martes, 19 de febrero de 2013

Margarita de Cortona, Santa


Terciaria Franciscana, 22 de febrero
 
Margarita de Cortona, Santa
Margarita de Cortona, Santa

La mujer escandalosa que llegó a ser de muy buen ejemplo.

Martirologio Romano: En Cortona, de la Toscana, santa Margarita, que profundamente conmovida por la muerte de su amante, borró los pecados de su juventud con una penitencia saludable, pues recibida en la Tercera Orden de San Francisco, se entregó a la contemplación de Dios y fue favorecida por especiales carismas (1297).

Etimológicamente: Margarita = Aquella de belleza poco común, es de origen latino.

Fecha de canonización: 16 de mayo de 1728 por el Papa Benedicto XIII.
Margarita nació en Italia en 1247. Hija de una familia de agricultores, los primeros años los pasa alegremente junto a su madre que es muy piadosa y que le enseña a ofrecer por la salvación y por la conversión de los pecadores todo lo que hace y lo que reza.

Pero a los 7 años queda huérfana de madre, y entonces su padre se casa con una mujer dominante y agresiva que se dedica a hacerle la vida imposible a la joven Margarita, la cual empieza a volverse triste y desconfiada y a buscar fuera del hogar las alegrías que en su casa no logra hallar.

A los 17 años ya es una joven muy hermosa pero no puede encontrar cariño en su hogar. Es entonces cuando se deja engañar por un terrateniente, un rico agricultor que prometiéndole que se casará con ella, logra obtener que se fuera de su casa y se vaya con él. Ella al principio opone resistencia porque sabe que lo que le ofrece es la deshonra y una vida de pecado, pero los regalos espléndidos y las promesas mentirosas de aquel engañador la logran convencer, y una noche sale huyendo y se va con él.

Viajan aquella noche por un río en una balsa. Chocan y la balsa se hunde. Ella corre gravísimo peligro de ahogarse, pero su prometido logra salvarla nadando ágilmente. La joven considera esto como una llamada de Dios, pero en aquella hora pueden más las promesas del pecado que los avisos de Dios, y sigue con aquel hombre.

Son ocho años de pecado, de lujos, de fiestas y placeres, pero su alma no es feliz. Desea fuertemente volver a los tiempos antiguos cuando aunque no tenía lujos ni fiestas, ni honores, sin embargo tenía el alma limpia de pecado y tranquila su conciencia. Tiene un hijo (que más tarde será franciscano) pero en su alma se libra cada día una violenta batalla entre su deseo de vivir en gracia y amistad con Dios y los deseos pasionales de su naturaleza humana. La gente la ve atravesar plazas y calles, elegantísima, en lujosas cabalgaduras, pero no imaginan que su alma agoniza de angustia.

Para calmar un poco los remordimientos de su conciencia se dedica a repartir limosnas entre los pobres. A una viejita agradecida que le dice: "Gracias señora, Ud. si es buena persona". Le responde: ¡Por favor: no diga eso, que yo sólo soy una miserable pecadora!

A ratos se retira a las soledades del bosque a llorar. Y allí exclama: "Oh Dios: que bueno es poder hablarte, aunque el alma se siente tan débil y pecadora. Te repito las palabras del hijo pródigo: He pecado contra el cielo y contra Ti".

Le ruega a su compañero que contraigan matrimonio porque su alma no puede vivir tranquila en esa vida de ilegitimidad, pero él le responde que prefiere vivir en unión libre todavía por muchos años. Entonces ella ruega a Dios que le proporcione alguna solución. Y no se cansa de pedirle, con lágrimas, penitencias y mucha fe.

Una mañana su compañero se va al campo a visitar sus fincas. Por el camino unos sicarios guerilleros lo atacan, y lo matan a puñaladas, y esconden su cadáver entre unas matas, el hombre no vuelve esa tarde a casa, pero su fiel perro llega al día siguiente dando aullidos muy lastimeros y tira insistentemente de la falda de Margarita como diciéndole: "Por favor, sígame". Ella lo sigue llena de afán y de temor de que algo grave le haya sucedido a su compañero. En el bosque, junto a un gran árbol hay un montón de ramas y hasta allí la lleva el perro fiel. Margarita mueve ramas y encuentra el cadáver de su amante, destrozado con horrorosas heridas y empezando a descomponerse.

Margarita siente en aquel momento como un relámpago la llamada del cielo a volver a vivir en gracia y en amistad con Dios. Estalla en llanto por la tristeza de ver muerto a aquel hombre y por los terribles remordimientos que atormentan su propia conciencia. Pero recuerda que el Padre Celestial tiene siempre abiertos sus brazos bondadosos para recibir a todos los hijos pródigos que quieren volver a su divina amistad, y que Jesucristo nunca rechaza a las Magdalenas que quieran arrepentirse y cambiar de comportamiento, y con todas las energías de su alma se propone darle un vuelco total a su vida. Bien sabe que mientras vivamos en esta tierra nunca es tarde para convertirse y lograr salvarse.

Margarita no es mujer de medias tintas. Cuando se decide por algo lo hace con todas sus fuerzas. Así que lo primero que hace al volver del funeral de su amante es devolverles a los familiares de él todas las fincas que el hombre tenía. Vende luego las joyas y los lujos, y el dinero obtenido lo reparte a los pobres y ella se dispone a seguir viviendo en total pobreza.

Se va con su hijito a casa de su padre, pero la madrastra no permite que sea recibida allí, pues la considera una mujer escandalosa, y no cree en su arrepentimiento. Entonces sentada bajo un árbol se pone a llorar y a pensar. Los enemigos de la salvación le dicen: "Eres hermosa, tienes apenas 25 años, lánzate a la vida, que amadores no te van a faltar". Pero mientras reza siente que el Espíritu Santo le inspira esta idea: ¿Por qué no ir a la ciudad de Cortona donde están los Padres Franciscanos que son tan amigos de los pobres, y pedirles que me ayuden? Y hacia esa ciudad dirige sus pasos.

Al llegar a Cortona, en la entrada de la ciudad se encuentra con dos buenas señoras que se conmueven al verla en tan impresionante estado de pobreza y se ofrecen a ayudarla. La llevan a su casa; se encargan de la educación del niño y ellas mismas van donde los Padres Franciscanos a recomendarla.

Una gran bendición para Margarita fue encontrar entre los Padres Franciscanos dos santos y sabios sacerdotes que le supieron dar una excelente dirección espiritual. Por tres años largos tiene todavía que luchar esta joven contra las terribles tentaciones de su carne, pero estos prudentes directores la ayudan muchísimo animándola cuando está decaída y deprimida y guiándola con prudencia cuando ella se quiere dejar llevar por desmedidos entusiasmos. Deseaba hacer excesivas penitencias, porque decía que co nlas pasiones de su cuerpo nunca podía hacer las paces y que tenía que dominar a la fuerza ese cuerpo que tanto le había hecho ofender a Dios. Pero los Padres Franciscanos la moderaban y le insistían en que para la sociedad puede ser más útil un burro vivo que un cadáver.

Margarita fue al pueblo y a los campos donde había dado malos ejemplos viviendo en concubinato, y fue a vestida de penitencia y pidiendo perdón a los vecinos por todos los escándalos que les había dado con su vida pecaminosa de otros tiempos.

Luego por inspiración de Dios dejó de pensar tanto en sus antiguos pecados, y se dedicó más bien a pensar en el amor que Dios nos ha tenido, y esto la hizo crecer mucho en santidad. Entonces empezó a tener éxtasis (se llaman éxtasis a ciertos estados de contemplación y de meditación profunda cuyo resultado es la suspensión temporal de la actividad normal de los sentidos y cierta unión mística con Dios, acompañada de visiones sobrenaturales).

Sus directores, los dos Padres Franciscanos, fueron escribiendo todos los datos que lograron saber y redactaron la vida de la santa y muchas de sus visiones.

Fue admitida como Terciaria Franciscana, o sea como religiosa seglar, que viviendo en el mundo, se dedica a llevar una vida de mucha oración y de intenso apostolado.

Con la ayuda de otras jóvenes terciarais franciscanas, y pidiendo limosnas y ayudas de todas partes, Margarita funda un hospital en Cortona y allí se dedica con sus compañeras a atender gratuitamente a muchos enfermos.

Nuestro Señor empieza a hablarle en visiones, y así esta santa llega a ser una de las precursoras de la devoción al Sagrado Corazón. Recordemos algunos de los mensajes que Jesús le dio:

"Quiero que tu conversión sea un ejemplo para muchos pecadores, para que se sientan animados también a dejar la vida de pecado que han llevado, y a emprender desde ahora en adelante una vida llena de buenas obras. Deseo que todos los pecadores de todos los siglos recuerden que estoy dispuesto a recibirlos con los brazos abiertos como el padre recibió al hijo pródigo".

Cuando le asaltan las angustias al pensar si Jesucristo le habrá perdonado todas sus maldades, oye la voz de Nuestro Señor que le dice: "Porque he muerto en la cruz por salvarte, por eso te perdono todas tus culpas, sin dejar ninguna que no quede perdonada".

Otro día le dice Nuestro Señor: "Glorifícame, y Yo te glorificaré. Ámame, ámame y Yo te amaré. Dedícate a buscar lo que más te convenga para tu salvación".

En sus últimos años Margarita recibió de Dios el don de obrar milagros. Y se dedica a continuas penitencias. Ayuna; duerme sobre el duro suelo; pasa horas y horas rezando. Atiende con exquisito cuidado a toda clase de enfermos, especialmente a los más repugnantes. Ayuda a las mujeres pobres que van a tener hijos y que no tienen quién las atienda. Y sobre todo soporta con gran paciencia la increíble cantidad de cuentos y calumnias que las gentes malas le inventan contra su buena fama. Hasta los Padres Franciscanos dejan de atenderla porque las malas lenguas dicen que es una mujer indigna. Se retira a pasar sus últimos días en un rancho miserable y abandonado, para hacer penitencia de sus pecados.

Muere el 22 de febrero de 1297, a los 50 años. La mitad de la vida la pasó en pecado y la otra mitad haciendo penitencia y obras buenas. Lo último que dijo al morir fue: "Dios mío: yo te amo". El Papa Benedicto XIII, al declararla santa en 1728, dijo que Margarita es la mujer que más parecido tiene con María Magdalena.

Santa Margarita, la convertida: pídele a Dios, que nosotros también logremos convertirnos.

Nuestro sacrificio más agradable para Dios será el arrepentirnos y convertirnos de nuestros pecados.

Santa Margarita de Cortona, penitente
fecha: 22 de febrero
n.: 1247 - †: 1297 - país: Italia
canonización: B: León X 1515 - C: Benedicto XIII 16 may 1728
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Cortona, de la Toscana, santa Margarita, que, profundamente conmovida por la muerte de su amante, borró los pecados de su juventud con una salutífera penitencia, ya que, recibida en la Tercera Orden Regular de San Francisco, se entregó a la contemplación de Dios y fue favorecida con especiales carismas.
patronazgo: patrona de los ascetas y penitentes.

La antífona del «Benedictus» en el oficio de Santa Margarita de Cortona, la llama «la Magdalena de la Orden Seráfica». En uno de sus coloquios con la santa, el Señor le dijo: «Tú eres la tercera lumbrera que he dado a la orden de mi amado Francisco. Él fue la primera, entre los frailes; Clara fue la segunda, entre las religiosas; tú serás la tercera para dar ejemplo de penitencia». Margarita era hija de un modesto agricultor de Laviano de Toscana. Tuvo la desgracia de perder a su madre a los siete años de edad. La segunda esposa de su padre (con quien éste se casó a los dos años de viudo) era una mujer dominadora que no soportaba la vivacidad y travesuras de su hijastra. Nada tiene de extraño que Margarita, que era hermosa y necesitaba sentirse amada, haya cedido con facilidad a las proposiciones de un joven caballero que la invitó a huir con él a su castillo, engañándola con el señuelo de un porvenir de lujo y de amor. El joven le prometió casarse con ella, pero no cumplió su palabra, y Margarita fue su amante durante nueve años, con gran escándalo de la población, especialmente cuando la joven se paseaba por las calles de Montepulciano en un soberbio caballo, vestida como una princesa. Sin embargo, Margarita no parece haber sido nunca la mujer abandonada a todos los vicios, como se describió a sí misma más tarde. Fue fiel a su amante, de quien tuvo un hijo y a quien exhortó frecuentemente a legitimar su unión. A pesar de su aparente ligereza, Margarita se dolía algunas veces de la vida de pecado que llevaba. Un día, su amante salió a visitar una de sus posesiones y no regresó. Margarita le esperó angustiada toda la noche y al día siguiente, el perro que acompañaba al caballero volvió solo. Margarita se echó una capa sobre los hombros y siguió al perro a través del bosque, hasta el pie de una encina; allí comenzó a escarbar el animal y Margarita descubrió, horrorizada, el cuerpo mutilado de su amante, que había sido asesinado, arrojado en un pozo y recubierto con hojas.
Al ver en esto el dedo de Dios, Margarita se arrepintió de su vida de pecado. Después de haber devuelto a los parientes de su amante todas las posesiones (excepto unos cuantos objetos de adorno, que vendió para repartir el producto entre los pobres), abandonó Montepulciano, vestida con una túnica de penitencia y llevando de la mano a su hijito. Así se presentó en su hogar a pedir perdón; pero su padre, mal aconsejado por su esposa, se negó a admitirla.
Margarita se hallaba al borde de la desesperación, cuando tuvo la inspiración de ir a pedir ayuda a los Frailes Menores de Cortona, de cuya bondad con los pecadores había oído hablar. Al llegar a Cortona no sabía a dónde dirigirse; su triste aspecto llamó la atención de dos damas, Marinana y Raneria, quienes le preguntaron si podían ayudarla. La santa les contó su historia y les explicó por qué había ido a Cortona. Las dos damas la condujeron con su hijo a su propia casa y, después la pusieron en contacto con los franciscanos, quienes la acogieron, y se convirtieron en sus padres en Cristo. Margarita tuvo que luchar durante tres años contra la tentación, pues su cuerpo no estaba todavía sometido al espíritu. En esta lucha le ayudaron mucho dos franciscanos: Juan de Castiglione y Giunta Bevegnati. Este último era su confesor ordinario y más tarde escribió la «leyenda» de la santa. Los dos frailes la dirigieron sabiamente en sus períodos de entusiasmo y decaimiento, serenándola en los unos y animándola en los otros. En los primeros tiempos de su conversión, Margarita fue un domingo a misa a Laviano, su ciudad natal, llevando una cuerda atada al cuello y pidió públicamente perdón por el escándalo que había dado. Quiso también atravesar las calles de Montepulciano con aquel signo de penitencia, pero fray Giunta se lo prohibió diciéndole que eso no convenía a una mujer y que sería para ella una ocasión de orgullo espiritual. Sin embargo, le permitió más tarde ir un domingo a pedir perdón de sus pecados. Fray Giunta le prohibió igualmente que se mutilase el rostro, como tenía intención de hacerlo, y moderó las excesivas austeridades de la santa. «Padre -le dijo Margarita en cierta ocasión-, no me pidáis que pacte con mi cuerpo, porque es imposible. Mi cuerpo y yo estaremos en constante lucha hasta el día de mi muerte».
Margarita había empezado a ganarse la vida, sirviendo en casa de las damas de la ciudad; pero pronto renunció a ello para consagrarse a la oración y al cuidado de los pobres. Abandonando la casa de las damas que la habían albergado, se fue a vivir en una casucha de un barrio apartado, donde se sostenía con las limosnas de las gentes del lugar. Cuando recibía algún platillo bueno, lo daba a los pobres; para sí y para su hijo no guardaba sino los restos. Esta aparente falta de ternura con su hijo en una mujer que era tan bondadosa con los demás, puede parecer extraña, pero probablemente constituía una nueva manera de mortificarse a sí misma. A los tres años de esta vida, las tentaciones se retiraron y la santa alcanzó un nivel más alto de espiritualidad cuando empezó a comprender, por propia experiencia, el amor que Cristo profesaba a su alma. Margarita había pedido la admisión en la Tercera Orden de San Francisco; convencidos finalmente de la sinceridad de su conversión, los frailes le permitieron tomar el velo. Poco después, el hijo de Margarita fue a estudiar a la escuela de Arezzo, en la que permaneció hasta su ingreso en la orden franciscana. Desde el momento en que perteneció a la orden, Margarita empezó a progresar rápidamente en la oración y llegó a una comunión muy íntima con Jesucristo. Los éxtasis abundaban y el Salvador se convirtió en el tema dominante de su vida. Fray Giunta nos ha conservado algunos de los coloquios de la santa con el Señor, así como la descripción de algunas de sus visiones; pero hace notar que la santa tenía repugnancia a hablar de ello aun con su confesor y que sólo lo hacía cuando Dios le ordenaba hacerlo o cuando temía ser víctima de una ilusión.
No todas las comunicaciones celestiales que recibió Margarita se referían a ella. En una ocasión recibió la orden de exhortar al obispo Guillermo de Arezzo a la enmienda y a que dejase de hacer la guerra a la diócesis de Cortona. El obispo, que era turbulento y mundano, se sintió sin embargo impresionado por el aviso de la santa e hizo las paces con Cortona poco después. Las gentes atribuyeron este hecho a la mediación de Margarita. En 1289, Margarita intentó de nuevo evitar la guerra entre el obispo y los güelfos, pero en esa ocasión no tuvo éxito. Guillermo de Arezzo murió diez años después de la batalla. Sin embargo, antes de su muerte, el obispo había hecho un gran beneficio a Margarita y a la ciudad de Cortona, pues en 1286 había concedido a la santa el permiso escrito de organizar en forma permanente la ayuda a los enfermos y a los pobres. Según parece, Margarita les asistía al principio en su propia casucha; pero más tarde se le unieron algunas mujeres, una de las cuales, llamada Diabela, le regaló una casa para que la convirtiese en hospital. Margarita se ganó el apoyo del principal ciudadano de Cortona, Uguccio Casali, y éste persuadió al Concejo de la ciudad para que ayudase a la santa a construir el hospital de Santa María de la Misericordia. Las enfermeras eran terciarias franciscanas, formadas por Margarita en una congregación con estatutos especiales; el pueblo las llamaba las «poverellas». Margarita fundó además la cofradía de Nuestra Señora de la Misericordia, que tenía por fin sostener al hospital y buscar y asistir a los enfermos.
Con los años, Margarita iba entregándose cada vez más a la penitencia. Pasaba casi toda la noche en oración y contemplación; dormía en el suelo; se alimentaba con un poco de pan y verduras, y no bebía más que agua; vestía una camisa de cerdas y, se suministraba sangrientas disciplinas por sus propios pecados y por los ajenos. A pesar de las extraordinarias gracias que Dios le concedió, tuvo que soportar tremendas pruebas durante su vida. Una de ellas llegó inesperadamente, ocho años antes de la muerte de la santa. Desde el principio, había habido en Cortona algunas personas que dudaban de las sinceridad de Margarita y todas las muestras de fervor de la santa no habían bastado para convencerlas. Esas mismas personas empezaron a difundir calumnias sobre sus relaciones con los franciscanos, especialmente con fray Giunta y consiguieron despertar tales sospechas en el pueblo, que la veneración que éste profesaba a Margarita se convirtió en desprecio, como si se tratase de una mujer loca e hipócrita. Los mismos frailes se dejaron influenciar por las calumnias; se prohibió a fray Giunta que visitase a la santa y, en 1289, fue enviado por sus superiores a Siena. Los franciscanos habían interpretado mal el hecho de que la santa, tratando de vivir más retirada por orden divina, se hubiese cambiado el año anterior a una casucha más alejada del convento. Según cuenta fray Giunta, sus hermanos, viendo que la salud de Margarita iba de mal en peor, habían temido que no les fuesen confiadas las reliquias de la santa, después de su muerte. Margarita soportó con serenidad y mansedumbre todas estas pruebas y se consagró, con mayor intensidad que nunca, a la oración. De este modo la conducía Dios hacia la perfección.
Algún tiempo antes de la muerte de la santa, el Señor le dijo: «Es preciso que demuestres que te has convertido realmente... Las gracias que he derramado sobre ti no son para ti sola». Obediente a la voz de Dios, Margarita se dedicó, con todas sus fuerzas, a atacar el vicio y a convertir a los pecadores y tuvo gran éxito en esta tarea. Los tibios volvían a frecuentar los sacramentos, los pecadores hacían penitencia y las querellas entre cristianos desaparecían. Fray Giunta cuenta que la fama de las conversiones se extendió muy pronto y que los pecadores endurecidos acudían a Cortona a oír las exhortaciones de la santa, no sólo en todos los rincones de Italia, sino aún en Francia y España. La intercesión de la santa obró también numerosas curaciones, y el pueblo de Cortona, que había olvidado ya sus antiguas sospechas, acudía a la santa en todas sus dificultades. Por fin, las fuerzas de Margarita comenzaron a debilitarse rápidamente y Dios le reveló la fecha y la hora de su muerte. Recibió los últimos sacramentos de manos de fray Giunta y murió a los cincuenta años de edad, después de veinte años de penitencia. Fue aclamada como santa el día mismo de su muerte y en ese año, los ciudadanos de Cortona empezaron a construir una iglesia en su honor. Aunque no fue formalmente canonizada sino hasta 1728, la diócesis de Cortona y la Orden Seráfica habían obtenido, desde dos siglos antes, el permiso de celebrar su fiesta. Lo único que queda de la iglesia original, construida por Nicolás y Juan Pisano, es una ventana. En la iglesia actual, de estilo muy pobre, se halla el cuerpo de Margarita, bajo el altar mayor, y una estatua de la santa con su perro, que se debe a la mano de Juan Pisano.
La principal fuente histórica sobre la vida de santa Margarita es la leyenda de Fray Giunta Bevegnati. Es probable que el manuscrito 61 del convento de Santa Margarita de Cortona, haya sido corregido por el propio autor. Ver el texto en Acta Sanctorum, febrero, vol. III. Existen también las ediciones más recientes de Ludovico de Pèlago (1793) y E. Cirvelli (1897). Ver igualmente Cuthbert, A Tascan Penitent (1907); Leopold de Chérancé, Marguerite de Cortone (1927); M. Nuti, Mar gerita da Cortona: la sua legenda e la storia (1923); F. Mauriac, Margaret of Cortona (1948), y otra vida en francés, escrita por R. M. Pierazzi (1947).


fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 

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