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Laura de Santa Catalina de Siena, Beata |
Fundadora de la Congregación de las Hermanas Misioneras de María Inmaculada
y Santa Catalina de Siena (Misioneras de María)
Martirologio Romano: En el
lugar de Belencito, cerca de Medellín, en Colombia, beata Laura
de Santa Catalina de Siena Montoya y Upeguí, virgen, que,
con notable suceso, se dedicó a anunciar el Evangelio entre
los pueblos indígenas que aún desconocían la fe en Cristo
y fundó la Congregación de las Hermanas Misioneras de María
Etimología:
Laura = Aquella que triunfa, viene de la lengua latina
Fecha
de beatificación: 25 de abril de 2004.
La Madre Laura de Santa Catalina de Siena (Laura
Montoya Upegui), estando aquí, en la Basílica de San Pedro
en el mes de noviembre del año 1930, después de
una viva oración eucarística escribe: «Tuve fuerte deseo de
tener tres largas vidas: La una para dedicarla a la
adoración, la otra para pasarla en las humillaciones y la
tercera para las misiones; pero al ofrecerle al Señor estos
imposibles deseos, me pareció demasiado poco una vida para las
misiones y le ofrecí el deseo de tener un millón
de vidas para sacrificarlas en las misiones entre infieles! Mas,
¡he quedado muy triste! y le he repetido mucho al
Señor de mi alma esta saetilla: ¡Ay! Que yo me
muero al ver que nada soy y que te
quiero!».
Esta gran mujer que así escribe, la Madre Laura
Montoya, maestra de misión en América Latina, servidora de la
verdad y de la luz del Evangelio, nació en Jericó,
Antioquia, pequeña población colombiana, el 26 de Mayo de 1874,
en el hogar de Juan de la Cruz Montoya y
Dolores Upegui, una familia profundamente cristiana. Recibió las aguas regeneradoras
del Bautismo cuatro horas después de su nacimiento. El sacerdote
le dio el nombre de María Laura de Jesús.
Dos años tenía Laura cuando su padre fue asesinado, en
cruenta guerra fratricida por defender la religión y la patria.
Dejó a su esposa y sus tres hijos en orfandad
y dura pobreza, a causa de la confiscación de los
bienes por parte de sus enemigos. De labios de
su madre, Laura aprendió a perdonar y a fortalecer su
carácter con cristianos sentimientos.
Desde sus primeros años, su vida fue
de incomprensiones y dolores. Supo lo que es sufrir como
pobre huérfana, mendigando cariño entre sus mismos familiares. Aceptando con
amor el sacrificio, fue dominando las dificultades del camino. La
acción del Espíritu de Dios y la lectura espiritual especialmente
de la Sagrada Escritura, la llevaron por los caminos de
la oración contemplativa, penitencia y el deseo de hacerse
religiosa en el claustro carmelitano. Tenía sed de Dios y
quería ir a El “como bala de cañón ”.
Esta mujer
admirable crece sin estudios, por las dificultades de pobreza e
itinerancia a causa de su orfandad, hasta la edad de
16 años cuando ingresa en la Normal de Institutoras de
Medellín, para ser maestra elemental y de esta manera
ganarse el sustento diario. Sin embargo, llega a ser
una erudita en su tiempo, una pedagoga connotada, formadora de
cristianas generaciones, escritora castiza de alto vuelo y sabroso estilo,
mística profunda por su experiencia de oración contemplativa.
En 1914,
apoyada por monseñor Maximiliano Crespo, obispo de Santa Fe de
Antioquia, funda una familia religiosa: Las Misioneras de María
Inmaculada y Santa Catalina de Sena, obra religiosa que rompe
moldes y estructuras insuficientes para llevar a cabo su ideal
misionero según lo expresa en su Autobiografía: Necesitaba mujeres intrépidas,
valientes, inflamadas en el amor de Dios, que pudieran asimilar
su vida a la de los pobres habitantes de la
selva, para levantarlos hacia Dios
MAESTRA CATEQUISTA DE LOS INDIOS
Su profesión de maestra la llevó por varias poblaciones
de Antioquia y luego al Colegio de La Inmaculada en
Medellín. En su magisterio no se contenta con el
saber humano sino que expone magistralmente la doctrina del Evangelio.
Forma con la palabra y el ejemplo el corazón de
sus discípulas, en el amor a la Eucaristía y en
los valores cristianos. En un momento de su trayectoria como
maestra, se siente llamada a realizar lo que ella llamaba
“la Obra de los indios”: En 1907 estando en la
población de Marinilla, escribe: “me vi en Dios y como
que me arropaba con su paternidad haciéndome madre, del modo
más intenso, de los infieles. Me dolían como verdaderos hijos”.
Este fuego de amor la impulsa a un trabajo heroico
al servicio de los indígenas de las selvas de
América.
Busca recursos humanos, fomenta el celo misionero entre sus
discípulas, escoge cinco compañeras a quienes prende el fuego
apostólico de su propia alma. Aceptando de antemano los sacrificios,
humillaciones, pruebas y contradicciones que se ven venir, acompañadas por
su madre Doloritas Upegui, el grupo de “Misioneras catequistas de
los indios” sale de Medellín hacia Dabeiba el 5 de
Mayo de 1914. Parten hacia lo desconocido, para abrirse paso
en la tupida selva. Van, no con la fuerza
de las armas, sino con la debilidad femenina apoyada en
el Crucifijo y sostenida por un gran amor a María
la Madre y Maestra de esta Obra misionera. “Ella, la
Señora Inmaculada me atrajo de tal modo, que ya me
es imposible pensar siquiera en que no sea Ella como
el centro de mi vida”. La celda carmelitana, objeto
de sus ansias en el tiempo de su juventud, le
pareció demasiado fría ante aquellas selvas pobladas de seres humanos
sumidos en la infidelidad, pero amados tiernamente por Dios. “Siento
la suprema impotencia de mi nada y el supremo dolor
de verte desconocido, como un peso que me agobia”.
Comprende la
dignidad humana y la vocación divina del indígena. Quiere insertarse
en su cultura, vivir como ellos en pobreza, sencillez y
humildad y de esta manera derribar el muro de discriminación
racial que mantenían algunos líderes civiles y religiosos
de su tiempo. La solidez de su virtud fue probada
y purificada por la incomprensión y el desprecio de los
que la rodeaban, por los prejuicios y las acusaciones de
algunos prelados de la iglesia que no comprendieron en su
momento, aquel estilo de ser “religiosas cabras”, según su expresión,
llevadas por el anhelo de extender la fe y el
conocimiento de Dios hasta los más remotos e inaccesibles lugares,
brindando una catequesis vivencial del Evangelio. Su Obra misionera
rompió esquemas, para lanzar a la mujer como misionera en
la vanguardia de la evangelización en América latina. El quemante
“SITIO”- Tengo sed- de Cristo en la Cruz ,
la impulsa a saciar esta sed del crucificado :”¡Cuánta sed
tengo! ¡Sed de saciar la vuestra Señor! Al comulgar
nos hemos juntado dos sedientos: Vos de la gloria de
vuestro Padre y yo de la de vuestro corazón Eucarístico!
Vos de venir a mí, y yo
de ir a Vos”
Mujer de avanzada, elige como celda la
selva enmarañada y como sagrario la naturaleza andina, los bosques
y cañadas, la exuberante vegetación en donde encuentra a Dios.
Escribe a las Hermanas: ”No tienen sagrario pero tienen naturaleza;
aunque la presencia de Dios es distinta, en las dos
partes está y el amor debe saber buscarlo y hallarlo
en donde quiera que se encuentre.”
Redacta para ellas las “Voces
Místicas”, inspirada en la contemplación de la naturaleza,
y otros libros como el Directorio o guía de perfección,
que ayudan a las Hermanas a vivir en armonía entre
la vida apostólica y la contemplativa. Su Autobiografía es su
obra cumbre, libro de confidencias íntimas, experiencia de sus
angustias, desolaciones e ideales, vibraciones de su alma al
contacto con la divinidad, vivencias de su lucha
titánica por llevar a cabo su vocación misionera. Allí muestra
su “pedagogía del amor”, pedagogía acomodada a la mente
del indígena, que le permite adentrarse en la cultura y
el corazón del indio y del negro de nuestro continente.
La
Madre Laura centra su Eclesiología en el amor y
la obediencia a la Iglesia. Vive para la Iglesia a
quien ama entrañablemente, y para extender sus fronteras no mide
dificultades, sacrificios, humillaciones y calumnias.
Esta infatigable misionera, pasó nueve años
en silla de ruedas sin dejar su apostolado de la
palabra y de la pluma. Después de una larga y
penosa agonía, murió en Medellín el 21 de octubre de
1949. A su muerte dejó extendida su Congregación de Misioneras
en 90 casas distribuidas en tres países, con un número
de 467 religiosas. En la actualidad las Misioneras trabajan
en 19 países distribuidas en América, África y Europa.
Por todo
lo que vivió hizo y significo la Madre Laura en
su época y por todo lo que seguirá significando para
la sociedad, la Congregación y la Iglesia, hoy la
Congregación por ella fundada se llena de alegría al ver
concretizado y culminado su proceso de Beatificación, abierto el 4
de julio de 1963, en la capilla de la Curia
Arquidiocesana de Medellín, en el cual se nombró el tribunal
eclesiástico para buscar diligentemente los escritos de la Sierva
de Dios Laura Montoya Upegui, instruir el proceso informativo
sobre su fama de santidad, virtudes en general y posibles
milagros realizados por la Sierva de Dios. Hoy este proceso
que duro cuarenta años ha llegado a su culminación, cuando
el 25 de abril de 2004, S.S. Juan Pablo II
la proclamara beata de la Iglesia.
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