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viernes, 30 de agosto de 2013

DIOS PRECEDE Y ACOMPAÑA LA OBRA DEL PASTOR

 
Dios precede en la misión.

El apóstol ante todo está invitado a ver; los campos, sembrados y fecundados por el Señor, producen ya su fruto; el tiempo de la siega se halla ante él. "Levantad la vista y mirad los sembrados, que están ya maduros para la siega" (Jn 4,35). La Vid verdadera, plantada y podada por el Padre, da ya frutos abundantes y perennes de vida (cf. Jn 15, 1ss; Mc 12, 1-12). El Señor, en su visión nocturna, decía a Pablo: "No temas, sigue hablando, no te calles; porque yo estoy contigo y nadie intentará hacerte mal. En esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo" (Hch 18, 9-10). El apóstol, como el celoso e impetuoso profeta Elías, corre el riesgo de olvidar el trabajo y solicitud de Dios por su pueblo (cf. 1 Re 19, 15-18).
Descubrir la obra de Dios en la historia cambia el dinamismo de la misión y la existencia del pastor. El Espíritu lo ha puesto al frente del pueblo que Dios se adquirió con su propia sangre (cf. Hch 20, 28), para que colabore en una obra ya iniciada, incluso antes de su llamada. Y esta obra, debe estar seguro de ella, alcanzará su plenitud por la obra del mismo Espíritu, incluso antes de la muerte.  Cosechar y cultivar los frutos de otro le permite vivir su tarea con alegría, confianza y humildad; también le hace descubrir el momento oportuno de su intervención. La semilla sembrada por el Padre en el mundo produce su fruto sin tardar. Un contemplativo lo descubre, se alegra y actúa en consecuencia.
El orante es invitado a levantar los ojos para ver la obra de Dios, antes incluso de poner mano a la tarea. La Pascua del Hijo fructifica ya en el mundo y el apóstol debe descubrirlo, sin encerrarse en el desánimo o pequeñez. Jesús decía a los judíos: "Mi Padre no cesa nunca de trabajar; por eso yo trabajo también en todo tiempo" (Jn 5,17). Y a los tímidos discípulos añadía: "No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32).
¿Cómo explicar tanto pesimismo, tanto cansancio, tanta negativa de los pastores ante nuestro mundo? ¿Puede el contemplativo afirmar, sin más, que el mundo es un desierto de Dios? ¿Acaso no precede y cierra Dios la marcha del pueblo por el desierto? Existen hombres religiosos, con gran vida de oración en apariencia, pero sumidos en la noche del desánimo. ¿Por qué?
Quizás oran para ser buenos pastores e interceden para que el mundo cambie; pero no cultivan la contemplación. Faltos de ver la mies abundante y pronta para la siega, se hunden en la desesperanza, en la visión de su propia esterilidad. Podrán caer incluso en la tiniebla de la desesperanza y la amargura, como el fogoso Elías. La plegaría contemplativa ubica al pastor en la verdad y el sentimiento de la realidad animada por Dios. Ve y oye en la historia su actuar fecundo en pro del pueblo de la nueva Alianza. Da gracias por la historia de la salvación. Recolecta los frutos del campo para ofrecerlos a su Dueño. Pone manos a la obra para que la viña produzca los frutos deseados por quien la plantó. Parangonando las palabras de Jesús, exclama: "Mi Dios trabaja siempre y ya también trabajo".
 
Dios acompaña la actividad del pastor.

Descubre el apóstol que Cristo trabaja por él, con él y por su medio. De esta forma, el apóstol saborea la promesa del resucitado: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo" (Mt 28, 20); yo colaboraré con vosotros (cf. Mc 16, 20). La misión no es sólo un mandato oneroso. Entre el que envía y el enviado se establece una corriente de vida, una total comunión.
No es espontánea esta contemplación; debe aprenderse en el camino mismo de la misión. Lo recuerda de forma significativa la experiencia de Pablo: "Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la flaqueza" (2 Cor 12, 8-9). No había contemplado bastante el poder de Dios presente en su flaqueza, la presencia operante del Resucitado en su obrar frágil. El pastor no debe limitar su plegaria a buscar el modo de colaborar con Dios, está llamado a descubrir y discernir cómo Dios se sirve de su debilidad.
En medio de su pueblo insignificante y de dura cerviz, como lo recuerda el testimonio de Moisés, el pastor debe adentrarse en la espesura del diálogo vital y contemplativo, de acuerdo con la promesa del Dios de la Alianza: "Yo mismo te guiaré y te daré un lugar de descanso" (Ex 33, 14). No es Dios quien necesita del hombre, sino éste de aquél. La oración contemplativa es fuente de humildad y audacia misioneras.

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