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jueves, 28 de febrero de 2013

La Conversión en Cuaresma.



Para expresar lo que es la conversión, los profetas acuñan el término hebreo “teshuvá” (en griego metanoia), que significa retornar o el resultado de un retorno. Se trata de realizar un viraje profundo, un cambio de mentalidad, de valores, de criterios básicos. 

         “Jer 8,4 Les dirás: Esto dice el Señor: ¿Acaso el que cae no puede levantarse? ¿El que se ha extraviado no puede volver?”

Al tomar el NT, solo nos basta leer Lc 15,11-32 para encontrarnos con la parábola que mejor evoca la misericordia de Dios y la conversión de la persona. 
Por ello si en un sentido figurado, el pecado nos aparta de Dios, por la conversión nos hallamos de nuevo ante su presencia como aptos para la gracia y herederos del reino. Y precisamente ese Dios del reino en boca de Jesús, es el Dios de la conversión, es decir del arrepentimiento y el cambio profundo. 

A la vez es Dios de los pobres que tiene la voluntad eficaz de liberarlos como indican claramente las bienaventuranzas, que son una explicitación o un desarrollo del anuncio del reino; o como igualmente indican las acciones de Jesús o signos del Reino que consisten en salir al encuentro de los marginados, pecadores, enfermos, desplazados, posesos…etc; con una dinámica que nos haga superar el estigma de esas situaciones tan negativas.

Jesús por medio de esa actitud novedosa y displicente para los judíos –que consideran a los pobres y tullidos impuros-, da a entender a cuantos se le acercan, que lo importante no es la liberación de la dominación romana, sino la transformación del corazón que se manifiesta y encarna en la reconstitución del pueblo dividido, del Israel desintegrado, en la reconciliación de todos a través de una integración de los diversos grupos marginados. 

Por ello, Jesús entiende el Reino y la conversión al Reino en un sentido histórico, de realización y encarnación en la historia humana, que es nuestra propia vida. y de este modo dejar claro que solo desde nuestra humanidad nos podemos llegar a este sentido de conversión, ya que de nada vale el intentar extrapolar esta necesidad cristiana a otros mundos u otras dimensiones –la intimidad, el culto, el más allá-. 

Reino y conversión tienen para él un mismo sentido por el que él es profeta, sentido de unir y unificar todas las dimensiones de la realidad actual, eliminando barreras, sean las que sean; para hacernos sentir a todo iguales frente a los ojos de Dios. Esta es la esencia y la afirmación de Dios como promesa y utopía comunitarias de liberación y justicia. ¡Y necesitamos ponernos de parte de la justicia, e igualmente y antes, ser liberados de ciertas cosas que a todos nos esclavizan como al Israel de Egipto!.

La conversión en sentido bíblico se traduce en seguimiento. Y si seguimos a Jesús, nos debemos sentir interpelados constantemente por su mensaje, que lleva directamente a la conversión del corazón y la paz con los hermanos. El seguimiento aparece insistentemente en los evangelios (ej: Mc 2,15) “eran muchos los que le seguían”

Como nosotros hoy, aquellos seguían a un Jesús que formando parte de la historia, realiza su existencia terrena, como ejemplo del que sintiéndose llamado a la resurrección, se considera apto para ser luz en la vida actual del mundo y en la fase actual de la historia. Por ello al implicarse Jesús en la vida del hombre, de una manera tan íntima; igualmente nos hace ser compañero de camino en la realización del Reino que es una actualidad en nuestro mundo. 

Y como mensajeros que cada uno de nosotros podemos llegara ser, y como humanos que somos, estamos expuestos a la equivocación y por ello al reconocimiento de nuestra circunstancia, las circunstancias propias que de nuestro fallo se derivan y la actualización de nuestro credo cristiano por medio de la conversión.

Cuantas veces enseñamos en catequesis que, “el arrepentimiento es sincero si va seguido del cambio”. Esto expone al sujeto al único juicio de los hombres y por ello es injusto, ya que Dios que ve en el corazón del hombre, puede reconocer la actitud de dolor de los pecados y perdonar. 

Pero seamos conscientes de que si en la Iglesia vemos prefigurado el cuerpo místico de Cristo –ya que este invade todos los aspectos de la vida de los que conformamos la Iglesia-, el mismo dolor que sentimos, debe ser sensibilizado por la comunidad que nos ayudará a dar el paso hacia la autentica conversión fraterna en comunidad. 
Y es que, no podemos olvidar que el fundamento primordial de la conversión es que arraiga en un rasgo básico de la paternidad de Dios: su misericordia divina.

He aquí uno de los principales mensajes de Jesús que anuncia en su predicación y que con mayor convicción brota de sus labios: el amor y la misericordia del Padre. Es lo propio del hijo de Dios que es Padre y Madre entrañable de todos los humanos. Y si Jesús afirma esta cualidad de Dios, es porque conoce sus entrañas más profundas y atestigua con su autoridad de hijo, que Dios busca y espera a los pecadores, que se alegra más por un  pecador arrepentido que por noventa y nueve justos no necesitados de penitencia, que hace fiesta cuando el hijo pródigo vuelve, retorna arrepentido.

Las parábolas con las que Jesús explica que Dios se alegra por un pecador que se convierte reflejan por sí mismas la hondura que esta verdad tenía en el corazón de Jesús de Nazaret. El evangelista Lucas ha reunido las tres parábolas más características en ese sentido dentro del mismo capítulo, el 15, -oveja perdida, moneda perdida, hijo perdido- bajo un mismo epígrafe que se repite en las tres:; la alegría en el cielo por un pecador convertido Lc 15,7.10.32.
         15,7 Pues bien, os digo que habrá más alegría en el cielo por un    pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no       necesitan arrepentirse".
         15,10 Os digo que así se alegrarán los ángeles de Dios por un       pecador que se arrepiente".

         15,32 En cambio, tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a la vida;   estaba perdido y lo hemos encontrado. Convenía celebrar una fiesta y alegrarse".

Por ello, la fe en Dios Padre es en la predicación de Jesús el fundamento de una confianza filial que se extiende a todas las realidades de la existencia. Esta confianza filial debe también inspirar los sentimientos del hombre que, reconociéndose pecador, desea acercarse a Dios y obtener su perdón. Es el movimiento de la conversión. Quiero aquí hacer notar la conducta de Jesús con los pecadores, ya que este intenta en muchos casos provocar e inspirar en ellos esta confianza de misericordia divina. Así, dice a la pecadora: “tu fe te ha salvado, vete en paz (Lc 7,50); a la mujer adultera: “tampoco yo te condeno, vete y en adelante no peques más” (Jn 8,11), y al buen ladrón: “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43).

Y ante quienes le reprochan su acercamiento a los pecadores, Jesús pone de relieve que ha venido a llamar a aquellos que necesitan conversión y oración:
         “Mc 2,17 Jesús lo oyó y les dijo: "No tienen necesidad de médico los     sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a    los pecadores".

¿Qué ungüento aplicaba Jesús a los que le necesitaban física, social o moralmente hablando?
Si situamos a los enfermos o tullidos en su justo contexto, probablemente además de la enseñanza inmediata que advertimos en los textos evangélicos, llegaremos a la conclusión de que un factor determinante para la vida y salvación de muchos fue simplemente el que Jesús –autoproclamado Hijo de Dios- se dirigiera a ellos. 

Que se sintiera uno entre la multitud rica o pobre, pero necesitado por los desfavorecidos. Es una vía más para acceder a la misericordia de Dios que se muestra en el camino del que desea convertirse. Ahora bien, ¿es correcto el inclinarnos en la cuaresma a concretas practicas penitenciales, cuando durante el año no nos llegamos ni siquiera a Ser Comunidad?. Pienso que haríamos bien –si me permitís la licencia- en intentar mantenernos en una actitud concreta de permanente conversión, para llegar al menos comprometidos, ante los ojos de Dios. 

No es igual llegar sin nada que llegar con un intento fracasado. Por ello en todo tiempo, pero en este especialmente, debemos sentar las bases, en primer lugar para personalmente acercarnos al Padre Dios que nos ama y nos busca, por medio de la escucha de su llamada. Es imprescindible el disponernos y asumir nuestro compromiso y en tercer lugar tenemos que caminar con Él por el desierto de la vida. un lugar lleno de contrastes y magia donde tenemos que descubrirle.

Por tanto y en resumen, la postura de Jesús propiciando la conversión y animando a ella se fundamente en su anuncio del perdón de los pecados como uno de los signos fundamentales de la cercanía del reino de Dios.
Claves para mantenerse en actitud de conversión:

Si no busco el poder,
         ningún poderoso podrá hacerme daño.

Si no ambiciono riquezas,
jamás me sentiré amenazado por la miseria.

         Si no corro tras los honores,
         convertiré toda humillación en humildad.

Si no me comparo con nadie,
seré feliz con lo bueno que hay en mí mismo.

         Si no me dejo invadir por la prisa,
         encontraré tiempo para todo lo necesario.

Si no soy esclavo de la eficacia,
daré el fruto que los demás esperan de mí.

         Si no me enredo en la competitividad,
         entraré en comunión con lo bueno que hay en todo.

Si vivo a fondo el momento presente,
seré el dueño absoluto del pasado y del futuro.

         Si acepto el fracaso de mi vida,
         habré librado mi vida de toda frustración.

Si vivo para el AMOR,
el AMOR estará siempre vivo para mí.

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