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martes, 27 de noviembre de 2012

Antiguo Testamento



Antiguo Testamento de la Biblia de Gutenberg.
El Antiguo Testamento, para la mayoría de los grupos cristianos, es la primera parte de las Biblias cristianas. Contiene el Pentateuco, y otras series de libros históricos, sapienciales y proféticos. En total se numeran en el Antiguo Testamento 39 o 46 libros, que sumados a los 27 del Nuevo Testamento forman la Biblia con sus 66 o 73 libros bíblicos.
En términos generales, no existe un consenso general entre los diferentes grupos de cristianos sobre si el canon del Antiguo Testamento debe corresponder al de la Biblia griega, con deuterocanónicos, que es lo que plantean las iglesias cristianas ortodoxas y católica romana a través de su historia, o al del Tanaj hebreo, que es lo que plantean los judíos actuales, algunos protestantes, y otros grupos cristianos emanados de éstos. Aparte de los libros propios del texto griego de la Biblia, el canon de la iglesia ortodoxa de Etiopía admite otros libros, como el Libro de Enoc y el Libro de los Jubileos.
Las denominaciones de Biblia y de Antiguo Testamento (que presupone la existencia de un Nuevo Testamento) nunca fueron usadas por los judíos de habla hebrea, y tampoco por algunas confesiones cristianas.
Los judíos dividen los libros del Tanaj en tres distintos grupos: Torá (la Ley), Neviim (los Profetas) y Ketuvim (los Hagiógrafos).
Los testigos de Jehová prefieren la expresión Escrituras Hebreas para llamar a esta colección de libros.

En el Judaísmo

El Antiguo Testamento de los cristianos en el judaísmo es llamado: Tanaj; un acrónimo para: Torá, Neviim y Ketuvim (Torá, Profetas y Escritos). El Tanaj consiste en la Torá de Moisés; el único libro dictado y Escrito por Dios mismo y entregado a Moisés en el Monte Sinaí, los Profetas; que son los libros inspirados por Revelación Profética y los Escritos; que es una colección de escritos poéticos e históricos inspirados por el Ruaj haKodesh (Espíritu Santo). Puesto que Dios en su Torá manda no añadir ni quitar nada de la Torá de Moisés, toda escritura que viniese después es medida a la luz de la Torá. Así, los libros que menos se acoplan a la Torá son considerados menos inspirados y por tanto, menos importantes. Por éste motivo la mayoría del judaísmo no considera los Escritos de los discípulos de Jesús como inspiración Divina, por tanto la Biblia judía sólo se compone del Tanaj. Varios grupos, entre ellos los judíos nazarenos y judío mesiánicos consideran el llamado "Nuevo Testamento" como material importante de aprendizaje, al mismo nivel que el santo Zohar o el Talmud, pero nunca jamás al mismo nivel que la Torá de Moisés, la cual es considerada "Ley perfecta" (Sal 19:7), "para los hijos de nuestros hijos" (Dt 4:8-9), y como Jesús mismo enseñaría, la Torá es vigente "hasta que pasen los cielos y la tierra" (Mt 5:18).
De éste modo los judíos mesiánicos y judíos nazarenos no consideran que el Tanaj sea un Antiguo Testamento, ni que la colección de escritos griegos cristianos sea un Nuevo Testamento.

Géneros literarios

El Antiguo Testamento es un texto muy complejo por estar compuesto por libros escritos en múltiples géneros y en distintas épocas históricas del pueblo hebreo.
En cuanto a la mayoría de los libros, se pueden reconocer cuatro tradiciones literarias que los componen (de acuerdo con la hipótesis documentaria):
  • Yahvista, que hace uso del término Yahveh para referirse a Dios, al que presenta antropomórfico, manifestado de forma humana. Este género es probablemente propio del reino hebreo del sur o de Judá.
  • Elohísta, que hace uso del término Elohim para referirse a Dios, al que presenta más intrascendente. Este género es probablemente propio del reino hebreo del norte o de Israel.
  • Sacerdotal, que se centra en cuestiones del culto judaico, y que incluye el relato que se encuentra al principio de todo el Antiguo Testamento: la primera versión de la Creación en el libro del Génesis (la segunda versión de la Creación viene inmediatamente después y es de tradición yavista).
  • Deuteronómica, que se centra en el cumplimiento de la Ley, por haber sido escrita en lo que algunos han identificado como el hallazgo de la Ley en tiempos del rey Josías. Precisamente el libro del Deuteronomio pertenece a este género.1
Se pueden reconocer los siguientes géneros literarios en el Antiguo Testamento:
  • Histórico: Abarca todos los textos en forma de relato. Incluye: historias reales, noveladas y ficticias; relatos populares (mitos, leyendas, sagas, cuentos); datos informativos, y biográficos; relatos que anuncian la venida del Mesías.
  • Ley: Colecciones de normas y preceptos por los que se regía el pueblo hebreo, tanto en lo civil como en lo religioso.
  • Profecía: Dichos y discursos pronunciados por un profeta (mensajero que habla en nombre de Dios). Incluye oráculos, relatos biográficos, visiones y acciones simbólicas.
  • Lírica: Textos poéticos, generalmente en verso, que expresan sentimientos y vivencias profundos. Incluye cantos de amor, elegías de dolor, poemas de oración.
  • Sabiduría: Colecciones de sentencias, proverbios, alegorías y refranes que expresan de forma popular y razonada la experiencia de vida propia del sabio.2

Libros del Antiguo Testamento


Antes de continuar, hay que aclarar que los escritos que no están incorporados en las Biblias protestantes serán escritos en cursiva. Explicado este punto, seguiremos con los grupos de escritos separados en:

Pentateuco o Torá

Génesis: El libro del Génesis relata la historia de la creación del mundo, el relato de la caída de Adán del jardín del Edén, la narración del Diluvio Universal, la historia de la Torre de Babel, el llamado del patriarca Abraham y la aparición de las 12 tribus de Israel que terminarían viviendo en Egipto.
Éxodo: Los principales hechos del libro giran alrededor de la partida de los esclavos hebreos de Egipto, bajo el liderazgo de Moisés, y culmina fervorosamente con la entrega de la Sagrada Torá en el monte Sinaí.
Levítico: Este libro trata los temas de las leyes referidas a los sacrificios, la consagración de los sacerdotes y las leyes referidas a la pureza y santidad; mayormente mandamientos para los grupos levitas y sacerdotales.
Números: Este libro narra los mandamientos dados durante las estancias en el Sinaí, el desierto de Qades-Barnea y los llanos de Moab.
Deuteronomio: Este libro relata lo que sucedió desde la entrega de las Tablas de la Ley hasta la llegada a los llanos de Moab. Es considerado el discurso final de Moisés antes de morir.

Libros Históricos

Libro de Josué: Este libro narra la conquista de la Tierra Prometida y el reparto que Josué efectúa entre las diversas tribus. Luego trata algunos temas de la Asamblea de Siquem y de las disposiciones de Josué. Es considerado libro profético en el canon judío.
Libro de los Jueces: Narra el período que va desde la muerte de Josué hasta el nacimiento de Samuel, un tiempo en que los judíos han abandonado su vida nómada y acaban de instalarse como semisedentarios primero y agricultores luego, habitando en casas de material o chozas de adobe. Es considerado libro profético en el canon judío.
Libro de Rut: El libro narra la historia de Elimelec, un hombre de Belén de Judá que emigró con su familia al país de Moab. Su mujer se llamaba Noemí y sus hijos, Majalón y Quelyón. Al morir Elimelec, sus dos hijos se casaron con Orfa y Rut de Moab, respectivamente.
Primer Libro de Samuel: Este libro cuenta la historia de Samuel y del reinado del rey Saúl hasta su muerte, incluyendo la guerra de los israelitas contra los filisteos y la gran hazaña del pastorcillo David al derrotar al gigante Goliat. Es considerado libro profético en el canon judío.
Segundo Libro de Samuel: siendo la continuación de I Samuel, cuenta la historia de Israel a partir de la muerte del rey Saúl y el subsiguiente reinado de David, con un suplemento al final.
Primer Libro de los Reyes: Este libro cuenta la historia del reinado de Salomón, hijo de David y de los reinos de Judá e Israel.
Segundo Libro de los Reyes: En este libro continúa la historia de los reinos de Judá e Israel desde la muerte de Salomón hasta la caída de Samaria y de Jerusalén, cabe resaltar que todos los reyes israelitas hicieron lo malo a los ojos de Dios, entre ellos, Jeroboam, Omrí, Acab y Jezabel, Uzzias y Joacin. También relata los milagros del profeta Eliseo y al final del libro se continúa la historia para culminar en el Exilio de Babilonia.
I Crónicas o I Paralipómenos: Este libro en particular narra el período comprendido desde los orígenes hasta la muerte de David. Cuenta la historia desde Adán hasta Saúl en su primera mitad y luego la de David.
II Crónicas o II Paralipómenos: Este libro en particular narra el período comprendido entre la muerte de David y la liberación final. Cuenta la historia de cada rey de manera muy esquemática y no exhaustiva, indicando en general: nombre del padre, nombre de la madre, duración del reinado, sucesor, lugar de la sepultura, principales acontecimientos y sincronía de cada uno de los reyes de Israel.
Libro de Esdras: Esdras trata especialmente de la reconstrucción del Templo y de la organización legal del judaísmo.
Libro de Nehemías: este libro narra la reconstrucción de las murallas de Jerusalén, el arreglo del templo y las reformas llevadas a cabo por Nehemías.
Libro de Tobías: Éste no es un libro canónico, aunque aparece en el canon católico romano, no es aceptado por la mayoría de denominaciones protestantes ni tampoco por los judíos. Este libro relata el acompañamiento que el arcángel Rafael hace a un joven lleno de fe, que va a buscar esposa y finalmente se casa luego de sortear enormes dificultades con la ayuda del ángel enviado por Dios. Es una apología de los valores familiares y humanos.
Libro de Judit: El libro cuenta la historia de Judit hija de Merari en plena guerra de Israel contra el ejército asirio.
Libro de Ester: Es de gran valor entre el pueblo judío, ya que narra la salvación de los judíos de un exterminio inminente preparado por Haman el amalecita. Dicha salvación se conmemora con la fiesta de Purim.
I Macabeos: Es un libro apócrifo. Macabeos narra el intento de helenizar por la fuerza a los judíos por parte de Antíoco IV Epífanes. Ha sido impugnado por todos los autores protestantes, y no forma parte del canon de la Biblia judía.
II Macabeos: El libro se centra en dos fiestas religiosas: la Dedicación del Templo luego de su reconstrucción (Jánuca), y el día en que Nicanor asedia el templo. También cuenta la historia de Heliodoro, y el martirio de Eléazaro, y de los siete hermanos y su madre. Al igual que I Macabeos, se trata de un libro apócrifo.

Libros Proféticos

Profetas mayores

Libro de Isaías: Este libro contiene profecías con muy vivos destellos de tempranos sueños y aspiraciones de una redención universal para todos los pueblos de la tierra. La exégesis moderna lo divide en al menos tres grandes colecciones de poemas proféticos (Capítulos 1-35, 40-55 y 56-66), y un apéndice histórico (Capítulos 36-39), en parte paralelo o retomado de partes o pasajes de II Reyes.
Libro de Jeremías: Este libro contiene la historia y profecías de Jeremías, un hidalgo judío sumamente sensible, que desde muy joven se sintió obligado a concienciar al pueblo de la necesidad de ser fieles y obedientes ante Dios. De manera insistente profetizó el exilio y destierro del pueblo y de los reyes de Judá por Nabucodonosor de Babilonia, por lo que muchas veces se metió en problemas con las autoridades civiles y religiosas del Reino de Judá.
Lamentaciones: Este libro contiene cuatro lamentaciones acróstico-alefáticas, y una oración, escritas con motivo de la devastación de Jerusalén tras caer en las manos de Nabucodonosor II. Evocan vivamente los horrores del sitio, caída y destrucción de Jerusalén, y la insondable pena de ver a los judíos humillados, marchando hacia el exilio, llevados como ovejas por los conquistadores babilonios.
Libro de Baruc: Baruc o Baruj no es un libro canónico. Es un texto agregado en el canon católico romano. Es una serie de documentos adscriptos a Baruc o Baruj, escriba y secretario del profeta Jeremías, en donde se alecciona a los judíos sobre cómo afrontar y sobrellevar el exilio y cautiverio con responsabilidad y dignidad, y lealtad al Señor. Numerosos autores, así como editores de los escritos bíblicos, presentan como un cuerpo de texto independiente del cuerpo de este libro de Baruc, el Capítulo 6, que contiene una Epístola adscripta al profeta Jeremías.
Libro de Ezequiel: En la introducción, Dios entrega al profeta los lineamientos de su misión profética, mientras que los capítulos siguientes detallan una larga serie de amenazas y futuros castigos para Jerusalén y Judá, para los falsos profetas y, en general, para todos los judíos que han pecado antes de la invasión de Nabucodonosor.
Libro de Daniel: Este libro es la suma de hasta doce distintos documentos que relatan historias y visiones adscriptas a Daniel, un sabio y consejero judío del exilio que prestó sus servicios en las cortes de reyes babilonios. En el canon judío, el libro de Daniel no es considerado parte de los libros de los Profetas, sino como parte de los Ketuvim (Escritos inspirados por el Ruaj haKodesh).

Profetas menores

Libro de Oseas: Este libro relata una profecía que se divide en dos partes.
Libro de Joel: El libro de Joel se encuentra dividido en dos partes claramente diferenciadas. En la primera, una devastadora plaga de langostas destruye el país, produciendo una celebración penitencial entre las víctimas. La segunda parte trata acerca de los frutos de la penitencia y de la liberación que anuncia una redención futura.
Libro de Amós: Este libro da un mensaje de advertencia hacia las naciones paganas y a los pecadores de Judá e Israel ya que serán juzgados por Yavé (Dios) y castigados pero eventualmente podrían ser perdonados.
Libro de Abdías: El libro de Abdías profetiza la venganza de Yavé contra Edom, que llegará en 312 con su conquista por parte de los árabes.
Libro de Jonás: El libro da cuenta del profeta Jonás y una historia bien conocida en la cual Dios manda a Jonás profetizar o predicar al pueblo de Nínive para persuadirlos de arrepentirse o recibir destrucción.
Libro de Miqueas: Este libro trata sobre el castigo de Dios sobre el reino del norte por pecados como: idolatría, adoración de Baal, sacrificios, rituales de niños, magia y encantamientos.
Libro de Nahúm: Nahúm profetiza la destrucción de Nínive, que simboliza la liberación de todas las esclavitudes.
Libro de Habacuc: Este libro narra los días finales del Imperio Asirio y el principio del dominio de Babilonia a escala mundial bajo Nabopolasar y su hijo Nabucodonosor.
Libro de Sofonías: El libro de Sofonías es una invitación a la penitencia y una afirmación del amor de Dios hacia el pueblo.
Libro de Ageo o Libro de Hageo: Este libro trata principalmente de la reconstrucción del Templo y se divide en cuatro discursos o sermones que se encuentran en orden cronológico.
Libro de Zacarías: Este libro habla principalmente sobre la restauración del Templo y de Jerusalén y de la coronación del Sumo sacerdote Josué.
Libro de Malaquías: Este es el último libro del Antiguo Testamento que reprocha las actitudes de las familias al separarse y el comportamiento de los sacerdotes por el no cumplimiento al culto divino.

Libros Sapienciales

Libro de Job: Éste libro, cuenta la historia de Job, un hombre justo y temeroso de Dios que es probado duramente para ver si negaba a Dios y se apartaba de él.
Libro de los Salmos: Este libro contiene salmos y oraciones, mayormente del rey David.
Proverbios: son las enseñanzas de la filosofía teológica que enseñan al hombre a ser como los sabios y a vivir en consecuencia.
Eclesiastés: Es el compendio de las meditaciones de Salomón. Tras investigar la vida y ver que todo es vanidad, discurre que lo único importante en la vida es guardar la Palabra de Dios, por la cual seremos juzgados.
El Cantar de los Cantares: Trata de dos amantes, Salomón y Sulamit, que han sido obligados a separarse.
Libro de la Sabiduría: Es un libro apócrifo y pseudo-epigráfico. Este libro se dirige a los hermanos de su autor alertándolos sobre la ruina a los que los conducirán la idolatría y el ateísmo si se dejasen seducir por ellos.
Libro del Eclesiástico: El libro está dirigido a los judíos piadosos que quieran vivir la vida según la Ley, sin olvidar a los paganos que quieran saber lo que les espera al convertirse en buenos judíos.

El Antiguo Testamento en el catolicismo romano

La Iglesia católica romana siempre ha considerado los libros del Antiguo Testamento como inspirados. En el Concilio Vaticano II se encuentra un resumen del aspecto histórico-salvífico y del sentido de las experiencias del pueblo judío como fundamento de su inclusión en las fuentes de la revelación cristiana:
Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo el género humano, con singular favor se eligió un pueblo, a quien confió sus promesas. Hecho, pues, el pacto con Abraham (cf. Gn 15, 18) y con el pueblo de Israel por medio de Moisés (cf. Éx 24, 8), de tal forma se reveló con palabras y con obras a su pueblo elegido como el único Dios verdadero y vivo, que Israel experimentó cuáles fueran los caminos de Dios con los hombres y, hablando el mismo Dios por los profetas, los entendió más hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió ampliamente entre las gentes (cf. Sal 21, 28-29; 95, 1-3; Is 2, 1-4; Jr 3, 17). La economía, pues, de la salvación pronunciada, narrada y explicada por los autores sagrados, se conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; por lo cual estos libros inspirados por Dios conservan un valor perenne.
Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, 14

Canonización

El Antiguo Testamento o Tanaj comenzó su canonización en el 450 a. C. y terminó su canonización en el concilio de Yavne (96 d. C.), por el Sanedrín del primer siglo. Aunque el concilio de Yavne fue más una confirmación que canonización. El último libro en ser canonizado fue el libro de Daniel, en Yavne (Yamnia). Cuando se debatió si Cantar de los Cantares era simplemente un idilio amoroso, Rabí Akiva se levantó en su defensa (ver Halajá) diciendo que Salomón estaba hablando inspirado por el Espíritu Santo, como un Midrash (romance metafórico) entre Dios y el pueblo de Israel.3 (También, por motivos similares se planteó la aceptación o rechazo de Eclesiastés y el rollo de Ester. El Sanhedrín consideró que Ester y Salomón estaban dotados del espíritu de profecía. Rabí Hanina (siglo I) tuvo un arduo trabajo alineando la teología del libro de Ezequiel con la Ley de Moisés. Gracias a eso al final el libro también fue aceptado en el canon.
El Sanedrín terminó listando a aquellos que escribieron el Tanaj:
"Moisés escribió la Torá y Job. Josué escribió su libro y (según ciertos sabios) los últimos 8 versos de Deuteronomio. El libro de Josué fue terminado por Eleazar y Finees. Samuel escribió su libro, Jueces y Rut. El libro de Samuel fue terminado por Gad y el profeta Natán. David escribió el libro de los Salmos, agregando sus cantos a los libros de los ancianos (Adam (Sal 139:16), Melquizedec (Sal 110), Abraham (Sal 89), Moisés (Sal 90), Heman, Jedutún, Asaf y los tres hijos de Coré). Jeremías escribió su libro, Lamentaciones y Reyes. Ezequías y sus compañeros editaron los libros de Isaías, y de Salomón (proverbios, Cantar de los Cantares y Eclesiastés). Los hombres de la gran asamblea, (450 a.c.) editaron el libro de Ezequiel, los doce profetas menores, Daniel y el rollo de Ester (Aunque estos fuesen originalmente escritos o dictados por sus respectivos autores). Esdras escribió su libro y las genealogías del libro de Crónicas. Crónicas fue terminado por Nehemías, hijo de Hacalías".
(Talmud; Bava Batra 14b-15a)
Más allá del Tanaj, no se considera canónico ningún libro, como dijera el Sanedrín:
"Cuando Hageo, Zacarías, y Malaquías murieron, el Espíritu Santo dejó Israel".4
El cristianismo, habiendo salido originalmente del judaísmo, aceptó el canon del Sanedrín para su Antiguo Testamento, aunque la iglesia Católica Romana añadiese al canon algunos libros de dudosa inspiración divina a los que denominó Deuterocanónicos (de un canon secundario), y que ya formaban parte del canon en ciertas comunidades de Alejandría (ver LXX).

Las Escrituras hebreas según los Testigos de Jehová


Biblia Viejo y Nuevo Testamento.
Los testigos de Jehová, a partir de una exégesis del texto de Pablo de Tarso, usan la expresión «Escrituras hebreas». La cita es la siguiente:
Empero los sentidos de ellos se embotaron; porque hasta el día de hoy les queda el mismo velo no descubierto en la lección del Antiguo Testamento, el cual por Cristo es quitado.
2 Corintios 3:14, versión Reina-Valera de 1909
Afirman que el contexto del párrafo y el sentido de la expresión griega correspondiente (διαθηκη) alude a la ley de Moisés o al Pentateuco Así, la expresión «Testamento» se referiría solo a esos libros y no al conjunto de la Biblia (sea el Antiguo o el Nuevo Testamento) a lo que se añade el hecho de que la expresión «Nuevo Testamento» no aparece en ninguna parte de la Biblia.
Un dato particular: al (Apocalipsis), el último libro de la Biblia, los Testigos de Jehová lo llaman Revelación, como los protestantes de habla y cultura inglesa. De todas formas no es privativo de los anglófonos, que en vez de Apocalipsis, se use Revelaciones: El término griego Apocalipsis puede traducirse Revelaciones a todas las lenguas romances o que hayan tomado como préstamo el latin revelatio.
Los Testigos de Jehová prefieren utilizar la expresión «Escrituras hebreas» para referirse a su versión del Antiguo Testamento, y «Escrituras griegas cristianas» para referirse al Nuevo.5
Bibliografía: Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras con Referencias, págs. 1584, 85. (1987). Watchtower Bible and tract Society of New York, Inc.

Véase también

Notas

  1. Un resumen de la teoría, desarrollo y crítica que ha recibido esta hipótesis se puede encontrar en el libro de Soggin que se cita en la bibliografía.
  2. El desarrollo de los géneros literarios que se suponen incluidos en los textos del Antiguo Testamento así como su relación con los géneros literarios usados en aquel entonces en Oriente se puede consultar en la obra de Robert y Feuillet que aparece en la bibliografía, pág, 137ss.
  3. cf. Mishna, Yadaim 3:5.
  4. Talmud, Sanedrín 11a, Tosefta Sotá 13:2.
  5. Revista Atalaya del 1 de marzo de 1995, pág 19.

Bibliografía

  • Soggin, Alberto (1987). Introduzione all'Antico Testamento. Brescia: Paideia Editrice. ISBN 88-394-0399-X.
  • Keel, Othmar (2007). La iconografía del Antiguo Oriente y el Antiguo Testamento. Madrid: Editorial Trotta. ISBN 978-84-8164-785-3.
  • A. Robert y A. Feuillet (1965). Introducción a la Biblia. Barcelona: Editorial Herder.




HISTORIA DE LA SALVACIÓN


  Antiguo Testamento


















INTRODUCCION


En este breve escrito encontramos los antecedentes necesarios para fundamentar en una reflexión crítica a la luz de la fe las comprensiones que hacen posible realizar un acercamiento serio a la Sagrada Escritura.

Hemos tomado los antecedentes aquí señalados desde diversas fuentes, avaladas por los antecedentes que hoy la ciencia bíblica nos proporciona, y por supuesto, bajo la necesaria reflexión y contribución del Magisterio eclesiástico.

Lo que aquí está formulado está especialmente orientado para quienes deseen profundizar en la Palabra de Dios. El ir introduciéndonos en la Escritura exigirá necesariamente una maduración de la propia fe que siempre por su novedad propia nos abrirá a emprender nuevos desafíos. Si esto se logra, nuestro sencillo esfuerzo tendrá pleno sentido.








Primera Unidad: Introducción al Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento se formó en el devenir de la historia del pueblo de Israel. Su mensaje hace referencia a acontecimientos concretos y a relatos históricos. Sin embargo, su objetivo es presentar el testimonio de la fe de un pueblo. La finalidad de los escritos bíblicos no es hacer un recuento detallado de los sucesos de Israel sino preservar, afirmar y celebrar la fe de este pueblo, que progresivamente se comprenderá así mismo como “Pueblo elegido”.
Aunque la escritura de Israel se desarrolló formalmente durante la constitución de la monarquía (en torno al 1030[1]) los recuerdos de épocas anteriores se mantenían y transmitían de forma oral, de generación en generación. Esos relatos orales los redactaron posteriormente diferentes personas y grupos del pueblo, para preservar las narraciones que le daban razón de ser, y para contribuir a la identidad nacional y su autocomprensión como nación.
1.      El Comienzo
La primera sección del libro del Génesis (1–11) se denomina comúnmente como la historia primitiva, y presenta un panorama amplio de la humanidad, desde la creación del mundo hasta Abraham. El objetivo es poner de manifiesto la condición humana en la Tierra. Aunque al ser humano le corresponde un lugar de honor por ser creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27), su desobediencia permitió la entrada del sufrimiento y la muerte en la historia. La actitud de Adán, Eva, Caín y sus descendientes, afectaron los lazos de fraternidad entre los hombres interrumpiendo la comunión entre éstos y Dios. En ese marco teológico va a desarrollarse la historia de la salvación, es decir, los relatos que destacan las innumerables intervenciones de Dios en la historia de su pueblo.
En la segunda sección del libro de Génesis (12–50) se presentan los orígenes del pueblo de Israel. El relato comienza con Abraham, Isaac y Jacob; continúa con la historia de los hijos de Jacob (Israel) -José y sus hermanos- y prosigue con la emigración de Jacob y su familia a Egipto. Finaliza con la vida de los descendientes de Jacob en ese país. En la Biblia, la historia del pueblo de Dios comienza esencialmente con los relatos de los patriarcas de Israel.
Los antecesores de Abraham fueron grupos arameos (Gn 25,20; Dt 26,5) que en el curso del tiempo se desplazaron desde el desierto hacia la tierra fértil. En la memoria del pueblo de Israel se recordaba que sus antepasados habían emi-grado desde Mesopotamia hasta Canaán: de Ur y Jarán (Gn 11,27–31) a Palestina. Aunque los detalles históricos de ese peregrinar son difíciles de precisar, ese período puede ubicarse entre los siglos XX-XVIII. Esos siglos fueron testigos de migraciones masivas en el Próximo Oriente Antiguo, particularmente hacia Canaán.
De acuerdo con los relatos del Génesis, los patriarcas eran líderes de grupos seminómadas que detenían sus caravanas en diversos lugares santos, para recibir manifestaciones de Dios. Posteriormente, alrededor de esos lugares se asentaron y generaron lazos de unidad: Abraham en Hebrón (Gn 13,18); Isaac al sur, en Berseba (Gn 26,23); y Jacob en Penuel y Mahanaím (Gn 32,2-30), al este del Jordán, y cerca de Siquem y Betel, al oeste del Jordán (Gn 28,10–19).
El libro de Génesis destaca las relaciones de parentesco de los patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob se presentan en una secuencia de generaciones. Isaac, el hijo de Abraham y Sara, engendró dos hijos de Rebeca: Esaú y Jacob. Jacob, que se identifica también como Israel, fue el padre de doce hijos, de quienes posteriormente, según el relato bíblico, surgirán las doce tribus de Israel. A través de José -uno de los hijos de Israel- el grupo llegó a Egipto, desde donde serían liberados por Moisés.
Desde la época de José (siglo XVII) hasta la de Moisés (siglo XIII), no se tienen amplios conocimientos sobre el pueblo de Israel y sus antepasados. Durante esos casi cuatrocientos años, la situación política y social del Próximo Oriente Antiguo varió considerablemente.
2.                  El  Exodo (1500–1220)
Tres tradiciones fundamentales, que le dieron razón de ser al futuro pueblo de Israel y que contribuyeron al desarrollo de la conciencia nacional, se formaron entre los siglos XV-XIII: La promesa a los patriarcas; la liberación de la esclavitud de Egipto; y la manifestación en el Sinaí. En la Escritura estos relatos están ligados en una línea histórica continua, desde los patriarcas hasta Moisés. Este último es la figura que enlaza la fe de Abraham, Isaac y Jacob, la liberación de Egipto, el peregrinar por el desierto y la entrada a Canaán.
Tradicionalmente, la fecha del éxodo de los israelitas se ubicaba en el 1450, sin embargo, un número considerable de estudiosos modernos la ubican en el siglo XIII. El faraón del éxodo es posiblemente Ramsés II, conocido por sus proyectos monumentales de construcción. El paso del pueblo a través del mar  Rojo (Ex 14,21–22) se celebra en la historia del pueblo como una intervención milagrosa de Dios (Ex 14–15). Al grupo de hebreos que salió de Egipto se añadieron grupos afines y su peregrinar por el desierto se describe en la Biblia en un período de cuarenta años (una generación), bajo el liderazgo de Moisés.
La experiencia fundamental del pueblo en su viaje a Canaán fue la alianza o pacto en el Sinaí. Esa alianza revela la relación singular entre el Señor y su pueblo (Ex 19,5–6); se describe en el Decálogo, o Diez mandamientos (Ex 20,1–17), y en el llamado Código de la alianza (Ex 20,22–23,19).
Luego de la muerte de Moisés, Josué se convirtió en el líder del grupo de hebreos que habían salido de Egipto (año 1220). Según el relato de la Escritura, la conquista de Canaán se llevó a cabo desde el este, a través del río Jordán, comenzando con la ciudad de Jericó (Jos 6). Durante el período de conquista y toma de posesión de la tierra, los grandes imperios de Egipto y Mesopotamia estaban en decadencia. La religión cananea se distinguía por los ritos de la fertilidad, que incluían la prostitución sagrada. Entre sus divinidades se encontraban Baal, Aserá (1 Re 15,13) y Astarté (Jc 2,13) y la economía de la región se basaba en la agricultura.
3.      Período de los jueces (1200–1050)
El período de los jueces puede estimarse con bastante precisión entre los años 1200 y 1050. A la conquista y toma de Canaán le siguió una época de organización progresiva del territorio. Ese período fue testigo de una serie de conflictos entre los grupos hebreos -que estaban organizados en una confederación de tribus- y las ciudades estado cananeas. Finalmente, los antepasados de Israel se impusieron a sus adversarios y los redujeron a servidumbre (Jue 1,28; Jos 9).
El libro de los Jueces relata una serie de episodios importantes de ese período. Los jueces eran caudillos, es decir, líderes militares carismáticos que hacían justicia al pueblo. No eran gobernantes sino libertadores que se levantaban a luchar en momentos de crisis (Jue 2,16; 3,9). El cántico de Débora (Jue 5), por ejemplo,  celebra la victoria de una coalición de grupos hebreos contra los cananeos, en la llanura de Jezreel.
4.      La monarquía: Saúl, David, Salomón (1050–931)
A fines del siglo XI, los filisteos ya se habían expandido por la mayor parte de Palestina. Habían capturado el arca de la alianza, y habían tomado la ciudad de Silo (1 Sam 4). Esta situación obligó a los israelitas a organizar una acción conjunta bajo un liderato estable. Ante esa realidad se formó, por imperativo de la política exterior, la monarquía de Israel (1 Sam 8–12).
Samuel es el último de los jueces (1 Sam 7,2–17) y, además, se le reconoce como profeta y sacerdote. Poseía un liderato carismático que le dio al pueblo inspiración y unidad (1 Sam 1–7). Los primeros dos reyes de Israel - Saúl (1 Sam 10) y David (1 Sam 16)- fueron ungidos por él.
Saúl, al comienzo de su reinado, obtuvo victorias militares importantes; sin embargo, nunca pudo triunfar plenamente contra los filisteos. Su caída quedó marcada con la matanza de los sacerdotes de Nob (1 Sam 22,6-23), y su figura desprestigiada en el episodio de la adivina de Endor (1 Sam 28, 3–25). Saúl y su hijo Jonatán murieron en la batalla de Guilboa, por los filisteos (1 Sam 31). David fue ungido como rey en Hebrón, luego de la muerte de Saúl. Primero fue consagrado rey para las tribus del sur (2 Sam 2,1-4) y posteriormente para las tribus del norte (2 Sam 5,1-5). En ese momento había dos reinos y un solo monarca.
El reino de Israel alcanzó su máximo esplendor bajo la dirección de David (1010-970). Con su ejército, incorporó a las ciudades cananeas independientes; sometió a los pueblos vecinos -amonitas, moabitas y edomitas, al este; arameos al norte y, particularmente, filisteos al oeste- y conquistó la ciudad de Jerusalén, convirtiéndola en el centro político y religioso del imperio.
La consolidación del poder se debió no sólo a la astucia política y la capacidad militar del monarca, sino a la decadencia de los grandes imperios en Egipto y Mesopotamia. Con David comenzó la dinastía real en Israel (2 Sam 7).
Paralelo a la institución de la monarquía surgió en Israel el movimiento profético. El profetismo nació con la monarquía, pues en esencia es un movimiento de oposición a los reyes. Posteriormente, cuando la monarquía dejó de existir (durante el exilio en Babilonia), la institución profética se transformó para responder a la nueva condición social, política y religiosa.
Salomón sucedió a David en el reino, luego de un período de intrigas e incertidumbre (1 Re 1). Su reinado (970–931) se caracterizó por el apogeo comercial (1 Re 9,26-10,29) y las grandes construcciones. Las relaciones comerciales a nivel internacional le procuraron riquezas. Construyó el templo de Jerusalén (1 Re 6-8), que adquirió dignidad de santuario nacional y, en el mismo, los sacerdotes actuaban como funcionarios del reino (1 Re 4,2).

5.      La Monarquía: el reino dividido (931–587)
El imperio creado por David comenzó a fragmentarse durante el reinado de Salomón. En las zonas más extremas del reino, se sintió la inconformidad con las políticas reales. Las antiguas rivalidades entre el norte y el sur comenzaron a surgir nuevamente. Luego de la muerte de Salomón, el reino se dividió: Jeroboam llegó a ser el rey de Israel, y Roboam el de Judá, con su capital en Jerusalén (1 Re 12). El antiguo reino unido se separó, y los reinos del norte (Israel) y del sur (Judá) subsistieron durante varios siglos como estados independientes y soberanos. La ruptura fue inevitable en el 931. El profeta Isaías (Is 7,17) interpretó ese acontecimiento como una manifestación del juicio de Dios.
El reino de Judá subsistió durante más de tres siglos (hasta el 587). Jerusalén continuó como su capital, y siempre hubo un heredero de la dinastía de David que se mantuvo como monarca. El reino del norte no gozó de tanta estabilidad. La capital cambió de sede en varias ocasiones: Siquem, Penuel, Tirsa (1 Re 14,17; 15,21), para finalmente quedar ubicada de forma permanente en Samaria (1 Re 16,24). Los profetas, implacables críticos de la monarquía, contribuyeron, sin duda, a la desestabilización de las dinastías.
Entre los monarcas del reino del norte pueden mencionarse algunos que se destacaron por razones políticas o religiosas. Jeroboam I (931-910) independizó a Israel de Judá en la esfera cúltica, instaurando en Betel y Dan santuarios nacionales para la adoración de ídolos (1 Re 12, 25-33). Omrí (885-874 a.C.) y su hijo Ajab (874-853) fomentaron el sincretismo religioso en el pueblo, para integrar al reino la población cananea. La tolerancia y el apoyo al baalismo provocaron la resistencia y la crítica de los profetas. Jehú (841–814), quien fundó la dinastía de mayor duración en Israel, llegó al poder ayudado por los adoradores de Yahvéh. Inicialmente se opuso a las prácticas sincretistas del reino; sin embargo, fue rechazado después por el profeta Oseas debido a sus actitudes crueles. Jeroboam II (783–743) reinó en un período de prosperidad (2 Re 14,23-29). La decadencia final del reino de Israel surgió en el reinado de Oseas (732-724), cuando los asirios invadieron y conquistaron Samaria en el 721 (2 Re 17).
La destrucción del reino de Israel a manos de los asirios se efectuó de forma paulatina y cruel, finalmente, se integró todo el reino al sistema de provincias asirias, se abolió toda independencia política, se deportaron ciudadanos y se instaló una clase gobernante extranjera (2 Re 17). Con la destrucción del reino del norte, Judá asumió el nombre de Israel.
El imperio asirio continuó ejerciendo su poder en Palestina hasta que fueron vencidos por los medos y los caldeos (babilonios). En la batalla de Meguidó murió el rey Josías (2 Cr 35,20-27; Jer 22,10-12) -famoso por introducir una serie importante de reformas en el pueblo (2 Re 23,4-20)- su sucesor, Joacaz, fue posteriormente desterrado a Egipto. Nabucodonosor, al mando de los ejércitos babilónicos, finalmente triunfó sobre el ejército egipcio en la batalla de Carquemis (605), y conquistó a Jerusalén (597). En el 587 los ejércitos babilónicos sitiaron y tomaron a Jerusalén, y comenzó el período conocido como el exilio en Babilonia. Esa derrota de los judíos ante Nabucodonosor significó: la pérdida de la independencia política; el colapso de la dinastía davídica; la destrucción del templo y de la ciudad (Sal 46; 48), y la expulsión de la Tierra prometida.


6.      Exilio de Israel en Babilonia (587–538)
Al conquistar Judá, los babilonios no impusieron gobernantes extranjeros, como ocurrió con el triunfo asirio sobre Israel, el reino del norte. Judá, quedó incorporada a la provincia babilónica de Samaria. El país estaba en ruinas, pues a la devastación causada por el ejército invasor se unió el saqueo de los países de Edom (Abd 11) y Amón (Ez 25,1-4). Aunque la mayoría de la población permaneció en Palestina, un núcleo considerable del pueblo fue llevado al destierro.
Los babilonios permitieron a los exiliados tener familia, construir casas, cultivar huertos (Jer 29,5-7) y consultar a sus propios líderes y ancianos (Ez 20,1-44). Paulatinamente, los judíos de la diáspora se acostumbraron a la nueva situación política y social, y las prácticas religiosas se convirtieron en el mayor vínculo de unidad en el pueblo.
El período exílico (587-538), que se caracterizó por el dolor y el desarraigo, produjo una intensa actividad religiosa y literaria. Durante esos años se reunieron y se pusieron por escrito muchas tradiciones religiosas del pueblo. Ciro, el rey Persa, se convirtió en una esperanza de liberación para los judíos deportados en Babilonia (Is 44,21-28; 45,1-7). Su llegada al poder en Babilonia puso de manifiesto la política oficial persa de tolerancia religiosa, al promulgar, en el 538 a.C., el edicto que puso fin al exilio.
7.      Epoca Persa; la restauración (538–333)
El edicto de Ciro -del cual la Biblia conserva dos versiones (Esd 1,2; 6,5)- permitió a los deportados regresar a Palestina y reconstruir el templo de Jerusalén (con la ayuda del imperio persa). Además, permitió la devolución de los utensilios sagrados que habían sido llevados a Babilonia por Nabucodonosor. En todo caso fueron muchos los judíos que prefirieron quedarse en la diáspora, particularmente en Persia, donde prosperaron económicamente y, con el tiempo, desempeñaron funciones de importancia en el imperio.
El primer grupo de repatriados llegó a Judá, dirigido por Sesbasar (Esd 1,5-11), quien era funcionario de las autoridades persas. Posteriormente se reedificó el templo (520-515 a.C.) bajo el liderazgo de Zorobabel y el sumo sacerdote Josué (Esd 3-6), con la ayuda de los profetas Ageo y Zacarías.
Con el paso del tiempo se deterioró la situación política, social y religiosa de Judá. Algunos factores que contribuyeron en el proceso fueron los siguientes: dificultades económicas en la región; divisiones en la comunidad; y, particularmente, la hostilidad de los samaritanos. Nehemías, copero del rey Artajerjes I, recibió noticias acerca de la situación de Jerusalén en el 445, y solicitó ser nombrado gobernador de Judá para ayudar a su pueblo. La obra de este reformador judío no se confinó a la reconstrucción de las murallas de la ciudad, sino que contribuyó significativamente a la reestructuración de la comunidad judía postexílica (Neh 10). Esdras fue esencialmente un líder religioso. Además de ser sacerdote, recibió el título de maestro instruido en la ley del Dios del cielo, que le permitía, a nombre del imperio persa, enseñar y hacer cumplir las leyes judías. Su actividad pública se realizó en Judá, posiblemente a partir del 458. Esdras contribuyó a que la comunidad judía postexílica diera importancia a la ley. A partir de la reforma religiosa y moral que promulgó, los judíos se convirtieron en el pueblo del Libro. La figura de Esdras, en las leyendas y tradiciones judías, se compara con la de Moisés.
9.      Epoca helenística (333–63)
La época del dominio persa en Palestina (539-333) finalizó con las victorias de Alejandro Magno (334–330), quien inauguró la era helenista, la época griega (333–63). Después de la muerte de Alejandro (323), sus sucesores no pudieron
Territorios anexados por Alejandro Magno
 
mantener unido el imperio y Palestina quedó dominada primeramente por el imperio egipcio de los Ptolomeos (301-197) y Posteriormente, por el imperio de los seléucidas. Durante la época helenística, el gran número de judíos en la diáspora hizo necesaria la traducción del Antiguo Testamento en griego, versión conocida como Los Setenta (LXX). Esta traducción respondía a las necesidades religiosas de la comunidad judía de habla griega (Alejandría). En la comunidad judía de Palestina el proceso de helenización dividió al pueblo. Por un lado, muchos judíos adoptaban públicamente prácticas helenistas; otros, en cambio, adoptaron una actitud fanática de devoción a la ley. Las tensiones entre ambos sectores estallaron dramáticamente en la rebelión de los macabeos.

Al comienzo de la hegemonía seléucida en Palestina, los judíos vivieron una relativa paz religiosa y social. Sin embargo, esa situación no duró mucho tiempo. Antíoco Epífanes IV (175-163), un fanático helenista, al llegar al poder se distinguió -entre otras cosas- por profanar el templo de Jerusalén. En el año 167 edificó una imagen de Zeus en el templo, además, sacrificó cerdos en el altar. Esos actos incitaron una insurrección en la comunidad judía.
Al noroeste de Jerusalén, un anciano sacerdote de nombre Matatías y sus cinco hijos -Judas, Jonatán, Simón, Juan y Eleazar-, organizaron la resistencia judía y comenzaron la guerra contra el ejército sirio (seléucida). Judas, que se conocía con el nombre de el macabeo”, se convirtió en un héroe militar. En el año 164 el grupo de Judas Macabeo tomó el templo de Jerusalén y lo rededicó al Señor. La fiesta de la Dedicación (Jn 10,22), recuerda esa gesta heroica. Con el triunfo de la revolución de los macabeos comenzó el período de independencia judía.
Luego de la muerte de Simón -último hijo de Matatías-, su hijo Juan Hircano I (134–104) fundó la dinastía asmonea. Durante este período, Judea expandió sus límites territoriales. Por último, el famoso general romano Pompeyo conquistó a Jerusalén en el 63, y reorganizó Palestina y Siria como una provincia romana. La época del Nuevo Testamento coincidió con la ocupación romana de Palestina. Esa situación perduró hasta que comenzaron las guerras judías de los años 66-70 d. de C. que llevaron a la destrucción de Jerusalén.








Imagen recreada del Templo de Salomón

 



















Segunda Unidad:          El Pentateuco


1.      Los libros
Los  cinco primeros libros de la Biblia forman una colección que los judíos denominan la “Ley”, la Torá. El primer testimonio de esto lo encontramos en el prólogo del Eclesiástico, y se le identifica de la misma manera al comienzo de la era cristiana, por ejemplo en el NT: Mt 5,17 y Lc 10, 26. El deseo de disponer de copias manejables de este gran conjunto hizo que se dividiera su texto en cinco rollos de extensión aproximadamente igual. De aquí le viene el nombre que se le dio en los ambientes de lengua griega: hê pentateujos, “El libro en cinco volúmenes”, que en latín se escribió Pentateuchus, de donde procede el español Pentateuco.

La traducción de los LXX ya dividía en cinco libros estos escritos, imponiéndose  con el uso de la Iglesia, y que titulaba los volúmenes conforme a su contenido: Génesis (que comienza con los orígenes del mundo), Exodo (que empieza con la salida de Egipto); Levítico (que contiene la ley de los sacerdotes de la tribu de Leví), Números (por razón de los censos de los caps. 1-4), Deuteronomio (la “segunda ley”), según una interpretación griega de Dt 17, 18. El detalle y contenido de estas divisiones las podemos describir a modo general de la siguiente manera.

El Génesis: la historia primitiva, 1-11, es como una introducción a la historia de la salvación que toda la Biblia va a narrar. Se remonta a los orígenes del mundo y extiende su perspectiva a la humanidad entera. Relata la creación del universo y del hombre, la caída original y sus consecuencias, y la perversidad creciente castigada con el Diluvio. La historia patriarcal, 12-50, evoca la figura de los grandes antepasados:



Cuadro de texto: Dibujo de cómo el hombre antiguo concebía el universo 









  • Abrahán es el hombre de la fe, cuya obediencia es premiada por Dios, que le promete una posteridad para él mismo, y la Tierra Santa para sus descendientes, 12,1 – 25,18.

  • Isaac es, entre Abrahán y Jacob, una figura de escaso relieve, cuya vida se narra sobre todo a propósito de su padre o de su hijo.
  • Jacob es el hombre de la astucia, que suplanta a su hermano Esaú. A Jacob Dios le renueva las promesas de la alianza otorgadas a Abrahán, 25 19 - 36. Los doce hijos de Jacob son los antepasados de las Doce Tribus de Israel. A uno de ellos está consagrado todo el final del Génesis: los caps. 37-50 (excepto 38 y 49) son una biografía de José, el hombre de la sabiduría.

El Exodo: desarrolla dos temas principales: la liberación de Egipto, 1- 15, 21, y la Alianza en el Sinaí, 19,1– 40,38; ambos están enlazados mediante un tema secundario: la marcha por el desierto, 15,22 – 18,27. Moisés, que ha recibido la revelación del nombre de Yahvéh en el monte de Dios, conduce allá a los israelitas liberados de la servidumbre. Dios, en una teofanía impresionante, hace alianza con el pueblo y le dicta sus leyes. El pacto, apenas sellado, queda roto por la adoración del becerro de oro, pero Dios perdona y renueva la Alianza.

El Levítico: de carácter casi exclusivamente legislativo, interrumpe la narración de los sucesos: un ritual de sacrificios, 1-7; el ceremonial de investidura de los sacerdotes, aplicado a Aarón y sus hijos, 8-10; las normas sobre lo puro y lo impuro, 11-15, que concluye con el ritual del gran día de la Expiación, 16; la “ley de santidad”, 17-26, que incluye un calendario litúrgico, 23, y se cierra con unas bendiciones y maldiciones, 26. El cap. 27 a modo de apéndice, precisa las condiciones de rescate de las personas, de los animales y de los bienes consagrados a Yahvéh.

Números: reanuda el tema de la marcha por el desierto. La partida desde el Sinaí se prepara con un censo del pueblo, 1-4, y las grandes ofrendas con motivo de la dedicación de la Tienda, 7. Después de celebrar la segunda Pascua, dejan el monte santo, 9-10, y llegan por etapas a Cadés, donde se realiza un intento desafortunado de penetración en Canaán por el sur, 11-14. Tras una larga estancia en Cadés, vuelven a ponerse en camino y llegan a las estepas de Moab, frente a Jericó, 20-25.Vencen a los madianitas, y las tribus de Gad y Rubén se establecen en Transjordania, 31-32. En una lista se resumen las etapas del Exodo, 33. En torno a estos relatos se agrupan nuevas disposiciones que completan la legislación del Sinaí o que preparan el establecimiento en Canaán: 5-6; 8; 15-19; 26-30; 34-36.

El Deuteronomio: presenta una estructura especial: es un código de leyes civiles y religiosas, 12-26, intercalado en un gran discurso de Moisés, 5-11 y 26,16-28. Este conjunto, por su parte, está precedido de un primer discurso de Moisés, 1-4, y seguido por otro tercero, 29-30, y luego por trozos que se refieren a los últimos días de Moisés: misión de Josué, cántico y bendiciones de Moisés, su muerte, 31-34. El código deuteronómico repite, en parte, las leyes promulgadas en el desierto. Los discursos recuerdan los grandes acontecimientos del Exodo, del Sinaí y de la conquista que comienza; deducen su sentido religioso, subrayan el alcance de la ley y exhortan a la fidelidad.

Los once primeros capítulos del Génesis deben ser considerados aparte. Describen, en forma popular, el origen del género humano; exponen en un estilo sencillo y figurativo, acomodado a la mentalidad de un pueblo poco culto, las verdades fundamentales e imprescindibles para comprender la economía de la salvación: la creación por Dios en el comienzo de los tiempos, la intervención especial de Dios para formar al hombre y a la mujer, la unidad del género humano, el pecado de los primeros padres, la decadencia progresiva y los castigos hereditarios que constituyeron su sanción.

La historia patriarcal: es una historia de familia, reúne los recuerdos que se conservan de los antepasados, Abrahán, Isaac, Jacob, José. Es una historia popular. Lo que aquí se describe es el hecho de un Dios que ha formado a un pueblo y le ha dado una tierra. El Deuteronomio se refiere a los sucesos transcurridos desde el nacimiento hasta la muerte de Moisés: la salida de Egipto, la permanencia en el Sinaí, la subida hacia Cadés, la marcha a través de Transjordania y el establecimiento en las estepas de Moab. Con todo, se debe reconocer que la importancia de estos recuerdos para la vida del pueblo y la resonancia que tuvieron en los ritos, han dado a los relatos el color de una gesta heroica (por ejemplo, el paso del Mar) y, en ocasiones, de una liturgia (como la Pascua). Todo lo que nos señala la Biblia concuerda en líneas generales con lo que los textos y la arqueología nos enseñan acerca de la bajada a Egipto de los grupos semíticos y acerca de la administración egipcia del Delta del Nilo.

2.      Una Experiencia de fe
La religión del AT, como la del Nuevo, es una religión histórica. Se funda en la revelación hecha por Dios a determinados hombres, en determinados lugares y en determinadas circunstancias, así como en las intervenciones de Dios en determinados momentos de la evolución humana. El Pentateuco, que reproduce la historia de estas relaciones de Dios con el mundo, es el fundamento de la religión judía y se ha convertido en su libro canónico por excelencia, su Ley. En él encontraba el israelita la explicación de su destino. No sólo tenía, al comienzo del Génesis respuesta para los problemas que se plantea todo hombre acerca del mundo y la vida, el sufrimiento y la muerte, sino que encontraba también respuesta para su problema particular: ¿por qué Yahvéh, el único, es el Dios de Israel? ¿Por qué Israel es su pueblo entre todas las naciones de la tierra?.

Es esta promesa que se renueva con Isaac y Jacob, y alcanza a todo el pueblo nacido de ellos. Esta promesa se refiere inmediatamente a la posesión del país en que vivieron los Patriarcas, la Tierra Prometida, pero implica mucho más: significa que existen entre Israel y el Dios de los Padres relaciones especiales, únicas. Esta promesa y esta elección están garantizadas por una alianza. Estos temas de la Promesa, de la Elección, de la Alianza y de la Ley son los hilos que se entrecruzan en la trama del Pentateuco y que atraviesan luego por todo el AT. Porque el Pentateuco no es completo en sí mismo: pues la promesa de la que nos habla no se realiza en el sino que termina antes de la entrada en la Tierra Prometida.

Los escritores de los libros del Pentateuco no acompañaron los acontecimientos desde el principio. Antes de los documentos escritos están –como señalábamos mas arriba- tradiciones orales: época patriarcal (s. XVII-XIV) y de Moisés (s. XIII). Los escritos comenzarían en tiempos de David y Salomón (s. X), con algunos capítulos del 2ºlibro de Samuel, pues la mayoría de los libros del A.T. son de redacción muy posterior, muchos de ellos de la época del post-exilio. La reflexión que acompaño al exilio y post-exilio provocó una intensa búsqueda de identidad, dando forma definitiva a muchos libros. Muchos de los cuales presentan un proceso de composición que contemplan: 

Tradiciones orales         Fragmentos escritos         Redacción definitiva

Los judíos consideraban que existían dos cánones: el Canon Breve (palestinense) y el Canon Largo (alejandrino). El Antiguo Testamento en hebreo (Canon Breve) está formado por 39 libros y se divide en tres partes: " La Ley", "Los Profetas" y "Los Escritos". El Antiguo Testamento en griego (Canon Largo) está formado por 46 libros. La versión griega de la Biblia cuenta con 7 libros más: Tobías, Judith, Baruc, Eclesiástico, I y II de Macabeos y Sabiduría. Además, algunas secciones griegas de Ester y Daniel. Estos libros son conocidos como deutero-canónicos.

Los Apóstoles, al llevar el Evangelio al Imperio Grecorromano, utilizaron el Canon Alejandrino. Así, la Iglesia primitiva recibió este canon que consta de 46 libros. Al siglo III comenzaron las dudas sobre la inclusión de los deuterocanónicos. La causa fueron las discusiones con los judíos, en las cuales los cristianos sólo utilizaban los libros proto-canónicos. A partir del año 393 diferentes concilios, primero regionales y luego ecuménicos, fueron precisando la lista de los Libros "canónicos" para la Iglesia. Estos fueron:
·        Concilio de Hipona (393)
·        Concilio de Cartago (397 y 419)
·        Concilio Florentino (1441)
·        Concilio de Trento (1546)

         En este último el 8 de abril de 1546, se definió  dogmáticamente el canon de los Libros Sagrados. Los protestantes sólo admiten como libros sagrados los 39 libros del canon hebreo. El primero que negó la canonicidad de los siete deuterocanónicos fue Carlostadio, seguido de Lutero (1534) y luego Calvino (1540).

 


Tercera Unidad:           Los Profetas

Entre los temas claves del Antiguo testamento se encuentra el de los profetas. Muchas veces no se tiene una idea exacta de lo que es un profeta. Algunos piensan que los profetas son anunciadores del futuro, otros creen que son visionarios que saben y conocen lo que puede o no pasar en la historia, o también se les reconoce como los que anuncian las catástrofes naturales.

1.      El Hecho Profético
El profetismo no es algo exclusivo de Israel. Antes que en Israel, se dio algo parecido en las grandes religiones de la antigüedad: en Egipto, Mesopotamia, Fenicia y en Canaán existieron hombres inspirados que se mostraban como representantes de Dios ante el pueblo. En Israel se tienen noticias del fenómeno profético desde tiempos muy antiguos. En el libro de Samuel se habla de verdaderas comunidades de profetas (1Sam 10,5-13; 19,18-24), que existen también en tiempos de Elías (1Re 18,4) y de Eliseo (2Re 2,3-18; 4,38).

Probablemente estos profetas existían desde mucho antes. De ellos se sabe que formaban grupos organizados, que sufrían raptos y éxtasis con la música, la danza, los gritos y los movimientos violentos (1Sam. 10,5), lo que contagiaba también a los asistentes (1Sam. 10,10.20-24), y "profetizaban" en nombre de Yahvéh, es decir, daban testimonio de su presencia y de las fuerzas del espíritu, con palabras, gritos, danzas, etc.

1.1    Profetismo  y adivinación
La palabra "profeta" viene del griego profetés, que significa "locutor": el que dice lo que la divinidad le ha inspirado. En hebreo, se dice nabi, que significa "el que ha sido llamado" (por Dios), "el que tiene vocación". El otro nombre es "roéh" o "choséh" que quiere decir "el vidente", el que ve lo que Dios le muestra en forma de visiones, ensueños, etc. (Amós es llamado "vidente" por Amasías: en Amós 7,12).

La figura del profeta en Israel tenía diversos componentes que se relacionaban principalmente con el conocer el futuro pero, además, con la modificación de éste en caso necesario. Veamos algunos tipos de adivinación.

Adivinación Inductiva: esta adivinación se podía dar a partir de los elementos de la naturaleza:
  • Entre cielo y tierra; lo que sucede en la tierra es presagiado en el cielo.
  • Fenómenos atmosféricos; el color de las nubes, el viento (Is 17,12).
  • A partir de la observación de los animales (Ez 21,26).
  • Estudio de los pájaros, su aparición por la izquierda o por la derecha.
  • A partir de los sacrificios; el estudio de las entrañas de las víctimas.
  • Mediante diversos instrumentos (copa, dados... Gn 44 la copa de José).

Adivinación Intuitiva:
  • La oniromancia, o interpretación de sueños (los sueños de José...Gn 37).
  • Necromancia o consulta a los muertos (los Terafin; dios familiar Jc 18,14).
  • Cresmología, a través de oráculos (Palabra). 
  • En la elección de un jefe o monarca. (1 Sm 8)
  • En la guerra, enfermedad, desgracias.

El paso de los oráculos pedidos por intereses personales a los que transmiten la voluntad de Dios (incluso en contra de los intereses nacionales) es lo que da al profetismo de Israel la importancia y dignidad propias (Ez 13,2).

1.2    Dios y el Profeta
La vocación: antes de comunicarse Dios elige a un hombre para ser profeta. Su intención principal es acreditar la figura del profeta ante sus contemporáneos e indicarnos las líneas básicas de su mensaje.

 

Ejm. Is 6,1-13

  • Visión; subraya la majestad y soberanía de Dios, se sintetiza en el trisagio Santo...
  • La purificación
  • La misión: El género literario utilizado es el de encargo de una misión difícil:
·        Pregunta del presidente de la asamblea.
·        Desconcierto de los dioses por la dificultad de la tarea.
·        Alguien es propuesto o se ofrece.
·        Encargo de la misión.
·        Ejecución.
La vocación y la experiencia ininterrumpida de Dios supone en ciertos casos una presión para el profeta. Así lo experimenta Jeremías que se revela contra esa vocación y misión. El profeta puede incluso entrar en crisis a causa de la dureza de su misión; Elías huye del Horeb ¡Basta Señor, quítame la vida! (1 Re 19,4). Lo importante en la experiencia profética no era el gozo personal o el conocimiento íntimo de Dios, era una experiencia en vistas a la misión, en la que siempre ocupa un puesto capital el pueblo, por muy pecador  que sea. La edad de oro de los profetas transcurre desde el año 750 hasta el 400 A de C.

2.      Los falsos profetas
No todos los profetas, que surgieron en Israel, fueron verdaderos profetas. También los hubo falsos. Estos hombres hacían daño al pueblo, lo engañaban, le daban una falsa seguridad, lo afianzaban en sus prácticas religiosas rutinarias y tradicionales, mientras las injusticias y los atropellos cundían por todas partes. Por eso, los verdaderos profetas de Dios tuvieron que luchar contra esta clase de profetas. Las acusaciones de los verdaderos profetas contra los falsos son abundantes. He aquí alguna de estas acusaciones:
·        El Señor no les ha enviado ni hablado (Jer. 14,14; 23,21; Ez. 22,28).
·        Anunciando lo que les conviene (Mi. 3,5).
·        Confirman a la gente el pecado (Jer. 8,11; 23,17).
·        Impiden la verdadera conversión de la gente (Jer. 23,22; Ez. 13,22).
·        Quieren agradar a los hombres (1Re. 22,6; Jer. 27,9; Mi. 3,5).
·        Y profetizan por el lucro y la ganancia (Ez. 13,19; Mi. 3,11).

El profeta auténtico subraya el sentido de la profecía mediante su manera de vivir, llevando una vida austera, un vestido áspero, un saco de pelo con cinturón de cuero, viviendo sólo y aún célibe, como Elías, Eliseo y Jeremías. Por eso los verdaderos profetas tenían adversarios que los perseguían y martirizaban (véase lo que el mismo Rey Profeta dice a Dios en el salmo 16, 4); los falsos, al contrario, se veían rodeados de amigos, protegidos por los reyes y obsequiados con enjundiosos regalos. 

3.      El Mensaje de los Profetas
El centro mismo del mensaje de los profetas es Dios, no hay más que uno y ese Dios es Yahvéh (Is 44,6-8; 46,1-7,9). Por eso, los profetas atacan duramente a los falsos dioses, a los ídolos, es decir, a la absolutización de cualquier cosa que no sea Dios (Os 2,7-15; Jer 2,5-13,27-28). Durante el exilio, cuando a través de tantos fracasos, el pueblo llega a dudar del poder de Yahvéh, este ataque profético contra los falsos dioses se hace patente (Is 40,19-20; 41,21-24; Jer 10,1-16).

A la santidad de Dios se contrapone la impureza del hombre (Is 6,5), porque el pecado separa al hombre de Dios (Is. 59,2). El pecado es, en efecto, un atentado contra el Dios de la Justicia (Amós), contra el Dios del amor (Oseas), contra el Dios de la santidad (Isaías). Jeremías, por su parte, ve cómo el pecado se extiende a todo el pueblo y a la nación entera (Jer 13,23). Por eso tiene que venir el "día de Yahvé" en el que el Señor hará justicia (Is 2,6-22; Os 5,9-14; Joel 2,1-2).

Los profetas –claro está- no sólo se ocupaban de la cosa del espíritu y de la religión, sino que además se ocuparon de la vida socio-política de Israel. Un ejemplo claro, es el comportamiento del profeta Elías con el rey Ajab de Samaria, cuando éste mandó asesinar a Nabot para quitarle su viña (1Re 21,1-13). La reacción del profeta, precisamente por su intimidad y conversación con Dios (1Re 21,17-19), fue acusar al rey de asesino y ladrón y anunciarle el castigo divino (1Re 21,19). Los profetas veían cada situación y cada hecho a la luz de Dios. Y eso es lo que les daba la libertad y la valentía que demostraron ante los reyes y grandes del mundo. Desde este punto de vista, se puede decir que:

·        Los profetas se interesaron por la vida política y social de Israel, porque en ella estaba comprometido el bien del pueblo.
·        Esta relación con la vida socio-política fue, con frecuencia, conflictiva, porque su actuación fue crítica desde la Palabra de Dios.

Los ejemplos en este sentido abundan en casi toda la literatura profética: Isaías tiene un serio conflicto con el rey Acaz, del que denuncia su cobardía (Is 7,2) y le exige: "No temas" (Is 7,4). Jeremías condena al rey Joaquín por construirse un nuevo palacio cometiendo injusticias (Jer 22,13-19). Ezequiel denuncia la política equivocada de Sedecías (Ez 17,1-10) a los responsables de la gran catástrofe del destierro: príncipes, sacerdotes, nobles, falsos profetas, terratenientes (Ez 22,23-31) y responsabiliza a los reyes del fracaso que sufre el pueblo (Ez 34). Todo esto lleva a concluir que estos hombres que transmitían un mensaje como el que acabamos de ver tenían que terminar mal. Obviamente, todo eso les acarreó incomprensiones, persecuciones y cárceles. La razón de todo esto está en la libertad con que vivieron y hablaron.

4.      Cronología de los Profetas
Consideraremos las figuras proféticas mayores del período del Antiguo Testamento. El período después del año 750 a. de C. que comienza con Oseas y Amós, es frecuentemente conocida como el período clásico de la profecía y a los profetas se les conoce como los profetas escritores.  En la tabla siguiente no se incluye a Daniel porque ese libro normalmente no es considerado un libro profético. 

El Reino unido


Fecha A.C. Profetas del reino unido

1020-1000                                Samuel
1020-1001                                 
975-960                                         Natán

El Reino dividido

Fecha A.C.             Reino del norte                Reino del sur                   Fecha A.C.
870-850                                         Elías  
850-800                                         Eliseo
750-745                Amós                             Jonás                              (740-730)
750-745                                         Oseas                    Isaías de Jerusalén           742-700
Miqueas                          722-701
Sofonías                         628-622
Jeremías                         626-586
Nahum                           612
Habacuc                          605
Ezequiel                          593-573
Abadías                          c. 586/5
Isaías (cap. 40-55) 540
Ageo                              520-515
Zacarías                          520-515
Isaías (cap. 56-55) 515-500
Joel                                500-350?
Malaquias                        500-450
Jonás                    450-400               
         Sería, como decíamos más arriba, erróneo, considerar a los profetas sólo como portadores de predicciones referentes al porvenir; fueron en primer lugar misioneros de su propio pueblo. Si Israel guardó su religión y fe y se mantuvo firme en medio de un mundo idólatra, no fue el mérito de la sinagoga oficial, sino de los profetas, que a pesar de las persecuciones que padecieron no desistieron de ser predicadores del Altísimo.

5.      Conociendo a los profetas
         Veamos ahora una descripción de los así llamados profetas mayores, es decir, aquellos de quienes mas podemos conocer por su larga e importante obra.

Isaías

Isaías: 1-39
El profeta Isaías nació hacia el 765. El año de la muerte del rey Ozías, el 740, recibió en el templo de Jerusalén su vocación profética, la misión de anunciar la ruina de Israel y de Judá en castigo de las infidelidades del pueblo (6, 1-13). Ejerció su ministerio durante cuarenta años, que fueron dominados por la amenaza creciente que Asiria hizo pesar sobre Israel y Judá. Sus pilares de predicación serán la elección divina de Jerusalén y la dinastía davítica[2].

Isaías quedó impresionado para siempre por la escena de su vocación en el Templo, donde tuvo la revelación de la trascendencia de Dios y de la indignidad del hombre. Dios es el Santo, el Fuerte, el Poderoso, el Rey. El hombre es un ser manchado por el pecado, del que Dios pide reparación. El Mesías que anuncia es un descendiente de David que hará reinar la paz y la justicia sobre la tierra y difundirá el conocimiento de Dios, 2 1-5; 7 10-17; 9 1-6; 11 1-9; 28 16-17.

Deutero-Isaías: 40-55

Estos capítulos no pudieron ser elaborados por el profeta del siglo VIII. No sólo no se nombra jamás en ellos a Isaías, sino que hasta el marco histórico es posterior a él en un par de siglos: Jerusalén ha sido tomada, el pueblo se halla cautivo en Babilonia, Ciro aparece ya en escena y será el instrumento de la liberación. Estos capítulos contienen la predicación de un anónimo, un continuador de Isaías, y gran profeta como él, al que llamamos Deutero-Isaías o el Segundo Isaías. Predicó en Babilonia entre las primeras victorias de Ciro, el 550 a.C., que permitían presagiar la ruina del imperio babilónico, y el edicto liberador del 538, que autorizó los primeros regresos.

Trito-Isaías: 56-66
Considerada como obra de algún otro profeta (Trito-Isaías o Tercer Isaías). Hoy en día se reconoce generalmente que es una colección heterogénea. El Salmo de 63, 7 – 64, 11 parece anterior al fin del Destierro; el oráculo de 66, 1-4 es del tiempo de la reconstrucción del Templo, hacia el 520 a.C. El pensamiento y el estilo de los caps. 60-62 los emparentan muy estrechamente con el Segundo Isaías. Los caps. 56-59, en conjunto, pueden datar del siglo V a.C. Los capítulos 65-66 (excepto 66, 1-4), de sabor fuertemente apocalíptico, han sido datados por algunos exegetas en la época griega, pero otros los sitúan a la vuelta del Destierro. Considerada globalmente, esta tercera parte del libro se presenta como obra de los continuadores del Segundo Isaías; es el último producto de la tradición isaiana, que ha prolongado la acción del gran profeta del siglo VIII.

Jeremías
Poco más de un siglo después de Isaías, hacia el 650 a.C., nacía Jeremías de una familia sacerdotal residente en los alrededores de Jerusalén. Conocemos su vida y carácter mejor que los de ningún otro profeta por los relatos biográficos en tercera persona de que está sembrado su libro, y cuyo orden cronológico es el siguiente: 19,1–20,6; 26; 36; 45; 28-29; 34 8-22; 37-44. Las Confesiones de Jeremías: 11,18–12,6; 15,10-21; 17,4-18; 18,18-23; 20,7-18, proceden del profeta mismo. No constituyen una autobiografía, pero sí son un testimonio emocionante de las crisis interiores que atravesó y que se describen en el estilo de los Salmos de súplica.

Llamado por Dios muy joven aún, el 626, el año trece de Josías, le tocó vivir el trágico período en que se preparó y consumó la ruina del reino de Judá. La reforma religiosa y la restauración nacional de Josías despertaron esperanzas que fueron destruidas por la muerte del rey en Meguidó el 609, y por el cambio del mundo oriental, la caída de Nínive el 612 y la expansión del imperio caldeo. Desde el 605, Nabucodonosor impuso su dominio en Palestina, Judá se rebeló por instigación de Egipto, que intrigaría hasta el fin y, el 597, Nabucodonosor conquistó Jerusalén y deportó a una parte de sus habitantes. Una nueva rebelión hizo volver a los ejércitos caldeos y el 587 fue tomada Jerusalén, incendiado el templo y tuvo lugar la segunda deportación.

Jeremías vivió esta dramática historia predicando y amenazando en vano a los reyes incapaces que se sucedían en el trono de David; fue acusado de derrotismo por los militares, perseguido y encarcelado. Después de la toma de Jerusalén, y aún cuando veía en los desterrados la esperanza del porvenir, Jeremías prefirió permanecer en Palestina junto a Godolías, el gobernador nombrado por los caldeos. Pero éste fue asesinado, y un grupo de judíos, temeroso de las represalias, huyó a Egipto llevándose consigo al profeta. Probablemente murió allí.




Ezequiel
A diferencia del libro de Jeremías, el de Ezequiel se presenta como un todo bien ordenado. Después de una introducción (1-3) donde el profeta recibe de Yahvéh su misión, el cuerpo del libro se divide claramente en cuatro partes:

1º Los caps. 4-24 contienen casi exclusivamente reproches y amenazas contra los israelitas antes del asedio de Jerusalén.
2º Los caps. 25-32 son oráculos contra las naciones, donde el profeta hace extensiva la maldición divina a los cómplices y a los provocadores de la nación infiel.
3º En los caps. 33-39, durante y después del asedio, el profeta consuela a su pueblo prometiéndole un porvenir mejor.
4º Prevé, en fin, caps. 40-48, el estatuto político y religioso de la comunidad futura, restablecida en Palestina.

Ezequiel es un sacerdote (1,3). Su mayor preocupación la constituye el Templo, trátese del Templo presente que está manchado de ritos impuros (8) y al que abandona la gloria de Yahvé, (10) o del Templo futuro, cuyo diseño describe minuciosamente (40-42) y adonde ve regresar a Yahvé (43). Guarda el culto de la Ley, y al hacer historia de las infidelidades de Israel (20), repite como un estribillo el reproche de haber profanado los sábados. Tiene horror a las impurezas legales (4,14) y una gran preocupación por separar lo sagrado de lo profano (45,1-6). Su pensamiento y su vocabulario son afines a la Ley de Santidad, Lv 17-26.

A pesar de estar unido a sus predecesores por muchos rasgos, Ezequiel abre un camino nuevo. Y esto es también verdad respecto de su doctrina. Ezequiel rompe con el pasado de su nación. El recuerdo de las promesas hechas a los Padres y de la Alianza concluida en el Sinaí aparece esporádicamente, pero si Dios ha salvado hasta el presente a su pueblo manchado desde su nacimiento, (16,3) no lo ha hecho por cumplir las promesas, sino para defender la honra de su nombre (20). En Ezequiel se concilian el espíritu profético y el espíritu sacerdotal que tantas veces habían sido opuestos: los ritos -que subsisten- cobran su valor de los sentimientos que los inspiran. Toda la doctrina de Ezequiel se centra en la renovación interior: hay que hacerse un corazón nuevo y un  espíritu nuevo, 18, 31; 36,26. Bajo otro aspecto, Ezequiel da comienzo a la corriente apocalíptica. Sus grandiosas visiones anuncian ya las de Daniel, y no es nada extraño que en el Apocalipsis de San Juan encontremos tan a menudo su influencia.

Amós
Era pastor en Técoa, en el límite del desierto de Judá (1,1). Extraño a las hermandades de profetas, fue tomado por Yahvéh de detrás de su rebaño y enviado a profetizar a Israel (7,14). Tras un corto ministerio que tuvo como marco principal el santuario cismático de Betel (7,10), y que probablemente también se ejerció en Samaría, (3,9; 4,1) fue expulsado de Israel y volvió a sus ocupaciones.

Predica en el reinado de Jeroboán II, 783-743, época gloriosa humanamente hablando, en la que el reino del Norte se extiende y enriquece, pero en la que el lujo de los grandes es un insulto para la miseria de los oprimidos, mientras que el esplendor del culto encubre la ausencia de una religión verdadera. Con la rudeza sencilla y noble, y con la riqueza de las imágenes de un hombre del campo, Amós condena en nombre de Dios la vida corrompida de las ciudades, las injusticias sociales, la falsa seguridad que se pone en ritos en que el alma no se compromete (5, 21-22). Yahvéh, soberano Señor del mundo, que castiga a todas las naciones (1-2), castigará duramente a Israel, obligado por su elección a una mayor justicia moral. El Día de Yahvé  será tinieblas y no luz (5,18), la venganza será terrible (6,8) ejecutada por un pueblo llamado por Yahveh (6,14): Asiria, que, sin ser nombrada, ocupa, sin embargo, el horizonte del profeta.

Oseas
Oriundo del reino del Norte, Oseas es contemporáneo de Amós, ya que comenzó a predicar bajo Jeroboán II; su ministerio se prolongó bajo los sucesores de aquel rey; pero no parece que haya visto la ruina de Samaría el 721. Fue un período sombrío para Israel: conquistas asirias de 734-732, revueltas interiores, cuatro reyes asesinados en quince años, corrupción religiosa y moral.

De la vida de Oseas durante este turbulento período sólo conocemos su drama personal, (1-3), que fue decisivo para su acción profética. Se discute el sentido de estos primeros capítulos. Con una audacia que sorprende y una pasión que impresiona, el alma tierna y violenta de Oseas expresa por vez primera las relaciones de Yahveh y de Israel con terminología de matrimonio. Todo su mensaje tiene como tema fundamental el amor de Dios despreciado por su pueblo. Salvo un corto idilio en el desierto, Israel no ha respondido a las insinuaciones de Yahvé más que con la traición. Oseas arremete sobre todo contra las clases dirigentes de la sociedad. Los reyes, elegidos contra la voluntad de Yahvé, han degradado con su política mundana al pueblo elegido hasta el rango de los demás pueblos. Los sacerdotes, ignorantes y rapaces, llevan al pueblo a su ruina. Yahvé es un Dios celoso,  que no quiere compartir con nadie el corazón de sus fieles: Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos (6,6). El castigo es, pues, inevitable; sin embargo, Dios no castiga más que para salvar.





Cuarta Unidad:  La Sabiduría en Israel

1.      Concepto de Sabiduría

Intentar proporcionar cualquier definición sencilla de lo que es la sabiduría para Israel no resulta fácil, pues siempre dejaríamos afuera aspectos fundamentales. Por eso es mejor intentar una definición a partir de los rasgos fundamentales que surgen de los conceptos de “sabio” y “sabiduría”. Es necesario seguir (aunque sea en forma muy breve) la evolución histórica de la tradición sapiencial.
        
Hakam (sabio) y Hokmah (sabiduría) están en relación con la inteligencia práctica: destreza y habilidad: astucia e ingenio. Pero originalmente, la terminología sapiencial no está necesariamente en relación con las actitudes éticas. Sabia es, entre otras cosas, la persona que despliega una pericia especial en el ejercicio de un oficio o en el desempeño de una función: artesanos, escribas, etc. También está en relación con la habilidad para gobernar (1 Re 3,8-12). Se manifiesta, sobre todo en el instinto de conservación.
        
Esta sabiduría práctica se expresa, sobre todo, en la capacidad de guiar y llevar a buen término la propia vida, en conducir la vida hacia la propia autorealización. Se trata de conducir al éxito a la vida como tal.

Ahora bien, hemos señalado originalmente que la Sabiduría no está relacionada con las actitudes éticas.  Sin embargo, en un pueblo tan ligado a Yahvéh, como Israel, rápidamente se llega a la toma de conciencia de la vinculación sabiduría-moral y sabiduría-fe. Hasta tal punto esto es así que en Proverbios se llega a la identificación entre sabio y honrado, y se lo contrapone a necio y malvado:
El fruto de la justicia es árbol de vida,
y el sabio cautiva a la gente
Si el justo recibe su recompensa en la tierra,
¡cuánto más el pecador y el malo! (11,31).
        
En la literatura de sentencias es muy común la equiparación entre sabio y justo, por una parte y, necio y malvado, por otra. Lo propio del necio es estar abocado al des-atino, al des-vío, al des-piste.  Se desvía del camino que conduce a la plenitud existencial.

La Sabiduría entonces (Hokmah) a menudo va vinculada a la idea de piedad. El sabio pone la suficiente perspicacia religiosa como para descubrir que Dios ha creado (y que gobierna) el mundo y que él forma parte del “orden” que Dios ha formado. También la sabiduría está vinculada al “temor del Señor”, que no significa “miedo” sino esa actitud que nace de saberse creatura contingente en manos de Dios. Por eso a menudo se dice que “el principio (raíz/corona/plenitud) de la sabiduría es temor al Señor (Prov. 1,7; Eclo 1,14).

En forma tardía se va vinculando la Sabiduría con la Apocalíptica. Ya Is 33,5-6 nos presenta al Mesías lleno de elementos sapienciales (igual Is 11,2). En Dn 2,30 y 5,11-14 nos encontrarnos con que la Sabiduría es un don gratuito de Dios que el hombre no puede adquirir por cuenta propia ya que rebasa todas sus posibilidades. En síntesis, podemos decir que es la actitud y el método conducentes a la autorrealización del hombre, tanto en la esfera humana cuanto en la profesional.
 Dios                                                                                  Retribución


Quien se somete al orden llegará a una vida plena, la fidelidad al orden asegura la vida; el quebrantar el orden lleva al fracaso.
 
 
Orden          Sabiduría (justicia)

Mundo
Israel concibe al hombre como una criatura entre las criaturas, es decir, desde la dimensión social y su relación con el Creador. La realización personal dependía de la relación con el mundo, con los demás y con Dios. El israelita percibe como un todo ordenado la naturaleza y la sociedad: no son dos ordenes distintos: lo que sucede en el ámbito humano repercute en el orden natural.  La actitud humana que respeta y se integra a ese orden se llama no sólo sabia sino justa. Por ello sabiduría equivale prácticamente a justicia.

Cuadro de texto: Dibujo del orden dado por Dios: Cielo y bajo el la tierra, luego más abajo, se encuentra el Seol o lugar de los muertos.2.      Los Libros Sapienciales
Libro poético y sapiencial es el título con que se conocen siete libros del A.T. Dos de ellos son fundamentalmente poesías: el libro de los Salmos y el cantar de los Cantares, y la Sabiduría es el centro de los otros cinco: Job, Proverbios, Eclesiastés, Sabiduría y Eclesiástico. Estos libros responden a un hecho fundamental en la historia de Israel: la existencia de los sabios. Estos, junto a los profetas, ocupan un lugar preeminente en la historia de este pueblo, porque influyeron notablemente en su conciencia religiosa después del exilio.

En este género literario, más que en ningún otro, Israel recibe la influencia de los pueblos del antiguo Oriente. Sabemos que Mesopotamia transmitió proverbios, poemas y fábulas sapienciales. También Egipto elaboró una serie de enseñanzas destinadas a la instrucción de los nobles y a la formación de funcionarios con la intención de hacer de ellos hombres especialmente preparados.

Por la situación geográfica y política de Palestina, por su contacto con los grandes imperios limítrofes y por la antigüedad de la sabiduría egipcia y babilónica, puede afirmarse que el género literario sapiencial de la Biblia es de origen extranjero. Israel admitió la sabiduría oriental, se enriqueció de ella, pero, al asumirla y cultivarla por su cuenta le dio una fisonomía propia por el hecho de cimentarse en la fe en Yahvéh y contener una moral preferentemente religiosa.

Los sabios, como clase y la literatura sapiencial propiamente dicha, son contemporáneos de Salomón (aunque existieron en todo tiempo). En su corte, concebida según el modelo de las cortes reales extranjeras, van multiplicándose los sabios entre los funcionarios dedicados a una intensa actividad literaria. A pesar de que en los escritos de algunos profetas (Is, Jr, Ez) subyace un espíritu y una técnica similares a la de los sabios, la era de la sabiduría empieza después del exilio al aparecer el libro de los Proverbios.

El sabio israelita es un hombre prudente y reflexivo, interesante por cuanto suponga educación e instrucción del pueblo y de la juventud, destacando principalmente como consejero e instructor. Su campo de acción queda perfectamente señalado en el libro de Jeremías:

"No nos faltará la explicación de la ley de boca del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni la palabra del profeta"  (Jr. 18,18)

Los sabios quieren aprender a moverse con acierto por la vida e intentan enseñar a los hombres con quienes viven. Se esfuerzan por descubrir una armonía y un sentido en el mundo, para que el hombre se ponga en acuerdo con él y dé pasos seguros hacia una vida humana en plenitud. Para esta tarea se sirve de la propia experiencia, la observación, la reflexión y la fe.



Tres rasgos fundamentales determinan la fisonomía del sabio israelita:

·        El sentido de la realidad, propia del hombre de buen criterio que observa y reflexiona, y cuyas observaciones son concretas y pertinentes (Prov. 15,12; 20,14; 22,13).

·        La fe en Dios, porque medita día y noche la Ley de Yahvéh y se esfuerza por descubrir la sabiduría divina que emana de la creación y brilla en la historia del pueblo de Dios. Por eso ilumina la realidad del mundo y la vida de los hombres a la luz de la fe (Prov. 15,16; 16,9).

·        La elaboración de los consejos prácticos, que transmiten una visión de la vida y repercuten en la conducta diaria del hombre, descubriéndole la sabiduría divina a través de la creación, de la historia de Israel y, sobre todo, de la Ley (Ecl. 24,1-32).

3.      El Tiempo y el Modo de Escribir
El tiempo de la elaboración de los escritos sapienciales (Sitz in Leben) fue muy largo y su origen muy diverso. Antes del rey Salomón, existió la sabiduría popular. Esta floreció entre los campesinos y ejerció una influencia sobre la sabiduría de la corte del rey Salomón. De Salomón a la era cristiana transcurren diez siglos de historia y no es fácil situar cuándo se escribieron cada uno de los libros sapienciales. Sin embargo, se puede afirmar que la literatura sapiencial florece a partir del siglo V a. de C. El libro de los Proverbios es el más antiguo y reúne sentencias antiguas y otras más recientes. El libro de Job y del Eclesiastés son intermedios y los libros del Eclesiástico y de la Sabiduría representan la última etapa de la literatura sapiencial del A.T.

Los sabios escriben de una forma muy variada. Vamos a señalar las formas literarias o modos de escribir más comunes de estos hombres:

Masal o proverbios: son refranes o dichos que vienen de la sabiduría popular. El sabio los recoge y resume su enseñanza en sentencias de dos miembros que se complementan entre sí, a esta sencilla manera de escribir se le ha llamado paralelismo hebreo.

El paralelismo puede ser sinonímico, es decir, el segundo miembro repite la misma idea del primero: Ejem.
una mirada serena alegra el corazón
una buena noticia da vigor a los huesos. (Prov 15,30)

Con más frecuencia es antitético, es decir, el segundo miembro expresa la idea opuesta a la afirmación por el primero: Ejem.
el hombre colérico atiza la discordia
el hombre paciente calma la riña. (Prov 14,17)

Existe también un paralelismo sintético. En él, el segundo miembro resume la idea del primero: Ejem.
quien encuentra mujer, encuentra un bien
alcanza favor del Señor  (Prov 18,22).

Además podemos encontrar en los escritos sapienciales formas de extensión intermedia: Poemas numéricos, Alegorías, Fábulas, Acertijos, Oración sapiencial.
Gran poema didáctico: cuyos ejemplos podemos encontrar en los discursos del libro de Job y constituyen la cima de la manera de escribir de los sabios.

4.      El Mensaje de la Sabiduría
Los libros sapienciales contienen temas muy variados. Están presentes las pequeñas realidades de la vida diaria, pero encontramos también en ellos grandes problemas filosóficos-teológicos sobre la condición y el destino del hombre. En los escritos de los sabios podemos distinguir dos niveles de reflexión: el de la experiencia humana y el de la teológica.

Los sabios elaboran una amplia enseñanza sobre la vida de los hombres, recogiendo las lecciones que les ofrecía la experiencia propia y ajena. Esta especie de mediación sobre las realidades de la vida diaria la hacen desde la perspectiva de la fe.

En el nivel teológico, los sabios de la Biblia parten de un hecho fundamental: el mundo no es simple naturaleza, sino creación: obra de Dios, enteramente buena.

Con la confianza que les da este principio de fe, intentan enseñar a los hombres a hacerse hombres, a encontrar su puesto en la tierra, a tratar la realidad como es y a saber dar dinamismo al mundo que tienen en sus manos. Para los sabios, acertar a hacer cada cosa en el tiempo oportuno es abrirse camino hacia el misterio y acercarse a Dios. El necio ignora el tiempo oportuno, la medida y el orden, por eso no marcha por el recto camino de la vida.

Más allá de lo que el hombre pueda hacer, está el misterio. Pero éste no es una amenaza para el Sabio sino motivo para confiar. Los Sabios expresan esta realidad cuando afirman que el temor de Dios es el principio de la sabiduría. Aquí, temor quiere decir respeto ante lo que siendo más grande que el hombre, está sosteniendo al propio hombre. Por eso tiene el sentido de confianza gozosa.

Dios habla a los hombres desde lo creado. La creación y la vida ordinaria de los hombres se convierte en el lugar donde Dios se manifiesta e interpela. Esta manera de entender la vida no se alcanza con el esfuerzo humano. Es gracia y comunicación de Dios. Los sabios la llaman sabiduría y la describen como si fuera una persona asistiendo a la obra de la creación. Más tarde se la identifica con la ley y, finalmente, es entendida como la misma acción creadora de Dios.

5.      El Libro de los Salmos
Mención especial en la obra poética y sapiencial de Israel merece el libro de los  Salmos que contiene 150 cantos religiosos, pues se llama salmo a un canto religioso acompañado de instrumentos de música. El pueblo de Israel era conocido por su amor al canto. No nos sorprende que expresara su fe y su piedad cantando. La celebración de una fiesta familiar o religiosa, una peregrinación y muchas otras circunstancias de la vida inspiraron cantos apropiados y de carácter distinto.

Los profetas y los cantores del Templo o del palacio real reunieron, en el transcurso del tiempo, este amplio tesoro de cantos sagrados. Primero formaron colecciones parciales. Luego, con varias de ellas, quedó compuesto el libro de los Salmos: estaba destinado al culto del templo y de las Sinagogas o casas de oración de los judíos, como complemento a la lectura de la Ley y los Profetas.

El libro de los Salmos contiene diversos tipos de cantos, de los cuales destacaremos algunos:
·        Cantos de alabanza y aclamación
·        Cantos de súplica y acción de gracias
·        Cantos diversos: cantos reales, de meditación, de exhortación.

5.1     Cantos de alabanza y aclamación
Cuando el pueblo de Israel se admira de Dios y sus obras o ante el templo y la ciudad santa, expresa su admiración con alabanzas y aclamaciones. La ocasión más propicia para entonar estos cantos eran las fiestas que se celebraban en el templo de Jerusalén.

Los motivos por los que se alaba a Dios son principalmente:
·        la creación y la providencia de Dios: Sal. 8; 18; 64; 103; 112; 150...
·        el señorío de Dios sobre el mundo: Sal. 23; 46; 97; 99...
·        la gloria de Sión; ciudad de Dios: Sal. 45; 131
·        la peregrinación a Jerusalén: Sal. 83; 120; 121...

5.2     Cantos de súplica y acción de gracias (eucaristías)
En Israel la súplica y la acción de gracias están estrechamente unidas, cada vez que el pueblo o uno de sus fieles se halla en peligro grave, acude al Señor pidiendo ayuda y le promete que ofrecerá en el templo un sacrificio de acción de gracias, si es escuchada su oración.

·        cantos de súplica: 4; 6; 21; 50
·        cantos de acción de gracias: 29; 31; 39; 106...

5.3     Cantos diversos
Existen también salmos con características y motivos particulares:
·        cantos reales, compuestos con ocasión de la coronación del rey o de grave peligro contra su persona; de una victoria o una derrota. 2; 44; 71...
·        cantos de mediación, que incluyen instrucciones morales y exhortaciones sobre la historia del pueblo de Dios y la fidelidad a la Alianza: 1; 33; 118...
·        cantos graduales, que cantaban los peregrinos en sus visitas anuales al templo, reconstruido después del exilio: 125; 126; 127; 130...

El libro de los Salmos refleja con sencillez y sinceridad la experiencia profunda de Dios que ha vivido Israel a lo largo de su historia. Por eso puede ser considerado como el libro por excelencia para la oración del pueblo de Dios. Los salmos son como el espejo donde el hombre se descubre a sí mismo en sus situaciones más profundas: alegría, angustia, esperanza, enfermedad, gozo, fidelidad... Estos sentimientos y vivencias humanas, expresados con tal belleza poética, son válidos para los hombres de todos los tiempos, porque encierran las experiencias humanas básicas y comunes de todos los hombres. Al mismo tiempo, los salmos expresan unas experiencias humanas paradigmáticas, que han sido vividas con un contenido fuertemente religioso, es decir, a la luz de la fe en Yahvéh y de la fidelidad a su Alianza.



Quinta Unidad: El Dios Revelado en el Antiguo Testamento


1.      Un Dios Único
Una de las afirmaciones fundamentales que encontramos en los escritos veterotestamentarios es que Yahvé es el único Dios. La alianza lo describe explícitamente: "No tendrás ningún otro Dios junto a mí" (Ex. 20,3). Esta verdad tan elemental para nosotros, no era una cosa tan clara para los pueblos de oriente antiguo donde se encontraba Israel. Las diversas culturas vivían entre dioses protectores (Jue. 11,24; Sam. 26,19) por lo que Israel tuvo que luchar constantemente contra los falsos dioses. Por eso, los verdaderos profetas de Israel defienden constantemente esta verdad fundamental:

·     Amós anuncia que Yahvé es el único conductor y Juez incluso de los pueblos extranjeros (Am. 1-2; 9-7).
·     Isaías afirma que hasta los seres celestes se cubren el rostro ante la gloria del único Dios (Is. 6.1-4).
·     Jeremías llama a los dioses de las naciones hebel (soplo de viento) (Jer. 2,5; 10,8.15) o también no-dios (Jer. 2,11-5,7).

No se trata de una verdad filosófica, resultado de una demostración teórica. Se trata, más bien, de una experiencia vivida por el pueblo en su historia. A través de la Promesa, del Exodo y de la Alianza, el pueblo experimentó que no tenía otro dios: "Escucha Israel, Yahvé es nuestro Dios, sólo Yahvé" (Deut 6,4).

De la misma manera las características de este único Dios se refuerzan mutuamente: Dios es el creador de todo desde el comienzo (Gén. 1,1s) "antes que los montes fueran engendrados, antes que naciesen la tierra y el orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios" (Sal. 90,2). Por eso, Dios es "el principio y el último" (Is. 44,5; 48,12). Porque Yahvé es el "Dios de eternidad" (Gén. 21,33; Jer. 10,10; Is. 26,4; Sal. 9,8 etc.). Esto indica que Dios no se identifica ni se confunde con nada de lo que pasa en el espacio y el tiempo, con nada de este mundo, con nada de lo que ocurre en la historia.

2.      La Bondad de Dios
El Dios trascendente de Israel no es lejano al hombre. Es bondad, cercanía, solidaridad y compasión. Esta idea se expresa en la Biblia con el término hesed, que se refiere a la solidaridad en el pensamiento y en la acción entre personas que se unen mutuamente en una relación comunitaria. Por eso, Dios es el que "tiene hesed por mil generaciones" (Ex. 27,6), el que "es rico en hesed" (Ex 34,6).

Dios es esencialmente bondad, cercanía y solidaridad con el hombre, incluso con el hombre pecador y malo, y con todas las criaturas. La idea central de la Biblia, respecto a la fe en Dios, no es el temor, sino la solidaridad llena de benevolencia.

La Biblia afirma cosas increíbles sobre el amor de Dios. Dios es como un esposo que ama a su pueblo con el cariño loco de un enamorado. Por eso, apartarse de Yahvé es un auténtico adulterio (Os. 1,2). La Alianza es para Yahvé una Alianza matrimonial con el Pueblo (Os. 2-3). Una alianza que expresa un amor de tal intensidad, que cuando la esposa (el pueblo) adultera con otros dioses, Yahvé es capaz de perdonar y acoger todavía con ilusión y cariño (Os. 3,1). Dios hace esta afirmación inaudita: "Por eso yo la voy a seducir, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón" (Os. 2,16).

La misericordia gratuita es una decisión fundamental de Dios (Os 2,21.25; Mi. 7,19; Jer 12,5; Is 14,1), cosa que repite con frecuencia los Salmos (Sal. 4,2; 6,3). Porque Yahvé es "Dios misericordioso y clemente, tardo en la cólera y rico en benevolencia de alianza y en fidelidad" (Ex. 34,6).

3.      El Dios Justo
En nuestra cultura la justicia se entiende como un concepto y una realidad que se contrapone a la gracia. Por eso, hacer justicia es, muchas veces, lo mismo que castigar. Ahora bien, situados en esta mentalidad, solemos aplicar también a Dios este concepto de justicia, de donde resulta una idea de Dios deformada.

La justicia de Dios está íntimamente relacionada con la salvación (Is 45,8; 46,13) y con el hesed, es decir, con su benevolencia (Sal 36,11; 103,17). De tal manera que la justicia de Yahvé se manifiesta constantemente en acciones salvíficas para su pueblo (Jue 5,11). Hasta el punto de que justicia viene a ser equivalente de salvación o acción salvífica (Is 45,25; 46,13) un regalo de Dios a su pueblo (Os. 2,21; Is 33,5; Jer 9,23).

Como lo más débil es lo que más necesita de esa ayuda y de ese don gratuito, la justicia viene a ser equivalente a defender eficazmente al que por sí mismo no puede defenderse. Por eso, los oprimidos por la justicia se vuelven hacia el Dios de la justicia (Sal. 4,2), para que les ayude a salvaguardar sus derechos (Sal. 10,17-18). Toda la acción de Dios persigue este fin lo que se expresa en realidades históricas de Israel, por ejemplo, la imposición de un rey cuya tarea, entre otras cosas, tiene como función particular velar por los débiles y defender a los oprimidos (Deut. 17,20; 2 Sam. 12,6).

4.      El Celo y la Ira de Dios
En la Biblia también aparece Yahvé como un Dios celoso y airado. Interesa entender correctamente esta imagen de Dios. Ante todo, es doctrina clara en el A.T. que Yahvé castiga la conducta del hombre cuando éste se opone al proyecto de Dios y a la esencia misma de Dios.

En primer lugar, cuando en la Biblia se aplican a Dios las expresiones tener celo, estar celoso, se hace siempre en el sentido positivo que corresponde al celo humano por el bien (Eclo 51,18) o por el templo (Sal. 69,10) o por la manifestación de la voluntad de Dios (Núm 25,11.13; 1Mac 2,26s; etc.). Por eso el celo de Yahvé no suscita solamente juicios de castigo dirigidos contra los pecadores (Deut. 32,16; Ez. 16,42), sino que actúa sobre todo con celo por la liberación de Israel, de tal manera que el celo de Yahvé viene a ser, en la práctica celo por el pueblo (Is 26,11; 42,13) y que persigue el bienestar del mismo pueblo.

Por último digamos que esta manera de hablar sobre Dios, atribuyéndole reacciones y sentimientos humanos, es un lenguaje antropomórfico, propio de todas las religiones que expresa, no tanto lo que es Dios, sino lo que los hombres perciben o experimentan sobre la divinidad. Además la revelación de Dios en el A.T. es todavía una revelación incompleta. Necesita ser interpelada a la luz del Nuevo Testamento donde alcanzará su pleno significado.

5.      El Dios Fiel
Dios es siempre fiel, por encima de todo y a pesar de todo. Una de sus características más importantes es la fidelidad (Ex. 34,6). De la misma manera que Dios es misericordioso (hesed), también es fiel (emet). Estos dos términos se unen frecuentemente en la Biblia al hablar de Dios (Gén. 24,27; Ex. 34,6; Is. 16,5; Os. 2,22; Sal. 25,10). Misericordia y fidelidad son características esenciales de Dios. Por otro lado el hombre no siempre lo es. La historia de la salvación está llena de infidelidades del hombre ante Dios. Apenas establecida la Alianza, el pueblo se aparta de Yahvé y adora al becerro de oro (Ex. 32,1-6). Después, las caídas se repiten de tal manera que todos los desastres nacionales se atribuyen a la infidelidad del pueblo a su Dios (Jue. 2,10-15; 1Re. 11,1-13; Os. 13,1-15; Am. 2,4-16; Mi. 3,1-4; Ez. 5,7-17). Los profetas no se cansan de recordar al pueblo su dureza de corazón (Is. 46,12; Ez. 2,4) y la magnitud enorme de su maldad (Jer. 5,1; Is. 64,6).

La infidelidad de Israel se compara al adulterio y fornicación de una esposa para con su esposo (Os. 1,2; 2,4), una esposa que se ha ido con muchos amantes (Os. 2,12.15), hasta prostituirse con el primero que pasaba (Ez. 16,15), llegando en su maldad hasta degollar a sus propios hijos (Ez. 16,21).

A pesar de todo, Dios no se cansa y es siempre fiel. En el relato del Exodo, apenas el pueblo ha consumado su pecado, adorando al becerro de oro, Dios recuerda su promesa a Abraham (Ex. 33,1). Y poco después se presenta como "el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados" (Ex. 34,6-7).

Dios renueva la Alianza con su pueblo olvidando lo pasado (Ex. 34,10.13). En el libro de los Jueces, cuando se recuerdan las numerosas infidelidades del pueblo, la reacción del Señor es siempre positiva, amparándolo y protegiéndolo (Jue. 2,16; 3,9; 4,6-7; 6,8-10,16; 13,3ss). Pero son los profetas quienes ponen de manifiesto  la fidelidad incansable de Yahvé(Os. 2,16-17).

En consecuencia, la fidelidad de Dios no tiene límites. Por muchos que sean los pecados y las maldades del hombre, Dios es siempre fiel a su promesa y a su alianza con el pueblo. La historia santa se puede resumir como una historia de infidelidad de Israel ante su Dios y una historia de la fidelidad eterna de Dios para con su pueblo.

6.      La Promesa y la Esperanza
Producto de la fidelidad de Dios hacia su pueblo son sus promesas. El Dios de Israel se manifiesta como el Dios de las promesas. La promesa que Dios hace a Abraham, a Isaac y a Jacob abarca un doble aspecto: la posesión del país de Canaán y la descendencia innumerable. Estas dos promesas unas veces se hallan juntas, y en otras, separadas (Gén. 12,3.67; 13,14-16; 15,3.7.18; 18,10; 22,17, etc.). Del conjunto de los textos se desprende que la promesa más importante es la posesión de la tierra, "la tierra que mana leche y miel" (Ex. 3,8.17), con todas las formas de prosperidad (Gén. 49,10-12; Ex. 23,27-33; Lev. 26,3-13). Por tanto, la esperanza primera y fundamental de Israel es una esperanza en la tierra, en los bienes de este mundo.
Sin embargo, la promesa no se refiere sólo al bienestar material. Porque encierra todo un conjunto de bendiciones (Gén. 39,5; 49,25) y de dones (Gén. 13,15; 24,7; 28,13) que provienen de Dios. Por eso, cuando la fidelidad a Yahvé lo exige, deben sacrificarse los bienes materiales (Job. 6,17-21; 1Sam. 15,9-23) y hasta la cercanía con los seres más próximos (Gén. 22,1-11).

Solo al final del A.T. se apunta hacia una esperanza que trasciende los límites de este mundo. Porque es una paz (Ab 3,3), un reposo (Ab 4,7), una salvación (Ab 5,2), que no está ya en la tierra, sino en la inmortalidad (Ab. 3,4), cerca del Señor (Ab 5.15). La intervención de Yahvé al final de la historia (Mal 3,19-21), la resurrección de los muertos (2Mac. 7,12) y la vida después de la muerte (Sabiduría) son el objeto de una esperanza trascendente, metahistórica. El mismo Dios será el máximo don de Dios al hombre; su posesión, la cumbre de todas las promesas (Sal 73).





















Conclusión

En los textos que hemos trabajado a lo largo de este curso sólo hemos querido acercarnos a una visión general del origen, estructura y mensaje de los escritos del Antiguo Testamento. Quedan con esto pendientes muchos temas y situaciones histórico-espirituales de gran importancia pero que necesitarían de una profundización más ampliada de la Antigua alianza. Sin embargo, pensamos que lo trabajado presenta una esquemática abordable de  lo que significa introducirnos a la Sagrada Escritura, sobre todo pensando en los temores  e incertidumbres que muchas veces rodean nuestra familiaridad con la Palabra de Dios.

Los temas aquí desarrollados son, sin duda, una buena base para comprender los hechos que van marcando la vida histórica de Israel y su experiencia como pueblo creyente. Esto posibilita, además, descubrir en el camino espiritual del pueblo elegido, nuestro propio camino, lo que nos ayuda a preparar el corazón para acoger el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, que será materia de un próximo curso. Esperamos que los antecedentes aquí formulados faciliten una mejor asimilación de la verdad de Dios para nuestra vida, que siempre encontraremos en la Revelación plena y perfecta del Padre; La Palabra hecha Carne.









Bibliografía

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Von Rad, G.                     Teología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca, 1978.
Biblia de Jerusalén,      Desclée de Brouver, Bilbao, España, 1998.



[1] A menos que se señale de otro modo, todas las fechas citadas de aquí en adelante son son antes de Cristo.
[2] Santidad de Dios, la conciencia de pecado, la necesidad de un castigo y la esperanza de salvación debemos tenerlos presentes para comprender su predicación.




























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