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Pelagia de Antioquía, Santa |
Virgen y Eremita
Martirologio Romano: En Antioquía, de Siria, santa Pelagia,
virgen, a la que san Juan Crisóstomo dedica grandes alabanzas
(c. 302).
La antigüedad cristiana se alimentó con el encanto de
esta historia, que de algún modo lleva al corazón cristiano
la añoranza de la inocencia perdida y animan a la
vuelta. Es un consuelo encontrar en la tierra los rastros
de quienes, habiendo sido presa del desarreglo, de la mala
vida que por algún tiempo juzgaron como buena, del desorden
y la lejanía de Dios, pues, mira... resulta que han
sido gente que se salva. Sí, son una gran luz
en la oscuridad que alienta la esperanza de los que
somos más, de los pecadores. Estas actitudes están personificadas en
Pelagia.
Pelagia, era una muy celebrada y conocida comediante en Antioquía.
Corría entonces el siglo V. Siendo muy joven, había estado
con los catecúmenos, olvidándolo después.
Se la presenta como una de
las más insignes pecadoras del mundo, allá por la segunda
mitad del siglo V. En Antioquía -este era el escenario
de sus danzas sensuales y altaneras- se la llamaba "Margarita"
que es la traducción de "gema", quizá porque, en ocasiones,
lo único que cubría las carnes de la extrahermosa eran
collares de perlas.
Tuvo, en el marco de la Providencia,
la suerte de toparse, en el año 453, con Nono,
anacoreta de Tabenas, sacado de allí para hacerlo obispo de
Edesa y trasladado a Heliópolis de Siria, que por el
momento participaba en un concilio provincial convocado por Máximo.
Se
cuenta que un domingo, Pelagia, por curiosidad volvió a entrar
a un templo, y al oír al obispo predicar sobre
el infinito tesoro de la misericordia de Dios, su corazón
se conmovió. Quiso rezar pero no pudo, porque ya no
recordaba cómo hacerlo. Abandonó el templo con el deseo
de dejar esa vida desordenada que llevaba. Se decidió a
escribir al obispo. Le decía en su carta: "Al santo
discípulo de Jesús: He oído decir que tu Dios bajó
del cielo a la tierra para salvación de los hombres.
Él no desdeñó hablar con la mujer pecadora. Si eres
su discípulo, escúchame. No me niegues el bien y el
consuelo de oír tu palabra para poder hallar gracia, por
tu medio, con Jesucristo, nuestro Salvador."
El obispo, creyó en la
sinceridad de Pelagia. Así fue bautizada y confirmada, recibiendo la
Eucaristía. Desde ese momento, cambió su vida. Repartió entre los pobres
sus joyas y bienes, liberó a sus esclavos y vistiendo
una humilde túnica, dejó Antioquía.
Cerca de Jerusalén, halló una gruta,
donde se decidió a morar, haciendo una vida austera, penitencia
y oración. Por prudencia, ocultó su condición de mujer,
y quien le preguntaba el nombre respondía que era "Pelagio".
En ese tiempo, se desarrollaba el concilio de Antioquía
y un diácono del obispo queriendo ir a Jerusalén, le
pidió permiso al obispo para ir allí, diciendo que quería
conseguir noticias sobre un ermitaño llamado Pelagio.
Llegó a encontrar a
Pelagio en su cueva, quien lo recibió y volvió luego
a encerrarse a rezar. Se cuenta que cuando volvió el
diácono, Pelagio, ya no respondió. Cuando entraron en la cueva,
encontraron muerto al ermitaño. Al disponerse a ungirlo con mirra
-como entonces se usaba-, hallaron que era una mujer.
Vinieron
entonces de los monasterios mujeres que estaban en Jericó y
en el Jordán y marchando con cirios y luminarias y
cantado himnos, dieron sepultura al cuerpo de Pelagia. Era un
8 de octubre del año 468.
Las singulares características de esta
santa nos proporcionan la oportunidad de recordar que el riguroso
apartamiento de los ermitaños no es una rareza, sino el
fruto de un decidido y exclusivo anhelo de buscar a
Cristo.
Figuras como las de Pelagia, recordaban proféticamente a la Iglesia
de su tiempo el verdadero orden de los valores, oscurecido
frecuentemente por los crecientes compromisos temporales.
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