El
cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia y secretario personal
de Karol Wojtyla por más de 40 años, dijo que "si Juan Pablo II es
proclamado beato, es porque ya era santo en vida, lo era también para
nosotros que estábamos a su alrededor, yo sabía que era un santo. Yo lo
sabía desde hace tiempo, desde que estaba en vida e incluso antes de que
fuera elegido para el pontificado. No era un Papa que en lo privado
fuese distinto al Papa público. Era siempre él mismo. Siempre estaba
como ante Dios". El cardenal polaco lo afirmó en ocasión de su
participación en la vigilia que se celebró en vísperas de la
beatificación de Juan Pablo II.
El
cardenal Dziwisz afirmó también que "para Juan Pablo II rezar era como
respirar. Cuando hablaba luego de Jesucristo, no hacía otra cosa que
contar su experiencia. Siempre hubo entonces correspondencia entre lo
que decía y lo que vivía. Era siempre auténtico, incluso y sobre todo en
la escucha".
Estar
con el Papa, dijo, significaba garantizar sus espacios de silencio,
especialmente el que dedicaba a Dios: "Dios y punto. Los dos. Juan Pablo
II era un enamorado de Dios. Lo buscaba, nunca se cansó de estar con
Él. En Dios sabía sumergirse en todo lugar, en toda condición: incluso
cuando estudiaba o estaba en medio de la gente, lo hacía con la máxima
naturalidad".
El
arzobispo de Cracovia reiteró su profunda gratitud por la beatificación
del Papa peregrino y recordó el especial amor que le tenía a la Ciudad
Eterna a la que bendecía todas las noches desde la ventana de su
departamento.
"Su mirada –prosiguió Dziwisz– estaba
nutrida por la fe, y la fe era potencia y profundidad de su mirada. En
uno de sus últimos días, me acerqué al lecho del Papa, y viéndolo
dormido, traté de levantarle con cierta emoción y respeto uno de los
párpados: me tocó mucho ver que la mirada era muy vívida. No sólo estaba
consciente, sino que estaba perfectamente presente. Era como si él nos
velara. Y como si esperase que nosotros y los jóvenes que lo acompañaban
desde la Plaza de San Pedro, estuviésemos listos".
Del
Papa "brotaba incluso en esa situación algo de su antigua y plácida
energía. La energía extraordinaria que había impulsado continuamente
ante su mirada, motivándolo a exigirse todo tipo de empresa: ‘¿Y ahora
qué debo hacer?’ Era la energía creativa que brotaba de su vida
interior".
Finalmente
el cardenal Dziwisz dijo que la disciplina mental de Juan Pablo II "no
lo abandonó nunca: hasta el final de todo, hasta la meta. Como un
patriarca bíblico nos preparó para el desprendimiento, llevándonos de la
mano, concentrado en lo que hacía. Moría como un luchador exhausto pero
lúcido: Aquí estoy, muerte, me tendrás solo un instante. Voy a mi Casa,
con mi Padre y mi Madre, voy allí adonde siempre quise llegar. Allí
donde está la vida verdadera, para siempre, benditos".
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