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jueves, 27 de diciembre de 2012

Características literarias de los textos de la infancia de Jesús

   

Esta explicación de Benedicto XVI, en su libro “La infancia de Jesús”, sobre la naturaleza de los textos de los cuatro Evangelios de la infancia de Jesús y sus características literarias, es magistral. Aquí pongo un resumen:

Mateo y Lucas

En Mateo, como también en Lucas, los acontecimientos de la infancia de Jesús están muy estrechamente relacionados, aunque de manera diferente, con textos del Antiguo Testamento. Mateo aclara cada vez al lector la conexión con las correspondientes citas veterotestamentarias; Lucas habla de los acontecimientos con palabras del Antiguo Testamento: con alusiones que en el caso concreto pueden ser incidentales, no pretendidas expresamente, y que no siempre se pueden documentar como tales alusiones, pero que en su conjunto forman inconfundiblemente el entramado de sus textos.
En Lucas parece haber un texto hebreo subyacente. En cualquier caso, toda la descripción está caracterizada por semitismos que, por lo general, no son típicos en él. Se ha intentado entender las propiedades de estos dos capítulos, Lucas 1-2, a partir de un antiguo género literario judío, y se habla de un «midrash haggádico», es decir, una interpretación de la Escritura mediante narraciones. La semejanza literaria es innegable. Y, sin embargo, está claro que el relato lucano de la infancia no se sitúa en el judaísmo antiguo, sino precisamente en el cristianismo antiguo.

Una historia que explica la Escritura, y una Escritura que se hace visible en esta historia

Pero este relato es también algo más: en él se describe una historia que explica la Escritura y, viceversa, aquello que la Escritura ha querido decir en muchos lugares, sólo se hace visible ahora, por medio de esta nueva historia. Es una narración que nace en su totalidad de la Palabra, pero que da precisamente a la Palabra ese pleno significado suyo que antes no era aún reconocible. La historia que se narra aquí no es simplemente una ilustración de las palabras antiguas, sino la realidad que aquellas palabras estaban esperando. Ésta no era reconocible en las palabras por sí solas, pero las palabras alcanzan su pleno significado a través del evento en el que ellas se hacen realidad.

Las Fuentes

Si esto es así, cabe preguntarse: ¿De dónde sacan Mateo y Lucas la historia que relatan? ¿Cuáles son sus fuentes? A este respecto, Joachim Gnilka dice con razón que se trata claramente de tradiciones de familia. Lucas alude a veces a que María misma, la madre de Jesús, fue una de sus fuentes, y lo hace de una manera particular cuando, en 2,51, dice que «su madre conservaba todo esto en su corazón» (cf. también 2,19). Sólo ella podía informar del acontecimiento de la anunciación, que no había tenido ningún testigo humano.
Naturalmente, la exegesis «crítica» moderna insinuará que las consideraciones de este tipo son más bien ingenuas. Pero ¿por qué no debería haber existido una tradición como ésta, conservada y a la vez modelada teológicamente, en el círculo más restringido? ¿Por qué Lucas se habría inventado la afirmación de que María conservaba las palabras y los hechos en su corazón, si no había ninguna referencia concreta para ello? ¿Por qué debía hablar de su «meditar» sobre las palabras (Lc 2,19; cf. 7,29), si nada se sabía de ello?
Yo añadiría que, también de este modo, la aparición tardía especialmente de las tradiciones sobre María tiene su explicación en la discreción de la Madre y de los círculos cercanos a ella: los acontecimientos sagrados en el alba de su vida no podían convertirse en tradición pública mientras ella aún vivía.

Resumiendo

Recapitulemos: lo que Mateo y Lucas pretendían –cada uno a su propia manera– no era tanto contar «historias» como escribir historia, historia real, acontecida, historia ciertamente interpretada y comprendida sobre la base de la Palabra de Dios. Esto quiere decir también que su intención no era narrar todo por completo, sino tomar nota de aquello que parecía importante a la luz de la Palabra y para la naciente comunidad de fe. Los relatos de la infancia son historia interpretada y, a partir de la interpretación, escrita y concentrada.
Hay una relación recíproca entre la palabra interpretativa de Dios y la historia interpretativa: la Palabra de Dios enseña que los acontecimientos contienen la «historia de la salvación», que afecta a todos. Los acontecimientos mismos, sin embargo, abren por su parte la palabra de Dios y permiten reconocer ahora la realidad concreta escondida en cada uno de los textos.
Porque hay efectivamente palabras en el Antiguo Testamento que permanecen, por decirlo así, todavía sin dueño. En este contexto, Marius Reiser llama la atención, por ejemplo, sobre Isaías 53. El texto podría referirse a esta o aquella persona, a Jeremías por ejemplo, pero el verdadero protagonista de los textos se hace aún esperar. Sólo cuando él aparece, la palabra adquiere su pleno significado. Veremos que algo similar vale para Isaías 7,14. El versículo es una de esas palabras que, por el momento, siguen a la espera de la figura de la que están hablando.
También la historiografía del cristianismo de los orígenes consiste precisamente en asignar su protagonista a estas palabras que siguen a la espera. De esta correlación entre las palabras «en espera» y el reconocimiento de su protagonista finalmente manifestado se ha desarrollado la exegesis típicamente cristiana, que es nueva y, sin embargo, sigue siendo totalmente fiel a la palabra originaria de la Escritura.
Fuente_ Benedicto XVI, “La infancia de Jesús”

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