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sábado, 23 de marzo de 2013

Dimas, Santo


El buen ladrón, 25 de marzo
 

Dimas, Santo
Dimas, Santo

"HOY estarás conmigo en el Paraíso"

Martirologio Romano: Conmemoración del santo ladrón, que en la cruz reconoció a Cristo, y de Él mereció oír: Hoy estarás conmigo en el Paraíso (s. I).
Sólo poseemos noticias ciertas acerca de su muerte y de su solemne canonización -por parte del mismo Jesucristo-, no repetida en la historia de la Santidad. - Fiesta: 25 de marzo.

"Y con Él crucificaron dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda de Él. Y fue cumplida la Escritura que dice: Y fue contado entre los inicuos.

"Uno de los malhechores le insultaba diciendo: ¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a Ti mismo y a nosotros.

"Mas el otro, respondiendo, le reconvenía diciendo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros, la verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos; mas Éste nada ha hecho; y decía a Jesús Acuérdate de mí cuando vinieres en la gloria de tu realeza.

"Díjole: En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Marcos 17, 27s. y Lucas 23, 39-43).

Como hemos indicado al principio, nada más sabemos de San Dimas con certeza histórica, pues son unas actas, aunque muy antiguas, apócrifas las que iniciaron la leyenda sobre el mismo, que todos hemos oído relatar alguna vez.

La Sagrada Familia, según nos narra la Biblia, se vio obligada a huir a Egipto, debido al peligro que corría la vida de Jesús, por la persecución de los niños menores de dos años que Herodes el Grande había decretado.

En cierta ocasión en que los soldados del rey -y empieza aquí la narración apócrifa- estaban sobre la pista de la Familia Santa, y cuando ya les andaban muy cerca, José y María encontraron una casa en la que fácilmente se podrían esconder, si les dejaban entrar.

Esta casa era la que habitaba Dimas con los suyos. José les pide que los escondan, pues los soldados del rey con sus caballos, mucho más veloces que el sencillo borrico que montan, ya casi les dan alcance. Pero los habitantes de aquella casa se niegan a ello.

En este momento sale el joven Dimas, que seguramente por su carácter y decisión gozaba entre sus camaradas de gran autoridad, y dispone que se queden y les esconde en un lugar tan oculto que la policía romana no consigue descubrirlos, ni puede detenerlos. Jesús promete a Dimas, agradecido, que su acto no quedará sin recompensa, y le anuncia que volverán a verse en otra ocasión y aún en peores condiciones, y entonces será Él, Cristo, quien ayudará a su benigno protector.

De este modo terminan su narración las actas apócrifas. Explicación suficiente, sin embargo, para observar en ella una diferencia total entre las leyendas atribuidas a Jesús, y la sobriedad evangélica, aun en los momentos más sublimes en que para confirmar su doctrina, Jesucristo obra algunos de sus milagros. Por esta razón nos ceñiremos a continuación al relato evangélico, Palabra Viva, que nos conduce a importantes enseñanzas.

¿A qué fue debida la conversión de Dimas, un ladrón, un malhechor, que seguramente en toda su vida no había visto a Jesús, aunque hubiera oído hablar de Él, como de alguien grande, misteriosamente poderoso y enigmático para muchos?

Porque en la cruz, Dimas se nos presenta ya convertido, como creyente en la divinidad de Cristo: "¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio?".

Un autor moderno atribuye la conversión de Dimas a la mirada de Jesucristo, la mirada clara de Cristo; en su cara abofeteada, escupida y demacrada, la mirada que había obrado tantos prodigios y que convertía al que se adentraba en ella con corazón limpio, en seguidor y discípulo...

Y el corazón de Dimas debía ser limpio, a pesar de todos sus delitos. Inclinado al robo quizá por circunstancias externas, circunstancias tal vez de tipo social, había sabido conservar, empero, cierto cariño a los que le rodeaban, y un respeto sincero a sus padres y a las vidas de los demás.

Y Dios, por la Sangre de su Hijo que estaba a punto de derramarse, le premiaba lo bueno que había hecho y le perdonaba lo malo. Y en su Amor insondable -Dios es Amor- le había concedido las gracias suficientes y necesarias para aquel acto profundo de fe.

Y a continuación el gran acto de sometimiento a la Voluntad de Dios y a la justicia de los hombres: "Nosotros, la verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos"; y después, en aquellos momentos solemnes, alrededor de los cuales gira toda la Historia, quiera el hombre reconocerlo o no, la petición confiada, anhelante a su Dios, que por él, con él y también por nosotros moría en una cruz: "Acuérdate de mí, cuando vinieres en la gloria de tu realeza".

Y de labios del mismo Cristo oye Dimas las palabras santificadoras: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

He aquí un Santo original: hasta poco antes de morir, un ladrón, un malhechor, de familia seguramente innoble, sin ningún milagro en su haber, que puede ser, para nosotros, un magnífico tema de profunda meditación.
 

Buen Ladrón.      


Buen Ladrón
Orrente-crucifixion.jpg
El Buen Ladrón observa a Jesús mientras el Mal Ladrón aparta su mirada de este, en La Crucifixión, óleo del siglo XVII del español Pedro de Orrente.
conocido como San Dimas, según los evangelios apócrifos.
FallecimientoCalvario, junto a Jesús
Canonización25 de marzo de 33, por Cristo
Festividad25 de marzo
El Buen Ladrón, es uno de los dos malhechores que según los evangelios fueron crucificados al mismo tiempo que Jesús de Nazaret. En el Evangelio de Lucas se relata que Jesús dijo al «buen ladrón» durante la crucifixión que antes de que acabara el día, estaría con él en el paraíso. Aunque ninguno de los evangelios canónicos menciona el nombre de los ladrones, en algunos evangelios apócrifos el Buen Ladrón es llamado Dimas. Su festividad se celebra el 25 de marzo.

Menciones en los evangelios canónicos

Aunque nunca fue oficialmente canonizado por la iglesia católica, se le considera como la única persona que fue directamente reconocida como santo por Jesús. "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso".[1]
El Martirologio (catálogo oficial de los Santos de la Iglesia Católica) le tiene inscrito, aun sin citar su nombre, en el día 25 de marzo, a continuación de la Solemnidad de la Anunciación del Señor.[2]
Los dos ladrones fueron crucificados al mismo tiempo que Jesús, uno a su derecha y otro a su izquierda. Según el evangelio de San Mateo, ambos se burlaron al principio de Jesús, sin embargo, el evangelio de San Lucas menciona solamente que fue uno: Uno de los malhechores colgados lo insultaba: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. El otro le reprendía: Y tú, que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la paga de nuestros delitos; éste en cambio no ha cometido ningún crimen. Y añadió: Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí. Jesús le contestó: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.[3]

Menciones en los evangelios apócrifos

De acuerdo con la tradición y el Evangelio de Nicodemo (Evangelio apócrifo), el Buen Ladrón fue crucificado a la derecha de Jesús y el Mal Ladrón, llamado Gestas, a la izquierda. Por este motivo, con frecuencia las representaciones de la crucifixión muestran a Jesús con la cabeza inclinada hacia el lado derecho.
En otro de los evangelios apócrifos, el Protoevangelio de Santiago, Jose de Arimatea hace la siguiente declaracion: Se llamaba Dimas; era de origen galileo y poseía una posada. Atracaba a los ricos, pero a los pobres les favorecía. Aun siendo ladrón, se parecía a Tobías, pues solía dar sepultura a los muertos. Se dedicaba a saquear a la turba de los judíos; robó los libros de la ley en Jerusalén, dejó desnuda a la hija de Caifás, que era a la sazón sacerdotisa del santuario, y substrajo incluso el depósito secreto colocado por Salomón. Tales eran sus fechorías.
De nuevo en el Evangelio de Nicodemo se hace la siguiente narración de la llegada del Buen Ladrón al Paraiso: ¿Quién eres? Tu aspecto es el de un ladrón. ¿De dónde vienes, que llevas el signo de la cruz sobre tus espaldas? Y él, respondiéndoles, dijo: Con verdad habláis, porque yo he sido un ladrón, y he cometido crímenes en la tierra. Y los judíos me crucificaron con Jesús, y vi las maravillas que se realizaron por la cruz de mi compañero, y creí que es el Creador de todas las criaturas, y el rey todopoderoso, y le rogué, exclamando: Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino.
En el Evangelio árabe de la infancia del siglo VI, el buen ladrón recibe el nombre de Tito y se relata el episodio del Ataque de los bandidos, en el que unos salteadores atacan a San José y su familia mientras atraviesan un bosque.
Uno de los malhechores llamado Tito (El Buen Ladrón), intercede para protegerlos, mientras que el otro que se llamaba Dúmaco (El Mal Ladrón) no accede. La Virgen María bendice a Tito y el propio Jesús profetiza que ambos forajidos serán crucificados. [4] [5]
Madre mía, de aquí a treinta años me han de crucificar los judíos en Jerusalén y estos dos ladrones serán puestos en cruz juntamente conmigo. Tito estará a la derecha y Dúmasco a la izquierda. Tito me precederá en el paraíso Evangelio Árabe de la Infancia. Capítulo XXIII
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Iglesia ortodoxa


 
La cruz ortodoxa, cruz de tres barras o de ocho puntas. El travesaño inclinado simboliza en su parte elevada al "Buen Ladrón" y en su parte baja al "Mal Ladrón".
En la Iglesia ortodoxa, tanto las cruces como los crucifijos se representan con tres barras horizontales, la más alta es el titulus crucis (la inscripción que Poncio Pilatos mandó poner sobre la cabeza de Cristo en latín, griego y hebreo: "Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos"), la segunda más larga representa el madero sobre el que fueron clavados las manos de Jesús y la más baja, oblicua, señala hacia arriba al Buen Ladrón y hacia abajo al Mal Ladrón.
El Buen Ladrón no se menciona en el santoral ortodoxo ni tampoco lo llaman por su nombre en los cánticos y oraciones.

Referencias

  1. Evangelio de San Lucas Capitulo 23 versículo 43.
  2. Cita textual: "25 de marzo. (...) 2.Conmemoración del santo ladrón, que en la cruz reconoció a Cristo, y de Él mereció oír: Hoy estarás conmigo en el Paraíso (s. I)." (Martirologio Romano, ed. 2001)
  3. Sermón panegírico de San Dimas, el Buen Ladrón. Biblioteca predicable ó sea colección de sermones penegrínos, dogmáticos, morales y pláticas para todos los domingos del año y para la santa cuaresma por Emilio Moreno Cebada. Consultado el 5 de abril de 2012
  4. Juan Correa, su vida y obra. Repertorio pictórico. Tomo IV, primera parte. Universidad Nacional Autónoma de México, 1995, ISBN 968-36-2980-6. Consultado el 2-4-2010
  5. Catholic Encyclopedia Arabic Gospel of the Infancy 23.

Bibliografía

  • Lorite Cruz, Pablo Jesús. “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso.” Una aproximación a la iconografía de San Dimas. Calvario.Insigne y Real Congregación del Santo Sepulcro y Siervos de la Orden Tercera de Nuestra Señora de los Dolores. Jaén. 2009, N.º 24, pp 43-48.
  • Tettamanzi, Dionigi (2005). El buen ladrón: meditación. Comercial Editora de Publicaciones.

 Enlaces externos

 

 
ORACIÓN DEL BUEN LADRÓN
 
En la imagen: Jesús conversa con Dimas. San Juan se tapa la cara, la Santísima Virgen mira impotente a su hijo. Santo Domingo abre los brazos y Santo Tomás se encuentra de rodillas
 
El ladrón político que estaba a la izquierda de Jesús le lanzó una mirada iracunda. Era como si tuviese una secreta querella contra aquel hombre que moría con él. Siguió mirándole con ira por encima del hombro y al fin explotó su rabia. ¿No eres tú el Mesías? – rugió - ¡Pues sálvate y sálvanos a nosotros!
Jesús miró a aquel hombre a quien el sufrimiento había vencido. No dijo nada. El otro ladrón se enderezó sobre los pies ensangrentados, y miró por delante de Jesús para reprender a su amigo: "¿Tampoco tú temes a Dios estando en el mismo tormento?" El mal ladrón se había dejado caer al fondo de la cruz y no le podía escuchar ya: " Además – prosiguió – ,nosotros sufrimos justamente lo que hemos merecido". No obtuvo respuesta. Sólo un gemido de angustia. Entonces inspiró más fuerte antes de dejarse caer otra vez y con humilde impotencia exclamó: "¡Acuérdate de mí, Señor cuando vuelvas en tu gloria!"
El Mesías se incorporó, respiró penosamente y respondió: "¡Hoy estarás conmigo en el Paraíso!"
 
Reflexión
Acuérdate de mí, le decía desde la cruz el buen ladrón y mereció oír de tu boca aquella respuesta tan consoladora: "Hoy estarás conmigo en el paraíso."
Acuérdate de mí, te diré yo también, acuérdate de mí, Señor que soy una de vuestras amadas ovejas por las que habéis dado vuestra vida. Consuélame también a mí haciéndome conocer que me perdonarás concediéndome un gran dolor de mis pecados. ¡Oh gran Jesús, que te sacrificaste a Ti mismo por el amor de tus criaturas, ten piedad de mí. Yo creo que Tú, Jesús mío habéis muerto crucificado por mí; te suplico que tu sangre divina corra también sobre mí; que me lave de mis pecados, que me abrase en el divino amor, y haga que yo sea todo para Ti. Te amo, Jesús mío; y deseo morir crucificado por Ti, que habéis muerto crucificado por mí.
 
Oración del Buen Ladrón (San Dimas)
(Muy antigua)
  Dios todopoderoso y misericordioso, que perdonas a los pecadores, te suplicamos humildemente que nos permitas alcanzar una verdadera expiación de nuestros pecados y nos des una mirada de bondad igual como tu único Hijo lo hizo con el Buen Ladrón y te acuerdes de nosotros en la gloria eterna igual como Jesús lo prometió. Te lo suplicamos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén. (Esta oración fue traducida de la versión francesa del libro de San Alfonso Ligorio: "Les Plus Belles Priéres" )
 
 
Oración del Buen Ladrón (San Dimas)
 Oh Padre del cielo, en memoria de San Dimas el buen ladrón, que en su último momento despertó la consciencia del valor que tienen los bienes del cielo, y que rechazó su vida pasada en el final de su vida, te encomendamos con nuestra más sincera suplica, que fortalezcas nuestro corazón, para reconocer el valor que tiene el seguir tu mensaje de Salvación, y despiertes nuestra mente al reconocimiento de las cosas mas valiosas, que son las que tus nos dejaste como herencia. Por Nuestro Señor Jesucristo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo. Amén
 
La Santísima Virgen a Marcos Tadeu, Jacareí, Brasil:
" Fuimos aceptados al pie de la Cruz, como familia del agonizante, uno de los ladrones también insultaba a Jesús diciendo:
Tú; ¿no eres el Cristo? Sálvate a Ti mismo y a nosotros también. Pero el otro, Dimas, vio la paciencia de Jesús en soportar tantos insultos, en rezar por sus propios enemigos....
Vio su propia vida llevada sin Dios y pensó: - Este hombre que hasta perdona a sus enemigos, que soporta todo esto, es el Hijo de Dios.
Dimas me miró a los pies de la Cruz y murmuró, pidiéndome que le obtuviese el perdón de Mi Hijo. Miré a Mi Hijo y le pedí que lo perdonara.
Enseguida Dimas respondió al otro ladrón: Tú, estando en los umbrales de la muerte ¿no temes a Dios? Nosotros estamos sufriendo lo que merecemos, pero Jesús nada hizo de malo.... y volviéndose a Mi Hijo le dijo:
- Señor, acuérdate de mi cuando estés en tu Reino.
Jesús le respondió:
En verdad, en verdad Yo te digo, hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.
Una inmensa oscuridad envolvió la Tierra, hasta la hora de la muerte de Jesús...
De vez en cuando, escuchábamos truenos y relámpagos.
 
 
 
Anexo
En el libro "Sobre las siete palabras pronunciadas por Cristo en la Cruz", San Roberto Belarnimo se refiere también al buen ladrón. El libro se encuentra en "Nuestra Biblioteca"
Vamos a mostrar aquí el capítulo IV:
 
  La segunda palabra o la segunda frase pronunciada por Cristo en la Cruz fue, según el testimonio de San Lucas, la magnífica promesa que hizo al ladrón que pendía de una Cruz a su lado. La promesa fue hecha en las siguientes circunstancias. Dos ladrones habían sido crucificados junto con el Señor, uno a su mano derecha, el otro a su izquierda, y uno de ellos sumó a sus crímenes del pasado el pecado de blasfemar a Cristo y burlarse de Él por su carencia de poder para salvarlos, diciendo: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» (63). De hecho, San Mateo y San Marcos acusan a ambos ladrones de este pecado, pero es lo más probable que los dos Evangelistas usen el plural para referirse al número singular, según se hace frecuentemente en las Sagradas Escrituras, como observa San Agustín en su trabajo sobre la Armonía de los Evangelios. Así San Pablo, en su Epístola a los Hebreos, dice de los Profetas: «cerraron la boca a los leones… apedreados…, aserrados…; anduvieron errantes cubiertos de pieles de oveja y de cabras» (64). Sin embargo hubo un solo Profeta, Daniel, que cerró la boca a los leones; hubo un solo Profeta, Jeremías, que fue apedreado; hubo un sólo Profeta, Isaías, que fue aserrado. Más aún, ni San Mateo ni San Marcos son tan explícitos con respecto a este punto como San Lucas, que dice de manera muy clara, «Uno de los malhechores colgados le insultaba» (65). Ahora bien, incluso concediendo que los dos vituperaron al Señor, no hay razón para que el mismo hombre no lo haya maldecido en un momento, y en otro haya proclamado sus alabanzas.
  
  Sin embargo, la opinión de los que mantienen que uno de los ladrones blasfemadores se convirtió por la oración del Señor, «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen», contradice manifiestamente la narración evangélica. Pues San Lucas dice que el ladrón recién empezó a blasfemar a Cristo luego de que Él hiciera esta oración; por ello nos vemos conducidos a adoptar la opinión de San Agustín y de San Ambrosio, que dicen que sólo uno de los ladrones lo vituperó, mientras el otro lo glorificó y defendió; y según esta narración el buen ladrón increpó al blasfemador: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?» (66).
 
  El ladrón fue feliz por su solidaridad con Cristo en la Cruz. Los rayos de la luz Divina que empezaban a penetrar la oscuridad de su alma, lo llevaron a increpar al compañero de su maldad y a convertirlo a una vida mejor; y este es el sentido pleno de su increpación: «Tú, pues, quieres imitar la blasfemia de los judíos, que no han aprendido aún a temer los juicios de Dios, sino que se ufanan de la victoria que creen haber alcanzado al clavar a Cristo a una cruz. Se consideran libres y seguros y no tienen aprensión alguna del castigo. ¿Pero acaso tú, que estás siendo crucificado por tus enormidades, no temes la justicia vengadora de Dios? ¿Por qué añades tú pecado a pecado?». Luego, procediendo de virtud a virtud, y ayudado por la creciente gracia de Dios, confiesa sus pecados y proclama que Cristo es inocente. «Y nosotros» dice, somos condenados «con razón» a la muerte de cruz, «porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho» (67).
 
  Finalmente, creciendo aún la luz de la gracia en su alma, añade: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (68). Fue admirable, pues, la gracia del Espíritu Santo que fue derramada en el corazón del buen ladrón. El Apóstol Pedro negó a su Maestro, el ladrón lo confesó, cuando Él estaba clavado en su Cruz. Los discípulos yendo a Emaús dijeron, «Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel» (69). El ladrón pide con confianza, «Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». El Apóstol Santo Tomás declara que no creerá en la Resurrección hasta que haya visto a Cristo; el ladrón, contemplando a Cristo a quien vio sujeto a un patíbulo, nunca duda de que Él será Rey después de su muerte.
 
  ¿Quién ha instruido al ladrón en misterios tan profundos? Llama Señor a ese hombre a quien percibe desnudo, herido, en desgracia, insultado, despreciado, y pendiendo en una Cruz a su lado: dice que después de su muerte Él vendrá a su reino. De lo cual podemos aprender que el ladrón no se figuró el reino de Cristo como temporal, como lo imaginaron ser los judíos, sino que después de su muerte Él sería Rey para siempre en el cielo. ¿Quién ha sido su instructor en secretos tan sagrados y sublimes? Nadie, por cierto, a menos que sea el Espíritu de Verdad, que lo esperaba con Sus más dulces bendiciones. Cristo, luego de su Resurrección dijo a Sus Apóstoles: «¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» (70). Pero el ladrón milagrosamente previó esto, y confesó que Cristo era Rey en el momento en que no lo rodeaba ninguna semblanza de realeza. Los reyes reinan durante su vida, y cuando cesan de vivir cesan de reinar; el ladrón, sin embargo, proclama en alta voz que Cristo, por medio de su muerte heredaría un reino, que es lo que el Señor significa en la parábola: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse» (71).
 
  Nuestro Señor dijo estas palabras un tiempo corto antes de su Pasión para mostrarnos que mediante su muerte Él iría a un país lejano, es decir a otra vida; o en otras palabras, que Él iría al cielo que está muy alejado de la tierra, para recibir un reino grande y eterno, pero que Él volvería en el último día, y recompensaría a cada hombre de acuerdo a su conducta en esta vida, ya sea con premio o con castigo. Con respecto a este reino, por lo tanto, que Cristo recibiría inmediatamente después de su muerte, el ladrón dijo sabiamente: «Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Pero puede preguntarse, ¿no era Cristo nuestro Señor Rey antes de su muerte? Sin lugar a dudas lo era, y por eso los Magos inquirían continuamente: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (72). Y Cristo mismo dijo a Pilato: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (73). Pero Él era Rey en este mundo como un viajero entre extraños, por eso no fue reconocido como Rey sino por unos cuantos, y fue despreciado y mal recibido por la mayoría. Y así, en la parábola que acabamos de citar, dijo que Él iría «a un país lejano, para recibir la investidura real». No dijo que Él la adquiriría por parte de otro, sino que la recibiría como Suya propia, y volvería, y el ladrón observó sabiamente, «cuando vengas con tu Reino». El reino de Cristo no es sinónimo en este pasaje de poder o soberanía real, porque lo ejerció desde el comienzo de acuerdo a estos versículos de los salmos: «Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo» (74). «Dominará de mar a mar, desde el Río hasta los confines de la tierra» (75). E Isaías dice, «Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro» (76). Y Jeremías, «Suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra» (77). Y Zacarías, «¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna» (78).
 
  Por eso en la parábola de la recepción del reino, Cristo no se refería a un poder soberano, ni tampoco el buen ladrón en su petición, «Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino», sino que ambos hablaron de esa dicha perfecta que libera al hombre de la servidumbre y de la angustia de los asuntos temporales, y lo somete solamente a Dios, Al cual servir es reinar, y por el cual ha sido puesto por encima de todas Sus obras. De este reino de dicha inefable del alma, Cristo gozó desde el momento de su concepción, pero la dicha del cuerpo, que era Suya por derecho, no la gozó actualmente hasta después de su Resurrección. Pues mientras fue un forastero en este valle de lágrimas, estaba sometido a fatigas, a hambre y sed, a lesiones, a heridas, y a la muerte. Pero como su Cuerpo siempre debió ser glorioso, por eso inmediatamente después de la muerte Él entró en el gozo de la gloria que le pertenecía: y en estos términos se refirió a ello después de su Resurrección: «¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Esta gloria que Él llama Suya propia, pues está en su poder hacer a otros partícipes de ella, y por esta razón Él es llamado el «Rey de la gloria» (79) y «Señor de la gloria» (80), y «Rey de Reyes» (81) y Él mismo dice a Sus Apóstoles, «yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros» (82). Él, en verdad, puede recibir gloria y un reino, pero nosotros no podemos conferir ni el uno ni el otro, y estamos invitados a entrar «en el gozo de tu señor» (83) y no en nuestro propio gozo. Este entonces es el reino del cual habló el buen ladrón cuando dijo, «Cuando vengas con tu Reino».
 
  Pero no debemos pasar por alto las muchas excelentes virtudes que se manifiestan en la oración del santo ladrón. Una breve revista de ellas nos preparará para la respuesta de Cristo a la petición; «Señor, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». En primer lugar lo llama Señor, para mostrar que se considera a sí mismo como un siervo, o más bien como un esclavo redimido, y reconoce que Cristo es su Redentor. Luego añade un pedido sencillo, pero lleno de fe, esperanza, amor, devoción, y humildad: «Acuérdate de mí». No dice: Acuérdate de mí si puedes, pues cree firmemente que Cristo puede hacer todo. No dice: Por favor, Señor, acuérdate de mí, pues tiene plena confianza en su caridad y compasión. No dice: Deseo, Señor, reinar contigo en tu reino, pues su humildad se lo prohibía. En fin, no pide ningún favor especial, sino que reza simplemente: «Acuérdate de mí», como si dijera: Todo lo que deseo, Señor, es que Tú te dignes recordarme, y vuelvas tus benignos ojos sobre mí, pues yo sé que eres todopoderoso y que sabes todo, y pongo mi entera confianza en tu bondad y amor. Es claro por las palabras conclusivas de su oración, «Cuando vengas con tu Reino», que no busca nada perecible y vano, sino que aspira a algo eterno y sublime.
 
  Daremos oído ahora a la respuesta de Cristo: «Amén, yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». La palabra «Amén» era usada por Cristo cada vez que quería hacer un anuncio solemne y serio a Sus seguidores. San Agustín no ha dudado en afirmar que esta palabra era, en boca de nuestro Señor, una suerte de juramento. No podía por cierto ser un juramento, de acuerdo a las palabras de Cristo: «Pues yo digo que no juréis en modo alguno… Sea vuestro lenguaje: “Sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (84). No podemos, por lo tanto, concluir que nuestro Señor realizara un juramento cada vez que usó la palabra Amén. Amén era un término frecuente en sus labios, y algunas veces no sólo precedía sus afirmaciones con Amén, sino con Amén, amén. Así pues la observación de San Agustín de que la palabra Amén no es un juramento, sino una suerte de juramento, es perfectamente justa, porque el sentido de la palabra es verdaderamente: en verdad, y cuando Cristo dice: Verdaderamente os digo, cree seriamente lo que dice, y en consecuencia la expresión tiene casi la misma fuerza que un juramento. Con gran razón, por ello, se dirigió al ladrón diciendo: «Amén, yo te aseguro», esto es, yo te aseguro del modo más solemne que puedo sin hacer un juramento; pues el ladrón podría haberse negado por tres razones a dar crédito a la promesa de Cristo si Él no la hubiera aseverado solemnemente.
 
  En primer lugar, pudiera haberse negado a creer por razón de su indignidad de ser el receptor de un premio tan grande, de un favor tan alto. ¿Pues quién habría podido imaginar que el ladrón sería transferido de pronto de una cruz a un reino?
 
  En segundo lugar podría haberse negado a creer por razón de la persona que hizo la promesa, viendo que Él estaba en ese momento reducido al extremo de la pobreza, debilidad e infortunio, y el ladrón podría por ello haberse argumentado: Si este hombre no puede durante su vida hacer un favor a Sus amigos, ¿cómo va a ser capaz de asistirlos después de su muerte?
 
  Por último, podría haberse negado a creer por razón de la promesa misma. Cristo prometió el Paraíso. Ahora bien, los Judíos interpretaban la palabra Paraíso en referencia al cuerpo y no al alma, pues siempre la usaban en el sentido de un Paraíso terrestre. Si nuestro Señor hubiera querido decir: Este día tú estarás conmigo en un lugar de reposo con Abraham, Isaac, y Jacob, el ladrón podría haberle creído con facilidad; pero como no quiso decir esto, por eso precedió su promesa con esta garantía: «Amén, yo te aseguro».
 
  «Hoy». No dice: Te pondré a Mi Mano Derecha en medio de los justos en el Día del Juicio. Ni dice: Te llevaré a un lugar de descanso luego de algunos años de sufrir en el Purgatorio. Ni tampoco: Te consolaré dentro de algunos meses o días, sino este mismo día, antes que el sol se ponga, pasarás conmigo del patíbulo de la cruz a las delicias del Paraíso. Maravillosa es la liberalidad de Cristo, maravillosa también es la buena fortuna del pecador. San Agustín, en su trabajo sobre el Origen del Alma, considera con San Cipriano que el ladrón puede ser considerado un mártir, y que su alma fue directamente al cielo sin pasar por el Purgatorio. El buen ladrón puede ser llamado mártir porque confesó públicamente a Cristo cuando ni siquiera los Apóstoles se atrevieron a decir una palabra a su favor, y por razón de esta confesión espontánea, la muerte que sufrió en compañía de Cristo mereció un premió tan grande ante Dios como si la hubiera sufrido por el nombre de Cristo. Si nuestro Señor no hubiera hecho otra promesa que: «Hoy estarás conmigo», esto sólo hubiera sido una bendición inefable para el ladrón, pues San Agustín escribe: «¿Dónde puede haber algo malo con Él, y sin Él dónde puede haber algo bueno?». En verdad Cristo no hizo una promesa trivial a los que lo siguen cuando dijo: «Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor» (85). Al ladrón, sin embargo, le prometió no sólo su compañía, sino también el Paraíso.
 
  Aunque algunas personas han discutido acerca del sentido de la palabra Paraíso en este texto, no parece haber fundamento para la discusión. Pues es seguro, porque es un artículo de fe, que en el mismo día de su muerte el Cuerpo de Cristo fue colocado en el sepulcro, y su Alma descendió al Limbo, y es igualmente cierto que la palabra Paraíso, ya sea que hablemos del Paraíso celeste o terrestre, no se puede aplicar ni al sepulcro ni al Limbo. No puede aplicarse al sepulcro, pues era un lugar muy triste, la primera morada de los cadáveres, y Cristo fue el único enterrado en el sepulcro: el ladrón fue enterrado en otro lugar. Más aún, las palabras, «estarás conmigo» no se hubieran cumplido, si Cristo hubiera hablado meramente del sepulcro. Tampoco se puede aplicar la palabra Paraíso al Limbo. Pues Paraíso es un jardín de delicias, e incluso en el paraíso terrenal habían flores y frutas, aguas límpidas y una deliciosa suavidad en el aire. En el Paraíso celestial habían delicias sin fin, gloria interminable, y los lugares de los bienaventurados. Pero en el Limbo, donde las almas de los justos estaban detenidas, no había luz, ni alegría, ni placer; no por cierto que estas almas estuviesen sufriendo, pues la esperanza de la redención y la perspectiva de ver a Cristo era sujeto de consuelo y gozo para ellos, pero se mantenían como cautivos en prisión.
 
  Y en este sentido el Apóstol, explicando a los profetas, dice: «Subiendo a la altura, llevó cautivos» (86). Y Zacarías dice: «En cuanto a ti, por la sangre de tu alianza, yo soltaré a tus cautivos de la fosa en la que no hay agua» (87), donde las palabras «tus cautivos» y «la fosa en la que no hay agua» apuntan evidentemente no a lo delicioso del Paraíso sino a la oscuridad de una prisión. Por eso, en la promesa de Cristo, la palabra Paraíso no podía significar otra cosa que la bienaventuranza del alma, que consiste en la visión de Dios, y ésta es verdaderamente un paraíso de delicias, no un paraíso corpóreo o local, sino uno espiritual y celestial. Por esta razón, al pedido del ladrón, «Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino», el Señor no replicó «hoy estarás conmigo» en Mi reino, sino «Estarás conmigo en el Paraíso», porque en ese día Cristo no entró en su reino, y no entró en él hasta el día de su Resurrección, cuando su Cuerpo se volvió inmortal, impasible, glorioso, y ya no era pasible de servidumbre o sujeción alguna. Y no tendrá al buen ladrón como compañero suyo en su reino hasta la resurrección de todos los hombres en el último día. Sin embargo, con gran verdad y propiedad, le dijo: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso», pues en este mismo día comunicaría tanto al alma del buen ladrón como a las almas de los santos en el Limbo esa gloria de la visión de Dios que Él había recibido en su concepción; pues ésta es verdadera gloria y felicidad esencial; éste es el gozo supremo del Paraíso celeste.
 
   Debe admirarse también mucho la elección de las palabras utilizadas por Cristo en esta ocasión. No dijo: Hoy estaremos en el Paraíso, sino: «hoy estarás conmigo en el Paraíso», como si quisiera explicarse más extensamente, de la siguiente manera: Este día tú estás conmigo en la Cruz, pero tú no estás conmigo en el Paraíso en el cual estoy con respecto a la parte superior de Mi Alma. Pero en poco tiempo, incluso hoy, tú estarás conmigo, no sólo liberado de los brazos de la cruz, sino abrazado en el seno del Paraíso.
 
63. Lc 23,39.
64. Hb 11,33.37.
65. Lc 23,39.
66. Lc 23,40.
67. Lc 23,41.
68. Lc 23,42.
69. Lc 24,21.
70. Lc 24,26.
71. Lc 19,12.
72. Mt 2,2.
73. Jn 18,37.
74. Sal 2,6.
75. Sal 72,8.
76. Is 9,5.
77. Jer 23,5.
78. Zac 9,9.
79. Sal 24,8.
80. 1Cor 2,8.
81. Ap 19,16.
82. Lc 22,29.
83. Mt 25,21.
84. Mt 5,34.37.
85. Jn 12,26.
86. Ef 4,8.
87. Zac 9,11.
 
San Dimas, santo del NT
fecha: 25 de marzo
†: s. I
otras formas del nombre: Dismas, «El buen ladrón»
canonización: bíblico
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Conmemoración del santo ladrón, que en la cruz reconoció a Cristo, y de Él mereció oír: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
patronazgo: patrono de los camioneros; protector de los condenados a muerte; para pedir una buena muerte.
oración:
Oh glorioso San Dimas, el más glorioso de los ladrones de la historia, tú que supiste robar del Corazón Sagrado su Reino, su Gloria y su Vida, intercede por mí, para que yo, que soy peor que ladrón, a la hora de mi muerte pueda, sepa y quiere decir contigo: «Señor, acuérdate de mí cuando vuelvas con el poder de tu realeza». Amén. [Oración recogida en internet].

«Tú, que a María absolviste
y al ladrón prestaste oído,
también a mí me has dado esperanzas.» (estrofa del Dies Irae, secuencia de difuntos)

En la suposición de que Nuestro Señor fue crucificado el 25 de marzo, el Martirologio Romano, en este día, contiene la siguiente relación: "En Jerusalén, la conmemoración del santo ladrón que confesó a Cristo en la cruz y mereció oír de El las palabras: "Este día estarás conmigo en el paraíso." No sabemos más de su historia que lo contenido en los pocos versículos dedicados a él por el evangelista San Lucas; pero, como en el caso de la mayoría de los otros personajes nombrados en los Evangelios, tales como Pilato, José de Arimatea, Lázaro, Marta, pronto se compuso un relato que situó al "buen ladrón" en lugar eminente en la literatura apócrifa de los siglos primitivos. En el "Evangelio de la Infancia" de los árabes, se nos relata cómo, en la ruta de la huida a Egipto, la Sagrada Familia fue asaltada por ladrones. De los dos jefes llamados Tito y Dumaco, el primero, movido a compasión, pidió a su compañero que dejara pasar a aquellas gentes sin molestia y, al rehusarse Dumaco, Tito lo sobornó con cuarenta dracmas para que los dejara en paz. Entonces, la Santísima Virgen le dijo a su benefactor: "El Señor Dios te sostendrá con su diestra y te concederá la remisión de tus pecados." Y el Niño Jesús también intervino y dijo: "Dentro de treinta años, madre, los judíos me crucificarán en Jerusalén y estos dos ladrones serán crucificados conmigo, Tito a mi derecha y Dumaco a mi izquierda y, a partir de ese día, Tito me precederá en el paraíso." Este relato, junto con otros, encontró popular aceptación entre la cristiandad occidental. Aunque los nombres más comúnmente dados a los ladrones fueron los de Dimas y Gestas, también encontramos los de Zoatan y Camata y aún otros diversos. Ese sentimiento genuino de devoción fue algunas veces evocado, ya que el instante del perdón del buen ladrón en la cruz parece figurar en la visión de San Porfirio (c. 400).
Encontramos a los dos ladrones representados en cuadros de la crucifixión, desde tiempos muy remotos, como por ejemplo, en el manuscrito de Ciríaco, ilustrado por Rábulas, en 586, conservado en la Biblioteca Lorenciana en Florencia. Las palabras del buen ladrón: "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino," se han adaptado a un uso muy solemne en la misa bizantina, al "gran principio" de ella y a la comunión de los ministros y el pueblo.


Ver Evangiles apocryphes, editado por E. Peeters, vol. II; el artículo Larrons en el Dictionnaire de la Bible, Bauer, Leben Jesu im Zeitalter der N.T. Apokryphen, pp. 221-222; Rendel Harris en The Expositor, 1900, vol. I, pp. 304-308; y Notes and Queries, serie décima, vol. XI, pp. 321 y 394; vol. XII, p. 133. Ecos de la leyenda del buen ladrón se encuentran tanto en el Cursor mundi medieval, 11. 16739 ss., como en Golden Legend, de Longfellow y en otras partes.
En la imagen: El buen ladrón en la cruz, de Robert Campin (aprox 1425)

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI 
Oración a San Dimas
 
Oh, Glorioso San Dimas!

Te suplico que intercedas por mi ante Dios Nuestro Señor para que humille el corazón de la persona que me ha robado, y que me devuelva mis bienes sin que nadie se de cuenta.

¡Oh, Glorioso San Dimas!

Tu que fuiste el ladrón bueno y justo, te suplico que hagas aparecer mi animal o prenda extraviada lo mas pronto.

¡Oh, Dimas Penitente!

Tu que fuiste el ladrón mas feliz, ya que estuviste en la cruz junto a El, ahora que reinas en el cielo con Cristo, acuérdate de mi y de todos los fieles cautivos.

¡Oh, Misericordioso Jesús!

Te suplico que le concedas este milagro maravilloso a tu siervo Dimas. Así sea y así se cumpla.

Amen.


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