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viernes, 28 de junio de 2013

EN LAS FAENAS DE LA COSECHA SERMÓN PRIMERO



DOS MALES QUE COOPERAN A NUESTRO BIEN


Parecemos pobres y lo somos. Con tal que recibamos el Espíritu que viene de Dios y conozcamos a fondo los dones que Dios nos ha hecho. Sí, Dios nos ha concedido una gloria y un poder inmensos. A los que le recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios. ¿No es acaso un privilegio de los hijos de Dios el que todas las criaturas estén a nuestro servicio? El Apóstol estaba convencido de que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios.
 Pero tal vez alguno de vosotros esté pensando: "¿Qué me dices a mi con eso?" Y llevado de su espíritu pusilánime se hará estas o parecidas reflexiones: "Que se gloríen de poder ser hijos de Dios los que se abrasan en amor filial y sienten un profundo afecto hacia él. Alégrense de que todo les aprovecha a los que aman a Dios de verdad. Pero yo soy pobre y desgraciado, estoy vacío de amor filial y no tengo experiencia de una verdadera devoción". Escucha por favor lo que sigue, pues Dios en la Escritura jamás da pie a la desesperación: Entre nuestra constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. Este afecto que buscas es la paz, no la paciencia; y eso se halla en la patria, no en el camino. Los que ya están allí no necesitan el consuelo de la Escritura.  
 Así pues, mantengamos la esperanza en la constancia y el consuelo de las Escrituras, aunque no podamos conseguir todavía la paz. Por eso, al decir que cooperan todas las cosas para el bien de los que aman a Dios, añade con mucho acierto: Con los que él ha llamado santos. No te asustes al oír la palabra santos, pues no los llama santos por sus méritos, sino por un designio; ni por sus afectos sino por su intención. 
 En este mismo sentido decía el Profeta: Protege mi vida que soy santo. Aquella santidad que tu te imaginas, ni el mismo Pablo, oprimido todavía por el cuerpo corruptible, creía haberla conseguido. Sólo una cosa me interesa, olvidándome lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, correr hacia la palma de la vocación celestial. Todavía no ha alcanzado la corona, pero ya posee el propósito de la santidad. Eso mismo eres tu si estás decidido a rechazar el mal y obrar el bien, a perseverar en lo que has comenzad y ser cada día un poco mejor; y si alguna vez, por fragilidad humana, no obras con toda rectitud, no te obstines, sino arrepiéntete y corrígete todo cuanto puedas. Sí, tú también eres santo, aunque por ahora necesites gritar a Dios: Protege mi vida que soy santo.
 ¿Quieres saber cómo todas las cosas cooperan al bien de los santos? No puedo detenerme en cada una, pues el tiempo no permite prolongar la plática. Debemos marcar a la oración de la tarde. Os voy a decir en dos palabras, cómo todas las cosas son provechosas y cooperan a nuestro bien. Nuestros mismos enemigos pueden juzgarlo. Si ellos están a nuestro favor, ¿ quién estará contra nosotros? Si nuestros enemigos nos favorecen, ¿cuánto más todas las criaturas con ellos?
 Sabemos muy bien que tenemos dos clases de enemigos, o que nos aqueja un doble mal: lo que hacemos y lo que sufrimos. Para decirlo con otras palabras: la culpa y la pena. Pues aunque ambas cosas nos son contrarias, pueden convertirse en provechosas: ésa puede librarnos de aquella, y la primera puede ayudar mucho a la segunda. 
 Si lloramos de corazón y en lo íntimo de nuestra conciencia por nuestros pecados, esta penitencia y esta pena voluntaria que sufrimos suaviza nuestra conciencia, rompe los dientes de los pecados que nos corroen, y nos devuelve la esperanza del perdón. No sólo rechaza los pecados pasados, sino también los futuros, porque expulsa los vicios seductores, y algunos quedan tan aniquilados que ya casi no vuelven jamás a levantar su cabeza venenosa. Así actúa la pena en nuestro favor contra la culpa: la hace desaparecer o la debilita. Y de la culpa depende que sea pena o que sea más leve. No en el sentido de ue no exista en absoluto, o se rebaje su cantidad, lo cual no conviene, sino en que no sea pena o sea más llevadera, que sea poco onerosa o nada en absoluto.
 El que siente profundamente el peso del pecado y las heridas de su alma, sentirá muy poco o nada la pena corporal, y no le importará aceptar unos trabajos con los que sabe que borra los pecados pasados y evita los futuros. El santo rey David no dio importancia a las injurias del siervo que le insultaba, porque se acordaba del hijo que le perseguía.
RESUMEN
Hemos recibido inmensos dones de Dios. No debemos caer en la desesperación sino consolarnos en nuestra constancia y en las Escrituras. Nuestro objetivo final no es la paciencia sino la paz que está más allá de la vida terrenal.
La santidad no es un logro personal, sino una gracia divina y un deseo personal por conseguirla. En muchas ocasiones tendremos que acudir al arrepentimiento.
 La propia, e injustificada, enemistad acaba favoreciéndonos, depurando nuestro espíritu. Dios lo permite así. Si los sucesos desfavorables nos favorecen, el hermoso mundo creado, del que disfrutamos, es una ayuda en nuestra evolución espiritual. 
Lo que hacemos y lo que sufrimos se contraponen. El llanto nos purifica y nuestros hechos equívocos, cuando los aceptamos como tales, nos hacen tolerar mejor las injusticias que sufrimos.

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