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Navidad.
Sobriedad |
Hace días que tengo ganas de escribir
sobre la Navidad. Ya la tenemos aquí, a la vuelta de la esquina, y por las
calles de nuestras ciudades brillan las luces y se adornan los escaparates. Eso
está bien. La Navidad es una gran fiesta, especialmente para los cristianos.
Pero confieso que hay algo que me produce auténtico rechazo: este derroche
económico en forma de regalos y comidas sin sentido, compras sin fin, en una
época de tanta necesidad.
Los cristianos de todo el mundo celebramos el
Nacimiento del Niño Dios, motivo de gozo y profunda alegría. Y yo me pregunto:
¿Por qué el Padre mandó a su Hijo a vivir entre nosotros? Lo sabemos todos,
aunque con frecuencia lo olvidemos. Jesús se hizo hombre para decirnos que Dios
Padre nos ama, a todos sin excepción y que hay un mandamiento supremo (amar a
Dios sobre todas las cosas) y otro que le sigue muy de cerca (amar al prójimo
como a ti mismo). En realidad, amar al prójimo es la mejor manera de amar a
Dios, porque ya sabemos que Él se encuentra en cada uno de nosotros.
Y
ahora llega la Navidad. Y el mundo desborda… ¡en gastos, compras, comilonas y
regalos! No sé a ustedes, a mí incluso llega a ofenderme. En realidad, estas
fiestas deberían de ser para que pusiéramos en práctica ese Mandato de Amor.
Amar a los demás, muy especialmente a los pobres, marginados, enfermos, a los
que se sienten solos o han perdido la esperanza, o sufren por cualquier motivo.
Y en muchos casos, nos limitamos a gastarnos lo que no tenemos en regalos, en
comidas pantagruélicas que dan hasta vergüenza si se miran con sentido
cristiano… y nos olvidamos de tanta gente que, ahora especialmente, sufre los
efectos de esta crisis horrenda, y a duras penas llega a fin de mes, cuando no
vive directamente de la caridad (amor) de sus familias y amigos. Nos olvidamos
de quienes nos necesitan.
¡Gran celebración ésta de la Navidad, del
Nacimiento de nuestro Niño Dios! Pues qué mejor regalo que llenar nuestros
corazones de su Amor y desparramarlo por todas partes. Amar de verdad, con obras
concretas. Pongamos en marcha las obras de caridad. ¿No podríamos contener el
gasto, y destinar parte de él a los más necesitados? ¿Compartir lo que tenemos
con los más pobres? Y si no conocemos a nadie en estado de necesidad, demos
parte de nuestro dinero a quienes se ocupan de los pobres, a parroquias,
asociaciones… Compartamos. Amemos. Demostremos nuestra Alegría regalándole al
Señor nuestro Amor por los demás.
Los que somos padres tenemos una
especial responsabilidad. A veces incluso sufrimos porque no podemos comprar a
nuestros hijos esa consola de última generación, esa bicicleta de moda o esa
muñeca. ¡Pero qué es esto! ¿No sería mejor que enseñáramos con el ejemplo a
nuestros hijos lo que de verdad es el espíritu navideño, que no es otra cosa que
compartir? Recuerdo de pequeño ir con el colegio a alguna zona pobre de mi
ciudad a repartir comida y juguetes entre los más pobres. No me parece mala
idea. Pero hay mil formas de enseñar a nuestros niños. Y la SOBRIEDAD es una de
ellas. Sobriedad en los regalos y en las comidas, que no por ser Navidad tenemos
que comer lo que parece que no hemos comido en todo el año. Enseñémosles a
preocuparse por los demás, por su abuelo que vive solo o está enfermo, por ese
amigo triste que acaba de perder a su madre, visitando a enfermos en hospitales…
¡hay tantas maneras de dar!
Seamos sobrios, amigos, y compartamos lo
nuestro con los más necesitados. Sobrios sólo en los gastos, porque al tiempo
debemos derrochar AMOR y ALEGRÍA. Porque motivos tenemos para estar alegres y
contentos. ¡Celebramos el Nacimiento de nuestro Niño Dios!
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