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Alejandro, Santo |
Mártir
Etimológicamente significa “favorecedor de los hombres”. Viene de la lengua
griega.
Con un corazón sencillo, casi como el alma de un
niño, feliz quien dice a Cristo: tú el Resucitado, ves
quién soy. Necesito no ocultarte nada de mi corazón.
Todo creyente
auténtico actúa y vive de este modo. Alejandro y su
amigo Epímaco fueron una palpable realidad de las palabras que
acabas de leer o meditar.
Eran cristianos de Alejandría. Fueron arrestados
y procesados a causa de su fe en tiempos
de las terribles persecuciones de Decio, en el año 250.
Según
la “Pasión” o teatro escrito en su honor, los dos
se comportaron con valentía ante la pregunta que les hicieron:
¿Renunciáis de Cristo y adoráis a los dioses romanos?
Me imagino
que no le vendrían dudas a la mente ni les
faltaría decisión sus corazones.
Efectivamente, ante su negativa a adorar dioses
falsos, los arrojaron a una fosa de cal viva. De
esta manera entregaron su vida por amor a Cristo y
en defensa de su fe.
Según el célebre escritor Eusebio de
Cesarea, su muerte debió tener lugar el 12 de diciembre. Las
reliquias de su amigo las trajeron pronto a Roma.
Siglos más
tarde, sus figuras aparecieron de nuevo, debido en gran parte,
al papel que jugó en este asunto desempeño la reina
Hildegarda, esposa de Carlomagno.
Fue ella la que logró que sus
reliquias se llevasen a la abadía de Kempten, Alemania, de
cuya ciudad siguen siendo los patronos.
Sus restos se encuentran hoy
en la basílica de san Juan de Letrán.
¡Felicidades a quien
lleve este nombre!
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