martes, 16 de octubre de 2012

El Infierno

Carta de un alma condenada en el Infierno
Este texto no configura ninguna definición eclesiástica, sino que es sólo un escrito privado que goza de licencia eclesiástica, para que pueda imprimirse y por tanto leerse.
 
Este texto, fuerte y conmovedor, nos lo envia un Sacerdote Jesuita amigo, quien lo acompaña con la siguiente introducción:


Este material no es del gusto actual, de la sociedad moderna, por supuesto del gusto mundano, ni lamentablemente de muchos entre los llamados fieles cristianos.

Debemos prestar atención hoy día a esta realidad y verdad de fe definida en la Iglesia Católica, acerca de la existencia del infierno y de su duración eterna. Tristemente, el abandono consciente o inconsciente de su consideración, está llevando a muchos a negar su existencia, con consecuencias más que lamentables en la conducta y en su ineludible juicio Divino. Lo que sigue, guste o no, no es argumento para adoptar la conocida actitud llamada del avestruz, de esconder la cabeza bajo las alas.

Este texto no configura ninguna definición eclesiástica, sino que es sólo un escrito privado que goza de licencia eclesiástica, para que pueda imprimirse y por tanto leerse.


Carta del más allá

*Testimonio impresionante de un alma condenada, acerca de lo que la llevó al
Inf ierno*

*Imprimatur del original alemán: Brief aus dem Jenseits - Treves,
9-11-1953.N.4/53*


*Introducción al texto original*


Dios se comunica con los hombres de muchas maneras. Las Sagradas Escrituras se refieren a muchas comunicaciones divinas hechas a través de visiones y aún de sueños. Los sueños, no siempre son sólo sueños.

La "carta del más allá" que se transcribe seguidamente se refiere a la condenación eterna de una joven. A primera vista parece una historia novelada. Pero considerando las circunstancias se llega a la conclusión de que no deja de tener su fondo histórico, a partir de su sentido moral y su alcance trascendental.

El original de esta carta fue encontrado entre los papeles de una religiosa fallecida, amiga de la joven condenada. Allí cuenta la monja los acontecimientos de la vida de su compañera como si fueran hechos conocidos y verificados, así como su condenación eterna comunicada en un sueño.

La Curia diocesana de Treves (Alemania)autorizó su publicación como lectura sumamente instructiva.

La "carta del más allá" apareció por primera vez en un libro de revelaciones y profecías, junto con otras narraciones. Fue el Rvdo. Padre Bernhardin Krempel C.P., doctor en teología, quien la publicó por separado y le confirió mayor autoridad al encargarse de probar, en las notas, la absoluta concordancia de la misma con la doctrina católica.

Entre los manuscritos dejados en su convento por una religiosa, que en el mundo se llamó Clara, se encontró el siguiente testimonio:


*El relato de Clara*

Tuve una amiga, Anita. Es decir, éramos muy próximas por ser vecinas y compañeras de trabajo en la misma oficina M. Más tarde, Ani se casó y no volví a verla. Desde que nos conocimos, había entre nosotras, en el fondo, más amabilidad que propiamente amistad. Por eso, sentí muy poco su ausencia cuando, después de su casamiento, ella fue a vivir al barrio elegante de las villas, lejos del mío.

Durante mis vacaciones en el Lago de Garda (Italia), en septiembre de 1937, recibí una carta de mi madre en la que me decía: "Anita N murió en un accidente automovilístico. La sepultaron ayer en Wald Friendhof". Me impresioné mucho con la noticia. Sabía que mi amiga no había sido propiamente religiosa. ¿Estaría preparada para presentarse ante Dios? ¿En qué estado la habría encontrado su muerte súbita? Al día siguiente escuché misa, comulgué por la intención de Anita, en la casa del pensionado de las hermanas, donde estaba viviendo. Rezaba fervorosamente por su eterno descanso, y por esta misma intención ofrecí la Santa Comunión.

Durante todo el día percibí un cierto malestar, que fue aumentando por la tarde. Dormí inquieta. Me desperté de improviso, escuchando algo así como una sacudida en la puerta del cuarto. Encendí la luz. El reloj indicaba las doce y diez minutos. Nada. Tampoco ruidos. Tan solo las olas del Lago de Garda golpeando monótonas contra el muro del jardín del pensionado. No había viento. Yo conservaba la impresión de que al despertar encontraría, además de los golpes de la puerta, un ruido de brisa o viento, parecido al que producía mi jefe de la oficina, cuando de mal humor tiraba sobre mi escritorio una carta que lo molestaba. Reflexioné un instante si debía levantarme. ¡No! Todo no es más que sugestión, me dije. Mi fantasía está sobresaltada por la noticia de la muerte. Me di vuelta en la cama, recé algunos Padrenuestros por las ánimas y me dormí de nuevo.

Soñé entonces que me levantaba de mañana, a las 6, yendo a la capilla. Al abrir la puerta del cuarto, me encontré con una cantidad de hojas de carta. Levantarlas, reconocer la letra de Anita y dar un grito, fue cosa de un segundo. Temblando, las sostuve en mis manos. Confieso que quedé tan aterrorizada que no pude rezar. Apenas respiraba. Nada mejor que huir de allí, salir al aire libre. Me arreglé rápidamente, puse la carta dentro de mi cartera y salí en seguida. Subí por el tortuoso camino, entre olivos, laureles y quintas de la villa, más allá del conocido camino gardesano.

La mañana aparecía radiante. En los días anteriores, yo me detenía cada cien pasos, maravillada por la vista que ofrecían el lago y la Isla de Garda. El suavísimo azul del agua me refrescaba; como una niña que mira admirada a su abuelo, así contemplaba, extasiada, al ceniciento monte Baldo, que se levanta en la orilla opuesta del lago, hasta los 2.200 metros de altura. Ese día no tenía ojos para todo eso. Después de caminar un cuarto de hora, me dejé caer maquinalmente sobre un banco ubicado entre dos cipreses, donde la víspera había leído con placer "La doncella Teresa". Por primera vez veía en los cipreses el símbolo de la muerte, algo en lo que antes no había pensado.

Tomé la carta. No tenía firma. Sin la menor duda, estaba escrita por Ani. No faltaba la gran "s", ni la "t" francesa, a la que se había acostumbrado en la oficina, para irritar al Sr. G. No era su estilo. Por lo menos, no era así como hablaba de costumbre. Lo habitual en ella era la conversación amable, la risa, subrayada por los ojos azules y su graciosa nariz...Sólo cuando discutíamos asuntos religiosos se volvía mordaz y caía en el tono rudo de la carta. Yo misma me siento envuelta por su excitada cadencia. Hela aquí, la Carta del Más Allá de Anita N., palabra por palabra, tal como la leí en el sueño:


*La Carta*


CLARA, NO RECES POR MÍ, ESTOY CONDENADA. Si te doy este aviso - es más, voy a hablarte largamente sobre esto - no creas que lo hago por amistad. Quienes estamos aquí ya no amamos a nadie. Lo hago como obligada. Es parte de la obra "de esa potencia que siempre quiere el mal y realiza el bien". En realidad, me gustaría verte aquí, adonde llegué para siempre. No te extrañes de mis intenciones. Aquí, todos pensamos así. Nuestra voluntad está petrificada en el mal, es decir, en aquello que ustedes consideran "mal". Aún cuando pueda hacer algo "bien" (como yo lo hago ahora, abriéndote los ojos ante el infierno), no lo hago con recta intención.

¿Recuerdas? Hace cuatro años que nos conocimos, en M. Tenías 23 años y ya trabajabas en el escritorio desde seis meses antes, cuando yo ingresé. Varias veces me sacaste de apuros. Con frecuencia me dabas buenos avisos que a mí, principiante, me venían muy bien. Pero, ¿qué es "bueno"? Yo ponderaba, en aquel entonces, tu "caridad". Ridículo... Tus ayudas eran pura ostentación, algo que desde entonces sospechaba.

Aquí, no reconocemos bien alguno en absolutamente nadie. Pero ya que conociste mi juventud, es el momento de llenar algunas lagunas. De acuerdo con los planes de mis padres, yo nunca tendría que haber existido. Por un descuido se produjo la desgracia de mi concepción. Mis hermanas tenían 14 y 16 años cuando vine al mundo.

¡Ojalá no hubiera nacido! Ojalá pudiera ahora aniquilarme, huir de estos tormentos! No hay placer comparable al de acabar mi existencia, así como se reduce a cenizas un vestido, sin dejar vestigios. Pero es necesario que exista. Es preciso que yo sea tal como me he hecho: con el fracaso total de la finalidad de mi existencia.

Cuando mis padres, entonces solteros, se mudaron del campo a la ciudad, perdieron el contacto con la Iglesia. Era mejor así. Mantenían relaciones con personas desvinculadas de la religión. Se conocieron en un baile, y se vieron "obligados" a casarse seis meses después. En la ceremonia nupcial, recibieron solo unas gotas de agua bendita, las suficientes para atraer a mamá a la misa dominical unas pocas veces al año . Ella nunca me enseñó verdaderamente a rezar. Todo su esfuerzo se agotaba en los trabajos cotidianos de la casa, aunque nuestra situación no era mala. Palabras como rezar, misa, agua bendita, iglesia, sólo puedo escribirlas con íntima repugnancia, con incomparable repulsión. Detesto profundamente a quienes van a la Iglesia y, en general, a todos los hombres y a todas las cosas. Todo es tormento. Cada conocimiento recibido, cada recuerdo de la vida y de lo que sabemos, se convierte en una llama incandescente.

Y todos estos recuerdos nos muestran las oportunidades en que despreciamos una gracia. ¡Cómo me atormenta esto! No comemos, no dormimos, no andamos sobre nuestros pies. Espiritualmente encadenados, los réprobos contemplamos desesperados nuestra vida fracasada, aullando y rechinando los dientes, atormentados y llenos de odio. ¿Entiendes? Aquí bebemos el odio como si fuera agua. Nos odiamos unos a otros. Más que a nada, odiamos a Dios.

Quiero que lo comprendas. Los bienaventurados en el cielo deben amar a Dios, porque lo ven sin velos, en su deslumbrante belleza. Esto los hace indescriptiblemente felices. Nosotros lo sabemos, y este conocimiento nos enfurece. Los hombres, en la tierra, que conocen a Dios por la Creación y por la Revelación, pueden amarlo. Pero no están obligados a hacerlo.

El creyente - te lo digo furiosa - que contempla, meditando, a Cristo con los brazos abiertos sobre la cruz, terminará por amarlo. Pero el alma a la que Dios se acerca fulminante, como vengador y justiciero porque un día fue repudiado, como ocurrió con nosotros, ésta no podrá sino odiarlo, como nosotros lo odiamos. Lo odia con todo el ímpetu de su mala oluntad. Lo odia eternamente, a causa de la deliberada resolución de apartarse de Dios con la que terminó su vida terrenal. Nosotros no podemos revocar esta perversa voluntad, ni jamás querríamos hacerlo.

¿Comprendes ahora por qué el infierno dura eternamente? Porque nuestra obstinación nunca se derrite, nunca termina. Y contra mi voluntad agrego que Dios es misericordioso, aún con nosotros. Digo "contra mi voluntad" porque, aunque diga estas cosas voluntariamente, no se me permite mentir, que es lo que querría. Dejo muchas informaciones en el papel contra mis deseos. Debo también estrangular la avalancha de palabrotas que querría vomitar. Dios fue misericordioso con nosotros porque no permitió que derramáramos sobre la tierra el mal que hubiéramos querido hacer. Si nos lo hubiera permitido, habríamos aumentado mucho nuestra culpa y castigo. Nos hizo morir antes de tiempo, como hizo conmigo, o hizo que intervinieran causas atenuantes.

Dios es misericordioso, porque no nos obliga a aproximarnos a El más de lo que estamos, en este remoto lugar infernal. Eso disminuye el tormento. Cada paso más cerca de Dios me causaría una aflicción mayor que la que te produciría un paso más rumbo a una hoguera.

Te desagradé un día al contarte, durante un paseo, lo que dijo mi padre pocos días antes de mi comunión: "Alégrate, Anita, por el vestido nuevo; el resto no es más que una burla". Casi me avergüenzo de tu desagrado. Ahora me río. Lo único razonable de toda aquella comedia era que se permitiera comulgar a los niños a los doce años. Yo ya estaba, en aquel entonces, bastante poseída por el placer del mundo. Sin escrúpulos, dejaba a un lado las cosas religiosas. No tomé en serio la comunión. La nueva costumbre de permitir a los niños que reciban su primera comunión a los 7 años nos produce furor. Empleamos todos los medios para burlarnos de esto, haciendo creer que para comulgar debe haber comprensión. Es necesario que los niños hayan cometido algunos pecados mortales. La blanca Hostia será menos perjudicial entonces, que si la recibe cuando la fe, la esperanza y el amor, frutos del bautismo - escupo sobre todo esto - todavía están vivos en el corazón del niño.

¿Te acuerdas que yo pensaba así cuando estaba en la tierra? Vuelvo a mi padre. Peleaba mucho con mamá. Pocas veces te lo dije, porque me avergonzaba. Qué cosa ridícula la vergüenza! Aquí, todo es lo mismo. Mis padres ya no dormían en el mismo cuarto. Yo dormía con mamá, papá lo hacía en el cuarto contiguo, donde podía volver a cualquier hora de la noche. Bebía mucho y se gastó nuestra fortuna. Mis hermanas estaban empleadas, decían que necesitaban su propio dinero. Mamá comenzó a trabajar. Durante el último año de su vida, papá la golpeó muchas veces, cuando ella no quería darle dinero. Conmigo, él siempre fue amable. Un día te conté un capricho del que quedaste escandalizada. ¿Y de qué no te escandalizaste de mí? Cuando devolví dos veces un par de zapatos nuevos, porque la forma de los tacos no era bastante moderna.

En la noche en que papá murió, víctima de una apoplejía, ocurrió algo que nunca te conté, por temor a una interpretación desagradable. Hoy, sin embargo, debes saberlo. Es un hecho memorable: por primera vez, el espíritu que me atormenta se acercó a mí. Yo dormía en el cuarto de mamá. Su respiración regular revelaba un sueño profundo. Entonces, escuché pronunciar mi nombre. Una voz desconocida murmuró: "¿Qué ocurrirá si muere tu padre?"

Ya no lo quería a papá, desde que había empezado a maltratar a mi madre. En realidad, no amaba absolutamente a nadie: sólo tenía gratitud hacia algunas personas que eran bondadosas conmigo. El amor sin esperanza de retribución en esta tierra solamente se encuentra en las almas que viven en estado de gracia. No era ése mi caso. "Ciertamente, él no morirá", le respondí al misterioso interlocutor. Tras una breve pausa, escuché la misma pregunta. "El no va a morir!", repliqué con brusquedad. Por tercera vez, me preguntaron: "Qué ocurrirá si muere tu padre?". Me representé en ese momento en la imaginación el modo como mi padre volvía muchas veces: medio ebrio, gritando, maltratando a mamá, avergonzándonos frente a los vecinos. Entonces, respondí con rabia: "Bien, es lo que se merece. ¡Que muera!". Después, todo quedó en silencio.

A la mañana siguiente, cuando mamá fue a ordenar el cuarto de papá, encontró la puerta cerrada. Al mediodía, la abrieron por la fuerza. Papá, semidesnudo, estaba muerto sobre la cama. Al ir a buscar cerveza al sótano, debió sufrir una crisis mortal. Desde hacía tiempo que estaba enfermo.
(¿Habrá hecho depender Dios de la voluntad de su hija, con la que el hombre fue bondadoso, la obtención de más tiempo y ocasión de convertirse?).

Marta K. y tú me hicieron ingresar en la asociación de jóvenes. Nunca te oculté que consideraba demasiado "parroquiales" las instrucciones de las dos directoras, las señoritas X. Los juegos eran bastante divertidos. Como sabes, llegué en poco tiempo a tener allí un papel preponderante. Eso era lo que me gustaba. También me gustaban las excursiones. Llegué a dejarme llegar algunas veces a confesar y comulgar. Para decir la verdad, no tenía nada para confesar. Los pensamientos y las palabras no significaban nada para mí. Y para acciones más groseras todavía no estaba madura.

Un día me llamaste la atención: "Ana, si no rezas más, te perderás". Realmente, yo rezaba muy poco, y ese poco siempre a disgusto, de mala voluntad. Sin duda tenías razón. Los que arden en el infierno o no rezaron, o rezaron poco. La oración es el primer paso para llegar a Dios. Es el paso decisivo. Especialmente la oración a Aquella que es la madre de Cristo, cuyo nombre no nos es lícito pronunciar. La devoción a Ella arranca innumerables almas al demonio, almas a las que sus pecados las habrían lanzado infaliblemente en sus manos.

Furiosa continúo, porque estoy obligada a hacerlo, aunque no aguanto más de tanta rabia. Rezar es lo más fácil que se puede hacer en la tierra. Y justamente de esto, que es facilísimo, Dios hace depender nuestra salvación. Al que reza con perseverancia, paulatinamente Dios le da tanta luz, y lo fortalece de tal modo, que hasta el más empedernido pecador puede recuperarse, aunque se encuentre hundido en un pantano hasta el cuello. Durante los últimos años de mi vida ya no rezaba más, privándome así de las gracias, sin las que nadie se puede salvar.

Aquí, no recibimos ningún tipo de gracia. Aunque la recibiéramos, la rechazaríamos con escarnio. Todas las vacilaciones de la existencia terrenal terminaron en esta otra vida. En la tierra, el hombre puede pasar del estado de pecado al estado de gracia. De la gracia, se puede caer al pecado. Muchas veces caí por debilidad; pocas, por maldad. Con la muerte, cada uno entra en un estado final, fijo e inalterable. A medida que se avanza en edad, los cambios se hacen más difíciles. Es cierto que uno tiene tiempo hasta la muerte para unirse a Dios o para darle las espaldas. Sin embargo, como si estuviera arrastrado por una correntada, antes del tránsito final, con los últimos restos de su voluntad debilitada, el hombre se comporta según las costumbres de toda su vida.

El hábito, bueno o malo, se convierte en una segunda naturaleza. Es ésta la que lo arrastra en el momento supremo. Así ocurrió conmigo. Viví años enteros apartada de Dios. En consecuencia, en el último llamado de la gracia, me decidí contra Dios. La fatalidad no fue haber pecado con frecuencia, sino que no quise levantarme más. Muchas veces me invitaste para que asistiera a las predicaciones o que leyera libros de piedad. Mis excusas habituales eran la falta de tiempo. ¿Acaso podría querer aumentar mis dudas interiores?Finalmente, tengo que dejar constancia de lo siguiente: al llegar a este punto crítico, poco antes de salir de la "Asociación de Jóvenes", me habría sido muy difícil cambiar de rumbo. Me sentía insegura y desdichada. Pero frente a la conversión se levantaba una muralla.

No sospechaste que fuera tan grave. Creías que la solución era tan simple, que un día me dijiste: "Tienes que hacer una buena confesión, Ani, todo volverá a ser normal". Me daba cuenta que sería así. Pero el mundo, el demonio y la carne, me retenían demasiado firme entre sus garras. Nunca creí en la influencia del demonio. Ahora, doy testimonio de que el demonio actúa poderosamente sobre las personas que están en las condiciones en que yo me encontraba entonces. Sólo muchas oraciones, propias y ajenas, junto con sacrificios y sufrimientos, podrían haberme rescatado. Y aún esto, poco a poco.

Si bien hay pocos posesos corporales, son innumerables los que están poseídos internamente por el demonio. El demonio no puede arrebatar el libre albedrío de los que se abandonan a su influencia. Pero como castigo por su casi total apostasía, Dios permite que el "maligno" se anide en ellos. Yo también odio al demonio. Sin embargo, me gusta, porque trata de arruinarlos a todos ustedes: él y sus secuaces, los ángeles que cayeron con él desde el principio de los tiempos. Son millones, vagando por la tierra. Innumerables como enjambres de moscas; ustedes no los perciben. A los réprobos no nos incumbe tentar: eso les corresponde a los espíritus caídos.

Cada vez que arrastran una nueva alma al fondo del infierno, aumentan aún más sus tormentos. Pero, ¡de qué no es capaz el odio! Aunque andaba por caminos tortuosos, Dios me buscaba. Yo preparaba el camino para la gracia, con actos de caridad natural, que hacía muchas veces por una inclinación de mi temperamento. A veces, Dios me atraía a una Iglesia. Allí, sentía una cierta nostalgia. Cuando cuidaba a mi madre enferma, a pesar de mi trabajo en la oficina durante el día, haciendo un sacrificio de verdad, los atractivos de Dios actuaban poderosamente. Una vez fue en la capilla del hospital, adonde me llevaste durante el descanso del mediodía. Quedé tan impresionada, que estuve sólo a un paso de mi conversión. Lloraba. Pero, en seguida, llegaba el placer del mundo, derramándose como un torrente sobre la gracia. Las espinas ahogaron el trigo. Con la explicación de que la religión es sentimentalismo, como siempre se decía en la oficina, rechacé también esta gracia, como todas las otras.

En otra ocasión, me llamaste la atención porque, en lugar de una genuflexión hasta el piso, hice solamente una ligera inclinación con la cabeza. Pensaste que eso lo hacía por pereza, sin sospechar que, ya entonces, había dejado de creer en la presencia de Cristo en el Sacramento. Ahora creo, aunque sólo materialmente, tal como se cree en la tempestad, cuyas señales y efectos se perciben. En este interín, me había fabricado mi propia religión. Me gustó la opinión generalizada en la oficina, de que después de la muerte el alma volvería a este mundo en otro ser, reencarnándose sucesivamente, sin llegar nunca al fin.

Con esto, estaba resuelto el angustiante problema del más allá. Imaginé haberlo hecho inofensivo. ¿Por qué no me recordaste la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, en la que el narrador, Cristo, envió después de la muerte a uno al infierno y al otro al Cielo? Pero, ¿qué habrías conseguido? No mucho más de lo que conseguiste con todos tus otros discursos beatos. Poco a poco me fui fabricando un dios: con atributos suficientes para ser llamado así. Bastante lejos de mí, como para que no me obligara a tener relaciones con él. Suficientemente confuso, como para poder transformarlo a mi antojo. De este modo, sin cambiar de religión, yo podía imaginarlo como el dios panteísta del mundo o pensarlo, poéticamente, como un dios solitario.

Este "dios" no tenía Cielo para premiarme, ni infierno para asustarme. Yo lo dejaba en paz. En esto consistía mi culto de adoración. Es fácil creer en lo que agrada. Con el transcurso de los años, estaba bastante persuadida de mi religión. Se vivía bien así, sin molestias. Sólo una cosa podría haber roto mi suficiencia: un dolor profundo y prolongado. Pero este sufrimiento no llegó. ¿Comprendes ahora el significado de "Dios castiga a aquellos que ama"? Durante un domingo de julio, la asociación de Jóvenes organizaba un paseo de A. Me gustaban las excursiones, pero no los discursos insípidos y demás beaterías. Otra imagen, muy diferente de la de Nuestra Señora de las Gracias de A., estaba desde hacía poco en el altar de mi corazón. Era el distinguido Max, del almacén de al lado. Ya habíamos conversado entretenidos, varias veces. Justamente ese domingo me invitó a pasear. La otra, con la que acostumbraba a salir, estaba enferma en el hospital.

El había comprendido que lo miraba mucho. Pero yo no pensaba en casarme todavía. Su posición económica era muy buena, pero también demasiado amable con todas las otras jovencitas. En aquel entonces yo quería un hombre que me perteneciera exclusivamente, como única mujer. Siempre conservé una cierta educación natural. (Eso es verdad. A pesar de su indiferencia religiosa, Ani tenía algo noble en su persona. Me desconcierta que también las personas "honestas" puedan caer en el infierno, si son deshonestas al huir del encuentro con Dios).

En ese paseo, Max me colmó de amabilidades. Nuestras conversaciones, es claro, no eran sobre la vida de los santos, como las de ustedes. Al día siguiente, en la oficina, me reprendiste por no haber ido al paseo de la Asociación. Cuando te conté mi diversión del domingo, tu primera pregunta fue: "¿Escuchaste Misa?". ¡Tonta! ¿Cómo podríamos ir a Misa si salimos a las 6 de la mañana? Me acuerdo que, muy exaltada, te dije: "El buen Dios no es tan mezquino como lo son los curas". Ahora debo confesar que Dios, a pesar de su infinita bondad, considera todo con más seriedad que todos los sacerdotes juntos. Después de este primer paseo con Max, fui solamente una vez más a la Asociación, en las fiestas de Navidad. Algunas cosas me atraían. Pero en mi interior, ya me había separado de todas ustedes.

Los bailes, el cine, los paseos, continuaban. A veces peleábamos con Max, pero yo sabía cómo retenerlo. Odié mucho a mi rival que, al salir del hospital, se puso furiosa. En realidad, eso me favoreció. La calma distinguida que yo mostraba produjo una gran impresión en Max, que se inclinó definitivamente por mí. Conseguí encontrar la forma de denigrarla.
Me expresaba con calma: por fuera, realidades objetivas, por dentro, vomitando hiel. Estos sentimientos y actitudes conducen rápidamente al infierno. Son diabólicos, en el sentido estricto del término. ¿Por qué te cuento todo esto? Para explicarte que así me aparté definitivamente de Dios. En realidad, Max y yo no llegamos muchas veces al extremo de la familiaridad. Me daba cuenta que me rebajaría a sus ojos si le concedía toda la libertad antes de tiempo. Por eso, supe controlarme. Realmente, yo estaba siempre dispuesta para todo lo que consideraba útil. Tenía que conquistar a Max. Para eso, ningún precio era demasiado alto.

Nos fuimos amando poco a poco, porque ambos teníamos valiosas cualidades que podíamos apreciar mutuamente. Yo era habilidosa, eficiente, de trato agradable. Retuve a Max con firmeza y conseguí, al menos durante los últimos meses antes del casamiento, ser la única que lo poseía. En eso consistió mi apostasía, en hacer mi dios con una criatura. En ninguna otra cosa puede realizarse más plenamente la apostasía como en el amor a una persona del otro sexo, cuando ese amor se ahoga en la materia. Esto es su encanto, su aguijón y su veneno. La "adoración" que tenía por Max se convirtió en mi religión. En ese tiempo, en la oficina, yo arremetía virulentamente contra los curas, los fieles, las indulgencias, los rosarios y demás estupideces.

Trataste de defender con una cierta inteligencia todo lo que yo atacada, aunque quizás sin sospechar que en realidad el problema no estaba en esas cosas. Lo que yo buscaba era un punto de apoyo. Todavía lo necesitaba para justificar racionalmente mi apostasía. Estaba sublevada contra Dios. No te dabas cuenta. Creías que todavía era católica. Por otra parte, yo quería ser llamada así; inclusive pagaba la contribución para el culto. Porque un cierto "reaseguro" nunca viene mal. Es posible que tus respuestas a veces dieran en el blanco. Pero no me al canzaban, porque no te concedía razón. A raíz de estas relaciones sobre bases falsas, fue pequeño el dolor de nuestra separación, con motivo de mi casamiento.

Antes de casarme, me confesé y comulgué una vez más. Era una formalidad. Mi marido pensaba igual. Si era una formalidad, ¿por qué no cumplirla? Ustedes dicen que una comunión así es "indigna". Bien, después de esa comunión "indigna", logré un cierto sosiego en mi conciencia. Esa comunión fue la última. Nuestra vida conyugal transcurría, en general, en armonía. En casi todos los puntos teníamos la misma opinión. También en esto: no queríamos cargar con hijos. En realidad, mi marido quería tener uno, uno solo, naturalmente. Finalmente conseguí que él renunciara a ese deseo. Lo que más me gustaba eran los vestidos, los muebles lujosos, las reuniones mundanas, los paseos en automóvil y otras distracciones. Fue un año de placer el que medió entre mi casamiento y mi muerte repentina.

Todos los domingos íbamos a pasear en auto o visitábamos a los parientes de mi marido. Me avergonzaba de mi madre. Esos parientes se destacaban en la vida social, igual que nosotros. Pero en mi interior, sin embargo, nunca fui feliz. Había algo indeterminado que me corroía. Mi deseo era que, al llegar la muerte - la que sin duda demoraría mucho todavía - todo acabara. Ocurría tal como yo lo había escuchado de niña, durante una plática: Dios recompensa en este mundo toda obra buena que se haga. Si no puede premiarla en la otra vida, lo hace en la tierra. Inesperadamente, recibí una herencia de la tía Lote. Mi marido tuvo la suerte de ver sus ingresos notablemente aumentados. Así pude instalar, confortablemente, una casa nueva.

Mi religión estaba muriendo, como un resplandor crepuscular en un firmamento lejano. Los bares de la ciudad, los hoteles y los restaurantes por los que pasábamos en nuestros viajes, no nos acercaban a Dios. Todos los que los frecuentaban vivían como nosotros: de fuera hacia adentro, no de dentro hacia afuera. Si durante los viajes de vacaciones visitábamos una célebre catedral, tratábamos de divertirnos con el valor artístico de sus obras primas. Los sentimientos religiosos que irradiaban - especialmente las iglesias medievales - yo los neutralizaba criticando circunstancias accesorias de un hermano lego que nos guiaba, criticaba su negligencia en el aseo, criticaba el comercio de los piadosos monjes que fabricaban y vendían licor, criticaba el eterno repique de campanas llamando a los sagrados oficios, diciendo que el único fin era ganar dinero...

Así era como conseguía apartar a la gracia, cada vez que me llamaba. Especialmente descargaba mi mal humor frente a algunas pinturas de la Edad Media representando al Infierno en libros, cementerios y otros lugares. Allí el demonio asaba a las almas sobre fuego rojo o amarillo , mientras sus compañeros, con largas colas, le traen más víctimas. Clara, el infierno puede ser dibujado, pero nunca exagerado! Siempre me burlaba del fuego del infierno. Acuérdate de una conversación durante la cual te puse un fósforo encendido bajo la nariz, preguntándote: "¿Así huele?"

Apagaste en seguida la llama. Aquí nadie consigue hacerlo. Te digo más: el fuego del que habla la Biblia no es el tormento de la consciencia. Fuego es fuego! Debe ser interpretado al pie de la letra cuando Aquel dijo: "Apartáos de mí, malditos, id al fuego eterno". Al pie de la letra! ¿Y cómo puede ser tocado un espíritu por el fuego material? Preguntarás. ¿Y cómo puede sufrir tu alma, en la tierra, si pones el dedo sobre una llama? Tampoco tu alma se quema, mientras tanto el dolor lo sufre todo el individuo. Del mismo modo, nosotros estamos aquí espiritualmente presos al fuego de nuestro ser y de nuestras facultades. Nuestra alma carece de la agilidad que le sería natural; no podemos pensar ni querer lo que querríamos.

No te sorprendas de mis palabras. Es un misterio contrario a las leyes de la naturaleza material: el fuego del infierno quema sin consumir. Nuestro mayor tormento consiste en saber que nunca veremos a Dios. ¿Cómo puede atormentarnos tanto esto, si en la tierra nos era indiferente? Mientras el cuchillo está sobre la mesa, no te impresiona. Le ves el filo, pero no lo sientes. Pero si el cuchillo entra en tus carnes, gritarás de dolor. Ahora, sentimos la pérdida de Dios. Antes, sólo pensábamos en ella.

No todas las almas sufren igual. Cuanto mayor fue la maldad, cuanto más frívolo y decidido, tanto más le pesa al condenado la pérdida de Dios, tanto más lo sofoca la criatura de que abusó. Los católicos que se condenan sufren más que los de otras religiones, porque recibieron y desaprovecharon, por lo general, más luces y mayores gracias. Los que tuvieron mayores conocimientos sufren más duramente que los que tuvieron menos. El que pecó por maldad sufre más que el que cayó por debilidad. Pero ninguno sufre más de lo que mereció. Oh, si esto no fuera verdad, tendría un motivo para odiar!

Un día me dijiste: nadie va al infierno sin saberlo. Eso le habría sido revelado a una santa. Yo me reía, mientras me atrincheraba en esta reflexión: "siendo así, siempre tendré tiempos suficiente para volver atrás". Esta revelación es exacta. Antes de mi muerte repentina, es verdad, no conocía al infierno tal como es. Ningún ser humano lo conoce. Pero estaba perfectamente enterada de algo: "Si mueres, me decía, entrarás en la eternidad como una flecha, directamente contra Dios; habrá que aguantar las consecuencias". Como te dije, no volví atrás. Perseveré en la misma dirección, arrastrada por la costumbre, con la que los hombres actúan cuanto más envejecen.

Mi muerte ocurrió así: Hace una semana - digo según las cuentas que llevan ustedes, porque si calculara por mis dolores, podría estar ardiendo en el infierno desde hace diez años - mi marido y yo salimos en otra excursión dominguera, que fue la última para mí. El día estaba radiante de sol. Me sentía muy bien, como pocas veces. Sin embargo, me traspasaba un presentimiento siniestro. Inesperadamente, en el viaje de regreso, mi marido y yo fuimos enceguecidos por los faros de un automóvil que venía en sentido contrario, a gran velocidad. Max perdió el control del vehículo. Jesús! Se escapó de mis labios, no como oración sino como grito. Sentí un dolor aplastante: comparado con el tormento actual, una bagatela. Después perdí el sentido.

¡Qué extraño! Aquella misma mañana, sin explicación, había surgido en mi mente este pensamiento. "Por una vez, podrías ir a Misa". Era como una súplica. Un "¡no!" claro y decidido cortó el curso de la idea. "Con esas cosas tengo que terminar definitivamente". Es decir, asumí todas las consecuencias. Ahora las soporto.

Lo que ocurrió después de mi muerte lo sabes. La suerte de mi marido, de mi madre, lo que ocurrió con mi cadáver, mi entierro, lo sé por una intuición natural que tenemos todos los que estamos aquí. Del resto de lo que ocurre en el mundo poseemos un conocimiento confuso. Sabemos lo que se refiere a nosotros. De este modo veo el lugar donde vives. Desperté de improviso en el momento de mi muerte. Me encontré inundada por una luz ofuscante. Era el mismo sitio donde había caído mi cadáver. Sucedió como en el teatro, cuando se apagan las luces de la sala, sube el telón y aparece una escena trágicamente iluminada. La escena de mi vida. Como en un espejo, mi alma se mostró a sí misma. Vi las gracias despreciadas y pisoteadas, desde mi juventud hasta el último "no" frente a Dios.

Me sentí como un asesino, al que llevan ante el tribunal para ver a la víctima exánime. ¿Arrepentirme? ¡Nunca! ¿Avergonzarme? ¡Jamás!

Mientras tanto, no conseguía permanecer bajo la mirada de Dios, a quien rechazaba. Sólo tenía una salida: la fuga. Así como Caín huyó del cadáver de Abel, así mi alma se proyectó lejos de esta visión de horror.

Este era el Juicio particular.

Habló el invisible juez: "APÁRTATE DE MI". De inmediato mi alma, como una sombra amarilla de azufre, se despeñó al lugar del eterno tormento.


*Epílogo de Clara:*

Así terminó la carta de Anita sobre el Infierno. Las últimas palabras eran casi ilegibles, tan torcidas estaban las letras. Cuando terminé de leer la última línea, la carta se convirtió en cenizas. ¿Qué es lo que escucho? En medio de los duros términos de las palabras que imaginaba haber leído, resonó el dulce tañido de una campana. Me desperté de inmediato. Estaba acostada en mi cuarto. La luz matinal entraba por la ventana. Las campanadas de las Avemarías llegaban de la iglesia parroquial. ¿Todo había sido un sueño?

Nunca había sentido antes en el Angelus tanto consuelo como después de ese sueño. Lentamente, fui rezando las oraciones. Entonces comprendí: la bendita Madre del Señor quiere defenderte. Venera a María filialmente, si no quieres tener el destino que te contó - aunque fuera en sueños - un alma que jamás verá a Dios. Temblando todavía por la visión nocturna, me levanté, me vestí con prisa y huí a la capilla de la casa. Mi corazón palpitaba con violencia. Los huéspedes que estaban más cerca me miraban con preocupación. Quizás pensaban que estaba agitada por correr escaleras abajo.

Una bondadosa señora de Budapest, un alma sacrificada, pequeña como una niña, miope, aún fervorosa en el servicio de Dios, de gran penetración espiritual, me dijo por la tarde en el jardín: "Señorita, Nuestro Señor no quiere ser servido con excitación". Pero ella advertía que otra cosa me había excitado y aún me preocupaba. Agregó, bondadosamente: "Nada te turbe - conoces el aviso de Santa Teresa - nada te espante. Todo pasa. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta". Mientras susurraba esto, sin adoptar un aire magisterial, parecía estar leyendo mi alma.

"Sólo Dios basta". Sí, El ha de bastarme, en éste o en el otro mundo. Quiero poseerlo allí un día, por más sacrificios que tenga que hacer aquí para vencer. No quiero caer en el infierno.


*Algunas consideraciones finales*

Quizás no como objeción, pero no puede eludirse una pregunta: ¿Cómo puede haber recordado Clara con tal precisión todas las palabras de la carta de la condenada? Respondemos: quien hace lo más, puede hacer lo menos. Quien comienza una obra, puede también concluirla. Si la manifestación de ultratumba es un hecho preternatural, Clara debe haber tenido también una asistencia preternatural para e scribir con exactitud todas las palabras leídas durante la visión.

La eternidad de las penas del infierno es un dogma. Seguramente, el más terrible de todos. Tiene su fundamento en las Sagradas Escrituras. Ver San Mateo 15, 41 y 46; II a los Tesalonicenses, 1, 9; Judith 31; Apocalipsis 14, 11 y 20, 10; todos estos textos son irrefutables, en los que la expresión "eterno" no puede interpretarse como "largo o prolongado". De la conveniencia de ilustrar este dogma con un caso particular, nos da ejemplo Nuestro Señor Jesucristo en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Allí se encuentra una descripción del infierno y del peligro de caer en él. No es otra la intención de este trabajo. Expresa también nuestra finalidad el siguiente consejo: "Vayamos al infierno mientras estemos vivos, para no caer allí después de la muerte". 
 
 
¿Existe realmente el infierno?
El infierno es un estado que corresponde, en el más allá, a los que mueren en pecado mortal y enemistad con Dios.
 
¿Existe realmente el infierno?
¿Existe realmente el infierno?

¿Qué es el infierno?

El infierno es un estado que corresponde, en el más allá, a los que mueren en pecado mortal y enemistad con Dios, habiendo perdido la gracia santificante por un acto personal, es decir, inteligente, libre y voluntario.


¿En verdad existe el infierno?

Jesucristo habla del infierno muchísimas veces en el Evangelio y expresa claramente su carácter de castigo doloroso y eterno.

¿Crees que si no existiera el infierno, Jesús hubiera empleado su tiempo, que Él sabía muy valioso, hablando de una mentira, algo ficticio, sólo para asustar a los hombres?

Jesucristo sabía lo que es el infierno y por eso vino al mundo: a librarnos de ese castigo, a enseñarnos el camino para llegar al Cielo.

Por otra parte, si el infierno no existiera, ¿qué sentido tendría la salvación? ¿A qué hubiera venido Jesús al mundo? ¿A salvarnos de qué?

No podemos escapar de creer que el infierno es algo real. Debemos tomar en serio la posibilidad de ser desgraciados para siempre. La existencia del infierno y de que es eterno, fue definido dogma de fe en el IV Concilio de Letrán.


¿Cómo es posible que exista el infierno si Dios es infinitamente misericordioso?

"Dios quiere que todos los hombres se salven" nos lo dice San Pablo en la primera carta a Timoteo. Esto nos puede llevar a pensar que si Dios quiere que todos nos salvemos entonces no debería existir el infierno. Pero el apóstol nos dice que Dios "quiere", no que Dios "afirma" que todos los hombres se salvarán. Es como si yo dijera: "quiero aprobar mi examen final", ese "quiero" no significa que aprobaré. De mí depende el que pase o no.

Muchas veces se oye entre estudiantes: "El profesor me reprobó". Pero no es verdad, el profesor no le reprobó, él se reprobó a sí mismo al no estudiar lo suficiente para pasar el examen. Y así sucede con Dios. Él no nos condena. Respeta nuestra libertad. De nosotros depende si queremos prepararnos para el examen final o seguir tan campantes esperando aprobarlo sin tocar un libro. Dios cuando nos crea, nos crea para que nos salvemos, puso dentro de nosotros unas leyes que debemos respetar y nos mandó a su Hijo para enseñarnos cómo respetarlas, pero no puede hacer nada si nosotros no queremos colaborar.

Si a un automóvil no le cambiamos el aceite, si en vez de ponerle gasolina le ponemos alcohol o agua, si no le revisamos el motor... seguramente se descompondrá. Lo mismo sucede con el hombre, si no respeta las leyes inscritas en su naturaleza, no podrá cumplir con su fin último que es la salvación eterna. Ojalá que todos nos preparemos para pasar el examen final, el más importante que haremos en toda nuestra vida, ante el tribunal de Dios, pues si lo pasamos podemos decir que nuestra vida ha tenido un sentido.


¿En qué consistirán las penas del infierno?

Así como en el Cielo disfrutaremos plenamente como hombres formados de cuerpo y alma, en el infierno también habrá dos elementos de sufrimiento:

  • El sufrimiento del alma por no poder ver a Dios, llamado pena de daño. Este sufrimiento se deriva de que los que fueron condenados ya vieron a Dios, con toda su belleza y grandiosidad, en el día del juicio y… ya no lo podrán ver jamás. Es el sufrimiento ocasionado por sentirse irresistiblemente atraídos hacia Dios sabiéndose eternamente rechazados por Él.
  • El sufrimiento del cuerpo o pena de sentido. Aquí se trata de un elemento material que causa un daño físico, un dolor intensísimo en el cuerpo. Para significar este gran sufrimiento, Cristo habla en el Evangelio de "fuego", y aunque no necesariamente es un fuego como el que conocemos en la Tierra, ésta es la imagen que comúnmente tenemos de las penas del infierno.


    ¿Puede un condenado arrepentirse?

    ¡Ojalá pudiera, pero ya no tiene esta posibilidad! El hombre que ha rechazado en su vida la amistad con Dios, ya no es admitido a ella.

    En el momento de la muerte, el alma separada, por ser espíritu puro, queda fija para siempre en la posición a favor o en contra de Dios que tenía en el último momento de vida. Dios rechaza eternamente al condenado, pero no porque lo odie, pues su amor es siempre fiel, sino porque el condenado está eternamente cerrado a recibir el perdón. ¿Cómo poder perdonar a alguien que no quiere ser perdonado?

    Esta conciencia de no admisión y el saber que ya no tiene remedio, que ya no hay posibilidad de conversión, hace que surja en el condenado el odio y el endurecimiento. Sufren por no estar con Dios, pero ese sufrimiento se transforma en envidia y en odio. Se convierten en enemigos de Dios.

    Santa María Magdalena de Pazzi oyó una vez la voz de Dios que le dijo:
    Entre los condenados reina el odio, pues cada uno ve ahí a aquél que fue la causa de su condenación y lo odia por haberlo llevado ahí. De esta manera, los recién llegados aumentan la rabia que ya existía antes de su llegada.


    ¿Podemos imaginar el infierno?

    Si hacemos la operación inversa a pensar en el Cielo podemos darnos una idea aproximada acerca de cómo podrá ser el infierno, aunque será una analogía, pues el cuerpo resucitado no será un cuerpo como el que ahora tenemos, sino diferente, que ya no estará sujeto al espacio y al tiempo.

    Para hacerte una idea de lo que es el infierno, imagina el lugar más horrible que puedas, quítale lo poco bello que le quede y llénalo de las cosas más repugnantes y aterradoras. Imagínate haciendo lo que más aborreces, sufriendo unos dolores indecibles en todo el cuerpo: contemplando imágenes espantosas; escuchando sonidos estridentes y desafinados; experimentando los sabores más amargos; sufriendo con los olores más desagradables y sintiendo en tu corazón los peores sentimientos: envidia, celos, remordimiento, rencor, odio. Después, rodéate de las personas más abominables que te puedas imaginar: orgullosas, envidiosas, egoístas, criticonas, sarcásticas, sádicas y degeneradas. Y lo peor de todo… te sientes irresistiblemente atraído hacia Dios y sabes que nunca podrás llegar a estar con Él. Piensa que en ese lugar estás aprisionado para siempre, sin posibilidad alguna de escapar. Esta puede ser una imagen semejante al infierno, pero debes tener la seguridad de que cualquier cosa que te imagines será mínima frente a la realidad, pues nuestra condición humana nos hace incapaces de imaginar un sufrimiento sin límites.


    ¿Hay alguien que realmente esté en el infierno?

    Eso no lo podemos afirmar. Sabemos que existe el infierno con tanta certeza como sabemos que existe el Cielo. La Iglesia nos asegura que hay gente en el Cielo y que son aquellas personas que han sido canonizadas, pero nunca se ha hecho una "canonización al revés", que nos asegure que cierta persona está en el infierno.

    Sin embargo, hay muchos santos a quienes Dios les ha concedido una visión del infierno y que nos han dicho: Ví almas que caían al infierno como hojas que caen en el otoño.


    ¿Puedo salvarme si me arrepiento en el último momento?

    Es demasiado arriesgado pensar que puedes vivir como quieras y arrepentirte en el momento de la muerte, pues ese momento será muy difícil para ti.

    Como dice la Madre Teresa: En el momento de la agonía, el hombre sufre tanto, que es muy fácil que se sienta invadido por la desesperación y la angustia, y estos sentimientos lo vuelvan incapaz de arrepentirse y recibir el perdón de Dios.

    Será muy difícil que en el último momento tengas la fuerza y la valentía para arrepentirte, si viviste toda tu vida lejos de Dios. Sin embargo, si te empeñas en arriesgarte, es verdad que Dios te da la posibilidad de arrepentirte hasta el último instante de vida y puedes salvarte con ese único acto de arrepentimiento.


    Algunas citas evangélicas sobre el infierno:

    Mt 5,22: ...y quien dijere a su hermano "insensato", será reo de la gehena del fuego.
    Mt 10,28: No temáis a los que matan el cuerpo… temed más bien a los que pueden arruinar el cuerpo y el alma en el fuego eterno.
    Mc 9,43-48: ...más te vale entrar manco al Cielo, que entrar con las dos manos a la gehena, al fuego inextinguible.
    Mt 13,50: ...y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes.
    Mt 25,41: Apartaos de mi malditos al fuego eterno.
    Mt 22,13: ...atadlo y echadlo fuera a las tinieblas, donde habrá llanto y crujir de dientes.
    Mt 25,30: ...y el siervo inútil será arrojado a las tinieblas.
    Lc16,28: ...para que no vengan también ellos a este lugar de tormento…
    Mt 25,46: ...e irán estos al tormento eterno.
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    Las cuatro negaciones acerca del infierno
    ¿Se ve a Dios? ¿Se sufre físicamente? ¿Se puede salir? ¿Hay condenados?
     
    Las cuatro negaciones acerca del infierno
    Las cuatro negaciones acerca del infierno
    Así como hay cerveza sin alcohol, café sin cafeína, sal sin sodio, azúcar sin glucosa, tabaco sin nicotina, hombres sin sustancia y sin humanidad, o sea, “sin fundamento, sin misión, sin fin último” (1); y estos son todos productos “light”; así existen, también, cristianos “light” que son partidarios de un infierno “light”.

    Nos podemos preguntar, ¿qué es un infierno “light”? Es un “infierno” carenciado. Es un infierno “liviano”: sin pena de daño, sin pena de sentido, sin eternidad y/o sin habitantes. Sobre la base de estas cuatro carencias las variantes son muchas y las hay para todos los gustos. Algunos son plenamente “light” y sostienen las cuatro negaciones, otros son más medidos y aceptan sólo algunas variantes “light” o les ponen atenuantes.

    En muchos textos de la Sagrada Escritura se fundamentan las verdades reveladas acerca del infierno. Pero, para mi intento, son suficientes tan sólo dos mitades de dos versículos. Se enseña la pena de daño, o sea, la privación de la vista de Dios, en “Apartaos de mí, malditos,...” (Mt 25, 41); la pena de sentido, o sea, el sufrimiento que proviene de cosas sensibles, en “ ...id al fuego...” (id); la eternidad de las penas, que no terminarán jamás, en “...eterno.” (id); y acerca de sus habitantes: “Éstos irán al castigo eterno...” (Mt 25, 46). Para los que tenemos el convencimiento de que la Biblia es Palabra de Dios, no son necesarios más textos.


    Las cuatro negaciones acerca del infierno:

    1. La privación de la vista de Dios o pena de daño

    2. El castigo infligido a las creaturas o pena de sentido

    3. La eternidad de las penas

    4. El infierno “vacío”


    En fin, no nos alcanzará la vida presente, ni aún la eternidad, para dar gracias a Jesucristo que “de Creador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados”108.

    Nunca agradeceremos suficientemente la paciencia de Dios con nosotros que, por estar en vida, todavía tenemos la esperanza de conversión. Podríamos haber terminado nuestra existencia en esta tierra estando en pecado y Él no lo permitió.

    Debemos seguir pidiendo, todos los días de nuestra vida, la gracia de las gracias, la gracia de la perseverancia final, como lo hacemos en cada Avemaría: “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

    Y mucho más inteligente que proponer dudas acerca del infierno, las cuales por otra parte hace siglos que han sido resueltas por los Santos Padres y Doctores, vivamos de manera que no vayamos a ir a él. Que siempre será verdad, “Que al final de la jornada/ el que se salva sabe/ y el que no, no sabe nada”.


    ¿Qué significa descendió a los infiernos?
    Descenso del alma de Cristo, ya separada del cuerpo por la muerte, al lugar que también se llama "sheol" o "hades"
     
    ¿Qué significa descendió a los infiernos?
    ¿Qué significa descendió a los infiernos?
    En el Credo de los Apóstoles proclamamos que Cristo "descendió a los infiernos". ¿Qué significa?

    Este Credo, formulado en el siglo V, se refiere al descenso del alma de Cristo, ya separada del cuerpo por la muerte, al lugar que también se llama "sheol" o "hades". El Cuarto Concilio Lateranense, en el 1215, definió esta doctrina de Fe.

    En este caso "infierno" no se refiere al lugar de los condenados sino que es "el lugar de espera de las almas de los justos de la era pre-cristiana" (Ott, p. 191). Entre la multitud de justos allí esperando la salvación, estaba San José, los patriarcas y los profetas, como todos aquellos que murieron en paz con Dios. Todos necesitaban, como nosotros, la salvación de Cristo para poder ir al cielo.

    Vea en las Sagradas Escrituras: Hechos 2,24; 2,31; Flp 2, 10, 1 Pedro 3,19-20, Ap 1,18, Ef 4,9.

    Padres de la Iglesia que enseñaron esta doctrina incluyen: San Justino, San Ireneo, San Ignacio de Antioquía, Tertuliano, San Hipólito, San Agustín.

    Santo Tomas Aquino enseña que el propósito de Cristo en descender a los infiernos fue liberar a los justos aplicándoles los frutos de la Redención (S. Th. III, 52, 5).

    El Catecismo de la Iglesia Católica sobre esta doctrina:


    Cristo descendió a los infiernos

    632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos.

    633 La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham". "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos".

    Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido.

    634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva..." (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo, pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos 605 los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención.

    635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte para "que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan". Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15), aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud" (Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte y del Hades" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).

    Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos ... En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida.

    Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él ... Y, tomándolo de la mano, lo levanta diciéndole: "Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo". Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti ...

    Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto".[500]


    Demonios: ángeles caídos
    Lucifer era uno de los ángeles más bellos y hermosos y su inteligencia también era aguda.
     
    Demonios: ángeles caídos
    Demonios: ángeles caídos

    Los ángeles fueron creados con una naturaleza buena, eran libres, bellos e inteligentes, según la categoría de cada cual. Ante el primer acto libre se determinaban: Con Dios para siempre, en el estado de gloria, o contra Él, también por toda la eternidad.

    Lucifer era uno de los ángeles más bellos y hermosos (su nombre significa "lucero", la estrella radiante de la mañana), y su inteligencia también era aguda y fascinante. A tal punto que en el momento de la elección se prefirió a sí mismo; prefirió buscar la felicidad, la realización, la dicha, autocontemplándose, como iba a hacer Narciso que, autocontemplando su belleza en las aguas del lago, cayó en él y pereció ahogado.

    Del mismo modo Lucifer, prefiriendo buscar su felicidad en sí mismo y no en su Creador, consiguió su eterna desdicha y desventura.

    ¿Pero es que no podía preveerlo, ya que era tan aguda su inteligencia?

    Sí, lo preveía, pero lo cegó lo inmediato.

    Como a nosotros: Sabemos las consecuencias nefastas, personales y sociales, de abandonar los caminos de Dios, pero nos ciega el placer y la conveniencia de lo inmediato, sin darnos espacio a recapacitar sobre las consecuencias posteriores: así la fornicación, el adulterio, el robo, la mentira, la coima, el ser corrupto... Sabemos que así la cosa no va, pero hay una aparente "conveniencia" que nos ciega en lo inmediato y perturba la serena reflexión del momento del después.

    Así pasó con quien ahora llamamos el Demonio.

    Jesús, en el evangelio de Lucas, capítulo 10 versículo 18 (Lc. 10, 18), dice que lo vió caer desde el cielo como un rayo. Claro que lo vió como Hijo eterno de Dios, igual al Padre, con Quien coexiste desde siempre, antes de la creación corpórea de los seres, luego de haber creado el mundo "invisible" (que son los ángeles).

    En el último libro del Nuevo Testamento y, por lo tanto, de la Biblia, se narra su caía (la de Satanás), la vista por Jesús antes de que las cosas comenzaran a ser: Es en el Apocalipsis, capítulo 12, versículos 7 al 9 (Ap. 12, 7-9): Narra que hubo una gran batalla en el cielo, donde el Arcángel Miguel combatió contra el Demonio (a quien también se le dá el nombre de Satanás, o Dragón. y se lo llama el seductor del mundo entero), ambos al frente de grupos de ángeles. Lucifer fué precipitado hacia la tierra, y luego de perseguir a la Madre del Mesías, va a hacer la guerra al resto de sus hijos, "los que guardan el testimonio de Jesús", es decir, a los cristianos de cualquier denominación, y aún a los hombre de buena voluntad que siguen la verdad testificada por su conciencia, sagrario de Dios, pues siguiendo la Verdad que ella les dicta, siguen al que es la Verdad, el Camino y la Vida, es decir, a Jesús, aunque sea implícitamente.

    El profeta Isaías, unos seis siglos antes de la venida de Jesús, también hace referencia a su caída. Recordemos sus palabras, que podemos meditar en el capítulo 14, versículos 12 al 15 (Is 14, 123-15): "¡Cómo has caído del cielo, Lucero de la aurora, y estás tirado por tierra! Tú que decías: Escalaré los cielos, pondré mi trono por encima de las estrellas, y me sentaré en el monte más alto, en la cima de la montaña celeste; escalaré las nubes, seré igual que Dios. ¡Has caído en el Abismo, en lo más hondo de la fosa!"

    Se dice que arrastró a la tercera parte de los ángeles, los que ahora llamamos demonios. La Biblia hace referencia a ello cuando dice que "arrastró a la tercera parte de las estrellas del cielo", teniendo por "estrellas del cielo" a estas creaturas celestes.

    Siempre las personas bellas y/o inteligentes tienen cierto ascendiente sobre las demás, que muchas veces las siguen y admiran, y más cuando poseen las dos cualidades a la vez: Esto pasó ciertamente con los ángeles de Dios que se dejaron "seducir" por Satanás. Pero los buenos son los más, y ellos son los que nos auxilian y acompañan, no permitiendo que "el enemigo del género humano" (que querría ver nuestra eterna desdicha y destrucción), tenga dominio sobre nosotros, si nos entregamos a Dios.

    El libro de la Sabiduría, en su capítulo 2 versículo 24, dice que por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen: muerte espiritual y muerte física, que Jesús Resucitado vence con el don de la gracia y la santidad, y con la vida corporal eterna fruto de la Resurrección, de la Pascua: De ambas cosas se hacen partícipes los que pertenecen a Jesús, es decir, los cristianos.

    Envidia de que el varón y la mujer, siendo de naturaleza inferior (compuesto de materia y espíritu, cuerpo y alma), sea elevado al estado de familiaridad con Dios, destinado a la vida de la gracia y de la gloria. De ahí deriva su "persecución infernal" para tratar de "perder" al hombre.

    Fué una caída (la de Satanás) fruto de la soberbia y de la vanidad: Eligiéndose a sí mismo quiso tener dominio sobre los demás. Buscó el poder de Dios sin ser Dios. Fijémonos si muchos de nosotros no lo tomamos actualmente como modelo, y le rendimos honor y pleitesía, tratando de con-formarnos con sus antivalores, aunque no lo digamos explícitamente.

    Y su naturaleza quedó desequilibrada, repleto de odio en su voluntad, "pervertido y pervertidor", como solía decir el venerado Pablo VI, que aprovecha las "grietas de la psicología" para influír en la naturaleza humana.

    Allí donde ve duda, desazón, falta de seguridad y de paz, carencia del sentido de la vida y de los valores, aprovecha para reinar.

    "Fue creado bueno por Dios, pero a sí mismo se hizo malo".

    ¿Nos pasará a nosotros lo mismo?


    Los nombres del Demonio
    Los distintos nombres que se le da al Demonio nos introducen en el meollo de su actuación.
     
    Los nombres del Demonio
    Los nombres del Demonio


    Los nombres que tiene el Demonio, ¿corresponden a su actuación?

    En el libro del Apocalipsis, capítulo 12, versículo 9, se habla de los nombres del Demonio. Es con ocasión de su desplazamiento del cielo cuando combaten contra él, el Arcángel Miguel y sus Ángeles, y lo arrojan de ese lugar beatífico, porque no hay más lugar para él allí después de su caída. Se dice que fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el Seductor del mundo entero. Y sus Ángeles fueron arrojados con él, es decir, los que siguieron su camino.

    Los distintos nombres que aquí se le da al Demonio nos introducen en el meollo de su actuación. Basta preguntarnos a nosotros mismos, y contestaremos que el Dragón echa fuego por la boca. Que la Serpiente es enroscada y venenosa.

    Diablo, del griego “diabolos”, significa una mente doble y perversa.

    Y el nombre de Seductor se le aplica porque aparece como “Ángel de luz”, presentando el mal como bien y viceversa, para confundirnos y hacernos caer.

    El ángel es un ser personal, que subsiste en sí mismo, pero que recibe su existencia de parte de Dios. Lo mismo pasa con nosotros, que también somos personas.

    Tratemos de sacar alguna enseñanza:

    1. Sabemos lo que es echar fuego por la boca; más de una vez se lo atribuimos a alguna persona por sus expresiones, su enojo desordenado, sus insultos o sus críticas malsanas.

    2. También sabemos lo que es ser enroscado o enroscada: Persona complicada, que no hace las cosas fáciles, que “puede salir por cualquier lado”, que dice algo y hace otra cosa, que no son claras sus intenciones, que es difícil de tratar.

    3. ¿Y alguien venenoso o venenosa?: Es el que habla mal de otra persona, que denigra, que calumnia, que difama, que desprecia, principalmente con sus palabras.

    De todos estos nombres del Demonio, que delatan su actuación furtiva y su psicología hostil, se desprenden tres consecuencias que vamos a analizar, para tratar de no entrar en su juego.


    Estas consecuencias, fruto de su actuación en nosotros, son: (a) la murmuración, (b) la difamación y (c) la calumnia.

    Son formas de matar o eliminar al otro, al que no queremos; nos convertimos en homicidas, y en seguidores del padre de los homicidas, Satanás (Jn . 8, 44).

    a) Veamos el primero de ellos: La murmuración. Vayamos a su significación etimológica: Según el Larousse Universal, murmullo es “un ruido sordo y confuso que producen varias personas hablando al mismo tiempo”, y también “las aguas corrientes”, poniendo como ejemplo “el manso murmullo de un arroyo”. Pero si vamos directamente a “murmuración”, dice “crítica o maledicencia”. Ordenemos los términos, y digamos que la murmuración es cuando varias personas hablan de otra, como el murmullo de un río que arrastra sus piedritas, y es un ruido sordo porque no permiten que otras que no estén unidas a ellas participen o se enteren de lo que hablan. Si viene alguien ajeno al grupo, se callan, para ver el grado de involucración que demuestra el que se acerca. Consiste en hablar de otro u otros, pero mal. Y no de cosas desconocidas, sino conocidas por todos, y agrandándolas.

    b) Distinta es la difamación. En este caso, los complotados en contra del ausente, hablan mal para hacerlo quedar aún peor, pero con cosas que no son conocidas por los presentes, sino sólo por el que las habla o algún otro.

    c) La calumnia es lo más aberrante. Es decir a otro o a otros, con mentira, algo malo de alguien ausente.

    Si no queremos entrar en componendas con el Demonio, no seamos caja de resonancia de sus nombres: 1. No echemos fuego por la boca como el Dragón. 2. No seamos enroscados y de intenciones poco claras como la serpiente. 3. No seamos venenosos cuando nos referimos a nuestro prójimo ausente.

    En fin: No caigamos en la murmuración, en la difamación o en la calumnia, que cotidianamente nos son presentadas por el “seductor del mundo entero”.


    Citas de la Sagrada Escritura sobre el demonio
    Citas de la Sagrada Escritura sobre la existencia del demonio y su actuación sobre el hombre.
     
    Citas de la Sagrada Escritura sobre el demonio
    Citas de la Sagrada Escritura sobre el demonio

    1. Existencia

    He visto a Satanás caer del cielo a manera del relámpago. Lc 10, 18.

    Vosotros sois hijos del diablo [...]. El fue homicida desde el principio, no permaneció en la verdad. Jn 8, 44.

    Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, amarrados con cadenas infernales, los precipitó al abismo donde son atormentados. 2 Pdr 2, 4.

    A los ángeles que no conservaron su dignidad, sino que abandonaron su morada, los echó (Dios) en el abismo tenebroso con cadenas eternas. Jud 6.

    Apartáos de mí, malditos, al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus ángeles. Mt 25, 41.


    2. Oposición entre Jesús y el diablo

    Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo [...]. El diablo le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote ante mí me adorares. Respondióle Jesús: Apártate de mí, Satanás. Mt 4, 1-9; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13.

    El enemigo que sembró la cizaña es el diablo. Mt 13, 39.

    Los escribas decían: Esta poseido de Belcebú, y así por arte del príncipe de los demonios es como lanza los demonios. Mas les contestaba con estos similes: ¿Cómo puede Satanás arrojar al mismo Satanás? Si un reino se divide no puede subsistir Mc 3, 22-24; Mt 12, 24-32, Lc 11, 15-20.

    Curó (Jesús) a muchas personas, afligidas de varias dolencias, y lanzó a muchos demonios, sin permitirles decir que sabían quien era. Mc 1, 34.

    Señor, ten compasión de mi hijo, porque es lunático [...] y lo he presentado a tus discípulos y no han podido curarle. Jesús dijo: Traédmelo acá. Y Jesús amenazó al demonio y salió del muchacho, que quedó curado. Mt 17, 14-17; Mc 9, 17-28; Lc 9, 38-44.

    Los que creyeren lanzaran los demonios en mi nombre. Mc 16, 17.

    Señor, hasta los demonios mismos se sujetan a nosotros por la virtud de tu nombre. Lc 10, 17.

    Un hombre poseido del espíritu inmundo exclamó diciendo: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, oh Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Mt 8, 29; Mc 1, 24; 5, 7; Lc 8, 28.

    Ahora "el príncipe de este mundo" va a ser lanzado fuera. Jn 12, 31.

    ¿Qué compañía puede haber entre la luz y las tinieblas? ¿qué concordia entre Cristo y Belial? 2 Cor 6, 14-15.


    3. Su actuación sobre el hombre

    Sed sobrios y vigilantes: porque vuestro enemigo el diablo anda girando como león rugiente alrededor de vosotros, en busca de presa que devorar. I Pdr 5, 8.

    Quisimos pasar a visitaros y en particular yo, Pablo, lo he resuelto varias veces; pero Satanás nos lo ha estropeado [...]. I Tes 2, 18.

    Los que contradicen la verdad [...] están enredados en los lazos del diablo, que los tiene presos a su arbitrio. 2 Tim 2, 25-26.

    Dijo también el Señor: Simón, mira que Satanás va tras de vosotros para zarandearos como el trigo. Mas yo he rogado por ti. Lc 22, 31 -32.

    El que oye la palabra del reino y no para en ella su atención, viene el mal espíritu y le arrebata aquello que se había sembrado en su corazón. Mt 13, 19.

    Se me ha dado el estímulo de mi carne, un angel de Satanás para que me abofetee. 2 Cor 12, 7.

    El mismo Satanás se transforma en angel de luz, así no es mucho que sus ministros se transfiguren en ministros de justicia. 2 Cor 11, 14-15.

    Satanás se apodero de Judas, el cual fue a tratar con los príncipes de los sacerdotes Lc 22, 3-4; Jn 13, 17.

    Temo que así como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así sean manchados vuestros espíritus. 2 Cor 11, 3.

    Revestíos de toda la armadura de Dios, para poder contrarrestar las asechanzas del diablo, pues [...] nuestra pelea es contra los espíritus malignos. Efes 6, 11 - 12.

    Si os enojáis, no queráis pecar [...]. No déis lugar al diablo. Efes 4, 26-27.

    Éstos son espíritus de demonios, que hacen prodigios y van a los reyes de la tierra para coaligarlos en batalla el gran día del Dios todopoderoso. Apoc 16, 14.

    Satanás saldrá de su prisión y engañará a las naciones que hay sobre los cuatro ángulos del mundo. Apoc 20, 7.

    Quien comete pecado, del diablo es; porque el diablo desde el momento de su caída continúa pecando. Por eso vino el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. I Jn 3, 8.

    Estad, pues, sujetos a Dios y resistid al diablo y huirá de vosotros. Sant 4, 7.



    Diversos Textos sobre el demonio


    Escogió el mal

    Si miras hacia el sol serás inmediatamente iluminado; si miras hacia la sombra, necesariamente quedarás rodeado de tinieblas. El diablo es malo por haber escogido la maldad libre y conscientemente, no porque su naturaleza esté de por si en oposicion con el bien (SAN BASILIO, Sermón 15).


    Su actuación constante cerca del hombre

    Siempre está ojo avizor contra nosotros el enemigo antiguo; no nos durmamos. Sugiere halagos, pone celadas, introduce malos pensamientos y, para llevarnos a dolorosa ruina, pone delante lucros y amenaza con perjuicios. Todos ahora y cada uno es probado, cada cual a su modo (SAN AGUSTÍN, Sermón 6).

    Las cosas que proceden de la naturaleza y las que parten de nuestra voluntad, son de poca importancia, comparadas con la guerra implacable que nos tiene declarada el demonio. (SAN JUAN CRISÓSTOMO,en Catena Aurea,vol I, p.374).

    Nos dice también San Pedro: Vigilad constantemente, pues el demonio esta rondando cerca de vosotros como león rugiente, que busca a quien devorar. Y el mismo Jesucristo nos dice: Orad sin cesar, para que no caigais en la tentación: es decir, que el demonio nos acecha en todas partes. De manera que es preciso contar con que, en cualquier parte o en cualquier estado que nos hallemos, nos acompañará la tentacion. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre las tentaciones).

    Nuestro enemigo el diablo nos rodea siempre, tratando de quitarnos la semilla de la palabra que ha sido puesta en nosotros. (SAN ATANASIO, en Catena Aurea, vol. Vl, p. 396).


    La tentación

    Como general competente que asedia un fortín, estudia el demonio los puntos flacos del hombre a quien intenta derrotar, y lo tienta por su parte mas débil. (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., p. 162).

    Sus armas son la astucia, el engaño y la torpeza espiritual y sus despojos los hombres engañados por él. (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. Vl, p. 30).

    Dos pasos del diablo: primero engaña, y después de engañar intenta retener en el pecado cometido. (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c. , p. 163).

    Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mi todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad, no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mi como podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra lealtad católica. (R. A.KNOX, Sermones pastorales, P. 79).


    Trata siempre de sembrar la confusión

    E1 diablo no permite a aquellos que no velan, que vean el mal hasta que lo han consumado. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 345).

    Suponed, por ejemplo, que sobre las calles de una populosa ciudad cayera de repente la oscuridad; podeis imaginar, sin que yo os lo cuente, el ruido y el clamor que se produciría. Transeuntes, carruajes, coches, caballos, todos se hallarían mezclados. Así es el estado del mundo. El espíritu maligno que actúa sobre los hijos de la incredulidad, el dios de este mundo, como dice S. Pablo, ha cegado los ojos de los que no creen, y he aquí que se hallan forzados a reñir y discutir porque han perdido su camino; y disputan unos con otros, diciendo uno esto y otro aquello, porque no ven. (CARD.J. H. NEWMAN, Sermón para el Domingo 11 de Cuaresma. Mundo y pecado).

    El lobo roba y dispersa las ovejas, porque a unos los arrastra a la impureza, a otros inflama con la avaricia, a otros los hincha con la soberbia, a otros los separa por medio de la ira, a este le estimula con la envidia, al otro le incita con el engaño. De la misma manera que el lobo dispersa las ovejas de un rebaño y las mata, así también hace el diablo con las almas de los fieles por medio de las tentaciones. (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 14 sobre los Evang.).

    Siendo un angel apóstata, no alcanza su poder más que a seducir y apartar el espíritu humano para que viole los preceptos de Dios, oscureciendo poco a poco el corazon de aquellos que tratarían de servirle, con el propósito de que olviden al verdadero Dios, sirviéndole a él como si fuera Dios. Ésto es lo que descubre su obra desde el principio. (SAN IRENEO, Trat. contra las herejías, 5).

    Perverso maestro es el diablo, que mezcla muchas veces lo falso con lo verdadero, para encubrir con apariencia de verdad el testimonio del engaño. (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. IV, p. 76).


    En la hora de la muerte

    Debemos procurar pensar con santo temor cuán furioso y terrible se presentará el demonio en el dia de nuestra muerte, buscando en nosotros sus obras; cuando vemos que se presentó a Dios al morir en su carne, y buscó alguna de sus obras en Aquel en quien nada pudo encontrar. (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 39 sobre los Evang.).


    Trata de aprovechar cualquier circunstancia y estado de ánimo especialmente la tristeza

    Alguien podría quiza preguntar: ¿cómo se explica que el diablo utilice las citas de la Sagrada Escritura?

    No tiene mas que abrir el Evangelio y leer. Encontrará escrito: Entonces el diablo lo tomó —se trata del Señor, del Salvador— y lo puso sobre lo alto del templo y le dijo: si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo; pues está escrito: te he encomendado a los ángeles, los cuales te tomarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra (Mt 4, 5-6).

    ¿Qué no hará a los pobres mortales el que tuvo la osadía de asaltar, con testimonios de la Escritura, al mismo Señor de la majestad? (SAN VICENTE DE LERINS, Conmonitorio, n. 26).

    Después (de cometido el mal) el diablo exageró de tal manera su tristeza que llegó a perder al desgraciado. Algo semejante pasó en Judas, pues después que se arrepintió no supo contener su corazón, sino que se dejo llevar por la tristeza inspirada por el diablo, la cual le perdió. (ORIGENES, en Catena Aurea, vol. III, p. 346).


    El pecador queda, en cierto modo, bajo la potestad del demonio

    De la misma manera que la nave (una vez roto el timón) es llevada a donde quiere la tempestad, así también el hombre, cuando pierde el auxilio de la gracia divina por su pecado, ya no hace lo que quiere, sino lo que quiere el demonio. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p.

    Cuando el demonio se aparta de alguno, acecha el instante oportuno, y cuando le ha inducido a un segundo pecado, acecha la ocasión para el tercero. (ORIGENES, en Catena Aurea, vol. III, p. 346).


    No tiene tanto poder para vencernos como para tentarnos. Incluso tiene limitado el poder de tentar

    El afirmar que éstos enemigos se oponen a nuestro progreso, lo decimos solamente en cuanto nos mueven al mal, no que creamos que nos determinen efectivamente a él. Por lo demás, ningún hombre podría en absoluto evitar cualquier pecado, si tuvieran tanto poder para vencernos como lo tienen para tentarnos. Si por una parte es verdad que tienen el poder de incitarnos al mal, por otra es tambien cierto que se nos ha dado a nosotros la fuerza de rechazar sus sugestiones y la libertad de consentir en ellas. Pero si su poder y sus ataques engendran en nosotros el temor, no perdamos de vista que contamos con la protección y la ayuda del Señor. Su gracia combate a nuestro favor con un poder incomparablemente superior al de toda esa multitud de adversarios que nos acosan. Dios no se limita únicamente a inspirarnos el bien. Nos secunda y nos empuja a cumplirlo. Y más de una vez, sin percatarnos de ello y a pesar nuestro, nos atrae a la salvación. Es, pues, un hecho cierto que el demonio no puede seducir a nadie, si no es a aquel que libremente le presta el consentimiento de su voluntad. (CASIANO, Colaciones, 7).

    El diablo tiene un cierto poder; sin embargo, las más de las veces quiere hacer daño y no puede porque éste poder está bajo otro poder [...], ya que Quien da facultad al tentador, da tambien su misericordia al que es tentado. Ha limitado al diablo los permisos de tentar. (SAN AGUSTIN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).

    El diablo no puede dominar a los siervos de Dios que de todo corazón confían en Él. Puede, sí, combatirlos, pero no derrotarlos. (PASTOR DE HERMAS, Epílogo sobre los Mandamientos, 2).


    No conoce directamente la naturaleza de nuestros pensamientos

    Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos merced a indícios sensibles o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las cosas hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio, lo que no hemos exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas les es totalmente inaccesible.

    Inclusive los mismos pensamientos que ellos nos sugieren, la acogida que les damos, la reacción que causan en nosotros, todo ésto no lo conocen por la misma esencia del alma 1~], antes bien, por los movimientos y manifestaciones del hombre exterior. (CASIANO, Colaciones, 7).


    Es como un gran perro encadenado, que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado

    Nos dice San Agustin, para consolarnos, que el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre las tentaciones).


    Ayuda de los Sacramentos, de la oración, de la limosna y de los sacramentales para vencer la tentación

    Me dices que por qué te recomiendo siempre, con tanto empeño, el uso diario del agua bendita. Muchas razones te podría dar. Te bastará, de seguro, ésta de la Santa de Avila: "De ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita" (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 5t2).

    Dios nos envía amigos, ora sea un santo, ora un angel, para consolarnos [...]; nos hace sentir con mayor fuerza la eficacia de sus gracias a fin de fortalecernos y armarnos de valor. Mas, al recibir los sacramentos, no es un santo o un angel, es Él mismo quien viene revestido de todo su poder para aniquilar a nuestro enemigo. El demonio, al verle dentro de nuestro corazón, se precipita a los abismos; aquí tenéis, pues, la razón o motivo por el cual el demonio pone tanto empeño en apartarnos de ellos, o en procurar que los profanemos. En cuanto una persona frecuenta los sacramentos, el demonio pierde todo su poder sobre ella. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la perseverancia)

    (Mas líbranos del mal). Nada queda ya que deba pedirse al Señor cuando hemos pedido su protección contra todo lo malo; la cual, una vez obtenida, ya podemos considerarnos seguros contra todas las cosas que el demonio y el mundo pueden hacer. ¿Qué miedo puede darnos el siglo, si en el tenemos a Dios por defensor? (SAN CIPRIANO, en Catena Aurea, vol. II, pp. 371-372).

    Ningún poder humano puede ser comparado con el suyo y sólo el poder divino lo puede vencer y tan sólo la luz divina puede desenmascarar sus artimañas. El alma que hubiera de vencer la fuerza del demonio no lo podrá conseguir sin oración ni podrá entender sus engaños sin mortificación y sin humildad (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 3, 9).

    Donde se da limosna no se atreve a penetrar el diablo. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la l.a Epístola a los Colosenses, 35).


    La ayuda del Ángel Custodio

    Acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones. (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 567).


    El humilde vence al demonio

    Refiérese en la vida de San Antonio que Dios le hizo ver el mundo sembrado de lazos que el demonio tenía preparados para hacer caer a los hombres en pecado. Quedó de ello tan sorprendido que su cuerpo temblaba como la hoja de un árbol, y dirigiéndose a Dios le dijo: "Señor, ¿quién podre escapar de tantos lazos?" Y oyó una voz que le dijo: "Antonio, el que sea humilde; pues Dios da a los humildes la gracia necesaria para que puedan resistir a las tentaciones; mientras permite que el demonio se divierta con los orgullosos, los cuales caerán en pecado en cuanto sobrevenga la ocasión. Mas a las personas humildes el demonio no se atreve a atacarlas" (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la humildad).


    La ayuda de la Virgen

    El príncipe de este mundo ignora la virginidad de Maria y su parto y la muerte del Señor: tres misterios resonantes cumplidos en el silencio de Dios. (SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a los Tralianos, 9, 1).

    ¿Que por momentos te faltan las fuerzas?—¿,Por que no se lo dices a tu Madre: consolatrix afflictorum, auxilium christianorum... spes postra, regina apostolorum? (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 515).

    ¡Que cosas nos dicen los santos de Maria! ¡Quien volvio a su casa sin alegria ni gozo, despues de haber pedido a Maria, la Madre del Señor, lo que deseaba? (SAN AMADEO, Homilfas).

    Asi como Eva fue seducida por un angel para que se alejara de Dios, desobedeciendo su palabra, asi Maria fue notificada por otro angel de que llevaría a Dios en su seno, si obedecia su palabra. Y como aquella fue inducida a no obedecer a Dios, asi esta fue persuadida a obedecerlo, y de esta manera la Virgen Maria se convirtio en abogada de la virgen Eva. (SAN IRENEO, Trat. contra las herejias, 5).

    En todo peligro puedes alcanzar la salvacion de esta Virgen gloriosa; por eso se dice: Mil escudos—mil remedios contra los peligros—cuelgan de ella (Cant 4, 4). Igualmente, para cualquier obra virtuosa puedes invocarla en tu ayuda; por eso dice Ella misma: En mi esta toda esperanza de vida y de virtud. (Eclo 24, 25) (SANTO TOMAS, Sobre el Avemaria, 1. c., p. 182).

    Demonio.- "Nadie conoce los lazos en que está preso, ni los que el demonio le prepara: nosotros somos semejantes a las gentes entregadas al vino, que no perciben los cordeles con que los van a atar, ni sienten cuando los atan. (s. Efren., -de morb.ing.- sent. 9, Tric. T. 3, p.78.)"

    "Dios clama por sus Profetas, por sus Apóstoles y Evangelistas, y pocos oyen su voz; el diablo llama a los hombres por medio de los bailes, canciones y músicas, y junta una infinidad de gentes. (S. Efren., -Cont. neg. resurrec.- sent. 16, Tric. T. 3, p. 80.)"

    "Cuando los demonios se esfuerzan en abatir al alma con el temor y desesperación, otro tanto la levanta la memoria de la misericordia divina con la esperanza de los bienes eternos. Porque Aquel que nos dijo, que era necesario perdonar, no sólo siete veces, sino setenta veces siete, perdonará con más bondad a los que esperan de El su salud. (S. Efren., -de Humilit. compar.- sent. 22, Tric. T. 3, p. 80.)"

    "El demonio no se introduce tan fácilmente con la tentación de la gloria humana en los espíritus perezosos y tibios, o en los rudos y pesados, como en los que son más fervorosos y más ricos de méritos y buenas obras: muchas veces derriba con la elevación del orgullo a los que no ha podido mover en otros puntos con los esfuerzos más violentos; pues juzga que cuanto más se han elevado en santidad, más proporcionados los tendrá para caer en sus emboscadas. (S. Ambrosio, -Epist. 84,- sent. 168, Tric. T. 4, p. 348.)"

    "Veía yo a Satanás que caía del cielo como un rayo: no temamos, pues, a un enemigo tan débil que tiene que caer. Le dio el Señor libertad para tentar; pero no le concedió facultad para derribar, si el afecto, por no invocar el auxilio, no se resbala con facilidad. (S. Ambrosio, lib. de Parad., c. 2, sent. 2, adic. Tric. T. 4, p. 393.)"

    "Todo nuestro trabajo y toda la perfección de nuestra vida, consiste en la vigilancia de nuestro corazón y en el desasimiento de nuestra propia voluntad, por ser incapaces de ver sus tinieblas y de descubrir las emboscadas que nuestro enemigo tiene ocultas, si nuestro espíritu no se desprende de] cuidado de las cosas exteriores, y no entra con aplicación con el examen de sí mismo. (S. Paulino, Ep. 24, ad Sever., sent. 3, Tric. T. 5, p. 330.)"

    "En toda la figura de este mundo que pasa, y por medio de los ojos, da deleite al corazón, tiene el demonio tendidas las redes; en su hermosura está el lazo y la espada de la muerte. (S. Paulino, Ep. 2, ad Sever., sent. 3, adic. Tric. T. 5, p. 360.)"

    "El demonio se esfuerza contra vosotros con mayor rabia cuando ve que procuramos arreglar nuestra vida; y cuando advierte que hemos trabajado en llenar el navío de nuestro corazón con más preciosos tesoros de gracias, hace todo cuanto puede para cansamos un naufragio mortal. (S. Juan Crisóst., sent. 1, Homil. 1, ad popul. Antioch., Tric. T. 6, p. 300.)"

    "Si el demonio no se atreve a entrar en ninguna casa en donde está el Evangelio, mucho menos se atreverá a entrar o introducir el pecado en un alma que continuamente se emplea en leerle. Santificad, pues, vuestra alma y vuestro cuerpo teniendo siempre en vuestro cuerpo y en vuestra alma el Santo Evangelio. (S. Juan Crisóst., Horni. 32, in c. 3, S. Joann., sent. 79, Tric. T. 6, p. 313.)"

    "Entre tanto que el demonio nos combatiere sólo por fuera, seremos bastante fuertes para resistirle; pero si le abrimos una vez la puerta de nuestra alma y dejamos entrar este peligroso enemigo, sabed que ya no tendremos fuerzas para defendernos. (S. Juan Crisóst., Sern. de pec. non evulg., n. 4, sent. 224, Trie. T. 6, p. 345.)"

    " ¡Qué astuto es el diablo! Como sabe que en la oración alcanzamos de Dios grandes gracias, se esfuerza cuanto puede para apartar las almas imprudentes de un ejercicio tan útil. (S. Juan Crisóst., Sen-n. de Canan., n. 10, sent. 247, Tric. T. 6, p. 350.)"

    "Dios prometió un Reino y los hombres le desprecian. El diablo les prepara un infierno, y le honran y obedecen, siendo así, que el uno es Dios, y el otro no es más que un demonio y la más vil de todas las criaturas. (S. Juan Crisóst., Homi. 6, c. 2, sent. 263, Tric. T. 6, p. 354.)"

    "Aunque el demonio es el que nos inspira el amor carnal, con todo eso, de nosotros mismos viene; porque proviene de las compañías, de las lisonjas y de la ociosidad. A la verdad, que tiene tanta fuerza la costumbre, que impone como una necesidad a la naturaleza.

    Si la costumbre tiene eficacia para producir el amor malo, no tiene menos para extinguirlo, y así hemos visto que muchos han dejado de amar, porque han cesado de ver. (S. Juan Crisóst., Homi. 5, c. 5, ad Corinth., sent. 335, Tric. T. 6, p. 373.)"

    "Así como los que cantan los Salmos están llenos del Espíritu Santo, así los que cantan canciones disolutas y diabólicas están llenos del espíritu inmundo. (S. Juan Crisóst., Hom]. 19, sent. 346, Tric. T. 6, p. 376.)"

    "El que siempre tiene el infierno delante, no caerá en él: como al contrario, no le evitará el que le desprecia. (S. Juan Crisóst., Homl. 2, in e. 1, ad Tesal., sent. 365, Tric. T. 6, p. 379.)"

    "Dios no permite que el demonio tiente a los fieles, sino en lo preciso para su adelantamiento espiritual. (S. Agust., Saim. 63, sent. 98, Tric. T. 7, p. 4o3.)"

    "El diablo sólo persigue a los buenos y no a los malos, porque estos son sus amigos y hacen siempre su voluntad. (S. Cesáreo de Arnés, Serm. 10, sent. 2, Tric. T. 9, p. 44.)"

    "Acuérdate, infeliz, que vas caminando entre los lazos del demonio; los cuales, pro todas partes nacen debajo de tus pies: despierta temiendo que tu sueño te precipite en la sombra de una funesta muerte. Desengáñate de la ilusión de una vida larga sobre la tierra, no sea que este error te mantenga en el estado de la culpa y te tenga por más tiempo encerrado en los hábitos perniciosos. Ruega sin cesar a Jesucristo, tu Salvador, que haga que todas las aficiones de tu corazón lleven los frutos de una tierra excelente, y que toda tu vida sea como una fecunda vid, cuyo fruto merezca ser ofrecido a Dios, y que la reciba su Divina Majestad con complacencia. (S. Anselmo, Exhort., ad Contempt. temporal., sent. 2, Tric. T. 9, p. 338.)"

    "Más atrevido es el enemigo para envestir por la espalda, que para resistir cara a cara. (S. Bern., Ep. 11, n. 12, sent. 36, Tric. T. 10, p. 324.)"

    "No hay seguridad para el que duerme cerca de una serpiente. (S. Berna., Ep. 241, sent. 60, Trie. T. 10, p. 325.)"

    "El que rehusa seguir los preceptos, favorece al tentador. (S. Bern., Serm. 77, in Cant., sent. 133, Tric. T. 10, p. 330.)"

    "Lo que principalmente persigue el demonio es la perseverancia, porque sabe que a sólo ella se corona. (S. Bem., Ep. 24, sent. 147. Tric. T. 10, p. 330.)"

    "Es cambio infeliz y de la mayor locura, por huir del trabajo humano, escoger con el demonio los ardores eternos. (S. Bern., Tract.de Cont. mund., ad Cler., n. 27,ent. 167, tric. T. 10, p. 332.)"



    El infierno como rechazo definitivo de Dios
    Catequesis de SS Juan Pablo II sobre el Cielo, Infierno y Purgatorio.
     
    El infierno como rechazo definitivo de Dios
    El infierno como rechazo definitivo de Dios

    Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles
    28 de junio de1999


    1. Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir, en «un infierno».

    Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida.
    2. Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje simbólico, que se precisará progresivamente. En el Antiguo Testamento, la condición de los muertos no estaba aun plenamente iluminada por la Revelación. En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol, un lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8. 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88, 7.13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).

    El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.

    Sin embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado «de acuerdo con sus obras» (Ap 20, 13). Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento presenta el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde «será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la gehenna de «fuego que no se apaga» (Mc 9, 43). Todo ello es expresado, con forma de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19-31).

    También el Apocalipsis representa plásticamente en un «lago de fuego» a los que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una «segunda muerte» (Ap 20, 13 ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al Evangelio, se predisponen a «una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts 1, 9).

    3. Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).

    Por eso, la «condenación», no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La «condenación», consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.

    4. La fe cristiana enseña que, en el riesgo del «sí» y del «no» que caracteriza la libertad de las criaturas, alguien ha dicho ya «no». Se trata de las criaturas espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios y a las que se llama demonios (cf. concilio IV de Letrán: DS 800-801). Para nosotros, los seres humanos, esa historia resuena como una advertencia: nos exhorta continuamente a evitar la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir nuestra vida según el modelo de Jesús, que siempre dijo «sí» a Dios.

    La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella. El pensamiento del infierno -y mucho menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas- no debe crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar «Abba, Padre» (Rm 8, 15; Ga 4, 6).

    Esta perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el anuncio cristiano. Se refleja eficazmente en la tradición litúrgica de la Iglesia, como lo atestiguan por ejemplo, las palabras del Canon Romano: «Acepta, Señor, en tu bondad esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (...), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos».


    Catequesis de SS Juan Pablo II sobre el Purgatorio.

    Catequesis de SS Juan Pablo II sobre el Cielo
     
     
    El Infierno. Discurso desde la Suma
    Tratado de los Novísimos o escatológicos: Rechazo. Penas del Infierno. Misericordia divina. Eternidad. Infierno de Cristo. De los santos...
     
    El Infierno. Discurso desde la Suma
    El Infierno. Discurso desde la Suma
    TRATADO DE LOS NOVISIMOS O ESCATOLOGICOS: EL INFIERNO (15)



    Ya sabemos que el tratado de los Novísimos, aunque es de santo Tomás, no pertenece a la Suma, sino al Comentario de Santo Tomás al Maestro de las Sentencias de Pedro Lombardo. Es una obra del Angélico veinte años más joven, por tanto, desprovista de la sobriedad y madurez del autor de la Suma y como comentario de otro texto, más explícita y con menos academicismo y concisión de tesis.


    ERRORES

    Muchos admiten la existencia del infierno, pero niegan la eternidad de sus castigos. Los Condicionalistas sólo admiten la inmortalidad del alma y aseguran que luego de sufrir cierta cantidad de sufrimiento las almas de los condenados serán aniquiladas. Así los Gnósticos, los Valentinianos, Arnobius, los Socinianos y muchos protestantes tanto en el pasado como en nuestros tiempos. Los Universalistas, los Origenistas y Misericordes de quienes habla San Agustín, enseñan que al final, los condenados lograrán la bienaventuranza.

    Algunos, como Scoto Eriugena, se adhirieron a esta opinión. Entre los católicos, Hirscher y Schell recientemente, han expresado que los que no mueren en estado de gracia aún pueden convertirse después de la muerte si no son demasiado malvados e impenitentes.

    Gregorio de Nisa parece haber aceptado los errores de Orígenes; y muchos creen que sus opiniones están en armonía con la doctrina Católica. Pero la Biblia es bastante explícita en la enseñanza de la eternidad de las penas del infierno y la Iglesia profesa su fe en la eternidad de las penas del infierno en términos claros en el Credo Atanasiano (Denz 40), en decisiones doctrinales (véase Denzinger 211, 410, 429, 807, 835, 915), y en muchos textos de la liturgia; y nunca ora por los condenados. La Iglesia expresamente enseña la eternidad de las penas del infierno como una verdad de fe que nadie puede negar o cuestionar sin caer en manifiesta herejía.

    Dejando los antiguos, sólo interesantes para los eruditos, quiero fijarme más en los recientes o, más bien, actualizados, por su conocimiento y la necesidad de precaverse de ellos en la actualidad, como son los adventistas, el Cientismo, la gnosis y la masonería, que se opone a toda la fe cristiana.


    1. Explicación humana del rechazo

    2. Pruebas de la Escritura y del Magisterio.

    3. Palabras de Jesús.

    4. La Misericordia, en la base del concepto cristiano de Dios.

    5. La Justicia y la Misericordia.

    6. La hora de la Justicia.

    7. Las dos penas del Infierno.

    8. Intervención de la Misericordia.

    9. Misericordia y verdad.

    10. Eternidad del Infierno.

    11. Bodhisattva en el Budismo.

    12. La grandeza del hombre.

    13. El Infierno de Cristo.

    14. El Infierno de los santos.
     
     
    El Cielo y el Infierno... es para toda la eternidad.
    Conferencia sobre el Cielo y el Infierno, por el P Jorge Loring SJ.
     
    El Cielo y el  Infierno... es para toda la eternidad.
    El Cielo y el Infierno... es para toda la eternidad.


    (Conferencia pronunciada en la Escuela de Enfermeras de Salus Infirmorum. Madrid)

    Vamos a dedicar este rato a hablar de dos temas, de los cuales hoy se habla muy poco. Sin embargo, los dos son dogmas de fe. Voy a hablar del cielo y del infierno. El título de esta conferencia es: «EI cielo: la felicidad de amar»; y «El infierno: el fracaso definitivo».

    ***

    Primero. El cielo, la felicidad de amar. Porque eso es el cielo. El catecismo decía: ¿Qué es el cielo? El conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Está bien dicho. El conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Yo me acuerdo que de pequeño, cuando me aprendí el catecismo, yo preguntaba:
    -¿En el cielo hay bicicletas?
    Porque yo, a mi edad, ¿cómo podía ser feliz en el cielo si no tengo bicicleta? Si para mí lo mejor del mundo era la bicicleta. En cielo tenía que haber bicicletas. Porque si no hay bicicletas, yo en el cielo no podía ser feliz. Y a mí me decían:
    - Sí hombre, sí; allí tendrás todo lo que quieras.
    Ahora comprendo que en cielo no hay bicicletas. Ni falta que hace. Sin embargo, seremos felices en el cielo.

    ***

    Y, ¿en qué consiste esta suprema, máxima, saciativa, insuperable felicidad en el cielo? En el amor. Pero no en el amor físico, que es el que se propagandea aquí en la tierra. Aquí en la tierra las películas, las novelas, la televisión a todas horas, ¿cómo expresan la felicidad? En la cama. Como si eso fuera la suprema felicidad del hombre. ¡Qué equivocación! Esa no es la felicidad del hombre. El amor físico, el sexo, no es la felicidad del hombre. Si eso fuera así, las personas más felices del mundo serían las prostitutas. Y es evidente que la prostituta no es una mujer feliz.

    ¿Cómo se llaman los libros que hablan de la prostitución? «La esclavitud de la mujer»; «Las esclavas del siglo XX». Decía una carta de una prostituta que apareció asesinada en la carretera de Barajas, en Madrid: «Me asquea mi profesión. Estoy deseando dejar esto».

    Es curioso que ellas llaman de descanso al día que no se acuestan con nadie. Éste es su día de descanso. No acostarse con nadie. Por mucho que nos quieran meter por los ojos que la vida sexual es lo más maravilloso. No señor. Se puede ser muy feliz sin vida sexual. Con tal que haya amor. ¿Qué hace feliz al hombre? El amor. En el matrimonio se incluye el sexo; pero no hace falta el sexo para ser feliz.

    Me acuerdo que un día de San Valentín, salieron en la tele dos vejetes. Ellos se amaban con delirio. Los dos hechos dos tortolitos. Y a esa edad, ¡qué vida sexual, ni qué belleza! Nada. Pero felices los dos vejetes. De vida sexual, cero. De belleza, cero. Pero se amaban con locura. ¡Felices los dos!

    A veces leemos en la prensa que un matrimonio se muere uno detrás del otro. Uno se muere por enfermedad, y el otro se muere de pena. No puede sobrevivir al ser querido. Se le ha muerto su ser querido, y se muere de pena. Se amaban con delirio. Eran felices amándose sin vida sexual. Amor, amor, sólo amor. Si amas, eres feliz; y si no amas, no serás feliz. Aunque tengas de todo.

    Los sacerdotes conocemos mejor que nadie la vida, porque la gente nos abre su corazón y sabemos la verdad. No lo que dicen en la calle. No. La verdad. Nadie viene al sacerdote a engañarle. Sería de idiota. Porque si al sacerdote vienes a buscar consejo, a buscar ayuda, le dices la verdad. Como al médico. Si vas al médico, le dices la verdad. Si te duele el riñón, no le dices que te duele una muela. Porque te quitan la muela y sigues con el dolor. Al médico le dices la verdad para que te cure. Porque si le engañas, sales perdiendo. Lo mismo el que viene al sacerdote. Porque busca consejo, busca ayuda.

    Hemos visto matrimonios que lo tienen todo: dinero, belleza, prestigio social, comodidad. Lo tienen todo, pero les falta amor. Y su vida es un infierno. Ni las joyas, ni el lujo, ni el placer, ni las distracciones, nada les va a dar la felicidad, si no hay amor. Como no haya amor, ese matrimonio es un infierno.

    También conocemos muchos matrimonios que viven a lo justo y son felices. Si viven debajo de un puente, no. Pobrecitos, Pero si viven a lo justo, y se aman, son felices. Te dicen:
    -No queremos más. No necesitamos nada. Con lo que tenemos nos basta.
    Son totalmente felices. Y no viven en la abundancia. Viven a lo justo. Pero tienen amor. Amor en el matrimonio. Unos hijos que se sienten amados, y aman a sus padres. Armonía en el hogar. ¡Felices! Como nadie en el mundo. ¿Por qué? Porque hay amor. Lo que da la felicidad es el amor. Y sólo el amor. Y cuando no hay amor, en este mundo no se puede ser feliz.

    ***

    Pero repito: amor espiritual. Porque el amor tiene dos vertientes. La vertiente física, que es la que propagandean a todas horas; y después está la vertiente espiritual que es de la que no se habla. Y lo importante del amor es la vertiente espiritual. Porque la vertiente espiritual nos hace mucho más felices que la física. No somos animales. Los animales no tienen alma espiritual. No tienen la facultad espiritual de la felicidad. Tienen sentidos, pero no tienen nada más. Los hombres, además de sentidos, tenemos alma espiritual. Y la vida de los sentidos no nos puede bastar. Es la mitad de nuestra persona. Yo para ser feliz, tengo que saciar mi felicidad espiritual. La vertiente espiritual es superior a la vertiente física. A mí me llena mucho más la vertiente espiritual del amor que la vertiente física.

    Voy a poner un ejemplo que para mí es evidente. Un bofetón en la cara te duele muy poco. Pero la humillación del bofetón en público, entre la gente que te conoce, entre tus amigos, en tu círculo, es tremendo. La humillación te duele más que el bofetón en la cara. Esto es evidente. Las personas sufrimos más y gozamos más con lo espiritual que con lo físico. Evidente.

    Con el bofetón sufro más, por la vertiente espiritual que por la vertiente física. Lo mismo: gozo más con la vertiente espiritual del amor que con la vertiente física. Esto es evidente. Y el que no lo entienda es que no lo conoce. Porque vive a lo bestia, a lo animal. No tiene más que vida sensitiva. Pobrecito. Desconoce lo más grande de la persona humana, que es la vertiente espiritual. Como no lo conoce, para él no hay más felicidad que la física. La sensitiva. La epitelial. La que tienen los animales. No conoce otra vertiente de la felicidad, que es la del alma.

    ***

    Por lo tanto, digo, lo más grande de la vida, lo que hace más feliz a los hombres es el amor espiritual. Es la suprema felicidad de la tierra. Y esto es así de tejas abajo. Además está la felicidad de los santos: Santa Teresa, San Francisco Javier. Una felicidad mística que es de otro orden. Pero incluso en la felicidad humana, natural, de tejas abajo, la felicidad suprema en este mundo, es el amor entre dos personas. Y dos personas llenas de defectos, llenas de limitaciones, porque todos tenemos defectos. Aunque tú te enamores de la persona más maravillosa del mundo, si tienes sentido común, reconocerás que algún defecto tendrá. Porque no hay persona sin defecto.

    Pues si en este mundo vivimos rodeados de personas llenas de defectos, y a pesar de eso somos tan felices amando, ¿podéis imaginaros lo que será el amor a Dios, el omniperfecto, el infinitamente perfecto? Dios es la persona más digna de amor que podemos concebir; y la persona que más me ama que yo pueda imaginar.

    Nos hemos acostumbrado a ver el crucifijo y nos quedamos fríos. Somos insensibles, porque no somos capaces de calibrar lo que significa que Cristo haya dado su vida por amor a mí. El día que comprendamos, en profundidad, lo que Dios nos ama, esto nos hará inmensamente felices. ¡Cuantas personas no son felices porque no se sienten amadas! Esto es frecuente en la vida.

    Se sienten faltas de amor. No encuentran el amor que esperan. Y ese vacío de amor las hace desgraciadas. Cuando tú descubras el amor de Dios, lo que Dios te ama, y lo digno de amor que es, te sentirás feliz. Esta es la felicidad de las religiosas. ¿Por qué las religiosas son tan felices a pesar de que se han dedicado a una vida de sacrificios, de servicio al prójimo, de austeridad, de renuncia de placeres de la vida, de obediencia, de humillaciones?

    Alguno diría: pobrecitas. ¡Pues son las más felices del mundo! ¡Las más felices de la tierra! La que es buena religiosa, se entiende. Porque la que es religiosa con un pie fuera, no. La que siendo religiosa está apeteciendo el mundo, no. Pero la que ha hecho renuncia de todo corazón, y se entrega a Dios, es la más feliz de la tierra, porque ha dedicado su amor a lo más digno de amor que hay en el mundo, que es Dios. Cuando han puesto su amor en Dios, les saben a poco todos los amores de la tierra. Una religiosa que ha escogido a Dios, ¿va ahora a contentarse con un amor humano? Ella es feliz poniendo el amor en lo más grande que se puede poner; y sintiéndose correspondida como nadie la puede amar en el mundo.

    Ésta es la felicidad de las religiosas. Y son tan felices aunque se hayan entregado a una vida de sacrificio y de servicio al prójimo. No importa. Todos los sacrificios que tenga la vida religiosa, se llevan de mil amores. Porque viven el supremo amor, que es el amor de Dios. Y eso aquí en la tierra, aunque lo que conocemos de Dios sea una caricatura. Lo dice San Pablo. A Dios lo conocemos en caricatura. La caricatura se parece algo al original. Pero hay un abismo de la caricatura al original.

    ***

    Pues si aquí en la tierra, que lo que conocemos de Dios es una pura caricatura, y sin embargo comprendemos que merece la pena vivir para Él y amarle a Él sobre todas las cosas, ¿qué será en el cielo cuando veamos a Dios cara a cara? No ya la caricatura, sino tal como es. Veremos lo digno de amor que es. Sentiremos el amor que nos tiene. Eso nos dará una felicidad, como dice San Pablo que: «ni ojo vio, ni oído oyó, ni cabe en mente humana lo que tiene Dios preparado para los que le aman».

    Es que no nos cabe en la cabeza, lo que va a ser la felicidad de amar en el cielo. Allí no hay bicicletas, ni falta que hace. Allí se está amando. Eres feliz amando. Y ese amor tuyo a Dios y de Dios a ti, te sacia. No necesitas más. Tienes una felicidad inconmensurable.

    Y eso es para toda la eternidad. Que es condición indispensable para ser feliz. Dicha que se acaba, no puede hacerte feliz. Sólo el temor de que se acabe te entristece. Para que una cosa te haga feliz tiene que ser eterna. El amor del cielo es eterno. No se acaba nunca. Por eso te hace feliz. Porque si se fuera a acabar, el pensamiento de que se termina ya te entristece.

    Si a un preso le dan una hora de libertad, eso no le hace feliz, porque sabe que le va a durar muy poco. Si a un ciego le dan una hora de visión, eso no le hace feliz, porque sabe que dentro de una hora va a estar ciego de nuevo. Gozará un poquito, gozará una hora, pero el ciego lo que quiere es que la visión le dura toda la vida.

    Lo mismo el preso. Lo que quiere es libertad para siempre. Porque si le dan un poquitín de libertad, eso no le hace feliz. Eso no le llena. Para que yo pueda disfrutar de un bien, para que un bien me lIene y me haga feliz, tiene que ser eterno. Como es el cielo. Cielo eterno. Esa es la maravillosa felicidad de la gloria. Amar a Dios, lo más digno de amor que podemos concebir, y sentir el amor de la persona que más me ama. Y esto para siempre. Esta felicidad de amar eternamente, eso es el cielo.

    ***

    ¿Qué es el infierno? Decía el catecismo: El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Eso es el infierno. Vamos ahora a explicar en qué consiste esto. Ya dije antes que el infierno es dogma de fe. Está definido en el Concilio Lateranense IV. Digo esto porque lo que es dogma de fe no depende de las opiniones de los hombres. Me indigna que la tele haga sobre esto una encuesta en la calle.
    - ¿Usted cree en el infierno ?
    - Yo no.
    -¿Usted cree en el infierno?
    -Yo no.
    -Pues ya ven ustedes. Esto del infierno debe ser mentira, porque en la calle se opina que no hay infierno.

    No se trata de eso. La existencia del infierno no depende de lo que diga la calle, ni de lo que crea la calle. La gente en la calle que opine lo que quiera. Pero lo que opine la gente de la calle no cambia la realidad de las cosas. El infierno existe porque es dogma de fe. Porque lo ha revelado Cristo-Dios, que es el que lo sabe. Y las cosas son verdad por lo que opina el que entiende, no según lo que opine la calle. Si a ti te duele el abdomen, ¿vas a preguntar en la calle?

    -¿Usted qué cree que es esto? ¿Será un cólico nefrítico o será un ataque de apéndice?
    Tú no preguntas en la calle. Tú te vas al médico. Preguntas al entendido. Preguntar en la calle quién cree en el infierno, no tiene valor alguno. Puede ser que todos los de la calle opinen que no hay infierno; pero si Cristo-Dios dice que lo hay, pues lo hay. Aunque la calle opine lo contrario. Por que la verdad es lo que dice el que sabe, no lo que dice el que no sabe, aunque sea multitud. Puede ser que sean más los que no saben y sean menos los que saben. Pero la verdad no cambia por el número de opiniones. Si Cristo-Dios, en el Evangelio, quince veces te dice que hay infierno, hay infierno eterno. Es inútil que los hombres lo ignoren. Eso no sirve de nada.

    ***

    Sin embargo a nadie le gusta que le hablen del infierno. A mí me parece esto una barbaridad. Yo por eso hablo del infierno siempre que tengo ocasión. Hay que hablar del infierno. Si es verdad, ¿cómo nos vamos a callar una cosa que es verdad? ¿Para que la gente vaya engañada a la muerte, y se encuentre después con la sorpresa? Vamos a hablar de lo que es una realidad.

    Si hay un puente hundido en una curva después de una recta, se pone un cartel: «Carretera cortada. Puente hundido». Para que los coches frenen. No: para no asustar a la gente, no poner el cartel. Y viene el coche a toda velocidad, toma la curva y al precipicio. Hay que avisarlo. Que la gente se entere.

    Como a la gente no le gustan los avisos pesimistas, no ponemos nada, no ponemos el aviso. ¿Y con esto ayudas a la gente? Estás perjudicando a la gente por no avisar de peligro que hay. Lo mismo el infierno. ¡Si es verdad! ¡Si el infierno no desaparece porque nosotros dejemos de hablar de él! ¡Si sigue igual! Porque Cristo-Dios lo ha dicho. Pues lo lógico, lo prudente es pensar en el infierno. Porque es una realidad. Como el estudiante que dice:

    -Yo no quiero pensar en el examen, yo no me amargo la vida.

    Pues te suspenden. ¿Qué arreglas tú no pensando en el examen? Tú tienes que pensar en el examen: qué programa tienes, qué dificultades tiene este programa, cuáles son las preguntas difíciles. Preparas el examen.
    -Yo no quiero amargarme la vida. A mí no me des preocupaciones. Yo no pienso en esto.
    Arreglado vas.
    Hay que pensar en las cosas que son verdad. No pienses en tonterías que no sirven para nada. Pero lo que es verdad, piénsalo. Que eso va contigo. Para prevenir y para no equivocarte.

    Alguno me dice que como él no cree en el infierno, está tranquilo. De manera que tú con decir que no crees en el infierno, ¿ya tranquilo? ¿Pero tranquilo de qué? ¿Es que el infierno desaparece porque tú digas que no crees? No seas idiota. El infierno sigue igual, digas tú lo que digas. Tú negarás el infierno de pico, pero no destruyes el infierno. Tu negación no destruye el infierno. El infierno no depende de lo que tú digas. El infierno existe porque lo ha dicho Cristo-Dios. Y si tú no crees, te vas a enterar, muchacho, en cuanto te mueras.

    Fíjate. Tú te vas a morir. Si no piensas morirte, te llevamos al manicomio. Morirte, te mueres seguro. El año que viene, dentro de cinco años, dentro de cien años. Pero seguro que te vas a morir. Y cien años pasan pronto en la historia. Cuando te mueras, te enteras seguro de que hay infierno. Porque no depende de lo que digas tú, sino de lo que diga Dios. Y Dios te lo dice quince veces en el Evangelio. Quince veces te repite que hay infierno eterno, para los que mueren en pecado mortal. Por tanto, negar el infierno es ridículo.

    Como uno que tiene úlcera de estómago. Va al médico, se toma la papilla y le miran por la pantalla.
    -Usted tiene úlcera. Usted no fume. Usted no tome chorizo.
    Y sale el otro del médico diciendo:
    -Será idiota el médico: que yo no fume. ¿Cómo voy yo a dejar el tabaco? Que yo no coma chorizo, ¡con lo que me gusta a mí el chorizo! Tonterías del médico. Yo no hago caso.

    Muy bien. Sigue comiendo de todo, revienta y a la tumba. ¡Claro! La úlcera no depende de lo que él diga, depende de lo que dice el médico. Si el médico le ha dado la papilla y lo ha mirado por la pantalla y dice que tiene úlcera, pues tiene úlcera. Y si él lo niega, lo siento por él. Pero la úlcera no desaparece porque él diga que no cree. Él dirá que no cree, pero tiene úlcera. Y si come de todo, revienta y a la tumba. Esto es de sentido común.

    Pues hay gente por la calle que se cree que con negar el infierno, ya puede vivir tranquila. Son idiotas. Menudo chasco se van a llevar en la muerte.

    ***

    - Bueno padre, es que a mí no me cabe en la cabeza que haya un infierno eterno. Porque si Dios es bueno, ¿cómo me va a condenar a un infierno eterno? No, eso yo no me lo puedo creer.

    Pues aunque no quepa en tu cabeza, esto es así. Por que las cosas son verdad no porque caben en tu cabecita, sino porque lo dice Cristo-Dios. Y cuando Cristo-Dios dice una cosa, es verdad, quepa o no quepa en tu cabecita. No puede ser sólo verdad lo que tú entiendas. Esto es una soberbia inconcebible. Hay muchas cosas que son verdad y no caben en tu cabeza. Lo que pasa es que tienes una cabecita muy pequeña, y en tu cabecita de pulga caben muy pocas cosas. Pero las cosas no dejan de ser verdad porque no quepan en tu cabeza.
    Como si una hormiga dijera: ¿Quién ha dicho que hay juego de ajedrez? Cómo va a haber juego de ajedrez, si a mí no me cabe en la cabeza. Pues aunque a la hormiga no le quepa en su cabeza el juego de ajedrez, el juego de ajedrez está ahí ¡Claro que hay juego de ajedrez!

    Yo puedo tener dificultades sobre el infierno. Yo acepto que una persona me diga que no comprende el infierno. Esto es perfectamente lógico dada la pequeñez de nuestro entendimiento. Hay cosas que no acertamos a comprender. Lógico. Pero que uno diga:

    -Eso no es verdad porque yo no lo entiendo.
    Eso es ridículo.

    ¿Cuántas cosas hay en el mundo que no se entienden?. No todo el mundo puede entender de logaritmos y de integrales y de diferenciales y de derivadas. Porque una persona que sabe de una cosa, no sabe de otra. Esto es perfectamente lógico. Pero decir «esto no es verdad por que yo no lo entiendo», es ridículo. Por tanto, repito, el infierno es verdad porque lo dice Cristo-Dios. Que yo crea o no crea, lo entienda o no lo entienda, lo acepte o no lo acepte, está de más. Las cosas son así porque lo ha dicho Cristo-Dios. Punto.

    ***

    Entonces, ¿qué es el infierno? Como dije antes, el catecismo lo define así: «El conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno».

    Esto se puede explicar de muchas maneras. Yo le oí una vez un ejemplo al padre José Antonio Laburu. Ya murió. Era un gran conferenciante. Su ejemplo no sé si es histórico o no. No creo que sea histórico. Pero aunque no lo sea, ilumina. Pasa como con las parábolas de los Evangelios. Las parábolas no son hechos históricos. Cristo cuenta unas parábolas para transmitir una enseñanza. La parábola del Hijo Pródigo, por ejemplo. Son parábolas o cuentos que Cristo narra para encarnar una enseñanza.

    Para mí el supremo tormento del infierno es la desesperación. El condenado es un hombre desesperado. Como dice el Evangelio es un rechinar de dientes de rabia. ¿Cuál es la rabia del condenado? «Por mi culpa estoy aquí. Pude salvarme y no quise. Tuve en mis manos la salvación y no quise. Y por mi culpa estoy aquí para siempre». Esto le debe dar una rabia, una desesperación...

    -Maldito yo que por mi culpa estoy aquí para siempre, sin remedio. Tuve en mis manos la salvación y no quise. Preferí condenarme.
    Porque nadie se condena si no quiere. Porque nadie se condena si no peca. Y nadie peca sin querer. El que peca es porque quiere, y por tanto si se condena ha elegido él el infierno pecando voluntariamente.

    Pues le oí un ejemplo al P. Laburu que es muy gráfico. Un barco en alta mar, camino de América. Él iba mucho a América porque daba clases en Roma y en Argentina; y cruzaba el Atlántico con frecuencia. Un día en cubierta un grupo de muchachos se ponen una apuesta.
    -¿Qué te apuestas que me tiro al agua?
    -Anda no digas idioteces.
    -¿Cuánto me das si me tiro?
    -Anda no seas tonto.
    -Que me tiro al agua, hombre. Me tiro al agua con tal que vosotros deis la voz de «hombre al agua».

    Porque ya sabéis que cuando un hombre se ha caído al agua se da la voz de «hombre al agua» y entonces el barco tiene que dar unos círculos, no sé cuántos, supongamos que diez, alrededor del sitio donde supuestamente ha caído el náufrago. Él confiando en que los otros dan la voz de alarma y el barco lo va a recoger, se tiró. Por cinco mil pesetas se tiró al agua. En mitad del Atlántico. Y de noche.

    Los otros empiezan a gritar: «hombre al agua, hombre al agua». Y el capitán ordena parar y dar las vueltas correspondientes alrededor del sitio donde se supone que había caído. Pero mientras dieron la voz y llegó la orden del capitán, estaban dando las vueltas donde el náufrago no había caído. El muchacho estaba fuera del círculo viendo que le están buscando con focos donde él no está. Y después de dar unas vueltas, el barco enfiló su rumbo sin él.

    Y cuando el hombre se da cuenta que lo abandonan y el barco enfila el rumbo, y lo dejan en el Atlántico, menuda desesperación, menudo desgarro del alma.

    -Maldito yo, imbécil de mí, que por cinco mil pesetas me quedo aquí en mitad del Atlántico, y se va mi esperanza que es el barco. Yo me quedo aquí y sin salvación por mi culpa.
    Esta es la desesperación del condenado. Esto elevado a la enésima potencia.

    -Maldito yo que por una idiotez me he condenado, y he perdido mi esperanza y mi salvación. He perdido mi vida, mi felicidad. Porque quise. Porque nadie me obligó. Fui yo quien elegí estar aquí. Maldito yo.

    ***

    Fracaso definitivo. Esto es el infierno. Esto es lo peor del infierno. Es lo que se llama «la pena de daño». La pena espiritual que es la desesperación. Esto es peor que lo físico. Pero aunque sea brevemente tengo que decir que el Evangelio habla de una pena física, habla del fuego.

    Ya sabemos que es una metáfora, porque el fuego del infierno no puede ser como el fuego de la Tierra, porque atormenta los espíritus. Es otra cosa. Pero es importante saber que Jesucristo para ilustrar, para iluminar lo que es el infierno, repite la metáfora quince veces. Esto es muy interesante. Cristo no encuentra otra palabra más acomodada. Aunque sea metafórica, es muy iluminativa, porque nos da a entender algo de lo que debe ser eso.

    Lo mismo que a veces decimos que el hielo quema. Yo he oído decir: «tenía un trozo de hielo en la mano, pero lo he soltado porque me quemaba». Hombre, el hielo no quema, será lo contrario. Pero el dolor que sientes en tus manos por el frío se parece al dolor que sientes por el calor. Pues lo mismo Cristo. Usa una palabra que es metáfora. No es como el fuego de la Tierra. Pero si Cristo la repite, por algo será. Se parece tanto a la realidad que Él no encuentra mejor palabra que «fuego».

    Entonces voy a poner un ejemplo. Estaba yo en Bilbao. Yo me he dedicado muchos años a dar conferencias en factorías. Y estaba yo en Altos Hornos de Vizcaya. Y me contaron un accidente de trabajo de un obrero que estaba en lo que se llama «pinchar el horno». Pinchar el horno es perforarlo para que salga un chorro de hierro líquido que va por unos canalitos que se hacen con arena. En un plano inferior, hay una vía de tren. De tren pequeñito, de vía estrecha, que lleva unas grandes calderas. Ahí cae el hierro líquido.

    Este hombre estaba trabajando en eso. Trabajo peligrosísimo. Van con unos monos de amianto y unos guantes. Muy bien preparados y equipados. Pero lo que haces todos los días, por muy peligroso que sea, te acostumbras y le pierdes el miedo y el respeto. Este hombre resbaló en el borde y se cayó en una caldera de hierro líquido. Un humito y desapareció. Tuvieron que enterrar la colada entera. No quedó ni rastro de ese hombre. Se volatilizó al caer en hierro líquido.

    Este ejemplo me sirve a mí para pensar, para meditar. Supongamos que este hombre no muere instantáneamente. Y se queda flotando en hierro líquido. ¿Cuál sería el dolor que este hombre tendría que aguantar flotando en hierro líquido? Él ni se enteró. Se volatilizó instantáneamente. Pero si por hipótesis, se queda flotando en hierro líquido, ¿cuál sería su tormento?

    Un minuto, tres minutos, cinco minutos, una hora, veinticuatro horas, un año, una eternidad, flotando en hierro líquido. Vamos a pensarlo, porque no es ninguna tontería. Porque Cristo te dice que en el infierno hay fuego. Aunque sea metáfora. Pero es para que comprendamos si hay algo en la vida que compense un baño en hierro líquido que dura eternamente.

    ***

    La palabra eternidad no la entendemos. Eternidad no es muchos años. Mil años, un millón de años. Miles y miles de millones de años. No. Eternidad es no tener fin, que no se acaba nunca.

    Yo pongo un ejemplo. Un reloj pintado tiene las doce menos cinco. No tiene máquina. Está pintado. Espérate a ver cuándo dan las doce. No es que yo espere una hora. No es que yo espere veinticuatro horas. No es que yo espere un año. No es que yo espere mil años. Nunca dará las doce. ¡Si no tiene máquina! Está pintado en la pared. Siempre estará en las doce menos cinco. No es cuestión de esperar que den las doce. Nunca dará las doce. Esto es la eternidad: que no tiene fin. Nunca llega al fin. Nunca termina.

    Ahora di tú, ¿merece la pena escoger el infierno? ¿Qué hay en la vida que compense esto? ¡Un baño eterno en hierro líquido! Y además el desgarro del alma. Me diré

    -Por mi culpa. Maldito yo. Lo escogí yo. Estoy aquí porque quise. Yo pude salvarme. Tuve en mis manos la salvación y no quise. Dime tú si hay algo en la vida que compense esto. A ver si no merece la pena que pensemos:

    -¿Qué vida llevo yo? ¿Voy camino del cielo o del infierno?

    Hay que pensar. El no pensar es de idiota. Tú no pienses que está la carretera cortada. Tú no frenes. Toma la curva a ciento veinte, y cuando te encuentres el puente hundido, al precipicio. ¿En qué cabeza cabe que no queramos pensar en el infierno; o que cuando se nos habla del infierno no queramos rectificar? ¿Que seguimos como vamos? esto es de locos. Por tanto, vamos a pensar que esto es dogma de fe. Esto no es opinable. Es dogma de fe. Lo ha dicho Cristo-Dios.

    ***

    Por lo tanto, lo sensato, lo razonable, es que yo me examine. ¿Qué vida llevo yo en la Tierra? ¿Voy camino del cielo o voy camino del infierno? Y si voy camino del infierno, a rectificar. Todavía puedo rectificar. Cuando no podré rectificar es al otro lado de la muerte. Después de la muerte se acabó. Ya no se puede rectificar. Pero antes de la muerte puedo rectificar. Y si voy por el buen camino, adelante. Dando gracias a Dios que me ayuda. Pero si voy por el camino del infierno, rectificar. Es absurdo coger el camino que me lleva a donde no quiero ir. Pero el que no quiere pensar, o no quiere rectificar, cuando sabe que va por mal camino, eso es de loco. Y las consecuencias son irreparables.

    Después de la muerte no hay solución. Así pues, pidámosle a Dios que nos ayude a vivir fieles a Él, amándole sobre todas las cosas, para ir por el camino de la gloria, que nos dará esa felicidad eterna del amor. Y no tener la desgracia de que por nuestra dureza de corazón y no querer rectificar, caer en el infierno eterno: dogma de fe que Dios ha profetizado a aquellos que mueren en pecado mortal. Pues quiera Dios que estas palabras hayan sido útiles para vuestra salvación eterna.


    Un Exorcista entrevista al Diablo
    Libro acerca del Demonio. ¿Quién es Satanás? ¿Que quiere? ¿Cómo actúa?
     
     Un Exorcista entrevista al Diablo
    Un Exorcista entrevista al Diablo
    Un sacerdote Italiano tuvo un día una idea muy extraña: "sería interesante poder entrevistar al maligno", pensó. Esta idea le surgió de un programa que por ese entonces se daba en la televisión italiana. De modo figurado se entrevistaba semanalmente a personajes como Cleopatra, o Pitágoras. Con su bagaje profesional de exorcista, él pensó: "¿y por qué no una entrevista con el demonio?". De inmediato sintió rechazo por tan peculiar idea, más sin embargo éste pensamiento vino a su mente una y otra vez, por semanas. Lo extraño era que el pensarlo le daba paz y seguridad, mientras que el desecharlo lo dejaba en un inexplicable estado de turbación interior. Un día, para su sorpresa, una joven desconocida se acercó a él en la puerta de la Iglesia y le dijo: ¿cuando va a decidirse a escribir sobre ese tema? Sorprendido le contestó: ¿Escribir, sobre que cosas? "Vaya, que usted lo sabe mejor que yo", respondió la joven. Pero, ¿quien es usted? La joven dijo finalmente: "¿qué interesa quien soy? vaya a ver a Aquella (y señaló una imagen de la Virgen), vaya a oír qué quiere Ella decirle".

    El sacerdote dirigió su mirada a la imagen de María que se veía claramente dentro del templo, y cuando quiso hablar nuevamente con su extraña visitante, se encontró con que ella se había perdido entre la multitud. Sorprendido, se presentó ante la imagen de la Madre de Dios, y de inmediato sintió en su corazón la necesidad de escribir sobre aquel extraño tema.

    Pasó el tiempo, hasta que puso finalmente un día manos a la obra, con su block de notas y su lápiz. Oró una y otra vez, dudó de su extraña disposición a iniciar una tarea de la que no tenía idea alguna sobre como empezar. Pero grande fue su sorpresa cuando escuchó claramente en su habitación una voz sórdida que le dijo: "Pediste entrevistarme, y aquí estoy". La propia Virgen había ordenado al maligno a someterse al reportaje del Padre Mondrone, para que podamos comprender más profundamente el misterio de la iniquidad, presente en nuestro mundo.

    En esta "entrevista a satanás", el Padre Mondrone nos enseña a reconocer el modo de actuar del mal. Enseñanza fundamental para religiosos y laicos que quieran ser verdaderos soldados de Cristo. Es una lectura difícil, no para todos. Pero importante para quienes tengan el espíritu fortalecido y preparado.




    INDICE



    1. Padre Nuestro, líbranos.

    2. A brazo partido con el enemigo.

    3. Primer encuentro.

    4. Segundo encuentro.

    5. Tercer encuentro.

    6. Cuarto encuentro.

    7. Quinto encuentro.

    8. Sexto encuentro.

    9. Séptimo encuentro.

    10. Octavo encuentro.

    11. Noveno encuentro.

    12. Décimo encuentro.

    13. Conclusión al acontecimiento.


    Los sueños de San Juan Bosco sobre el Infierno
    Memorias Biográficas de San Juan Bosco.
     
    Los sueños de San Juan Bosco sobre el Infierno
    Los sueños de San Juan Bosco sobre el Infierno
    EL FAMOSO SUEÑO DE SAN JUAN BOSCO SOBRE LAS DOS COLUMNAS—AÑO DE 1862

    Memorias Biográficas de San Juan Bosco, Tomo VIl, págs. 169-171)



    El 26 de mayo de 1862 Don Bosco había prometido a sus jóvenes que les narraría algo muy agradable en los últimos días del mes. El 30 de mayo, pues, por la noche les contó una parábola o semejanza según él quiso denominarla. He aquí sus palabras:

    «Os quiero contar un sueño. Es cierto que el que sueña no razona; con todo, yo que Os contaría a Vosotros hasta mis pecados si no temiera que salieran huyendo asustados, o que se cayera la casa, les lo voy a contar para su bien espiritual. Este sueño lo tuve hace algunos días. Figúrense que están conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escrollo aislado, desde el cual no ven más tierra que la que tienen debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros (televisión, radio, internet, cine, teatro, prensa), y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos acerle el mayor daño posible.

    A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que de ella reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras para defenderse de la flota enemiga. El viento le es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos. En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distante la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum. Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium. El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la situación apurada en que se encuentran sus leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir. Todos los pilotos suben a la nave capitaneada y se congregan alrededor del Papa. Celebran consejo; pero al comprobar que el viento arrecia cada vez más y que la tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar nuevamente el mando de sus naves respectivas.

    Restablecida por un momento la calma, el Papa reúne por segunda vez a los pilotos, mientras la nave capitana continúa su curso; pero la borrasca se torna nuevamente espantosa. El Pontífice empuña el timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave hacia el espacio existente entre aquellas dos columnas, de cuya parte superior todo en redondo penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas. Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por detener su marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras con los libros, con materiales incendiarios de los que cuentan gran abundancia, materiales que intentan arrojar a bordo; otras con los cañones, con los fusiles, con los espolones: el combate se toma cada vez más encarnizado. Las proas enemigas chocan contra ella violentamente, pero sus esfuerzos y su ímpetu resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la gigantesca nave prosigue segura y serena su camino. A veces sucede que por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus flancos una larga y profunda hendidura; pero apenas producido el daño, sopla un viento suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen.

    Disparan entretanto los cañones de los asaltantes, y al hacerlo revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se hunden en el mar. Entonces, los enemigos, encendidos de furor comienzan a luchar empleando el arma corta, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate. Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y le levantan. El Pontífice es herido una segunda vez, cae nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas de sus naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el Pontífice, otro ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos lo han elegido inmediatamente; de suerte que la noticia de la muerte del Papa llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a desanimarse. El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas, y al llegar al espacio comprendido entre ambas, la amarra con una cadena que pende de la proa a un áncora de la columna que ostenta la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada. Entonces se produce una gran confusión.

    Todas las naves que hasta aquel omento habían luchado contra la embarcación capitaneada por el Papa, se dan a la huida, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente. Unas al hundirse procuran hundir a las demás. Otras navecillas que han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son las primeras en llegar a las columnas donde quedan amarradas. Otras naves, que por miedo al combate se habían retirado y que se encuentran muy distantes, continúan observando prudentemente los acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los abismos del mar los restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos columnas, llegando a las cuales se aseguran a los garfios pendientes de las mismas y allí permanecen tranquilas y seguras, en compañía de la nave capitana ocupada por el Papa. En el mar reina una calma absoluta. Al llegar a este punto del relato, San Juan Bosco preguntó a Beato Miguel Rúa: —¿Qué piensas de esta narración? Beato Miguel Rúa contestó: —Me parece que la nave del Papa es la Iglesia de la que es Cabeza: las otras naves representan a los hombres y el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación del Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda suerte de armas intentan aniquilarla.

    Las dos columnas salvadoras me parece que son la devoción a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Beato Miguel Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y San Juan Bosco nada dijo tampoco sobre este particular. Solamente añadió: —Has dicho bien. Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación a lo que tiene que suceder. Los enemigos de la Iglesia están representados por las naves que intentan hundir la nave principal y aniquilarla si pudiesen. ¡Sólo quedan dos medios para salvarse en medio de tanto desconcierto! Devoción a María Santísima. Frecuencia de Sacramentos: Comunión frecuente, empleando todos los recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y en todo momento. ¡Buenas noches! Las conjeturas que hicieron los jóvenes sobre este sueño fueron muchísimas, especialmente en lo referente al Papa; pero Don Bosco no añadió ninguna otra explicación. Cuarenta y ocho años después —en A.D. 1907— el antiguo alumno, canónigo Don Juan Ma. Bourlot, recordaba perfectamente las palabras de San JuanBosco. Hemos de concluir diciendo que César Chiala y sus compañeros, consideraron este sueño como una verdadera visión o profecía.



    LOS SUEÑOS DE SAN JUAN BOSCO SOBRE EL INFIERNO— A.D. 1860

    Memorias Biográficas de San Juan Bosco, Tomo IX, págs. 166-181)

    En la noche del domingo tres de mayo, festividad del Patrocinio de San José, Don Bosco prosiguió el relato de cuanto había visto en los sueños:


    — Debo contarles otra cosa — comenzó diciendo— que puede considerarse como consecuencia o continuación de cuanto les referí en las noches del jueves y delviernes, que me dejaron tan quebrantado que apenas si me podía tener en pie. Ustedes las pueden llamar sueños o como quieran; en suma, le pueden dar el nombre que les parezca.

    Les hablé de un sapo espantoso que en la noche del 17 de abril amenazaba tragarme y cómo al desaparecer, una voz me dijo: — ¿Por qué no hablas? —Yo me volví hacia el lugar de donde había partido la voz y vi junto mi lecho a un personaje distinguido. Como hubiese entendido el motivo de aquel reproche, le pregunté: — ¿Qué debo decir a nuestros jóvenes?

    — Lo que has visto y cuanto se te ha indicado en los últimos sueños y lo que deseas conocer, que te será revelado la noche próxima. Y se retiró. Yo, pues, al día siguiente pensaba continuamente en la mala noche que tendría que pasar y al llegar la hora no me determinaba a irme a acostar. Y así estuve en mi mesa de trabajo entretenido en algunas lecturas hasta la medianoche. Me llenaba de terror la idea de tener que contemplar nuevos espectáculos espantosos. Al fin, haciéndome violencia, me acosté.


    Para no dormirme tan pronto, y por temor a que la imaginación me enfrascara en los sueños acostumbrados, dispuse la almohada de tal forma que estaba en el lecho casi sentado. Pero pronto, cansado como estaba, me dormí sin darme cuenta. Y he aquí que de pronto veo en la habitación, cerca de la cama, al hombre de la noche precedente, el cual me dijo:

    —¡Levántate y vente conmigo! Yo le contesté: —Se lo pido por caridad. Déjeme tranquilo, estoy cansado. ¡Mire! Hace varios días que sufro de dolor de muelas. Déjeme descansar. He tenido unos sueños, espantosos y estoy verdaderamente agotado. Y decía estas cosas porque la aparición de este hombre es siempre indicio de grandes agitaciones, de cansancio y de terror. El tal me respondió: —¡Levántate, que no hay tiempo que perder! Entonces me levanté y lo seguí. Mientras caminábamos le pregunté: —¿Adonde quiere llevarme ahora? —Ven y lo verás. Y me condujo a un lugar en el cual se extendía una amplia llanura. Dirigí la mirada a mi alrededor, pero aquella región era tan grande que no se distinguían los confines de la misma. Era un vasto desierto. No se veía ni un alma viviente, ni una planta, ni un riachuelo; un poco de vegetación seca y amarillenta daba a aquella desolación un aspecto de tristeza. No sabía ni dónde me encontraba, ¿ ni qué era lo que iba a hacer. Durante unos instantes no vi a mi guía. Me pareció haberme perdido. No estaban conmigo ni Don Rua ni Don Francesia ni ningún otro.

    Cuando he aquí que diviso a mi amigo que me sale al encuentro. Respiré y dije: —¿Dónde estoy? —Ven conmigo y lo sabrás. —Bien; iré contigo. El iba delante y yo le seguía sin chistar. (Después de un largo y triste viaje, San Juan Bosco, al pensar que tenía que atravesar una tan dilatada llanura pensaba para sí:) —¡Ay mis pobres muelas! Pobre de mí, con las piernas tan hinchadas... Pero, de pronto, se abrió ante mí un camino. Entonces interrumpí el silencio preguntando a mi guía: —¿Adonde vamos a ir ahora? —Por aquí— me dijo. Y penetramos por aquel camino. Era una senda hermosa, ancha, espaciosa y bien pavimentada. De un lado y de otro la flanqueaban dos magníficos setos verdes cubiertos de hermosas flores. En especial despuntaban las rosas entre las hojas por todas partes. Aquel sendero, a primera vista, parecía llano y cómodo, y yo me eché a andar por él sin sospechar nada. Pero después de caminar un trecho me di cuenta de que insensiblemente se iba haciendo cuesta abajo y aunque la marcha no parecía precipitada, yo corría con tanta facilidad que me parecía ir por el aire. Incluso noté que avanzaba casi sin mover los pies.

    Nuestra marcha era, pues, veloz. Pensando entonces que el volver atrás por un camino semejante hubiera sido cosa fatigosa y cansada, dije a mi amigo: —¿Cómo haremos para regresar al Oratorio? —No te preocupes —me dijo—, el Señor es omnipotente y querrá que vuelvas a él. El que te conduce y te enseña a proseguir adelante, sabrá también llevarte hacia atrás. El camino descendía cada vez más. Proseguíamos la marcha entre las flores y las rosas cuando vi que me seguían por el mismo sendero todos los jóvenes del Oratorio y otros numerosísimos compañeros a los cuales ya jamás había visto. Pronto me encontré en medio de ellos. Mientras los observaba veo que de repente, ora uno otra otro, comienzan a caer al suelo, siendo arrastrados por una fuerza invisible que los llevaba hacia una horrible pendiente que se veía aún en lontananza y que conducía a aquellos infelices de cabeza a un horno. —¿Qué es lo que hace caer a estos jóvenes?— pregunté al guía. —Acércate un poco— me respondió. Me acerqué y pude comprobar que los jóvenes pasaban entre muchos lazos, algunos de los cuales estaban al ras del suelo y otros a la altura de la cabeza; estos lazos no se veían. Por tanto, muchos de los muchachos al andar quedaban presos por aquellos lazos, sin darse cuenta del peligro, y en el momento de caer en ellos daban un salto y después rodaban al suelo con las piernas en alto y cuando se levantaban corrían precipitadamente hacia el abismo. Algunos quedaban presos, prendidos por la cabeza, por una pierna, por el cuello, por las manos, por un brazo, por la cintura, e inmediatamente eran lanzados hacia la pendiente.

    Los lazos colocados en el suelo parecían de estopa, apenas visibles, semejantes a los hilos de la araña y, al parecer, inofensivos. Y con todo, pude observar que los jóvenes por ellos prendidos caían a tierra. Yo estaba atónito, y el guía me dijo: —¿Sabes qué es esto? —Un poco de estopa— respondí. —Te diría que no es nada —añadió—; el respeto humano, simplemente. Entretanto, al ver que eran muchos los que continuaban cayendo en aquellos lazos, le pregunté al desconocido: —¿Cómo es que son tantos los que quedan prendidos en esos hilos? ¿Qué es lo que los arrastra de esa manera? Y él: —Acércate más; obsérvalo bien y lo verás. Lo hice y añadí: —Yo no veo nada. —Mira mejor— me dijo el guía. Tomé, en efecto, uno de aquellos lazos en la mano y pude comprobar que no daba con el otro extremo; por el contrario, me di cuenta de que yo también era arrastrado por él. Entonces seguí la dirección del hilo y llegué a la boca de una espantosa caverna. Y me detuve porque no quería penetrar en aquella vorágine y tiré hacia mí de aquel hilo y noté que cedía, pero había que hacer mucha fuerza. Y he aquí que después de haber tirado mucho, salió fuera, poco a poco, un horrible monstruo que infundía espanto, el cual mantenía fuertemente cogido con sus garras la extremidad de una cuerda a la que estaban ligados todos aquellos hilos. Era este monstruo quien apenas caía uno en aquellas redes lo arrastraba inmediatamente hacia sí. Entonces me dije: —Es inútil intentar hacer frente a la fuerza de este animal, pues no lograré vencerlo; será mejor combatirlo con la señal de la Santa Cruz y con jaculatorias.

    Me volví, por tanto, junto a mi guía, el cual me dijo: —¿Sabes ya quién es? —¡Oh, sí que lo sé!, —le respondí—. Es el Demonio quien tiende estos lazos para hacer caer a mis jóvenes en el infierno. Examiné con atención los lazos y vi que cada uno llevaba escrito su propio título: el lazo de la soberbia, de la desobediencia, de la envidia, del sexto mandamiento, del hurto, de la gula, de la pereza, de la ira, etc. Hecho esto me eché un poco hacia atrás para ver cuál de aquellos lazos era el que causaba mayor número de víctimas entre los jóvenes, y pude comprobar que era el de la deshonestidad (impureza), la desobediencia y la soberbia. A este último iban atados otros dos. Después de esto vi otros lazos que causaban grandes estragos, pero no tanto como los dos primeros. Desde mi puesto de observación vi a muchos jóvenes que corrían a mayor velocidad que los demás. Y pregunté: —¿Por qué esta diferencia? —Porque son arrastrados por los lazos del respeto humano— me fue respondido. Mirando aún con mayor atención vi que entre aquellos lazos había esparcidos muchos cuchillos, que manejados por una mano providencial cortaban o rompían los hilos. El cuchillo más grande procedía contra el lazo de la soberbia y simbolizaba la meditación. Otro cuchillo, también muy grande, pero no tanto como el primero, significaba la lectura espiritual bien hecha. Había también dos espadas. Una de ellas representaba la devoción al Santísimo Sacramento, especialmente mediante la comunión frecuente; otra, la devoción a la Virgen María. Había, además, un martillo: la confesión; y otros cuchillos símbolos de las varias devociones a San José, a San Luis, etc., etc.

    Con estas armas no pocos rompían los lazos al quedar prendidos en ellos, o se defendían para no ser víctimas de los mismos. En efecto, vi a dos jóvenes que pasaban entre aquellos lazos de forma que jamás quedaban presos en ellos; bien lo hacían antes de que el lazo estuviese tendido, y si lo hacían cuando éste estaba ya preparado, sabían sortearlo de forma que les caía sobre los hombros, o sobre las espaldas, o en otro lado diferente sin lograr capturarlos.Cuando el guía se dio cuenta de que lo había observado todo, me hizo continuar el camino flanqueado de rosas; pero a medida que avanzaba, las rosas de los linderos eran cada vez más raras, empezando a aparecer punzantes espinas. Finalmente, por mucho que me fijé no descubrí ni una rosa y, en el último tramo, el seto se había tornado completamente espinoso, quemado por el sol y desprovisto de hojas; después, de los matorrales ralos y secos, partían ramajes que al tenderse por el suelo lo cubrían, sembrándolo de espinas de tal forma que difícilmente se podía caminar. Habíamos llegado a una hondonada cuyos acantilados ocultaban todas las regiones circundantes; y el camino, que descendía cada vez de una manera más pronunciada, se hacía tan horrible, tan poco firme y tan lleno de baches, de salientes, de guijarros y de piedras rodadas, que dificultaba cada vez más la marcha. Había perdido ya de vista a todos mis jóvenes; muchísimos de ellos habían logrado salir de aquella senda insidiosa, dirigiéndose por otros atajos.

    Yo continué adelante. Cuanto más avanzaba más áspera era la bajada y más pronunciada, de forma que algunas veces me resbalaba, cayendo al suelo, donde permanecía sentado un rato para tomar un poco de aliento. De cuando en cuando el guía acudía en mi auxilio y me ayudaba a levantarme. A cada paso se me encogían los tendones y me parecía que se me iban a descoyuntar los huesos de las piernas. Entonces dije anhelante a mí guía: —Querido, las iernas se niegan a sostenerme. Me encuentro tan falto de fuerzas que no será posible continuar el viaje. El guía no me contestó, sino que, animándome, prosiguió su camino, hasta que al verme cubierto de sudor y víctima de un cansancio mortal, me llevó a un pequeño promontorio que se alzaba en el mismo camino. Me senté, lancé un hondo suspiro y me pareció haber descansado suficientemente. Entretanto observaba el camino que había recorrido ya; parecía cortado a pico, cubierto de guijarros y de piedras puntiagudas. Consideraba también el camino que me quedaba por recorrer, cerrando los ojos de espanto, exclamando: —Volvamos atrás, por caridad. Si seguimos adelante, ¿cómo haremos para llegar al Oratorio? ¡Es imposible que yo pueda emprender después esta subida! Y el guía me contestó resueltamente: —Ahora que hemos llegado aquí, ¿quieres quedarte solo? Ante esta amenaza repliqué en tono suplicante: —¿Sin ti cómo podría volver atrás o continuar el viaje? —Pues bien, sigúeme— añadió el guía. Me levanté y continuamos bajando.

    El camino era cada vez más horriblemente pedregoso, de forma que apenas si podía permanecer de pie. Y he aquí que al fondo de este precipicio, que terminaba en un oscuro valle, aparece un edificio inmenso que mostraba ante nuestro camino una puerta altísima y cerrada. Llegamos al fondo del precipicio. Un calor sofocante me oprimía y una espesa humareda, de color verdoso, se elevaba sobre aquellos murallones recubiertos de sanguinolentas llamas de fuego. Levanté mis ojos a aquellas murallas y pude comprobar que eran altas como una montaña y más aún. San Juan Bosco preguntó al guía: —¿Dónde nos encontramos? ¿Qué es esto? —Lee lo que hay escrito sobre aquella puerta —me respondió— , y la inscripción te hará comprender dónde estamos. Miré y sobre la puerta se leía: Ubi non est redemptio. Me di cuenta de que estábamos a las puertas del infierno. El guía me acompañó a dar una vuelta alrededor de los muros de aquella horrible ciudad. De cuando en cuando, a una regular distancia, se veía una puerta de bronce, como la primera, al pie de una peligrosa bajada, y cada una de ellas tenía encima una inscripción diferente. Discedite, maledicti, in ignem aeternum qui paratus est diabolo et angelis eius... Omnis arbor quae non facit fructum bonum excidetur et in ignem mittetur.

    Yo saqué la libreta para anotar aquellas inscripciones, pero el guía me dijo: —¡Detente! ¿Qué haces? —Voy a tomar nota de esas inscripciones. —No hace falta: las tienes todas en la Sagrada Escritura; incluso tú has hecho grabar algunas bajo los pórticos. Ante semejante espectáculo habría preferido volver atrás y encaminarme al Oratorio, pero el guía no se volvió, a pesar de que yo había dado ya algunos pasos en sentido contrario al que habíamos llevado hasta entonces. Recorrimos un inmenso y profundísimo barranco y nos encontramos nuevamente al pie del camino pendiente que habíamos recorrido y delante de la puerta que vimos en primer lugar. De pronto el guía se volvió hacia atrás con el rostro demudado y sombrío, me indicó con la mano que me retirara, diciéndome al mismo tiempo: —¡Mira! Tembloroso, miré hacia arriba y, a cierta distancia, vi que por aquel camino en declive bajaba uno a toda velocidad. Conforme se iba acercando intenté identificarlo y finalmente pude reconocer en él a uno de mis jóvenes. Llevaba los cabellos desgreñados, en parte erizados sobre la cabeza y en parte echados hacia atrás por efecto del viento y los brazos tendidos hacia adelante, en actitud como de quien nada para salvarse del naufragio. Quería detenerse y no podía. Tropezaba continuamente con los guijarros salientes del camino y aquellas piedras servían para darle un mayor impulso en la carrera. —Corramos, detengámoslo, ayudémosle— gritaba yo tendiendo las manos hacia él. Y el guía: —No; déjalo. —¿Y por qué no puedo detenerlo? —¿No sabes lo tremenda que es la venganza de Dios? ¿Crees que podrías detener a uno que huye de la ira encendida del Señor? Entretanto aquel joven, volviendo la cabeza hacia atrás y mirando con los ojos encendidos si la ira de Dios le seguía siempre, corría precipitadamente hacia el fondo del camino, como si no hubiese encontrado en su huida otra solución que ir a dar contra aquella puerta de bronce. —¿Y por qué mira hacia atrás con esa cara de espanto?, — pregunte yo—. —Porque la ira de Dios traspasa todas las puertas del infierno e irá a atormentarle aún en medio del fuego.

    En efecto, como consecuencia de aquel choque, entre un ruido de cadenas, la puerta se abrió de par en par. Y tras ella se abrieron al mismo tiempo, haciendo un horrible fragor, dos, diez, cien, mil, otras puertas impulsadas por el choque del joven, que era arrastrado por un torbellino invisible, irresistible, velocísimo. Todas aquellas puertas de bronce, que estaban una delante de otra, aunque a gran distancia, permanecieron abiertas por un instante y yo vi, allá a lo lejos, muy lejos, como la boca de un horno, y mientras el joven se precipitaba en aquella vorágine pude observar que de ella se elevaban numerosos globos de fuego. Y las puertas volvieron a cerrarse con la misma rapidez con que se habían abierto. Entonces yo tomé la libreta para apuntar el nombre y el apellido de aquel infeliz, pero el guía me tomó del brazo y me dijo: —Detente —me ordenó— y observa de nuevo. Lo hice y pude ver un nuevo espectáculo. Vi bajar precipitadamente por la misma senda a tres jóvenes de nuestras casas que en forma de tres peñascos rodaban rapidísimamente uno detrás del otro. Iban con los brazos abiertos y gritaban de espanto. Llegaron al fondo y fueron a chocar con la primera puerta. San Juan Bosco al instante conoció a los tres. Y la puerta se abrió y después de ella las otras mil; los jóvenes fueron empujados a aquella larguísima galería, se oyó un prolongado ruido infernal que se alejaba cada vez más, y aquellos infelices desaparecieron y las puertas se cerraron.

    Muchos otros cayeron después de éstos de cuando en cuando... Vi precipitarse en el infierno a un pobrecillo impulsado por los empujones de un pérfido compañero. Otros caían solos, otros acompañados; otros cogidos del brazo, otros separados, pero próximos. Todos llevaban escrito en la frente el propio pecado. Yo los llamaba afanosamente mientras caían en aquel lugar. Pero ellos no me oían, retumbaban las puertas infernales al abrirse y al cerrarse se hacía un silencio de muerte. —He aquí las causas principales de tantas ruinas eternas —exclamó mi guía—: los compañeros, las malas lecturas (y malos programas de televisión e internet e impureza y pornografía y anticonceptivos y fornicación y adulterios y sodomía y asesinatos de aborto y herejías) y las perversas costumbres. Los lazos que habíamos visto al principio eran los que arrastraban a los jóvenes al precipicio. Al ver caer a tantos de ellos, dije con acento de desesperación: —Entonces es inútil que trabajemos en nuestros colegios, si son tantos los jóvenes que tienen este fin. ¿No habrá manera de remediar la ruina de estas almas? Y el guía me contestó: —Este es el estado actual en que se encuentran y si mueren en él vendrán a parar aquí sin remedio. —¡Oh, déjame anotar los nombres para que yo les pueda avisar y ponerlos en la senda que conduce al Paraíso! —¿Y crees tú que algunos se corregirían si les avisaras? Al principio el aviso les impresionará; después no harán bcaso, diciendo: se trata de un sueño. Y se tornarán peores que antes. Otros, al verse descubiertos, frecuentarán los Sacramentos, pero no de una manera spontánea y meritoria, porque no proceden rectamente.

    Otros se confesarán por un temor pasajero a caer en el infierno, pero seguirán con el corazón apegado al pecado. —¿Entonces para estos desgraciados no hay remisión? Dame algún aviso para que puedan salvarse. —Helo aquí: tienen los superiores, que los obedezcan; tienen el reglamento, que lo observen; tienen los Sacramentos, que los frecuenten. Entretanto, como se precipitase al abismo un nuevo grupo de jóvenes, las puertas permanecieron abiertas durante un instante y: —Entra tú también— me dijo el guía. Yo me eché atrás horrorizado. Estaba impaciente por regresar al Oratorio para avisar a los jóvenes y detenerles en aquel camino; para que no siguieran rodando hacia la perdición. Pero el guía me volvió a insistir: —Ven, que aprenderás más de una cosa. Pero antes dime: ¿Quieres proseguir solo o acompañado? Esto me lo dijo para que yo reconociese la insuficiencia de mis fuerzas y al mismo tiempo la necesidad de su benévola asistencia; a lo que contesté: —¿Me he de quedar solo en ese lugar de horror? ¿Sin el consuelo de tu bondad? ¿Y quién me enseñará el camino del retorno? Y de pronto me sentí lleno de valor pensando para mí: —Antes de ir al infierno es necesario pasar por el juicio y yo no me he presentado todavía ante el Juez Supremo.

    Después exclamé resueltamente: —¡Entremos, pues! Y penetramos en aquel estrecho y horrible corredor. Corríamos con la velocidad del rayo. Sobre cada una de las puertas del interior lucía con luz velada una inscripción amenazadora. Cuando terminamos de recorrerlo desembocamos en un amplio y tétrico patio, al fondo del cual se veía una rústica portezuela, cuyas hojas eran de un grosor como jamás había visto y encima de la cual se leía esta inscripción: Ibunt impii in ignem aeternum. Los muros en todo su perímetro estaban recubiertos de inscripciones. Yo pedí a mi guía permiso para leerlas y éste me contestó: —Haz como te plazca. Entonces lo examiné todo. En cierto sitio vi escrito lo siguiente: Dabo ignem in carnes eorum ut comburantur in sempiternum. Cruciabuntur die ac nocte in saecula saeculorum. Y en otro lugar: Hic univérsitas malorum per omnia saecula saeculorum. En otros: Nullus est hic ordo, sed horror sempiternus inhabitat. — Fumus tormentorum suorum in aeternum ascendit. —Non est pax impiis. — Clamor et stridor dentium. Mientras yo daba la vuelta alrededor de los muros leyendo estas inscripciones, el guía, que se había quedado en el centro del patio, se acercó a mí y me dijo: —Desde ahora en adelante nadie podrá tener un compañero que le ayude, un amigo que le consuele, un corazón que le ame, una mirada compasiva, una palabra benévola: hemos pasado la línea. ¿Tú quieres ver o probar? —Quiero ver solamente— respondí. —Ven, pues, conmigo— añadió el amigo, y tomándome de la mano me condujo ante aquella puertecilla y la abrió. Esta ponía en comunicación con un corredor en cuyo fondo había una gran cueva cerrada por una larga ventana con un solo cristal que llegaba desde el suelo hasta la bóveda y a través del cual se podía mirar dentro. Atravesé el dintel y avanzando un paso me detuve preso de un terror indescriptible. Vi ante mis ojos una especie de caverna inmensa que se perdía en las profundidades cavadas en las entrañas de los montes, todas llenas de fuego, pero no como el que vemos en la tierra con sus llamas movibles, sino de una forma tal que todo lo dejaba incandescente y blanco a causa de la elevada temperatura. Muros, bóvedas, pavimento, herraje, piedras, madera, carbón; todo estaba blanco y brillante. Aquel fuego sobrepasaba en calores millares y millares de veces al fuego de la tierra sin consumir ni reducir a cenizas nada de cuanto tocaba.

    Me sería imposible describir esta caverna en toda su espantosa realidad. Mientras miraba atónito aquel lugar de tormento veo llegar con indecible ímpetu un joven que casi no se daba cuenta de nada, lanzando un grito agudísimo, como quien estaba para caer en un lago de bronce hecho líquido, y que precipitándose en el centro, se torna blanco como toda la caverna y queda inmóvil, mientras que por un momento resonaba en el ambiente el eco de su voz mortecina. Lleno de horror contemplé un instante a aquel desgraciado y me pareció uno del Oratorio, uno de mis hijos. —Pero ¿este no es uno de mis jóvenes?, —pregunté al guía—. ¿No es fulano? —Sí, sí— me respondió. —¿Y por qué no cambia de posición? ¿Por qué está incandescente sin consumirse? Y él: —Tú elegiste el ver y por eso ahora no debes hablar; observa y verás. Por lo demás omnis enim igne salietur et omnis victima sale salietur. Apenas si había vuelto la cara y he aquí otro joven con una furia desesperada y a grandísima velocidad que corre y se precipita a la misma caverna. También éste pertenecía al Oratorio. Apenas cayó no se movió más. Este también lanzó un grito de dolor y su voz se confundió con el último murmullo del grito del que había caído antes. Después llegaron con la misma precipitación otros, cuyo número fue en aumento y todos lanzaban el mismo grito y permanecían inmóviles, incandescentes, como los que les habían precedido. Yo observé que el primero se había quedado con una mano en el aire y un pie igualmente suspendido en alto. El segundo quedó como encorvado hacia la tierra.

    Algunos tenían los pies por alto, otros el rostro pegado al suelo. Quiénes estaban casi suspendidos sosteniéndose de un solo pie o de una sola mano; no faltaban los que estaban sentados o tirados; unos apoyados sobre un lado, otros de pie o de rodillas, con las manos entre los cabellos. Había, en suma, una larga fila de muchachos, como estatuas en posiciones muy dolorosas. Vinieron aún otros muchos a aquel horno, parte me eran conocidos y parte desconocidos. Me recordé entonces de lo que dice la Biblia, que según se cae la primera vez en el infierno así se permanecerá para siempre: Lignum, in quocumque loco cecíderit, ibi erit. Al notar que aumentaba en mí el espanto, pregunté al guía: —¿Pero éstos, al correr con tanta velocidad, no se dan cuenta que vienen a parar aquí? —¡Oh!, sí que saben que van al fuego; les avisaron mil veces, pero siguen corriendo voluntariamente al no detestar el pecado y al no quererlo abandonar, al despreciar y rechazar la Misericordia de Dios que los llama a penitencia, y, por tanto, la justicia Divina, al ser provocada por ellos, los empuja, les insta, los persigue y no se pueden parar hasta llegar a este lugar. —¡Oh, qué terrible debe de ser la desesperación de estos desgraciados que no tienen ya esperanza de salir de aquí!—, exclamé. —¿Quieres conocer la furia íntima y el frenesí de sus almas? Pues, acércate un poco más—, me dijo el guía.

    Di algunos pasos hacia adelante y acercándome a la ventana vi que muchos de aquellos miserables se propinaban mutuamente tremendos golpes, causándose terribles heridas, que se mordían como perros rabiosos; otros se arañaban el rostro, se destrozaban las manos, se arrancaban las carnes arrojando con despecho los pedazos por el aire. Entonces toda la cobertura de aquella cueva se había trocado como de cristal a través del cual se divisaba un trozo de cielo y las figuras luminosas de los compañeros que se habían salvado para siempre. Y aquellos condenados rechinaban los dientes de feroz envidia, respirando afanosamente, porque en vida hicieron a los justos blanco de sus burlas. Yo pregunté al guía: —Dime, ¿por qué no oigo ninguna voz? —Acércate más— me gritó. Me aproximé al cristal de la ventana y oí cómo unos gritaban y lloraban entre horribles contorsiones; otros blasfemaban e imprecaban a los Santos. Era un tumulto de voces y de gritos estridentes y confusos que me indujo a preguntar a mi amigo: —¿Qué es lo que dicen? ¿Qué es lo que gritan? Y él: —Al recordar la suerte de sus buenos compañeros se ven obligados a confesar: Nos insensatii vitam illorum aestimabamus insaniam et finem illorum sine honore. Ecce quómodo computati sunt ínter filios Dei et ínter sanctos sors illorum est. Ergo errávimus a via veritatis. Por eso gritan: Lassati sumus in via iniquitatis et perditionis. Erravimus per vias difficiles, viam autem Domini ignoravimus. Quid nobis profuit superbia? Transierunt omnia illa tamquam umbra. Estos son los cánticos lúgubres que resonarán aquí por toda la eternidad. Pero gritos, esfuerzos, llantos son ya completamente inútiles. Omnis dolor irruet super eos! Aquí no cuenta el tiempo, aquí sólo impera la eternidad. Mientras lleno de horror contemplaba el estado de muchos de mis jóvenes, de pronto una idea floreció en mi mente. —¿Cómo es posible —dije— que los que se encuentran aquí estén todos condenados? Esos jóvenes, ayer por la noche estaban aún vivos en el Oratorio. Y el guía me contestó:

    —Todos ésos que ves ahí son los que han muerto a la gracia de Dios y si les sorprendiera la muerte y si continuasen obrando como al presente, se condenarían. Pero no perdamos tiempo, prosigamos adelante. Y me alejó de aquel lugar por un corredor que descendía a un profundo subterráneo conduciendo a otro aún más bajo, a cuya entrada se leían estas palabras: Vermis eorum non moritur, et ignis non extinguitur... Dabit Dominus omnipotens ignem et vermes in carnes eorum, ut urantur et sentiant usque in sempiternum. Aquí se veían los atroces remordimientos de los que fueron educados en nuestras casas. El recuerdo de todos y cada uno de los pecados no perdonados y de la justa condenación; de haber tenido mil medios y muchos extraordinarios para convertirse al Señor, para perseverar en el bien, para ganarse el Paraíso. El recuerdo de tantas gracias y promesas concedidas y hechas a María Santísima y no correspondidas. ¡El haberse podido salvar a costa de un pequeño sacrificio y, en cambio, estar condenado para siempre! ¡Recordar tantos buenos propósitos hechos y no mantenidos! ¡Ah! De buenas intenciones completamente ineficaces está lleno el infierno, dice el proverbio. Y allí volví a contemplar a todos los jóvenes del Oratorio que había visto poco antes en el horno, algunos de los cuales me están escuchando ahora, otros estuvieron aquí con nosotros y a otros muchos no los conocía. Me adelanté y observé que odos estaban cubiertos de gusanos y de asquerosos insectos que les devoraban y consumían el corazón, los ojos, las manos, las piernas, los brazos y todos los miembros, dejándolos en un estado tan miserable que no encuentro palabras para describirlo.

    Aquellos desgraciados permanecían inmóviles, expuestos a toda suerte de molestias, sin poderse defender de ellas en modo alguno. Yo avancé un poco más, acercándome para que me viesen, con la esperanza de poderles hablar y de que me dijesen algo, pero ellos no solamente no me hablaron sino que ni siquiera me miraron. Pregunté entonces al guía la causa de esto y me fue respondido que en el otro mundo no existe libertad alguna para los condenados: cada uno soporta allí todo el peso del castigo de Dios sin variación alguna de estado y no puede ser de otra manera. Y añadió: —Ahora es necesario que desciendas tú a esa región de fuego que acabas de contemplar. —¡No, no!, —repliqué aterrado—. Para ir al infierno es necesario pasar antes por el juicio, y yo no he sido juzgado aún. ¡Por tanto no quiero ir al infierno! —Dime —observó mi amigo—, ¿te parece mejor ir al infierno y libertar a tus jóvenes o permanecer fuera de él abandonándolos en medio de tantos tormentos? Desconcertado con esta propuesta, respondí: —¡Oh, yo amo mucho a mis queridos jóvenes y deseo que todos se salven! ¿Pero, no podríamos hacer de manera que no tuviésemos que ir a ese lugar de tormento ni yo ni los demás? —Bien —contestó mi amigo—, aún estás a tiempo, como también lo están ellos, con tal que tú hagas cuanto puedas. Mi corazón se ensanchó al escuchar tales palabras y me dije inmediatamente: Poco importa el trabajo con tal de poder librar a mis queridos hijos de tantos tormentos. —Ven, pues —continuó mi guía—, y observa una prueba de la bondad y de la Misericordia de Dios, que pone en juego mil medios para inducir a penitencia a tus jóvenes y salvarlos de la muerte eterna. Y tomándome de la mano me introdujo en la caverna. Apenas puse el pie en ella me encontré de improviso transportado a una sala magnífica con puertas de cristal. Sobre ésta, a regular distancia, pendían unos largos velos que cubrían otros tantos departamentos que comunicaban con la caverna.

    El guía me señaló uno de aquellos velos sobre el cual se veía escrito: Sexto Mandamiento; y exclamó: —La falta contra este Mandamiento: he aquí la causa de la ruina eterna de tantos jóvenes. —Pero ¿no se han confesado? —Se han confesado, pero las culpas contra la bella virtud las han confesado mal o las han callado de propósito. Por ejemplo: uno, que cometió cuatro o cinco pecados de esta clase, dijo que sólo había faltado dos o tres veces. Hay algunos que cometieron un pecado impuro en la niñez y sintieron siempre vergüenza de confesarlo, o lo confesaron mal o no lo dijeron todo. Otros no tuvieron el dolor o el propósito suficiente. Incluso algunos, en lugar de hacer el examen, estudiaron la manera de engañar al confesor. Y el que muere con tal resolución lo único que consigue es contarse en el número de los réprobos por toda la eternidad. Solamente los que, arrepentidos de corazón, mueren con la esperanza de la eterna salvación, serán eternamente felices. ¿Quieres ver ahora por qué te ha conducido hasta aquí la Misericordia de Dios? Levantó un velo y vi un grupo de jóvenes del Oratorio, todos los cuales me eran conocidos, que habían sido condenados por esta culpa. Entre ellos había algunos que ahora, en apariencia, observan buena conducta. —Al menos ahora —le supliqué— me dejarás escribir los nombres de esos jóvenes para poder avisarles en particular. —No hace falta— me respondió. —Entonces, ¿qué les debo decir? —Predica siempre y en todas partes contra la inmodestia. Basta avisarles de una manera general y no olvides que aunque lo hicieras particularmente, te harían mil promesas, pero no siempre sinceramente. Para conseguir un propósito decidido se necesita la gracia de Dios, la cual no faltará nunca a tus jóvenes si ellos se la piden.

    Dios es tan bueno que manifiesta especialmente su poder en el compadecer y en perdonar. Oración y sacrificio, pues, por tu parte. Y los jóvenes que escuchen tus amonestaciones y enseñanzas, que pregunten a sus conciencias y éstas les dirán lo que deben hacer. Y seguidamente continuó hablando por espacio de casi media hora sobre las condiciones necesarias para hacer una buena confesión. El guía repitió después varias veces en voz alta: —Avertere!... Avertere!... —¿Qué quiere decir eso? —¡Que cambien de vida!... ¡Que cambien de vida!... Yo, confundido ante esta revelación, incliné la cabeza y estaba para retirarme cuando el desconocido me volvió a llamar y me dijo: —Todavía no lo has visto todo. Y volviéndose hacia otra parte levantó otro gran velo sobre el cual estaba escrito: Qui volunt díuites fieri, íncidunt in tentationem et láqueum diáboli. Leí esta sentencia y dije: —Esto no interesa a mis jóvenes, porque son pobres, como yo; nosotros no somos ricos ni buscamos las riquezas. ¡Ni siquiera nos pasa por la imaginación semejante deseo!

    Al correr el velo vi al fondo cierto número de jóvenes, todos conocidos, que sufrían como los primeros que contemplé, y el guía me contestó: —Sí, también interesa esa sentencia a tus muchachos. —Explícame entonces el significado del término divites. Y él: —Por ejemplo, algunos de tus jóvenes tienen el corazón apegado a un objeto material, de forma que este afecto desordenado le aparta del amor a Dios, faltando, por tanto, a la piedad y a la mansedumbre. No sólo se puede pervertir el corazón con el uso de las riquezas, sino también con el deseo inmoderado de las mismas, tanto más si este deseo va contra la virtud de la justicia. Tus jóvenes son pobres, pero has de saber que la gula y el ocio son malos consejeros. Hay algunos que en el propio pueblo se hicieron culpables de hurtos considerables y a pesar de que pueden hacerlo no se han preocupado de restituir. Hay quienes piensan en abrir con las ganzúas la despensa y quien intenta penetrar en la habitación del Prefecto o del Ecónomo; quienes registran los baúles de los compañeros para apoderarse de comestibles, dinero y otros objetos; quien hace acopio de cuadernos y de libros para su uso... Y después de decirme el nombre de estos y de otros más, continuó: —Algunos se encuentran aquí por haberse apropiado de prendas de vestir, de ropa blanca, de mantas y manteles que pertenecían al Oratorio, para mandarlas a sus casas. Algunos, por algún otro grave daño que ocasionaron voluntariamente y no lo repararon. Otros, por no haber restituido objetos y cosa que habían pedido a título de préstamo, o por haber retenido sumas de dinero que les habían sido confiadas para que las entregasen al Superior.

    Y concluyó diciendo: —Y puesto que conoces el nombre de los tales, avísales, diles que desechen los deseos inútiles y nocivos; que sean obedientes a la ley de Dios y celosos del propio honor, de otra forma la codicia los llevará a mayores excesos, que les sumergirán en el dolor, en la muerte y en la perdición. Yo no me explicaba cómo por ciertas cosas a las que nuestros jóvenes daban tan poca importancia hubiese aparejados castigos tan terribles. Pero el amigo interrumpió mis reflexiones diciéndome: —Recuerda lo que se te dijo cuando contemplabas aquellos racimos de la vid echados a perder—, y levantó otro velo que ocultaba a otros muchos de nuestros jóvenes, a los cuales conocí inmediatamente por pertenecer al Oratorio. Sobre aquel velo estaba escrito: Radix omnium malorum. E inmediatamente me preguntó: —¿Sabes qué significa esto? ¿Cuál es el pecado designado por esta sentencia? —Me parece que debe ser la oberbia. —No, me respondió.—Pues yo siempre he oído decir que la raíz de todos los pecados es la soberbia.—Sí; en general se dice que es la soberbia; pero en particular, ¿sabes qué fue lo que hizo caer a Adán y a Eva en el primer pecado, por lo que fueron arrojados del Paraíso terrenal? —La desobediencia. —Cierto; la desobediencia es la raíz de todos los males. —¿Qué debo decir a mis jóvenes sobre esto? —Presta atención.

    Aquellos jóvenes los cuales tú ves que son desobedientes se están preparando un fin tan lastimoso como éste. Son los que tú crees que se han ido por la noche a descansar y, en cambio, a horas de la madrugada se bajan a pasear por el patio, sin preocuparse de que es una cosa prohibida por el reglamento; son los que van a lugares peligrosos, sobre los andamios de las obras en construcción, poniendo en peligro incluso la propia vida. Algunos, según lo establecido, van a la iglesia, pero no están en ella como deben, en lugar de rezar están pensando en cosas muy distintas de la oración y se entretienen en fabricar castillos en el aire; otros estorban a los demás. Hay quienes de lo único que se preocupan es de buscar un lugar cómodo para poder dormir durante el tiempo de las funciones sagradas; otros crees tú que van a la iglesia y, en cambio, no aparecen por ella. ¡Ay del que descuida la oración! ¡El que no reza se condena! Hay aquí algunos que en vez de cantar las divinas alabanzas y las Vísperas de la Virgen María, se entretienen en leer libros nada piadosos, y otros, cosa verdaderamente vergonzosa, pasan el tiempo leyendo obras prohibidas (¡hasta pornografía!). Y siguió enumerando otras faltas contra el reglamento, origen de graves desórdenes. Cuando hubo terminado, yo le miré conmovido y él clavando sus ojos en mí, prestó atención a mis palabras. —¿Puedo referir todas estas cosas a mis jóvenes?—, le pregunté. —Sí, puedes decirles todo cuanto recuerdes. —¿Y qué consejos he de darles para que no les sucedan tan grandes desgracias? —Debes insistir en que la obediencia a Dios, a la Iglesia, a los padres y a los superiores, aún en cosas pequeñas, los salvará. —¿Y qué más? —Les dirás que eviten el ocio, que fue el origen del pecado del Santo Rey David: incúlcales que estén siempre ocupados, pues así el demonio no tendrá tiempo para tentarlos.

    Yo, haciendo una inclinación con la cabeza, se lo prometí. Me encontraba tan emocionado que dije a mi amigo: —Te agradezco la caridad que has usado para conmigo y te ruego que me hagas salir de aquí. El entonces me dijo: —¡Ven conmigo!—, y animándome, me tomó de la mano y me ayudó a proseguir porque me encontraba agotado. Al salir de la sala y después de atravesar en un momento el hórrido patio y el largo corredor de entrada, antes de trasponer el dintel de la última puerta de bronce, se volvió de nuevo a mí y exclamó: —Ahora que has visto los tormentos de los demás, es necesario que pruebes un poco lo que se sufre en el infierno. —¡No, no!—, grité horrorizado. El insistía y yo me negaba siempre. —No temas —me dijo—; prueba solamente, toca esta muralla. Yo no tenía valor para hacerlo y quise alejarme, pero el guía me detuvo insistiendo: —A pesar de todo, es necesario que pruebes lo que te he dicho— y aferrándome resueltamente por un brazo, me acercó al muro mientras decía: —Tócalo una sola vez, al menos para que puedas decir que estuviste visitando las murallas de los suplicios eternos, y para que puedas comprender cuan terrible será la última si así es la primera. ¿Ves esa muralla? Me fijé atentamente y pude comprobar que aquel muro era de espesor colosal.

    El guía prosiguió: —Es el milésimo primero antes de llegar adonde está el verdadero fuego del infierno. Son mil muros los que lo rodean. Cada muro es mil medidas de espesor y de distancia el uno del otro, y cada medida es de mil millas; este está a un millón de millas del verdadero fuego del infierno y por eso apenas es un mínimo principio del infierno mismo. Al decir esto, y como yo me echase atrás para no tocar, me tomo la mano, me la abrió con fuerza y me la acercó a la piedra de aquel milésimo muro. En aquel instante sentí una quemadura tan intensa y dolorosa que saltando hacia atrás y lanzando un grito agudísimo, me desperté. Me encontré sentado en el lecho y pareciéndome que la mano me ardía, la restregaba contra la otra para aliviarme de aquella sensación. Al hacerse de día, pude comprobar que mi mano, en realidad, estaba hinchada, y la impresión imaginaria de aquel fuego me afectó tanto que cambié la piel de la palma de la mano derecha. Tengan presente que no les he contado las cosas con toda su horrible crueldad, ni tal como ¡as vi y de la forma que me impresionaron, para no causar en ustedes demasiado espanto. Nosotros sabemos que el Señor no nombró jamás el infierno sino valiéndose de símbolos, porque aunque nos lo hubiera descrito como es, nada hubiéramos entendido. Ningún mortal puede comprender estas cosas. El Señor las conoce y tas puede manifestar a quien quiere. Durante muchas noches consecutivas, y siempre presa de la mayor turbación, o pude dormir a causa del espanto que se había apoderado de mi ánimo. Les he contado solamente el resumen de lo que he visto en sueños de mucha duración; puede decirse que de todos ellos les he hecho un breve compendio. Más adelante les hablaré sobre el respeto humano, y de cuanto se relaciona con el sexto y séptimo Mandamiento y con la soberbia. No haré otra cosa más que explicar estos sueños, pues están de acuerdo con la Sagrada Escritura, aún más, no son otra cosa que un comentario de cuanto en ella se lee respecto a esta materia. Durante estas noches les he contado ya algo, pero de cuando en cuando vendré a hablarles y les narraré lo que falta, dándoles la explicación consiguiente.

    Como lo prometió, así lo hizo —continúa Don Lemoyne —. Seguidamente expuso este mismo sueño a los jóvenes de Mirabello y de Lanzo, pero resumiendo la narración. Repitió cuanto había visto sin hacer cambios notables, no faltando tampoco algunas variantes. Al narrarlo privadamente a sus Sacerdotes y Clérigos, añadía algunos detalles más. En muchas ocasiones omitía algunas cosas y en otras ponía de manifestó otras. En la descripción de los lazos introdujo una nueva idea sobre la argucia del Demonio y de la manera de arrastrar a los jóvenes hacia el infierno, hablando de las malas costumbres. De muchas escenas no dio explicación: por ejemplo, de los personajes de agradable aspecto que se encontraban en la sala magnífica y que nosotros nos atreveríamos a decir que simbolizan: El tesoro de la Misericordia de Dios, para salvar a los jóvenes que de otra manera habrían perecido. Tal vez eran los principales ministros de innumerables gracias. Ciertas variantes provenían de la multiplicidad de las cosas vistas al mismo tiempo, las cuales el reproducirse en su imaginación le hacían escoger lo que el Santo juzgaba más oportuno para sus oyentes. Por lo demás, la meditación de los novísimos era cosa familiar en San Juan Bosco y como fruto de ella su corazón se encendía en una vivísima compasión hacia los pobres pecadores amenazados por el peligro de una eternidad tan horrible. Este sentimiento de caridad le hacía sobreponerse al respeto humano, invitando a la penitencia con una prudente franqueza incluso a personajes distinguidos, siendo de tal eficacia sus palabras que conseguía numerosas conversiones. Nosotros hemos ofrecido fielmente aquí cuanto escuchamos de labios del mismo Santo y cuanto nos refirieron de viva voz o por escrito numerosos Sacerdotes, formando con el conjunto una sola narración. Ha sido un trabajo arduo, porque deseábamos reproducir con exactitud matemática cada una de las palabras, cada unión de una escena con la otra, el orden de los diferentes hechos, los avisos, los reproches, todas las ideas expuestas y no explicadas, entre las cuales no faltará alguna de las que se dejan sobrentender. ¿Hemos conseguido nuestro propósito? Podemos asegurar a los lectores que hemos buscado una sola cosa con la mayor diligencia, a saber: exponer con la mayor fidelidad posible las palabras de San Juan Bosco.



    LAS PENAS DEL INFIERNO—AÑO 1887

    Memorias Biográficas de San Juan Bosco, Tomo XVIII, págs. 284-285

    En la mañana del tres de abril San Juan Bosco dijo a Viglietti que en la noche precedente no había podido descansar, pensando en un sueño espantoso que había tenido durante la noche del dos. Todo ello produjo en su organismo un verdadero agotamiento de fuerzas. —Si los jóvenes —le decía — oyesen el relato de lo que oí, o se darían a una vida santa o huirían espantados para no escucharlo hasta el fin. Por lo demás, no me es posible describirlo todo, pues sería muy difícil representar en su realidad los castigos reservados a los pecadores en la otra vida. El Santo vio las penas del infierno. Oyó primero un gran ruido, como de un terremoto. Por el momento no hizo caso, pero el rumor fue creciendo gradualmente, hasta que oyó un estruendo horroroso y prolongadísimo, mezclado con gritos de horror y espanto, con voces humanas inarticuladas que, confundidas con el fragor general, producían un estrépito espantoso. Desconcertado observó alrededor de sí para averiguar cuál pudiera ser la causa de aquel finís mundi, pero no vio nada de particular. El rumor, cada vez más ensordecedor, se iba acercando, y ni con los ojos ni con los oídos se podía precisar lo que sucedía.

    San Juan Bosco continuó así su relato:
    —Vi primeramente una masa informe que poco a poco fue tomando la figura de una formidable cuba de fabulosas dimensiones: de ella salían los gritos de dolor. Pregunté espantado qué era aquello y qué significaba lo que estaba viendo. Entonces los gritos, hasta allí inarticulados, se intensificaron más haciéndose más precisos, de forma que pude oír estas palabras: —Multi gloriantur in terris et cremantur n igne. Después vi dentro de aquella cuba ingente, personas indescriptiblemente deformes. Los ojos se les salían de las órbitas; las orejas, casi separadas de la cabeza, colgaban hacia abajo; los brazos y las piernas estaban dislocadas de un modo fantástico. A los gemidos humanos se unían angustiosos maullidos de gatos, rugidos de leones, aullidos de lobos y alaridos de tigres, de osos y de otros animales.

    Observé mejor y entre aquellos desventurados reconocí a algunos. Entonces, cada vez más aterrado, pregunté nuevamente qué significaba tan extraordinario espectáculo. Se me respondió: —Gemitibus inenarrabilibus famem patientur ut canes. Entretanto, con el aumento del ruido se hacía ante él más viva y más precisa la vista de las cosas; conocía mejor a aquellos infelices, le llegaban más claramente sus gritos, y su terror era cada vez más opresor. Entonces preguntó en voz alta: —Pero ¿no será posible poner remedio o aliviar tanta desventura? ¿Todos estos horrores y estos castigos están preparados para nosotros? ¿Qué debo hacer yo? —Sí —replicó una voz—, hay un remedio; sólo un remedio. Apresurarse a pagar las propias deudas con oro o con plata. —Pero estas son cosas materiales. —No; aurum et thus. Con la oración incesante y con la frecuente comunión se podrá remediar tanto mal. Durante este diálogo los gritos se hicieron más estridentes y el aspecto de los que los emitían era más monstruoso, de forma que, presa de mortal terror, se despertó. Eran ¡as tres de la mañana y no le fue posible cerrar más un ojo. En el curso de su relato, un temblor le agitaba todos los miembros, su respiración era afanosa y sus ojos derramaban abundantes lágrimas.


     
     
     

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