2.1 Teología y espiritualidad de la
cuaresma
La cuaresma se interpreta
teológicamente a partir del misterio pascual, celebrado en el triduo pascual y
con los sacramentos pascuales, que hacen presente el misterio, para que sea
participado y vivido. La cuaresma no es un residuo de aquellas primitivas
practicas ascéticas nacidas en Tebas y que fueron el preludio de la vida de los
cenobitas y el monacato, sino que es el tiempo de una profunda y sentida
experiencia, para llegarnos a participar en el misterio pascual de Cristo;
asemejándonos a él en todo:
“Rom 8,17 padecemos
juntamente con él, para ser también juntamente con él
glorificados”
Esta es la ley de la cuaresma y aquí
reside su carácter sacramental, ya que Cristo, no solo se hace constantemente
presente en la vida de la iglesia, sino que pretende en el misterio pascual,
purificarla como si de su esposa se tratara:
“Ef
5,25b-27[…] Cristo amó a la Iglesia y se entregó él mismo por ella, a
fin de santificarla por medio del agua del bautismo y de la palabra, para
prepararse una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino
santa y perfecta.”
El acento es puesto, por lo tanto, no
en el énfasis de las practicas ascéticas y de contención, sino en la acción
purificadora y santificadora del Señor para con la comunidad eclesial. Las
practicas penitenciales pueden ser signo de la participación en el misterio de
la vida de cristo, que nos dio un ejemplo profundo de penitencia y desierto en
su retiró de cuarenta días, en la montaña bajo la cual se cobija la antigua
Jericó.
Por ello como nos enseña el magisterio,
la iglesia al comenzar el camino cuaresmal, debe tener conciencia de que es el
mismo cristo Jesús, el que nos lleva de la mano dando eficacia a nuestro camino
cuaresmal. Por lo que penitencia, oración u otras prácticas, adquieren el valor
de acción litúrgica, siendo estas mismas, acción de cristo y de su
Iglesia.
Siendo sobre todo conocido el carácter
penitencial de la cuaresma, no debemos olvidar que este sentido penitencial, se
fundamenta en el carácter bautismal. En esas aguas renovadas la noche del sábado
en la vigilia pascual, son símbolo del nuevo nacimiento de la iglesia que se
regenera y limpia por la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de
Jesús.
En este sentido la iglesia es una
comunidad pascual porque es bautismal. No solo porque el catecúmeno entra en
ella por medio del bautismo, sino porque toda la comunidad está llamada a
manifestar con una vida de continua conversión el sacramento que la genera y la
hace nacer. Por ello es tan importante el significado del agua bautismal en toda
la historia de la salvación.
De esta espiritualidad cuaresmal
expuesta nace, por tanto, una espiritualidad pascual-bautismal-penitencial-
eclesial. Desde este punto de vista, la práctica de la penitencia,
que no debe ser sólo interior e individual, sino también externa y comunitaria,
se caracteriza por los siguientes elementos:
a. Integridad
y coherencia cristiana para mantenerse junto al rostro de
Dios.
b. Consecuencias de nuestros actos
innobles ante Dios y la comunidad social y eclesial.
c.
Participar y actualizar el sacramento de la penitencia.
d. Sensibilización y ejemplaridad ante
los que constantemente ofenden, (oración por los
pecadores).
De este modo, en cuaresma el cristiano
debe prestarse e incluso crearse un hábito para llegarse a prácticas que
edifiquen su alma y su persona, tales como:
a. La escucha diaria de la Palabra de
Dios.
c. La caridad humana, de igual a igual.
d. Una intensa vida de comunidad sintiéndose
parte.
Por ello es esencial que la pastoral de
cada comunidad sea creativa, para actualizar las obras propias de la cuaresma, y
así mismo revitalizar y consolidar los grandes rituales, en celebraciones más
efectivas y concretas, que no queden reducidas a la pesadez de los
rituales.
De esta manera puede hacerse un
ejercicio de actitud didáctica, por el bien de los jóvenes al acceso del triduo
pascual y prácticas cuaresmales.
Actitud didáctica, que adaptándola a la
sensibilidad del hombre contemporáneo, no le aparten de la naturaleza y del
objetivo propio del tiempo litúrgico; ayudándoles a vivir un bautismo de
dimensión individual y comunitaria, y a celebrar con mayor autenticidad la
pascua. La vida cristiana esta por ello, especialmente guiada por la dinámica
pascual
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