jueves, 4 de octubre de 2012

¿Que es la atención?

En la Catedral de Mallorca
“Desde ese momento, con gozo abandona toda voluntad propia, que no sea según Dios, y cuida de los sentidos para que no hagan absolutamente nada contra el uso necesario…
Más es necesario que éste ponga atención, para no sufrir por negligencia u orgullo lo que sucedió al profeta… (ver Salmo 130)
“Libro segundo” en Filocalía.

Comentario

Estimado hermano, ¿qué es la atención?
En términos más o menos actuales, es la facultad de dirigir nuestros sentidos – externos o internos – hacia algún objeto de conciencia. Sin embargo, no sé si esto te aclara demasiado.
Digo objeto de conciencia, porque en nosotros hay algo que “se da cuenta” y a eso en general, le llamamos conciencia. No solo en cuanto “voz de la conciencia” que por supuesto es uno de los modos en los que se manifiesta; sino también como - estructura interior del advertir.
Pero como es un tema algo complicado, que requiere precisamente de nuestra atención, debemos avanzar despacio.
Existe un tipo de atención puramente reactiva: Estás sentado tranquilo leyendo y de pronto se escucha un ruido fuerte, una detonación en la calle y sin mediar voluntad de tu parte, por acto reflejo, giramos la cabeza sobresaltados y pegamos un salto o vamos rápidamente hacia la ventana para ver cual ha sido la causa del estampido.
Esto ha sido efectuado “sin conciencia” podríamos decir, ha sido algo no elegido, funcionó automáticamente. Esto es muy útil por ejemplo como mecanismo para preservar la vida. Ante cosas posiblemente amenazantes, se desencadena una reacción inmediata.
Existe también otro tipo de atención, a la que sicólogos y estudiosos han llamado “respuesta diferida” o “reacción reflexiva” y con otros nombres. Se trata  de los casos en los que -merced a un acto de atención hacia nosotros mismos, hacia nuestras propias reacciones – diferimos, hacemos más lenta  la respuesta que daremos a lo que sucede.
Es el tipo de atención necesario para seguir las enseñanzas que da Cristo y que transmiten los evangelios.
Cuando El Señor dice: “Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también el manto” (Mateo 5, 40) por tomar solo un caso de las enseñanzas de los capítulos 5, 6 y 7 que figuran en el evangelio de Mateo; si queremos escucharle y seguir Su mensaje, necesitamos atender a nuestra reacción natural, instintiva, que sería la de la posesión y, difiriendo la respuesta automática, efectuar un acto de caridad.
Igual que cuando se dice “no opongáis resistencia al malvado” (Mateo 5, 39) u otras similares. Para no devolver la agresión con otra agresión es imprescindible un tipo de atención vigilante hacia si mismo, que permita tomar una distancia y dirigir nuestra propia conducta.
En Filocalía, la atención es entendida por muchos de los padres, como la herramienta necesaria para poder actuar evangélicamente. ¿Cómo encauzar las pasiones en dirección del crecimiento espiritual? ¿Cómo ir desterrando el egoísmo, la violencia, la cruda soberbia hacia la que tendemos apenas crecidos?
Podemos construir una ascética de la atención, que nos permita ser guardianes de nosotros mismos, hacernos dueños de “nuestra ciudadela”. Ya sabemos que “si El Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas” (Salmo 127, 1) pero es necesario que alguien vigile la ciudad, no podemos dejar todo en manos de la gracia divina, que por otra parte, tiende a manifestarse cuando encuentra a la humildad unida a una fuerte resolución del ánimo.


La atención es camino a la oración continua.

La atención prepara el camino a la oración continua

Así es que tenemos la atención refleja, instantánea, esa reacción que se desencadena casi sin conciencia de nuestra parte, por lo general ante estímulos sorpresivos que nos inquietan.
Es un tipo de atención que funciona por requerimientos. Si nos llaman y mencionan nuestro nombre, nosotros giramos la cabeza para ver quién nos llama. Se ha requerido nuestra atención.
Si nos agreden, nos violentamos, si nos insultan nos ofendemos, si nos quieren quitar algo luchamos por retenerlo y por el contrario, si nos halagan nos contentamos.
Este ir y venir de los estados de ánimo y de las situaciones que por lo general suceden en nuestras vidas, son fruto de este tipo de atención re – activa, que reacciona a los que va sucediendo.
Es una atención muy útil para ciertas necesidades vitales, pero no muy práctica para encauzar el crecimiento de la oración y de la vida espiritual.
Para esto hace falta un tipo de atención más reflexiva, una atención dirigida hacia nosotros mismos, que nos permita elegir la conducta, es en cierto modo, adquirir la capacidad de manejar nuestro propio comportamiento.
Por lo general creemos que decidimos, que tomamos decisiones y manejamos nuestros movimientos, pero si examinamos con atención nuestro cotidiano, empezamos a darnos cuenta de que la mayoría de las cosas nos van sucediendo, ocurriendo debido a aconteceres diversos y que nosotros simplemente vamos -reaccionando- de aquí para allá.
De allí, en parte, que verifiquemos tantos cambios en el estado del ánimo y que lo que una semana fue fervor y gusto por la oración a la semana siguiente resulte en desesperanza o tristeza o sensaciones por el estilo.
La segunda forma de atender a la que hacemos referencia, este modo según el cual diferimos la respuesta que damos a los sucesos, tomándonos una distancia que nos permita reflexionar y decidir lo que haremos, es muy beneficiosa.
Porque es allí, en ese espacio de tiempo que me tomo antes de actuar, cuando se amplían mis opciones y puedo ejercer la libertad de elegir. Es allí cuando podemos recordar el mensaje de Cristo, los evangelios y entonces esforzarnos por obrar con coherencia.
A uno vienen y lo insultan, y peor si es injustamente, lo común es que se reaccione con indignación. Parece no haber tiempo para nada. Uno devuelve el insulto. Y, también es habitual, esto termina en entredicho, en disputa acalorada, se desencadena mayor malestar.
En cambio si uno está en si mismo, - ejercitando este segundo tipo de atención - uno se dará cuenta no solo del insulto sino también de la reacción indignada que quiere brotar en nuestro interior.
Entonces nos vendrá el recuerdo de aquello que nos habíamos propuesto como meta de nuestra vida espiritual - seguir a Cristo, imitarle, actuar como sus discípulos - y por lo tanto, refrenaremos nuestra ira y buscaremos en nuestro interior la mansedumbre; recordaremos que lo importante es elevarnos hacia Dios, que amar a nuestro prójimo y perdonarle es una forma de amar a Dios y tendremos espacio para comprender y para aceptar el insulto, para dejar que pase de largo, para evitar un mal mayor…

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