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lunes, 25 de marzo de 2013

Sobre el ego

     
A raíz de una consulta…
¿Podría darme su opinión, formada de estudio y experiencia, sobre cuál es la naturaleza del “ego”, del yo “exterior”, “superficial”?
 
No es sencillo el tema, porque tiene muchos aspectos que aparecen a medida que se lo aborda desde diferentes puntos de vista. Sin embargo, es un tema central, importante. Sin pretender agotar el tema con mi respuesta, lo abordo intentando aportar algo, más que por el estudio, debido a la experiencia personal.
 
Diría que la naturaleza del ego es ilusión. Es un fantasma, una apariencia, es propiamente una imagen. Tan solo una representación de nosotros mismos.
 
Ahora claro, decir eso no explica mucho, profundizaré un poco:
 
De cada acción que se efectúa, queda un saldo en la memoria. Y aun cuando no nos acordemos de un suceso, este permanece como silenciosa influencia. Pero además, cada acción es juzgada inmediatamente en el interior de la mente de acuerdo a la escala de valores que está actuando en ese momento en la persona. Se produce una automática evaluación que arroja un resultado a modo de veredicto, resultante de comparar lo que se hizo con aquello que se debía hacer, según los valores antes mencionados.
 
Este resultado configura la imagen de nosotros mismos, la propia representación.
 
Es algo muy similar a lo que hoy en día sería un perfil de una persona en una red social. Esa imagen de nosotros dice como somos, lo que seremos y lo que fuimos en todos los aspectos imaginables. Habla de nuestro físico, de nuestras aptitudes, de nuestra calidad moral, funcional, profesional; esa imagen habla de cómo somos como padres, esposos, religiosos etc. Cuando uno se refiere a sí mismo, es a esa imagen en realidad, adonde se dirige la mente.
 
Esto que describo le ocurre a todo el mundo y forma parte del mecanismo de interacción entre cuerpo, mente y mundo en una primera aproximación. Esto constituye una gran esclavitud en tanto nos identifiquemos con este automatismo, necesario para el funcionamiento del organismo, pero prescindible si se pretende un más verdadero emplazamiento espiritual.
 
Esta imagen de nosotros mismos, tiene la particularidad de producir sensación generalizada en toda nuestra estructura sicofísica.
 
Tú verás que si imaginas que comes un limón, esto te produce una sensación muy específica en torno a la boca, un aumento de la secreción salival etc. Es decir, la imagen de ti comiendo un limón produce cosas en el cuerpo. Todas las imágenes tienen correspondencia con lo que se registra corporalmente.
 
La influencia de la propia imagen tiene una particularidad muy clara: produce sensación en toda la extensión del cuerpo y la mente. El limón te moviliza la boca, el recuerdo de un momento grato con tu hijo suscita emociones que se sienten como calidez en el pecho, humedad en los ojos y demás. Pero lo que piensas de ti mismo, lo que crees de ti mismo ‒también lo que crees que piensan de ti, o lo que creen otros de ti‒ te hace sentir muy bien o muy mal en todo el organismo.
 
Es por lo anterior que la sabiduría popular dice “está agrandado” ‒“está crecido”‒ cuando alguien se siente muy prendado de sí mismo. Porque efectivamente nos produce una sensación de expansión y plenitud corporal un saldo positivo entre lo hecho y lo que considerábamos que debíamos hacer.
Esto es el ego: esa imagen de nosotros mismos, que se mueve de continuo y que provoca una sensación placentera o displacentera según el saldo de las constantes e involuntarias evaluaciones efectuadas. ¿Has visto esa fuerte necesidad de defenderse cuando opinan mal de nosotros o ese involuntario deseo de tener la razón en alguna discusión? Esto es debido a la búsqueda de mantener en positivo ese balance que repercute inmediatamente en la imagen que tenemos de nosotros.
 
Y así con casi todas las actividades. La identificación con una escuadra deportiva ‒con un equipo deportivo‒, nos liga a ella y por tanto a esta imagen interior, de tal modo, que las vicisitudes de “nuestro equipo” también nos hacen sentir orgullosos de pertenecer o necesitados de revancha… pero es preciso entender como cada una de estas cosas o hechos provoca sensación instantánea en el cuerpo, por lo cual todo esto tan trivial termina siendo tan importante para mucha gente.
Por decirlo de otro modo, el ego es lo que pensamos o creemos de nosotros mismos.

Por decirlo de otro modo, el ego es lo que pensamos o creemos de nosotros mismos.
 
Cuando dices tu propio nombre, “Juan” o “Alberto”, eso que sientes en el momento en que te nombras, esa es la sensación resultante de los mecanismos antes mencionados.
La ropa que vestimos y lo que vemos y juzgamos cuando nos miramos al espejo, el desempeño laboral, lo que nos dicen de nosotros, una pareja, un amigo, el jefe, la sociedad en general… todo va a dar al mismo sitio de evaluación constante y todo eso influye y condiciona. Lo que suponemos ha sido nuestro pasado, lo que consideramos probable a futuro, todo termina cayendo al mismo sitio.
Por esto a veces hemos escrito, y otros lo han hecho también, por cierto, que la ascesis o la religiosidad muchas veces termina siendo “usada” por este ego como mecanismo para mejorar ante sí mismo su status, su auto imagen, que ahora se ve condimentaba con “virtudes ascéticas”. El problema de esto, claro, es que la ascesis termina alimentando algo inexistente, generando un orgullo que aunque puede brindar contento en los primeros tiempos, no construye nada verdadero en lo espiritual.
La mayoría de las acciones humanas surgen motivadas por la necesidad de restablecer una adecuada imagen de sí mismo o de mantener una buena imagen si fuera el caso. De allí que mucho se ha dicho: el ego es esclavitud.
 
Es un tema bastante extenso, que se va lateralizando para comprenderlo acabadamente. Porque hay un condicionamiento raíz, previo a esto que tratamos, que es la búsqueda de sensaciones. El cuerpo junto a ese instrumento propio de él que llamamos mente, está condicionado, impulsado a la búsqueda de sensaciones placenteras en todo momento.
 
No hay nada que se haga que no termine provocando una sensación ‒neutra, agradable o desagradable‒ y detrás de todo movimiento está este objetivo involuntario de conseguir una sensación agradable. Esto es parte de la naturaleza humana, al menos de la que conocemos en esta condición caída. Entonces sucede que así como la interacción con diversos objetos y el intercambio con algunas personas nos brinda gusto y satisfacción, tener una imagen de sí mismo muy buena ‒le suelen llamar autoestima en psicología convencional‒ nos brinda un placer de fondo que se vive como muy gustoso.
 
Esto se hace adicción y es lo que se busca en general detrás de todo emprendimiento por grande o pequeño que sea. Incluso, a veces, muchas acciones sacrificadas o aparentemente dolorosas que se efectúan “por el bien de otro” resultan ser máscara de la búsqueda de una mejoría en la propia imagen. Mucho del amor que se declama, viene a ser en ocasiones una velada búsqueda de aprobación o de mantener junto a sí a alguien cuya cercanía nos enaltece a nosotros mismos.
 
Podríamos seguir dando ejemplos acerca de esto, pero creo que es suficiente si puedes cotejar con la propia experiencia interior e íntima de lo que muchas veces ha motivado lasacciones en el pasado.
 
¿Cómo desarticular el ego, para que nuestro hacer consolide algo que no sea ilusorio?
Esa es una pregunta que es importante responder. Antes que nada es preciso comprender muy bien el mecanismo, verlo realmente actuando en uno y en otros porque eso ya lo debilita enormemente. No se vence al ego luchando contra él, porque esto le da entidad a lo ilusorio fortaleciendo lo que se quiere disolver.
 
Comprender es un suceso interior de mucho más valor que el entendimiento. Comprender no es un conocimiento, sino un saber. Es darse cuenta de que lo que parecía no era, y eso solo ya lo cambia todo. Cuando uno escucha un ruido en la puerta de entrada y se imagina que es un ladrón, todo se tensa y crispa y se emprenden acciones preventivas, hasta que uno advierte que era ese amigo que estaba entrando. Cuando se percibe al amigo entrando ya no es necesario hacer nada más para que cese en uno la tensión, esta se ha disuelto por sí misma debido a la disolución de la ilusión.
 
Cuando realmente nos damos cuenta de lo que es el ego, eso que habla cuando decimos “yo” digo, “yo” pienso, “yo” haré, etc., y de su naturaleza ilusoria, inexistente, se alumbra sola la intuición de lo que somos. Mientras se va despejando lo fantasmal se va haciendo más clara la presencia de Aquél a quién buscamos.
 
Este vivir con Dios que todos anhelamos aunque se formule de distintas maneras, es un presente real y posible que se instala sin esfuerzo en el momento mismo en que advertimos que no éramos lo que creíamos ser.
 
Te habrá pasado como a mí que viendo una película solemos identificarnos con un personaje y “sufrimos” lo que a este le va sucediendo. Al terminar el film volvemos a la realidad y ya nada de aquello que acontecía nos preocupa, porque sabemos que no somos ese personaje. Es similar lo que se siente cuando uno va comprendiendo la naturaleza del ego y se va asentando en aquello que es, y que no puede estar sino junto a Dios.


 

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