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lunes, 27 de mayo de 2013

Gregorio Vll, Santo

CLVII Papa, 25 de mayo
 
Gregorio Vll, Santo
Gregorio Vll, Santo

CLVII Papa

Martirologio Romano: San Gregorio VII, papa, anteriormente llamado Hildebrando, que primero llevó vida monástica y colaboró en la reforma de la Iglesia en numerosas legaciones pontificias de su tiempo. Una vez elevado a la cátedra de Pedro, reivindicó con gran autoridad y fuerte ánimo la libertad de la Iglesia respecto al poder de los príncipes, defendiendo valientemente la santidad del sacerdocio. Al ser obligado a abandonar Roma por este motivo, murió en el exilio en Salerno, en la Campania. ( 1085)

Fecha de canonización: 1728 por el Papa Benedicto XIII
Hildebrando de Soana, toscano, nació hacia el 1028 y parece que comenzó la vida monástica en Cluny. Después de haber colaborado con los Papas san León IX, que lo nombró abad de San Pablo, y Alejandro II, fue proclamado Papa unánimemente por el pueblo. Era el 22 de abril de 1073. A los ocho días los cardenales confirmaron la elección, que él aceptó con “mucho dolor, gemido y llanto”. Tomó el nombre de Gregorio VII y llevó a cabo con mucha valentía el programa de reformas, que él mismo había impulsado como colaborador de sus predecesores: lucha contra la simonía y la intromisión del poder civil en el nombramiento de los obispos, de los abades y de los mismos pontífices; restauración de una severa disciplina sobre el celibato.

En el concilio de Maguncia los clérigos gritaron: “¡Si al Papa no le bastan los hombres para gobernar las Iglesias locales, trate de buscar ángeles!”. El Papa confiaba sus penas a los amigos con cartas que revelan su espíritu sensible, sujeto a profundos desalientos, pero siempre dispuesto a seguir la voz del deber: “Me rodean un inmenso dolor y una tristeza universal—escribía en enero de 1075 al amigo san Hugo, abad de Cluny—porque la Iglesia oriental se aparta de la fe; y si miro hacia occidente, al mediodía o al septentrión, casi no encuentro obispos legítimos por la elección o por la vida, que gobiernen el pueblo cristiano por amor a Cristo. Lo hacen por ambición mundana”.

Al año siguiente comenzó el duro choque con el emperador Enrique IV, que se humilló en Canosa, pero inmediatamente después retomó las riendas del imperio, se vengó haciendo elegir un antipapa y marchando sobre Roma.

Gregorio VII, abandonado por los mismos cardenales, se refugió en el Castillo de S. Angelo, de donde lo liberó el duque Roberto Guiscardo. Después el Papa se retiró en destierro voluntario a Salerno, en donde murió al año siguiente, pronunciando la famosa frase: “He amado la justicia y odiado la iniquidad”. Su cuerpo fue sepultado en la catedral de Salerno. Fue canonizado en el 1606.

Acostumbrados a ver en este Papa al luchador férreo contra el revoltoso emperador, no debemos olvidar al humilde siervo de la esposa de Cristo, la Iglesia, por cuyo decoro él trabajó y sufrió para que “permaneciera libre, casta y católica”. Son las últimas palabras que escribió desde el destierro de Salerno para invitar a los fieles a “socorrer a la madre”, la Iglesia.
 

Gregorio VII

   
San Gregorio VII
Papa de la Iglesia católica
22 de abril de 1073 - 25 de mayo de 1085
Papa Gregorio VII.jpg
PredecesorAlejandro II
SucesorVíctor III
Información personal
Nombre secularHildebrando Aldobrandeschi
Nacimientoha. 1020
Sovana, Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Sacro Imperio Romano Germánico
Fallecimiento25 de mayo de 1085
Salerno, Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Sacro Imperio Romano Germánico
CongregaciónOrden de San Benito
Santidad
Beatificación1584
por Gregorio XIII
Canonización1726
por Benedicto XIII
Festividad25 de mayo
San Gregorio VII O.S.B. (Sovana, (ha. 1020) – Salerno, 25 de mayo de 1085). Papa nº 157 de la Iglesia católica de 1073 a 1085.

Biografía

Hildebrando Aldobrandeschi nació en la Toscana italiana en el seno de una familia de baja extracción social, crece en el ámbito de la Iglesia romana al ser confiado a su tío, abad del monasterio de Santa María en el Aventino, donde hizo los votos monásticos.
En el año 1045 es nombrado secretario del papa Gregorio VI, cargo que ocupará hasta 1046 en que acompañará a dicho papa a su destierro en Colonia tras ser depuesto en un concilio, celebrado en Sutri, acusado de simonía en su elección.
En 1046, al fallecer Gregorio VI, Hildebrando ingresa como monje en el monasterio de Cluny en donde adquirirá las ideas reformistas que regirán el resto de su vida y que le harán encabezar la conocida Reforma gregoriana.
Hildebrando no regresa a Roma, pero en el año 1049 es requerido por el papa León IX para actuar como legado pontificio, lo que le permitirá conocer los centros de poder de Europa. Actuando como legado se encontraba, en 1056, en la corte alemana, para informar de la elección como papa de Víctor II cuando este falleció y se eligió como sucesor al antipapa Benedicto X. Hildebrando se opusó a esta elección y logró que se eligiese papa a Nicolás II.
En 1059 es nombrado por Nicolás II, archidiácono y administrador efectivo de los bienes de la Iglesia, cargo que le llevó a alcanzar tal poder que se llegó a decir que echaba de comer a “su Nicolás como a un asno en el establo”.

Del "Siglo oscuro" hacia la hierocracia

Hay que tener en cuenta el conflicto de poderes que se había vivido en el Siglo X: Dada la influencia que ejercían los obispos sobre la gente de sus diócesis, los reyes pretendían tenerlos como “aliados” (pero desde su punto de vista político). Tener la posibilidad de elegirlos, (entregarles el cargo, es decir “investirlos”) prácticamente aseguraría su fidelidad.
La Santa Sede fue cayendo en manos de las facciones de condes y príncipes (auténticos clanes nobiliarios). Con el tiempo quedó sometida al tiránico dominio de estas familias, que lograron “colocar Pontífices” que fueron, en su mayoría, individuos insignificantes o indignos (y que hicieron descender el pontificado a los más bajos niveles que ha conocido en su historia). Así, el Siglo X fue el Siglo de hierro o Siglo oscuro de la Iglesia. Durante siglo y medio, desfilaron cerca de cuarenta papas y antipapas, muchos de los cuales tuvieron pontificados efímeros o sufrieron una muerte violenta, sin dejar apenas memoria de sí.
Pero ya en el Siglo XI surgía la escolástica, corriente teológico-filosófica dominante que propició la clara subordinación de la razón a la fe (Philosophia ancilla theologiae, es decir, la filosofía es sierva de la teología). La escolástica predominaría en las escuelas catedralicias y en los estudios generales que dieron lugar a las universidades medievales europeas hasta mediados del siglo XV.
[El cesaropapismo, que había sido inaugurado por la práctica política de Carlomagno, tendrá que ceder definitivamente ante el peso de la hierocracia, que tiene en Gregorio VII (1073-85) a uno de los teóricos de las máximas formulaciones del poder universal de los sucesores de Pedro.[1] ]

Elección papal y el Dictatus Papae

A comienzos del Siglo XI, ante un Papado impotente ante las facciones nobiliarias, se verificó un auténtico cesaropapismo con el emperador Enrique III (1039-1056) (verdadero dispensador de cargos eclesiásticos).[2] Tras la muerte de Enrique III surge un movimiento tendiente a liberar al papado del sometimiento al imperio. En todo el mundo cristiano comienza a reivindicarse la libertad de la Iglesia, principalmente para nombrar sus funcionarios. Se tratará de dignificar la vida moral de los clérigos, condenando la simonía, el nicolaísmo e imponiendo el celibato. Se pretenderá fortalecer la autoridad papal en contra de la voracidad de los príncipes imperiales.
Hildebrando fue elegido pontífice por aclamación popular el 22 de abril de 1073, lo que supuso una transgresión de la legalidad establecida, en 1059, por el concilio de Melfi que decretó que en la elección papal sólo podía intervenir el colegio cardenalicio, nunca el pueblo romano. No obstante obtuvo la consagración episcopal el 30 de junio de 1073.
 
Gregorio VII. Ilustración en un manuscrito de autor desconocido del siglo XI.
En 1075, Gregorio VII publica el Dictatus Papae, veintisiete axiomas donde Gregorio expresa sus ideas sobre cual ha de ser el papel del Pontífice en su relación con los poderes temporales, especialmente con el emperador del Sacro Imperio. Estas ideas pueden resumirse en tres puntos:
1. El papa es señor absoluto de la Iglesia, estando por encima de los fieles, los clérigos y los obispos, pero también de las Iglesias locales, regionales y nacionales, y por encima también de los concilios.
2. El papa es señor supremo del mundo, todos le deben sometimiento incluidos los príncipes, los reyes y el propio emperador.
3. La Iglesia romana no erró ni errará jamás.
(Había hecho eclosión la lucha entre los poderes universales que trataban de lograr el Dominium mundi)

La querella de investiduras

Estas pretensiones papales llevaban claramente a un enfrentamiento con el emperador alemán en la disputa conocida como Querella de las Investiduras que inicia cuando, en un sínodo celebrado en 1075 en Roma, Gregorio VII renueva la prohibición de la investidura por laicos.
Esta prohibición no fue admitida por Enrique IV que siguió nombrando obispos en Milán, Spoleto y Fermo, territorios colindantes con los Estados pontificios, por lo que el papa intentó intimidarle mediante la amenaza de excomunión y de deposición como emperador
Enrique reacciona, en enero de 1076, celebrando un sínodo de Worms donde depone al papa. La excomunión lanzada por Gregorio sobre Enrique significaba que sus súbditos quedaban libres de prestarle vasallaje y obediencia, por lo que el emperador temiendo un levantamiento de los príncipes alemanes, que habían acudido a Augsburgo para reunirse en una dieta con el Papa, decide ir al encuentro de Gregorio y pedirle la absolución.
El encuentro entre Papa y Emperador tiene lugar en el Castillo de Canossa, concretamente en el castillo Stammburg de la gran condesa Matilde de Canossa. Enrique no se presentó como rey, sino como penitente sabiendo que con ello, el pontífice en su calidad de sacerdote no podría negarle el perdón. El 28 de enero de 1077, Gregorio VII absolvió a Enrique IV de la excomunión a cambio de que se celebrara una Dieta en la que se debatiría la problemática de las investiduras eclesiásticas.
 
Encuentro entre el emperador Enrique IV y el Papa Gregorio VII en Canossa en 1077. (Obra de Carlo Emanuelle).
Sin embargo Enrique dilata en el tiempo la celebración de la prometida Dieta por lo que Gregorio VII lanza contra el emperador una segunda condena de excomunión, lo depone y procede a reconocer como nuevo rey a Rodolfo, duque de Suabia.
Esta segunda excomunión no obtuvo los efectos de la primera ya que los obispos alemanes y lombardos apoyaron a Enrique quien, en un sínodo celebrado en Brixen en 1080, proclama nuevo papa a Clemente III y marcha al frente de su ejército sobre Roma que le abre sus puertas en 1084. Se celebra entonces un sínodo en el que se decreta la deposición y excomunión de Gregorio VII y se confirma al antipapa Clemente III quien procedió a coronar como emperadores a Enrique IV y a su esposa Berta.
Gregorio VII se refugió en el Castillo Sant'Angelo esperando la ayuda de sus aliados normandos capitaneados por Roberto Guiscardo. La llegada de los normandos obliga a Enrique IV a abandonar Roma, que es sometida a saqueo e incendiada por los ejércitos normandos, acción que desencadenó el levantamiento de los romanos contra Gregorio que se vio obligado a retirarse a la ciudad de Salerno donde fallecía el 25 de mayo de 1085.
Fue canonizado en 1726 por el papa Benedicto XIII celebrándose su festividad litúrgica el 25 de mayo.
La disputa sobre las investiduras finalizó mediante el Concordato de Worms, en 1122, que deslindó la investidura eclesiástica de la feudal.

Canonizaciones importantes

Durante la querella de investiduras, Gregorio VII estableció alianzas con los Estados medievales europeos circundantes. Entre uno de ellos fue con el rey San Ladislao I de Hungría, quien había desposado a la princesa Adelaida de Rheinfelden, hija de Rodolfo de Suabia, el anti-rey escogido por Gregorio VII para oponerse a Enrique IV. Ladislao igualmente había luchado por el trono contra su primo Salomón, quién pretendió entregar como vasallo el reino húngaro al emperador Enrique IV. De esta manera, la relación entre Ladislao I y Gregorio VII resultó estrecha, inclinando a Hungría del lado del papado durante la querella de investiduras.
En 1083, el rey húngaro obtuvo del papa la canonización del rey Esteban I de Hungría, su hijo el príncipe San Emérico, así como de San Gerardo Sagredo, San Andrés y San Benedicto, tres obispos húngaros.

Predecesor:
Alejandro II
Emblem of the Papacy SE.svg
Papa
10731085
Sucesor:
Víctor III

Véase también

Referencias

  1. Europa: proyecciones y percepciones históricas; Ángel Vaca Lorenzo, R. Tamales -Universidad de Salamanca- (P. 46)
  2. Introducción a la historia de la Edad Media europea; Emilio Mitre Fernández – Ediciones AKAL, 2004; (P. 183)

Bibliografía

  • Dawson, Ch. 2001). Historia de la Cultura Cristiana. México D.F., México: Fondo de Cultura Económica.
  • Hóman, B. y Szekfű, Gy. (1935). Magyar Történet. Budapest, Hungría: Király Magyar Egyetemi Nyomda.
  • Tanner, J R., Previte-Orton, C W., Brooke Z N. (1929) The Cambridge Medieval History, Volume VI: Victory of the papacy. Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press.

Enlaces externos


San Gregorio VII

pontífice
Año 1085
San Gregorio VII: valeroso defensor de nuestra santa religión: pídele a Dios que todos los sacerdotes y obispos sean personas verdaderamente dignas y santas.  Más te ama el que te corrige tus defectos, que el que te alaba por lo que no vale la pena.
(Proverbios)
Se llamaba Hildebrando, nombre que en Alemán significa "Espada del batallador". Al ser elegido Papa, cambió su nombre por el de Gregorio, que significa: "el que vigila". Nació de padres muy pobres en la provincia de Toscana en Italia. Muy joven fue llevado a Roma por un tío suyo que era superior de un convento de esa ciudad. Y allí le costeó los estudios, que hizo muy brillantemente, hasta el punto que uno de sus profesores exclamó que nunca había conocido una inteligencia igual. Uno de sus profesores, el P. Juan Gracián estimaba tanto a su discípulo, que cuando lo eligieron Papa con el nombre de Gregorio VI, nombró a Hildebrando como secretario. Después de la muerte del Papa Gregorio VI, Hildebrando se fue de monje al famoso monasterio de Cluny, donde tuvo por maestros a dos grandes santos: San Odilón y San Hugo. Ya pensaba pasar el resto de su vida como monje, cuando al ser elegido Papa San León XI, que lo estimaba muchísimo, lo hizo irse a Roma y lo nombró ecónomo del Vaticano, y Tesorero del Pontífice.Y desde entonces fue el consejero de confianza de cinco Sumos Pontífices, y el más fuerte colaborador de ellos en la tarea de reformar la Iglesia y llevarla por el camino de la santidad y de la fidelidad al evangelio.Durante 25 año se negó a ser Pontífice, pero a la muerte del Papa Alejandro II, mientras Hildebrando dirigía los funerales, todo el pueblo y muchísimos sacerdotes empezaron a gritar: "¡Hildebrando Papa, Hildebrando Papa!" - El quiso subir a la tarima para decirles que no aceptaba, pero se le anticipó un obispo, el cual con sus elocuentes elogios convenció a los presentes de que por el momento no había otro mejor preparado para ser elegido Sumo Pontífice. El pueblo se apoderó de él casi a la fuerza y lo entronizó en el sillón reservado al Papa. Y luego los cardenales confirmaron su nombramiento diciendo: "San Pedro ha escogido a Hildebrando para que sea Papa". Sacerdotes siendo ordenadosUn arzobispo le escribió diciéndole: "En ti están puestos los ojos de todo el pueblo. El pueblo cristiano sabe los grandes combates que has sostenido para hacer que la Iglesia vuelva a ser santa y ahora espera oír de ti grandes cosas". Y esa esperanza no se vio frustrada.San Gregorio se encontró con que en la Iglesia Católica había desórdenes muy graves. Los reyes y gobernantes nombraban los obispos y párrocos y los superiores de conventos y para estos puestos no se escogía a los más santos sino a los que pagaban más y a los que les permitían obedecerles más ciegamente. Y sucedió entonces que a los altos puestos de la Iglesia Católica llegaron hombres muy indignos de tales cargos, y que tenían una conducta verdaderamente desastrosa. Muchos de estos ya no observaban el celibato (la obligación de mantenerse solteros y conservando la virtud de la pureza) y vivían en unión libre y varios hasta se casaban públicamente. Y los gobernantes seguían nombrando gente indigna para los cargos eclesiásticos.Y fue aquí donde intervino Gregorio VII con mano fuerte. Empezó destituyendo al arzobispo de Milán pues lo habían nombrado para ese cargo porque había pagado mucho dinero (simonía se llama este pecado). Luego el Papa reunió un Sínodo de obispos y sacerdotes en Roma y decretó cosas muy graves. Lo primero que hizo este pontífice fue quitar a todos los gobernantes el derecho a las investiduras, que consistía en que por el sólo hecho de que un jefe de gobierno le diera a un hombre el anillo de obispo o el título de párroco ya el otro quedaba investido de ese poder y podía ejercer dicho cargo. El Papa Gregorio decretó que a los obispos los nombraba el Papa y a los párrocos, el obispo y nadie más. Y decretó que todo el que se atreviera a nombrar a un obispo sin haber tenido antes el permiso del Sumo Pontífice quedaba excomulgado (o sea, fuera de la Iglesia Católica) y la misma pena o castigo decretó para todo el que sin ser obispo se atreviera a nombrar a alguien de párroco.Estos decretos produjeron una verdadera revolución de todas partes. Todos los que habían sido nombrados obispos o párrocos superiores de comunidades por los gobernantes civiles sintieron que iban a perder sus cargos que les proporcionaban buenas ganancias económicas y muchos honores ante las gentes, y protestaron fuertemente y declararon que no obedecerían al Pontífice. Y los gobernantes civiles sí que se sintieron más, porque perdían la ocasión de ganar mucho dinero haciendo nombramientos.El primero en declarase en revolución contra el Papa fue el emperador Enrique IV de Alemania que ganaba mucho dinero nombrando obispos y párrocos. Enrique declaró que no obedecería a Gregorio VII y que se declaraba contra sus mandatos. Pero al Papa no le temblaba la mano y decretó enseguida que Enrique quedaba excomulgado, y envió un mensaje a los ciudadanos de Alemania declarando que ya no les obligaba obedecer a semejante emperador. Esto produjo un efecto fulminante. En toda la nación empezó a tramarse una revolución contra Enrique y éste se sintió que iba a perder el poder.Cuando Enrique IV se sintió perdido se fue como humilde peregrino a visitar al Papa, que estaba en el castillo de Canossa, y allá, vestido de penitente, estuvo por tres días en las puertas, entre la nieve, suplicando que el Sumo Pontífice lo recibiera y lo perdonara. Gregorio VII sospechaba que eso era un engaño hipócrita del emperador, para no perder su puesto, pero fueron tantos los ruegos de sus amigos y vecinos que al fin lo recibió, le oyó su confesión, le perdonó y le quitó la excomunión.Y apenas Enrique se sintió sin la excomunión se volvió a Alemania y reunió un gran ejército y se lanzó contra Roma y se tomó la ciudad. El Papa quedó encerrado en el Castillo de Santángelo, pero a los pocos días llegó un ejército católico al mando de Roberto Guiscardo, lo sacó de allí y lo hizo salir de la ciudad. El Papa tuvo que irse a refugiar al Castillo de Salerno.Mientras los enemigos del Santo Pontífice parecían triunfar por todas partes, a Gregorio le llegó la muerte, el 25 de mayo del año 1085. Sus últimas palabras que se han hecho famosas fueron: "He amado la justicia y odiado la iniquidad. Por eso muero en el destierro". Cuando él murió parecía que sus enemigos habían quedado vencedores, pero luego las ideas de este gran Pontífice se impusieron en toda la Iglesia Católica y ahora es reconocido como uno de los Papas más santos que ha tenido nuestra santa religión. Un hombre providencial que libró a la Iglesia de Cristo de ser esclavizada por los gobernantes civiles y de ser gobernada por hombres indignos.

San Gregorio VII, papa
fecha: 25 de mayo
n.: c. 1020 - †: 1085 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: Pablo V 1606 - C: Benedicto XIII 1728
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Gregorio VII, papa, anteriormente llamado Hildebrando, que primero llevó vida monástica y colaboró en la reforma de la Iglesia en numerosas legaciones pontificias de su tiempo. Una vez elevado a la cátedra de Pedro, reivindicó con gran autoridad y fuerte ánimo la libertad de la Iglesia respecto al poder de los príncipes, defendiendo valientemente la santidad del sacerdocio. Al ser obligado a abandonar Roma por este motivo, murió en el exilio en Salerno, en la Campania.
oración:
Señor, concede a tu Iglesia el espíritu de fortaleza y la sed de justicia con que has esclarecido al papa san Gregorio séptimo, y haz que, por su intercesión, sepa tu Iglesia rechazar siempre el mal y ejercer con entera libertad su misión salvadora en el mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

Como introducción a la vida de Gregorio VII, los bolandistas hacen notar, en Acta Sanctorum, que el santo fue muy perseguido en vida y muy calumniado después de su muerte. Sin embargo, hemos de decir con gran satisfacción que, si en una época estuvo a la orden del día denigrar al gran Pontífice como si hubiese sido un tirano, los historiadores modernos admiten por unanimidad que el motivo que inspiró a Gregorio VII no fue la ambición sino un celo incontenible por hacer reinar la justicia en la tierra.

San Gregorio nació en la aldea de Rovaco, en la Toscana, cerca de Saona. Su nombre de bautismo era Hildebrando. No sabemos nada sobre sus padres. Cuando joven, fue a vivir en Roma, al cuidado de un tío suyo, que era superior del monasterio de Santa María, en el Aventino. Hizo sus estudios en la escuela de Letrán. Uno de sus maestros, Juan Gracián, estimaba tanto a su discípulo que, al ser elevado al trono pontificio con el nombre de Gregorio VI, le escogió como secretario. Después de la muerte de aquel pontífice, acontecida en Alemania, Hildebrando se retiró, según cuenta la tradición, a la abadía de Cluny, donde san Odilón era abad y san Hugo prior. Hildebrando hubiese querido terminar ahí sus días; pero el obispo de Toul, Bruno, que fue elegido Papa, le pidió que volviese con él a Roma. Hildebrando desempeñó entonces el cargo de «economus» de san León IX y restableció el orden en la ciudad y en la tesorería pontificia; además apoyó al Papa en todas las reformas que éste emprendió. Como fue también el consejero principal de los cuatro sucesores de san León IX, muchos le consideraban como «el hombre del poder». Así pues, a nadie sorprendió el hecho de que el cardenal archidiácono Hildebrando fuese elegido Papa, por aclamación, a la muerte de Alejandro II, en 1073. Hildebrando adoptó el nombre de Gregorio VII.

El nuevo Pontífice tenía razones para sentirse abrumado ante la tarea que le esperaba. Una cosa era denunciar los abusos que pululaban en la Iglesia, como lo hacía su amigo san Pedro Damián y aun blandir la espada de la justicia al servicio de otros papas, como él mismo lo había hecho antes, y otra, muy distinta, sentirse como vicario de Cristo en la tierra, responsable ante Dios por la supresión de dichos abusos. No había en la Iglesia nadie mejor preparado que Gregorio VII para desempeñar esa tarea. Guillermo de Metz le escribió: «En vos, que habéis alcanzado la cumbre del poder, están fijos todos los ojos. El pueblo cristiano sabe los gloriosos combates que habéis sostenido en puestos menos importantes y espera, unánimemente, oír de vos grandes cosas». Esa esperanza no se vio frustrada.

Gregorio no podía soñar con el apoyo de las autoridades para llevar a cabo las reformas que proyectaba. De los monarcas de la época, el mejor era Guillermo el Conquistador, por más que en ciertos momentos había dado muestras de gran crueldad. En Alemania reinaba el emperador Enrique IV, joven de treinta y tres años, disoluto, sediento de oro y tiránico. En cuanto a Felipe I de Francia, se ha dicho que «su reinado fue el más largo y desastroso de los que conservan memoria los anales de su patria». Las autoridades eclesiásticas no estaban menos corrompidas que los príncipes seculares, a los que se habían esclavizado; los reyes y los nobles vendían los obispados y las abadías al mejor postor, cuando no las concedían a sus favoritos. La simonía era práctica general, y el celibato clerical estaba tan de capa caída, que en muchas regiones los sacerdotes llevaban abiertamente vida conyugal, utilizaban los diezmos y limosnas de los fieles para el sostenimiento de sus familias y, en algunos casos, llegaban incluso a legar sus beneficios a sus hijos. Gregorio VII iba a pasar el resto de su vida entregado a la lucha heroica por libertar y purificar a la Iglesia suprimiendo la simonía y la incontinencia de los clérigos y aboliendo el sistema vigente de las investiduras. Según ese método, los laicos podían conceder beneficios eclesiásticos y ser investidos para obtenerlos, mediante la presentación del báculo y el anillo pastorales.

Poco después de su acceso al trono pontificio, Gregorio depuso al arzobispo de Milán, Godofredo, que había comprado su beneficio. En el primer sínodo romano que se llevó a cabo bajo su pontificado, el nuevo Papa publicó decretos muy severos contra la simonía y el matrimonio de los sacerdotes. Esos decretos no sólo privaban de jurisdicción y de todo beneficio eclesiástico a los sacerdotes casados, sino que ordenaban a los fieles que se abstuviesen de recibir los sacramentos de sus manos. Naturalmente esto provocó gran hostilidad contra Gregorio VII, sobre todo en Francia y en Alemania. Una asamblea, reunida en París, declaró que los decretos pontificios eran intolerables e irracionales, ya que hacían depender la validez de los sacramentos de la virtud personal de quien los administraba. Pero San Gregorio no se amilanó ante la oposición, ni se desvió de la línea de conducta que se había fijado. En el siguiente sínodo romano fue todavía más lejos, puesto que suprimió de golpe las investiduras de los laicos y lanzó la excomunión contra «toda persona, aunque se tratase del emperador o del rey, que osare conferir investiduras relacionadas con cualquier beneficio eclesiástico». Para promulgar y poner en práctica dichos decretos, Gregorio envió legados a toda la cristiandad, pues no podía confiar en los obispos. Los legados, que generalmente eran monjes a quienes el Papa conocía y había probado suficientemente, le sirvieron con gran valor y eficacia en aquella época excepcionalmente difícil.


En Inglaterra, Guillermo el Conquistador se negó a renunciar al derecho de conferir investiduras y a rendir vasallaje al Pontífice. Como se sabe, en aquellos tiempos varios príncipes cristianos habían puesto sus reinos bajo la protección de la Santa Sede. Pero en cambio, aceptó los otros decretos pontificios y Gregorio VII, que según parece, tenía confianza en él, no insistió en que renunciase al derecho de investidura. En Francia, gracias a la energía del legado, Hugo de Die, las reformas fueron aceptadas y puestas en práctica poco a poco; pero la lucha fue larga y el Papa tuvo que deponer a casi todos los obispos. Sin embargo, quien opuso mayor resistencia fue el emperador Enrique IV, el cual levantó contra el Papa al clero de Alemania y del norte de Italia, así como a los nobles romanos de tendencias antipapistas. Gregorio VII fue hecho prisionero mientras celebraba la misa de Navidad en Santa María la Mayor, y estuvo en manos de sus enemigos varias horas, hasta que el pueblo le rescató. Poco después, un conciliábulo de obispos, reunido en Worms, hizo varias acusaciones al Papa; los obispos de Lombardía le rehusaron obediencia, y el emperador envió a Roma un legado para que informase a los cardenales de que Gregorio era un usurpador y que él estaba decidido a arrojarle del trono pontificio. Al día siguiente, Gregorio excomulgó solemnemente al emperador y desligó a sus subditos de la obligación de obedecer a Enrique IV. Fue ése un acto que iba a tener una repercusión inmensa en la historia del Papado.

También fue una oportunidad para los nobles germánicos, que deseaban deshacerse del emperador. En octubre de 1076, celebraron una reunión y decidieron que el emperador perdería la corona si antes de un año no recibía la absolución pontificia y no comparecía ante un concilio que Gregorio VII iba a presidir en Augsburgo, en febrero del año siguiente. Enrique IV resolvió salvarse, fingiendo someterse. Acompañado de su esposa, su hijo y un servidor, cruzó los Alpes en lo más crudo del invierno y se presentó en el castillo de Canossa, entre Módena y Parma, donde se hallaba el Papa. Este se negó a recibirle, y el emperador pasó tres días a la puerta del castillo, vestido con hábito de penitente. Algunos historiadores han tachado de cruel y arrogante la conducta del Pontífice; pero, probablemente Gregorio VII había reflexionado ya sobre lo que debía hacer. En realidad, Gregorio VII no tenía más alternativa que suponer la buena fe del emperador, pues éste había ido como penitente; así pues, acabó por recibir a Enrique IV, a quien dio la absolución después de haber oído su confesión.

La expresión «ir a Canossa» se ha convertido en el símbolo del triunfo de la Iglesia sobre el Estado. Pero en realidad, aquel fue un triunfo de la astucia política de Enrique IV, ya que, por una parte, el emperador no renunció nunca a su pretensión de conferir las investiduras eclesiásticas y por otra, los acontecimientos posteriores llevaron a Gregorio VII casi a la ruina. A pesar de la resistencia que opuso Enrique IV, en 1077, algunos de los nobles eligieron a su cuñado, Rodolfo de Suabia, para que le sustituyese en el cargo. San Gregorio trató de permanecer neutral durante algún tiempo; pero, finalmente, tuvo que excomulgar de nuevo a Enrique IV y apoyar la candidatura de Rodolfo, quien murió en una batalla. Por su parte, Enrique IV promovió la elección de Guiberto, arzobispo de Ravena, como antipapa y, después de la muerte de Rodolfo de Suabia, se dirigió a Italia a la cabeza de un ejército. Roma cayó al cabo de tres años de sitio. San Gregorio se retiró al castillo de Sant' Angelo y permaneció ahí hasta que fue a rescatarle el duque de Calabria, Roberto Guiscardo. Sin embargo, los excesos de las tropas de Roberto provocaron la furia del pueblo romano y san Gregorio, que había llamado en su auxilio a los normandos, fue víctima de la antipatía del ejército de Roberto. A consecuencia de ello, tuvo que retirarse a Monte Cassino primero y después a Salerno, humillado, enfermo y abandonado por treinta de sus cardenales. San Gregorio lanzó un último llamamiento a todos los que creían «que el bienaventurado Pedro es el padre de todos los cristianos y su jefe y pastor en nombre de Cristo y que la Santa Iglesia Romana es la madre y maestra de todas las Iglesias». Al año siguiente murió, el 25 de mayo de 1085. En su lecho de muerte, Gregorio perdonó a todos sus enemigos y levantó las excomuniones que había fulminado, excepto la de Enrique IV y la de Guiberto de Ravena. Sus últimas palabras fueron las siguientes: «He amado la justicia y odiado la iniquidad; por ello muero en el destierro».

San Gregorio VII fue ciertamente uno de los Papas más grandes, aunque no dejó de cometer algunos errores. Sus fallas, que lo fueron más bien del mundo en que vivió, le han ganado la antipatía de numerosos historiadores. Lo que sí se puede afirmar a ciencia cierta, es que no fue ambicioso y que consagró todos sus esfuerzos a purificar y fortalecer a la Iglesia, porque veía en ella a la Iglesia de Dios y quería convertirla en un refugio de paz y caridad sobre la tierra. El cardenal Baronio introdujo el nombre de Gregorio VII en el Martirologio Romano, dándole el título de beato y no de santo. El Papa Benedicto XIII, en 1728, elevó la conmemoración de san Gregorio a la categoría de fiesta de la Iglesia universal, con gran indignación de los galicanos franceses.

En Acta Sanctorum (mayo, vol. IV), además de otros materiales, hay tres documentos que pueden ayudarnos a apreciar a Hildebrando como Papa y como santo. El primero es la biografía escrita por Pablo Bernried, en 1128, que se basa en un estudio de las actas de su pontificado y de las memorias de quienes conocieron personalmente a Gregorio VII; el segundo es un informe que se debe probablemente a la pluma de Pandulfo. El tercero es una adaptación del Liber ad Amicum, que Bonzio escribió en vida del santo Pontífice, hecha por el cardenal Boso. Pero Gregorio VII pertenece a la historia universal. El estudio de los documentos oficiales y, en particular, de la parte del Regesta que se conserva, puede ayudarnos a conocer mejor su carácter. En Lives of the Popes de Mons. Mann, vol. vn (1910), pp. 1-217, se encontrará un magnífico estudio del pontificado de Gregorio VII, sobre todo por lo que se refiere al aspecto externo de su gobierno. Ahí mismo hay una bibliografía; en ella Mons. Mann recomienda, con razón, la obra de J. W. Bowden, Lije and Pontificóte of Gregory VII, a pesar de que fue publicada en 1840. La literatura sobre el tema es muy considerable y ha aumentado mucho desde que Mons. Mann publicó su obra en 1910. Hay que mencionar los trabajos de Mons. Batiffol (1928) y H. X. Arquiliére (1934). En la colección Les Saints hay un admirable esbozo biográfico de A. Fliche, quien se basó en una multitud de obras. El mismo autor publicó una obra completa sobre el tema, titulada La Reforme grégorienne (1925); cf. acerca de ella Analecta Bollandiana, vol. XLIV (1926), pp. 425-433. Véase también W. Wühr, Studien zu Gregors VII Kirchenreform (1930); Fliche y Martin, Histoire de ÍEglise, vol. vm. Acerca del problema de las Regesta de Gregorio VII, consúltense los estudios de W. M. Peitz y E. Caspar. En 1932 se publicó una traducción inglesa de la correspondencia de san Gregorio, hecha por E. Emerton. En Roma empezaron a publicarse, en 1947, los Studi Gregoriani (ed. G. B. Borino).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



 

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