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viernes, 26 de julio de 2013

Elogio del Pudor

Una excesiva visibilidad acaba por hacer opaca a una persona o una situación. El pudor es el signo indeleble de la dignidad de toda persona
 
Elogio del Pudor
Elogio del Pudor
El desenfado para hablar de lo íntimo y personal, la frivolidad y la desvergüenza, campean a sus anchas en los programas radiales y televisivos. Se exagera el valor moral de esta nueva franqueza. Se sostiene que lo no espontáneo es falso, calculador e hipócrita. Si a esta lógica unimos la muy en boga moral de la autenticidad, resultará que lo reflexivo y voluntario será siempre hipócrita y falso. Resulta arriesgado hablar hoy del pudor cuando la sociedad hace gala de haberlo superado y predomina la retórica de la explicitación total, el decirlo todo y a voz en grito. ¿Es el pudor algo obsoleto y prescindible, o más bien un valor siempre necesario, tanto personal como socialmente? No ha transcurrido mucho tiempo de cuando el pudor era algo vivo y operativo en el tejido social. Muchos recuerdan sus manifestaciones en todos los niveles: vestido, espectáculos, lenguaje, tono de las relaciones personales, etc.

Max Scheler, el entonces Karol Wojtyla, Giuseppe Savagnone, Jacinto Choza, por citar algunos estudios conocidos, han mostrado la profundidad antropológica del pudor. Choza en su ensayo "La supresión del pudor" lo considera como la tendencia y el hábito de conservar la propia intimidad a cubierto de los extraños. Así se dice que una persona carece de pudor cuando manifiesta en público situaciones afectivas o sucesos autobiográficos íntimos. Es que la intimidad puede quedar protegida o desamparada en función del lenguaje, del vestido y de la vivienda. Se da una proyección espacial de la propia intimidad en la casa y en la propia habitación. Y el cuerpo, si bien no es la proyección espacial de la intimidad tampoco es algo meramente neutro y yuxtapuesto, puesto que yo soy también mi propio cuerpo. El pudor más que natural o cultural es estricta y genuinamente personal: "el pudor es el modo como una persona se posee a sí misma y se entrega a otra concreta".

Pero hoy muchos consideran obsesiva y malsana toda discreción a la hora de vestir o de manifestar los propios deseos o impulsos. Sin embargo, una manifestación exagerada o indiscreta puede ocultar lo esencial. Una excesiva visibilidad acaba por hacer opaca a una persona o una situación. Es como si la auténtica personalidad quedase por completo oscurecida precisamente por la luz de los reflectores que les enfocan sin cesar. Máscaras vacías, tras lo cual no hay ningún rostro. Hay modos de exhibición de la realidad personal que en vez de desvelar un sentido acaban por banalizarlo y ocultar su verdad profunda. Mecánica fatal que reduce el sujeto a objeto, las personas a cosas.

Hoy existe una obsesión por "sacar a la luz", por "revelar", por "hacer al fin público" realidades que requerirían una saludable penumbra para poder sostener, hasta en lo malo, la propia dignidad. Pareciera que no hay perversión, retorcimiento o vicio que no requiriera ser expuesto al público, desdramatizado y homologado. Cuando George Orwell acuñó la expresión "El Gran Hermano" en su novela 1984, quería subrayar lo espantoso de un régimen totalitario que aplasta a las personas al someterlas a un despiadado control visual. Ahora el reality ha creado, bajo la forma de espectáculo, un pequeño campo de concentración en donde las personas se despojan de toda intimidad, y reducidas al rango de ratón de laboratorio, son objeto de incesante observación dentro de una caja de cristal transparente. Flujos íntimos y conversaciones triviales obtienen un éxito masivo. Lejos de constituir el último tabú de una mentalidad superada, el pudor es el signo indeleble de la dignidad de toda persona.

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