Páginas

viernes, 28 de junio de 2013

EN EL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA


 
Una antorcha ardiente y luminosa
1. Jamás se aplique, hermanos, a nuestras reuniones, aquel reproche que el Profeta dirigía a las tertulias de los judíos: Vuestras asambleas están pervertidas. Nuestras asambleas no son malas, sino santas, religiosas, llenas de gracia y dignas de toda bendición. Os reunís para escuchar a Dios, alabarle, orar y adorarle. Esta reunión es algo sagrado, agrada a Dios y la frecuentan los ángeles. Asistid, pues, con respeto, con atención y con fervor espiritual, particularmente en la iglesia y en esta escuela de Cristo y auditorio del Espíritu. No os fijéis, hermanos, en lo visible y transitorio, sino en lo que no se ve y es eterno.

Guiaos por la fe, no por las apariencias. Este lugar es santo e impone respeto: en él hay más ángeles que hombres. Por todas partes vemos el cielo abierto de par en par y una escalera levantada con ángeles que suben y bajan sobre el Hijo del hombre. Este Hombre es un gigante: su trono es el cielo, y la tierra el estrado de sus pies. Su majestad es mayor que el cielo, pero está con nosotros hasta el fin del mundo. Los ángeles y santos suben y bajan hasta él, porque la cabeza y el cuerpo son un solo Cristo.

2. Y aunque no se puede separar la cabeza del cuerpo, los buitres se reúnen donde está el cuerpo, no donde está la cabeza. Además lo dijo el mismo Jesús: Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos. Tal vez alguno quisiera preguntarme: "¿Dónde está ahora Cristo? Preséntanos a Cristo y eso nos basta. ¿Por qué volvéis los ojos a todas partes? ¿Os habéis congregado para ver o para oír? El Señor Dios me abrió el oído, dice el Profeta. Me abre el oído para que escuche su palabra; pero no me abre los ojos para ver su rostro.

Sí, me abre el oído, y no me descubre su rostro. Está detrás de la tapia, oye y se le oye, pero no se deja ver. Escucha a los que oran e instruye a los que atienden. ¿Queréis una prueba de que Cristo habla por mí? Escúchale: Yo sentencio con justicia. ¿Cómo no va a usar la boca, si fue él quien la hizo? ¿No puede usar el alfarero sus vasijas? Señor, abre sus oídos y abre también mis labios, pues yo no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. Todo lo haces muy bien: haces oír a los sordos y hablar a los mudos.

3. Oíd, pues, hermanos, lo que dice de Juan, cuyo solemne nacimiento celebramos hoy: Era una lámpara encendida y resplandeciente. ¡Qué testimonio tan grande, hermanos míos! Si es grande aquel de quien se testifica, mucho mayor aún es quien lo testifica. Y lo dice abiertamente: Era una lámpara encendida y resplandeciente. Sólo lucir, es pura vanidad; sólo arder, no basta. Lo perfecto es arder y lucir.

Escuchemos la Escritura: El hombre religioso es estable como el sol, el necio muda como la luna. La luna resplandece, pero sin ardor: lo mismo está llena que menguante o vacía. Como tiene luz prestada cambia sin cesar: crece, mengua, se agota, se agota, se apaga y desaparece totalmente. Lo mismo ocurre a quienes se apoyan en los labios de los otros: tan pronto son muy grandes como insignificantes o nulos, según interese a sus aduladores vituperarlos o adularlos.

En cambio, el resplandor del sol es puro fuego, y cuanto más arde más nos deslumbra. Eso mismo es el hombre prudente: su ardor interior irradia al exterior. Y si no puede unir ambas cosas, prefiere ante todo arder, para que le recompense su Padre que ve lo escondido. ¡Pobres de nosotros hermanos, si unicamente brillamos! Porque es innegable que lucimos y nos aplauden los hombres. A mí me importa muy poco que me exija cuentas un tribunal humano: quien me las pide es el Señor, el cual exige a todos arder, no brillar. Recordadlo: He venido a encender fuego en la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Este es el mandamiento universal y lo que se espera de todos; y si falta esto no valen excusas.

4. A los Apóstoles y hombres apostólicos se recomienda encarecidamente: Que vuestra luz ilumine a los hombres. Como si dijera: estad encendidos y arded con fuerza, y de ese modo no temeréis el soplo y el ímpetu de los vientos. Eso mismo se dijo a Juan. Pero aquéllos lo escuchan sólo con los oídos, este, en cambio, lo aprendió internamente como los ángeles, porque nadie está tan cerca de Dios como la voz que precede al Verbo. Ahí sobran las palabras externas e intermedias para comunicarse. Juan no recibió su sabiduría por la predicación, sino por la inspiración que recibió en plenitud del Espíritu en el seno de su madre.

Sí, fue una antorcha ardiente y abrasada, tan invadido del fuego celeste que sintió la presencia de Cristo antes de ser consciente de sí mismo. Un fuego nuevo acaba de ser arrojado del cielo y había entrado por la boca de Gabriel en el oído de una virgen. Y ahora la boca de la Virgen lo hace llegar al niño por el oído de su madre. Desde ese momento el Espíritu Santo toma posesión de su instrumento elegido y lo convierte en lámpara de Cristo, el Señor.

Desde entonces fue una lámpara encendida, aunque escondida momentaneamente bajo el celemín. Pronto estará sobre el candelero y alumbrará a todos los que estén en la casa del Señor. Entonces sólo podía iluminar al celemín, esto es, a su madre, y lo hizo revelándole con saltos de gozo el gran misterio de la misericordia. ¿Quién soy yo, dice ella, para que me visite la madre de mi Señor? ¡Mujer!, ¿quién te dijo que es la madre del Señor? ¿De qué me conoces? Ella responde: En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre.

5. Aquel fue el momento en que llenó de luz al celemín, en el que se ocultaba. Ese celemín conocía ya muy bien la antorcha encendida que poco después alumbraría al mundo entero con nuevos resplandores. Era una lámpara encendida y resplandeciente. No dice: "resplandeciente y encendida". El ardor de Juan no procedía de su brillo, sino al contrario, el resplandor emanaba de su ardor. Porque hay algunos que no lucen porque arden, sino que arden para lucir. A éstos no les inflama el espíritu de caridad, sino el ansia de vanidad.
 ¿Queréis conocer cómo ardió y brilló Juan? Yo creo que podemos hallar en él tres maneras de arder y de iluminar. Ardía en sí mismo con una gran austeridad de vida, ardía para Cristo con un fuego de amor profundo y total, y ardía con los pecadores amonestándoles sin cesar y libremente. Para ser más concisos, brilló por su ejemplo, su dedo y su palabra. Se nos mostró como modelo a imitar, nos indicó otro astro mucho mayor que pasaba inadvertido y era el único capaz de perdonar los pecados, e iluminó nuestras tinieblas, como dice la Escritura: Señor, tú enciendes mi lámpara, alumbra mis tinieblas, para que me corrija.
6. Contempla, pues, a este hombre prometido por el oráculo de un ángel, milagrosamente concebido y santificado en el seno de su madre. Admira también el nuevo fervor de penitencia de este hombre nuevo. El Apóstol nos propone este ideal: Teniendo qué comer y con qué vestirnos podemos estar contentos. Ésta es la perfección apostólica. Pero Juan fue mucho más allá, como nos dice el Señor en el Evangelio: Vino Juan que ni comía ni bebía, e iba medio desnudo. Comer saltamontes no es propio de hombres, sino de ciertos animales; y tampoco lo es vestirse con piel de camello. Camello, ¿cómo le dejaste tu piel? ¿Por qué no le diste tu jiba? Y vosotras, fieras salvajes y reptiles del desierto, ¿por qué buscáis manjares exquisitos?
 Juan es un santo varón, enviado de Dios, un ángel de Dios, como dice el mismo Padre: Mira, yo te envío mi mensajero por delante. Juan, el hombre, más grande que ha nacido de mujer, castiga de este modo su cuerpo inocente, lo abate y lo mortifica. ¿Y vosotros soñáis con vestidos de púrpura y de lino, y banquetear espléndidamente? ¿A esto se reduce toda la grandeza de este día? ¿Este es el homenaje que ofrecéis al bautista? ¿Este es el regocijo que nos habían prometido por su nacimiento? ¿De quién celebráis la memoria, sacerdotes refinados? ¿Qué nacimiento festejáis? ¿No es acaso el de aquel que vivió en el desierto con un áspero vestido y muerto de hambre? Hijos de Babilonia, ¿qué salísteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿A qué salisteis si no? ¿A ver un hombre vestido con elegancia, y alimentado con regalo? Toda la fiesta se reduce para vosotros a seguir las normas del gusto popular, vestir con todo lujo y comer a placer. ¿Tiene algo que ver con Juan? Todo ese le repugnaba y jamás lo hizo.
7. El ángel dijo: Serán muchos los que se alegren de su nacimiento. Sí, es cierto: muchos se alegran de su nacimiento. Incluso para los paganos, según nos dicen, es un día festivo y solemne. Pero si ellos lo celebran sin conocerlo, para los cristianos no debería ser así. Estos se regocijan en ese día del nacimiento de San Juan, pero ojalá fuera de su natividad, y no de la vanidad. ¿Qué hay bajo el sol sino vanidad de vanidades? ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que le afligen bajo el sol? Hermanos, bajo el sol está todo cuanto abarcan los ojos, y se somete al influjo de esta luz material; ¿y eso qué es, sino una niebla que se ve un poco? ¿No es acaso pura hierba y flor de hierba? Lo dice el Señor: Todo es mortal hierba, y toda su belleza es flor de hierba: se agosta la hierba y cae la flor. En cambio la palabra del Señor permanece para siempre.
 Hermanos, entreguémonos a esta palabra que nos promete la vida y el gozo eternos. No trabajemos por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando una vida sin término. ¿Y cuál es? No de solo pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios por su boca. Queridos hermanos, cultivemos esta palabra, cultivemos el espíritu, porque el que cultiva los bajos instintos sólo cosechará corrupción. Que nuestro gozo sea interior, no un simple gesto exterior. O como dice el Apóstol: Afligidos por la humildad gravedad, y siempre alegres por el gozo interior. Queridos hermanos, alegrémonos en y por el nacimiento de San Juan.
8. Tenemos mil motivos y mucha materia para gozarnos al celebrar su memoria. fue una antorcha, y los judíos quisieron disfrutar de su luz. Él, empero, prefirió saborear el fervor de la devoción y deleitarse con la voz del esposo, su amigo. Recreémonos: en ambas cosas: en lo primero por él, y en lo segundo por nosotros. Porque, ardía para sí mismo, y lucía para nosotros. Alegrémonos con su fervor con deseos de imitarle. Disfrutemos de su luz, pero no nos quedemos en ella, sino que su luz nos haga ver la luz: la luz verdadera, que no él, sino aquél de quien testifica.
 Vino Juan, dice el Señor, que no comía ni bebía. Esta frase me enfervoriza y me humilla. ¿Es posible, hermanos, examinar atentamente la penitencia de Juan y pensar después que la nuestra es extraordinariamente importante? ¿Nos atrevemos a quejarnos de los achaques y decir "sufro mucho o demasiado"? ¿Qué homicidios, sacrilegios o delitos propios expiaba Juan con este género de vida? Animémosnos a hacer penitencia y exijámonos la expiación, para librarnos del juicio terrible de Dios vivo. Y si nos falta el fervor, que lo supla la humildad de una sincera confesión. Dios es fiel, y si reconocemos nuestros pecados, manifestamos nuestras miserias, y no ocultamos nuestras flaquezas, él nos perdonará todos los pecados.
9. El fervor de Juan se manifiesta en esto y en su preocupación por los pecados del prójimo. Ese es el orden justo y razonable: fijarte primero en ti mismo. Como dice el salmista: Absuélveme de lo que se me oculta, preserva a tu siervo de lo ajeno. Camada de víboras, dice Juan, ¿quien os ha enseñado a vosotros a escapar del castigo inminente? ¡Qué fuego espiritual tan vivo lanzan estas chispas y ascuas encendidas! No perdona ni a los fariseos: No empecéis a decir que Abrahan es vuestro padre, porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacarles hijos a Abrahán.
 Pero todo esto no pasaría de bellas palabras si se detuviera ante la presencia de los poderosos. Nada de eso: reprende con plena libertad de espíritu a un rey cruel y soberbio, saliendo expresamente del desierto con santa indignación, y mostrándose inflexible a los halagos y al martirio. El Evangelio dice que Herodes miraba con respeto a Juan, seguía muchas veces sus consejos y le gustaba escucharle. A pesar de ello él le corregía abiertamente: No te está permitido tenerla. Fue encadenado y encarcelado, pero se mantuvo fiel a la verdad y murió gloriosamente por ella.
 Queridos hermanos, arda también en nosotros este celo: el amor de la justicia y el odio de la maldad. Hermanos, que ninguno adule el vicio ni arrope al pecado. Nadie diga: ¿soy yo el guardián de mi hermano? Nadie consienta, si de él depende, que se pierda la Orden o disminuya la o disminuya la observancia. Callar cuando debes reprender, equivale a consentir. Y sabemos muy bien que la misma pena merece quien hace el mal y quien lo consiente.
10. ¿Qué podemos decir del amor humilde y lleno de ternura de Juan para con el Señor? Por eso saltó de gozo en el vientre y se intimidó en el Jordán, antes de bautizado. Por eso decía que él no era el Mesías, como algunos creían, e incluso se consideraba indigno de desatarle la correa de las sandalias. Por eso se regocijaba con la voz de su amigo el novio. Y proclamaba que había recibido un amor que respondía a su amor. Y que Dios no le escatimó el Espíritu, sino que todos recibimos de su plenitud.
 ¿Y no vas a someterte a Dios, alma mía? Jamás seré una lámpara encendida, si no amo al Señor mi Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y todas mis fuerzas. Solamente el amor impulsa a la salvación, porque lo infunde y aviva el Espíritu y no podemos apagarlo jamás. Así ardía Juan, y si te das cuenta, por eso mismo alumbró tanto. Pues si no hubiera alumbrado, ignorarías si estaba ardiendo.
11. Resplandeció, como dije antes, con el ejemplo, con el dedo y con su palabra. Con las obras se nos manifestó a sí mismo, con el dedo nos señaló a Cristo, y con su palabra a nosotros mismos. A ti, niño, dice su padre, te llamarán Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación. Fijaos, no dice: para dar la salvación -él no era la luz-, sino para anunciar la salvación, y dar testimonio de la luz. Vamos a repetirlo: Anunciando a su pueblo la salvación y el perdón de los pecados. A un hombre sabio le gusta conocer todo cuanto se refiere a la salvación.
 Supongamos que todavía no hubiera venido Juan, ni se nos hubiera dicho nada de Cristo: ¿dónde buscaríamos la salvación? Yo he pecado mucho: la sangre de becerros y cabras no me alcanza el perdón, porque al Altísimo no le agradan los holocaustos. Mi memoria está infectada de los posos de tanto horror, no hay navaja capaz de raer esta membrana, pues está totalmente empapada de sedimentos. Si olvido mi pecado, soy un necio y un ingrato. Si lo conservo en la memoria, me acusará eternamente. ¿Qué voy a hacer? Acudiré a Juan y escucharé su palabra de alegría y de misericordia, su mensaje de gracia, su promesa de perdón y de paz. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. O aquel otro: A la esposa la tiene el esposo. Con esto me dice que ha venido Dios, el Esposo y el Cordero. Sí, ha venido Dios, porque puede quitar el pecado. Por ahora no nos preguntamos si quiere hacerlo. Pero sí que lo quiere, porque es Esposo, todo amor. Y Juan es amigo del Esposo, porque el Esposo sólo trata con sus amigos. Y aunque suspira por una esposa radiante, sin mancha ni arrugas ni nada parecido, no lo busca. ¿Dónde la encontraría? Él mismo se la crea y se la presenta a sí mismo. Escucha al Profeta: La gente suele decir, si una mujer duerme con otro, ¿volverá a su primer marido? Tú has fornicado con muchos amantes. Pero vuelve a mí y te recibiré. Hasta aquí llega su poder y su amor.
12. ¿Temes ante esa purificación que viene a hacer de los delitos, porque crees que usará el cauterio y bisturí y llegará hasta los huesos y a la médula de los huesos, y te causará un dolor más fuerte que la muerte? Escucha: es un Cordero; viene lleno de mansedumbre, con lana y leche; sólo con su palabra santifica al pecador. ¿Hay algo más simple que una palabra, como dice el Cómico? Pues basta una palabra tuya y mi criado se curará.
 Hermanos, ¿por qué dudamos, y no nos acercamos confiadamente al tribunal de la gloria? Demos gracias a Juan, y vayamos de su mano a Cristo, porque como él nos dice: A él le toca crecer y a mi menguar. ¿En qué sentido debe menguar? En el resplandor, no en el perdón. Replegó sus rayos, y se replegó sobre sí mismo, para no ser como aquellos que agotan todo su interior. Le toca crecer a él, porque es inagotable y de su plenitud todos recibimos. Y a mí menguar, porque tengo un espíritu limitado y debo intentar arder más que brillar. Precedí al sol, como estrella de la mañana; pero cuando él ya ha salido, yo me oculto. Sólo tengo un poco de aceite para ungirme. Y lo conservo más seguro en una botella que en la lámpara.


RESUMEN

-Descripción de un lugar maravilloso donde se funden cielo y tierra, se abre una escalera como la de Jacob y es morada del Hijo del hombre.

-Podemos oír al Señor y dirigirnos a Él, pero no podemos ver su rostro. Nosotros somos el cuerpo y Él es la cabeza. No se puede separar lo uno de lo otro, pero los buitres se acumulan sobre el cuerpo.

-Juan era una lámpara encendida y resplandeciente que brillaba con luz propia, no reflejada; vino a transmitirnos su fuego.

-Transmisión del espíritu desde María, madre de Cristo.
-Diferencia entre el ardor que procede del brillo(vanidad) y el brillo que procede del ardor (el caso de Juan).
-Pobreza con la que vivía Juan tan diferente a cómo celebramos su fiesta.
-Motivos para alegrarnos del nacimiento de San Juan.
-Recordemos su memoria. Su penitencia como ejemplo y como forma de alcanzar el perdón de los pecados.
-La búsqueda de la verdad primero en uno mismo y luego en los demás, sin caer en falsedades ni en su consentimiento.
-Amor humilde y lleno de ternura como ejemplo.
-Resplandeció con el dedo (nos señaló a Cristo), con las obras ( a sí mismo) y con su palabra (a nosotros mismos). Como amigo del Esposo es capaz de quitar el pecado.
-No debemos temer porque es un cordero que viene lleno de leche y miel. El mengua en resplandor pero no en perdón. Debe menguar para que el Mesías crezca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario