas por clérigos que ya están formados en las artes liberales por las escuelas rurales, parroquiales o monásticas, y se destinan a prepararles para su actividad pastoral, para la vida vida activa. Es en las escuelas de clérigos donde nace la "teología escolástica". Cuando los hombres del siglo XII hablan de "escuelas", dicen, por ejemplo, "ir a las escuelas". ad scholas ire, y entienden las escuelas urbanas.
¿Quiere decir esto que los monjes carecen de teología? No, poseen una, pero no es la escolástica; es la teología de los monasterios. Los hombres del siglo XII tuvieron conocimiento claro de la distinción. Puede traerse aquí un ejemplo del Microcosmos de Godofredo de San Victor, escrito en 1185. Tras haber citado una opinión de Simón de Tournai, añade el victorino: "Sea como sea, abandonemos esta cuestión, que nada nos importa, a las disputas escolásticas, y traslademos nuestra atención a otra parte". Ese canónigo regular adopta aquí una reveladora actitud, distingue claramente lo que interesa a los escolásticos de lo que interesa a los religiosos del claustro, los claustrales.
Notemos bien que los medios monásticos y escolásticos no estan en oposición; presentan un abierto contraste pero estan en relación, es decir, se deben mucho uno al otro. Para recordarlo basta con evocar los nombres de dos grandes teólogos: San Bernardo, abad de Claraval, y Pedro Lombardo, el maestro de las sentencias. Muy diferentes el uno del otro, fueron amigos.
En la enseñanza escolástica el objeto del comentario bíblico consiste en resolver problemas de historia objetiva (autenticidad, fecha, circunstancia, plan). Las fuentes son antiguos comentaristas: ante todo Pelagio, conocido bajo el nombre de San Jerónimo, y después Haymón; entre los contemporáneos destaca Gilberto de la Porrée. Los textos son poco originales, poco personales, siendo precisamente esto lo que le da su valor.
En el comentario bíblico monástico en cambio, alguien, en primera persona, se dirige a lectores u oyentes determinados y les ofrece una enseñanza idonea. Son monjes que tienen derecho y necesidad de recibir una enseñanza doctrinal, una auténtica doctrina sagrada, o dicho de otro modo una teología, aunque en función de una experiencia monástica, es decir, sencillamente, de una fe vivida en el monasterio. Esa teología supone en el que la enseña y los que escucha un estilo de vida, una ascesis rigurosa, un engagement: se trata de una teología que aporta menos luces especulativas que un cierto gusto, una sabrosa manera de insertarse en la verdad, y para decirlo todo, en el amor de Dios.
Sirviéndose de imágenes tomadas de la Sagrada Escritura, precisa San Bernardo el método y el objeto de ese discurso contemplativo, theoricus sermo. No está en absoluto ordenado a la ciencia, sino a la espiritualidad;  exige que se sobrepasen los medios racionales que pueden legítimamente aplicarse a la fe. Supone, por tanto, un don de Dios, una gracia personal en el que enseña y en los que escuchan. El que enseña es, ante todo, Dios; por tanto, es a él a quien hay que orar. En esa perspectiva, no hay teología sin oración. del mismo modo que no la hay sin vida moral y sin ascesis. Aquella tendrá por resultado el provocar un cierto contacto con Dios, un profundo apego a Dios, ya que esos matices, entre otros muchos quedan implicados en la palabra affectus que emplea Bernardo. Añade, además, expresiones que evocan la atracción, la alegría y la dulzura. Ese "trabajo" no se hará sin esfuerzo; se tratará de una auténtica búsqueda, y de una busqueda difícil. Mas la experiencia de la suavidad de Dios hará nacer el entusiasmo, que se desarrollará en forma de poesía, de himno. 
Bernardo evoca los trabajos las "luchas cotidianas", más también la alegría de esperar los bienes prometidos, las recompensas futuras, palabras todas ellas que equivalen a Dios. Porque el Señor está en el punto de partida, en todas las etapas, al término, Él mismo es el Fin. La palabra maestra no es ya quaeritur, sino desideratur; no ya sciendum, sino experiendum. Bernardo no se cansa de insistir por medio de fórmulas, cuyo ritmo musical es de una elevada belleza, cuya densidad no cabe traducir: "Un cántico de esa clase sólo la unción la profesa, y sólo la experiencia lo enseña. Los que tengan experiencia de ello, lo reconocerán. Los que no posean en absoluta experiencia, que ardan en el deseo no tanto de conocer como de experimentar".
¿Hay, entonces, una verdadera teología monástica? Si, la hay y consiste en conciliar dos elementos que parecen antinómicos, pero que se encuentran en toda la literatura monástica. Son, de una parte, el carácter literario de los escritos monásticos, y su orientación mística de otra: enseñanza escrita más que hablada, pero bien escrita, de acuerdo con el arte literario, con la grammatica, que tiende a la unión con el Señor aquí abajo, en la bienaventuranza más tarde; esta marcada por un deseo intense, una continua tensión escatológica. Teología, espiritualidad, historia cultural, esas tres realidades no estuvieron en modo alguno separadas en la vida de los monjes, y no pueden disociarse.

(Extractos de "El amor a las letras y el deseo de Dios de Jean Leclercq)

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