Hicimos una procesión eucarística meditando en el camino de la vida como peregrinación al cielo y, de altar en altar, fuimos agradeciendo a Dios los dones que nos ha dado para alcanzarlo. En el primer altar cada uno agradeció el don de su esposo o esposa. En el segundo, el don de sus hijos. En el tercero, el don de los amigos. En el cuarto, el don de Cristo Buen Pastor. Y en el quinto, el don de la Virgen María, en cuyos brazos nos abandonamos y ponemos nuestra confianza. No vamos solos por el camino.
"Así adquieren vida las palabras del
Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor. La
parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor
sobre la comunión eclesial, acaba con esta frase: "Esto mismo hará con
vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a
vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No
está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el
corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y
purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión." (Catecismo de la Iglesia Católica 2843)
Señor, te lo suplico, concede a mi esposo(a) N, la gracia de hacer la experiencia de tu amor,
y que al final de su vida alcance la salvación eterna.
María, pongo esta intención en tus manos.
¿Se le puede desear algo mejor a la persona que más amas?y que al final de su vida alcance la salvación eterna.
María, pongo esta intención en tus manos.
Yo creo que ésta es una oración muy poderosa. Una oración que renueva cada día el amor esponsal, que cambia la herida en compasión y que, no me cabe la menor duda, Dios escucha complacido.
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