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Froilán de León, Santo |
Eremita
Martirologio Romano: En León, ciudad de Hispania, conmemoración de san
Froilán, obispo, que primero fue eremita y después, ordenado obispo,
evangelizó las regiones liberadas del yugo de los musulmanes, propagando
la vida monástica y distinguiéndose por su beneficencia hacia los
pobres (905).
Etimología: Froilán = el señor de las tierras, viene
del germánico
San Froilán fue uno
de los hombres que forjaron la España medieval en las
difíciles horas del siglo IX. Dos grandes tareas se imponían
a los hombres de aquella época para librarse del angustioso
aniquilamiento que les amenazaba: la reconquista del suelo patrio de
manos de los árabes y la inmensa obra de colonización
que a la Reconquista seguía. Era preciso entonces hacerlo todo.
Al recobrarse la yerma y asolada geografía hispánica había que
imprimir sobre ella, como sobre tabla rasa, el espíritu, el
carácter, la cultura y la pasión de la España cristiana,
que re nacía con sello nuevo tras los Montes Cántabros.
La acción fe cunda de Froilán, su vida y su
espíritu, lleno de afanes de supe ración, quedaron tejidos en
la trama de la historia de aquella España.
¿Quién era San Froilán y cuál fue la trayectoria de
su vida? Por fortuna, se conserva una corta biografía del
ortodoxo varón Froilán, obispo legionense, copiada en elegante minúscula visigótica
por el diácono Juan, contemporáneo suyo. Esa copia es del
año 920, quince años después de la muerte del santo
obispo (905). Ignoramos quién fue su autor. A pesar de
su estilo lacónico y de sus adherencias legendarias, podemos reconstruir
los rasgos fundamentales de su vida y carácter.
Nace el año 833 en los arrabales de Lugo. Allí
recibe durante sus primeros años la enseñanza que los concilios
exigían a los candidatos para el sacerdocio. Al llegar a
los dieciocho años su vida interior entró en crisis. Dudó
entre la vida retirada del desierto o la actividad apostólica.
El futuro fundador de cenobios y gran predicador de muchedumbres
opta por la soledad de los montes. Los espíritus superiores
toman personalmente la iniciativa de su vida y Froilán quiso
consagrarla totalmente a la familiaridad íntima con Dios. Buscaba a
Dios en aquellos montes y lo encontraba en todas las
criaturas, que le hablaban de una belleza arcana y superior.
El podía cantar dulcemente aquellos versos de Berceo :
Yaciendo a la sombra perdí todos cuidados; odí sones de
aves dulces e modulados. Nunca udieron omnes órganos más temprados, nin que
formar pudiesen sones más acordados.
Mientras él gozaba
de los encantos de la soledad, estallaba en la España
musulmana una violenta persecución contra los cristianos. El año 850
comenzó a florecer de nuevo con el rito solemne de
la sangre el martirologio cordobés. Rosas purpúreas de esta larga
primavera martirial fueron, entre otros, el sacerdote Perfecto, degollado el
día de la Pascua mora; el erudito monje Isaac, decapitado
y colgado de un palo; el joven Sancho, crucificado; las
dos vírgenes Columba y Pomposa, y el más famoso de
todos, el bienaventurado Eulogio, aquel hacedor anhelante de mártires, cuya
cabeza cortó el alfanje de un solo golpe, a las
tres de la tarde del sábado 11 de marzo del
año 859.
Tal vez la voz poderosa de
esta sangre inocente retumbó entre los montes donde Froilán se
escondía y le empujó a organizar una cruzada. Tal vez
en el diálogo familiar con Dios sintió la invitación a
la vida activa. Nos cuenta su biógrafo, con la ingenuidad
de nuestros cantares de gesta y, sin duda, imitando los
inicios de la predicación de Isaías, que al joven eremita
le acuciaba la duda de si debía permanecer por más
tiempo en aquellas soledades. Para liberarse de ella se sometió
a la prueba del fuego. Si Dios suspendía las leyes,
era señal evidente de su voluntad divina. Froilán introdujo unas
brasas encendidas en su boca. El fuego no le causó
la más mínima quemadura. Dios había hablado. De los montes
se lanzó a los poblados a propagar entre los hombres
otro fuego que le ardía dentro. Su vida nos dice
escuetamente que recorría las ciudades predicando sin cesar la palabra
divina con gran aplauso de todos.
En
sus triunfos pastorales sentía irresistiblemente el atractivo de la soledad
para reponer sus energías. Acompañado del sacerdote Atilano torna a
su retiro. Ambos se escondieron en los montes de Curueño
(León). Pero los pueblos en masa le seguían a su
celda solitaria. Con las muchedumbres iban magnates y obispos que
anhelaban oír su palabra. Entre sus oyentes se despertaron numerosos
seguidores cautivados por sus ejemplos. Ante los ruegos insistentes se
ve forzado a bajar a la ciudad de Veseo. Allí
erige su primer monasterio, que llenará pronto con 300 monjes.
Es el comienzo de una nueva etapa: fundador de cenobios.
Su fama salta los montes de León y llega a
oídos de Alfonso III en Oviedo. El rey le envía
mensajeros ordenándole venir a su corte. Honda impresión causó en
Alfonso la presencia de aquel monje. Se fija en él
para la gigantesca obra de repoblación que había comenzado su
padre, Ordoño I. Las fronteras del reino astur-leonés llegaban por
el sur hasta la línea del Duero. De Castilla se
podía decir lo del poeta: «Harto era Castilla menguado rincón
cuando Amaya era corte, Hitero el moyón". Zamora, Toro y
Simancas eran fortalezas que espiaban posibles asaltos árabes al reino
cristiano. Las zonas fronterizas a ambos lados del río estaban
despobladas y devastadas por los reyes asturianos. Lo exigía así
la táctica militar. Pero había que ir empujando la frontera
más abajo. Para eso, en la zona norte del Duero
era necesario levantar los poblados destruidos y poner en explotación
las tierras abandonadas. Ninguna fuerza más cohesiva para dar vida
a estas preocupaciones regias que la acción colonizadora de los
monasterios. Esto lo comprendió cabalmente Alfonso III y concedió al
Santo amplias facultades para visitar todos sus dominios y levantar
cenobios a cuyo amparo se acogiesen los nuevos poblados. Estas
agrupaciones humanas, así formadas, constituían una unidad política cuyo jefe
era el abad, y sus agentes y maestros los monjes,
que enseñaban las artes de la paz e infundían el
espíritu de cruzada en la guerra de reconquista. Froilán puso
en juego de nuevo su capacidad de iniciativa y se
dio a recorrer las tierras del reino alfonsino. Su beligerante
actitud le llevó a fundar dos grandes monasterios cerca de
la frontera, a pocos kilómetros de Zamora. El primero fue
el de San Salvador de Tábara. En él se congrega
con 600 monjes de ambos sexos. Era uno de esos
monasterios llamados dúplices, donde las monjas, aunque rigurosamente separadas, tenían
la ventaja de la asistencia sacerdotal y de la defensa
en caso de invasión.
Fue éste, en el
siglo x, uno de los más famosos monasterios por el
arte refinado de su escritorio. La pesadumbre del tiempo, insensible
a los afanes del hombre, no nos ha permitido ver
en su realidad de piedra la arquitectura de esta fundación.
Pero, afortunadamente, un códice de su escritorio nos la conserva
parcial mente. En el último folio aparece la torre del
monasterio, "alta y lapídea", de sillería policroma, con ventanales de
arcos de herradura. Sobre el tejado, dos airosas torrecillas con
sendas campanas. A los lados de los últimos ventanales, dos
balcones voladizos se asoman al horizonte. Tres hombres suben a
la torre por unas es caleras de mano y otro
hace sonar las campanas tirando de una cuerda. Adosado a
la torre está el escritorio. Un pergaminero aparece sentado en
un taburete cortando el pergamino con grandes tijeras. En un
aposento inmediato están el monje Senior, copista, y Emeterio, escriba
y pintor, discípulo predilecto de Magio. Fue Mágio la gloria
cultural más notable del monasterio tabarense. Contemporáneo en su niñez
de Froilán, elevó a alturas maravillosas el arte de la
miniatura, ese arte casto, espiritual y apacible a los ojos,
y que mueve el ánima a altas consideraciones". Son todos
los datos que poseemos de esta espléndida fundación. Del segundo
monasterio tenemos aún menos noticias. Según el citado biógrafo, lo
levantó en un emplazamiento alto y ameno junto a las
aguas del Esla, al parecer cerca de Moreruela (Zamora). Sólo
una frase añade a este laconismo: ..se reunieron allí 200
monjes consagrados a la ascesis de la vida regular". Aquellos
cronistas medievales, avaros del tiempo, no nos cuentan nada de
los métodos de dirección espiritual del Santo cenobiarca ni del
ambiente de perfección que, sin duda, reinaba en estos monasterios.
Pero se siente palpitar en estas breves páginas biográficas la
dinámica incontenible de Froilán, su temperamento emprendedor, su espíritu sobrenatural
lleno de ardorosa elocuencia, su recia personalidad de caudillo espiritual.
Esa era la fama que corría de pueblo en pueblo
y de comarca en comarca y que cada día ganaba
más admiradores. Por eso no es extraño que, al quedar
vacante la sede de León, se alzase unánime la voz
del clero y del pueblo, reclamando por obispo al abad
Froilán. El rey, que no había lo grado convencerle para
que aceptase el oficio pastoral, se alegró sobremanera. Vencida su
resistencia, fue consagrado obispo de León el día de Pentecostés,
19 de mayo del 900. Ese mismo día recibía también
la consagración episcopal para la sede de Zamora su inseparable
y santo amigo Atilano. Estas dos lumbreras, dice emocionado el
autor anónimo, puestas sobre el candelero, iluminaron con la claridad
de su luz eterna todos los confines de España. La
Iglesia de León, que estaba dedicada, según una donación de
la época, "a los señores, santos, gloriosos y, después de
Dios, fortísimos patronos Santa María Virgen, Reina celeste, y San
Cipriano, obispo y mártir", recibía ahora clamorosamente por obispo al
que había de ser su Patrono hasta el día de
hoy. Sólo la gobernó cinco años, pero el heroísmo de
sus virtudes y el triunfo de su santidad la aureolaron
para siempre.
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