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viernes, 26 de octubre de 2012

El poder transformante de Cristo Eucaristía

Anoche vi a Dios en acción. Junto con diez mil personas reunidas en torno a Jesucristo en el Auditorio Nacional de la ciudad de México, pude palpar el poder transformante de Cristo Eucaristía. Se repitió la historia del encuentro de Jesús con Mateo, con Zaqueo, con la pecadora, con el ciego de nacimiento y con el buen ladrón.
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El evento lo organizó un grupo de matrimonios con una fuerte pasión de amor por ayudar a los demás a través del conocimiento de Jesucristo. ¡La fuerza de los laicos se dejó ver al inicio del año de la fe! Ellos se prestaron para ser vehículos del amor de Dios. Lo que Dios Nuestro Señor obró anoche en muchas personas sólo Él lo conoce. Dios hizo su obra. Y la hizo porque los laicos se prestaron. Se lanzaron con mucha fe, sin dejar de poner todo lo que estaba de su parte y a la vez, plenamente confiados en que en medio de mil problemas, todo saldría bien. Se arrojaron al vacío con la certeza de que el paracaídas se abriría.
Creo que a Dios Padre le gustó la fe de sus hijos y quiso que una vez más del costado traspasado de Cristo crucificado salieran ríos y ríos de gracias para tantas personas. Aquél escenario fue anoche como un nuevo pozo de Sicar del que brotó una fuente de agua viva, un nuevo Calvario de donde miles de personas recibían los frutos de la pasión del Señor. Normalmente los frutos no se ven tan pronto, pero no me cabe la menor duda de que fue tanto lo que los laicos complacieron a Dios, que Él quiso decírselo de inmediato e hizo el milagro. Anoche, en el Auditorio nacional de la ciudad de México, el amor de Dios se desbordó.
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Sin tener el gusto de conocer a los organizadores del evento, recibí una invitación suya a ser portador de Cristo Eucaristía y a presidir la oración comunitaria. Se me salen ahora las lágrimas de sólo recordar los ojos de cientos de personas que anoche se encontraron personalmente con Jesucristo, como la hemorroísa. ¡Cuántas conversiones obró Cristo Eucaristía en una hora! Lo vi en los ojos de aquella ancianita que apenas podía sostenerse y que logró atraer la mirada de Jesús para decirle: "Ahora sí ya puedes llamarme a tu presencia". Esa mujer vio el rostro de Cristo: su puerta al cielo. Lo vi en la mirada de aquél hombre que, profundamente arrepentido, le gritó a Jesús: "Perdóname, Señor" y se postró en tierra. Y el otro que le suplicaba: "Sáname, Señor. Te lo suplico: sáname". Y aquél joven que con insistencia le repetía: "¡Te quiero, Señor, te quiero!". Y la otra: "Te alabo, ¡bendito seas!". Muy especial fue la mirada de una joven que dos veces se encontró con Cristo Eucaristía y sólo lloraba; era la mirada de una enamorada: yo creo que anoche recibió el llamado de Cristo a ser su esposa en la vida consagrada. Y así muchos más: cada mirada un encuentro, cada encuentro una historia; así se escribe la historia de la salvación.
Creo que en la Iglesia católica debemos organizar más momentos de oración como éste, donde miles de fieles se reúnan para adorar a Cristo Eucaristía, para celebrar su fe y dar testimonio de ella. ¡Grandes encuentros de oración! Es muy bello orar en comunidad. El Espíritu Santo se manifiesta de manera especialmente fuerte.
Los elementos que entran en juego en un espacio de oración así creo que pueden ser los que aprendemos de la Liturgia de la Iglesia: la Palabra, cantos, símbolos, gestos y silencios. Doy fe de que con una comunidad orante y la ayuda de estos elementos, el Espíritu Santo convierte aquel lugar en una tienda del encuentro.
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