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jueves, 27 de septiembre de 2012

Si Dios te dijera: Pídeme lo que quieras, ¿qué le pedirías?

Para vivir hay que respirar, respirar aire puro, oxigenado. Si no, te ahogas, te asfixias.
Una orquesta sinfónica, aún cuando tenga en programa una función todos los días, comienza siempre por afinar los instrumentos. Uno podría preguntarse: pero ¿para qué? Si son instrumentos pulidos, valiosos y cuidados con esmero, ¿realmente es necesario afinarlos todos los días, cada vez que se van a tocar? Es así. Si queremos vivir bien nuestra vida espiritual, necesitamos afinar el amor y respirar aire nuevo, el aire puro del Espíritu, todos los días.
Jesucristo no podía vivir sin orar, como nosotros no podemos vivir sin respirar.
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Para Jesucristo la oración era una necesidad. Buscaba la soledad para encontrar a su Padre (Lc 9,18 y Mt 14,23), se iba al desierto o a la montaña para hablar con su Él (Mt 4,1 y Mc 6,46 ), oraba de noche cuando nadie pudiera interrumpirle y cuando todo favorecía el clima de intimidad (Mc 1, 35).
Para Jesucristo la oración era una prioridad. Oró en los momentos más difíciles de su vida, en Getsemaní y en el Calvario. Oró antes de tomar decisiones importantes, como antes de elegir a los doce apóstoles (cf Lc 6,12). Oró agradeciendo al Padre la revelación bondadosa de su Rostro a los más pequeños (Mt 11,25). Elevó al cielo su espíritu y sus palabras seguro de ser siempre escuchado antes de resucitar a Lázaro y de realizar otros muchos milagros. (Jn 11,42)
Oró en momentos de especial trascendencia en su vida, como al transfigurarse en el Monte Tabor (Lc 9, 29), antes de manifestarse como Hijo de Dios (Lc 9,18), antes de enseñar el Padre nuestro (Lc 11,1) y en la Última Cena (Jn 17). Aunque todos le buscaran (Mc 1,37), él oraba. Lo dijo y lo cumplió el primero: es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer (Lc 18,1). Al final de su corta vida se dedicó particularmente a la oración: "Ya no andaba en público entre los judíos" (Jn 11)
Verle orar despertaba en sus discípulos el deseo de hacer lo mismo. (Lc 11,1) Quienes convivieron con él aprendieron bien la lección: la primera comunidad cristiana fue una comunidad orante (Hechos 2,42). Este hecho deja ver cuánto les habrá insistido Jesucristo sobre la importancia y la necesidad de la oración. "Sabemos bien que la oración no se debe dar por descontada: hace falta aprender a orar, casi adquiriendo siempre de nuevo este arte; incluso quienes van muy adelantados en la vida espiritual sienten siempre la necesidad de entrar en la escuela de Jesús para aprender a orar con autenticidad." (Benedicto XVI, 4 de mayo de 2011)
¿Por qué oraba Jesús? Porque tenía una profunda conciencia de su condición de hijo. Jesús nos enseña que la oración, el trato con el Padre, es el acto más propio de nuestra condición de hijos de Dios. No es por conveniencia que reza, ni por cumplir un compromiso, ni porque algo le falta, reza porque es hijo y un hijo trata con su padre, lo necesita. Ni Jesucristo, siendo Dios, dio la oración por descontada. Mucho menos nosotros:
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"El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre que conservaba todas las "maravillas" del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49;2, 19; 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: "Yo debo estar en las cosas de mi Padre" (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin en el propio Hijo único en su Humanidad, con los hombres y en favor de ellos". (Catecismo de la Iglesia Católica, 2599)
La vida de oración es cuestión de identidad, proviene de nuestra condición de hijos de Dios. Va mucho más allá que la necesidad o el problema del momento.
Si Dios nos dijera: Pídeme lo que quieras y te lo concederé. Aquí hay algo de mucho valor que podemos pedirle. Además, es algo que a Él le gustará que le pidamos: aviva en mí el espíritu filial, como el de tu Hijo Jesucristo.
Si rezas, ¿por qué rezas?
Si no rezas, ¿por qué no rezas?
Es misterioso ver cómo teniendo el Padre más maravilloso, tantas veces nos empeñamos en vivir como huérfanos....
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