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martes, 2 de abril de 2013

SOBRE EL AYUNO





La tercera virtud es el ayuno. El ayuno que yo llamo el comer un poco una vez al día. Levantarse de la mesa cuando uno se queda con hambre, teniendo comida, pan y sal, y el agua, que las mismas fuentes dan como fruto. He aquí el camino real para recibir el alimento; esto es, muchos han sido salvados por este camino, pues los Santos Padres lo han dicho. Abstenerse de comer durante un día, dos, tres, cuatro, cinco, o una semana, eso no lo puede hacer siempre un hombre. Pero, así como cada día, siempre se puede comer pan y beber, también, habiendo comido, uno debería no saciarse, para que el cuerpo sea sometido al espíritu y sea capaz de trabajar y ser sensible a los pensamientos, y así las pasiones del cuerpo serán conquistadas. El ayuno completo no puede mortificar las pasiones corporales, así como la poca alimentación sí las mortifica. Algunos ayunan durante algún tiempo y luego se entregan a los alimentos placenteros, otros muchos comienzan el ayuno más allá de sus fuerzas con otras severas labores y luego se debilitan por la falta de medida y el descontrol de esta labor, y buscan alimentos apetecibles y descanso para el fortalecimiento del cuerpo. Obrar de esta forma significa construir y luego volver a destruir, ya que el cuerpo, por medio de la dureza del ayuno anhelará alimentos apetecibles y consuelo, y los alimentos apetecibles avivarán las pasiones. Pero si alguien establece para sí mismo una medida definitiva, como qué cantidad comer cada día, recibirá un gran beneficio. Sin embargo, con relación a la cantidad de comida, uno debe establecer una regla para determinar lo necesario para el fortalecimiento de sí mismo, de la misma forma que cada uno puede establecer cualquier clase de trabajo espiritual. Pero si alguien ayuna más allá de esto, en otro momento se entregará al descanso. La labor ascética según esta medida no tiene precio. Algunos santos padres también tomaron alimento con medida, y en todo usaron de esto en el momento apropiado, y en todo tuvieron medida, en los trabajos ascéticos, en las necesidades corporales, en las posesiones de sus celdas, y en todo utilizaron esto en el momento apropiado, y todo según una regla definida y moderada. Así pues, los santos padres no obligan a nadie a empezar a ayunar por encima de sus posibilidades para que se debilite. Toma como regla comer cada día, para que puedas abstenerte de forma más firme. Pero si alguien ayuna más allá de esto, ¿cómo se abstendrá más tarde de comer en exceso? No podrá hacerlo de ninguna forma. Tal comienzo inmoderado proviene por la vanagloria o falta de conocimiento, mientras que la continencia es una de las virtudes que ayuda en la subyugación de la carne. El hambre y la sed fueron dadas al hombre para la purificación del cuerpo, para la preservación de los malos pensamientos y de las pasiones lascivas. Comer pobremente cada día es un signo de perfección, como algunos han dicho, y cualquiera que come cada día a una hora determinada no bajará la moral ni sufrirá ningún daño en el alma. San Teodoro el estudita ensalza a tales personas en su instrucción sobre el viernes de la primera semana del Gran Ayuno, donde cita, confirmando sus palabras, a los santos padres portadores de Dios y al Señor mismo, así también debemos actuar nosotros.

El Señor resistió un ayuno prolongado, al igual que Moisés y Elías, pero solamente uno. Y algunos, mientras suplicaban al Creador, soportaban sobre sí mismos un cierto tiempo de ayuno, pero de acuerdo con las leyes naturales y la enseñanza de la divina Escritura. De la actividad de los Santos, de la Vida de nuestro Salvador, y de las reglas de aquellos que vivieron rectamente, observamos con contundencia que es provechoso y espléndido estar preparados para ser hallados en la labor ascética, en el trabajo y en la constancia; sin embargo no es necesario debilitarse a sí mismo con un ayuno excesivo y tampoco llevar al cuerpo a un estado de inactividad. Si la carne se enardece a causa de la juventud, hay que abstenerse mucho de ella, pero si se es débil, uno debe usarla adecuadamente. Observa y juzga según tu propia debilidad con relación a todo lo que puedes hacer. Para cada uno existe una medida, y el maestro interior es la propia conciencia; nadie puede tener la misma regla y el mismo trabajo ascético, porque algunos son fuertes y otros son débiles. Algunos son como el hierro, otros son como el cobre, mientras que otros son como la cera. Y así, descubriendo cada uno su medida correctamente, tome alimento una vez al día, además de los Sábados, Domingos, y Grandes Fiestas del Señor. Un ayuno moderado y sensible es el fundamento principal de todas las virtudes. Hay que luchar contra el mal como el que lucha contra un león o una serpiente con relación a la enfermedad del cuerpo y la pobreza espiritual. Aquel que desea que su mente esté firme contra los pensamientos impuros debe hacer a su cuerpo más refinado por medio del ayuno.

No es posible, sin el ayuno, servir como sacerdote. Al igual que es indispensable respirar, también lo es ayunar. El ayuno, una vez que ha entrado en el espíritu, aniquila desde lo profundo el pecado que está unido a él.

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