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martes, 20 de noviembre de 2012

Acerca del pensamiento IV


“…el aliento sagrado que mana y vive en todo y en cada instante”.

¿Cómo hacer para acercarse a esa experiencia de vivir en la presencia de Dios o a ese estado en el cual se percibe lo sagrado en lo cotidiano?
Antes de percibir la divina presencia en todo, es necesario advertirse a uno mismo en el momento actual. Darse cuenta de la propia presencia.
La atención es la herramienta que recomiendan ya los padres del desierto desde antiguo y que uno mismo puede comprobar como esencial a poco de iniciar estos trabajos.
Así como sin la gracia no se puede nada; en lo que concierne a la participación personal en estas tareas de elevación del alma, sin atención no hay ningún avance.
Se utilice un método u otro de oración, más allá de las variaciones en la ascesis personal o de la situación de vida, la atención es el aporte que podemos hacer y está en nuestra mano para facilitar y abrirnos a la llegada del Espíritu.
Si tú me preguntas por dónde empezar, te digo que por un hacer muy particular.  Aquél al que nos referíamos en su oportunidad en la 3° carta sobre la oración de Jesús.
Hacer bien algo, cualquier cosa de que se trate. Para efectuar con corrección una tarea determinada es imprescindible estar presente uno mismo. Ser consciente de lo que se está haciendo. Es decir un estarse en eso y no con el ansia en otra parte o en el momento que sigue.
Es un modo de tomar a la acción como oración. Un ponerse en particular disposición a fin de efectuar un trabajo impecable, sin error o con el mínimo error posible, ya que sabemos que a nuestra naturaleza le resulta esquiva la perfección.
Cuando uno era joven e iba a salir en plan de divertirse, todos recordaremos, había una preparación muy especial que se efectuaba, más allá de cuestiones de género. Toda una tarea de ponerse lo mejor posible. Uno se duchaba, se cambiaba, se perfumaba… a estas alturas da risa, pero es la verdad. Un deportista antes de la competencia actúa de modo similar. Realiza tareas pre competitivas, se pone en posición, entrena los movimientos etc.
A mí me ha servido eso muy especialmente, ese prepararse previamente a una acción determinada, como acercamiento a la experiencia de percepción de la presencia.
Por especial recomendación de Padre Valentín, escogía una actividad y la transformaba en ceremonia y ofrenda. Me conectaba mediante ella a un sentimiento de unción y reverencia.
Sin duda que la iconografía, la cerámica, tareas de precisión o artísticas sirven y facilitan esta conexión, pero cualquier menester permite introducir esta especie de “valor agregado” que surge mediante la atención y se consuma en la actitud de oración.
Pues si barres el cuarto, lo harás sin dejar rincón descuidado. Tratarás de estar en buena postura mientras te mueves, procurarás no levantar  tierra en el ambiente, recoger bien lo barrido… hacer sin prisa, estando en aquello en lo que estamos. No con la mente en otro sitio, como si hubiera en algún lugar algo de mayor preferencia.
La prisa siempre indica la falta de atención a uno mismo y a lo que lo rodea y por lo tanto es imposible que en esa situación mental nos demos cuenta del aliento sagrado que mana y vive en todo y en cada instante.
La mejor recomendación que puedo dar para que quién se siente ajeno a la experiencia de Dios en lo cotidiano se aproxime a ella, es esta: Olvide todo y dispóngase a hacer algo lo mejor posible, sin apuro, con el mayor amor que encuentre en sí mismo, con una completa dedicación al instante de la tarea.
Esto es poner toda la atención en ese momento. Implica una postura corporal correcta y adecuada a la actividad de que se trate; una respiración profunda y tranquila; una actitud sosegada sin ansia de terminar, ha de tomarse a la actividad como un fin en sí misma. En la mente, nada que no sea la tarea o, si la índole de esta lo permite, la oración de Jesús como fondo en el cual hacemos lo que hacemos.
No importa en ese momento como juzgue la marcha de mi vida. No importan mis fracasos, ni los errores o caídas, ni tampoco existe aquella cosa que me preocupa de un futuro que imagino con temor. Importa la ofrenda que ahora voy a hacerte Señor, de una actividad sin mancha. O, en todo caso, este intento que te doy anhelando el bien hacer.
Dios se percibe más fácilmente cuando uno se entrega. Y si hay divagación no hay entrega. Cada vez que divago me doy cuenta de que no estoy con la atención dispuesta y confiada. Debo volver a ella. Porque si no estoy atento, no percibo la presencia que busco.  
Lo divino está en nosotros y fuera de nosotros, pero nosotros estamos en otro lado, por lo general en secundariedades. No es extraño entonces que nos pasemos buscando a Dios de un lado para el otro, sin nunca estar satisfechos del todo.
Él nos es más cercano e íntimo que nuestro propio corazón, pero nosotros estamos convencidos de que encontraremos la felicidad en aquello o en eso otro, o en lo de más allá; tenemos tremenda fe de que cuando consigamos estabilizar tal situación, o comprar tal cosa, o modificar tal otra, allí si nos será posible algún otro tipo de experiencia.  Vivimos ilusionados con espejismos vanos.
¿Dónde está Dios? Allí donde no están tus divagaciones.

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