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Francisca Javier Cabrini,
Santa |
Madre de los emigrantes
Entre el 1901 y el 1913 emigraron a Estados Unidos 4.711.000
italianos. A pesar de los innumerables dramas que suscita la emigración hay que
recordar todavía hoy a una frágil maestra del S. Angelo Lodigiano, Francisca
Cabrini, nacida en 1850, la menor de 13 hijos. Se distinguió, por no mirar la
emigración con los ojos del político ni del sociólogo, sino con esos humanísimos
de mujer cristiana, mereciendo el titulo de madre de los
emigrantes.
Huérfana de padre y de madre, Francisca hubiera querido
encerrarse en un convento, pero no fue aceptada por su delicada salud. Entonces
aceptó el cargo que le confió el párroco de Codogno para que ayudara en un
orfanatorio. La joven, graduada de maestra hacia poco tempo, hizo mucho más:
reunió a algunas compañeras y formó el primer núcleo de las Hermanas Misioneras
del Sagrado Corazón, orientadas por el espíritu de un intrépido misionero, San
Francisco Javier. Cuando Francisca hizo los votos religiosos tomó el nombre del
santo. Como él, hubiera querido partir también para China, pero cuando tuvo
noticia del descuido y del drama de desesperación de los miles y miles de
emigrantes italianos que descargaban en el puerto de Nueva York sin ninguna
ayuda material ni espiritual, Francisca Javier no dudó un
instante.
También ella, en la primera de
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Francisca Javier Cabrini,
Santa |
sus 24 travesias oceánicas, compartió las
incomodidades y las incertidumbres de sus compatriotas; pero se destacó por su
extraordinaria valentía con la que afrontó las grandes necesidades que se le
presentaron y supo desenvolverse para establecer un punto de encuentro y de
ayuda para los emigrantes. Ante todo se preocupó por los huérfanos y los
enfermos, construyendo casas, escuelas y un grande hospital en Nueva York, luego
en Chicago, después en California, y así siguió exteniendo su obra en toda
América, hasta Argentina.
A quien le manifestaba admiración por el éxito
de tantas obras, la Madre Cabrini le contestaba con sincera humildad “¿Acaso
todo esto no lo ha hecho el Señor?”. Murió en el surco, durante uno de sus
tantos viajes a Chicago, en 1917. Su cuerpo fue llevado triunfalmente a Nueva
York y enterrado en la iglesia contigua a la “Mother Cabrini High School”, para
que estuviera cerca de los emigrados.
Santa Francisca Javier
Cabrini Madre de los emigrantes Nacida en 1850, última de 13
hijos. Religiosa. Fundadora de las Misioneras del Sagrado
Corazón. Misionera a Estados
UnidosMuere en 1917
Fiesta:
13 de noviembre
Fuente: Butler, Vida de los
Santos
Agustín Cabrini era un cultivador muy
acomodado, cuyas tierras estaban situadas cerca de Sant' Angelo Lodigiano, entre
Pavía y Lodi. Su esposa, Estela Oldini,
era milanesa. Tuvieron trece hijos, de
los que la menor, nacida el 15 de julio de 1850, recibió en el bautismo los
nombres de María Francisca, a los que más tarde había de añadir el de
Javier.
La familia Cabrini era sólidamente piadosa,
pues todo en la familia era sólido.
Rosa, una de las hermanas de Francisca, que había sido maestra de escuela
y no había escapado a todos los defectos de su profesión, se encargó
especialmente de la educación de su hermanita en forma muy estricta. Hay que reconocer que Francisca aprendió
mucho de Rosa y que el rigor con que la trataba su hermana no le hizo ningún
daño. La piedad de Francisca fue un
tanto precoz, pero no por ello menos real.
Oyendo en su casa la lectura de los "Anales de la Propagación de la Fe",
Francisca determinó desde niña ir a trabajar en las misiones extranjeras. China era su país predilecto. Francisca vestía de religiosas a sus muñecas;
solía también hacer barquitos de papel, y los echaba al río cubiertos de
violetas, que representaban a los misioneros que iban a las misiones. Sabiendo que en China no había caramelos,
renunció a ellos para irse acostumbrando a esa privación. Los padres de Francisca, que deseaban que
fuese maestra de escuela, la enviaron a estudiar en la escuela de las religiosas
de Arluno. La joven pasó con éxito los
exámenes a los dieciocho años. En 1870,
tuvo la pena enorme de perder a sus padres.
Durante los dos años siguientes, Francisca
vivió apaciblemente con su hermana Rosa.
Su bondad sin pretensiones impresionaba a cuantos la conocían. Francisca quiso ingresar en la congregación
en la que había hecho sus estudios; pero no fue admitida a causa de su mala
salud. También otra congregación le negó
la admisión por la misma razón. Pero Don
Serrati, el sacerdote en cuya escuela enseñaba Francisca, no olvidó las
cualidades de la joven maestra. En 1874,
Don Serrati fue nombrado preboste de la colegiata de Codogno. En su nueva parroquia había un pequeño
orfanato, llamado la Casa de la Providencia, cuyo estado dejaba mucho que
desear. La fundadora, que se llamaba
Antonia Tondini, y otras dos mujeres, se encargaban de la administración, pero
lo hacían muy mal. El obispo de Lodi y
Mons. Serrati invitaron a Francisca a ir a ayudar en esa institución y a fundar
ahí una congregación religiosa. La joven
aceptó, no sin gran repugnancia.
Así empezó Francisca lo que una religiosa
benedictina califica de noviciado muy especial.
Aunque Antonia Tondini había aceptado que Francisca trabajase en el
orfanato, en vez de ayudarla, se dedicó a obstaculizar su trabajo. Pero Francisca no se desalentó, con sus
compañeras
fundó la comunidad de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, bajo la
inspiración del gran misionero jesuita San
Francisco Javier. Cuando Francisca
hizo los votos religiosos tomó el nombre del santo y, en 1877, hizo los primeros votos con siete
de sus hermanas religiosas. Al mismo
tiempo, el obispo la nombró superiora.
Ello no hizo sino empeorar las cosas.
La conducta de la hermana Tondina, quien probablemente estaba un tanto
enferma de la cabeza, se convirtió en un escándalo público. Francisca Cabrini y sus fieles colaboradoras
lucharon tres años más por sostener la obra de la Casa de la Providencia, en
espera de tiempos mejores; pero finalmente, el obispo renunció al proyecto y
cerró el orfanato, después de decir a Francisca: "Vos deseáis ser
misionera. Pues bien, ha llegado el
momento de que lo seáis. Yo no conozco
ningún instituto misional femenino.
Fundadlo vos misma". Francisca
salió decidida a seguir sencillamente ese consejo.
En Codogno había un antiguo convento
franciscano, vacío y olvidado. A él se
trasladó la madre Cabrini con sus siete
fieles compañeras. En cuanto la
comunidad quedó establecida, la santa se dedicó a redactar las reglas. El fin principal de las Hermanas Misioneras
del Sagrado Corazón era la educación de las jóvenes. Ese mismo año el obispo de Lodi aprobó las
constituciones. Dos años más tarde, se
inauguró la primera filial en Gruello, a la que siguió pronto la casa de
Milán.
Todo esto se escribe pronto, pero la realidad
fue cosa muy seria. En efecto, algunos alegaron que el título de misioneras no
convenía a las mujeres, y una madre se quejó de que su hija había sido engañada
para que entrase en la congregación. A
pesar de ello, la congregación empezó a crecer, y la madre Cabrini demostró
ampliamente su capacidad. En 1887, fue a
Roma a pedir a la Santa Sede que aprobase su pequeña congregación y le diese
permiso de abrir una casa en la Ciudad Eterna.
Algunas personas influyentes trataron de disuadir a la santa del
proyecto, pues juzgaban que siete años de prueba no bastaban para la aprobación
de la congregación. El cardenal
Parocchi, vicario de Roma, repitió el mismo argumento en su primera entrevista
con la madre Francisca; pero solo en la primera entrevista, porque la santa se
lo ganó muy pronto. Al poco tiempo, se
pidió a la madre Cabrini que abriese no una sino dos casas en Roma: una escuela
gratuita y un orfanato. Algunos meses
más tarde, se publicó el decreto de la primera aprobación de las Hermanas
Misioneras del Sagrado Corazón.
Como hemos dicho, la madre Cabrini había
soñado en China desde la niñez. Pero no
faltaban quienes querían convencerla de que volviese los ojos hacia otro
continente. Mons. Scalabrini, obispo de
Piacenza, había fundado la sociedad de San Carlos para trabajar entre los
italianos que partían a los Estados Unidos, y rogó a la madre Cabrini que
enviase algunas de sus religiosas a colaborar con los sacerdotes de la
sociedad. La santa no se dejó
convencer. Entonces, el arzobispo de
Nueva York, Mons. Corrigan, insistió personalmente. La santa estaba indecisa, porque todos,
excepto Mons. Serrati, apuntaban en la misma dirección. La madre Francisca tuvo por entonces un sueño
que la impresionó mucho y determinó consultar al Sumo Pontífice. León XIII le dijo: "No al oriente sino al
occidente". Siendo niña, Francisca
Cabrini se había caído al río, y desde entonces tenía horror al agua. A pesar de ello, cruzó el Atlántico por
primera vez, con seis de sus religiosas, y desembarcó en Nueva York el 31 de
marzo de 1889.
Misionera a Estados
Unidos
Entre 1901 y 1913 inmigraron a Estados
Unidos 4.711.000 italianos. Muchos los definían como una auténtica enfermedad
social.
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Una multitud de europeos pobres, italianos,
polacos, ucranios, checos, croatas, eslovacos, Etc., emigraban a los Estados
Unidos. Cuando llegó la madre Cabrini,
había unos 50,000 italianos solo en Nueva York y sus alrededores. La mayoría de ellos no sabían siquiera los
rudimentos de la doctrina cristiana; apenas unos 1,200 habían asistido alguna
vez en su vida a la misa. El clero tenía sus dificultades, pues de cada doce
sacerdotes italianos en los Estados Unidos, diez habían tenido que salir de su
patria por mala conducta. Y las
condiciones económicas y sociales de la mayoría de los inmigrantes estaban a la
altura de las condiciones religiosas.
Nada tiene, pues, de extraño que en el tercer concilio plenario de
Baltimore, Mons. Corrigan y León XIII hayan estado muy
inquietos.
La acogida que se dio a las religiosas en
Nueva York, no fue precisamente entusiasta.
Se les había pedido que organizaran un orfanato para niños italianos y
que tomaran a su cargo una escuela primaria; pero, al llegar a Nueva York, donde
se les dio cordialmente la bienvenida, se encontraron con que no tenían casa, de
suerte que por lo menos la primera noche tuvieron que pasarla en una posada
sucia y repugnante. Cuando la madre
Cabrini fue a ver a Mons. Corrigan, se enteró de que, debido a ciertas
dificultades entre el arzobispo y las bienhechoras, se había renunciado al
proyecto del orfanato. Por otra parte,
aunque abundaban los alumnos, no había edificio para la escuela. El arzobispo terminó diciendo que, en vista
de las circunstancias, lo mejor era que la madre Cabrini y sus religiosas
regresasen a Italia. Santa Francisca
replicó con su firmeza y decisión habituales: "No, monseñor. El Papa me envió aquí, y aquí me voy a
quedar". El arzobispo quedó impresionado
al ver la firmeza de aquella pequeña lombarda y el apoyo que le prestaban en
Roma. Por lo demás, hay que confesar que
era un hombre que cambiaba fácilmente de idea.
Así pues, no se opuso a que las religiosas se quedasen en New York y
consiguió que por el momento se alojasen con las hermanas de la Caridad. A las pocas semanas, Santa Francisca había ya
hecho buenas migas con la condesa Cesnola, bienhechora del orfanato proyectado,
la había reconciliado con Mons. Corrigan, había conseguido una casa para sus
religiosas y había inaugurado un pequeño orfanato. En julio de 1889, fue a hacer una visita a
Italia, y llevó consigo a las dos primeras religiosas italo-americanas de su
congregación.
Nueve meses después, regresó a los Estados
Unidos con más religiosas para tomar posesión de la casa de West Park, sobre el
río Hudson, que hasta entonces había pertenecido a los jesuitas. La santa trasladó allá el orfanato, que ya
había crecido mucho, y estableció ahí mismo la casa madre y el noviciado de los
Estados Unidos. La congregación
prosperaba, tanto entre los inmigrantes a los Estados Unidos como en
Italia. Al poco tiempo, la madre Cabrini
hizo un penoso viaje a Managua de Nicaragua; a pesar de que las circunstancias
eran muy difíciles y aun peligrosas, aceptó la dirección de un orfanato y abrió
un internado. En el viaje de vuelta,
pasó por Nueva Orleans, como se lo había pedido el santo arzobispo de la ciudad,
Francisco Janssens. Los italianos de
Nueva Orleans, que procedían en gran parte del sur de Italia y de Sicilia vivían
en condiciones especialmente amargas.
Había entre ellos algunos criminales indeseables, y poco antes una chusma
enfurecida de americanos, no menos criminal, había linchado a once de
ellos. El resultado de la visita de
Santa Francisca fue que fundó una casa en Nueva Orleáns.
No hace falta demostrar que Francisca Cabrini
fue una mujer extraordinaria, pues sus obras hablan por ella. Como había sucedido a la beata Filipina
Duchesne, Santa Francisca aprendió el inglés con dificultad y conservó siempre
el acento extranjero muy marcado. Pero
ello no le impidió tener gran éxito en el trato con gentes de todas clases. En particular, aquellos con quienes tuvo que
tratar asuntos financieros, que fueron muchos y de mucha importancia, la
admiraban enormemente. El único punto en
el que falló el tacto de la madre Cabrini fue en las relaciones con los
cristianos no católicos. Ello se debió a
que entró por primera vez en contacto con ellos en los Estados Unidos, de suerte
que pasó largo tiempo antes de que reconociese su buena fe y apreciarse su vida
ejemplar. Los comentarios desagradables
que hizo la santa sobre este punto, se explican por su ignorancia, que era la
raíz de su incomprensión. En efecto,
como lo demuestran sus ideas sobre la educación de los niños, era una mujer de
visión amplia y capaz de aprender, que no cerraba a una idea simplemente porque
era nueva. La madre Cabrini había nacido
para gobernar. Era muy estricta, pero
poseía al mismo tiempo un gran sentido de justicia. En ciertas ocasiones era tal vez demasiado
estricta y no caía en la cuenta de las consecuencias de su inflexibilidad. Por ejemplo, no parece que haya favorecido a
la causa de la moral cristiana negándose a recibir a los hijos ilegítimos en su
escuela gratuita; tal actitud no hacía más que castigar a los inocentes. Pero el amor gobernaba todos los actos de la
santa, de suerte que su inflexibilidad no le impedía amar y ser muy amada. A este propósito, solía decir a sus
religiosas: “Amáos unas a otras.
Sacrificaos constantemente y de buen grado por vuestras hermanas. Sed bondadosas; no seáis duras ni bruscas, no
abriguéis resentimientos; sed mansas y pacíficas.”
En 1892, año del cuarto descubrimiento del
Nuevo Mundo, la santa fundó en Nueva York una de sus obras más conocidas: el
“Columbus Hospital”. En realidad, dicha
obra había sido emprendida poco antes por la Sociedad de San Carlos. Desgraciadamente, la cesión del hospital a
las Misioneras de Sagrado Corazón, que no fue fácil, creó ciertos resentimientos
contra la madre Francisca. La santa hizo
poco después un viaje a Italia, donde asistió a la inauguración de una casa de
vacaciones cerca de Roma y de una casa de estudiantes en Génova. En seguida, fue a Costa Rica, Panamá, Chile,
Brasil y Buenos Aires. Naturalmente, en
1895, ese viaje era mucho más difícil que en la actualidad; pero la madre
Cabrini gozaba enormemente con los paisajes, y ello le aligeró un tanto las
molestias del viaje. En Buenos Aires
inauguró una escuela secundaria para jovencitas. Como algunas personas le advirtiesen que la
empresa era muy difícil y pesada, la santa respondió: “¿Quién la va a llevar a
cabo: nosotras, o Dios? ” Después de
otro viaje a Italia, donde tuvo que encargarse de un largo proceso en los
tribunales eclesiásticos y hacer frente a la turba en Milán, fue a Francia, e
hizo ahí su primera fundación europea fuera de Italia. En el verano de 1898, estuvo en
Inglaterra. El obispo de Southwark,
Mons. Bourne, que fue más tarde cardenal y había conocido en Codogno a la madre
Francisca, le pidió que fundase en su diócesis una casa de su congregación; pero
el proyecto no se llevó a cabo por entonces.
La santa desplegó la misma actividad en los
doce años siguientes. Si hubiese que
nombrar a un santo patrono de los viajeros, más reciente y menos nebuloso que
San Cristóbal, la madre Cabrini encabezaría ciertamente la lista de
candidatos. Su amor por todos los hijos
de Dios la llevó de un sitio a otro del hemisferio occidental: de Río de Janeiro
a Roma, de Sydenham a Seattle. Las
constituciones de la Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón fueron finalmente
aprobadas en 1907. Para entonces, la
congregación, que había comenzado en 1880 con ocho religiosas, tenía ya más de
1000 y se hallaba establecida en ocho países.
Santa Francisca había hecho más de cincuenta fundaciones, entre las que
se contaban escuelas gratuitas, escuelas secundarias, hospitales y otras
instituciones. Las religiosas no se
limitaban en los Estados Unidos a trabajar entre los inmigrantes italianos. En efecto, el día del jubileo de la
congregación, los presos de Sing-Sing enviaron a la santa una conmovedora carta
de gratitud. Entre las grandes
fundaciones, nos limitaremos a mencionar dos: el “Columbus Hospital” de Chicago,
y la escuela de Brockley (1902), que actualmente se halla en Honor Oak. Es imposible hablar aquí de todas las pruebas
y dificultades, tales como la oposición del obispo de Vitoria (la reina María
Cristina había llamado a España a Santa Francisca), y la oposición de ciertos
partidos en Chicago, Seattle y Nueva Orleáns.
En esta última ciudad las hijas de Santa Francisca pagaron el mal con
bien, ya que se condujeron en forma heroica en la epidemia de fiebre amarilla de
1905.
En 1911, la salud de la fundadora comenzó a
decaer. Tenía entonces sesenta y un años,
y estaba físicamente agotada. Pero
todavía pudo trabajar seis años más. El
fin llegó súbitamente. La madre
Francisca Javier Cabrini murió durante uno de sus viajes a Chicago, el 22 de
diciembre de 1917.
Fue canonizada en 1946. Su cuerpo se halla en la capilla de la
“Cabrini Memorial School” de Fort Washington, en el estado de Nueva York. Sin duda, que antes de Santa Francisca hubo
muchos santos en los Estados Unidos y que seguirá habiéndolos en el futuro; pero
ella fue la primera ciudadana americana cuya santidad fue públicamente
reconocida por la Iglesia mediante la canonización. Francisca Javier Cabrini es una gloria de los
Estados Unidos, de Italia, de la Iglesia y de toda la humanidad. Nadie que no fuese un santo como ella hubiese
podido hacer lo que ella hizo y en la forma en que lo hizo. Así lo reconoció León XIII, casi cuarenta
años antes de la canonización de la santa, cuando dijo: “La madre Cabrini es una
mujer muy inteligente y de gran virtud . . . Es una santa”.
Bibliografía
Butler, Vida de los
Santos Sgarbossa,
Mario; Luigi Giovannini:
Un santo para cada
día
Francisca Javiera Cabrini
Santa Francesca Saverio Cabrini (n. Sant' Angelo Lodigiano, 15 de julio de 1850 - m. Chicago, 22 de diciembre de 1917) fue una monja italiana, la primera ciudadana estadounidense en ser canonizada.
En vida fue conocida como Mother Frances Xavier Cabrini (en inglés), Francisca Javier Cabrini o Madre Cabrini (en español).
Nació en Sant'Angelo Lodigiano, en Lombardía ( Italia), y fue la menor de los trece hijos de Agostino Cabrini y Stella Oldini. Nacida prematuramente, su salud fue delicada durante sus 67 años de vida. Tomó los votos religiosos en 1877, convirtiéndose en la madre superiora del orfanato Casa de la Providencia en Codogno, donde ejercía la enseñanza.
En 1880 se cerró el orfanato y se convirtió en una de las siete miembros fundadores del Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. Aunque su sueño era ser misionera en China, el papa León XIII la envió a Nueva York el 31 de marzo de 1889. Allí obtuvo el permiso del arzobispo Michael Corrigan para fundar un orfanato, el primero de las 67 instituciones que fundó en Nueva York, Chicago, Seattle, Nueva Orleáns, Denver, Los Ángeles, y en algunos países de Sudamérica y Europa.
La madre Cabrini falleció de malaria en el hospital Columbus de Chicago. Sus restos se encuentran enterrados en la Escuela secundaria Madre Cabrini (Mother Cabrini High School), en avenida Fort Washington 701 ( Manhattan).
Fue beatificada el 13 de noviembre de 1938 y canonizada el 7 de julio de 1946 por el papa Pío XII. El milagro que justificaba su beatificación se refiere a la restauración de la vista de un niño que había sido cegado por un exceso de nitrato de plata en los ojos. El milagro de su canonización fue la cura de una enfermedad terminal en la persona de una monja.
Santa Frances Xavier Cabrini es la santa patrona de los inmigrantes.
Correspondencia de Francisca Javiera Cabrini
Santa Francisca Javiera Cabrini no escribió libros, lo que se logró editar es una parte de la numerosa correspondencia que ella mantuvo con las hermanas de Codogno y otras misivas que dirigió a las alumnas del Magisterio. Estas cartas se publicaron en un libro editado en Buenos Aires en mayo de 1957.
Madre Cabrini escribió esas cartas durante sus viajes en barco, por eso se las catalogó según el origen y destino de sus numerosos viajes.
- segundo viaje a Nueva York, abril de 1890
- de Nueva York a Havre, agosto de 1890
- de Havre a Nueva York, septiembre de 1890
- de Nueva York a Nicaragua, octubre de 1891
- de Génova a Nueva York, septiembre de 1894
- de Nueva Orleans a Panamá, mayo de 1895
- de Buenos Aires a Barcelona, agosto de 1896
- de Liverpool a Nueva York, noviembre de 1898
- de Nueva York a Havre, septiembre de 1899
- de Génova a Buenos Aires, diciembre de 1900
- de Buenos Aires a Génova, agosto de 1901
- de Londres a Nueva York, agosto de 1902
- En la inauguración de una Casa de las Misioneras del Sagrado Corazón, en Denver, noviembre de 1902
- Carta a las Alumnas del Magisterio, En Roma, mayo de 1904
- Carta a las Alumnas del Magisterio, En Roma, mayo de 1905
- Carta a las Alumnas del Magisterio, En Roma, febrero de 1906
Himno
GLORIA, GLORIA
Gloria, gloria a la Madre Cabrini,
Misionera del célico ardor,
que traspuso del mundo los confines
irradiando su gran fe, esperanza y amor.
Misioneras del Sagrado Corazón
su Instituto ella quiso llamar,
pues la llama que abrasó su corazón
hizo de ella un viviente altar.
Incansable en la lucha divina,
la divisa de Pablo escogió,
y abrazando la cruz y las espinas,
nuevo apóstol su vivir al Señor consagró.
Misioneras…
A tu altar hoy venimos gozosos
implorando tu ayuda y favor,
muéstranos tus miradas amorosas,
danos Madre fe ardiente, confianza y valor.
Misioneras…
Bibliografía
- Braghin, Andrea (2000). Francisca Cabrini: Memoria y camino: 1850-2000. 32 páginas. Éd. du Signe. ISBN 978-2-7468-0033-5.
- Maynard, Theodore (2000). Un mundo demasiado pequeño: Vida de Santa Francisca Javier Cabrini. 444 páginas. Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. ISBN 978-84-607-1432-3.
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Santa Francisca Javier Cabrini (1850-1917)
Patrona de
los Emigrantes y Fundadora de las Misioneras del Sagrado
Corazón
|
"No olvidemos que
seguimos al Buen Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, que es manso y humilde de
corazón. Jamás echemos una cucharada de amargura en la vida de los demás. No
seamos duras ni bruscas con nadie. Que los que nos traten se vayan siempre
contentos de haber sido tratados amablemente por nosotras".
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SU
VIDA La Madre Cabrini fué la
menor de una familia de trece hijos. Nació cerca de Pavia, Italia, en el año
1850.
Una de sus
hermanas mayores era maestra de escuela y la formó en la estricta disciplina, lo
cual le fue muy útil después para toda su vida.
Desde muy
pequeña al oír leer en su familia la Revista de Misiones, adquirió un gran deseo
de ser misionera. A sus muñecas las vestía de religiosas, y fabricaba barquitos
de papel y los echaba a las corrientes de agua y les decía: "Por favor, vayan a
países de misiones a llevar ayudas". Para apagarle un poquito su gran deseo de
irse de misionera le dijeron que en tierras de misiones no había dulces ni
caramelos, entonces empezó a privarse de los caramelos que le regalaban, para
irse acostumbrando a no comer dulces.
A los 18 años
obtuvo el grado de profesora. Quiso entrar de religiosa en una comunidad pero no
la aceptaron porque era de constitución muy débil y de poca salud. Pidió entrar
a otra comunidad y tampoco la aceptaron por las mismas razones. Entonces se fue
de maestra a una escuela que dirigía un santo sacerdote, el Padre
Serrati.
Y aquél
sacerdote se dio cuenta muy pronto de que la nueva maestra de su escuela tenía
unas cualidades muy especiales para hacerse querer del alumnado y lograr que sus
discípulas se volvieran mejores. Y la recomendó para que fuera a dirigir un
orfanato llamado de la Divina Providencia, el cual estaba a punto de fracasar
por no tener personas bien capaces que lo dirigieran. Al Sr. Obispo le pareció
que era una excelente directora y hasta le aconsejó que tratara de fundar una
comunidad de religiosas para que le ayudaran en el apostolado.
El Sr.
Obispo le dijo un día: "Me dice que su gran deseo ha sido siempre ser misionera.
Pues le aconsejo que funde una comunidad de misioneras. Yo no conozco ninguna
comunidad para esa labor tan santa y admirable".
Y Francisca
reunió siete compañeras de trabajo y con ellas fundó en 1877 la Comunidad de
Misioneras del Sagrado Corazón. A los 10 años de fundada la comunidad fue a Roma
a tratar de obtener la aprobación para su congregación, y el permiso para fundar
una casa en Roma. En la primera entrevista con el Cardenal Parochi, Secretario
de Estado, éste le dijo que la comunidad estaba muy recién fundada y que todavía
no se le podían conseguir semejantes permisos. Pero el Cardenal quedó tan
admirado de la bondad y santidad de la fundadora que en la segunda visita ya le
dio la aprobación y le pidió que en Roma fundara no sólo una casa para niñas
huérfanas, sino dos: una escuela y un orfanato.
En aquel tiempo
eran muchísimos los italianos que se iban a vivir a Norteamérica, pero allí, por
falta de asistencia espiritual corrían el peligro de perder la fe y abandonar la
religión. El Arzobispo de Nueva York le pidió personalmente que enviara sus
religiosas a ese país a enseñar religión. Ella estaba dudosa porque más bien
deseaba que se fueran al extremo oriente, a China. Pero consultó con el Sumo
Pontífice León Trece y él le dijo: "No a oriente, sino a occidente". Con esto
entendió que sí debían ir a Norteamérica.
NUEVA YORK
El 31 de
marzo de 1889 Santa Francisca llegó con seis de sus religiosas a Nueva
York.
A Nueva York y sus alrededores
habían llegado recientemente unos 50,000 italianos. La mayoría de ellos no
sabían ni siquiera los diez mandamientos. Sólo 1,200 iban a misa los
domingos.
Al llegar a Nueva York se
encontraron con que las señoras que habían prometido ayudar a conseguir la casa
para ellas no habían conseguido nada, y tuvieron que pasar su primera noche en
un hotelucho de mala muerte, sucio y destartalado. Y al presentarse al arzobispo
éste les dijo desanimado: "No se les pudo conseguir casa. Así que lo mejor que
pueden hacer es devolverse otra vez a Italia". Pero la Madre Francisca, que era
valiente y tenía una gran fe, le respondió: "No, señor arzobispo, el Sumo
Pontífice nos envió para acá, y acá nos vamos a quedar". El arzobispo se quedó
admirado del valor de la monjita y del apoyo que le ofrecían a ella desde Roma y
les consiguió entonces alojamiento en una casa de religiosas.
Y a los pocos meses ya la Madre
Cabrini había logrado conseguir una buena casa, buscando ayudas entre los
bienhechores, y poco antes de un año ya pudo ir a Italia, llevando las dos
primeras novicias norteamericanas para su comunidad. De vuelta se trajo varias
religiosas más y fundó su primer gran orfanato junto al Río
Hudson.
La comunidad empezó a extenderse
admirablemente en Italia y en América. La Madre Cabrini en penosos y largos
viajes fundó una casa en Nicaragua y otra en Nueva Orleáns. En esta ciudad
norteamericana los italianos vivían en condiciones infrahumanas, y la presencia
de las misioneras fue de enorme provecho para esas pobres
gentes.
Las grandes obras que emprendió
demuestran que Francisca Cabrini fue una mujer extraordinaria. Su inglés lo
hablaba con acento italiano lo que le concedía una gracia especial, y que en
cualquier parte donde llegaba la señalaba como una extranjera. Pero ello no le
impidió ser amada y estimada por toda clase de personas en los Estados Unidos.
Los que trataban con ella de asuntos económicos (en grande escala muchas veces)
se quedaban admirados de las capacidades tan impresionantes que esta mujer tenía
para salir adelante aun con las obras más difíciles.
Era sumamente disciplinada, como
desde muy pequeñita le había enseñado a ser su hermana. Algo que nunca pudo
aceptar fue que la gente abandonara la religión católica, que es la verdadera,
para irse a formar parte de sectas protestantes que enseñan tantos errores. Esto
la hizo sufrir mucho, porque en Norteamérica, los católicos eran una escasa
minoría y los protestantes, halagándolos con ofertas económicas, los hacían
pasarse a sus sectas y al par de años, como esas religiones quitan todas las
devociones, se volvían unos verdaderos paganos, sin más dios que el dólar.
Contra ésto luchó ella fuertemente durante toda su vida.
Otro pecado contra el cual luchaba
duramente era el concubinato, la unión libre. Y hasta llegó a prohibir que en
sus colegios recibieran a las hijas de los que públicamente vivían dando
escándalo por su concubinato o su unión libre. Muchos la criticaban por esto,
pero su conciencia no le permitía dejar en paz a los que hacían pública
profesión de pecado. No aceptaba el vivir sirviendo al mismo tiempo a Dios y al
diablo.
La Madre Cabrini había nacido para
gobernar. Procuraba vivir al día con las buenas ideas modernas y no se cerraba a
lo nuevo por puro capricho por lo pasado. Pero lo nuevo que era escandaloso lo
rechazaba valientemente sin más ni más. Era inflexible para hacer cumplir los
reglamentos y para exigir buen comportamiento, pero al mismo tiempo se hacía
amar por su gran bondad. A sus religiosas les repetía: "No olvidemos que
seguimos al Buen Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, que es manso y humilde de
corazón. Jamás echemos una cucharada de amargura en la vida de los demás. No
seamos duras ni bruscas con nadie. Que los que nos traten se vayan siempre
contentos de haber sido tratados muy amablemente por
nosotras".
En 1892, al cumplirse el cuarto
centenario del descubrimiento de América, fundó en Nueva York una gran obra: "El
hospital Colón". Luego fundó nuevas casas de su comunidad en Costa Rica, Brasil,
Buenos Aires, Panamá, Chile e Italia. Cuando le decían que no emprendiera la
fundación de una obra porque iba a encontrar enormes dificultades, respondía:
"Pero, quién es el que va a llevar esta obra al éxito: ¿nosotras o Dios?", y
emprendía la fundación.
Durante doce años estuvo viajando
por diversos países fundando casas de su congregación. Ella podría ser nombrada
patrona de los viajeros internacionales. Y en su tiempo el viajar era mucho más
complicado y difícil que ahora. Su amor por los pobres y su deseo de salvar
almas y de hacer conocer y amar más a Dios la llevó de un sitio a otro del
mundo, aunque fueran muy distantes. De Río de Janeiro a Roma, de Francia a
Inglaterra y de Italia a Norteamérica. Todo por extender el reino de
Dios.
La comunidad, que había empezado
con ella y siete hermanas, ya contaba con mil religiosas, enseñando en escuelas
gratuitas y orfanatos, y atendiendo en hospitales y otras obras de caridad.
Hasta los presos de la peor cárcel de Estados Unidos, la cárcel de Sing-Sing, la
proclamaban su bienhechora.
Durante los últimos siete años se
sentía muy agotada y con una salud muy deficiente pero no por eso dejaba de
trabajar incansablemente promoviendo sus obras de caridad y de evangelización. Y
el 22 de diciembre de 1917 murió de repente, más quizás por agotamiento de tanto
trabajar, que por edad, pues sólo tenía 67 años. Sus restos se conservan en el
colegio Cabrini en Nueva York.
Ella fue la primera ciudadana
norteamericana declarada santa por el Sumo Pontífice. Nadie que no hubiese
tenido una gran santidad y un inmenso amor a Dios y al prójimo habría podido
llevar a cabo obras tan grandes como ella logró realizar.
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Oración:
Santa Francisca Javier Cabrini:
te pedimos por todos los americanos, los del norte y los del sur, y por
toda la juventud en peligro. No dejes de trabajar y de interceder en el cielo
por los que todavía luchamos con peligros en esta tierra.
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Excelente "itinerario" de la vida de Madre Cabrini. Celebramos 50 años de Egresadas y he utilizado el material publicado para nuestro Programa de Festejos!.
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