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lunes, 22 de octubre de 2012

¿Cómo puedo conseguir que Dios responda a mi oración?

«Alegraos, pues, hermanos míos muy amados, por vuestro feliz destino y por la liberalidad de la gracia divina para con vosotros. Alegraos, porque habéis escapado de los múltiples peligros y naufragios de este mundo tan agitado. Alegraos, porque habéis llegado a este puerto escondido, lugar de seguridad y de calma, al cual son muchos los que desean venir, muchos los que incluso llegan a intentarlo, pero sin llegar a él» (De una carta de San Bruno a los cartujos).


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A primera vista, el título no tiene absolutamente nada que ver con el texto de San Bruno que les estoy presentando. Y sí, directamente no tienen nada que ver. Pero, en el fondo, ese “Alegraos” de San Bruno contiene la esencia de la respuesta al interrogante que hace de frontispicio a este artículo: ¿Cómo puedo conseguir que Dios responda a mi oración?
A lo largo de mis años de consagración a Dios, son muchos los que suelen decirme: «Dios no me oye»; «Yo hablo, pero no escucho una respuesta en mi oración»; y un gran etcétera. ¿Cómo responder a estos interrogantes?
La gama de respuestas puede ser innumerable. Mi poca experiencia me ha llevado a analizar más en profundidad, llegando a la conclusión de que conviene ver no tanto “cómo oras” (que es importante sin duda), sino “por qué oras” o, mejor, “con qué intención oras”. Me explico…
Imagínate que entre tu lista de amistades hay una persona que, de repente, se saca la lotería. ¿Cómo tratarías a esa persona a partir de ese momento: por lo que es o por lo que tiene? Si tu respuesta es la primera opción, tu amistad es sincera; si, por el contrario, es el tener lo que mueve tus acciones, entonces el único que realmente te interesa eres tú mismo. Porque no vas a estar con esa persona para que él esté bien, sino para sacar un beneficio de esa relación.
 
En nuestra oración nos puede pasar lo mismo. A veces vamos a la oración con un fin concreto en la mente: que Dios nos conceda lo que vamos a pedirle. Y no le dejamos espacio a nada más. Estamos tan llenos de nosotros mismos, que Él no puede entrar en nuestro corazón.
¿Y el texto de San Bruno? Léanlo de nuevo, detenidamente. ¿Ustedes creen que una descripción así es de alguien egoísta? ¿Cómo creen que será la oración de esas personas? Ése es el ejemplo que Bruno nos quiere dejar: no tener nada para alcanzarlo todo. Porque el que está vacío de sí mismo pedirá las cosas que realmente interesan. El que está lleno de sí mismo, pedirá superficialidades o elementos que, tal vez, en ese momento no le convienen.
¿Cómo puedo lograr, pues, que Dios responda a mi oración? Sabiendo pedir lo que debo pedir y con la pureza de intención que debo pedir. Analiza bien cómo pides y te diré cómo oras. Ojalá que un día tú también puedas escuchar que se te dice: “Alégrate”…

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