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martes, 30 de octubre de 2012

¿Qué es la Filosofía?

onceptos frecuentes en Filosofía
Definición y explicación de diversos conceptos filosóficos en la Gran Enciclopedia Rialp.
 
Conceptos frecuentes en Filosofía
Conceptos frecuentes en Filosofía
La Gran Enciclopedia Rialp (GER) es una enciclopedia de carácter general y universal y ha definido diversos conceptos filosóficos en el diversos Tomos:





Absoluto Tomo 1, pp 66-67
Accidente Tomo 1, pp. 96-100
Acción, filosofía de la... Tomo 1, pp.115
Actualismo Tomo 1, pp. 183-185
Afectividad Tomo 1, pp. 268-272
Agnosticismo Tomo 1, pp. 352-356
Alma
Amor Tomo 2, páginas 107 a 110.
Antinomia Tomo 2, páginas 379 a 381
Antropología Tomo 2, páginas 430 a 432.
Aprehensión
ArgumentaciónTomo II, páginas 741-743
Armonía Tomo 3, páginas 13-historia de la filosofía.
Asiática, filosofía Tomo III, páginas 187 y s.
Asociacionismo Tomo III, páginas 233 y s.
Asociación de Ideas Tomo 3, páginas 219 y s.
Atomismo Tomo 3, páginas 333 a 337.
Autenticidad Tomo 3, páginas 437 y 438.
Axioma Tomo 3, páginas 530 a 532.
Alemania, la filosofia en... Tomo 1, pp. 590-594
Abstracción Tomo 1, pp. 70-75
Acción Tomo 1, pp. 100-104
Acto Tomo 1, páginas 163 a 166.
Admiración Tomo 1, pp. 229-230
Aforismo Tomo 1, pp. 281
Agustín, pensamiento filosófico de San... Tomo 1, pp. 407-411
Aristotélicos Tomo 2, páginas 774- 778
Arquetipo Tomo 3, páginas 32 y s
Asociación de Ideas Tomo 3, páginas 219 y s.
Ateísmo Tomo III, páginas 293 a 295.
Audacia Tomo 3, páginas 348 y 349.
Autoridad Tomo 3, páginas 469 a 471.
Azar Tomo 3, páginas 540 a 543.
Alienación Tomo 1, pp. 701-702
Ambición Tomo 1, pp. 790-791
Angustia Tomo 2, pp. 278-280.
Antítesis Tomo 2, página 400
Antropomorfismo Tomo 2, páginas 438 y 439
Apriorismo Tomo 2, páginas 535 a 537
Belleza Tomo 4, páginas 6 a 12
Carácter Tomo 5, páginas 49-51.
Categorías
Certeza Tomo 5, páginas 539 a 541
Civilización y Cultura Tomo 5, páginas 714 a 720.
Caos Tomo 5, páginas 10 y s.
Caracterología Tomo 5, páginas 51-53.
Causa Tomo 5, páginas 405 a 409



Curso de Filosofía elemental
Este curso es un instrumento muy útil para contrastar el valor de nuestras ideas sobre los temas más trascendentes de la vida humana.
 
Curso de Filosofía elemental
Curso de Filosofía elemental
Prólogo
Antonio Orozco-Declós

Este Curso de Filosofía elemental, del profesor Santiago Fernández-Burillo, del Instituto S. Gili Gaya de Lérida, consta de 15 capítulos - en los que se van desarrollando los conceptos que todos barajamos - porque todos tenemos, consciente o inconscientemente, una filosofía- en torno al mundo, al hombre y a Dios. Es sencillo, claro, al alcance de todos. Constituye un instrumento muy útil para contrastar el valor de nuestras ideas sobre los temas más trascendentes de la vida humana. No cabe al hombre no pensar y es preciso pensar bien. Hay muchas maneras de enfocar las cuestiones trascendentales. Caben muy distintas opiniones y también muchas certezas asequibles a todo el que piensa con rigor, con interés por la verdad. Es una satisfacción presentar este Curso que introduce en el más importante saber del hombre, a la altura del siglo XXI.

Te invitamos a leer completo este interesante texto. Para consultarlo sólo da un click aquí


Capítulo uno

Pensamiento clásico y corrientes actuales
I. La inspiración filosófica
II. El materialismo común
III. El "culturalismo", o relativismo postmoderno

Capítulo dos
Naturaleza y cultura
I. Lo natural y lo artificial.
II. Vida humana y cultura

Capítulo tres
Ciencia y Filosofía
I. Los grados del saber
II. Esbozo histórico de la filosofía
III. Prioridad de la teoría
IV. Apéndice

Capítulo cuatro
La lógica del discurso humano
I. Que es la lógica
II. Lógica del concepto
III. Lógica del juicio o proposición
IV. Lógica del raciocinio o silogismo
V. Verdad y certeza.

Capítulo cinco
El Conocimiento
I. El valor utilitario del saber
II. El realismo filosófico y la cuestión crítica
III. Elementos de teoría del conocimiento

Capítulo seis
Mundo, Espacio y Tiempo
I. La imagen moderna del mundo
II. El idealismo filosófico
III. El vitalismo filosófico

Capítulo siete
Filosofía Natural (2)
I. El mundo, maravilla y obstáculo
II. De los “cosmólogos” al platonismo
III. La filosofía natural de Aristóteles

Capítulo ocho
Los entes y el Ser. Metafísica y Teología natural (1)
I. La apertura humana a la trascendencia
II. Metafísica y Teología
Los entes y el Ser. Metafísica y Teología natural (2)
III. La existencia de Dios
IV. La naturaleza divina
Filosofía de la religión
Los entes y el Ser. Metafísica y Teología natural (3)

Capítulo nueve
Filosofía del hombre (1)

Capítulo diez
Filosofía del hombre (2)

Capítulo once
El ser personal

¿Qué es filosofía?
Breve descripción de la Filosofía. Acerca de los grandes temas: el mundo, el hombre y Dios
 
¿Qué es filosofía?
¿Qué es filosofía?
La Filosofía, propiamente, empezó ahora hace unos veinticinco siglos en Grecia, en la antigua Atenas. Sucedía algo parecido a lo nuestro, de hoy: ilusión por la libertad (estaba cerca de la época de Pericles), por la belleza (pronto aparecerá Fidias), por el saber, que se atribuían los que a sí mismos se llamaban sophés, es decir, sabios.

Estos sophés se han quedado con el nombre de sofistas, que ha venido a significar algo así como pseudo sabios. Los primeros sofistas, ciertamente, eran hábiles en el manejo de la palabra. Podemos decir que ellos fueron los descubridores de la Retórica, es decir, del arte de persuadir con la palabra. Los sofistas se jactaban de ser capaces de persuadir a cualquiera de cualquier cosa.

Como se puede comprender, si a la gente le demuestran hoy que lo que ve son nabos y mañana que coles, se genera una desconfianza fundada hacia la verdad. Todo depende del punto de vista. Todo es relativo y el hombre es la medida de todas las cosas, en el sentido de que son como el hombre quiere. De hecho los sofistas sembraron una gran desconfianza en la capacidad humana de conocer la verdad. Los dioses se estremecían en el Olimpo ante la amenaza de su extinción y la moral andaba por los suelos.

Los sofistas decían que no existe el ser; que si existiera sería incomprensible y si fuera comprensible sería incomunicable.

En esto aparece en la agorá de Atenas un hombre de nariz respingona y aspecto poco agraciado, retando a los sofistas. Se llamaba Sócrates y no decía de sí mismo que era sophés, sino philósopho, es decir, deseoso o amante de la sabiduría. No se consideraba en posesión de la sabiduría, sino buscador, aficionado, como quien está lejos de lo que busca.

Filía significa amor, inclinación, deseo, afición a alguien o a algo.
Filodoxia, deseo o búsqueda de la opinión (también gloria o fama).

Platón, gran discípulo de Sócrates, dirá que los filósofos desean y buscan el saber, como captación de la verdad. En cambio, los filodoxos sólo buscaban opiniones, apariencias. Kant se lamenta de que muchos transforman la filosofía en filodoxia, como si no pudiéramos alcanzar más que meras opiniones sobre la realidad, y no verdaderas certezas.

Sócrates, Platón, Aristóteles, Pitágoras, eran enamorados de la verdad. En el siglo XX, Etienne Gilson dice que la primera pregunta que se debiera hacer a un estudiante de Filosofía es esta: "tú, ¿realmente estás enamorado (de la verdad)?

Ahora bien, esta verdad o sabiduría que anhela el filósofo, ¿es mera curiosidad? Evidentemente no. Por supuesto que hay una gran dosis de curiosidad, de asombro, de admiración ante la existencia del cosmos. Pero si buscamos el arjé -el principio de todas las cosas- no sólo es para admirarlo sino para descubrir el sentido de la vida. Es decir, se trata de un saber qué sentido tiene la existencia para poder vivir de modo adecuado a lo que somos.

O sea, que hace 25 siglos estaban más o menos como hoy: con un gran número de relativistas y escépticos, y unos cuantos que se esforzaban en conocer y difundir la verdad de las cosas: del mundo, del hombre y de Dios.

Estos son los grandes temas constantes a lo largo de la Historia: el mundo, el hombre y Dios. ¿Qué hay de verdad sobre estas cuestiones? ¿qué podemos conocer del mundo, del hombre y de Dios? ¿cómo hemos de habérnoslas con el mundo, con el hombre (nosotros mismos) y con Dios?

¿Qué hay de la verdad, qué hay de la bondad, que hay de la belleza? ¿En qué consiste la verdadera sabiduría? ¿Y la ética? ¿cómo debe ser mi conducta para ser "autenta", para vivir con autenticidad humana...?


Filosofía y cristianismo

Aquellos filósofos antiguos se dieron cuenta de que los humanos somos seres complejos, que no vivimos siempre como tales, sino que, en muchas ocasiones, actuamos por debajo de nuestras posibilidades y de nuestra dignidad excelsa. Advertían que no basta vivir, sino que hay que vivir bien, no dándonos a la buena vida, sino eligiendo una vida buena, recta, correcta, de acuerdo con las normas éticas que la razón descubre cuando discurre bien. Confiaban en la capacidad de la razón para conocer la naturaleza de las cosas y remontarse al principio de todas (arjé); y vislumbraban la libertad personal, con su correspondiente responsabilidad.

Frente a ellos estaban los escépticos, los sofistas, los fatalistas (materialistas), etc.
Como hoy: los escépticos abundan, los sofistas son legión y el materialismo campea a sus anchas. A pesar de los 20 siglos de cristianismo.

La Historia no es lineal, no avanza con regularidad, no progresa automáticamente. Se puede ir de bien en mal, de mal en peor, y de mal en mejor, incluso de bueno a lo óptimo.

Los griegos alcanzaron un conocimiento natural del mundo, del hombre y de Dios, muy elevado. El cristianismo encontró así un terreno bien abonado. En el siglo II surgen filósofos cristianos que argumentan ante los otros filósofos con sus mismas armas, es decir, con la razón, en cierto modo sola, porque al hablar con los demás no introducían argumentos sobrenaturales, sino razonamientos que todos podían entender, porque eran lógicos. La filosofía fue un buen instrumento para la transmisión de las ideas y los valores cristianos a quienes estaban dispuestos a utilizar la razón de acuerdo con sus propias leyes.

Algo parecido hemos de hacer hoy, que vivimos en una época escéptica, agnóstica y relativista que requiere, como insiste el Papa Juan Pablo II, una nueva evangelización.

Para ello se requiere utilizar, como los primeros evangelizadores, todos los medios sobrenaturales (oración, expiación), pero también todos los medios humanos (trabajo). Es necesario afinar bien ese instrumento formidable que es la razón para reconducir a nuestros contemporáneos al principio. Al principio absoluto de todas las cosas (Dios), a los principios que rigen el pensamiento correcto y a los principios éticos, que regulan el crecimiento de la persona como tal, libre y responsable hacia la plenitud humana y sobrenatural.

La Filosofía no es todo, desde luego. Tenemos la fe y la teología. Pero es menester hablar el mismo lenguaje que todos los hombres y la Filosofía proporciona términos y conceptos que todos lo que quieran pueden entender, porque surgen del uso natural de la razón. No quiere decirse que todo el mundo lo vaya a entender a la primera, pero como no se trata de otra cosa que de razonar, es seguro que muchos, que desean razonar bien, podrán captar nuestro mensaje.

Además, la buena filosofía presta una inestimable ayuda a la fe y a la teología. Porque la fe no es un acto irracional, sino razonable; y la teología no es otra cosa que la aplicación de las leyes lógicas de la razón a los conocimientos que nos presta la revelación divina (Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio).

Cuanto mejor podamos razonar filosóficamente, mejor podremos razonar teológicamente. El progreso en filosofía redundará en progreso de la teología. Conoceremos mejor a Dios y, en consecuencia, tendremos la posibilidad de amarle más.


Retengamos, pues, lo siguiente:

1. A la Filosofía interesa la verdad, sobre todo la verdad vital, la que afecta a la totalidad del vivir humano.
2. La Filosofía parte de la experiencia y utiliza la razón para avanzar en el conocimiento de la verdad.
3. La Filosofía es búsqueda de la verdad. Por consiguiente no se opone a ninguna verdad, ya sea la descubierta por las ciencias particulares, ya sea la descubierta por la teología. Dios es el autor de todos los órdenes del conocimiento y del resto de la realidad; y no puede contradecirse.


Equívocos sobre la Filosofía

Desde hace demasiado tiempo se enseña o se habla de filosofía como de una especialidad curiosa, de escaso interés y ninguna utilidad; a lo más, como un apéndice cultural o erudito de otros estudios.

En muchas universidades la filosofía se atiende en una especie de suburbio de la Facultad de Letras. Y en las bibliotecas públicas y librerías los libros de filosofía suelen disponerse junto a los que tratan de ciencias ocultas, mitos y cosas por el estilo.

Una actividad intelectual que tiene 25 siglos de existencia, ¿no merece una atención mayor por parte de los intelectuales?

¿Por qué nació? ¿por qué no ha cesado desde entonces?

La Filosofía, ciertamente, es una de las más constantes actividades intelectuales de la Historia. No son muchos los que se han dedicado a ella, pero nunca han faltado algunos. La Filosofía ha pasado por muchas crisis en estos 25 siglos y siempre que se ha anunciado su muerte inminente parece haber recobrado una vitalidad nueva. ¿Por qué esto es así? Quizá lo vayamos comprendiendo a medida que avancen nuestros estudios.

También tendremos que ocuparnos de los puntos de partida de la Filosofía: cómo arranca, cómo se pone en marcha y cómo discurre. Habremos de anunciar sus grandes cuestiones y acercarnos a ellas sin miedo, de la manera más sencilla y rigurosa posible, sin necesidad de abundante erudición.

Alguna cultura previa se requiere para entender y hacer filosofía, pero si se trata en verdad de esto que se ha llamado "filosofía" durante más de veinticinco siglos, no tiene por qué presentarse o pensarse de una manera difícil, críptica o esotérica. No es tan difícil hacerse cargo de las características del pensamiento filosófico, de su valor, relevancia, errores y conquistas históricas.

Nos gustaría introducir a una Filosofía que no fuera estrictamente hablando una "especialidad", sino sencillamente el saber racional que necesita toda persona humana para saber quién es él, cuál es su dignidad y cómo ha de comportarse para vivir conforme a ella.

Preciso es reconocer que bastantes filósofos han contribuido, al descrédito de la Filosofía. Se han encerrado muchas veces, no por fuerza de la razón sino de la voluntad, en laberintos inextricables construidos por ellos mismos, en una especie de suicidio intelectual poco inteligente, ofreciendo a la opinión pública un aspecto bastante penoso.

La Filosofía es un quehacer muy distinto de lo que muchos suponen. No es asunto de gente estrambótica y distraída hasta dar habitualmente con sus huesos en un pozo, o con sus gafas contras las farolas. La asociación "filósofo-tipo-raro" es corriente, y es justo reconocer que responde a la realidad de bastantes ejemplares de esta especie humana. También Cicerón bromeaba o se lamentaba, no lo sé bien, diciendo que no hay absurdo corriente, por enorme que sea, que no proceda de algún filósofo. Pero es injusto pensar que todos sean así o que el ser así sea consecuencia del filosofar.

En nuestra opinión es necesario recuperar la Filosofía como una disciplina intelectual que en cierta medida debiera cultivar toda persona de cultura media, porque, en fin de cuentas, el conocimiento filosófico -como hemos de ver enseguida- es lo que presta consistencia, fundamento, armazón, solidez a todo discurso o argumento acerca de la verdad de las cosas, incluso a todo el obrar del hombre.


Cuestiones vitales

En rigor, todos vivimos de cierta filosofía, acertada o no, explícita o implícita, aunque no sepamos definirla y exponerla de un modo sistemático y claro. La Filosofía se ocupa, precisamente (como veremos más adelante), de las cuestiones más vitales para el hombre, que no son abordables desde ninguna ciencia experimental. En síntesis, cabe decir que incumbe a la Filosofía ocuparse del sentido del cosmos y del sentido de la vida humana en el cosmos. Con otras palabras, se trata de hallar la razón de ser de nuestro ser, de aquello que explica nuestra existencia en cuanto a su origen y su fin (que no es otro que Dios. Dios permanece oculto a todo método de investigación experimental. La única manera racional de descubrirlo es con el ejercicio de la razón sobre la experiencia en el mundo).

A nosotros nos interesa la Filosofía justamente para descubrir de una manera intelectual y lógica, la respuesta racional a las grandes preguntas sobre el mundo, el hombre y Dios.


Razón y fe

Una de las maneras de acceder a la verdad sobre esos grandes temas, es la fe teologal. Pero la razón humana tiene también capacidad para conocer el orden natural creado y alcanzar incluso un conocimiento racional y verdadero de Dios como primer principio y último fin de cuanto existe. Sin embargo, a partir de la obra de la creación no se puede saber más de Dios que lo que puede conocerse de Velázquez en el Museo del Prado: se puede conocer la existencia de Velázquez y algo de su personalidad artística. Pero nada puede saberse de las demás facetas de su personalidad, de su conciencia, de sus gustos literarios, de su familia, de las relaciones con las gentes de su entorno, etcétera. Para esto tendríamos que tener otras fuentes de conocimiento además de sus lienzos. Para un conocimiento verdaderamente personal de Velázquez, habríamos de encontrarnos con él cara a cara y preguntarle y escuchar.

Para conocer a fondo a una persona es preciso que ella nos abra libremente su alma, su mente, su corazón y nos revele lo que ahí acontece. Lo mismo pasa con Dios. La razón puede descubrir que existe, a partir de la creación. Pero ¿qué es y cómo es Dios en su vida íntima? Esto sólo podemos conocerlo si Dios nos abre libremente su intimidad y nos revela lo que hay en Él. Y esto sólo puede suceder por voluntad suya (si quiere, con absoluta libertad) y de un modo sobrenatural.

Esto es lo que ha hecho Dios a lo largo de la Historia Sagrada, por medio de los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento y, finalmente por medio de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre.

Pero hay cosas sobre Dios que podemos conocerlas sin necesidad de la divina revelación: que Dios es nuestro primer principio y nuestro último fin, el gran por qué de nuestra existencia, el fundamento y el sentido de nuestro vivir.

De otra parte, la fe nos confirma muchas verdades de orden natural y nos aporta muchas otras de orden sobrenatural (el misterio de la Trinidad, de la Encarnación, de la Redención, etc.). Sabemos mucho más de Dios por revelación sobrenatural que por sabiduría racional.

Sin embargo, no podemos pensar: me basta con la fe para conocer a Dios, a mí mismo y el sentido de mi vida. La fe teologal es importantísima, sin ella es imposible agradar a Dios (cfr. Carta a los Hebreos). Pero no es suficiente, menos aún en los tiempos que corren, porque la fe sola, sin el apoyo de la razón, tiene un enemigo muy peligroso: la ignorancia.


Armonía entre fe y razón

Con mucha ignorancia sobre la fe o sobre la ciencia, se pretende oponer la ciencia a la religión y en general la razón a la fe. Se presenta la fe como mera credulidad, como un modo infantil de afrontar la realidad de nuestra existencia. Y es preciso salir al paso de este error. Dios no se puede contradecir: si nos manda creer no es contra la razón. Ni la fe se opone a la razón ni la razón a la fe. El mismo Dios es quien nos da la fe y la razón. No puede contradecirse. Si nos da la luz de la razón es para que la utilicemos del mejor modo posible para prestar el necesario punto de apoyo racional al acto de fe sobrenatural.

Es fundamental confiar en la capacidad de la propia razón para conocer verdades. Si yo no confiase en la capacidad de mi razón para conocer la verdad, tampoco podría confiar en otro, porque si confío en ti, es porque yo confío en que el conocimiento que tengo de ti es verdadero. Por eso, averiguar los fundamentos de mi conocimientos, redunda en una mejor confianza conmigo y contigo. Hay una disciplina filosófica que trata estas cuestiones: la filosofía del conocimiento.


La Filosofía, instrumento de comunicación

Todo esto se desarrolla a lo largo de los cursos filosóficos. Pero vale la pena advertir desde ahora que la filosofía, como saber racional que es, constituye un instrumento inestimable para comunicarnos verdades de modo rigurosamente racional con cualquier persona que admita alguna verdad y confíe en alguna certeza. Con el escéptico absoluto nada se puede hacer si no rezar.

Pues bien, en estos tiempos es muy necesario este instrumento de trabajo, de apostolado y hasta de vida espiritual que es la filosofía.

Por otra parte, la fe, en la medida de lo posible, debe ser doctrinal, es decir, bien fundada en sus principios sobrenaturales (los artículos de la fe) y en sus principios racionales (los del conocimiento intelectual).

La Filosofía que aquí queremos aprender es precisamente una filosofía que se haga cargo de las verdades de sentido común, de las evidencias inmediatas de la experiencia y de la razón y que a partir de aquí desarrolle el pensamiento de una manera lógica y natural.

La Filosofía puede ser como un idioma común con el que, aún contando con la diversidad de opiniones entre los mismos filósofos, cabe el diálogo, la conversación comunicadora de conocimientos. Toda ciencia es un vehículo de comunicación de verdades, una base sobre la que se puede hablar y entenderse. Pues bien, la Filosofía puede ser la base sobre la que conversar acerca de los grandes temas: el mundo, el hombre, Dios.


Utilidad de la Filosofía
Sólo el pensamiento filosófico puede responder a la pregunta por el sentido de la vida.
 
Utilidad de la Filosofía
Utilidad de la Filosofía


¿Para qué sirve la Filosofía?

La FILOSOFIA (amor a la sabiduría) responde al deseo de saber. El de saber es un deseo que brota naturalmente del ser humano. Aristóteles decía que el alma es deseo (orexis). No es sólo eso, desde luego. Ni todo en la vida consiste en saber. La vida es también praxis, acción. Y, como el ser humano es tanto deseo de saber como deseo de praxis, un saber que no sirva para nada no interesa nada. A algunos filósofos les gusta repetir que la Filosofía no sirve para nada, pero esto es falso, a no ser que se trate de una falsa filosofía. Todo saber sirve para mucho. Quizá no de una manera inmediata, y desde luego, no para construir puentes, levantar edificios o descubrir nuevas fuentes de energía.

La filosofía no pretende enseñar a hacer zapatos, pero es capaz de descubir el más profundo por qué es conveniente fabricar buenos zapatos. Sin filosofía no conoceríamos el "sentido" último de la fabricación de zapatos, ni de nada. Porque no es algo que se pueda "ver" u "oir" en modo alguno.

¿Para qué sirven la Historia, el Latín, el Griego, la Filosofía, la Lengua, la Literatura? Son carreras muy bonitas, pero —algunos piensan— no sirven para nada útil. No sirven para construir rascacielos ni para curar un cáncer, ni para aumentar la producción de langostas.
La cuestión es: ¿para qué necesitamos un objeto que no sea útil? Bien. ¿Qué hay, por ejemplo, en nuestra sala de estar? Objetos que sirven para algo: sillas para sentarse, mesa, ceniceros, radiadores, etcétera. Pero también encontramos cuadros, esculturas, fotografías de parientes y amigos. ¿Para qué sirven todas estas cosas? ¿Qué se puede hacer con ellas? Aparentemente nada. ¿Para qué sirven? Para decorar. Aquí nos encontramos con un valor que no es inmediatamente útil, el decoro. (Alejandro Llano).


El ser humano es un ser teórico-práctico: no se puede amputar. Para que su acción le satisfaga ha de ser fruto de una buena teoría. No hay nada más práctico que una buena teoría, es decir, una buena ciencia de porqués últimos. Ganar dinero es un porqué inmediato. Pero no es un porqué último. Por eso no podemos evitar la pregunta: ¿Por qué ganar dinero?

En definitiva, ¿por qué vivir?, ¿porqué trabajar, por qué descansar, por qué?

¿Qué es lo que pretendo?
¿Qué sentido tiene todo esto?
¿De dónde viene mi vida? ¿A dónde va mi vida?
¿A dónde puede ir?
¿A dónde debe ir, para ir bien?
¿Tiene una finalidad?

¿Qué hace un ente cómo yo en un sitio cómo éste?

Si no sé contestar satisfactoriamente a estas preguntas, aunque sepa mucha matemática, biología, medicina, paleontología, economía, etc., no me conozco, es decir, soy un desconocido para mí mismo; y no sé siquiera para qué hago todo lo que hago. Necesito saber no sólo simplemente para saber, sino saber para qué sirve el saber. ¿Qué hago, qué voy a hacer conmigo mismo, con lo que sé y lo que puedo hacer?

Sólo el pensamiento filosófico puede responder a la pregunta por el sentido del vivir.

Cuando del hombre sólo se considera la fisonomía, la bioquímica, la anatomía, la fisiología, puede parecer que no es más que un mono evolucionado. Sólo se ha visto una faceta del ser humano y no se ha considerado la que más importa: la intelectual y libre, en una palabra, la dimensión espiritual. Es famoso un científico que después de hacer la disección de un cadáver, declaró que el alma no existía, porque él no la había visto. Es una manifestación de uno de los errores más corrientes en el mundo de los científicos: pensar que sólo es real lo que ellos perciben, experimentan y comprueban. Pero el universo está lleno de cosas que los científicos no pueden percibir en sus laboratorios o bibliotecas.

Si ahora tomamos un cilindro de un metro de diámetro y un metro de alto y lo proyectamos en dos planos, uno horizontal y otro vertical, ¿qué resulta?

Si nos fijamos sólo en la proyección, podemos llegar a la conclusión de que el cilindro en realidad es un círculo, aunque también un cuadrado. ¿Es posible que un círculo sea cuadrado? No parece, pues ni siquiera la cuadratura del círculo ha sido lograda hasta la fecha.

Si nos fijamos en secciones particulares del ser humano podemos llegar a conclusiones de lo más pintorescas. Las ciencias particulares son eso "particulares", contemplan sola una o algunos segmentos del ser humano o de lo que se trate. Nos pueden decir qué tiene el ser humano desde su punto de vista (orejas, huesos, músculos, células, átomos, etc.) Pero nunca podrán decirnos qué es el ser humano.

También se ha dicho que en el conocimiento de las ciencias experimentales (que -¡cuidado!- aquí no despreciamos, al contrario, lo estimamos en todo lo que vale, ni más ni menos) sucede como en el caso del análisis de elefante según se mire sólo un fragmento de pata, de rabo, de oreja, etc. Se llegaría a la conclusión de que el elefante es una palmera, un pteridáctilo u otro ente que no tiene nada que ver con el elefante.

Para saber lo qué son las cosas y cuál es el sentido de su existencia es preciso enfocarlas desde una perspectiva que pueda alcanzar su propio ser y esencia. Lo cual podrá vislumbrarse si contemplamos las cosas —y en particular al hombre— desde todos los puntos de vista posibles.

Entonces, una vez considerados todos los fenómenos (aspectos) a nuestro alcance, podremos aproximarnos al conocimiento de su naturaleza, es decir, de su esencia. Así llegamos a conocer al hombre con animal racional, es decir, como un ser que tiene mucho en común con los animales, pero que es infinitamente más que un animal irracional.

A esta conclusión sólo puede llegar una inteligencia que no se limita a ver, a palpar y a experimentar, sino que razona sobre los datos de la experiencia (lo físico) y saca conclusiones que la física no percibe, porque se refieren a realidades meta-físicas; es decir, a realidades que son más íntimas a las cosas que sus propiedades físicas y requieren, para ser desveladas, la aplicación y ejercicio del intelecto. Esto es precisamente lo que compete a la filosofía y más concretamente a la antropología filosófica.

En filosofía hacemos mucho caso de los datos que aportan las ciencias empíricas. Pero en todos ellos nos preguntamos: ¿qué es esto?, ¿cuál es su causa primera? ¿cuál es el sentido de su existencia?

Por eso cabe adelantar que la Filosofía es lo más vital que existe. «Vivir no es necesario, navegar sí», rezaba una inscripción en una nave griega. Consideraban que hay algo más importante que vivir: navegar, porque de la navegación dependía su riqueza y su poder. También se dice: primum vivere, deinde philosophare. Sí, para filosofar es necesario primero vivir y, por lo tanto, comer. Pero para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano es necesario saber por qué vivir y cómo conviene vivir dentro de las diversas opciones que se me presentan.

La verdad del vivir, esto es, en síntesis, lo que ha interesado e interesa al filósofo; y es, en definitiva, lo que interesa a todo hombre que utilice con lógica el entendimiento.

La verdad: ¿qué es la verdad?, ¿es posible conocer alguna verdad?, ¿qué verdades es posible conocer? Son cuestiones netamente filosóficas. Se comprende pues que la filosofía sea el quehacer intelectual más importante para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano.


Filosofía y vida

Ciertamente hay filósofos que sólo parecen ocuparse de problemas exclusivos de los filósofos y se despreocupan de todo lo que preocupa al hombre corriente. Pero, como dice Putnam, los problemas de los filósofos y los problemas de los hombres y las mujeres están conectados, y es parte de la tarea de una filosofía responsable hallar la conexión.

Todos tenemos nuestra teoría de la vida y del mundo, más o menos elaborada y definida, conforme a la cual, las más de las veces, actuamos. Quizá hemos dedicado muy poco tiempo a reflexionar y a construir nuestra propia teoría de la vida, pero contamos siempre con alguna. Casi todos los errores prácticos disponen de una filosofía (falsa, pero filosofía) propia, con sus manuales, sus profesores y hasta su tradición escolar.

Evidentemente, la manera que tiene la persona de tratarse a sí misma, a los demás, a las cosas propias y ajenas, así como los asuntos públicos, es muy distinta si se piensa, por ejemplo, que el hombre es simplemente un pez evolucionado que si se sabe que es un ser personal creado por Dios a su imagen y semejanza. La idea que cada uno se forja de "hombre" o "persona" influye decisivamente en su estado de ánimo y comportamiento. El hombre es un ser racional, un animal cuya actividad más específica es razonar, hallar los porqués de las cosas e inferir las consecuencias de unos principios adoptados, etcétera. Por eso sólo lo razonable da paz al espíritu.

El hombre siente la necesidad de respaldar con razones sus emociones, deseos, impulsos y acciones; y si no las encuentra y quiere seguir en la misma dirección de sus sentimientos, tiende a construir alguna teoría "vero-simil", que le tranquilice o acaso narcotice. Puede encerrarse en su subjetividad y negarse a reconocer la verdad de las cosas. Puede abandonar la verdad de las cosas para refugiarse en certezas meramente subjetivas, con el riesgo de caer en la soledad de aquel poeta que escribió estos versos:
En mi soledad
he visto cosas muy claras
que no son verdad.

Con "su verdad" subjetiva, el hombre se exculpa y se aquieta, al considerar que la conclusión es de una "lógica aplastante". En todo caso se ha optado por una idea —más o menos clara, más o menos verdadera— de hombre, de mundo y de Dios.

En resumidas cuentas, Filosofía significa enterarse del sentido de la vida humana. Y hay que captarlo también filosóficamente, razonadamente.

El hombre sin metafísica, sin respuesta a la pregunta de las preguntas, al porqué de todos los porqués, es un ser radicalmente inseguro y agobiado. Puede incrementar sin término su saber operativo (práctico), construir y manejar cosas, aparatos, instrumentos,... pero ¿para qué?.

Aunque llegase a dominar al universo: "¿para qué?". Acabaríamos preguntando, con el escepticismo de Lenin: "La libertad, ¿para qué?"; o con el de Pilato: "la verdad, ¿qué es la verdad?"; o con el tremendo pesimismo del ateísmo de un Jean Paul Sartre: "el hombre es una pasión inútil, el niño es un ser vomitado al mundo, la libertad es una condena"

La seguridad íntima, la paz interior que ya era objeto de preocupación por parte de los antiguos filósofos griegos, no se obtiene más que por el conocimiento metafísico de la realidad, que no es de carácter técnico. La técnica mantiene una elocuente amenaza a la supervivencia de la Humanidad, lo cual es una manifestación clarísima de su radical insuficiencia para resolver las cuestiones fundamentales de la existencia humana.
Queremos saber no sólo cómo son las cosas y cómo se comportan, y cómo puedo aprovecharme de ellas de un modo inmediato, sino qué sentido tienen para mí; qué puedo esperar de ellas en último término.

Lamentablemente, la sabiduría —como dice Carlos Cardona— ha sido sustituida por la técnica. La filosofía —en el sentido clásico del término— ha sido declarada inútil. Sin embargo, San Agustín afirmaba que la razón del filosofar está precisamente en la felicidad (nulla est homini causa philosophandi, nisi ut beatus sit). El hombre, nos atrevemos a decir, para ser feliz necesita filosofar. Porque ¿cómo se puede ser feliz sin saber de dónde vengo, a dónde voy, dónde me encuentro, qué sentido tiene mi vida, que va a ser de mí, qué caminos me pueden conducir a alguna parte?

Contemplar el mundo intentando captarlo en su totalidad, eso —dice Schumacher— es filosofar. Esto es indispensable para orientarme en el mundo. Pieper dice que la característica principal de toda pregunta filosófica es la de implicar una pregunta por el todo. "Todas las preguntas filosóficas ponen inevitablemente en cuestión el todo de la existencia. Y quien la quiera dsscutir habrá de declarar y poner sobre el tapete sus convicciones más íntimas y sus tomas de postura últimas".

Esto es inevitable también porque las objeciones que agresivamente se oponen hoy a la utilidad de la Filosofía implican una concepción global del mundo, del conjunto de la realidad y de la existencia.



El núcleo común a todas las filosofías
La legítima diversidad de enfoques y perspectivas, hacen que se hable no sólo de Filosofía sino de "filosofías", en plural.
 
El núcleo común a todas las filosofías
El núcleo común a todas las filosofías
Un motivo del descrédito que padece la filosofía es el hecho de haber muchos sistemas filosóficos contradictorios entre sí. Parece que no hay quien pueda aclararse acerca de la verdadera filosofía. Más aún, ni se sabe qué pueda ser eso de «filosofía». Unos la definen de una manera, otros de otra. Por poner un ejemplo, Nietzsche y Tomás de Aquino, no tienen nada que ver. (¿O sí?)

Es comprensible tal confusión, pero no irremediable. Si nos atenemos a los grandes filósofos de la Historia, por divergentes que sean, coinciden en algo muy significativo. El profesor Millán Puelles dice: al describir lo que entienden por filosofía todos coinciden en rechazar la de los demás. Esto podría desalentar a un alumno poco avisado, pero lejos de ser motivo de desaliento constituye un dato elocuente, sobre todo si se tiene en cuenta que los motivos de la discrepancia entre las escuelas, también coinciden.

Todos convienen en acusar a los otros de insuficiencia en la definición de filosofía; dicen de la otra que es reductiva, que no abarca la universalidad del horizonte que debiera tener; o también que no alcanza la suficiente radicalidad (cuando hablamos de radicalidad aquí, no estamos hablando en el sentido político, sino etimológico de la palabra: radical viene de radix, raíz; radical en filosofía no es el fanático o extremista, es el que llega a la raíz de los asuntos). Por eso -concluye Millán- todos coinciden en que:

  • El saber filosófico debe estar abierto al más amplio horizonte;
  • Al explicar las cosas, la Filosofía ha de hacerlo con la mayor radicalidad posible (al revés de lo que hacen las ciencias particulares), es decir, ha de alcanzar las raíces últimas -los porqués últimos- de la realidad contemplada.

    Hay, pues, un telón de fondo siempre presente en la idea común de Filosofía:
  • No cabe reducirla a ningún saber particular
  • Ni a la suma de todos los saberes particulares.

    El saber filosófico se sitúa en otro nivel de profundidad y de altura.

  • La filosofía ha de explicar la totalidad, el conjunto de todos los seres desde sus más hondos o fundamentales principios. Contemplar el mundo intentando captarlo en su totalidad, eso es filosofar, indispensable para orientarme en el mundo. Pieper dice que la característica principal de toda pregunta filosófica es la de implicar una pregunta por el todo. "Todas las preguntas filosóficas ponen inevitablemente en cuestión el todo de la existencia. Y quien la quiera discutir habrá de declarar y poner sobre el tapete sus convicciones más íntimas y sus tomas de postura últimas".

    Esto es inesquivable, también porque las objeciones que agresivamente se oponen hoy a la utilidad de la Filosofía implican una concepción global del mundo, del conjunto de la realidad y de la existencia.

    No hemos llegado así a una definición real de Filosofía, pero sí a una definición por su meta ideal: un saber omniabarcante, que dé razón de todo cuanto es y acontece. ¡Casi nada!


    Posibilidad de un conocimiento global

    Ahora bien, ¿cómo es posible que un entendimiento humano conozca toda la realidad? Parece imposible. Pero advirtamos que no se trata de conocer todas y cada una de las cosas en todos sus detalles particulares. Esto sería imposible. Sólo Dios conoce así toda la realidad en un único acto de conocimiento. Nosotros podemos conocer todas las cosas en sus determinaciones más generales, en sus principios más universales, en sus causas últimas. Aristóteles y Tomás de Aquino dicen que la Filosofía es anthropiké doxia, humana sabiduría; humana, pero sabiduría. ¿Y qué hace la "sabiduría"? Abrazar todo conocimiento a la luz de los principios más fundamentales de la razón, de los porqués últimos (o primeros, según se mire) de la totalidad de lo que es.

    La filosofía, en efecto, estudia las causas primeras y los fines últimos de las cosas, y, más radicalmente, la Causa primera y Fin último del universo, que en la realidad coinciden en Dios. La Filosofía alcanza el ser mismo de Dios, justamente como el Ser al que remiten todos los entes, en tanto en cuanto se muestran como efectos suyos, como entes que de Él proceden y a Él se encaminan.

    Llegar a la Causa Suprema y volver a mirar desde ella todas las demás cosas es la tarea del sabio, objeto de la sabiduría. Verlo todo a la luz del Principio primero y del Fin final, saliendo de Dios y a Dios volviendo: esto es sabiduría: contemplación, pero con consecuencias enormemente prácticas: porque cuando se ve el principio y el fin del camino ya se ha visto el sentido del caminar y entonces el caminar se hace seguro y gustoso.

    El conocimiento de los primeros principios de la razón permite un conocimiento ordenado de la variopinta realidad; un conocimiento unitario y, por eso mismo, sosegante.

    Las demás ciencias, en cambio, miran la realidad y la parcelan o dividen entre ellas. Cada una mira un aspecto de la realidad física, química, biológica, etcétera. Y hay que salir de cada una de ellas para tener un visión universal, de conjunto, omniabarcante. La filosofía es la ciencia que está sobre todas las demás, porque le incumbe estudiar todas esas realidades en relación al primer principio y último fin.

    Hay pues un concepto generalmente compartido por los filósofos: el de universalidad. El filósofo es siempre alguien que se pregunta no por tal o cual sector de la realidad, sino por el todo de la realidad. Los planteamientos y las respuestas han sido y siguen siendo con frecuencia divergentes e irreductibles entre sí, según los distintos filósofos. Pero es posible que exista "la" Filosofía, que cabe escribir con mayúscula: una filosofía verdadera capaz de ser compartida por todos los que la deseen. Sin embargo, es preciso reconocer que tanto la legítima diversidad de enfoques y perspectivas, como la inevitable limitación de la humana inteligencia -cuando no los errores de que somos capaces-, hacen que se imponga hablar no sólo de Filosofía sino de "filosofías", en plural.


  • Filosofía y sentido común
    Los niveles del conocimiento humano son el sentido común, la Ciencia y la Filosofía.
     
    Filosofía y sentido común
    Filosofía y sentido común

    NIVELES DEL CONOCIMIENTO HUMANO

    Los niveles o modos de conocimiento humano son, varios; al menos tres:

  • Sentido común
  • Ciencia
  • Filosofía (Fe)

    Los tres están al alcance de cualquier persona, puesto que son capacidades naturales de la inteligencia humana. La fe, en sentido teológico, es una capacidad sobrenatural que presupone un don sobrenatural, por eso no la contamos ahora.

    Son, pues, tres grados de conocimiento que el hombre puede adquirir por medio de sus facultades: a partir de la sensibilidad y de la inteligencia en continuidad con la sensibilidad, en contacto con la realidad.

    El conocimiento de las cosas por sus causas últimas es el conocimiento más alto al que podemos aspirar. "Ver" las cosas desde sus principios constitutivos, y desde sus causas últimas, es en definitiva, como verlas un poco desde Dios, desde su origen absoluto.

    Esto se consigue a nivel natural, en cierta medida y manera, mediante la FILOSOFIA.


    Por otra parte, Dios, amorosamente, nos ha hecho partícipes de su sabiduría divina, externamente mediante la revelación consumada en Jesucristo, e íntimamente mediante el don sobrenatural de la fe.
    La fe, lejos de oponerse a la razón, aumenta su capacidad de comprender. Si la razón es luz, la Fe es una luz mucho más potente, que nos permite conocer cosas que sólo a Dios compete conocer por naturaleza.

    No hay conflicto entre ninguno de nuestros niveles de conocimiento
  • El sentido común nos enseña cómo las cosas aparecen. Y esto es un conocimiento importante, aunque no haya de tenerse por definitivo y completo (el fuego quema, el agua moja).
  • La ciencia indaga y manifiesta las causas inmediatas de las cosas que caen bajo nuestro radio de observación y experimentación. Es un conocimiento más profundo (el agua está compuesta de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno).
  • La filosofía nos conduce al conocimiento de las últimas causas de los entes, en cada uno de los grados que sean irreductibles entre sí de participación del ser (el agua y el fuego son entes finitos, compuestos de esencia y acto de ser, de acto y potencia, de sustancia y accidentes).

    La teología aplica el dinamismo de la razón al estudio de las verdades que Dios nos ha revelado, para comprenderlas cada vez más y mejor, en armonía con todos los demás conocimientos ciertos que tenemos a nuestra disposición.

    Son distintos niveles de desarrollo del conocimiento (sobre el agua y el fuego, la vida, la inteligencia, el alma y Dios).

    Filosofía es un tercer saber, por encima del saber vulgar y del saber científico, aunque inferior a la teología. Tiene puntos de contacto con todos los demás, pero sin coincidir con ninguno de ellos.


    Sentido común, ciencia y filosofía nos dan distintos niveles de la verdad de las cosas.
    Sin el sentido común no tendríamos posibilidad de supervivencia; sin la ciencia no cabría desarrollo técnico; sin filosofía no sabríamos nada sobre el origen, el fin y el sentido de la vida.


    Sentido común y Filosofía

    Normalmente llamamos sentído común al conocimiento ordinario que todo el mundo posee por el ejercicio espontáneo de la razón, de forma no reflexiva, es decir, precientífica.

    El eterno escepticismo se manifiesta en la filosofía contemporánea en las siguientes reducciones del campo de conocimiento humano:
  • sólo cabe conocer fenómenos (Kant)
  • sólo podemos conocer la mera esencia de los conceptos (Husserl)
  • sólo la angustiosa y precaria existencia subjetiva (Heidegqer)
  • sólo las estructuras formales del lenguaje, con sus finalidades exclusivamente prácticas (filosofía analítica)
  • sólo lo que esté encerrado en el "círculo hermenéutico" (Gadamer).

    Todos estos autores tiene en común la idea de la relatividad de la cultura: todo en la cultura del hombre sería relativo, todo sería historia; nada habría fijo y permanente.

    Sin embargo es fácil advertir que el hecho de que las demás culturas puedan comunicar con nosotros, de que podamos aceptar o rechazar sus teorías, indica que podemos entendernos, y que por tanto hay una base común de conocimientos y certezas independientes de las diferencias geográficas y temporales. Ese conjunto de certezas naturales y universales es lo que desde el siglo XVI le ha venido llamando "sentido común".


    Certezas del sentido común

    Las certezas que componen lo que llamamos sentido común son verdaderamente comunes a todos, hasta el punto de que nadie carece de ellas, ni puede prescindir de ellas en el momento de razonar.

    En efecto, los mismos que niegan el sentido común, lo utilizan, al menos en parte, como presupuesto implícito de sus razonamientos.

    Así por ejemplo, como ya aclaró definitivamente Aristóteles, sólo puede negarse el principio de no contradicción haciendo uso subrepticio de él.

    Hay una serie de "principios metafísicos" y de principios morales que forman parte ciertamente del sentido común:
  • La idea de mundo o universo, es decir, el conjunto ordenado de todas las cosas que se constatan como existentes y se conjeturan como posibles. Todas ellas se encuentran conectadas con la idea comunísima de "ser". Son cosas que son algo, pertenecen al orden del ser.
  • La conciencia del propio yo, como sujeto en relación al universo de objetos.
  • En tercer lugar, la noción de "orden" entre las cosas, de la que deriva la evidencia de un deber de ajustarse con la propia libertad a ese orden para alcanzar el fin final.
  • Finalmente, la noción de causa primera y último fin, o sea, Dios creador y providente, legislador y remunerador.

    En el sentido común no hay más que encontrar, a no ser las certezas que derivan de las mencionadas por simple explicitación. Son pocas, pero absolutas y universales. No hay hombre que hable y razone sin hacer uso de ellas como punto de partida, como gramática de su lenguaje, como armazón lógica de su reflexión sobre la realidad en la búsqueda de una sabiduría de cualquier género.

    Aun cuando alguien en filosofía quiera negar alguna de esas certezas o el conjunto de todas ellas (escepticismo), se descubre en el lenguage del que la habla, la existencia previa de estas mismas certezas: no sólo como un anacronismo sino como elemento actual de soporte lógico de todo discurso.

    Justamente por eso, toda filosofía que no respete el sentido común (aunque no lo reconozca y defienda explícitamente) es una falsa filosofía o una filosofía falsa, en la que siempre se podrá descubrir una incoherencia lógica, una contradicción intrínsica. Y la contradicción es la muerte de toda la filosofía, como de cualquier pensamiento, tanto teórico como práctico.

    Alma de una cultura
    Sin embargo el sentido común nunca se encuentra en estado puro. Siempre se encuentra -como el alma- en un cuerpo, en el sentido de que anima y hace posible la existencia de un pensamiento y de una cultura, pero no le puede ver separado de ellos.

    Por eso se ha dicho que "el sentido común es la base inexpresada de toda expresión" (Francis Jacques).

    Cuando en un discurso humano se afirman cosas compatibles con el sentido común, se trata de opiniones en principio aceptables; pero si no son compatibles con aquellas verdades primarias, entonces no sirven para nada, ni para la verdad humana ni para la recepción de la verdad sobrenatural.

    Las ciencias particulares y también la filosofía, arrancan del sentido común -no podría ser de otro modo-, que normalmente nos dice cómo son las cosas, y reflexiona sobre nuestros conocimientos adquiridos de modo espontáneo, y va más allá , indaga por qué y para qué son o suceden las cosas en particular.

    Las ciencias se distinguen o especifican por sus objetos; dicho más llanamente, por el aspecto que le interesa de los objetos. Cada aspecto particular, puede ser, en principio, objeto de una ciencia particular. La medicina se ocupa de la salud del cuerpo, la psicología de los fenómenos psíquicos, la ecología del orden que hay o debe haber en el medio ambiente, la geología se ocupa de la estructura de las rocas...

    Pues bien, entre las ciencias se encuentra una que constituye una especie única, porque en lugar de interesarse por aspectos particulares de las cosas, se interesa por la realidad como tal. No estudia tanto esta o aquella realidad concreta, sino que, partiendo, como es lógico de realidades concretas, se remonta a los principios primeros o causas últimas de la realidad.


    Filosofía

    Alguien ha definido la filosofía como «aquello sobre lo que los niños preguntan hasta que los padres, hartos, les dicen que no sean pesados o tontos». La definición no es del todo mala. Mamá ¿dónde se ha ido el ayer? Mamá, ¿por qué yo soy yo? Mamá, ¿los sueños son realidad? ¿La verdad es verdadera? Y todo esto, ¿tiene alguna importancia?

    Cuenta Mariano Artigas que un día -un 15 de noviembre- se encontraba en un tren, camino de Bilbao. Eran casi las 10 de la noche. Subió una señora con dos niños pequeños. Uno de ellos tendría 6 años y no paraba de hablar en voz alta. De pronto exclamó: «¡Mamá , cómo corre el tren!». Y enseguida añadió: «¡Y ni se nota!». Se quedó pensativo unos instantes y preguntó: «¿por qué no se nota?».

    Esta es una buena pregunta. El sentido común se suele extrañar de que las cosas sucedan igual en una habitación donde todo se halla en reposo que en un tren que se mueve a gran velocidad. El que sabe física dirá que la explicación de este hecho está en la inercia. (vid. Mariano Artigas, Cíencía y sentido común). Pero ¿qué es la inercia? La respuesta quizá sea un poco decepcionante. En Física, la inercia es un postulado. Parece que a los físicos incumbe decirnos qué son las cosas y por qué suceden unas y no otras. Kant tenía una fe absoluta en la exactitud de la física. Pero cada día que pasa, los físicos se encuentran más perplejos a la hora de responder por las cuestiones más radicales: qué es la realidad, por qué es así y no más bien de otra manera.

    Sobre todo desde que se descubrió la física cuántica, los físicos han caído en la cuenta de que cuando se acercan a la realidad para observarla y medirla de alguna manera, ¡no hay manera de dar un explicación objetiva!. Se dan cuenta de que ellos mismos están implicados en la pregunta y toda respuesta está condicionada por la subjetividad o situación del que mide. Todo depende del punto de vista del observador.

    Ya tenemos la teoría de la relatividad que ha hecho famoso a Einstein. Pero muy pocos saben lo que significa relatividad para Einsten. Para muchos "todo es relativo" quiere decir que la realidad es incognoscible de un modo objetivo, que no podemos saber qué es verdad y qué es mentira. El bastón recto metido en un cubo de agua, lo vemos torcido. Todo depende del punto de vista. El físico no puede decirnos más de lo que se manifiesta a su punto de vista. Pero esto no es un fracaso de la Física, ni del entendimiento humano.

    La Física ya hace mucho haciendo posible muchas cosas útiles para la civilización. No hay que pedirle más; no hay que exigirle que además nos diga qué son las cosas o porque son así y no de otra manera. Si le preguntamos a un profesor de Física: ¿qué es en realidad la inercia, la gravedad, etcétera?, es lógico que no sepa responder: no es un fracaso de la Física, porque la pregunta "qué es" se refiere no a lo que "aparece", sino a lo que "es" la realidad como tal. Pero la Física se ocupa de los fenómenos, no de lo que hay «debajo» de ellos. Para eso está la Filosofía y, más concretamente, la Metafísica, que parte de los fenómenos pero razona sobre ellos y procura «leer dentro» (intus legere) para dar con el quid de la cuestión.


    Lo que no es Filosofía

    No debe confundirse la filosofía con el "pensar mucho". Muchos otros profesionales -abogados, arquitectos, ingenieros-, necesitan pensar mucho y no es la su una tarea filosófica.

    Tampoco es pensar pensamientos (o ideas). Filosofía es pensar a fondo sobre la realidad.

    Filósofo no es el que sabe más cosas y es capaz de ganar cualquier concurso de TV o radio;
    ni es el que entiende de cualquier cosa (electrónica, informática, setas, sellos, minerales, etcétera) sino el que entiende más a fondo la realidad misma: -¿por qué el ser y no más bien la nada? ¿qué son el bien, el mal, la libertad, la felicidad, la criatura, Dios?
    Es curioso que la suprema aspiración universal -absolutamente universal- que es la de ser feliz, esté rodeada de una no menos suprema y universal ignorancia.

    Platón, uno de los primeros que comenzaron a hablar de "filosofía" como tal, decía que los filósofos eran los que estaban interesados en lo eterno y inmutable. Platón y Aristóteles no reducían la filosofía a un mero análisis lógico y lingüístico, como ha sucedido en los últimos tiempos.

    Que la Física y la Matemática, contra lo que pensaba Kant, no sean ciencias exactas y que no nos puedan esclarecer la esencia de las cosas y el sentido de la realidad no debe ser motivo de escepticismo o desaliento. Lo que hay que hacer, para conocer esas cosas, es Filosofía. La Filosofía no nos dirá cómo es la estructura del átomo, pero no podrá ilustrar sobre su sentido. Y lo mismo con el universo entero.

    Las grandes cuestiones filosóficas
    Los intereses y temas que tradicionalmente han ocupado a los filósofos: Fundamento del ser, la verdad, el bien.
     
    Las grandes cuestiones filosóficas
    Las grandes cuestiones filosóficas

    Los temas que tradicionalmente han ocupado a los filósofos son :

    1. El problema del fundamento del ser o existencia:
  • ¿Cómo se explica la existencia del mundo, que no es necesario en absoluto?
  • ¿Cuáles son los sentidos del ser?

    2. El problema de la verdad:
  • ¿Existe la verdad?
  • ¿Es cognoscible la verdad?
  • ¿Qué tipo de verdades podemos conocer?

    3. ¿Qué es el bien?
    ¿Cómo hacerlo?
    ¿Cuál es mi fin?
    ¿Cuál es el sentido de mi vida?


    Como se ve, se trata de cuestiones radicales, que afectan a los cimientos mismos de la realidad y a toda la realidad.

    Las cuestiones filosóficas afectan siempre al sentido de la existencia, al por qué y para qué existimos. ¿Cuál es nuestro origen y cuál nuestro fin?

    El filósofo se interesa por toda la realidad, pero no en sus pormenores (como la estructura del átomo o si es primero el huevo o la gallina) sino en sus modos de ser más generales.

    Por ejemplo, la Filosofía no se pregunta por los innumerables tipos de sustancia que se encuentran en el universo, sino por la substancia como tal. ¿Qué es la sustancia? ¿y qué son los accidentes? ¿Cuántos modos de ser irreductibles entre sí hay en la realidad? Aristóteles dirá que hay varios géneros de accidentes, inrreductibles entre sí, : el cuánto, el cuándo, la relación, el ubi, etc.
    El físico se pregunta por el color de la una, el sabor, el tiempo de la cosecha de tal especie... Se interesa por todas las cualidades que se pueden medir de alguna manera y que se pueden percibir por alguno de los sentidos o por medio de los aparatos cada vez más sofisticados que existen.

    El Filósofo (metafísico) se pregunta en cambio por un componente que no se ve y que sin embargo debe existir porque sustenta a todos los accidentes. Es la sustancia. La sustancia no se ve tal cual es, lo que se ve son sus accidentes: sabor, color, peso...

    En realidad no estamos hablando de lo mismo, el físico y el metafísico. El físico se detiene en los fenómenos de las cosas, es decir, en sus apariencias; y en las causas de los cambios de esas apariencias. Son cambios físicos (perceptibles, describibles), por ejemplo, el tabaco se convierte en ceniza. No es un mero cambio accidental, sino un cambio de una sustancia en otra: un cambio sustancial.

    El Filósofo se interesará no sólo por el cambio del tabaco en ceniza, sino por el cambio de una sustancia en otra, cualesquiera que sean esas sustancias. El filósofo se interesa por el cambio sustancial mismo. ¿Cómo puede suceder? ¿En que condiciones? ¿Cómo deben ser las cosas para admitir ese tipo de cambios?

    La gran ventaja de la filosofía primera es que todo lo que dice vale para todo y para siempre, precisamente porque no se detiene en los pormenores, sino que va a lo esencial, va a la raíz.

    Si estudiamos la vida orgánica como tal y averiguamos algunas verdades ciertas, serán ciertas para toda vida orgánica, no sólo para algunas modalidades.


    Argumentos filosóficos

    Veamos, ahora, para hacernos un idea más precisa de la esencia de la Filosofía, un ejemplo de argumento propiamente filosófico.

    El filósofo observa la realidad inmediata. El punto de partida no es alguna especie de elucubración o impresión meramente subjetiva. El filósofo sano, persona normal, como casi todo el mundo, observa. Enseguida se da cuenta de que todas las cosas que caen bajo su experiencia se encuentran de un modo u otro en movimiento, o lo que para el caso es lo mismo: son cambiantes. Entonces reflexiona sobre la realidad observada, pero no ya la de éste o aquél movimiento o cambio particular, sino sobre la realidad del cambio o movimiento mismo, con independencia (es lo que se llama "abstraer") de todas sus múltiples modalidades singulares posibles. Y se pregunta por su razón de ser: ¿Cómo se explica el cambio, cómo es posible que algo que no era (así) llegue a ser (así)? Más radicalmente aún (cabría decir, incluso, más filosóficamente todavía) ¿cómo es posible que algo que no es en absoluto llegue a ser algo, lo que sea?

    El filósofo discurre, razona sobre todo esto y descubre lo que, en principio se nos antojaría un contrasentido: el movimiento sólo puede ser real, efectivo, si hay una causa... ¡que realmente no se mueva, que no cambie!, porque si cambiara nos remitiría a una serie indefinida de motores moviéndose unos a otros, que no explicaría nada. Se llega por ese camino a la conclusión de un argumento que ahora hemos reducido a su mínima expresión, pero que es riguroso; también es, si se quiere, sorprendente, pero irrefutable: el primer y radical principio del movimiento debe ser inmóvil; debe mover sin moverse. De otro modo no se explicaría nada de lo que acontece. De manera análoga se llega a descubrir que el principio del tiempo no puede ser temporal sino eterno.

    El cientifista nos respondería: bueno, el razonamiento parece correcto, pero esto no quiere decir que responsa a la realidad. Habéis concluído que hay un Ser inmóvil que mueve todo lo demás, una Ser eterno que pone en marcha al tiempo. Pero no tenemos experiencia alguna de la inmutabilidad ni de la eternidad. No cabe verificar el argumento en un laboratorio, no es posible verificar experimentalmente la realidad de lo Inmóvil y Eterno. Luego no es seguro que exista...


    El fundamento

    El primer tema que aparece en el inicio del filosofar, una vez asombrados ante la realidad verdadera del mundo que está ahí y la mía que se corresponde con la verdad, es la cuestión del fundamento, de lo que los griegos llamaban arjé: no significa exactamente causa, sino principio, lo primero, aquello de donde se genera la realidad y la sustenta actualmente: no se trata de algo que "fue" y ya no es, sino de lo que ahora funda la realidad actual, lo que por tanto es lo primero actual, o por decirlo en términos ya maduros, el acto primero, que constituye la realidad como verdadera.


    La esencia

    Y luego la cuestión de la esencia, que Polo propone llamar con palabras actuales, "meollo, "intríngulis", "busilis" (esto tiene mucho "busilis", es muy de ponderar), lo más íntimo, lo más profundo, porque está como escondida en el fundar, fundando, siendo fundamento. (Herácilto decía que al fundamento le gusta ocultarse).


    La multiplicidad y las relaciones

    Enseguida se ve que no hay una sola esencia, que hay muchas; que no sólo hay verdad, sino verdades. Además hay diferencia de rango: la esencia de Dios es superior a la de la mosca, etc. Es claro que no se puede admitir un monismo puro, pero tampoco se puede caer en un pluralismo anárquico de esencias descoyuntadas. Debe de haber conexión entre las esencias, que facilite una visión global. La realidad tiene que estar articulada. Anaxágoras, maestro de Sócrates se dio cuenta de esto. La solución la aportó Platón, cuya filosofía no es sólo un saber de esencias, sino un saber sintético. La filosofía busca un saber global (total o universal): no hay nada suelto, inconexo. La filosofía busca conexiones, relaciones que guardan entre sí las esencias y las ideas. No relaciones meramente ideales, sino reales, esenciales. A la visión sintética le llama Platón sinopsis (sin-opsis: ver juntamente). No basta ver una idea, hay que verlas todas juntas, lograr una visión global. Todo tiene que ver con todo, nada puede existir aislado.

    Ya tenemos dos características del filosofar:
    1) buscar esencias, el meollo
    2) buscar relaciones: cómo una verdad tiene que ver con otra (síntesis)

    Quien no sabe descubrir o buscar, interesarse por las relaciones entre las diferentes esencias no es filósofo. Se requiere una mente sinóptica, capaz de ver de un golpe de vista el "cosmos" (orden, palabra aristotélica).

    Esto es lo que Tomás de Aquino llamaba saber universalísimo. La visión sintética es una de las aspiraciones de la filosofía primera. Los grandes filósofos coinciden en que sin visión global la metafísica no es posible (al contrario de lo que ocurre con las ciencias segundas; el planteamiento científico positivista no permite la visión sintética). Algunos estiman que es un ideal irrealizable o realizable en condiciones precarias. También sucede que ciertas formulaciones sintéticas que se han propuesto son mejorables. Desde luego, es un reto: ¿cómo todo tiene que ver con todo?


    Poner en marcha el pensar

    Para averiguarlo hay que observar y pensar, contemplar. También tendría que hacerlo de vez en cuando el científico para no perderse y buscar lo esencial. De lo esencial, del meollo, intríngulis o busilis, se ocupa hoy poca gente. Por eso, como decía Ortega, lo que pasa es que no sabemos lo que nos pasa. Hay dispersión de saberes; hay desintegración. Por eso hoy es tan importante la filosofía. Lo que no es lo mismo que titulados en filosofía, sino pensadores que saben pensar como filósofo, es decir, logrando nociones abarcantes, que relacione asuntos diversos, sabiendo que todo lo que atañe a un punto repercute en los demás. "La filosofía no es un monopolio profesional"(p. 55).

    Ver el mundo por un canuto y decir que eso es la realidad, no es acertado, es perverso (dispersa, desintegra), por un defecto de racionalidad científica. Siempre que alguien se reduce exclusivamente al método analítico, sin síntesis, aparecen efectos perversos (ejemplo de la FIVET).
    Necesitamos expertos en cuestiones globales.
    En cambio, el que sintetiza, puede tomar decisiones aunando y reuniendo el parecer de los especialistas, relacionándolo. En esto consiste la capacidad de síntesis de la razón práctica. El organismo es el mejor ejemplo de síntesis. La mejor manera de avanzar en el saber es desarrollar la capacidad sintética.
    Bien entendido que todo esto el filósofo lo va haciendo al modo (platónico, es decir, dialéctico) autocrítico. Quien no someta las soluciones que aporta a autocrítica no es filósofo, no puede ser tomado en serio.

    Recapitulemos: la filosofía se ocupa de:
    • esencias, quididades (el quid de la cuestión), ideas en sí, la verdad intrínseca a la realidad, cuestiones clave.
    • descubre que todo tiene que ver con todo y,
    • busca la visión global, síntética, universal (sinopsis.)


    No se trata pues de cuestiones de poca monta, ni de respuesta fácil. Son cuestiones muy básicas, incluso muy elementales al comienzo, por eso un pequeño error en sus respuestas suele derivar en enormidades tremendas en la conducta, en la vida de las personas y de las sociedades.


    Radicalidad

    Como quedó dicho, una característica del pensamiento filosófico, bastante olvidada, es la radicalidad. Lo que distingue a la Filosofía de otras disciplinas intelectuales no es tanto que tenga objetos propios y que los demás les sean ajenos, sino la manera de considerarlos. "Lo decisivo -dice Julián Marían- es el punto de vista, la perspectiva, y por tanto el método. El filósofo se interesa por la realidad, se entiende, por toda la realidad".

    "No es que entienda de innumerables cosas; más bien al contrario, no es necesario que sea hombre de muchos saberes; los diversos campos son conocidos por los que se dedican a ellos y los investigan con los métodos apropiados. Pero hay ciertas preguntas que las disciplinas particulares no se hacen, porque no pertenecen a ellas, y a las cuales el filósofo no puede renunciar. Tiene que saber cuál es el puesto que ciertas cosas ocupan en el conjunto de la realidad, y por tanto qué forma de realidad les pertenece.

    Sin una respuesta adecuada el hombre queda en estado de desorientación, por muchas cosas que sepa. Esa es precisamente la situación de nuestro tiempo, en el que se saben más cosas que en ninguna otra época, pero la cuestión es precisamente "quién" las sabe (quién es ese que las sabe y cómo las sabe). Y en muchos casos hay que contestar que nadie. Justamente porque no se sabe dónde ponerlas, cuáles son sus conexiones, qué puesto ocupan en una realidad que es -conste, "es", nos guste o no- sistemática"


    ¿Qué es el mundo, quién soy yo, de dónde vengo, a dónde voy, cuál es mi principio, mi fin y mi papel en la Historia; en suma, qué sentido tiene mi vida y todo cuanto existe?


    Cuestiones de vida o muerte

    La Filosofía no deja de girar en torno a esas eternas y excitantes cuestiones. Del modo de responder a ellas depende el color dominante de nuestra vida: gozo, angustia, esperanza, desesperación, hastío, indiferencia o pasión por el vivir. Grandes contrastes presentan esos diferentes sentimientos que "las" filosofías de hecho han suscitado a lo largo de su no corta historia.

    Cabe decir, pues, que se trata de cuestiones que tocan no sólo al modo de vivir, sino más radicalmente aún, a la vida misma. Se trata, en una palabra, de cuestiones de vida o muerte. No es exageración, pues filosofías hay - por ejemplo, la de Jean Paul Sartre - que desembocan en la náusea por la existencia; otras han propiciado la "justificación" del nazismo, como la de Hegel; otras, los genocidios de Stalin, como la de Karl Marx; y otras, en fin, el asesinato de millones de niños aún no nacidos, como propicia la filosofía hoy aún dominante, compartida más o menos explícitamente por muchos de nuestros contemporáneos. Es decir, hay filosofías de vida y filosofías de muerte. Hoy predominan desgraciadamente las "filosofías de muerte". De hecho, se ha podido escribir: "Desgraciadamente, nuestro siglo es, entre todos, el más fértil en carnicerías; la consternación que se siente al comprobarlo no encuentra ningún consuelo en el dato estadístico, ampliamente difundido, de que es el más sangriento porque es también el más poblado de la historia. Este tipo de consuelo puede quedarse para los que han tomado el partido del mal...".

    Hay filosofías que disuelven casi sin residuo el sentido común; y otras que, en cambio, se aprovechan de sus certezas, las tamizan con rigurosos argumentos, y las asumen como plataforma para remontarse al conocimiento de las verdades relativas a las trascendentales cuestiones ya mencionadas.

    Según la noción clásica, sabiduría es el saber más elevado, porque es el que se supone que alcanza las explicaciones más profundas y radicales de las cosas, obteniendo así noticia cierta de los primeros principios del ser, de tal manera que el "sabio", de algún modo, conoce todo -todas las cosas-, aunque no en sus detalles singulares, sino en sus principios íntimos y en sus causas últimas, esto es, con aquellos conceptos más universales, que explican más cosas con menos elementos.

    Todos tenemos alguna experiencia de lo que esto significa cuando comprendemos alguna cosa a partir de otra más general y abarcante, sin detenernos en detalles innecesarios. Cada vez que nuestra inteligencia consigue reemplazar el conocimiento de algo por alguno de sus principios o causas más fundamentales, anda por el camino de la sabiduría.


    Cuestiones vitales

    En rigor, todos vivimos de cierta filosofía, acertada o no, explícita o implícita, aunque no sepamos definirla y exponerla de un modo sistemático y claro. La Filosofía se ocupa, precisamente, de las cuestiones más vitales para el hombre, que no son abordables desde ninguna ciencia experimental. En síntesis, cabe decir que incumbe a la Filosofía ocuparse del sentido del cosmos y del sentido de la vida humana en el cosmos. Con otras palabras, se trata de hallar la razón de ser de nuestro ser, de aquello que explica nuestra existencia en cuanto a su origen y su fin (que no es otro que Dios. Dios permanece oculto a todo método de investigación experimental. La única manera racional de descubrirlo es con el ejercicio de la razón sobre la experiencia en el mundo).

    A nosotros nos interesa la Filosofía justamente para descubrir de una manera intelectual y lógica, la respuesta racional a las grandes preguntas sobre el mundo, el hombre y Dios.


    Razón y fe

    Una de las maneras de acceder a la verdad sobre esos grandes temas, es la fe teologal. Pero la razón humana tiene también capacidad para conocer el orden natural creado y alcanzar incluso un conocimiento racional y verdadero de Dios como primer principio y último fin de cuanto existe. Sin embargo, a partir de la obra de la creación no se puede saber más de Dios que lo que puede conocerse de Velázquez en el Museo del Prado: se puede conocer la existencia de Velázquez y algo de su personalidad artística. Pero nada puede saberse de las demás facetas de su personalidad, de su conciencia, de sus gustos literarios, de su familia, de las relaciones con las gentes de su entorno, etcétera. Para esto tendríamos que tener otras fuentes de conocimiento además de sus lienzos. Para un conocimiento verdaderamente personal de Velázquez, habríamos de encontrarnos con él cara a cara y preguntarle y escuchar.

    Para conocer a fondo a una persona es preciso que ella nos abra libremente su alma, su mente, su corazón y nos revele lo que ahí acontece. Lo mismo pasa con Dios. La razón puede descubrir que existe, a partir de la creación. Pero ¿qué es y cómo es Dios en su vida íntima? Esto sólo podemos conocerlo si Dios nos abre libremente su intimidad y nos revela lo que hay en Él. Y esto sólo puede suceder por voluntad suya (si quiere, con absoluta libertad) y de un modo sobrenatural. Esto es lo que ha hecho Dios a lo largo de la Historia Sagrada, por medio de los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento y, finalmente por medio de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre.

    Pero hay cosas sobre Dios que podemos conocerlas sin necesidad de la divina revelación: que Dios es nuestro primer principio y nuestro último fin, el gran por qué de nuestra existencia, el fundamento y el sentido de nuestro vivir.
    De otra parte, la fe nos confirma muchas verdades de orden natural y nos aporta muchas otras de orden sobrenatural (el misterio de la Trinidad, de la Encarnación, de la Redención, etc.). Sabemos mucho más de Dios por revelación sobrenatural que por sabiduría racional.
    Sin embargo, no podemos pensar: me basta con la fe para conocer a Dios, a mí mismo y el sentido de mi vida. La fe teologal es importantísima, sin ella es imposible agradar a Dios (Hebreos). Pero no es suficiente, menos aún en los tiempos que corren, porque la fe sola, sin el apoyo de la razón, tiene un enemigo muy peligroso: la ignorancia.


    Armonía entre fe y razón

    Con mucha ignorancia sobre la fe o sobre la ciencia, se pretende oponer la ciencia a la religión y en general la razón a la fe. Se presenta la fe como mera credulidad, como un modo infantil de afrontar la realidad de nuestra existencia. Y es preciso salir al paso de este error. Dios no se puede contradecir: si nos manda creer no es contra la razón. Ni la fe se opone a la razón ni la razón a la fe. El mismo Dios es quien nos da la fe y la razón. No puede contradecirse. Si nos da la luz de la razón es para que la utilicemos del mejor modo posible para prestar el necesario punto de apoyo racional al acto de fe sobrenatural.

    Es fundamental confiar en la capacidad de la propia razón para conocer verdades. Si yo no confiase en la capacidad de mi razón para conocer la verdad, tampoco podría confiar en otro, porque si confío en ti, es porque yo confío en que el conocimiento que tengo de ti es verdadero. Por eso, averiguar los fundamentos de mi conocimientos, redunda en una mejor confianza conmigo y contigo. Hay una disciplina filosófica que trata estas cuestiones: la filosofía del conocimiento.


    La Filosofía, instrumento de comunicación

    Todo esto se desarrollará a lo largo de los cursos filosóficos. Pero vale la pena advertir desde ahora que la filosofía, como saber racional que es, constituye un instrumento inestimable para comunicarnos verdades de modo rigurosamente racional con cualquier persona que admita alguna verdad y confíe en alguna certeza. Con el escéptico absoluto nada se puede hacer sino rezar.

    Pues bien, en estos tiempos es muy necesario este instrumento de trabajo, de apostolado y hasta de vida espiritual que es la filosofía.

    Por otra parte, la fe, en la medida de lo posible, debe ser doctrinal, es decir, bien fundada en sus principios sobrenaturales (los artículos de la fe) y en sus principios racionales (los del conocimiento intelectual).

    La Filosofía que aquí queremos aprender es precisamente una filosofía que se haga cargo de las verdades de sentido común, de las evidencias inmediatas de la experiencia y de la razón y que a partir de aquí desarrolle el pensamiento de una manera lógica y natural.

    La Filosofía puede ser como un idioma común con el que, aún contando con la diversidad de opiniones entre los mismos filósofos, cabe el diálogo, la conversación comunicadora de conocimientos. Toda ciencia es un vehículo de comunicación de verdades, una base sobre la que se puede hablar y entenderse. Pues bien, la Filosofía puede ser la base sobre la que conversar acerca de los grandes temas: el mundo, el hombre, Dios.


  • Pensamiento filosófico de Juan Pablo II
    Toda su filosofía resulta ser una meditación de lo único necesario, un auténtico retorno a lo esencial.
     

    Fe, verdad y cultura en la Filosofía
    De qué trata, en el fondo, la encíclica "Fides et ratio" ¿Necesita la fe realmente de la filosofía, o la fe es completamente independiente de la existencia o no existencia de una filosofía abierta?
     
    Fe, verdad y cultura en la Filosofía
    Fe, verdad y cultura en la Filosofía
    Indice

    1. Las palabras, la Palabra y la verdad

    2. Cultura y verdad

    a) La esencia de la cultura
    b) La superación de las culturas en la Biblia y en la historia de la fe

    3.- Religión, verdad y salvación
    a) La diferencia de las religiones y sus peligros
    b) La cuestión de la salvación
    c) La conciencia y la capacidad del hombre para la verdad

    Reflexiones conclusivas


    ¿De qué se trata, en el fondo, en la encíclica "Fides et ratio"? ¿Es un documento sólo para especialistas, un intento de renovar desde la perspectiva cristiana una disciplina en crisis, la filosofía, y, por tanto, interesante sólo para filósofos, o plantea una cuestión que nos afecta a todos?

    Dicho de otra manera: ¿necesita la fe realmente de la filosofía, o la fe -que en palabras de San Ambrosio fue confiada a pescadores y no a dialécticos- es completamente independiente de la existencia o no existencia de una filosofía abierta en relación a ella? Si se contempla la filosofía sólo como una disciplina académica entre otras, entonces la fe es de hecho independiente de ella.

    Pero el Papa entiende la filosofía en un sentido mucho más amplio y conforme a su origen. La filosofía se pregunta si el hombre puede conocer la verdad, las verdades fundamentales sobre sí mismo, sobre su origen y su futuro, o si vive en una penumbra que no es posible esclarecer y tiene que recluirse, a la postre, en la cuestión de lo útil. Lo propio de la fe cristiana en el mundo de las religiones es que sostiene que nos dice la verdad sobre Dios, el mundo y el hombre, y que pretende ser la "religio vera", la religión de la verdad.

    "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida": en estas palabras de Cristo según el Evangelio de Juan (14, 6) está expresada la pretensión fundamental de la fe cristiana. De esta pretensión brota el impulso misionero de la fe: sólo si la fe cristiana es verdad, afecta a todos los hombres; si es sólo una variante cultural de las experiencias religiosas del hombre, cifradas en símbolos y nunca descifradas, entonces tiene que permanecer en su cultura y dejar a las otras en la suya.

    Pero esto significa lo siguiente: la cuestión de la verdad es la cuestión esencial de la fe cristiana, y, en este sentido, la fe tiene que ver inevitablemente con la filosofía. Si debiera caracterizar brevemente la intención última de la encíclica, diría que ésta quisiera rehabilitar la cuestión de la verdad en un mundo marcado por el relativismo; en la situación de la ciencia actual, que ciertamente busca verdades pero descalifica como no científica la cuestión de la verdad, la encíclica quisiera hacer valer dicha cuestión como tarea racional y científica, porque, en caso contrario, la fe pierde el aire en que respira. La encíclica quisiera sencillamente animar de nuevo a la aventura de la verdad. De este modo, habla de lo que está más allá del ámbito de la fe, pero también de lo que está en el centro del mundo de la fe.


    1. Las palabras, la Palabra y la verdad

    Hasta qué punto no es moderno preguntar por la verdad, lo ha representado magníficamente el escritor y filósofo C. S. Lewis en un libro de éxito aparecido en los años cuarenta, "Cartas del diablo a su sobrino". Está compuesto por cartas ficticias de un demonio superior, Escrutopo, que imparte enseñanzas a un principiante sobre el arte de seducir al hombre, sobre el modo correcto como tiene que proceder. El demonio pequeño había expresado ante sus superiores su preocupación de que precisamente los hombres inteligentes leyesen los libros de los sabios antiguos y pudiesen de este modo descubrir las huellas de la verdad. Escrutopo le tranquiliza con la aclaración de que el punto de vista histórico del que los espíritus infernales han conseguido afortunadamente persuadir a los eruditos del mundo occidental, significa precisamente esto: "que la única cuestión que con seguridad nunca se planteará es la relativa a la verdad de lo leído; en su lugar se pregunta acerca de las repercusiones y dependencias, del desarrollo del respectivo escritor, de la historia de su influjos, y otras cuestiones análogas". Josef Pieper, que reproduce este pasaje de C. S. Lewis en su tratado sobre la interpretación, señala al respecto que las ediciones de un Platón o un Dante por ejemplo, planificadas en los países dominados por el comunismo, anteponían una introducción a cada obra editada, que quiere proporcionar al lector una comprensión histórica y así excluir la cuestión de la verdad. Una cientificidad ejercida de este modo inmuniza frente a la verdad. La cuestión de si lo dicho por el autor es o no, y en qué medida, verdadero, sería una cuestión no científica; nos sacaría del campo de lo demostrable y verificable, nos haría recaer en la ingenuidad del mundo precrítico. De este modo, se neutraliza también la lectura de la Biblia: podemos explicar cuándo y bajo qué circunstancias ha surgido un texto, y, de este modo, lo tenemos clasificado dentro de lo histórico ("Historisch"), que a la postre no nos afecta. En el trasfondo de este modo de interpretación histórica hay una filosofía, una actitud apriórica ante la realidad que nos dice: no tiene sentido preguntar sobre lo que es; sólo podemos preguntar sobre lo que podemos hacer con las cosas. La cuestión no es la verdad, sino la praxis, el dominio de las cosas para nuestro provecho. Ante tal reducción aparentemente iluminadora del pensamiento humano surge sin más la pregunta: ¿qué es propiamente lo que nos aprovecha? Y ¿para qué nos aprovecha? ¿Para qué existimos nosotros mismos? El observador profundo verá en esta moderna actitud fundamental una falsa humildad y, al mismo tiempo, una falsa soberbia: la falsa humildad, que niega al hombre la capacidad para la verdad, y la falsa soberbia, con la que se sitúa sobre las cosas, sobre la verdad misma, en cuanto erige en meta de su pensamiento la ampliación de su poder, el dominio sobre las cosas.

    Lo que en Lewis aparece en forma de ironía, lo podemos encontrar hoy presentado científicamente en la crítica literaria. En ella se descarta abiertamente la cuestión de la verdad como no científica. El exégeta alemán Mario Reiser ha llamado la atención sobre un pasaje de Umberto Eco en su novela de éxito "El nombre de la rosa", donde dice: "La única verdad consiste en aprender a liberarse de la pasión enfermiza por la verdad". El fundamento para esta renuncia inequívoca a la verdad estriba en lo que hoy se denomina el "giro lingüístico": no se puede remontar más allá del lenguaje y sus representaciones, la razón está condicionada por el lenguaje y ligada al lenguaje. Ya en el año mil novecientos uno F. Mauthner había acuñado la siguiente frase: "lo que se denomina pensamiento es puro lenguaje". M. Reiser comenta, en este contexto, el abandono de la convicción de que se puede remitir con medios lingüísticos a lo supralingüístico. El relevante exégeta protestante U. Luz afirma -totalmente en consonancia con lo que hemos oído de Escrutopo al principio- que la crítica histórica ha abdicado en la Edad Moderna de la cuestión de la verdad. Él se cree obligado a aceptar y reconocer como correcta esta capitulación: que ahora ya no hay una verdad a buscar más allá del texto, sino posiciones sobre la verdad que concurren entre ellas, ofertas de verdad que hay que defender ahora con discurso público en el mercado de las visiones del mundo.

    Quien medita sobre estos modos de ver las cosas, sentirá que le viene casi inevitablemente a su memoria un pasaje profundo del "Fedro", de Platón. En él Sócrates cuenta a Fedro una historia que ha escuchado de los antiguos, los cuales tenían conocimiento de lo verdadero. Una vez Thot, el "padre de las letras" y el "dios del tiempo", visitó al rey egipcio Thamus de Tebas. Instruyó al soberano sobre diversas artes inventadas por él, y especialmente sobre el arte de escribir por él concebido. Ponderando su propio invento, dijo al rey: "Este conocimiento, oh rey, hará a los egipcios más sabios y vigorizará su memoria; es el elixir de la memoria y de la sabiduría". Pero el rey no se deja impresionar. Él prevé lo contrario como consecuencia del conocimiento de la escritura: "Esto producirá olvido en las almas de los que lo aprendan por descuidar el ejercicio de la memoria, ya que ahora, fiándose a la escritura exterior, recordarán de un modo externo; no desde su propio interior y desde sí mismos. Por consiguiente, tú has inventado un medio no para el recordar, sino para el caer en la cuenta, y de la sabiduría tú aportas a tus aprendices sólo la representación, no la cosa misma. Pues ahora son eruditos en muchas cosas, pero sin verdadera instrucción, y así pensarán ser entendidos en muchas cosas, cuando en realidad no entienden de nada, y son gente con la que es difícil tratar, puesto que no son verdaderos sabios, sino sólo sabios en apariencia". Quien piensa hoy en cómo programas de televisión de todo el mundo inundan al hombre con informaciones y le hacen así sabio en apariencia; quien piensa en las enormes posibilidades del ordenador y de Internet, que le permiten al que consulta, por ejemplo, tener inmediatamente a disposición todos los textos de un Padre de la Iglesia en los que aparece una palabra, sin haber penetrado en cambio en su pensamiento, ése no considerará exageradas estas prevenciones. Platón no rechaza la escritura en cuanto tal, como tampoco nosotros rechazamos las nuevas posibilidades de la información, sino que hacemos de ellas un uso agradecido. Pero pone una señal de aviso, cuya seriedad está comprobada a diario por las consecuencias del giro lingüístico, como también por muchas circunstancias que nos son familiares a todos. H. Schade muestra el núcleo de lo que Platón tiene que decirnos hoy cuando escribe: "Es del predominio de un método filológico y de la pérdida de realidad que se sigue, de lo que nos previene Platón".

    Cuando la escritura, lo escrito, se convierte en barrera frente al contenido, entonces se vuelve un antiarte, que no hace al hombre más sabio, sino que le extravía en una sabiduría falsa y enferma. Por eso, frente al giro lingüístico, A. Kreiner advierte con razón: "El abandono del convencimiento de que se puede remitir con medios lingüísticos a contenidos extralingüísticos equivale al abandono de un discurso de algún modo aún lleno de sentido". Sobre la misma cuestión el Papa advierte en la encíclica lo siguiente: "La interpretación de esta Palabra (de Dios) no puede llevarnos de interpretación en interpretación, sin llegar nunca a descubrir una afirmación simplemente verdadera". El hombre no está aprisionado en el cuarto de espejos de las interpretaciones; puede y debe buscar el acceso a lo real, que está tras las palabras y se le muestra en las palabras y a través de ellas.

    Aquí hemos arribado al punto central de la discusión de la fe cristiana con un tipo determinado de la cultura moderna, que le gustaría pasar por ser la cultura moderna sin más, pero que, afortunadamente, es sólo una variedad de ella. Se pone de manifiesto, por ejemplo, muy claramente en la crítica que el filósofo italiano Paolo Flores d´Arcais ha hecho a la encíclica. Justo porque la encíclica insiste en la necesidad de la cuestión de la verdad, comenta él que "la cultura católica oficial (es decir, la encíclica) no tiene ya nada que decir a la cultura ‘en cuanto tal’...". Pero esto significa también que la pregunta por la verdad está fuera de la cultura "en cuanto tal". Y entonces ¿no es esta cultura "en cuanto tal" más bien una anticultura? ¿Y no es su presunción de ser la cultura sin más una presunción arrogante y que desprecia al hombre?Que se trata justamente de este punto, se pone de relieve, cuando Flores d´ Arcais reprocha a la encíclica del Papa consecuencias mortíferas para la democracia, e identifica su enseñanza con el tipo "fundamentalista" del Islam. Argumenta remitiendo al hecho de que el Papa ha calificado como carentes de validez auténticamente jurídica las leyes que permiten el aborto y la eutanasia. Quien se opone de este modo a un Parlamento elegido e intenta ejercer el poder secular con pretensiones eclesiales, muestra que el sello de un dogmatismo católico permanece esencialmente estampado en su pensamiento. Tales afirmaciones presuponen que no puede haber ninguna otra instancia por encima de las decisiones de una mayoría. La mayoría coyuntural se convierte en un absoluto. Porque de hecho vuelve a existir lo absoluto, lo inapelable. Estamos expuestos al dominio del positivismo y a la absolutización de lo coyuntural, de lo manipulable. Si el hombre queda fuera de la verdad, entonces ya sólo puede dominar sobre él lo coyuntural, lo arbitrario. Por eso no es "fundamentalismo", sino un deber de la Humanidad proteger al hombre contra la dictadura de lo coyuntural convertido en absoluto y devolverle su dignidad, que justamente consiste en que ninguna instancia humana puede dominar sobre él, porque está abierto a la verdad misma. Precisamente por su insistencia en la capacidad del hombre para la verdad, la encíclica es una apología sumamente necesaria de la grandeza del hombre contra lo que pretende presentarse como la cultura "tout court".

    Naturalmente es difícil volver a dar carta de ciudadanía a la cuestión de la verdad en el debate público, debido al canon metodológico que se ha impuesto hoy como sello acreditativo de la cientificidad. Por eso, es necesario un debate fundamental sobre la esencia de la ciencia, sobre la verdad y el método, sobre el cometido de la filosofía y sus posibles caminos. El Papa no ha considerado que sea tarea suya tratar en la encíclica la cuestión, totalmente práctica, de si la verdad puede llegar a ser nuevamente científica y cómo. Pero muestra por qué nosotros debemos acometer esta tarea. No quería realizar él mismo la tarea de los filósofos, pero ha cumplido la tarea de la denuncia admonitoria que se opone a una tendencia autodestructiva de la cultura "en cuanto tal". Justamente esta denuncia admonitoria es un acto auténticamente filosófico, revive en el presente el origen socrático de la filosofía y muestra con ello la potencia filosófica que se encierra en la fe bíblica. A la esencia de la filosofía se opone un tipo de cientificidad, que le cierra el paso a la cuestión de la verdad, o la hace imposible. Tal autoenclaustramiento, tal empequeñecimiento de la razón no puede ser la norma de la filosofía, y la ciencia en su conjunto no puede acabar haciendo imposibles las preguntas propias del hombre, sin las que ella misma quedaría como un activismo vacío y, a la postre, peligroso. No puede ser tarea de la filosofía someterse a un canon metodológico, que tiene su legitimidad en sectores particulares del pensamiento. Su tarea tiene que ser justamente pensar la cientificidad como un todo, concebir críticamente su esencia y, de un modo racionalmente responsable, ir más allá de ello hacia lo que le da sentido. La filosofía tiene que preguntarse siempre sobre el hombre, y, por consiguiente, cuestionarse siempre sobre la vida y la muerte, sobre Dios y la eternidad. Para ello tendrá que servirse hoy, antes que nada, de la aporía de aquel tipo de cientificidad que aparta al hombre de tales cuestiones y, a partir de las aporías que nuestra sociedad pone a la vista, intentar abrir siempre de nuevo el camino hacia lo necesario y lo que se torna necesidad. En la historia de la filosofía moderna no han faltado tales tentativas, y también en el presente hay suficientes ensayos esperanzadores, para abrir de nuevo la puerta a la cuestión de la verdad, la puerta más allá del lenguaje que gira sobre sí mismo. En este sentido la llamada de la encíclica es sin duda crítica ante nuestra situación cultural actual, pero al mismo tiempo está en una unión profunda con elementos esenciales del esfuerzo intelectual de la Edad Moderna. Nunca es anacrónica la confianza en buscar la verdad y en encontrarla. Es justamente ella la que mantiene al hombre en su dignidad, rompe los particularismos y unifica a los hombres, más allá de los límites culturales, por su dignidad común.


    2.- Cultura y verdad

    a) La esencia de la cultura


    Se podría definir lo tratado hasta ahora como la disputa entre la fe cristiana expresada en la encíclica y un tipo concreto de cultura moderna, por lo cual nuestras reflexiones dejaron entre paréntesis el lado científico-técnico de la cultura. El punto de mira estaba dirigido a lo relativo a las ciencias humanas en nuestra cultura. No sería difícil mostrar que su desorientación ante la cuestión de la verdad, que entre tanto se ha convertido en ira frente a ella, descansa, en última instancia, sobre su pretensión de alcanzar el mismo canon metodológico y la misma clase de seguridad, que se da en el campo empírico. La renuncia metodológica de la ciencia natural a lo verificable se convierte en el documento acreditativo de la cientificidad, más aún, de la racionalidad misma. Esta reducción metodológica, que está llena de sentido, más aún, que es necesaria en el ámbito de la ciencia empírica, se convierte así en un muro ante la cuestión de la verdad: en el fondo se trata del problema de la verdad y del método, de la universalidad de un canon metodológico estrictamente empírico. Frente a ese canon, el Papa defiende la multiplicidad de caminos del espíritu humano, la amplitud de la racionalidad, que tiene que conocer diversos métodos según la índole del objeto. Lo no material no puede ser abordado con métodos que corresponden a lo material; así podría resumirse, a grandes rasgos, la denuncia del Papa frente a una forma unilateral de racionalidad.

    La disputa con la cultura moderna, la disputa sobre la verdad y el método, es la primera veta fundamental del tejido de nuestra encíclica. Pero la cuestión sobre la verdad y la cultura se presenta aún bajo otro aspecto, que se remite substancialmente al ámbito propiamente religioso. Hoy se contrapone de buen grado la relatividad de las culturas a la pretensión universal de lo cristiano, que se funda en la universalidad de la verdad. El tema resuena ya durante el siglo dieciocho, en Gotthold Ephraim Lessing, que presenta las tres grandes religiones en la parábola de los tres anillos, de los que uno tiene que ser el auténtico y verdadero, pero cuya autenticidad ya no es verificable. La cuestión de la verdad es irresoluble y se sustituye por la cuestión del efecto curativo y purificador de la religión. Luego, a comienzos de nuestro siglo, Ernst Troeltsch reflexionó expresamente sobre la cuestión de la religión y la cultura, de la verdad y la cultura. Al principio aún consideraba al cristianismo como la revelación entera de la religiosidad personalista, como la única ruptura completa con los límites y condiciones de la religión natural. Pero, en el curso de su camino intelectual, la determinación cultural de la religión le fue cerrando cada vez más la mirada sobre la verdad y subordinando todas las religiones a la relatividad de las culturas. A la postre, la validez del cristianismo se convierte para él en un asunto europeo: para él el cristianismo es la forma de religión adecuada a Europa, mientras atribuye ahora al budismo y al brahmanismo una autonomía absoluta. En la práctica se elimina la cuestión de la verdad, y los límites de las culturas se hacen insalvables.

    Por eso, una encíclica que está dedicada por entero a la aventura de la verdad, debía plantear también la cuestión de la relación entre verdad y cultura. Debía preguntar si puede darse una comunión de las culturas en la única verdad, si puede decirse la verdad para todos los hombres, trascendiendo las diversas formas culturales, o si a la postre hay que presentirla sólo asintóticamente tras formas culturales diversas e incluso opuestas.

    A un concepto estático de cultura, que presupone formas culturales fijas que a la postre se mantienen constantes y sólo pueden coexistir unas con otras, pero no comunicarse entre ellas, el Papa ha opuesto en la encíclica una comprensión dinámica y comunicativa de la cultura. Subraya que las culturas, "cuando están profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura típica del hombre a lo universal y a la trascendencia". Por eso, como expresión del único ser del hombre, las culturas están caracterizadas por la dinámica del hombre que trasciende todos los límites. Por eso, las culturas no están fijadas de una vez para siempre en una forma. Les es propia la capacidad de progresar y transformarse, y también el peligro de decadencia. Están abocadas al encuentro y fecundación mutua. Puesto que la apertura interior del hombre a Dios las impregna tanto más cuanto mayores y más genuinas son, por ello llevan impresa la predisposición para la revelación de Dios. La Revelación no les es extraña, sino que responde a una espera interior en las culturas mismas. Theodor Haecker ha hablado, a propósito de esto, del carácter de adviento de las culturas precristianas, y entre tanto muchas investigaciones de historia de las religiones han podido mostrar de manera concreta este remitir de las culturas al Logos de Dios, que se ha encarnado en Jesucristo. En este orden de cosas, el Papa se vale de la tabla de las naciones contenida en el relato pascual de los Hechos de los Apóstoles (2, 7-14), en el que se nos narra cómo es perceptible y comunicable el testimonio de la fe en Cristo mediante todas las lenguas y en todas las lenguas, es decir, en todas las culturas que se expresan en la lengua. En todas ellas la palabra humana se hace portadora del hablar propio de Dios, de su propio Logos. La encíclica añade: "El anuncio del Evangelio en diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la fe, no les impide conservar una identidad cultural propia. Ello no crea división alguna, porque el pueblo de los bautizados se distingue por una universalidad que sabe acoger cada cultura, favoreciendo el proceso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena explicitación en la verdad".

    A partir de esto, y respecto a la relación general de la fe cristiana con las culturas precristianas, el Papa desarrolla modélicamente en el ejemplo de la cultura india los principios a observar en el encuentro de estas culturas con la fe. Llama brevemente la atención, en primer lugar, sobre el gran auge espiritual del pensamiento indio, que lucha por liberar el espíritu de las condiciones espacio-temporales y ejercita así la apertura metafísica del hombre, que luego ha sido conformada especulativamente en importantes sistemas filosóficos. Con estas indicaciones se pone de relieve la tendencia universal de las grandes culturas, su superación del tiempo y del espacio, y así también su avance hacia el ser del hombre y hacia sus supremas posibilidades. Aquí radica la capacidad de diálogo entre las culturas, en este caso entre la cultura india y las culturas que han crecido en el ámbito de la fe cristiana. El primer criterio se colige por sí mismo, por así decir, del contacto interior con la cultura india. Consiste en la "universalidad del espíritu humano, cuyas exigencias fundamentales son idénticas en las culturas más diversas". De él se sigue un segundo criterio: "Cuando la Iglesia entra en contacto con grandes culturas a las que anteriormente no había llegado, no puede olvidar lo que ha adquirido en la inculturación en el pensamiento grecolatino. Rechazar esta herencia sería ir en contra del designio providencial de Dios..." Finalmente señala la encíclica un tercer criterio, que se sigue de las reflexiones precedentes sobre la esencia de la cultura: "Hay que evitar confundir la legítima reivindicación de lo específico y original del pensamiento indio con la idea de que una tradición cultural deba encerrarse en su diferencia y afirmarse en su oposición a otras tradiciones, lo cual es contrario a la naturaleza misma del espíritu humano".


    b) La superación de las culturas en la Biblia y en la historia de la fe

    Si el Papa insiste en el carácter irrenunciable de la herencia cultural forjada en el pasado, que ha llegado a ser un vehículo para la verdad común de Dios y del hombre, entonces surge espontáneamente la cuestión de si no se canoniza así un eurocentrismo de la fe, que no parece superarse por el hecho de que, a lo largo de la Historia, pueden introducirse, o ya se han introducido, nuevas herencias en la identidad de la fe constante y que afecta a todos. La cuestión es insoslayable: Hasta qué punto es griega o latina la fe, que por lo demás no ha surgido en el mundo griego o latino, sino en el mundo semita del antiguo Oriente, en el que estaban y están en contacto Asia, África y Europa. La encíclica toma postura, especialmente en su segundo capítulo, sobre el desarrollo del pensamiento filosófico en el interior de la Biblia, y en el cuarto capítulo, con la presentación del encuentro decisivo de esta sabiduría de la razón desarrollada en la fe con la sabiduría griega de la filosofía. Quisiera añadir brevemente lo siguiente:

    Ya en la Biblia se elabora un acervo de pensamiento religioso y filosófico variado a partir de mundos culturales diversos. La Palabra de Dios se desarrolla en un proceso de encuentros con la búsqueda humana de una respuesta a sus últimas preguntas. Dicha Palabra no es algo caído del cielo como un meteorito, sino que es precisamente una síntesis de culturas. Vista más en lo hondo, nos permite reconocer un proceso en el que Dios lucha con el hombre y le abre lentamente a su Palabra más profunda, a sí mismo: al Hijo, que es el Logos. La Biblia no es mera expresión de la cultura del pueblo de Israel, sino que está continuamente en disputa con el intento, totalmente natural de este pueblo, de ser él mismo e instalarse en su propia cultura. La fe en Dios y el sí a la voluntad de Dios le van desarraigando continuamente de sus propias representaciones y aspiraciones. Él sale constantemente al paso frente a la religiosidad propia de Israel y a su propia cultura religiosa, que quería expresarse en el culto de los lugares altos, en el culto de la diosa celeste, en la pretensión de poder de la propia monarquía. Empezando por la cólera de Dios y de Moisés contra el culto al becerro de oro en el Sinaí, hasta los últimos profetas postexílicos, de lo que siempre se trata es de que Israel se desarraigue de su propia identidad cultural, de que debe abandonar, por así decir, el culto a la propia nacionalidad, el culto a la raza y a la tierra, para inclinarse ante el Dios totalmente otro y no apropiable, que ha creado cielo y tierra, y es el Dios de todos los pueblos. La fe de Israel significa una permanente autosuperación de la propia cultura en la apertura y horizonte de la verdad común. Los libros del Antiguo Testamento pueden parecer, desde muchos puntos de vista, menos piadosos, menos poéticos, menos inspirados que importantes pasajes de los libros sagrados de otros pueblos. Pero, en cambio, tienen su singularidad en la índole combativa de la fe contra lo propio, en este desarraigo de lo propio que comienza con la peregrinación de Abraham. La liberación de la ley que Pablo alcanza por su encuentro con Jesucristo resucitado, lleva esta orientación fundamental del Antiguo Testamento hasta su consecuencia lógica: significa la universalización plena de esta fe, que se separa del orden nacional. Ahora son invitados todos los pueblos a entrar en este proceso de superación de lo propio, que ha comenzado en primer lugar en Israel; son invitados a convertirse al Dios, que, desapropiándose de sí mismo en Jesucristo, ha abatido "el muro de la enemistad" entre nosotros (Ef 2, 14) y nos congrega en la autoentrega de la cruz. Así, pues, en su esencia la fe en Jesucristo es un permanente abrirse, irrupción de Dios en el mundo humano y apertura correspondiente del hombre a Dios, que congrega al mismo tiempo a los hombres. Todo lo propio pertenece ahora a todos, y todo lo ajeno llega a ser también al mismo tiempo lo propio nuestro, y todo ello abarcado por la palabra del padre al hijo mayor: "Todo lo mío es tuyo" (Lc 15, 31), que vuelve a aparecer en la oración sacerdotal de Jesús como modo de dirigirse del Hijo al Padre: "Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío" (Jn 17, 10).

    Este patrón determina también el encuentro del mensaje revelado con la cultura griega, que, por cierto, no empieza sólo con la evangelización cristiana, sino que se había desarrollado ya dentro de los escritos del Antiguo Testamento, sobre todo mediante su traducción al griego y a partir de ahí en el judaísmo primitivo. Este encuentro era posible, porque ya se había abierto camino en el mundo griego un acontecimiento semejante de autrotrascendencia. Los Padres no han vertido sin más al Evangelio una cultura griega que se mantenía en sí y se poseía a sí misma. Ellos pudieron asumir el diálogo con la filosofía griega y convertirla en instrumento del Evangelio allí donde en el mundo griego se había iniciado, mediante la búsqueda de Dios, una autocrítica de la propia cultura y del propio pensamiento. La fe une los diversos pueblos -comenzando por los germanos y los eslavos, que en los tiempos de la invasión de los bárbaros entraron en contacto con el mensaje cristiano, hasta los pueblos de Asia, África y América- no a la cultura griega en cuanto tal, sino a su autosuperación, que era el verdadero punto de contacto para la interpretación del mensaje cristiano. A partir de ahí la fe los introduce en la dinámica de la autosuperación. Hace poco Richard Schäffler ha dicho certeramente al respecto que la predicación cristiana ha exigido desde el principio a los pueblos de Europa (que, por lo demás, no existía como tal antes de la evangelización cristiana), "la renuncia a todos los respectivos "dioses" autóctonos de los europeos, mucho antes de que entraran en el campo de su visión las culturas extraeuropeas". A partir de ahí hay que entender por qué la predicación cristiana entró en contacto con la filosofía, y no con las religiones. Cuando se intentó esto último, cuando, por ejemplo, se quiso interpretar a Cristo como el verdadero Dionisio, Esculapio o Hércules, tales intentos cayeron rápidamente en desuso. Que no se entrara en contacto con las religiones, sino con la filosofía, tiene que ver con el hecho de que no se canonizó una cultura, sino que se podía entrar a ella por donde había comenzado ella misma a salir de sí misma, por donde había iniciado el camino de apertura a la verdad común y había dejado atrás la instalación en lo meramente propio. Esto constituye también hoy una indicación fundamental para la cuestión de los contactos y del trasvase a otros pueblos y culturas. Ciertamente, la fe no puede entrar en contacto con filosofías que excluyen la cuestión de la verdad, pero sí con movimientos que se esfuerzan por salir de la cárcel del relativismo. Tampoco puede asumir directamente las antiguas religiones. En cambio, las religiones pueden proporcionar formas y creaciones de diverso tipo, pero sobre todo actitudes -el respeto, la humildad, la abnegación, la bondad, el amor al prójimo, la esperanza en la vida eterna. Esto me parece - dicho entre paréntesis- que es también importante para la cuestión del significado salvífico de las religiones. No salvan, por así decir, en cuanto sistemas cerrados y por la fidelidad al sistema, sino que colaboran a la salvación en la medida en que llevan a los hombres a "preguntar por Dios" (como lo expresa el Antiguo Testamento), "buscar su rostro", "buscar el Reino de Dios y su justicia".


    3.- Religión, verdad y salvación

    Permítanme detenerme un momento aún en este punto, porque toca una cuestión fundamental de la existencia humana, que con razón representa también una cuestión capital en el actual debate teológico. Pues se trata del mismo impulso del que ha partido la filosofía, y al que tiene que volver siempre; en él se tocan necesariamente filosofía y teología, si éstas se mantienen fieles a su cometido. Es la cuestión de cómo se salva el hombre, cómo se justifica. En el pasado se ha pensado preferentemente en la muerte y en lo que viene después de la muerte; hoy, cuando se ve el más allá como inseguro y por ello se lo continúa excluyendo de las cuestiones actuales, hay que continuar buscando lo recto y justo en el tiempo, y no puede preterirse el problema de cómo hay que habérselas con la muerte. Curiosamente, en el debate acerca de la relación del cristianismo y las religiones universales el punto de discusión que propiamente se ha mantenido es cómo se relacionan las religiones y la salvación eterna. La cuestión de cómo puede ser salvado el hombre, se ha planteado aún en sentido más bien clásico. Y ahora se ha impuesto de modo bastante general esta tesis: las religiones son todas ellas caminos de salvación. Quizás no el camino ordinario, pero al menos sí caminos "extraordinarios" de salvación: por todas las religiones se llega a la salvación; esto se ha convertido en la visión corriente.

    Esta respuesta corresponde no sólo a la idea de tolerancia y respeto del otro que hoy se nos impone. Corresponde también a la imagen moderna de Dios: Dios no puede rechazar a hombres sólo porque no conocen el cristianismo y, en consecuencia, han crecido en otra religión. El aceptará su vida religiosa lo mismo que la nuestra. Aunque esta tesis - reforzada entre tanto con muchos otros argumentos- es clara a primera vista, sin embargo suscita interrogantes. Pues las religiones particulares no exigen sólo cosas distintas, sino también opuestas. Ante el creciente número de hombres no ligados por lo religioso, esta teoría universal de la salvación se ha extendido también a formas de existencia no religiosas pero vividas coherentemente. Entonces comienza a ser válido que lo contradictorio es considerado como conducente a la misma meta; en pocas palabras: estamos nuevamente ante la cuestión del relativismo. Se presupone subrepticiamente que en el fondo todos los contenidos son igualmente válidos. Qué es lo que propiamente vale, no lo sabemos. Cada uno tiene que recorrer su camino, ser feliz a su manera, como decía Federico II de Prusia. Así, a caballo de las teorías de la salvación, otra vez se cuela inevitablemente el relativismo por la puerta trasera: la cuestión de la verdad se separa de la cuestión de las religiones y de la salvación. La verdad es sustituida por la buena intención; la religión se mantiene en lo subjetivo, porque no se puede conocer lo objetivamente bueno y verdadero.

    a) La diferencia de las religiones y sus peligros

    ¿Nos tenemos que conformar con esto? ¿Es inevitable la alternativa entre rigorismo dogmático y relativismo humanitario? Pienso que en las teorías reseñadas no se han pensado suficientemente tres cosas. En primer lugar, las religiones (y entretanto también el agnosticismo y el ateísmo) son consideradas todas ellas como iguales. Pero precisamente esto no es así. De hecho, hay formas religiosas degeneradas y enfermas, que no elevan al hombre, sino que lo alienan: la crítica marxista de la religión no carecía totalmente de base. Y también las religiones a las que hay que reconocer una grandeza moral y que están en camino hacia la verdad, pueden enfermar en ciertos trechos del camino. En el hinduismo (que propiamente es un nombre colectivo para religiones diversas) hay elementos grandiosos, pero también aspectos negativos; el entrelazamiento con el sistema de castas, la quema de viudas, que se había formado a partir de representaciones inicialmente simbólicas; habría que mencionar las aberraciones del Saktismo, por dar sólo un par de indicaciones. Pero también el Islam, con toda la grandeza que representa, está continuamente expuesto al peligro de perder el equilibrio, dar espacio a la violencia y dejar que la religión se deslice hacia lo externo y ritualista. Y naturalmente hay también, como todos nosotros bien sabemos, formas enfermas de lo cristiano. Por ejemplo, cuando los cruzados, en la conquista de la ciudad santa de Jerusalén en la que Cristo murió por todos los hombres, causaban ellos mismos un baño de sangre entre musulmanes y judíos. Esto significa que la religión exige discernimiento, discernimiento entre las formas de las religiones y discernimiento en el interior de la religión misma, según la medida de su propio nivel. Con el indiferentismo de los contenidos y de las ideas, que todas las religiones sean distintas y sin embargo iguales, no se puede ir adelante. El relativismo es peligroso, concretamente para la formación del ser humano en lo particular y en la comunidad. La renuncia a la verdad no sana al hombre. No puede pasarse por alto cuánto mal ha sucedido en la Historia en nombre de opiniones e intenciones buenas.


    b) La cuestión de la salvación

    Con ello tocamos ya el segundo punto que ordinariamente es desatendido. Cuando se habla del significado salvífico de las religiones, sorprendentemente se piensa, la mayoría de las veces, sólo en que todas posibilitan la vida eterna, con lo cual se acaba neutralizando el pensamiento en la vida eterna, pues uno llega de todos modos a ella. Pero así se empequeñece inconvenientemente la cuestión de la salvación. El cielo comienza en la tierra. La salvación en el más allá supone la vida correspondiente en el más acá. Uno, pues, no puede preguntarse sólo quién va al cielo y desentenderse simultáneamente de la cuestión del cielo. Hay que preguntar qué es el cielo y cómo viene a la tierra. La salvación del más allá debe reflejarse en una forma de vida, que hace aquí humano al hombre y, de este modo, conforme a Dios. Esto significa nuevamente que, en la cuestión de la salvación, hay que mirar más allá de las religiones mismas y a ese horizonte pertenecen reglas de vida recta y justa, que no pueden ser relativizadas arbitrariamente. Yo diría, pues, que la salvación comienza con la vida recta y justa del hombre en este mundo, que abarca siempre los dos polos de lo particular y de la comunidad.

    Hay formas de comportamiento que nunca pueden servir para hacer recto y justo al hombre, y otras, que siempre pertenecen al ser recto y justo del hombre. Esto significa que la salvación no está en las religiones como tales, sino que depende también de hasta qué punto llevan a los hombres, junto con ellas, al bien, a la búsqueda de Dios, de la verdad y del bien. Por eso, la cuestión de la salvación conlleva siempre un elemento de crítica religiosa, aunque también puede aliarse positivamente con las religiones. En todo caso, tiene que ver con la unidad del bien, con la unidad de lo verdadero, con la unidad de Dios y del hombre.


    c) La conciencia y la capacidad del hombre para la verdad

    Este título lleva al tercer punto que quería abordar aquí. La unidad del hombre tiene un órgano: la conciencia. Fue una osadía de san Pablo afirmar que todos los hombres tienen la capacidad de escuchar la conciencia, separar así la cuestión de la salvación del conocimiento y observancia de la Thorá, y situarla sobre la exigencia común de la conciencia en la que el único Dios habla, y dice a cada uno lo verdaderamente esencial de la Thorá: "Cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguando su conciencia..." (Rom 2, 14 ss). Pablo no dice: Si los gentiles se mantienen firmes en su religión, eso es bueno ante el juicio de Dios. Al contrario, él condena gran parte de las prácticas religiosas de aquel tiempo. Remite a otra fuente, a lo que todos llevan escrito en el corazón, al único bien del único Dios. De todos modos, aquí se enfrentan hoy dos conceptos contrarios de conciencia, que la mayoría de las veces sencillamente se entrometen el uno en el otro. Para Pablo la conciencia es el órgano de la trasparencia del único Dios en todos los hombres, que son un hombre. En cambio, actualmente la conciencia aparece como expresión del carácter absoluto del sujeto, sobre el que no puede haber, en el campo moral, ninguna instancia superior. Lo bueno como tal no es cognoscible. El Dios único no es cognoscible. En lo que afecta a la moral y a la religión, la última instancia es el sujeto. Esto es lógico, si la verdad como tal es inaccesible. Así, en el concepto moderno de conciencia, ésta es la canonización del relativismo, de la imposibilidad de normas morales y religiosas comunes, mientras que, por el contrario, para Pablo y la tradición cristiana había sido la garantía para la unidad del hombre y para la cognoscibilidad de Dios, para la obligatoriedad común del mismo y único bien. El hecho de que en todos los tiempos ha habido y hay santos gentiles, se basa en que en todos lugares y en todos tiempos - aunque muchas veces con gran esfuerzo y sólo parcialmente- era perceptible la voz del corazón, y la Thora de Dios se nos hacía perceptible como obligación en nosotros mismos, en nuestro ser creatural y así se nos hacía posible superar lo meramente subjetivo, en la relación de unos con otros y en la relación con Dios. Y esto es salvación. Resta por saber lo que Dios hace con los pobres fragmentos de nuestro ascenso hacia el bien, hacia Él mismo, su misterio, que no debíamos arrogarnos el querer controlar.


    Reflexiones conclusivas

    Al final de mis reflexiones quisiera llamar nuevamente la atención sobre una indicación metodológica que da el Papa para la relación de la teología y la filosofía, de la fe y la razón, porque con ella se toca la cuestión práctica de cómo podía ponerse en marcha, en el sentido de la encíclica, una renovación del pensamiento filosófico y teológico. La encíclica habla de un movimiento circular entre teología y filosofía, y lo entiende en el sentido de que la teología tiene que partir siempre en primer lugar de la Palabra de Dios; pero, puesto que esta Palabra es verdad, hay que ponerla en relación con la búsqueda humana de la verdad, con la lucha de la razón por la verdad y ponerla así en diálogo con la filosofía. La búsqueda de la verdad por parte del creyente se realiza, según esto, en un movimiento, en el que siempre se están confrontando la escucha de la Palabra proclamada y la búsqueda de la razón. De este modo, por una parte, la fe se profundiza y purifica, y, por otra, el pensamiento también se enriquece, porque se le abren nuevos horizontes. Me parece que se puede ampliar algo más esta idea de la circularidad: tampoco la filosofía como tal debería cerrarse en lo meramente propio e ideado por ella. Así como debe estar atenta a los conocimientos empíricos, que maduran en las diversas ciencias, así también debería considerar la sagrada tradición de las religiones, y en especial el mensaje de la Biblia, como una fuente de conocimiento del que ella se deja fecundar. De hecho, no hay ninguna gran filosofía que no haya recibido de la tradición religiosa luces y orientaciones, ya pensemos en la filosofía de Grecia y de la India, o en la filosofía que se ha desarrollado en el ámbito del cristianismo, o también en las filosofías modernas, que estaban convencidas de la autonomía de la razón y consideraban esta autonomía como criterio último del pensar, pero que se mantuvieron deudoras de los grandes temas del pensamiento que la fe cristiana había ido dando a la filosofía: Kant, Fichte, Hegel, Schelling no serían imaginables sin los antecedentes de la fe, e incluso Marx, en el corazón de su radical reinterpretación, vive del horizonte de esperanza que había asumido de la tradición judía. Cuando la filosofía apaga totalmente este diálogo con el pensamiento de la fe, acaba -como Jaspers formuló una vez- en una "seriedad que se va vaciando de contenido". Al final se ve impelida a renunciar a la cuestión de la verdad, y esto significa darse a sí misma por perdida. Pues una filosofía que ya no pregunta quiénes somos, para qué somos, si existe Dios y la vida eterna, ha abdicado como filosofía.

    Quisiera concluir con la mención de un comentario a la encíclica, que ha aparecido en el semanario alemán "Die Zeit", en otras ocasiones más bien lejano a la Iglesia. El comentarista Jan Ross sintetiza con mucha precisión el núcleo de la instrucción papal, cuando dice que el destronamiento de la teología y de la metafísica "no ha hecho al pensamiento sólo más libre, sino también más angosto". Sí, él no teme hablar de "entontecimiento por increencia". "Cuando la razón se apartó de las cuestiones últimas, se hizo apática y aburrida, dejó de ser competente para los enigmas vitales del bien y del mal, de muerte e inmortalidad". La voz del Papa -prosigue este comentarista- ha dado ánimo "a muchos hombres y a pueblos enteros; en los oídos de muchos ha sonado también dura y cortante, e incluso ha suscitado odio, pero si enmudece, será un momento de silencio espantoso" (fin de la cita). De hecho, si se deja de hablar de Dios y del hombre, del pecado y la gracia, de la muerte y la vida eterna, entonces todo grito y todo ruido que haya será sólo un intento inútil para hacer olvidar el enmudecerse de lo propiamente humano. El Papa ha salido al paso ante el peligro de tal enmudecimiento con su parresía, con la franqueza intrépida de la fe, y ha cumplido un servicio no sólo para la Iglesia, sino también para la Humanidad. Debemos estarle agradecidos por ello.




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