viernes, 2 de noviembre de 2012

El que coma de este pan vivirá para siempre

Juan 6, 51-58. Fieles Difuntos. Hoy que se recuerda a las fieles difuntos, quiero hacer algo por ellos, especialmente por aquellos que más amo.
 
El que coma de este pan vivirá para siempre
Del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida». Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».Jesús les dijo: «Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre.

Oración introductoria

Jesús, gracias por ofrecerme el Pan que me lleva a la vida eterna y por darme hoy la gracia de poder tener este momento de contigo en la oración.

Petición

Dame, Señor, el don de la perseverancia final.

Meditación del Papa

¿Por qué tememos la muerte? ¿Por qué la humanidad, en su mayoría, nunca se ha resignado a creer que más allá de ella no haya simplemente nada? Diría que las respuestas son muchas: tememos la muerte porque tenemos miedo de la nada, de este partir hacia algo que no conocemos, que nos es desconocido. Y entonces hay en nosotros un sentimiento de rechazo porque no podemos aceptar que todo lo que de bello y de grande ha sido realizado durante toda una existencia sea eliminado de repente, caiga en el abismo de la nada. Sobre todo, sentimos que el amor reclama y pide eternidad, y no es posible que sea destruido por la muerte en un solo momento. También tenemos temor ante la muerte porque, cuando nos encontramos al final de la existencia, existe la percepción de que hay un juicio sobre nuestras acciones, sobre cómo hemos llevado nuestra vida, sobre todo en esos puntos sombríos que, con habilidad, sabemos a menudo quitar o intentamos quitar de nuestra conciencia. Benedicto XVI, 2 de noviembre de 2011

Reflexión

Amigo lector: permíteme que te haga una confidencia personal. ¿Sabes? A mí me gusta mucho meditar sobre la muerte. Y no por ser un tipo melancólico, pesimista o lunático, ni de carácter fúnebre o taciturno. Francamente no. Más bien, me considero una persona alegre y optimista, amante de la vida y de la aventura. Lo que sucede es que nos hemos acostumbrado a considerar la muerte como algo tétrico y negativo, y cuyo pensamiento debemos casi evitar a toda costa. Y, sin embargo, si tenemos una certeza absoluta en la vida es, precisamente, que todos vamos a morir.

Pero a mí, en lo personal, esta certeza no me atemoriza, para nada. Al contrario. Me hace pensar con inmenso regocijo y esperanza en el "más allá", en lo que hay después de la muerte. Y también me ayuda a aprovechar mejor esta vida. Pero no para "pasarla bien", sino para tratar de llenar mi alforja de buenos frutos para la vida eterna.

Alguien dijo: Morir es sólo morir; morir es una hoguera fugitiva; es sólo cruzar una puerta y encontrar lo que tanto se buscaba. Es acabar de llorar, dejar el dolor y abrir la ventana a la Luz y a la Paz. Es encontrarse cara a cara con el Amor de toda la vida.

Es verdad. Lo importante de la muerte no es lo que ella es en sí, sino lo que ella nos trae; no es el instante mismo del paso a la otra vida, sino la otra vida a la que ella nos abre paso. Para quienes tenemos fe, la muerte es sólo un suspiro, una sonrisa, un breve sueño; y para los que vivimos de la dichosa esperanza de una felicidad sin fin, que encontraremos al cruzar el umbral de la otra vida, ésta no es sino un ligero parpadeo y, al abrir los ojos, contemplar cara a cara a la Belleza misma; es exhalar el más exquisito perfume -el de nuestra alma, cuando abandone el cristal que la contiene- para iniciar la más hermosa aventura y gozar del Amor en persona… ¡ahora sí, para toda la eternidad! La muerte no debería llamarse "muerte", sino "vida" porque es el inicio de la verdadera existencia.

El libro del Apocalipsis nos dice hermosamente que allí, en el cielo, después de la muerte "ya no habrá hambre, ni sed, ni calor alguno porque el Cordero que está en medio del trono, Jesús, los apacentará -a los que han entrado en la gloria- y los guiará a las fuentes de las aguas de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos" (Ap 7, 16-17). Ya no habrá tristeza, ni dolor, ni sufrimiento, sino amor completo y dicha sin fin. ¿No es emocionante y apetecible?

Nuestra Madre, la Iglesia, nos ha enseñado a ver con ojos muy distintos la realidad de la muerte, a mirarla con gran serenidad y a aceptarla con paz y esperanza; incluso con alegría y regocijo -si es viva nuestra fe- porque aquel bendito día será el más glorioso de toda nuestra existencia: el de nuestro encuentro personal con Dios, el Amor que nuestro corazón reclama.

¡Claro!, sólo es posible hablar así cuando tenemos fe. Por eso, los santos se expresaban de ella -de la muerte- con un lenguaje desconcertante para el mundo. San Francisco de Asís la llamaba "hermana muerte", y deseaba que llegara pronto. San Pablo afirmaba que para él la muerte era una ganancia porque así podría estar ya para siempre con el Señor (Fil 1, 21-23); y santa Teresa de Jesús también se consumía por el anhelo de que ésta no se demorara tanto en venir: "Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero"-–decía en uno de sus poemas místicos- que, en nuestro lenguaje común, podríamos traducirlo con un "me muero de ganas de morirme". Y hallamos la misma experiencia en tantos otros santos y mártires, que veían en la muerte no precisamente un castigo o una maldición, sino el momento dichoso de su definitivo y eterno encuentro con el Señor.

Fue Jesucristo quien nos enseñó a ver así las cosas. Durante su vida pública muchas veces nos habló de este tema, y en el Evangelio encontramos páginas muy bellas que robustecen nuestra fe y alimentan nuestra esperanza. Como aquella parábola de las diez vírgenes, en la que nos exhorta a vivir "esperando la llegada del esposo" -o sea, de Cristo el Señor-. La parábola de los talentos, de las minas, de los invitados a la boda, del rico epulón y del pobre Lázaro y muchas otras enseñanzas tienen esta misma temática.

Y es que, si nos tomamos en serio esta meditación, la muerte nos enseña a vivir mejor y a valorar el poco tiempo del que disponemos para hacer méritos que perduren. Nos educa en la justa consideración de las cosas y de los bienes terrenos: a la luz de la eternidad aprendemos que todo es pasajero, relativo, accidental y caduco; y nos ayuda, en consecuencia, a no poner nuestro corazón y nuestras seguridades en cosas tan baladíes y efímeras. Nos da, en definitiva, la auténtica sabiduría, esa que no engaña y que nos hace vivir según la Verdad, que es Dios mismo.

Propósito

Pensar de vez en cuando en la muerte. Y si la tenemos siempre presente en nuestra vida, tanto mejor. Ahora sí nos damos cuenta de que celebrar a los fieles difuntos tiene mucho sentido y de que, en vez de temer a la muerte, de rehuirla o de reírnos de ella, es mucho más provechoso aprender las lecciones de vida que ella nos ofrece.

Diálogo con Cristo

Señor, hoy que se recuerda a las fieles difuntos, quiero hacer algo por ellos, especialmente por aquellos que más amo y que aún están en el purgatorio. Te ofrezco mi próxima Eucaristía y mi sacrificio para crecer en el amor y para que todas las almas en el purgatorio pronto puedan gozar de Ti en el cielo.

viernes 02 Noviembre 2012
Conmemoración de los fieles difuntos



Leer el comentario del Evangelio por
San Ambrosio : “¿Por qué lloras?” (Jn 20,13)

Lecturas

Sabiduría 3,1-9.


Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los afectará ningún tormento.
A los ojos de los insensatos parecían muertos; su partida de este mundo fue considerada una desgracia
y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción; pero ellos están en paz.
A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad.
Por una leve corrección, recibirán grandes beneficios, porque Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él.
Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto.
Por eso brillarán cuando Dios los visite, y se extenderán como chispas por los rastrojos.
Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor será su rey para siempre.
Los que confían en él comprenderán la verdad y los que le son fieles permanecerán junto a él en el amor. Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos.


Salmo 27(26),1.4.7.8.9.13-14.


De David.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré?

Una sola cosa he pedido al Señor,
y esto es lo que quiero:
vivir en la Casa del Señor
todos los días de mi vida,
para gozar de la dulzura del Señor
y contemplar su Templo.

¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz,
apiádate de mí y respóndeme!
Mi corazón sabe que dijiste:
"Busquen mi rostro".
Yo busco tu rostro, Señor,

no lo apartes de mí.
No alejes con ira a tu servidor,
tú, que eres mi ayuda;
no me dejes ni me abandones,
mi Dios y mi salvador.

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor.



San Pablo a los Romanos 6,3-9.


¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección.
Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado.
Porque el que está muerto, no debe nada al pecado.
Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.
Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él.


Mateo 25,31-46.


Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.
Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.
Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre la muerte de su hermano

“¿Por qué lloras?” (Jn 20,13)

        LLoran aquellos que no pueden tener la esperanza de la
resurrección, no por que Dios lo quiera, sino que lloran a causa de la
dureza de su corazón que no les permite creer. Hay una diferencia entre los
servidores de Cristo y los paganos. Es ésta: éstos lloran porque piensan
que los suyos están muertos para siempre, no tienen consuelo en sus
lágrimas, no tienen descanso en su tristeza... Mientras que para nosotros
la muerte no es el final de nuestro ser, sino el final de nuestra vida. Ya
que nuestro ser se transforma a una condición mejor, entonces, la llegada
de la muerte elimina todos nuestros llantos...

Tanto mayor será nuestro consuelo, cuanto la conciencia de nuestras
buenas obras nos promete, después de la muerte, una recompensa mayor. Los
paganos ya tienen su consuelo, pensando que la muerte será un descanso para
todos nuestros males. Y como se ven privados de gozar de la vida, piensan
que quedarán liberados de toda posibilidad de sentir el dolor de las
interminables y duras penas de esta vida. Pero nosotros, que tenemos que
tener el espíritu más elevado, a causa de la esperanza de una recompensa,
debemos soportar mejor nuestro dolor, gracias al consuelo que nos espera.
Parece que los que han muerto no están lejos de nosotros sino que nos
preceden, la muerte no nos los quita, sino que los recibe la eternidad.


Conoce más acerca de la historia, costumbres y tradiciones de la Fiesta de los Fieles Difuntos



Te invitamos a unirte a nuestras oraciones durante el octavario en honor a los difuntos del 1 al 8 de noviembre, para ganar la indulgencia plenaria, que se aplica a nuestros difuntos a manera de sufragio.



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