San Dámaso, de origen español, nació
hacia el año 305. Su pontificado comprende desde el año
366 al 384. Fue diácono de la Iglesia de Roma
durante el pontificado del Papa Liberio.
Su elevación a la cátedra
de Pedro no se vio exenta de contrastes debido a
los enfrentamientos de los dos partidos contrapuestos. Pero los frutos
de su pontificado no se dejaron esperar. Ignorando las amenazas
imperiales, depuso a los obispos que se habían adherido al
arrianismo y condujo a la Iglesia a la unidad de
la doctrina. Estableció el principio de que la comunión con
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Dámaso I, Santo |
el obispo de Roma es signo de reconocimiento de un
católico y de un obispo legítimo.
Durante su pontificado hubo una
explosión de ritos, de oraciones, de predicaciones, con nuevas instituciones
litúrgicas y catequéticas que alimentaron la vida cristiana. A la
iniciativa de este Papa se deben los estudios para la
revisión del texto de la Biblia y la nueva traducción
al latín (llamada Vulgata) hecha por San Jerónimo, a quien
San Dámaso escogió como secretario privado.
En estos años la Iglesia
había logrado una nueva dimensión religioso-social, convirtiéndose en un componente
de la vida pública. Los obispos escribían, catequizaban, amonestaban y
condenaban pública y libremente.
En el año 380, con ocasión del
sínodo de Roma, el Papa Dámaso expresó su agradecimiento a
los jefes del imperio que habían devuelto a la Iglesia
la libertad de administrarse por sí misma. Con esta libertad
conquistada, los antiguos lugares de oración como las catacumbas se
habrían arruinado si este extraordinario hombre de gobierno no hubiera
sido al mismo tiempo un poeta sensible a los antiguos
recuerdos y a las gloriosas huellas dejadas por los mártires.
Efectivamente, no sólo exaltó a los mártires en sus famosos
“títulos” (epigramas grabados en lápidas por el calígrafo Dionisio Filocalo),
sino que los honró dedicándose personalmente a la identificación de
sus tumbas y a la consolidación de las criptas en
donde se guardaban sus reliquias.
En la cripta de los Papas
de las catacumbas de San Calixto, él añadió: “Aqui, yo,
Dámaso, desearía fueran enterrados mis restos, pero temo turbar las
piadosas cenizas de los mártires”. San Jerónimo sostiene que el
Papa Dámaso murió casi a los ochenta años. Fue enterrado
en la tumba que él mismo se había preparado, humildemente
alejada de las gloriosas cenizas de los mártires, sobre la
vía Ardeatina. Más tarde sus restos mortales fueron trasladados a
la iglesia de San Lorenzo.
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