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Democracias: cuando una victoria es derrota |
Es parte del funcionamiento de las democracias modernas: un candidato
vence, otros pierden. Los partidarios del vencedor celebran los resultados.
Los partidarios de los perdedores analizan, quizá lloran, su derrota.
A
veces la victoria de unos candidatos o de un partido
se convierte en una derrota, cuando la victoria numérica lleva
al poder a un grupo que va a gobernar injustamente.
Hay,
por lo tanto, victorias democráticas que generan derrotas, y esto
ocurre más veces de las que imaginamos.
Por mencionar algunos casos,
una victoria democrática genera derrota cuando el gobernante trabaja sólo
por sus seguidores y margina a los que votaron a
otros partidos.
Una victoria democrática produce daños cuando se incumplen las
promesas buenas y se ponen en marcha las promesas dañinas.
Una
victoria democrática destruye al Estado cuando desde arriba se fomenta
el odio, el desprecio, la división, la lucha de unos
contra otros.
Una victoria democrática llega a ser derrota si lanza
a un pueblo hacia guerras injustas, hacia el rearme enloquecido,
hacia el imperialismo opresor, hacia el desprecio respecto de otros
pueblos vecinos o lejanos.
Una victoria democrática corroe la vida social
si legaliza el aborto, si promueve sistemas económicos que dañan
a los pobres y favorecen solamente a los ricos, si
debilita la unidad matrimonial, si aplasta el respeto de los
derechos fundamentales de las personas.
A lo largo del año, la
prensa o la televisión nos presentan aquí o allá plazas
eufóricas de quienes aplauden a un líder vencedor en las
urnas. No imaginamos que en no pocos casos esos aplausos
callarán ante la derrota de la justicia, de la libertad,
de la convivencia, de los sanos ideales que permiten la
vida de un pueblo.
Sí: hay victorias democráticas que son una
derrota. Evitarlas resulta casi imposible, porque para algunos lo único
que decide todo en las democracias consiste en el número
de votos que cada candidato recibe.
Ante esta situación, cualquier esfuerzo
serio puesto en marcha para organizar la vida pública en
el respeto de los derechos básicos por encima incluso de
los resultados electorales será bienvenido, por el bien de todos
los que, votantes o no votantes, conviven bajo la bandera
de un Estado y esperan gobernantes buenos que trabajen por
la justicia y la paz.
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