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jueves, 25 de abril de 2013

María Antonia Bandrés y Elósegui, Beata


Religiosa, Abril 27
 
María Antonia Bandrés y Elósegui, Beata
María Antonia Bandrés y Elósegui, Beata

Religiosa de la Congregación de las Hijas de Jesús

Nace en Tolosa (España) un 6 de marzo de 1898.

Su papá se llamaba Ramón Bandrés y su mamá Teresa Elósegui. Fue la segunda hija de los quince que tuvo el matrimonio.

Antonita sentía un amor entrañable hacia sus padres y hermanos, esto hizo que le costara mucho afectivamente la separación de los mismos al ingresar al noviciado, por eso se le escuchó decir: “Sólo por Dios los he dejado”.

En aquel hogar se vivía la fe y la caridad cristiana. Doña Teresa era una mujer ejemplar y santa, que supo ayudar a sus hijos a crecer en todo, pero especialmente en el amor a Dios, a María y a los más pobres y necesitados.

Su salud era un poco débil. Sus padres tuvieron con ella cuidados especiales. La debilidad y el excesivo celo de los suyos, ayudaron a acentuar en aquella niña un carácter sensible hasta la susceptibilidad, que en los primeros años llegó a preocupar a doña Teresa: “¡Qué chiquilla más fastidiosa! ¡Cuánto vas a sufrir con ese carácter!”. Y sufrió sí, pero sin que la sonrisa, aunque teñida a veces de melancolía, se borrara de sus labios.

Cursó sus estudios en el colegio de San José (Tolosa), el mismo fue fundado por la Madre Cándida y allí mismo conoció a la encantadora Antonita, todavía casi niña. Cautivada por su mirada profunda y transparente, profetizó la Madre Cándida: “Tú serás Hija de Jesús”.

Sin duda estas palabras se grabaron con anhelo de respuesta fiel en su corazón, que ya quería ser sólo de Jesús. El amor a la Virgen, que había germinado en los brazos de su madre, floreció espléndido en el colegio, ya que el mismo está marcado por la advocación de la Virgen del Amor Hermoso. Y María Antonia Bandrés fue congregante mariana por méritos de conducta y aplicación.

Su amor a los pobres y necesitados

Con ellos compartía de niña sus ahorros y todo lo que tenía, pero supo siempre hacer las obras de misericordia con sencillez y naturalidad para que nadie se sintiera herido. Para Antonita seguir a Jesucristo y estar cerca de los pobres eran una misma cosa. Lo había aprendido de sus padres que le enseñaron que el amor a los otros era un deber. Primero los visitaba con su madre, luego –catorce o quince años– iba a su encuentro sólo con la sencillez y humildad que la caracterizaban.

A veces cuando el lugar o la persona visitada podían suponer algún riesgo, le acompañaba Francisca, una empleada de la casa, cómplice en la caridad y en el silencio con que María Antonia actuaba en estas situaciones difíciles: Aquella viejecita de la chabola, que respondía con gritos y mal humor a su ternura; el marido amenazante, que se calmaba sólo cuando “la señorita” lo esperaba en su propia casa para evitar el terror de los niños; las obreras del sindicato, para quienes ella era “distinta de las demás, aunque todas buenas”; lugares, personas en los que el paso de María Antonia dejó huella.

Su llamada

La llamada a ser Hija de Jesús encontró su corazón bien dispuesto. La decisión estaba tomada. El realizarla costaría mucho, pero había de llegar a término seguro: “Es preciso llegar a la cumbre”. E inició María Antonia aquella subida, que nunca tuvo retrocesos. Las piedras del camino fueron hiriendo sus pies sin que jamás se detuviera a vendar las heridas. Era natural sufrir por Jesús, “que tanto sufrió por nosotros”. Tener algo que ofrecerle, era una compensación a sus deseos de darse toda, porque “de hacerlo, hacerlo entero”.

Movida por un impulso del Espíritu Santo, ofreció a Dios su vida por quien había sido su padrino de bautismo, el querido tío Antón. El le manifestó su desacuerdo cuando ella se marchó al Noviciado, por tener una postura más agnóstica, pero comprendió luego el gesto misericordioso de su ahijada y descubrió tras él la misericordia del Padre, que lo acogió en sus brazos en un día de gracia y de perdón, bajo la mirada maternal de la Virgen de Aranzazu. Para sus últimos instantes, le estaban reservadas las gracias de la paz y la consolación verdaderas: “¿Esto es morir? ¡Qué dulce es morir en la vida religiosa! Siento que la Virgen está a mi lado, que Jesús me ama y yo lo amo…”

Entro al Reino Celestial el 27 de abril de 1919, y fue beatificada por S.S. Juan Pablo II el 12 de mayo de 1996.



Beata María Antonia Bandrés y Elósegui, virgen
fecha: 27 de abril
n.: 1898 - †: 1919 - país: España
canonización: B: Juan Pablo II 12 may 1996
hagiografía: Vaticano
En Salamanca, en España, beata María Antonia Bandrés y Elósegui, virgen de la Congregación de Hijas de Jesús, que concluyó en breve tiempo su vida consagrada a Dios, con ánimo sereno y sin descorazonarse.
Discurso de SS Juan Pablo II el lunes 13 de mayo de 1996, a los peregrinos que habían acudido a Roma para la beatificación de las dos religiosas, celebrada el día anterior:


La Madre Cándida María de Jesús Cipitria y Barriola (9 de agosto), siendo aún joven, tuvo que cuidar de sus hermanos menores en una familia numerosa, a la vez que daba los primeros pasos en la vida de piedad, Después, en Valladolid, mientras servía en una familia, viviendo en actitud de penitencia y oración, que son dos caminos necesarios para tomar toda decisión importante, piensa en fundar una Congregación con el nombre de Hijas de Jesús, dedicada a la salvación de las almas. Finalmente en Salamanca da el paso definitivo bajo el amparo y particular protección de la Virgen María.

Con una firme aspiración a la santidad, la beata Cándida María de Jesús se entregó a Dios dedicándose a la formación cristiana de la infancia y juventud, respondiendo así a un imperativo pastoral de la Iglesia y a una necesidad de la sociedad de entonces. En efecto, la educación integral es condición indispensable para el crecimiento moral de las personas y para el progreso de los pueblos, lo cual forma parte de la acción evangelizadora de la Iglesia.

Uno de los primeros y más insignes frutos de esa acción educativa fue la figura de la beata María Antonia Bandrés Elósegui (27 de abril), que desde su juventud se ofreció a Dios, siguiendo fielmente los pasos de Madre Cándida y viviendo de forma alegre y fervorosa su servicio al Señor. Los pobres fueron sus predilectos: con ellos compartía ya de niña todo cuanto tenía. Lo había aprendido de sus padres, que le enseñaron que el amor a los otros era un deber, aunque ella supo llevar a cabo las obras de misericordia con sencillez y naturalidad para que nadie se sintiera herido. El desprendimiento de sí misma y de las cosas y el más completo abandono en la Providencia divina templaron su fortaleza y su esperanza. Así preparó su alma para ofrecer su vida por alguien a quien amaba y veía lejos de las prácticas de la fe.

Su testimonio debe ayudar a las jóvenes y a los jóvenes a descubrir la belleza de la vida consagrada totalmente al Señor, a comprender mejor el sentido de la oración y la fecundidad del sufrimiento, ofrecido a Cristo por amor a los demás.

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