|
Cayetana Alberta Giménez y Adrover,
Venerable |
Fundadora de la Congregación Pureza de María
(Pollensa, 6
de agosto de 1837 - 21 de diciembre de 1922).
Alberta nació un 6 de
agosto, hace unos 170 años, en un atractivo pueblecito mallorquín llamado
Pollensa. Sus padres se llamaban Alberto y Apolonia. Desde muy temprana edad sus
padres se preocuparon de darle una formación sólida, y a ella le gustaba la idea
pues sentía una viva inclinación por saber el por qué de las cosas, la
naturaleza atraía poderosamente su atención, disfrutaba subiendo una montaña y
contemplando una puesta de sol en el silencio de un tarde de verano, le
impresionaba muchísimo la inmensidad del mar, su alma se dilataba observando una
noche de luna llena o un eclipse, y no le importaba interrumpir su sueño para
ver una lluvia de estrellas o el paso de un cometa.
Aseguraba haber
nacido en el marco de un hogar disciplinado, este factor fue determinante para
forjar su carácter; era alegre, abierta, generosa, segura de sí misma serena y
recta, muy recta, de ninguna manera pactaba con la mentira ni con la hipocresía,
y decía que los asuntos relevantes, se resolvían con mucha oración y prudencia,
y que debían de analizarse detenida y seriamente.
Por razones de trabajo
de su padre que era militar, vivió un tiempo en Barcelona, cuando regresó de
esta ciudad la familia se estableció en Palma, la capital de Mallorca, entonces
recibió unas clases particulares para optar al título de maestra, se las
impartió un joven que más tarde
sería parte del plan de Dios en su vida,
Francisco Civera; ella era apenas una adolescente que como todas las demás,
despertaba a la vida y notaba que su corazón empezaba a latir
aceleradamente.
A ella le encantaba ir a Valdemar, un pueblecito muy
lindo a unos pocos kilómetros de Palma, a ella le gustaba descansar allí, en el
patio de la casa, había un asiento en el que permanecía largo rato cosiendo,
rezando o contemplando una flor
Después de algunas clases con el apuesto
profesor, descubrió que él, Francisco, era estupendo; no sólo lo admiraba por
sus conocimientos sobre las Matemáticas y las ciencias, sino por su nobleza y
caballerosidad, algo estaba pasando dentro de ella , se sorprendía pensando en
él a cualquier hora , se fijaba en los colores de su camisa, de su corbata, pero
además, intuía que también dentro de él había un afecto serio y delicado hacia
ella que no se reducía a la simple cortesía de un profesor con su alumna, por
aventajada que esta fuese; cuando pasaron unos días no dudó e n contarlo a su
madre, que por supuesto, ya había advertido que algo estaba pasando en el
corazón de su querida Alberta, recordaba cómo que la abrazó y sonrió , y que
este gesto le infundió confianza y seguridad.
Un día decidió hacerle un
regalo a Francisco, y se lo comunicó a su madre, ella compartió su ilusión y le
compró un pluma para obsequiarle, Francisco, impresionado por aquel detalle,
respondió con unos versos que comienza así:
Gracias mil el alma mía Te
rinde, Alberta, en verdad, Por tu fina cortesía, Por la pluma que me envía Tu
dulce y tierna amistad…
El amor entre los dos se iba consolidando,
Francisco cada vez se sentía más atraído por su madurez , inteligencia y la
belleza de su alma limpia, el noviazgo se formalizó y contando con la probación
de las dos familias, el 7 de abril de 1860, el Señor bendijo su matrimonio en la
Iglesia de San Nicolás de Palma, fue un día maravillosos, los recuerdos le
venían a borbotones; al recordar este día, que ella calificaba como inolvidable,
a sus ojos se asomaban dos tímidas lágrimas , como si decirlo, le restara
encanto.
El hogar supo pronto de la alegría indecible de la llegada del
primer hijo que lo bautizaron con el nombre de Bernardo, todo era luminoso, ni
una nube se interponía en su incipiente felicidad, pero después de una año,, la
vida del niño se apagó. Alberta y su esposo se abrazaron fuerte y desde lo
profundo de sus corazones doloridos preguntaron ¿ Por qué Dios mío?, ¿Por qué?,
pero sólo el silencio encontraban por respuesta.
Al cabo de un año, la
alegría regresó de nuevo a sus corazones con el nacimiento de Catalina, pero dos
años más tarde una epidemia de cólera se la llevó también al cielo.
A
Alberta le costaba mucho recordar esas cosas, las decía despacio, se notaba que
el dolor la había marcado, hacía breves pausas, como para descansar y tomar
fuerzas.
Después, nacieron otros dos niños Bernardo y Alberto. Francisco
y ella tenían mucho miedo de que la muerte se los arrebatara, estaban muy
unidos, su amor había crecido muchísimo y todas las noches, después de cenar y
acostar a los niños, ante la imagen de la Virgen que tenían sobre la cómoda de
su habitación, rezaban, y su oración se mezclaba con el llanto y el
dolor.
Bernardo también murió a los pocos años de nacer, sólo les quedó
Alberto con una salud muy precaria que exigía muchos cuidados y
atenciones.
Francisco y ella no entendían nada de todo lo que sucedía, en
la oración encontraban la paz y la fuerza para seguir. Albertito iba creciendo y
alegraba sus vidas, hacían proyectos…
Se entregó de lleno al colegio que
con Francisco había fundado y en el desplegó todo su bagaje pedagógico, todo les
iba bien.
Un día Francisco se sintió mal, lo vio el médico y comprobó que
padecía de unas fiebres muy altas que no pudo controlarle, ningún esfuerzo por
aliviarle tuvo éxito, Francisco también se iba, era el 17 de junio de 1869, esta
muerte la sumió en una tristeza muy honda, experimentó una soledad muy grande y
sólo en la oración encontraba sosiego; en nueve años había perdido tres hijos y
el esposo, ¡había pasado rápido el tiempo!, parecía ayer que se habían conocido…
¿Quién entiende los designios de Dios?. Sin Francisco todo parecía carecer de
sentido, pero ella buscaba… su fe la invitaba a rastrear en su interior y en el
recuerdo de los acontecimientos alguna luz que le permitiera descubrir su nuevo
camino; cuidaba de Alberto, atendía a sus padres que se iban haciendo mayores,
Saturnino, su hermano, era de gran ayuda y apoyo, con él conversaba largos ratos
de todo lo sucedido, tratando de vislumbrar el querer de Dios para
ella.
A su mente acudió le idea hacerse monja salesiana, de las que
tenían un convento en Palma, iría a hablar, tal vez ese era su lugar. Llegó el
día de la cita, se levantó haciendo lo de un día normal y pensando en lo que
debía explicar, y mientras estaba en su habitación arreglando cosas, le
anunciaron que el Señor Alcalde y el Vicario de la diócesis, Dn. Tomás Rullán la
esperaban en el salón para hacerle una propuesta de parte del Señor Obispo, Dn.
Manuel Salvá. Ella se sorprendió enormemente de aquella vivita, le pedían
hacerse cargo del Real Colegio de la Pureza, aquella invitación era claramente
la voz de Dios, no tenía ninguna duda.
Al irse los distinguidos
visitantes, lo comunicó a su familia. Humanamente hablando, la oferta no era
absolutamente halagadora, pues se trataba de un colegio en ruinas en todos los
aspectos, por lo tanto, requería de un temple gigante para volverlo a la
normalidad.
Más que una invitación, aquello era un reto a su fe y a su
confianza en Dios. Canceló su visita a las Salesas y por las noches después de
dormir a Albertito, se retiró a su habitación a orar, en el silencio y a solas
con Dios, aceptó, dijo Sí, iría al Colegio de la Pureza, tenía la certeza, de
que allí, le esperaba Dios. Su familia la apoyó, Alberto pasaría al cuidado de
su tío Saturnino.
El 23 de abril de 1870 fue la fecha elegida para
ingresara a aquel viejo caserón llamado Can Clapers. La situación del centro
tanto en su personal como en su mobiliario era lamentable, pero una fuerza
interior la impulsaba a no dejarse vencer por el pesimismo y el cansancio, y
así, en septiembre de ese mismo año, se inició el nuevo curso escolar, a los
pies del Sagrario y de la Virgen de la Pureza, depositaba todas las noches sus
preocupaciones, sus ilusiones, sus planes.
El Colegio crecía, los patios
y pasillos rebosaban de rostros infantiles juguetones y alegres, impartía clases
de gramática., historia, labores… en pocos años el Colegio se había recuperado,
fue entonces cuando las autoridades de Palma le ofrecieron la rectoría de la
primera Normal de Maestras que deseaba establecer en la capital, ella aceptó; el
nombramiento oficial se hizo el 2 de mayo de 1872 y así , en el Colegio de la
Pureza, con Alberta Jiménez al frente, el 13 de mayo del mismo año comenzó a
funcionar la primer Escuela de Magisterio en la Isla.
Para esta época de
su vida, tuvo que estudiar muchísimo, la prensa de Palma hacía eco de todo
cuanto en Can Clapers sucedía.
Una vez que lograron la primera promoción
de maestras, algunas de ellas pidieron quedarse para ejercer su profesión bajo
la dirección de Alberta, a ella esto le satisfizo grandemente, las acogió con el
mismo cariño que suele hacerlo las madres.
Al llegar a este punto de su
vida, ella se encontraba feliz de hacer lo que hacía, sentía que ese era su
camino, pero decía ella, que aún le faltaba algo, que muchas veces en su trato
íntimo con el Señor experimentaba un deseo grande de entregarse definitivamente
a ÉL.
Cuando se presentó la ocasión, no dudó en comunicarlo a las
personas que con ella formaban el grupo de maestras, todas acogieron la idea con
inmensa alegría, ya que era un anhelo deseado por todas, oportunamente se lo
hicieron saber a Don Tomás, le pareció una idea excelente y comenzaron a
redactar unas bases y unos estatutos, casi no podía creer lo que estaba pasando,
pues con ese trabajo se estaba iniciando lo que sería la Congregación de
Religiosas de la Pureza de María.
La autorización del Señor Obispo no se
hizo esperar y el 19 de septiembre de 1874 quedó constituida la Primera
Comunidad, los nombres de las Hermanas eran: Alberta Gimenez, María Aloy,
Catalina Fornés, Magdalena Frau, Dolores Guardiola, y Catalina
Togores.
Después de establecerse la Primera Comunidad, el trabajo
pedagógico se intensificó, pues ella decía que la educación es una obra que
siempre debe estar renovándose, le gustaba vivir informada, buscaba siempre
nuevas forma de enseñar, la gente decía que era una pedagoga de
vanguardia.
El 2 de agosto de 1892 se aprobaron las Constituciones, la
obra iba viento en popa. En 1897 un nuevo visitador de la Congregación hace su
estreno, se llamaba Don Enrique Reig, era secretario del Obispo y simpatizante
de la Enseñanza, fue un gran apoyo para Alberta, siempre mostró interés por todo
lo de La Pureza, y la animó a fundar Colegios fuera de Mallorca, pues ya
entonces había en las ciudades de Manacor y de Inca. Valencia, fue la
primogénita en la Península.
Don Enrique trabajaba con ahínco para la
Congregación, el 10 de mayo de 1901, envió un telegrama desde Roma, en el que se
informaba que La Pureza había tenido la probación del Papa León XIII para
funcionar como Congregación de Derecho Pontificio.
Por estas fechas,
Alberto, era un joven y vivía en Zaragoza, se relacionaba con frecuencia con
Alberta, y la mantenía informada de sus planes, a su vez, ella le escribía con
asiduidad y le hacía sentir el amor que como madre guardaba para él, en varias
ocasiones se lo manifestaba a través de poesías sencillas y llenas de ternura.
Un día ella recibió una carta en la que le participaba su noviazgo y su decisión
de contraer matrimonio con una joven llamada Joaquina Llonch, en el corazón de
Alberta se hicieron presente muchos recuerdos ya lejanos pero que parecía que
habían sucedido ayer. Leyó la carta más de una vez y se retiró a la capilla,
aquella noticia necesitaba ser compartida con Dios.
Pocos años después,
Alberto enfermó, y Alberta tuvo que acudir de manera inmediata a su lado,
acompañada por H. Ferrá, al llegar, pudo comprobar que realmente su salud estaba
muy deteriorada, los médicos y toda la familia le prodigaban cuidados y
atenciones.
Después de una leve mejoría, sufrió una recaída muy fuerte
que no pudo superar. Murió la noche del 18 de junio de 1908; Alberta,
naturalmente lloró, pero estaba serena.
El 22 de julio de 1912, una orden
ministerial le arrebató la rectoría de la Normal, fue un sufrimiento grande para
ella, pues le había dedicado mucho tiempo, esfuerzo y cariño, la gente de Palma
que la conocía, no daba crédito a lo que leían en los diarios, ella estaba
tranquila, muchas ex alumnas y padres de familia llegaron a darle su apoyo y le
hicieron ver la injusticia que se estaba cometiendo, y ella los calmaba
diciéndoles : "Dios permite las cosas para nuestro bien, no se mueve una hoja
del árbol sin su voluntad, yo había pedido varias veces que me quitasen el
cargo, y ahora Dios, por otros caminos, me ha concedido lo que tantas veces
pedí".
En agosto llegaron Hermanas de las otras casas ya que se celebraba
el capítulo general, ella puso su renuncia como Superiora General de la
Congregación, argumentaba su falta de salud y lo avanzado de su edad. La
renuncia fue aceptada, Alberta estaba muy enferma, pero esto no le impedía
ayudar en los menesteres de la casa, siempre estaba ocupada, rezaba muchos
rosarios y pasaba largas horas en la capilla…
Entraba el año 1920, por
todos los rincones del Colegio se comentaba que en mayo serían las bodas de oro,
se preparó una fiesta por todo lo alto, acudieron todas las antiguas alumnas, el
día esperado era el 1º de mayo, se despertó con una diana, luego Misa solemne,
almuerzo, tarde literaria, música, fuegos artificiales, fiesta mucha fiesta,
llegaron flores y regalos de amigos, de padres de familia, de autoridades de
Palma, todos reconocían su labor y en un acto oficial se le concedió la Gran
Cruz de Alfonso XII, ella se dejó festejar con la serena alegría de siempre,
lógicamente se emocionó pues no esperaba tanto, en todo momento se mostró
atenta, fina y muy agradecida con la sencillez que la caracterizaba.
Su
vida se fue gastando entre las paredes del viejo caserón que desde que ella
llegó le dio sabor a hogar, se le vio muy contenta con las fundaciones del
Puerto de la Cruz y de Santa Cruz en las Islas Canarias, sin embargo, sus
movimientos eran cada vez más lentos y veía con mucha dificultad , todas las
Religiosas, ex alumnas y alumnas que la visitaban estaban conscientes de que el
final estaba cerca, llegaban Sacerdotes a animarla, a orar con ella, a darle el
Sacramento de los Enfermos, algunos días los pasaba mejor que otros, la sentaban
en un sillón que tenía en su habitación, decía que así estaba más cómoda , y en
la madrugada del 21 de diciembre de 1922, dormida en el sillón, sin ruido, sin
palabras, entregó su alma a Dios ,
Toda Palma la lloró , todos querían
acercarse a ella para darle el último adiós ; su nieta repasaba en silencio
todos los momentos felices que había compartido con ella, recordaba sus
consejos, sus gestos bondadosos, todo se le agolpaba en la mente y en el
corazón, sentía que algo de ella se iba con su abuela Alberta y calaba hondo en
su alma, aquella frase que tantas veces la escuchó pronunciar:
"Nací para
el Cielo y a Él todas mis aspiraciones"
El 22 de marzo de 1986 fue
declarada Venerable por el Papa Juan Pablo II.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario