lunes, 22 de octubre de 2012

Sábado de la vigésima octava semana del tiempo ordinario

sábado 20 Octubre 2012
Sábado de la vigésima octava semana del tiempo ordinario

San Alcàntara


Leer el comentario del Evangelio por
Martirio de santa Felicidad y Perpetua : "Al que se ponga de mi parte ante los hombres, el Hijo del hombre también se pondrá de su parte"

Lecturas

San Pablo a los Efesios 1,15-23.


Por eso, habiéndome enterado de la fe que ustedes tienen en el Señor Jesús y del amor que demuestran por todos los hermanos,
doy gracias sin cesar por ustedes recordándolos siempre en mis oraciones
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente.
Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos,
y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder
que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo,
elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro.
El puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia,
que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas.


Salmo 8,2-3a.4-5.6-7.


¡Señor, nuestro Dios,
qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:
con la alabanza de los niños y de los más pequeños,
erigiste una fortaleza contra tus adversarios
para reprimir al enemigo y al rebelde.

Al ver el cielo, obra de tus manos,
la luna y la estrellas que has creado:
¿qué es el hombre para que pienses en él,
el ser humano para que lo cuides?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos,
todo lo pusiste bajo sus pies:



Lucas 12,8-12.


Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios.
Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios.
Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.
Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir,
porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

Martirio de santa Felicidad y Perpetua (principio siglo III)
§ 2-3

"Al que se ponga de mi parte ante los hombres, el Hijo del hombre también se pondrá de su parte"

“Fueron detenidos los adolescentes catecúmenos Revocato y
Felicidad, ésta compañera suya de servidumbre; Saturnino y Secúndulo, y
entre ellos también Vibia Perpetua, de noble nacimiento, instruida en las
artes liberales, legítimamente casada, que tenía padre, madre y dos
hermanos, uno de éstos catecúmeno como ella, y un niño pequeñito al que
alimentaba ella misma. Contaba unos veintidós años. A partir de aquí, ella
misma narró punto por punto todo el orden de su martirio (y yo lo
reproduzco, tal como lo dejó escrito de su mano y propio
sentimiento).“Cuando todavía -dice- nos hallábamos entre nuestros
perseguidores, como mi padre deseara ardientemente hacerme apostatar con
sus palabras y, llevado de su cariño, no cejara en su empeño de
derribarme:- Padre –le dije-, ¿ves, por ejemplo, ese utensilio que está ahí
en el suelo, una orza o cualquier otro?- Lo veo –me respondió.- ¿Acaso
puede dársele otro nombre que el que tiene?- No.- Pues tampoco yo puedo
llamarme con nombre distinto de lo que soy: cristiana. Mi padre
exasperado por estas palabras, se echó sobre mí para arrancarme los ojos.
Se contentó con maltratarme y se fue, con los argumentos del demonio, el
vencido. Durante varios días, no vi de nuevo más a mi padre; agradecí por
eso a Dios; esta ausencia me fue un alivio. Precisamente en este lapso
corto de tiempo fuimos bautizados. El Espíritu Santo me inspiró en no pedir
nada al agua santa, si no la fuerza de resistir físicamente. Algunos
días más tarde, fuimos trasladados a la prisión de Cartago. Quedé
espantada: jamás me había encontrado en tinieblas iguales; fui devorada por
la inquietud a causa de mi niño... Reconfortaba a mi hermano,
recomendándole a mi hijo. Sufría mucho de ver a los míos sufrir por mi
causa. Durante largos días, estas inquietudes me torturaron. Acabé por
obtener que mi hijo permaneciera conmigo en prisión. En seguida recibí
fuerzas, y me vi librada de la pena y las preocupaciones que esto me había
causado. De un golpe, la prisión se cambió para mí en un palacio, y me
encontraba allí mejor que en cualquier otra parte.

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