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Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione), Santo |
Un hombre de oración y sufrimiento
Martirologio Romano: San Pío de
Pietrelcina (Francisco) Forgione, presbítero de la Orden de Hermanos Menores
Capuchinos, que en el convento de San Giovanni Rotondo, en
Apulia, se dedicó a la dirección espiritual de los fieles
y a la reconciliación de los penitentes, mostrando una atención
particular hacia los pobres y necesitados, terminando en este día
su peregrinación terrena y configurándose con Cristo crucificado (1968)
"Siempre humíllense
amorosamente ante Dios y ante los hombres. Porque Dios le
habla a aquellos que son verdaderamente humildes de corazón, y
los enriquece con grandes dones."
San Giovanni Rotondo, Italia.
En un convento
de la Hermandad de los Capuchinos, en la ladera del
monte Gargano, vivió por muchísimos años el que probablemente fuera
el Sacerdote Místico más destacado del siglo XX, a punto
actualmente de ser declarado Santo por el Vaticano. El Padre
Pío, nacido en Pietrelcina en 1887, fue un hombre rico
en manifestaciones de su santidad. Enorme cantidad de milagros rodearon
su vida, testimoniados por miles de personas que durante décadas
concurrieron allí a confesarse. Sus Misas, a decir de los
concurrentes, recordaban en forma vívida el Sacrificio y Muerte del
Señor a través de la entrega con que el Padre
Pío celebraba cada Eucaristía.
Es notable su carisma de bilocación:
la capacidad de estar presente en dos lugares al mismo
tiempo, a miles de kilómetros de distancia muchas veces. El
Padre Pío raramente abandonó San Giovanni Rotondo; sin embargo se
lo ha visto y testimoniado curando almas y cuerpos en
diversos lugares del mundo en distintas épocas. También tenía el
don de ver las almas: confesarse con el Padre Pío
era desnudarse ante Dios, ya que él decía los pecados
y relataba las conciencias a sus sorprendidos feligreses (a veces
con gran dureza y enojo, ya que tenía un fuerte
carácter, especialmente cuando se ofendía seriamente a Dios). Tenía también
el don de la sanación (a través de sus manos
Jesús curó a muchísima gente, tanto física como espiritualmente) y
el don de la profecía (anticipó hechos que luego se
cumplieron al pie de la letra).
Vivió rodeado de la Presencia
de Jesús y María, pero también de Santos y Angeles,
y de almas que buscaban su oración, para subir desde
el Purgatorio al Cielo. Pero su gracia más grande radicó,
sin duda alguna, en sus estigmas: en 1918 recibe las
cinco Llagas de Cristo en sus manos, en sus pies
y en su costado izquierdo. Estas llagas sangraron toda su
vida, aproximadamente una taza de té por día, hasta su
muerte ocurrida en 1968. Múltiples estudios médicos y científicos se
realizaron sobre sus Estigmas, no encontrándose nunca explicación alguna a
su presencia u origen.
Su sangre y cuerpo emanaban un aroma
celestial, a flores diversas, que acariciaba no solo a los
asistentes a sus Misas, sino también a quienes se encontraban
con él en otras ciudades del mundo, a través de
sus dones de bilocación. Vivió sufriendo ataques del demonio, tanto
físicos como espirituales, que se multiplicaron a medida que las
conversiones y la fe crecían a su alrededor.
En diciembre de
2001 el Vaticano emite el decreto que aprueba los milagros
necesarios para canonizar a nuestro héroe, San Pío de Pietrelcina
y fué canonizado el 16 de julio de 2002.
Vivimos en
un mundo que niega lo sobrenatural, se aferra a lo
material y a todo lo que pueda ser explicado a
través de la razón, o percibido por los sentidos. Sin
embargo, Dios prescinde de nuestra razón y de nuestros sentidos,
a la hora de someternos a las pruebas de nuestra
fe. De cuando en cuando nos prodiga con regalos del
mundo sobrenatural, a través del testimonio y el acceso a
la divinidad de los seres Celestiales. El Padre Pío es
una puerta abierta a Cristo, a María, a los ángeles
y los santos. Es también un testimonio de la pequeñez
del ser humano y una invitación a creer y dejar
de buscar explicación a los hechos de la Divina Providencia
(la voluntad de Dios), sino simplemente a unir nuestra voluntad
a la de Dios, y ser lisa y llanamente su
instrumento, como el Padre Pío lo fue.
La vida entera del
Padre Pío no puede ser explicada a través de la
razón o la lógica humana. La fe y fuerza del
Santo del Gargano dan por tierra con todas las escuelas
filosóficas terrenales, dejando una sola salida a todo intento de
crecimiento del hombre: el encuentro con el Dios eterno, el
que nos mira desde lo alto y nos pide, por
medio de Su infinita Misericordia, que nos entreguemos simplemente a
Su Voluntad. La negación de nuestro yo (la muerte de
nuestro ego), se constituye en la principal meta de nuestra
evolución, porque SÓLO DIOS ES !
Debemos negarnos
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Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione), Santo |
a nosotros mismos y vivir para y por Él. El
Padre Pío vivió en la más absoluta humildad y negación
de sí mismo, y miren los prodigios que Jesús hizo
a través suyo !
Padre Pio parte
1 Padre Pio parte 2
1887-1968 "Solo quiero ser un fraile que reza..." San Padre Pio
CRONOLOGÍA DEL P. PÍO1887 - 25 mayo: Nace en Pietrelcina, Italia 1903 - 6 enero: Edad 15 años. Entra al noviciado franciscano OFM cap en Morcone. 1904 - 22 enero: Profesa como franciscano 1910 - 10 agosto: Ordenación sacerdotal en Benevento 1918 - 20 septiembre: Recibe las estigmas, (llagas de Jesucristo) 1923 - 1933 Le fue prohibido celebrar misa en público y comunicación con sus hijos espirituales; víctima de calumnias. 1947 Comienzan los grupos de oración del Padre Pío. 1956 - 5 mayo: Inauguración de la Casa Sollievo della Sofferenza (alivio del sufrimiento) 1968 - 23 septiembre: Fallece en San Giovanni Rotondo 1998 - 21 de diciembre: Reconocimiento de milagro 1999 - 2 de mayo: Beatificación 2001 - 20 de diciembre: Reconocimiento de 2º milagro 2002 - 16 junio: Canonización en el Vaticano
San
Pio de Pietrelcina, entró en los Capuchinos con 15 años de
edad.Ordenado el 10 de agosto de 1910.Asignado a San Giovanni Rotondo en
1916, vivió allí hasta su muerte.Recibió los estigmas: 20 de
septiembre, 1918. Los llevó por 50 años.Entró en la Vida Eterna: 23 de
septiembre, 1968.Beatificado por el Papa Juan Pablo II el 2 de mayo de
1999. Canonizado por el Papa Juan Pablo II el 16 de junio del 2002.
"Solo quiero ser un fraile que reza...” “Reza,
espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es
misericordioso y escuchará tu oración... La oración es la mejor arma que
tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no
solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas
ocasiones debes hablarle solo con el corazón...” -Padre Pío
El
Padre Pío es uno de los más grandes místicos de nuestro tiempo, amado en
todo el mundo. Nos enseñó a vivir un amor radical al corazón de Jesús y
a su Iglesia. Su vida era oración, sacrificio y pobreza. Alcanzó una
profunda unión con Dios.
Famoso confesor. El Padre Pío pasaba
hasta 16 horas diarias en el confesionario. Algunos debían esperar dos
semanas para lograr confesarse con él, porque el Señor les hacía ver por
medio de este sencillo sacerdote la verdad del evangelio. Su vida se
centraba en torno a la Eucaristía. Sus misas conmovían a los fieles por
su profunda devoción. Poseía una ferviente devoción por la Virgen María.
DONES EXTRAORDINARIOS:Discernimiento
extraordinario: la capacidad de leer los corazones y las conciencias.
Profecía: pudo anunciar eventos del futuro. Curación: curas milagrosas
por el poder de la oración. Bilocación: estar en dos lugares al mismo
tiempo. Perfume: la sangre de sus estigmas tenía fragancia de flores.
Llegaban
a verle multitud de peregrinos y además recibía muchas cartas pidiendo
oración y consejo. Los médicos que observaron los estigmas del Padre Pío
no pudieron hacer cicatrizar sus llagas ni dar explicación de ellas.
Calcularon que perdía una copa de sangre diaria, pero sus llagas nunca
se infectaron. El Padre Pío decía que eran un regalo de Dios y una
oportunidad para luchar por ser más y más como Jesucristo Crucificado.
Su beatificación fue la de mayor asistencia en la historia. La plaza de
San Pedro y sus alrededores no pudieron contener la multitud que asistió
a su beatificación. El Padre Pío es un poderoso intercesor. Los
milagros se siguen multiplicando.
BIOGRAFÍA
InfanciaFrancisco
Forgione (San Padre Pío) nació en el seno de una humilde y religiosa
familia, el Miércoles 25 de mayo de 1887 a las 5 de la tarde, hora en
que las campanas de la Iglesia sonaban para llamar a todos los fieles a
honrar a la Virgen Santísima en su mes. El Beato Padre Pío nació en una
pequeña aldea del Sur de Italia, llamada Pietrelcina, una pequeña villa
en la provincia de Benevento, Italia. Sus padres, Horacio Forgione y
María Giuseppa de Nunzio Forgione, ambos agricultores, encomendaron la
protección de su recién nacido a San Francisco de Asís, por esta razón
le bautizaron con el nombre de Francisco al día siguiente de su
nacimiento.
El Padre Pío, cuando era aún un bebé, lloraba
desconsoladamente al grado que su padre no lograba descansar por la
noche de lo fuerte y constante de su llanto, su padre decía que “al bebé
nunca se le acababa el aire”. Una vez que se encontraba con su papá a
solas en casa, este no pudo consolarle para que parara de llorar y lo
arrojó en la cama exclamando: “Parece que el diablo hubiese nacido en mi
casa”.
Relata el Padre Pío que desde ese preciso momento, nunca
más volvió a llorar así. La familia Forgione vivía en el sector más
pobre de Pietrelcina. Francisco fue pobre, pero como él mismo diría más
adelante, nunca careció de nada... Los valores eran diferentes en
aquella época; un niño se consideraba dichoso si tenía lo básico para
vivir. Fue un niño muy sensible y espiritual.
Inicio de sus experiencias extraordinarias Su
vida transcurrió en los alrededores de la Iglesia Santa María de los
Ángeles, que podríamos decir fue como su "hogar". Aquí fue bautizado,
hizo su Primera Comunión, su Confirmación, y precisamente aquí, a los
cinco años de edad, tuvo una aparición del Sagrado Corazón de Jesús. El
Señor posó Su mano sobre la cabeza de Francisco y este prometió a San
Francisco que sería un fiel seguidor suyo. El curso de su vida y su
vocación quedaría desde ese momento sellado. Padre Pío se ofrece a tan
corta edad como víctima. Este año marcaría la vida de Francisco para
siempre; empieza a tener apariciones de la Santísima Virgen, que
continuarían por el resto de su vida.
También tenía trato
familiar con su ángel guardián, con el que tuvo la gracia de comunicarse
toda su vida y el cual sirvió grandemente en la misión que él recibiría
de Dios. Es también a esta edad que los demonios comenzaron a
torturarlo. El niño acostumbraba a cobijarse bajo la sombra de un árbol
particular durante los cálidos y soleados días de verano. Amigos y
vecinos testificaron que fueron en más de una ocasión las veces que le
vieron pelear con lo que parecía su propia sombra. Estas luchas
continuarían por el resto de su vida.
Fue un niño callado,
diferente y tímido, muchos dicen que a tan corta edad ya mostraba signos
de una profunda espiritualidad. Era piadoso, permanecía largas horas en
la iglesia después de Misa. Hizo hasta arreglos con el sacristán para
que le permitiera visitar al Señor en la Eucaristía, en los momentos en
los cuales la iglesia permaneciera cerrada.
Curado por los chilesEn
tiempos en que el Padre era aún pequeño, la tifoidea era una enfermedad
mortal y el pequeño Francisco se vio al borde de la muerte a
consecuencia de ella. La fiebre le llego tan alta, que el mismo doctor
le informó a su madre que al pequeño Francisco le quedaban unas cuantas
horas de vida. La madre, aun con el dolor que experimentaba su corazón,
debió continuar sus labores domésticas y preparó, como de costumbre,
alimentos para los trabajadores que les ayudaban con sus tierras. La
comida que Guiseppa preparó fueron chiles fritos y los trabajadores no
se los terminaron por ser tan picosos. Al pequeño enfermo, el olor de
los chiles le resultó muy apetecible y en cuanto se encontró a solas, no
pudiendo caminar, se arrastró hasta el lugar en el que se encontraban
los chiles que tanto le apetecían y se los comió todos.
Cuando
terminó de comer, se regresó a su cama y sintió una gran sed. Llamó a su
hermano Miguel para que le trajera algo de tomar. Su hermano le llevó
una botella de leche y le sirvió un poco en una cuchara, como lo habían
estado haciendo. Francisco, tomó la botella y se la tomó toda para la
sorpresa de su hermano. Cuando su madre regresó más tarde a buscar los
chiles, encontró el plato vacío y no se imaginó que hubiese sido
Francisco el que se los hubiese comido. Aunque esta comida podría haber
sido fatal para su salud, produjo cambios radicales. Desde ese momento,
Francisco se curó de la tifoidea y su salud se restauró por completo.
Un milagro en su presenciaUn
día, siendo aún pequeño, acompañó a su padre, Horacio, en una
peregrinación al Santuario de San Peregrino. La iglesia estaba llena de
fieles de todas partes. Francisco se arrodilló para orar al frente del
Santuario y observaba la angustia de una madre que se acercó al altar
con un niño deforme en sus brazos e imploraba al Santo que intercediera
por la sanación de su hijo.
Mientras su padre se preparaba para
salir de la Iglesia, Francisco no se movía en profunda oración de
intercesión por el niño. La madre de este, en un arrebato de
desesperación dijo en voz alta frente a la imagen del Santo: “Cura a mi
hijo, si no lo quieres curar, tómalo, yo no lo quiero” y diciendo esto,
arrojó al niño en el altar. En el preciso momento en que el niño tocó el
altar, éste sanó por completo. Esta experiencia del poder de la
oración, afianzó grandemente la confianza de Francisco en el poder de la
intercesión de los Santos.
Primeros estudiosFrancisco
tenía gran sed de aprender. Por no haber escuelas en la villa, unos
granjeros se voluntarizaron para enseñar a los niños del área. Su mayor
ambición era que los niños pudieran aprender a leer y los más brillantes
a escribir. La enseñanza se llevaba a cabo durante la noche por la
necesidad existente de trabajar, tanto adultos como niños durante el
día. Francisco estudiaba durante este tiempo. Otros niños preferían
jugar, pero esto no era una de sus prioridades. Su preferencia era
siempre pasar la mayor parte del tiempo en oración y estudiar en el
tiempo destinado para el aprendizaje. Padre Pío fue un niño
disciplinado, que entendía el sacrificio que era para sus padres
patrocinar su tiempo de aprendizaje.
Estudios para prepararlo a la Vida ReligiosaLlegó
el momento en el cual Francisco manifestará su deseo de ser religioso.
Su padre, al ver la limitación existente de educación en la villa,
emigró a los Estados Unidos y a Jamaica buscando mejor solvencia
económica que le permitiera sufragar los gastos de educación para
Francisco. Sus padres, aunque humildes, recibieron gran sabiduría del
Señor para ver el camino que su hijo habría de seguir. Hicieron grandes
sacrificios para que se hiciera posible.
Fue durante este tiempo
en que su madre, Giuseppa, hizo arreglos para que su hijo recibiera la
formación necesaria para poder ingresar en el seminario. La única
posibilidad en ese momento era recibir clases con Don Domenico Tizzani,
un exsacerdote que habiendo abandonado el ministerio, había contraído
matrimonio. Don Domenico tenía la reputación de ser muy buen maestro,
pero algo pasaba con el joven Francisco que parecía tener un bloqueo
mental en su presencia. Doña Giuseppa buscó otro maestro para Francisco y
lo encontró en el maestro Angelo Cavacco. Con él, el joven Francisco
avanzó con gran rapidez y mostró tener gran capacidad.
Preparación para el NoviciadoLos
días antes de entrar al seminario fueron días de visiones del Señor,
que le prepararían para grandes luchas. Jesús le permitió ver a
Francisco el campo de batalla, los obstáculos y enemigos. A un lado
habían hombres radiantes, con vestiduras blancas, al otro lado, inmensas
bestias espantosas de color oscuro. Era una escena aterradora y las
rodillas del joven Francisco comenzaron a temblar. Jesús le dice que se
tiene que enfrentar con la horrenda criatura, a lo que Francisco
responde temeroso, rogándole al Señor que no le pidiera cosa semejante
de la cual no podría salir victorioso. Jesús vuelve a repetir su
petición dejándole saber que estaría a su lado. Francisco entonces entra
en un feroz combate, los dolores infligidos en su cuerpo eran
intolerables, pero salió triunfante. Jesús alertó a Francisco de que
entraría en combate nuevamente con este demonio a lo largo de toda su
vida, que no temiera: “Yo estaré protegiéndote, ayudándote, siempre a tu
lado hasta el fin del mundo”. Esta visión particular petrificó a Padre
Pío por 20 años.
El día antes de entrar al Seminario, Francisco
tuvo una visión de Jesús con su Santísima Madre. En esta visión, Jesús
posa Su mano en el hombro de Francisco, dándole valor y fortaleza para
seguir adelante. La Virgen María, por su parte, le habla suavemente,
sutil y maternalmente penetrando en lo más profundo de su alma.
Ingreso en el Noviciado de MorconePadre
Pío siempre caminó el sendero estrecho, no permitiéndose lujos ni nada
que le pudiera desviar de su relación con Jesús. A los 15 años de edad,
Francisco había adelantado lo suficiente como para entrar al Seminario;
sería Fraile Capuchino. Ingresó con la Orden Franciscana de Morcone el 3
de enero de 1902. Quince días después de su entrada, el día 22 de enero
de 1902, Francisco recibió el hábito franciscano que está hecho en
forma de una cruz y percibió que desde ese momento su vida estaría
“crucificada en Cristo”, tomó además, por nombre religioso, Fray Pío de
Pietrelcina en honor a San Pío V.
La Fraternidad Capuchina en la
cual ingresó era una de las más austeras de la Orden Franciscana y una
de las más fieles a la regla original de San Francisco de Asís. El ayuno
y la penitencia eran prácticas habituales. El Fraile Pío abrazó todas
las formas de autoprivación, comiendo siempre muy poco, en una ocasión
se alimentó únicamente de la Eucaristía por 20 días y aunque débil
físicamente se presentaba a clases con preclara alegría. Fue una de las
mejores épocas de su vida: "Soy inmensamente feliz cuando sufro, y si
consintiera los impulsos de mi corazón, le pediría a que Jesús me diera
todo el sufrimiento de los hombres".
Primera bilocaciónEn
1905, solo dos años después de haber entrado al Seminario, el Fraile
Pío experimenta por primera vez la bilocación. Rezando acompañado de
otro fraile en el coro, una noche fría de enero, alrededor de las 11:00
de la noche, se encontró a sí mismo muy lejos, en una casa muy elegante
en la cual un padre de familia agonizaba en el mismo momento que su hija
nacía. Nuestra Santísima Madre se le apareció al Fraile Pío diciéndole:
“Encomiendo esta criatura a tus cuidados; es una piedra preciosa sin
pulir. Trabaja en ella, lústrala, hazla brillar lo más posible, porque
un día me quiero adornar con ella”. A lo que él contestó: “¿Cómo puede
ser esto posible si soy un pobre estudiante, y todavía ni siquiera sé si
tendré la fortuna de llegar a ser sacerdote? Y si no llegara a ser
sacerdote, ¿cómo podría ocuparme de esta niña estando tan lejos?”. La
Virgen le contestó: “No dudes. Será ella quien venga a ti, pero la
conocerás de antemano en la Basílica de San Pedro”. Inmediatamente se
encontró de nuevo en el coro donde había estado rezando minutos antes.
Dieciocho
años más tarde esta niña se presentó en la Basílica de San Pedro,
agobiada y buscando a un sacerdote con quien pudiera confesarse y
recibir dirección espiritual. Ya era tarde y la Basílica iba a cerrar,
miró a su alrededor y vio a un fraile entrar en el confesionario y
cerrar la puerta. La joven se le acercó y comenzó a compartirle sus
problemas. El sacerdote absolvió sus pecados y le dio la bendición. La
joven en agradecimiento quiso besarle la mano, pero al abrir el
confesionario solo encontró una silla vacía.
Un año después, la
joven fue en peregrinación a San Giovanni Rotondo. Padre Pío caminaba
por los pasillos de las celdas repletos de peregrinos y al ver a la
joven entre ellos, la señaló diciendo: “Yo te conozco, tu naciste el día
que tu padre murió”, la joven, sorprendida, esperó largo rato para
poderse confesar con el Padre y aclarar sus inquietudes. Padre Pío le
recibe en el confesionario con estas palabras: "Mi hija, has venido
finalmente; he esperando tantos años por ti!". La joven aún más
sorprendida le manifestó que él estaba equivocado, siendo ésta la
primera vez que ella visitaba San Giovanni. A lo que Padre Pío contestó:
"Ya tú me conoces, viniste a mí el año pasado en la Basílica de San
Pedro". La joven se convirtió en su hija espiritual, obedeciendo siempre
a sus consejos. Se casó y formó una sólida y ejemplar familia
cristiana.
Ordenación Sacerdotal El
10 de agosto de 1910, Padre Pío es ordenado sacerdote en la Catedral de
Benevento, Italia. La tarde de aquel día, escribe esta oración: “Oh
Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y
una víctima perfecta”. El día de su ordenación, su padre se encontraba
en América, pero su madre, su hermano Miguel y su esposa, y sus tres
hermanas le acompañaron en ese día tan especial. Al finalizar la Santa
Misa, su madre y sus hermanos se acercaron a la baranda para recibir su
primera bendición. Su madre no podía contener sus lágrimas, tanto de la
emoción como del dolor de pensar en la ausencia de su esposo, cuyo
sacrificio había hecho posible la ordenación de su hijo.
Como era
la costumbre, el nuevo Padre celebraría su primera Misa en la iglesia
de su pueblo, en Santa María de los Ángeles. En la misma iglesia en la
que 23 años antes había sido bautizado, en donde había recibido la
Primera Comunión y el Sacramento de la Confirmación. El padre solía
decirles a sus hijos espirituales “Si ustedes desean asistir a la
Sagrada Misa con devoción y obtener frutos, piensen en la Madre Dolorosa
al pie del Calvario”.
De regreso en PietrelcinaMientras
más alto escalaba el joven sacerdote hacia la perfección, más era
asechado por el demonio. Y mientras más atormentado era por Satanás, más
crecía en fe y en amor al Señor. Poco después de su ordenación, le
volvieron las fiebres y los males que siempre le aquejaron durante sus
estudios, y fue enviado a su pueblo, Pietrelcina, para que se
restableciera de salud.
Cada vez que se hacía el intento para
restaurarlo a la vida religiosa dentro del monasterio, este fracasaba,
pues su salud empeoraba. Su vida sacerdotal en Pietrelcina incluía mucha
oración acompañada de muchas funciones religiosas, así como estudios
teológicos, catecismo para los niños del pueblo y reuniones con
individuos y familias. Durante este período en Pietrelcina, su antiguo
profesor, el ex sacerdote Tizzani, agonizaba. Su hija, viéndolo cerca a
la muerte, llamó al Padre Pío para que asistiera a su padre, quien
providencialmente pasaba por su casa en ese momento. El moribundo
recibió del Padre la gracia de Dios y la salvación eterna de su alma,
hizo su confesión con lágrimas de arrepentimiento y murió en paz.
Primera aparición de los estigmasDurante
su primer año de ministerio sacerdotal, en 1910, el Padre Pío
manifiesta los primeros síntomas de los estigmas. En una carta que
escribe a su director espiritual los describe así: “En medio de las
manos apareció una mancha roja, del tamaño de un centavo, acompañada de
un intenso dolor. También debajo de los pies siento dolor”. Estos
dolores en la manos y los pies del Padre Pío, son los primeros recuentos
de las estigmas que fueron invisibles hasta el año 1918.
Una vez
el dolor que el Padre Pío experimentó fue tan agudo, que se sacudió las
manos, las cuales sentía que se le quemaban, a lo que su madre le
preguntó: “Que es eso?, es que ahora también tocas la guitarra?”. El
Padre se limitó a no responder. Este tiempo en su pueblo natal fue un
período de grandes combates espirituales con el demonio, pero también de
grandes consuelos a través de éxtasis y fenómenos místicos, tanto
interiores como exteriores, espirituales y físicos. El demonio solía
aparecérsele de distintas maneras. Algunas veces lo hacía en la
apariencia de animales, de mujeres bailando danzas impuras, de
carceleros que lo azotaban e incluso bajo la apariencia de Cristo
Crucificado, de su Ángel de la Guarda, San Francisco de Asís, la Virgen
María, también bajo la apariencia de su director espiritual, su
provincial, etc. pero después de estos asaltos del demonio, era
consolado con éxtasis y apariciones de Jesús, la Santísima Virgen María,
su Ángel Guardián, San Francisco y otros santos.
El día 12 de
agosto de 1912 experimentó por primera vez la “llaga del amor”. El Padre
Pío le escribió a su director espiritual explicándole lo sucedido:
“Estaba en la Iglesia haciendo mi acción de gracias después de la Santa
Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido por un dardo de fuego
hirviendo en llamas y yo pensé que me iba a morir”.
Por siete
años, Padre Pío permanece fuera del Convento, en Pietrelcina.
Naturalmente, esta vida estaba en contraste con la regla franciscana y
algunos hermanos frailes se quejaron de esto. Fue entonces cuando el
Superior General de la Orden pidió a la Sagrada Congregación de los
Religiosos la exclaustración del P. Pío. Fue un golpe muy duro para él y
en un éxtasis se quejó con San Francisco de Asís. La Congregación de
los Religiosos no escuchó la solicitud del Superior General y concedió
que el Padre Pío siguiera viviendo fuera del convento, hasta que
estuviera completamente restablecida su salud.
De regreso a la vida monásticaEl
día 17 de febrero de 1916, el Padre Pío salió de Pietrelcina rumbo a
Foggia, donde los superiores lo llamaron para dar un servicio
espiritual. Gracias a las oraciones de Rafaelina Cerase, una señora muy
enferma y cercana a la muerte, el Padre Pío puede regresar
definitivamente a la vida comunitaria. Esta buena señora se ofreció a
Dios como víctima para que el Padre pudiese oír confesiones y con ello
traer gran beneficio a las almas.
Aunque el Padre nunca más pudo
regresar a Pietrelcina, su amor por ella nunca disminuyó. Durante la
Segunda Guerra Mundial, el Padre, refiriéndose a su pueblo dijo:
“Pietrelcina será preservada como la niña de mis ojos”. Y antes de
morir, hablando proféticamente dijo: “Durante mi vida he favorecido a
San Giovanni Rotondo. Después de mi muerte, favoreceré a Pietrelcina”.
Primera visita a San Giovanni RotondoEl
día 28 de julio de 1916, el Padre Pío llega a San Giovanni Rotondo por
primera vez. San Giovanni Rotondo era en ese entonces una pequeña villa
en la península del Gargano, rodeada por casas muy pobres, sin luz, sin
agua potable ni cañería, sin caminos pavimentados y sin formas de
comunicación modernos, muy parecido a la forma de vida en las villas
pequeñas de aquel entonces.
El monasterio se encontraba a unos
dos kilómetros del pueblo y para llegar a este, era necesario ir en
mula. El monasterio contaba con una pequeña y rústica Iglesia de Nuestra
Señora de la Gracia del siglo XIV.
Regreso permanente a San Giovanni RotondoPadre
Pío fue invitado a San Giovanni por el Padre Guardián y su breve visita
fue del 28 de julio al 5 de agosto. Durante esta visita, la salud del
Padre parece haber mejorado un poco lo cual agradó al Padre Provincial y
este lo mandó bajo obediencia a regresar a San Giovanni por un tiempo,
hasta que mejorase más su salud. El Padre regresó al Monasterio del
Gargano el día 4 de septiembre de 1916. En los designios del Señor, lo
que en un inicio se pensó sería temporal, duró 52 años, hasta la muerte
del Padre.
Experiencia MilitarEl Padre Pío fue
llamado a las filas militares tres veces durante la Primera Guerra
Mundial y las tres veces fue regresado luego de un corto período por
motivos de salud. La última vez que fue llamado, su salud desmejoró
tanto, que los mismos médicos le dieron de baja para “permitirle morir
en paz en su hogar”. Las cortas permanencias en las filas militares
causaron en él grandes dolores en su alma, a causa de la dureza de los
soldados, las blasfemias que escuchó y el verse alejado de la vida
monástica. Otro gran dolor era el no poder ofrecer la Santa Misa todos
los días.
El Padre fue dado de baja de las filas militares con
papeles que atestiguaban su buena conducta, su honor y fidelidad a la
patria, aunque se salvó de haber confrontado cargos de deserción por no
presentarse a una cita, a causa de un error del cartero de San Giovanni
Rotondo. Este no sabía que Francisco Forgione y el Padre Pío eran la
misma persona y por ello no supo a quién darle la cita.
El seminario menorEl
Padre Pío sirvió como padre espiritual de los jóvenes que formaban
parte del seminario seráfico menor, que en ese momento estaba en San
Giovanni Rotondo. Él se encargaba de proveerles meditaciones, de
confesarlos y de tener conversaciones espirituales con ellos. Oraba
mucho y vigilaba su avance espiritual y hasta llegó a pedir permiso para
ofrecerse como víctima al Señor por la perfección de este grupo a
quienes como él mismo decía “amaba con ternura”.
Un día en que
daba un paseo con los jóvenes les dijo: “Uno de ustedes me traspasó el
corazón”. Los jóvenes quedaron perplejos ante este comentario, pero no
se atrevían a preguntar quién había sido el culpable. “Uno de ustedes
esta mañana hizo una Comunión sacrílega. Y saber que fui yo el que se la
dio hoy durante la Misa”. El joven culpable se arrojó a sus pies y
confesó ser él el culpable. El Padre hizo seña a los demás para que se
retiraran un poco y ahí mismo en la calle escuchó su confesión y lo
restauró a la gracia de Dios.
Transverberación del corazónLa
transverberación es una gracia extraordinaria que algunos santos como
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz han recibido. El corazón de
la persona escogida por Dios es traspasado por una flecha misteriosa o
experimentado como un dardo que al penetrar deja tras de sí una herida
de amor que quema mientras el alma es elevada a los niveles más altos de
la contemplación del amor y del dolor.
El Padre Pío recibió esta
gracia extraordinaria el 5 de agosto de 1918. En gran simplicidad, el
Padre le narró a su director espiritual lo sucedido: “Yo estaba
escuchando las confesiones de los jóvenes la noche del 5 de agosto
cuando, de repente, me asusté grandemente al ver con los ojos de mi
mente a un visitante celestial que se apareció frente a mí. En su mano
llevaba algo que parecía como una lanza larga de hierro, con una punta
muy aguda. Parecía que salía fuego de la punta.
Vi a la persona
hundir la lanza violentamente en mi alma. Apenas pude quejarme y sentí
como que me moría. Le dije al muchacho que saliera del confesionario,
porque me sentía muy enfermo y no tenía fuerzas para continuar. Este
martirio duró sin interrupción hasta la mañana del 7 de agosto. Desde
ese día siento una gran aflicción y una herida en mi alma que está
siempre abierta y me causa agonía.”
Las estigmas de CristoSin
duda alguna lo que ha hecho famoso al Padre Pío es el fenómeno de los
estigmas: las cinco llagas de Cristo crucificado que llevó en su cuerpo
visiblemente durante 50 años. Un poco más de un mes después de haber
recibido el traspaso del corazón, el Padre Pío recibe las señas, ahora
visibles, de la Pasión de Cristo.
El Padre describe este fenómeno
y gracia espiritual a su director por obediencia: “Era la mañana del 20
de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de
acción de gracias de la Misa y sentí poco a poco que me elevaba a una
oración siempre más suave, de pronto una gran luz me deslumbró y se me
apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado
salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los
pies, las manos y el costado.Cuando volví en mí, me encontré en el suelo
y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían
hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir,
y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón
que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta
la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando
himnos de agradecimiento a Dios”.
Los estigmas del Padre Pío eran
heridas profundas en el centro de las manos, de los pies y el costado
izquierdo. Tenía manos y pies literalmente traspasados y le salía sangre
viva de ambos lados, haciendo del Padre Pío el primer sacerdote
estigmatizado en la historia de la Iglesia (San Francisco Asís no era
sacerdote).
El provincial de los Capuchinos de Foggia invitó al
Profesor Romanelli, médico y director de un prestigioso hospital, para
que estudiara el caso y diera su parecer. El Doctor Romanelli no tuvo la
menor duda del carácter sobrenatural del fenómeno. Poco después la
Curia Generalicia de los Capuchinos en Roma envió a San Gionanni Rotondo
a otro especialista, el profesor Jorge Festa. Sus conclusiones fueron
que “los estigmas del Padre Pío tenían un origen que los conocimientos
científicos estaban muy lejos de explicar. La razón de su existencia
está mas allá de la ciencia humana”.
La noticia de que el Padre
Pío tenía los estigmas se extendió rápidamente. Muy pronto miles de
personas acudían a San Giovanni Rotondo para verle, besarle sus manos,
confesarse con él y asistir a sus Misas.
La palabra ESTIGMA viene
del griego y significa “marca” o “señal en el cuerpo”, y era el
resultado del sello de un hierro candente con el cual marcaban a los
esclavos. En sentido médico, estigma quiere decir una mancha enrojecida
sobre la piel, que es causada porque la sangre sale de los vasos por una
fuerte influencia nerviosa, pero nunca llega a ser perforación. En
cambio los estigmas que han tenido los místicos son lesiones reales de
la piel y de los tejidos, llagas verdaderas como, en este caso, las han
descrito los doctores Romanelli y Festa.
La Santa Sede interviene en las investigacionesDespués
de minuciosas investigaciones, la Santa Sede quiso intervenir
directamente. En aquel entonces era una gran celebridad en materia de
psicología experimental, el Padre Agustín Gimelli, franciscano, doctor
en medicina, fundador de la Universidad Católica de Milán y gran amigo
del Papa Pío XI.
El Padre Gimelli fue a visitar al Padre Pío,
pero como no llevaba permiso escrito para examinar sus llagas, este
rehúso a mostrárselas. El Padre Gimelli se fue de San Giovanni con la
idea de que los estigmas eran falsos, de naturaleza neurótica y publicó
su pensamiento en un artículo publicado en una revista muy popular. El
Santo Oficio se valió de la opinión de este gran psicólogo e hizo
público un decreto el cual declaraba la poca constancia en la
sobrenaturalidad de los hechos.
Primera gran prueba. Diez años de aislamientoEn
los años siguientes hubo otros tres decretos y el último fue
condenatorio, prohibiendo las visitas al Padre Pío o mantener alguna
relación con él, incluso epistolar. Como consecuencia, el Padre Pío pasó
10 años -de 1923 a 1933- aislado completamente del mundo exterior,
entre la paredes de su celda. Durante estos años no solo sufría los
dolores de la Pasión del Señor en su cuerpo, también sentía en su alma
el dolor del aislamiento y el peso de la sospecha. Su humildad,
obediencia y caridad no se desmintieron nunca.
El Sacrificio de la MisaEl
Padre Pío se levantaba todas la mañanas a las tres y media y rezaba el
oficio de las lecturas. Fue un sacerdote orante y amante de la oración.
Solía repetir: “La oración es el pan y la vida del alma; es el respiro
del corazón, no quiero ser más que esto, un fraile que ama”. Celebraba
la Santa Misa en las mañanas acompañado de dos religiosos. Todos querían
verlo y hasta tocarlo, pero su presencia inspiraba tanto respeto que
nadie se atrevía a moverse en lo más mínimo. La Misa duraba casi dos
horas y todos los presentes se sumergían de forma particular en el
misterio del sacrificio de Cristo, multitudes se volcaban apretadas
alrededor del altar deteniendo la respiración.
Aunque no existe
diferencia esencial en la celebración de la Santa Misa de cualquier otro
sacerdote, porque el sacerdote y la víctima es siempre Cristo, con el
Padre Pío la imagen del Salvador -traspasado en sus manos, pies y
costado- era más transparente.
El Padre Pío vive la Santa Misa,
sufriendo los dolores del Crucificado y dando profundo sentido a las
oraciones litúrgicas de la Iglesia. En los anales de la Iglesia, Padre
Pío es el primer sacerdote estigmatizado; el fue esencialmente
sacerdote, y su santidad fue esencialmente sacerdotal.
Toda su
vida giraba alrededor de esta realidad en la cual prestaba su boca a
Cristo, sus manos y sus ojos. Cuando decía: "Esto es mi Cuerpo...Esta es
mi Sangre", su rostro se transfiguraba. Olas de emoción lo sacudían,
todo su cuerpo se proyectaba en una muda imploración. “La Misa”, dijo
una vez a un hijo espiritual, “es Cristo en al Cruz, con María y Juan a
los pies de la misma y los ángeles en adoración. Lloremos de amor y
adoración en esta contemplación”. Mientras el Padre celebraba el Santo
Sacrificio, el tiempo parecía detenerse.
Una vez se le preguntó
al Padre cómo podía pasar tanto tiempo de pie en sus llagas durante toda
la Santa Misa, a lo que él respondió: “Hija mía, durante la Misa no
estoy de pie: estoy suspendido con Jesús en la cruz”.
El Padre
amaba a Jesús con tanta fuerza, que experimentaba en su propio cuerpo
una verdadera hambre y sed de Él. “Tengo tal hambre y sed antes de
recibir a Jesús, que falta poco para que muera de la angustia. Y
precisamente, porque no puedo estar sin unirme a Jesús, muchas veces,
aun con fiebre, me veo obligado a ir a alimentarme de su cuerpo”... “El
mundo, solía decir el Padre Pío, puede subsistir sin el sol, pero nunca
sin la Misa”.
En una ocasión se le preguntó si la Santísima
Virgen María estaba presente durante la Santa Misa, a lo cual él
respondió: “Sí, ella se pone a un lado, pero yo la puedo ver, qué
alegría. Ella está siempre presente. ¿Como podría ser que la Madre de
Jesús, presente en el Calvario al pie de la cruz, que ofreció a su Hijo
como víctima por la salvación de nuestras almas, no esté presente en el
calvario místico del altar?”.
Mártir del Sacramento de la MisericordiaQuien
participara en la celebración Eucarística del Padre Pío no podía quedar
tranquilo en su pecado. Después de la Santa Misa, el Padre Pío se
sentaba en el confesionario por largas horas, dándole preferencia a los
hombres, pues él decía que eran los que más necesitaban de la confesión.
Al ser tantos los que acudían a la confesión, fue necesario establecer
un orden, y confesarse con el Padre Pío podía tomarse fácilmente tres o
cuatro días de espera.
Son muchos los impresionantes testimonios y
las emotivas conversiones generadas a través de las Confesiones con el
Padre Pío. Severo con los curiosos, hipócritas y mentirosos, y amoroso y
compasivo con los verdaderamente arrepentidos. Uno de los dones que más
impresionaba a la gente era que podía leer los corazones. Una vez se le
preguntó al Padre por qué echaba a los penitentes del confesionario sin
darles la absolución, a lo que él respondió: “Los echo, pero los
acompaño con la oración y el sufrimiento, y regresarán”. El enojo era
solamente superficial.
A un hermano le explicó una vez: “Hijo
mío, sólo en lo exterior he asumido una forma distinta. Lo interior no
se ha movido para nada. Si no lo hago así, no se convierten a Dios. Es
mejor ser reprochado por un hombre en este mundo, que ser reprochado por
Dios en el otro”. Un ejemplo de ello sucedió un día en que el Padre se
encontró con un joven que lloraba sin importarle el gentío que lo
rodeaba.
El Padre se le acercó y le preguntó el porqué de su
llanto. El muchacho respondió que “lloraba, porque no le había dado la
absolución”. Padre Pío lo consoló con ternura diciendo: “Hijo, ves, la
absolución no es que te la he negado para mandarte al infierno sino al
Paraíso”.
El apostolado de la alegríaEl Padre Pío
era un hombre muy duro contra todo tipo de pecado, pero tierno, jovial y
amante de la vida. Era un conversador brillante, con la astucia para
mantener en suspenso a sus oyentes. Le gustaban mucho los chistes, y en
su repertorio, no faltaban los que se referían a los soldados, políticos
y religiosos. De la boca del Padre Pío, el chiste y la anécdota no eran
solo sano humorismo y simple distracción, sino también una especie de
apostolado: el apostolado de la alegría y el buen humor.
Una
tarde calurosa, en que paseaba, como frecuentaba hacer con sus hermanos e
hijos espirituales, les contó esta anécdota: “Una vez entró de monje un
joven juglar que no conseguía cantar los salmos ni rezar las oraciones
con los hermanos, pero en cuanto el coro quedaba vacío, se acercaba a la
estatua de la Santísima Virgen y le hacía piruetas para congraciarse
con ella y con el Niño Jesús. Una vez lo vio el fraile sacristán y avisó
al Abad. Este después de haberlo observado un rato, se maravilló de ver
que la estatua de la Virgen tomó vida. María sonreía y el Niño Jesús
aplaudía con sus manitas. Cada uno de nosotros, decía el Padre, hace de
bufón en el puesto que Dios le ha asignado. El fraile más ignorante,
ofrecía a la Reina del Cielo lo único que sabía hacer, y Ella lo
aceptaba con gusto”.
Auxilio seguroA muchos que
acudían a él para pedir su intercesión en momentos de necesidad, el
Padre no faltaba en darles una mano con su oración. En una ocasión
contaba un monseñor que a un campesino conocido de él, al cual le vino
un fuerte y repentino dolor de muelas una noche, en su desesperación por
sentirse que el Padre no había escuchado su súplica de intercesión,
tomó un zapato y lo arrojó contra el cuadrito en el que estaba la foto
del Padre. Pasado el tiempo y habiendo olvidado el gesto irreverente,
fue a confesarse con el Padre, el cual le replicó en el confesionario:
“Y todavía tienes el coraje, después del zapatazo que me distes en la
cara...”. Sanación milagrosa
Una de las sanaciones más
conocidas del Padre Pío fue la de una niña llamada Gema, que había
nacido sin pupilas en los ojos. La abuelita de ésta la llevó a San
Giovanni Rotondo con la esperanza de que el Señor obrara un milagro a
través de la intercesión del Padre. El Padre la bendijo e hizo la señal
de la cruz sobre sus ojos. La niña recuperó la vista, aunque el milagro
no terminó allí. Gema vio desde ese momento, sin nunca tener pupilas. Ya
de adulta, Gema entró en la Vida Religiosa.
El Padre y los niñosEl
Padre tenía también un gran amor por los niños. Cuando se le pedía la
intercesión por el nacimiento de algún bebé que viniese con problemas, o
por algún niño que estuviese enfermo, intercedía hasta conseguir la
gracia. Un canciller a cuya esposa se le aproximaba el parto que se
presentaba lleno de dificultades, fue a consultar con el Padre y a pedir
sus oraciones. “Vete tranquilo, le dijo el Padre, y nada de
operaciones”. En el momento del parto la situación se complicó y los
médicos le dijeron que si no operaban enseguida temían por la vida,
tanto de la madre como del bebé. El canciller desesperado se fue al
cuarto que estaba al lado donde había una fotografía del Padre Pío en la
pared y delante de ella comenzó a insultarlo y a decirle palabrotas. No
había terminado de desahogarse cuando escuchó el llanto de un bebé.
Salió corriendo hacia el cuarto de su esposa y encontró un hermoso
varoncito nacido “sin operaciones”, para sorpresa de los médicos.
Después
de algunos días, el canciller fue a San Giovanni a confesarse y a darle
las gracias al Padre, el cual le respondió: “Está bien, pero todas las
palabrotas y los insultos que dijiste delante de mi fotografía, no
tienes que decirlos más”. En otra ocasión, un niño de San Giovanni
Rotondo que estaba gravemente enfermo y el cual se esperaba que podía
morir en cualquier momento, se echó a reír y recuperó la salud de forma
casi instantánea. La madre le preguntó que qué sentía y el niño le
respondió: “Mamá, Padre Pío me hizo cosquillas en el pie”. El Padre le
había hecho cosquillas en el pie y se sanó.
Hijos espiritualesEl
Padre Pío tenía entre aquellos que se lo solicitaban, un grupo de hijos
espirituales a quienes prometía asistir con sus oraciones y cuidados a
cambio de llevar una vida fervorosa de oración, virtud y obras de
caridad. Entre este grupo de devotos hay un sinnúmero de anécdotas en
las que el cuidado real y oportuno del Padre se manifestó de forma
extraordinaria. Entre estas anécdotas está la de un joven cuya madre lo
llevaba a donde el Padre desde que este era muy pequeño y un día,
saliendo del convento para tomar el autobús de regreso a casa, un coche
lo atropelló por la espalda haciendolo volar por los aires. Mientras
este volaba sobre el coche, viendo la imagen de la Virgencita del
convento al revés, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Solo logró
gritar: “Virgencita mía, ayúdame”. Lo llevaron de inmediato al hospital
y todos los exámenes mostraban que todo estaba en orden, aunque no se
explicaban de dónde provenía la sangre que había en su camisa. En cuanto
este pudo salió corriendo hacia el convento para darle las gracias al
Padre que estaba rezando en el coro. “No me des las gracias a mí, le
respondió el Padre, dáselas a la Virgen, fue Ella”. Después de mirarlo
con los ojos llenos de amor y con una gran sonrisa en los labios, le
dijo: “Hijo mío, no te puedo dejar solo ni un minuto...”
Llamado a la Co-redenciónLa
vida del Padre Pío está tan llena de acontecimientos extraordinarios
que es necesario buscar las causas de ellos en su vida íntima. Quien es
llamado a servir en la misión redentora de Jesucristo tiene que sufrir
mucho moral y físicamente. Estos sufrimientos lo purifican y encienden
cada vez más del amor de Dios. En una carta escrita por el Padre en 1913
decía: “El Señor me hace ver como en un espejo, que toda mi vida será
un martirio”. Desde que ingresó a la vida religiosa hasta que recibió
los estigmas, la vida del Padre Pío fue un vía crucis. En 1912 escribe:
“Sufro, sufro mucho pero no deseo para nada que mi cruz sea aliviada,
porque sufrir con Jesús es muy agradable”. A una hija espiritual le dijo
un día: “El sufrimiento es mi pan de cada día. Sufro cuando no sufro.
Las cruces son las joyas del Esposo, y de ellas soy celoso. ¡Ay de aquel
que quiera meterse entre las cruces y yo!”.
Su proyecto más grande en la tierraLa
tarde del 9 de enero de 1940, el Padre Pío reunió a tres de sus grandes
amigos espirituales y les propuso un proyecto al cual él mismo se
refirió como “su obra más grande aquí en la tierra”: la fundación de un
hospital que habría de llamarse “Casa Alivio del Sufrimiento”. El Padre
sacó una moneda de oro de su bolsillo que había recibido en una ocasión
como regalo y dijo: “Esta es la primera piedra”. El 5 de mayo de 1956 se
inauguró el hospital con la bendición del cardenal Lercaro y un
inspirado discurso del Papa Pío XII. La finalidad del hospital es curar
al enfermo tanto espiritual como físicamente: la fe y la ciencia, la
mística y la medicina, todos de acuerdo para auxiliar la persona entera
del enfermo: cuerpo y alma.
Grupos de Oración“Lo
que le falta a la humanidad, repetía con frecuencia, es la oración”. A
raíz de la Segunda Guerra Mundial, el mismo Padre funda los “Grupos de
Oración del Padre Pío”. Los Grupos se multiplicaron por toda Italia y el
mundo. A la muerte del Padre los Grupos eran 726 y contaban con 68.000
miembros, y en marzo de 1976 pasaban de 1.400 grupos con más de 150.000
miembros. “Yo invito a las almas a orar y esto ciertamente fastidia a
Satanás. Siempre recomiendo a los Grupos la vida cristiana, las buenas
obras y, especialmente, la obediencia a la Santa Iglesia”.
Segunda prueba y persecuciónLa
envidia humana se echó encima de la obra del Padre Pío. Desde 1959,
periódicos y semanarios empezaron a publicar artículos y reportajes
mezquinos y calumniosos contra la “Casa Alivio del Sufrimiento”. Para
quitar al Padre los donativos que le llegaban de todas partes del mundo
para el sostenimiento de la Casa, sus enemigos planearon una serie de
documentaciones falsas y hasta llegaron, sacrílegamente, a colocar
micrófonos en su confesionario para sorprenderlo en error.
Algunas
oficinas de la Curia Romana condujeron investigaciones, le quitaron la
administración de la Casa Alivio del Sufrimiento y sus Grupos de Oración
fueron dejados en el abandono. A los fieles se les recomendó no asistir
a sus Misas ni confesarse con él. El Padre Pío sufrió mucho a causa de
esta última persecución que duró hasta su muerte, pero su fidelidad y
amor intenso hacia la Santa Madre Iglesia fue firme y constante. En
medio del dolor que este sufrimiento le causaba, solía decir: “Dulce es
la mano de la Iglesia también cuando golpea, porque es la mano de una
madre”.
50 años de dolor y sangreEl viernes 20 de
septiembre de 1968, el Padre Pío cumplía 50 años de haber recibido los
estigmas del Señor. Fue grande la celebración en San Giovanni. El Padre
Pío celebró la Misa a la hora acostumbrada. Alrededor del altar había 50
grandes macetas con rosas rojas para sus 50 años de sangre... De la
misma manera milagrosa como los estigmas habían aparecido en su cuerpo
50 años antes, ahora, 50 años más tarde y unos días antes de su muerte,
habían desaparecido sin dejar rastro alguno de cinco décadas de dolor y
sangre, con lo cual el Señor ha confirmado su origen místico y
sobrenatural.
El paso a la vida eternaTres días
después, murmurando por largas horas “¡Jesús, María!”, muere el Padre
Pío, el 23 de septiembre de 1968. Los que estaban presentes quedaron
largo tiempo en silencio y en oración. Después estalló un largo e
irrefrenable llanto. Los funerales del Padre Pío fueron impresionantes.
Se tuvo que esperar cuatro días para que las multitudes pasaran a
despedirlo. Se calcula que más de 100 mil personas participaron del
entierro.
Una promesa de amorUn día se le preguntó
al Padre: “¿Jesús le mostró los lugares de sus hijos espirituales en el
paraíso?”. “Claro, un lugar para todos los hijos que Dios me confiará
hasta el fin del mundo, si son constantes en el camino que lleva al
cielo. Es la promesa que Dios hizo a este miserable”. “Y en el paraíso,
¿estaremos cerca de usted?”. “Ah tontita, ¿y qué paraíso sería para mí
si no tuviera cerca de mí a todos mis hijos?”. “Pero yo le tengo miedo a
la muerte”. “El amor excluye el temor. La llamamos muerte, pero en
realidad es el inicio de la verdadera vida. Y luego, si yo les asisto
durante la vida, ¡cuánto más los ayudaré en la batalla decisiva!”.
Proceso de la Causa del Padre PíoMuchas
han sido las sanaciones y conversiones concedidas por la intercesión
del Padre Pío e innumerables milagros han sido reportados a la Santa
Sede. Los preliminares de su Causa se iniciaron en noviembre de 1969.
El 18 de diciembre de 1997, Su Santidad Juan Pablo II lo pronunció
venerable. Este paso, aunque no tan ceremonioso como la beatificación,
es ciertamente la parte más importante del proceso. El venerable Padre
Pío fue beatificado el 2 de mayo de 1999. Tan grande fue la multitud en
la Misa de beatificación, que desbordaron la Plaza de San Pedro y toda
la Avenida de la Conciliación hasta el río Tiber sin ser estos lugares
suficiente. Millones además lo contemplaron por la televisión en el
mundo entero.
Un gran Santo para la Iglesia de hoyEl
día 16 de junio del 2002, su Santidad Juan Pablo II canonizará al Beato
Padre Pío, quien desde ese momento pasará a ser el primer sacerdote
canonizado que ha recibido los estigmas de nuestro Señor Jesucristo.
Imagen de Cristo Doliente y Resucitado
1.
"¡Cantad al Señor un cántico nuevo!" La invitación de la antífona de
entrada expresa la alegría de tantos fieles que esperan desde hace
tiempo la elevación a la gloria de los altares del Padre Pío de
Pietrelcina. Este humilde fraile capuchino ha asombrado al mundo con su
vida dedicada totalmente a la oración y a la escucha de sus hermanos.
Innumerables
personas fueron a visitarlo al convento de San Giovanni Rotondo, y esas
peregrinaciones no han cesado, incluso después de su muerte. Cuando yo
era estudiante, aquí en Roma, tuve ocasión de conocerlo personalmente, y
doy gracias a Dios que me concede hoy la posibilidad de incluírlo en el catálogo de los beatos.
Recorramos
esta mañana los rasgos principales de su experiencia espiritual,
guiados por la liturgia de este V domingo de Pascua, en el cual tiene
lugar el rito de su beatificación.
2. "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mi" (Jn
14, 1). En la página evangélico que acabamos de proclamar hemos
escuchado estas palabras de Jesús a sus discípulos, que tenían necesidad
de aliento. En efecto, la mención de su próxima partida los había
desalentado. Temían ser abandonados y quedarse solos, pero el Señor los
consuela con una promesa concreta: "Me voy a preparaos sitio" y después "volveré y os llevare conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros" (Jn 14, 2-3).
En nombre de los Apóstoles replica a ésta afirmación Tomás: "Señor, no sabemos a donde vas. ¿Cómo podremos saber el camino?" (Jn
14, 5). La observación es oportuna y Jesús capta la petición que lleva
implícita. La respuesta que da permanecerá a lo largo de los siglos como
luz límpida para las generaciones futuras. "Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mi." (Jn 14, 6).
El
"sitio" que Jesús va a preparar esta en "la casa del Padre"; el
discípulo podrá estar allí eternamente con el Maestro y participar de su
misma alegría. Sin embargo, para alcanzar esa meta solo hay un camino:
Cristo, al cual el discípulo ha de ir conformándose progresivamente. La
santidad consiste precisamente en esto: ya no es el cristiano el que
vive, sino que Cristo mismo vive en él (Cf. Gal. 2, 20) horizonte atractivo, que va acompañado de una promesa igualmente consoladora: "El que cree en mi, también hará las obras que yo hago, e incluso mayores. Porque yo me voy al Padre" (Jn 14, 12).
3.
Escuchamos estas palabras de Cristo y nuestro pensamiento se dirige al
humilde fraile capuchino del Gargano. ¡Con cuanta claridad se han
cumplido en el Beato Pío de Pietrelcina!
"No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios...".
La vida de este humilde hijo de San Francisco fue un constante
ejercicio de fe, corroborado por la esperanza del cielo, donde podía
estar con Cristo. "Me voy a prepararos un sitio (...) Para que donde estoy yo estéis también vosotros".
¿Qué otro objetivo tuvo la durísima ascesis a la que se sometió el
Padre Pío desde su juventud, sino la progresiva identificación con el
divino Maestro, para estar "donde esta él"?
Quien acudía a San Giovanni Rotondo para participar en su misa, para pedirle consejo o confesarse, descubría en el una imágen
viva de Cristo doliente y resucitado. En el rostro del Padre Pío
resplandecía la luz de la resurrección. Su cuerpo, marcado por las
"estigmas" mostraba la íntima conexión entre la
muerte y la resurrección que caracteriza el misterio pascual. Para el
Beato de Pietrelcina la participación en la Pasión tuvo notas de
especial intensidad: los dones singulares que le fueron concedidos y los
consiguientes sufrimientos interiores y místicos le permitieron vivir
una experiencia plena y constante de los padecimientos del Señor,
convencido firmemente de que "el Calvario es el monte de los santos."
4. No menos dolorosas, y humanamente tal vez aún más
duras, fueron las pruebas que tuvo que soportar, por decirlo así, como
consecuencia de sus singulares carismas. Como testimonia la historia de
la santidad, Dios permite que el elegido sea a veces objeto de
incomprensiones. Cuando esto acontece, la obediencia es para el un
crisol de purificación, un camino de progresiva identificación con
Cristo y un fortalecimiento de la auténtica santidad. A este respecto,
el nuevo beato escribía a uno de sus superiores: "Actúo solamente para obedecerle, pues Dios me ha hecho entender lo que más le agrada a El, que para mi es el único medio de esperar la salvación y cantar victoria." (Epist. I. p. 807).
Cuando
sobre el se abatió la "tempestad", tomo como regla de su existencia la
exhortación de la primera carta de San Pedro, que acabamos de escuchar: Acercaos a Cristo, la piedra viva (Cf. 1 P
2, 4). De este modo, también el se hizo "piedra viva" para la
construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. Y por esto hoy
damos gracias al Señor.
5. "También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu. (1 P 2,
5). ¡Qué oportunas resultan estas palabras si las aplicamos a la
extraordinaria experiencia eclesial surgida en torno al nuevo beato!
Muchos, encontrándose directa o indirectamente con el, han recuperado la
fe; siguiendo su ejemplo, se han multiplicado en todas las partes del
mundo los "grupos de oración". A quienes acudían a el les proponía la
santidad, diciéndoles: "Parece que Jesús no tiene otra preocupación que
santificar vuestra alma." (Epist. II, p. 153).
Si
la providencia divina quiso que realizase su apostolado sin salir nunca
de su convento, casi "plantado" al pie de la cruz, esto tiene un
significado. Un día, en un momento de gran prueba, el Maestro Divino lo consoló, diciéndole que "junto a la cruz se aprende a amar." (Epist. I, p. 339).
Sí,
la cruz de Cristo es la insigne escuela del amor; mas aún, el
"manantial" mismo del amor. El amor de este fiel discípulo, purificado
por el dolor, atraía los corazones a Cristo y a su exigente evangelio de
salvación.
6.
Al mismo tiempo, su caridad se derramaba como bálsamo sobre las
debilidades y sufrimientos de sus hermanos. El padre Pío, además de su
celo por las almas, se intereso por el dolor humano, promoviendo en San
Giovanni Rotondo un hospital, al que llamo "Casa de alivio del
sufrimiento". Trato de que fuera un hospital de primer rango, pero sobre
todo se preocupo de que en el se practicara una medicina verdaderamente "humanizada", en la que la relación con el enfermo estuviera marcada por la más
solicita atención y la acogida mas cordial. Sabía bien que quien está
enfermo y sufre no sólo necesita una correcta aplicación de los medios
terapéuticos, sino también y sobre todo un clima humano y espiritual que
le permita encontrarse a si mismo en la experiencia del amor de Dios y
de la ternura de sus hermanos.
Con
la "Casa del alivio del sufrimiento" quiso mostrar que los "milagros
ordinarios" de Dios pasan a través de nuestra caridad. Es necesario
estar disponibles para compartir y para servir generosamente a nuestros
hermanos, sirviéndonos de todos los recursos de la ciencia medica y de
la técnica.
7.
El eco que esta beatificación ha suscitado en Italia y en el mundo es
un signo de que la fama del Padre Pío, hijo de Italia y de San Francisco
de Asís, ha alcanzado un horizonte que abarca todos los continentes. A
todos los que han venido, de cerca o de lejos, y en especial a los
padres capuchinos, les dirijo un afectuoso saludo. A todos, gracias de
corazón.
8. Quisiera concluir con las palabras del Evangelio proclamado en esta misa: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios". Esa exhortación de Cristo la recogió el nuevo beato, que solía repetir: "Abandonaos plenamente en el Corazón Divino
de Cristo, como un niño en los brazos de su madre". Que esta invitación
penetre también en nuestro espíritu como fuente de paz, de serenidad y
de alegría. ¿Por qué tener miedo, si Cristo es para nosotros el camino,
la verdad, y la vida? ¿Por qué no fiarse de Dios que es Padre, nuestro
Padre?
"Santa
María de las gracias", a la que el humilde capuchino de Pietrelcina
invocó con constante y tierna devoción, nos ayude a tener los ojos fijos
en Dios. Que ella nos lleve de la mano y nos impulse a buscar con tesón
la caridad sobrenatural que brota del Costado Abierto del Crucificado.
Y
tú, Beato Padre Pío, dirige desde el cielo tu mirada hacia nosotros,
reunidos en esta plaza, y a cuantos están congregados en la plaza de San
Juan de Letrán y en San Giovanni Rotondo. Intercede por aquellos que,
en todo el mundo, se unen espiritualmente a esta celebración, elevando a
ti sus súplicas. Ven en ayuda de cada uno y concede la paz y el
consuelo a todos los corazones. Amén.
L´Osservatore Romano, 7 de mayo de 1999.
Para mas información: Convento PP. Capuchinos; "N. Sra. de las Gracias" 71013 - S. Giovanni Rotondo (Foggia) Italia.
1. «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mateo 11, 30).
Las
palabras de Jesús a los discípulos, que acabamos de escuchar, nos
ayudan a comprender el mensaje más importante de esta celebración.
Podemos, de hecho, considerarlas en un cierto sentido como una magnífica
síntesis de toda la existencia del padre Pío de Pietrelcina, hoy
proclamado santo.
La imagen evangélica del «yugo» evoca las
muchas pruebas que el humilde capuchino de San Giovanni Rotondo tuvo que
afrontar. Hoy contemplamos en él cuán dulce es el «yugo» de Cristo y
cuán ligera es su carga, cuando se lleva con amor fiel. La vida y la
misión del padre Pío testimonian que las dificultades y los dolores, si
se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de
santidad, que se adentra en perspectivas de un bien más grande,
solamente conocido por el Señor.
2. «En cuanto a mí... ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gálatas 6, 14).
¿No
es quizá precisamente la «gloria de la Cruz» la que más resplandece en
el padre Pío? ¡Qué actual es la espiritualidad de la Cruz vivida por el
humilde capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo necesita redescubrir su
valor para abrir el corazón a la esperanza. En toda su existencia,
buscó siempre una mayor conformidad con el Crucificado, teniendo una
conciencia muy clara de haber sido llamado a colaborar de manera
peculiar con la obra de la redención. Sin esta referencia constante a la
Cruz, no se puede comprender su santidad.
En el plan de Dios,
la Cruz constituye el auténtico instrumento de salvación para toda la
humanidad y el camino explícitamente propuesto por el Señor a cuantos
quieren seguirle (Cf. Marcos 16, 24). Lo comprendió bien el santo fraile
de Gargano, quien, en la fiesta de la Asunción de 1914, escribía: «Para
alcanzar nuestro último fin hay que seguir al divino Jefe, quien quiere
llevar al alma elegida por un solo camino, el camino que él siguió, el
de la abnegación y la Cruz» («Epistolario» II, p. 155).
3. «Yo soy el Señor que actúa con misericordia» (Jeremías 9, 23).
El
padre Pío ha sido generoso dispensador de la misericordia divina,
ofreciendo su disponibilidad a todos, a través de la acogida, la
dirección espiritual, y especialmente a través de la administración del
sacramento de la Penitencia. El ministerio del confesionario, que
constituye uno de los rasgos característicos de su apostolado, atraía
innumerables muchedumbres de fieles al Convento de San Giovanni Rotondo.
Incluso cuando el singular confesor trataba a los peregrinos con
aparente dureza, éstos, una vez tomada conciencia de la gravedad del
pecado, y sinceramente arrepentidos, casi siempre regresaban para
recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental.
Que su
ejemplo anime a los sacerdotes a cumplir con alegría y asiduidad este
ministerio, tan importante hoy, como he querido confirmar en la Carta a
los Sacerdotes con motivo del pasado Jueves Santo.
4. «Tú eres, Señor, mi único bien».
Es
lo que hemos cantado en el Salmo Responsorial. Con estas palabras, el
nuevo santo nos invita a poner a Dios por encima de todo, a considerarlo
como nuestro sumo y único bien.
En efecto, la razón última de
la eficacia apostólica del padre Pío, la raíz profunda de tanta
fecundidad espiritual, se encuentra en esa íntima y constante unión con
Dios que testimoniaban elocuentemente las largas horas transcurridas en
oración. Le gustaba repetir: «Soy un pobre fraile que reza», convencido
de que «la oración es la mejor arma que tenemos, una llave que abre el
Corazón de Dios». Esta característica fundamental de su espiritualidad
continua en los «Grupos de Oración» que él fundo, y que ofrecen a la
Iglesia y a la sociedad la formidable contribución de una oración
incesante y confiada. El padre Pío unía a la oración una intensa
actividad caritativa de la que es expresión extraordinaria la «Casa de
Alivio del Sufrimiento». Oración y caridad, esta es una síntesis
sumamente concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy vuelve a
proponerse a todos.
5. «Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque... estas cosas... las has revelado a los pequeños»
(Mateo 11, 25).
Qué apropiadas parecen estas palabras de Jesús, cuando se te aplican a ti, humilde y amado, padre Pío.
Enséñanos
también a nosotros, te pedimos, la humildad del corazón para formar
parte de los pequeños del Evangelio, a quienes el Padre les ha prometido
revelar los misterios de su Reino.
Ayúdanos a rezar sin cansarnos nunca, seguros de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos.
Danos una mirada de fe capaz de capaz de reconocer con prontitud en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.
Apóyanos en la hora del combate y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del perdón.
Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y nuestra.
Acompáñanos
en la peregrinación terrena hacia la patria bienaventurada, donde
esperamos llegar también nosotros para contemplar para siempre la Gloria
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Amén!
Según algunas fuentes que no hemos podido confirmar, cuando Karol Wojtyla era un sacerdote en su nativa Polonia, cada vez que visitaba a Italia viajaba a San Giovanni Rotondo para confesarse con el Padre Pío. En una de esas ocasiones, el Padre Pío pareció entrar en un breve trance y le dijo: "Vas a ser Papa".. y continuó: "También veo sangre... Vas a ser Papa y veo sangre".
El
13 de mayo de 1981, ocurrió el atentado contra aquel mismo sacerdote
polaco, ahora S.S. Juan Pablo II. La sangre fue derramada. El mismo
Papa canoniza al Padre Pío.
El mensaje del Padre Pío coincide con el mensaje de la tercera parte del secreto de Fátima aunque este era aun secreto cuando ocurrió la profecía.
SANTO PADRE PÍO DE PIETRELCINA
(FRANCISCO FORGIONE)
- 23 DE SEPTIEMBRE
Presbítero Capuchino. Un hombre de oración y sufrimiento.
Martirologio Romano:
San Pío de Pietrelcina (Francisco) Forgione, presbítero de la Orden de
Hermanos Menores Capuchinos, que en el convento de San Giovanni Rotondo,
en Apulia, se dedicó a la dirección espiritual de los fieles y a la
reconciliación de los penitentes, mostrando una atención particular
hacia los pobres y necesitados, terminando en este día su peregrinación
terrena y configurándose con Cristo crucificado (1968)
"Siempre humíllense amorosamente ante Dios y ante los hombres. Porque Dios le habla a aquellos que son verdaderamente humildes de corazón, y los enriquece con grandes dones".
San Giovanni Rotondo, Italia. En
un convento de la Hermandad de los Capuchinos, en la ladera del monte
Gargano, vivió por muchísimos años el que probablemente fuera el
Sacerdote Místico más destacado del siglo XX, a punto actualmente de ser
declarado Santo por el Vaticano. El Padre Pío, nacido en Pietrelcina en
1887, fue un hombre rico en manifestaciones de su santidad. Enorme
cantidad de milagros rodearon su vida, testimoniados por miles de
personas que durante décadas concurrieron allí a confesarse. Sus Misas, a
decir de los concurrentes, recordaban en forma vívida el Sacrificio y
Muerte del Señor a través de la entrega con que el Padre Pío celebraba
cada Eucaristía.
Es notable su carisma de
bilocación: la capacidad de estar presente en dos lugares al mismo
tiempo, a miles de kilómetros de distancia muchas veces. El Padre Pío
raramente abandonó San Giovanni Rotondo; sin embargo se lo ha visto y
testimoniado curando almas y cuerpos en diversos lugares del mundo en
distintas épocas. También tenía el don de ver las almas: confesarse con
el Padre Pío era desnudarse ante Dios, ya que él decía los pecados y
relataba las conciencias a sus sorprendidos feligreses (a veces con gran
dureza y enojo, ya que tenía un fuerte carácter, especialmente cuando
se ofendía seriamente a Dios). Tenía también el don de la sanación (a
través de sus manos Jesús curó a muchísima gente, tanto física como
espiritualmente) y el don de la profecía (anticipó hechos que luego se
cumplieron al pie de la letra).Vivió rodeado de la Presencia de Jesús y
María, pero también de Santos y Angeles, y de almas que buscaban su
oración, para subir desde el Purgatorio al Cielo. Pero su gracia más
grande radicó, sin duda alguna, en sus estigmas: en 1918 recibe las
cinco Llagas de Cristo en sus manos, en sus pies y en su costado
izquierdo. Estas llagas sangraron toda su vida, aproximadamente una taza
de té por día, hasta su muerte ocurrida en 1968. Múltiples estudios
médicos y científicos se realizaron sobre sus Estigmas, no encontrándose
nunca explicación alguna a su presencia u origen.Su sangre y cuerpo
emanaban un aroma celestial, a flores diversas, que acariciaba no solo a
los asistentes a sus Misas, sino también a quienes se encontraban con
él en otras ciudades del mundo, a través de sus dones de bilocación.
Vivió sufriendo ataques del demonio, tanto físicos como espirituales,
que se multiplicaron a medida que las conversiones y la fe crecían a su
alrededor.
En diciembre de 2001 el
Vaticano emite el decreto que aprueba los milagros necesarios para
canonizar a nuestro héroe, San Pío de Pietrelcina y fue canonizado el 16
de julio de 2002.
Vivimos en un mundo
que niega lo sobrenatural, se aferra a lo material y a todo lo que pueda
ser explicado a través de la razón, o percibido por los sentidos. Sin
embargo, Dios prescinde de nuestra razón y de nuestros sentidos, a la
hora de someternos a las pruebas de nuestra fe. De cuando en cuando nos
prodiga con regalos del mundo sobrenatural, a través del testimonio y el
acceso a la divinidad de los seres Celestiales. El Padre Pío es una
puerta abierta a Cristo, a María, a los ángeles y los santos. Es también
un testimonio de la pequeñez del ser humano y una invitación a creer y
dejar de buscar explicación a los hechos de la Divina Providencia (la
voluntad de Dios), sino simplemente a unir nuestra voluntad a la de
Dios, y ser lisa y llanamente su instrumento, como el Padre Pío lo fue.
La
vida entera del Padre Pío no puede ser explicada a través de la razón o
la lógica humana. La fe y fuerza del Santo del Gargano dan por tierra
con todas las escuelas filosóficas terrenales, dejando una sola salida a
todo intento de crecimiento del hombre: el
encuentro con el Dios eterno, el que nos mira desde lo alto y nos pide,
por medio de Su infinita Misericordia, que nos entreguemos simplemente a
Su Voluntad. La negación de nuestro yo (la muerte de nuestro ego), se constituye en la principal meta de nuestra evolución, porque ¡SÓLO DIOS ES!
Debemos
negarnos a nosotros mismos y vivir para y por Él. El Padre Pío vivió en
la más absoluta humildad y negación de sí mismo, y miren los prodigios
que Jesús hizo a través suyo
Parte 1
El momento.La
vida mística del Padre Pío cubrió desde los inicios del siglo, hasta
fines de los años sesenta, con su muerte. El siglo XX fue marcado,
entonces, por su presencia silenciosa pero poderosa. Sus estigmas
aparecieron en 1918, inmediatamente después del fin de la primera guerra
mundial, de la revolución bolchevique y de la aparición de Fátima, todo
ello acontecido en 1917. Pasó a través de la segunda guerra mundial, en
una Italia comprometida, invadida primero por sus ex aliados (los
alemanes) y luego liberada fundamentalmente por los soldados americanos.
Y tuvo sus últimos años en medio de la bonanza económica de la
posguerra, que condujeron a la década del sesenta con su contradictorio
grito de paz, mezclado con una pérdida total de los valores morales y
religiosos.
Nuestro santo no alteraba su
vida por la influencia del mundo. Él vivió en su convento, dedicando su
vida a la oración, la meditación, el encuentro con Jesús en la
Eucaristía y en su trabajo predilecto: la confesión.
Sólo Dios importaba, apartar al hombre de la atracción de un mundo que
poco tiene que ver con Cristo, y llevar a la mayor cantidad de gente
posible a la Verdadera Vida en Dios.
El lugar. El
sur de Italia es un lugar pobre en esencia, a pesar de su integración a
Europa. Y es en el convento de la Madonna delle Grazie (la Virgen de la
Gracia), en San Giovanni Rotondo, pequeño pueblo situado en la ladera
del monte Gargano, en la región de Foggia, donde se desarrolla la vida
de Pío. El convento de los Hermanos Capuchinos pronto se convierte en el
lugar de cita de quienes quieren ver en vida a un santo, tal la fama
que acompañó al Padre Pío durante décadas. La gente viaja allí desde los
lugares más recónditos, desde toda Italia, Europa, América. A medida
que su fama se extiende, San Giovanni Rotondo empieza a tener un
significado especial para mucha gente. Y su influencia y fama crece a
partir de su muerte, como un viento lleno del Espíritu que grita nuestra
necesidad de volver a Dios.
El Santo. Nacido
como Francisco Borgione en Pietrelcina, provincia del Benevento, el 25
de mayo de 1887. Rebautizado Padre Pío cuando recibe los votos de
Hermano Capuchino el 22 de enero de 1903, se ordena sacerdote el 10 de
agosto de 1910. Desde niño el Padre Pío se manifiesta distinto a los
demás: oraba en lugar de jugar. No fue buen alumno, alternaba palotes en
su cuaderno con Cruces que dibujaba. Sus amigos a veces se atemorizaban
por el ensimismamiento en que entraba al orar, por largas horas. Para
Francisco esto era normal, él solo meditaba y compartía con Jesús todo
su dolor y sufrimiento en la Cruz. Su familia era extremadamente pobre,
tan así que su padre debió emigrar a América por un tiempo para poder
mantener a los seis hijos y la esposa, María Josefa.
La
salud del Padre Pío fue frágil desde temprana edad, y así fue por toda
su vida, agravada al recibir los estigmas de Jesús. Siempre supo Pío que
su destino era ser un monje capuchino. Solo una temporada en la
milicia, cumpliendo el servicio obligatorio, lo apartó de su misión en
la vida. Pero fue su salud y la Divina Providencia (a la que Pío siempre
siguió con fe), la que lo liberó del servicio obligatorio luego de un
tiempo, para poder volver a la vida de convento en alabanza permanente a
Dios.
Su vida era muy simple: vivía en
su celda de monje, se levantaba de madrugada para preparar la Misa en
oración, confesaba durante todo el día, y trabajaba de noche en su
celda. Comía muy poco, lo que sumado a la cantidad de sangre que perdía
diariamente, intrigaba a los médicos respecto de algo que escapaba a la
lógica terrenal. El Padre Pío lo explicaba con simples palabras: su
alimento era el Cuerpo de Jesús en la Eucaristía.
Era
humilde en extremo: no aceptaba fotografías, ni notas periodísticas, ni
que se hable de él. Su carácter alegre y sencillo, se tornaba hosco
cuando alguien trataba de poner demasiado acento en su figura o
ensalzarlo. Para el Padre Pío la humildad era más que una virtud, era la
única forma de vivir la vida, ya que para él sólo Jesús ES, sólo la
Santísima Trinidad. Los demás, empezando por la Virgen María, somos
seres al servicio permanente de Dios. Nada lo podía apartar de una
negación absoluta de sí mismo, ya que él nunca hizo nada por si, siempre
actuó en nombre de Jesús, por intercesión de su Madre la Santísima
Virgen, o de los ángeles y los santos. Pero nunca el protagonista fue el
Padre Pío. Y así, nunca entendió al mundo, que se esfuerza en
revalorizar el ego y el propio yo, difundiendo filosofías y disciplinas
que lo único que hacen es resaltar el egocentrismo, alejando al hombre
más y más de su única fuente: Dios.
El
Padre Pío es un faro poderoso, una luz potente que alumbra el mundo y
deja al mal expuesto en toda su vileza. Estudiar la virtud sin igual del
Santo del Gargano nos permite entender cuán falsa es la forma de vida
que nos propone este mundo actual, apóstata y alejado de Dios. La idea
de que todo debe y puede ser explicado racionalmente, lleva al mundo a
dar las espaldas a la Voluntad de Dios, su Divina Voluntad. El gran
misterio es que los misterios del Cielo no pueden ser develados por los
hombres. Y cuando se acepta el amor del Padre sin límites, sin dudas ni
planteamientos, es que surge una chispa que incendia al mundo: ¡el fuego que el Padre Pío encendió inflama nuestros corazones y nos deja librados a nuestra propia opción, sin excusa alguna!
Los testigos. Sencillamente
miles y miles de personas testimonian la avasalladora cantidad de
hechos místicos que rodearon al Santo del Gargano. Desde las confesiones
donde el monje capuchino desnudaba el alma, el pasado, los miedos y los
anhelos de las personas, hasta curaciones que los médicos no pudieron
explicar desde el punto de vista médico, pasando por testimonios de
personas que lo veían en más de un lugar en el mismo momento. Muchísimos
estudios científicos se realizaron sobre sus estigmas, tratando de
descubrir su origen, siendo que finalmente muchos médicos resultaron
conversos al tomar contacto con el Santo de Foggia. Los medios de
comunicación difundieron noticias sobre los prodigios que rodearon al
Padre Pío durante décadas, hasta su muerte. Enorme cantidad de gente
viajó a San Giovanni Rotondo para tomar contacto con el Cielo hecho
presente allí, y volvieron a sus países dando fe de su propia
experiencia.
El Padre Pío nunca buscó
notoriedad, nunca quiso ser protagonista. Sólo quería que lo dejen orar
en paz y ser un fiel confesor, para que las almas que se acerquen a él
encuentren el camino de regreso a Cristo. Sin embargo, su fama recorrió
el mundo y lo transformó a lo largo de las décadas en un santo viviente,
una leyenda de santidad y entrega a Dios. Su obra es la obra de Jesús,
que da testimonio desde la humildad y la caridad, sin dejarse atrapar
por las trampas que tiende el mundo moderno, que trata de pintar de
colores extraños lo que es una simple y pura entrega de amor.
Los estigmas del Padre Pío.Mientras
era un joven, la madre de Pío lo encontró agitando las manos como si
las tuviera quemadas. Ella le preguntó, bromeando, si estaba tocando la
guitarra, y el joven repuso sonriendo que las palmas de las manos le
dolían mucho. Era un viernes, y ese día se conmemoraban en la parroquia
los estigmas de San Francisco de Asís. Era un anticipo de lo que
ocurriría luego.
Sobre el Monte Alvernia, en el siglo XIII, Cristo dijo a San Francisco de Asís: "¿Sabes lo que acabo de hacerte?. Te he dado los estigmas, que son los signos de mi Pasión, para que seas mi abanderado".
El 17 de septiembre de 1918, como todos los años, los Padres Capuchinos
celebraron piadosamente la fiesta de los estigmas de San Francisco. El
viernes 20 de septiembre, dos días después, poco antes del mediodía, un
grito penetrante hizo estremecer a todos los monjes en el convento. ¿Que había ocurrido?
Encontraron
al Padre Pío tirado sobre el piso de baldosas, y al levantarlo con
cuidado para llevarlo a su celda, percibieron que estaba herido: flechas
invisibles habían traspasado sus manos, sus pies y su costado, y esas
heridas sangraban.
Según palabras del Padre Pío: “Después de celebrar Misa, fuí sorprendido por un descanso parecido a un dulce sueño. Mis sentidos internos y externos se encontraban en una quietud indescriptible. Entonces vi frente a mi a un misterioso personaje, cuyas manos, pies y costado manaban sangre. Su vista me aterrorizó, pensé que me moría, y habría muerto si el Señor no hubiese intervenido para sostener mi corazón que parecía salírseme del pecho. La visión del personaje se retiró, y yo me dí cuenta que mis manos, pies y costado estaban perforados y manaban sangre”.
Los
fieles, que se encontraban en ese momento en la iglesia, comprendieron
lo que había ocurrido. La noticia se propagó bien pronto, los caminos se
llenaron de peregrinos y todo el mundo repetía que el Padre Pío era un
santo. La policía tuvo que intervenir para poner orden en el tránsito de
las multitudes que llegaban de todas las provincias. El Padre
Provincial de los Capuchinos del Monasterio de Santa Ana de Foggia,
luego de haber hecho fotografiar las manos, los pies y costado del Padre
Pío, envió todos esos documentos al Vaticano para su estudio. Pidió al
Dr. Luis Romanelli que practicara un examen médico detallado al nuevo
estigmatizado, examen que repitió cinco veces en dos años.
He aquí los puntos más importantes de su estudio: "Las lesiones del Padre Pío están recubiertas por una fina membrana de color rojizo. No hay en ellas ni grietas ni hinchazón, como tampoco reacciones inflamatorias en los tejidos. La herida del costado es un tajo limpio, paralelo en sus bordes, de siete u ocho centímetros de longitud, cuya profundidad no se puede medir y que sangra en abundancia. La sangre tiene las características de la sangre arterial, y los bordes de la llaga prueban que ésta no es superficial. He examinado al Padre Pío en el espacio de quince meses, y aunque alguna vez he comprobado ciertas modificaciones en las lesiones, jamás he podido clasificarlas en ningún orden clínico conocido".
Otro informe de un serio catedrático luego concluyó: "Toda lesión bien cuidada debe curar, y mal cuidada se agrava. ¿Es posible explicar científicamente como estas lesiones que no son tratadas como corresponde, sobre
todo las de las manos, que se lavan con agua común y están siempre en
contacto con guantes de lana y con pañuelos y fregadas con jabón de la
peor clase, no se infectan ni tienen complicaciones y tampoco se curan?".
Las
heridas de las manos sangran ligeramente y casi de contínuo. Durante el
día, el Padre Pío lleva guantes de lana marrón, de tal modo que las
manchas de sangre no se ven, y la lana absorbe la humedad. También la
herida del costado sangra continuamente. Él coloca sobre ésta un lienzo
que sostiene por medio de una banda ancha enrollada en su torso. Los
vecinos del monasterio le proporcionan la tela necesaria Las manos del
Padre Pío, que los fieles pueden ver cuando dice misa, están
ensangrentadas. Lavadas con agua, los estigmas aparecen como llagas
circulares de unos dos centímetros de diámetro, en el centro de la
palma. Por otra parte, se ven exactamente igual en el dorso de las
manos, de tal modo que se diría que están traspasadas de parte a parte y
son transparentes en su centro. En consecuencia, el Padre no puede
nunca cerrar las manos por completo, y escribe con dificultad. No es
posible comprobar la profundidad de las heridas a causa de la película
que las recubre. Esta película se desprende con frecuencia y se le forma
otra. El Padre Pío trata de disimular sus estigmas, mientras que sus
superiores le tienen prohibido mostrar sus manos a nadie. Hasta cuando
dice misa se empeña en cubrirlas con largas mangas. El estigma de su
costado izquierdo es el más extraño de todos, pues sangra en abundancia
por más que la llaga parezca más superficial que las otras. De ella
brota una taza de sangre por día.
La
duración de los estigmas del Padre Pío fue la más prolongada que se
conoce en la larga lista de los santos estigmatizados. Se extendió desde
el 20 de septiembre de 1918 hasta su muerte acontecida en 1968.
Muchos
son los santos que recibieron los estigmas de Jesús, en el pasado y en
la actualidad. La gente suele no comprender por qué Dios obra de este
modo. Pero es muy simple: si nuestro rol en la vida es imitar a Cristo,
en la mayor medida posible, ¿cómo no entender que el mayor acto de amor de Jesús fue entregarse en la Cruz?
De este modo, sufrir aunque sea un poco los estigmas del Señor en la
Cruz, es el regalo más grande que el Cielo nos puede dar aquí en la
tierra. Y así es que este don único lo reciben las almas elegidas por
Dios para dar testimonio del deseo de santidad.
¿Sufrió el Padre Pío ataques del Demonio? Repetidas
veces, al entrar en su celda, Pío encontraba sus cosas en desorden, las
mantas de su lecho y sus libros desparramados, y la pared llena de
manchas de tintas. Espíritus extraños se le aparecían bajo distintos
aspectos, a menudo vestidos de frailes. Una noche se dio cuenta de que
su cama estaba rodeada de monstruos horribles que lo recibieron con
estas palabras: "mirad, el santo va a acostarse!". "Si, con vuestro desprecio",
fue la respuesta de Pío. Entonces los monstruos lo empujaron, lo
zarandearon, lo arrojaron al suelo y contra las paredes, como tantas
veces lo hicieron al Cura de Ars, San Juan Bautista Vianney. Cierta
noche vio entrar en su celda a un monje que le recordó por su aspecto a
Fray Agustín, su antiguo confesor. El falso monje le dio consejos y lo
exhortó a dejar esa vida de ascetismo y de privaciones, afirmando que
Dios no podía aprobar tal sistema de vida. Pío, estupefacto de que el
Padre Agustín le dijera tales cosas, le ordenó que gritase junto con él:
"¡Viva Jesús!". El extraño personaje desapareció de inmediato, dejando tras de sí un olor pestilente, sulfuroso.
Don
Salvador Panullo cuenta un incidente ocurrido en los primeros años de
sacerdocio del Padre Pío, cuando aún no estaba estigmatizado. Don
Salvador relata lo siguiente: "Un día, le entregué al Padre Pío una carta del Padre Agustín, su superior. Sólo encontré una hoja en blanco dentro del sobre. Pensando que se trataba de una distracción del Padre Agustín, pedí al Padre Pío que escribiese a su superior para preguntarle qué había querido decirle. El joven Pío me contestó: "Oh, esta es una de las bromas favoritas del diablo. No hay por qué preguntarle al Padre Agustín lo que escribió. Yo lo sé, porque me lo dijo mi ángel de la guarda".
Y a renglón seguido, reveló a Don Salvador el contenido de la carta.
Éste, previas averiguaciones hechas al Padre Agustín, tuvo que reconocer
la exactitud de las palabras de Pío.
Don
Salvador, abriendo otro día una carta del Padre Agustín, sólo encontró
en ella una enorme mancha de tinta. Creyendo estar alucinando, llamó a
su sobrina y ésta comprobó la misma cosa. Entonces roció el papel con
agua bendita. Lentamente fue desvaneciéndose la mancha y de a poco
apareció la escritura en rasgos muy firmes. El Padre Pío raramente se
dormía sólo de noche. Deseaba que otro monje se quedara con él, hasta
conciliar el sueño. No le agradaba la oscuridad, ni los desagradables
juegos que el demonio solía hacer con él, molesto por la obra que se
realizaba desde allí. Pero no temía el Monje del Gargano a Satán, ya que
sabía que frente a Dios él nada podía hacer. Temía a su cansancio, a su
cuerpo débil y exhausto. En septiembre de 1947, una pobre italiana
poseída por el demonio, fue llevada a la fuerza por sus hijos a la misa
del Padre Pío. Apenas llegada a la iglesia, la desdichada se puso a dar
alaridos como cada vez que veía un templo o una Cruz. Sus gritos y
blasfemias rompieron el silencio en el preciso momento en que el Padre
Pío daba la comunión a los fieles. Hacedla salir, ordenó el sacerdote. ¡Antes me matarían!, vociferó la posesa. Entonces, elevando la Hostia consagrada por sobre el copón, el Padre dijo solemnemente: "Ya es tiempo de que esto termine". La mujer cayó con violencia en tierra. ¿Muerta?. No.
El vencido era el demonio. Pocos segundos después la mujer se levantó
perfectamente serena y fue a sentarse en un banco, liberada de las
cadenas del Maligno.
No nos sorprenda el
poder sobrehumano concedido por Dios al humilde monje del Gargano. Más
debe sorprendernos que no lo posean todos los sacerdotes exorcistas.
El
demonio se hace presente cuando hay avances de la obra de Dios. Cuando
no se presenta satán en casos de apariciones o presencia de santos, es
recomendable sospechar de la veracidad del hecho, y así lo considera la
iglesia en sus investigaciones. No se puede creer en Dios sin creer en
el demonio, es cuestión de fe en ambos casos. Muchas veces el mundo
moderno busca negar a satán, dando una versión de Dios totalmente de
manera superficial o edulcorada, donde todos nos salvaremos por obra de
la Misericordia Divina. De este modo se niega el juicio de Dios, el
pecado y a satán mismo. Esta es una de las obras del príncipe del mundo
(lucifer) en nuestros tiempos. No nos dejemos engañar, satán existe
tanto como Dios, y es Dios mismo que le permite actuar para, de este
modo, someternos a las pruebas que nos permitan ganarnos el Cielo, o
condenarnos para siempre.
BILOCACION DE MARÍA EN LA VIRGEN DEL PILAR EN EL AÑO 40 En
la noche del 2 de enero del año 40 el apóstol Santiago se encontraba
con sus discípulos junto al río Ebro, en la península ibérica, cuando "oyó voces de ángeles que cantaban Ave María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol".
La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol
que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar
donde estaba de pie y prometió que "permanecerá
este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre
portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus
necesidades imploren mi patrocinio".
Se trata entonces de la más antigua advocación de María, y un caso de
bilocación de la Madre de Dios, ya que ella estaba en ese entonces aún
en la tierra.
El don de bilocación. Bilocación significa: facultad de estar en dos lugares al mismo tiempo.
San Antonio De Padua, por ejemplo, se encontró simultáneamente en
Lisboa y en Padua. A San Alfonso María de Ligorio se le vio en los
funerales de Clemente XIV cuando no había dejado la Parroquia de Santa
Ágata de los Godos. En el caso del Padre Pío, se cuentan por cientos los
testimonios de diversa índole, de los que aquí sólo relatamos algunos
como ejemplo.
Es conocido el caso de una
muchacha que insistía en confesar el mismo pecado una y otra vez. El
Padre Pío, luego de advertirle en repetidas ocasiones que Dios ya había
perdonado esa falta, y que no debía confesarla más, y ante la
desobediencia de la joven, le dijo claramente que si volvía a confesar
el mismo pecado iba a recibir un cachetazo. La muchacha, conociendo el
temperamento del Santo del Gargano, pero no pudiendo resistir la
tentación, confesó su pecado a otro sacerdote en Roma. De inmediato, y
ante su sorpresa, recibió un cachetazo en pleno rostro.
Un
día, el Ingeniero Todini, de Roma, se quedó hasta muy tarde en San
Giovanni Rotondo. En el momento de partir, se dio cuenta de que llovía a
torrentes. Pidió entonces al Padre Pío permiso para pasar la noche en
el monasterio, pero este se negó.
Padre, dijo entonces el Ingeniero, ¿cómo voy a hacer para volver al pueblo sin paraguas?. ¡Me voy a mojar hasta los huesos!. Yo lo acompañaré, repuso el Padre. El
señor Todini se despidió. Antes de abrir la puerta que da sobre la
plaza, oyó la lluvia azotar la calle. Se subió el cuello del sobretodo,
se encasquetó el sombrero para que el viento no se lo llevara, y salió.
Una ráfaga violenta lo embistió, pero por sorpresa suya, solo le cayeron
unas pocas gotas de lluvia. ¡Qué fastidio, vendrá empapado!, le gritaron sus huéspedes no bien entró. ¡Pero si apenas llueve!. ¡Vamos!, ¿cómo que apenas?. ¡Si parece el diluvio universal!. Toldini entonces les mostró que traía la ropa completamente seca, quedando todos estupefactos.
La "bilocación de la voz"
es un fenómeno frecuente en él. Sus hijos espirituales, y hasta
personas extrañas a él, le han oído a grandes distancias dar noticias o
consejos, y hasta amonestaciones, especialmente en medio del sueño, y
han oído esa voz suya en forma clara y comprensible, pero sin ver al
Padre Pío.
El 8 de mayo de 1926 una
docena de fieles venidos de Bolonia esperaban al Padre en el vestíbulo
del monasterio. Recordemos que en 1926 no existía la puerta que comunica
directamente la sacristía con el monasterio, de modo que el Padre
estaba obligado a pasar por la iglesia si quería ir a la sacristía donde
él confiesa.
Pasaron horas de vana espera. Luego se acercó al grupo un capuchino: "¿Buscan al Padre Pío?, hace ya rato que está confesando". ¿Cómo era posible, si ellos habían vigilado la entrada durante tres horas largas?. Hay que pensar que se había hecho invisible, y no era esa la primera vez.
Se recuerda la aventura de un actor venido en auto desde Foggia con otros miembros de su compañía. Su actitud era insultante. A ver, ¿dónde está ese Padre Pío?,
preguntó con un tono arrogante. Quiero que me convierta, quiero
confesarme. Y dejando a sus compañeros a las carcajadas entró a la
iglesia. Le dijeron que el Padre debía estar en la sacristía. Pero no se
le encontró ni en ésta ni en su celda, ni en el locutorio ni en el
jardín. Imposible hallarlo. A fin de cuentas, el hombre gruñó, cansado
de esperar: está bien, me voy. ¡Lástima!, me hubiera gustado ver si este fraile era capaz de convertirme.
No bien partió el automóvil, los fieles se encontraron de frente con el sacerdote. Padre, ¿dónde estaba?, hemos registrado por todas partes. Yo estaba aquí, hijos míos, he pasado tres o cuatro veces delante de ustedes, pero no me vieron. Los fieles de San Giovanni comprendieron y se abstuvieron de hacer comentarios.
En
San Martino de Pensilis, los miembros de la Tercera Orden tenían
costumbre de reunirse en casa de uno de ellos por turno. Una noche, la
reunión tuvo lugar en el lugar del Comisario Trombetta. Su hijito Juan
corrió de pronto a refugiarse en las faldas de su madre, diciendo: ¡Mama, tengo miedo, el Padre Pío está allí!. ¿Dónde, dónde?, preguntó la madre. Allí, allí, respondió el niño, señalando a un punto. ¡Ah!, ya se ha ido!. "La historia de Juanito" llegó a oídos de quien era su protagonista. Veamos Padre, ¿era realmente usted?. ¿Y quien querían que fuera?,
contestó él con tono de fastidio. Siempre se muestra disgustado e
intimidado cuando hace alusión a sus dotes sobrenaturales. Pero con la
falta de tacto que caracteriza a los paisanos, los buenos vecinos de San
Martino, vuelven a la carga. Padre, ¿entonces usted estaba "realmente" en nuestra reunión?. Y la respuesta fue: ¡Cómo!, ¿lo dudan todavía?.
La
señora de Devoto, de Génova, estaba seriamente enferma y con la amenaza
de que le amputaran una pierna. Una de sus hijas rezaba en un cuarto
vecino, pidiendo que se evitara esa operación e invocando la ayuda del
Padre Pío. De pronto éste apareció en el umbral de la puerta. El deseo
de obtener una gracia para su madre obnubilaba a tal punto la mente de
la joven, que ella ni se preguntó cómo podía estar el Padre en Génova
estando en San Giovanni, a varios cientos de kilómetros, ni se le
ocurrió dudar de lo real de su presencia. Arrojándose a sus pies, le
suplicó: "¡Oh, Padre, salve a mamá!". El santo la miró y le dijo simplemente: "Espere nueve días". Ella iba a pedir una explicación, pero al levantar la vista de nuevo sólo vio la puerta cerrada.
A
la mañana siguiente pidió a los médicos que aplazaran la intervención
quirúrgica, y ni las advertencias ni los consejos ni las súplicas de sus
parientes, ni el mismo estado de la paciente que se agravaba por
momentos lograron disuadirla. Al décimo día, cuando los cirujanos
examinaron a la enferma, cuál no sería su estupefacción al comprobar que
la herida de la pierna estaba completamente cicatrizada y la señora
estaba en vías de restablecimiento. Unas semanas más tarde la familia
toda se dirigió a San Giovanni para agradecer al Padre la merced que les
había alcanzado. Pero nuestro hombre no quiere que se agradezca nada: "¡Id a la Iglesia a dar gracias a Dios y a la Virgen!", es su abrupta manera de rechazar todo agradecimiento.
Telegramas,
mensajes telefónicos, cartas de todas las especies, y numerosos
testigos oculares atestiguan sus bilocaciones en Italia, Austria,
Uruguay, Estados Unidos.
Para la
inauguración de su capilla privada, en la Vía Tritone 56, en Roma, la
Condesa Virginia Sili había mandado muchas invitaciones, entre otras a
su primo, el Cardenal Gasparri y al Cardenal Sili, su cuñado. La condesa
y sus invitados estaban discutiendo el nombre que le darían al
oratorio, cuando un novicio entró en la habitación trayendo un relicario
que contenía un fragmento de la Cruz de Cristo. Anoche, explicó el
joven, el Padre Pío se me apareció en carne y hueso y me ordenó que
trajese a la condesa ésta reliquia por la mañana, antes de la
consagración de la capilla. Días más tarde, la Condesa se presentó en
San Giovanni Rotondo, y escuchó de labios del capuchino la confirmación
de ese relato.
Se sabe que San Martín de
Porres fue visto en Manila, en África, en Francia y en otras cincos
partes al mismo tiempo. Y la explicación que dio cuando se la pidieron,
fue ésta: "Si Jesús multiplicó los panes y los peces, ¿acaso no podría multiplicarme también a mi?".
La
señora Concepción Bellarmini, de San Vito Luciano, sufrió de pronto un
envenenamiento de sangre seguido de una bronconeumonía. La infección le
provocó una ictericia terrible, y los médicos la desahuciaron. Una
pariente le aconsejó que confiase su situación al Padre Pío, a quien
ella no conocía. Así lo hizo, y de pronto se le apareció a plena luz un
fraile estigmatizado que le sonrió y la bendijo sin tocarla. La enferma
le preguntó entonces si su venida era señal de que había logrado la
conversión de sus hijos o su próxima curación. El capuchino afirmó: "El domingo por la mañana usted estará curada" y luego se desvaneció dejando una estela de perfume.
Ya
al día siguiente la piel de la enferma fue tomando un color normal,
cedía la fiebre y pocos días después la señora pudo levantarse.
Acompañada de su hermano, fue a San Giovanni para verificar la identidad
de "su" fraile. Cuando divisó al Padre Pío en la iglesia, se dirigió a su hermano y le dijo al oído: "Es él, no hay duda de que es él".
El
Sr. Arturo Bugarini, de Ancona, cuenta que estando junto a su hijo muy
grave, golpeaban en la espalda tres veces mientras una voz le murmuraba:
"Soy el Padre Pío, soy el Padre Pío, soy el Padre Pío". En el mismo momento lo invadió una ola de intenso calor, luego nada más. El niño se salvó.
El
21 de julio de 1921, Monseñor d’Indico de Florencia, estando sólo un su
escritorio, tuvo la sensación de que había alguien detrás de él. Se dio
vuelta y vio desaparecer un religioso. Interrumpiendo su trabajo, fue
en busca de un sacerdote y le contó lo que acababa de ocurrirle. Este le
habló de alucinaciones: Monseñor estaba mortalmente angustiado por la
salud de su hermana que estaba agonizando. Cuando la fue a visitar, ésta
(que estaba casi en coma), había visto al mismo tiempo que su hermano,
entrar un fraile a su cuarto, acercarse y decirle: Nada tema. Mañana su
fiebre habrá desaparecido y dentro de pocos días ya no quedarán ni
rastros de su enfermedad. Pero, Padre, ¿quién es usted entonces?, ¿un santo?. No, repuso el religioso, soy una criatura que sirve al Señor y soy dispersor de sus auxilios. Padre, permítame besar su hábito. Bese mas bien el signo de la Pasión,
replicó mostrándole las manos. Y después de bendecirla, desapareció.
Inmediatamente la enferma se sintió mejor, y ocho días después estaba
sana.
Durante el éxtasis, el Padre Pío se
nos aparece como inhibido. Cuando vuelve en sí, diríamos que sale de un
síncope. Su cuerpo no reacciona ante ninguna excitación externa, luz
enceguecedora, luces de magnesio, etc. Por eso resulta tan fácil sacarle
cuantas fotografías se quiera mientras está oficiando: un estruendo de
platillos lo deja impasible. Se le creería sordomudo. Santa Teresa
escribe: "En la cúspide del éxtasis no se ve ni se oye nada".
Monseñor
Damiani, Vicario General De la Diócesis de Salto en el Uruguay,
mantenía este diálogo en 1930 con su amigo el Padre Pío: Me gustaría morir aquí para que usted me asistiera en mis últimos momentos. Le contestó el Padre Pío: No, usted morirá en Uruguay. ¿Y usted irá a ayudarme a morir bien?. Naturalmente.
Durante ese mismo viaje, una mañana, Monseñor Damiani tuvo un ligero
ataque cardíaco y al punto envió en busca de su amigo. Pero como estaba
confesando, el capuchino no acudió al llamado. Cuando éste subió hacia
mediodía, el prelado lo retó suavemente: Capuchino, ¿porqué no vino cuando lo mandé a llamar?, podía haber muerto. Hombre de poca fe, ¿no le dije que usted morirá en el Uruguay?.
Y veamos ahora el fin de la historia, contada en 1942 por el R. P.
Antonio M. Barbieri, Arzobispo de Montevideo: En 1942, en la víspera de
las bodas de plata sacerdotales del Obispo de Salto, Monseñor Alfredo
Viola, que reunía en el Obispado al Delegado Apostólico y a cinco
prelados, fui despertado a medianoche por un golpe dado en la puerta de
mi cuarto. Al entreabrirla, vi pasar un capuchino y oí una voz que me
susurraba: "Vaya al cuarto de Monseñor Damiani, está muriéndose".
Me puse la sotana, desperté a algunos sacerdotes y fuimos al cuarto de
Monseñor. Sobre la mesa de noche había una hoja de papel con unas
palabras escritas de puño y letra: "El Padre Pío ha venido" (el Arzobispo conserva este testimonio). Cuando fui a Italia y vi al Padre Pío, le pregunté: "Padre, ¿era usted el Capuchino que yo vi la noche en que murió Monseñor Damiani?.
El Padre pareció confuso, cuando le hubiera sido tan fácil negarlo.
Como no insistí él sigue guardando silencio. Yo me eché a reír diciendo:
"Ya comprendo". Entonces movió la cabeza y dijo: "Si, usted ha comprendido".
Un
día, durante la guerra, el General Cardona, sólo en su despacho, la
cabeza entre las manos, pensaba con espanto en todos los jóvenes que
iban a dar su vida por su patria, cuando de pronto sintió un violento
perfume de rosas que invadía toda la oficina. Levantando la cabeza,
quedó estupefacto al ver ante sí a un monje de sonrisa amplia que pasó
diciendo: "No tema, nadie le hará mal".
Cuando la visión se desvaneció, también se disipó el perfume. El
General confió ese episodio a un franciscano, y éste le dijo: "Excelencia, usted ha visto al Padre Pío",
y le contó a grandes rasgos la biografía de este hombre extraordinario.
Después de oírla, Cardona no tuvo más que un deseo, el de ir a San
Giovanni. Fue vestido de civil para no ser reconocido, pero no bien
penetró en el monasterio, dos Capuchinos se le acercaron: "Excelencia, el Padre Pío lo espera. Nos mandó para recibirlo".
Ema
Meneghetto, jovencita de catorce años, era epiléptica y sufría crisis
varias veces por semana. Un día que oraba con fervor, se le apareció el
Padre Pío, posó su mano sobre la colcha de la cama, le sonrió y
desapareció. La epiléptica se sintió curada, se levantó para besar el
lugar donde posara su mano el Padre Pío, y vio impresa una pequeña Cruz
de sangre. Cortó el trocito de género y lo colocó bajo un farol de
vidrio. La joven curada milagrosamente escribe que desde entonces ella
ha obtenido numerosas gracias, especialmente la curación de bebitos a
punto de morir.
La
Señora Ercilia Magurno, mujer de mucha fe, había velado durante meses
junto al lecho de su marido, sumamente grave de angina de pecho. Cierta
noche invadió la habitación un penetrante perfume a flores, pero el
enfermo seguía empeorando por momentos. Con dos días de intervalo, la
señora envió dos telegramas al Padre Pío para implorar su intercesión,
pues su marido estaba ya en coma. El 27 de febrero, el enfermo pareció
dormirse con sueño profundo y sereno. A la mañana siguiente, al
despertar, dijo a su mujer: Estoy curado. Me siento perfectamente. El Padre Pío acaba de dejarme. Por favor, abre los postigos y tómame la temperatura.
No tenía ya ni rastros de fiebre. El Padre Pío vino acompañado por otro
fraile, explicó el hombre, me examinó el corazón y me dijo: "Mañana se le habrá ido la fiebre y dentro de cuatro días podrá levantarse".
Luego miró los remedios que le daban, leyó las recetas y se quedó largo
rato junto a mí. Como para confirmar este milagro, una fuerte fragancia
de violetas flotaba todavía en la habitación. Cinco meses después,
ambos esposos se dirigían a San Giovanni, y el ex-enfermo reconocía a su
salvador. El Padre Pío se le acercó, le puso la mano en el hombro y con
tono amistoso le dijo: "¡Como le ha hecho sufrir ese corazón!".
Se
cuenta que una joven inválida, curada providencialmente, quiso
experimentar el don milagroso del Padre Pío y volvió a visitarle
simulando su enfermedad pasada. Vuelve a tu casa, le dijo el sacerdote
dándole un golpecito en la espalda, vete sin perder tiempo, pues ya
sabes que estás perfectamente sana y no se debe tentar a la divina
misericordia.
Durante la segunda guerra mundial los
norteamericanos instalaron una base aérea a algunos kilómetros de San
Giovanni, cuando todavía había alemanes en la región. Llegó a la base la
noticia de que allí había un depósito de municiones enemigas, y de
inmediato se despachó un bombardeo con el pueblo del Gargano como
objetivo. El piloto a cargo de la misión estaba preparándose para lanzar
las bombas, cuando ve junto a su avión en pleno vuelo a un monje con
hábito capuchino, que con ambas manos le decía: “NO”.
El piloto, aterrado, soltó las bombas en el campo y volvió a su base.
Cuando narró la historia al oficial a cargo de la base, un italiano del
lugar que escuchaba le dijo que allí había un famoso cura milagrero.
Juntos fueron a San Giovanni, y grande fue la sorpresa de todos cuando
el piloto, viendo al Santo del Gargano, exclamó: ¡es él!.
Podríamos
seguir por horas relatando historias de bilocación del Padre Pío, y los
libros sobre su vida están llenos de ellas. Pero lo que cuenta aquí es
el mensaje Celestial: Para Dios no hay nada imposible, nada.
Nuestro pobre entendimiento juzga a las cosas de Dios con la débil
perspectiva del hombre, y allí es donde nos alejamos de Dios, atándonos a
las reglas y cosas del mundo, que es el reino de satán.
Parte 2
La confesión del Padre Pío. El
Padre Pío, dice uno de sus superiores, es un sacerdote que cumple
asiduamente con sus deberes de estado. Se levanta a las tres y media y
se prepara para la misa en su celda para no molestar a nadie, y luego va
directamente a la sacristía.
Al
principio, las mujeres formaban fila para confesarse desde las dos de la
mañana, y a veces la policía debía dirigir a la multitud que se apiñaba
junto al confesionario. Desde enero de 1950, todas las penitentes
debieron conseguir un número de orden para evitar confusiones. En 1952
hubo que adoptar el mismo sistema también para los hombres.
Confesar
es su principal vocación, la que le permite apaciguar su insaciable sed
de almas. Desea ser considerado exclusivamente como confesor. No
predica, y el Santo Oficio le ha prohibido escribir desde 1924. Empero,
el Padre Pío no tiene en cuenta los límites de la resistencia física. Él
examina, juzga, condena y absuelve según lo que Dios le inspira. Su
confesionario es más que una cátedra, más que un tribunal, es una
clínica para las almas. Acoge a los penitentes de diversas maneras,
según las necesidades de cada uno y sin plan preconcebido. Abre los
brazos a éste en una exuberancia de alegría, diciéndole de dónde viene
aún antes de que haya abierto la boca. Y a otros los llena de reproches,
los amonesta y hasta los trata con rudeza. A algunos se niega a
recibirlos y les dice que vuelvan más adelante, cuando estén mejor
preparados. La misma afabilidad, la misma sonrisa de bienvenida, la
misma severidad se prodiga al sabio, al personaje, al paisano humilde e
ignorante.
La condición social del
penitente nada cuenta, sólo ve su alma, su alma al desnudo. Suele
suceder que tenga más indulgencia con un gran pecador que lo conmueve
por su ignorancia de las leyes divinas, que un creyente que no cumple
con sus deberes religiosos, una de esas personas que se dicen católicas
pero que por pereza no dedican a Dios ni una hora por semana. En donde
no encuentra hipocresía sino sinceridad, se muestra bondadoso, con una
benevolencia que dilata el corazón del penitente cuando le dice: "Ve en paz, Jesús te ha puesto a prueba y te bendice".
Pero a veces sorprende por su brusquedad, cuando con palabras duras y
cortantes denuncia el escándalo, sobre todo los chismes y mentiras de
las mujeres. Se mostraba inflexible con los penitentes que consideran la
murmuración como una falta leve. Con mayor severidad aún, condena el
Padre Pío los pecados contra la pureza y la maternidad, y no perdona sin
estar seguro de un firme y categórico propósito de enmienda. Los
malhechores que van contra la generación y el matrimonio, deberán pasar
varios meses de prueba antes de ser absueltos.
A
menudo cierra la mirilla del confesionario en la cara de un penitente
sin interrogarlo. Esto ha ocurrido hasta con personas que se confesaban
periódicamente en otro lugar. ¿Por qué?. Porque posee el don divino de ver como en un relámpago lo que se le escapa a los confesores ordinarios.
El
Padre Pío, a no dudarlo, sufre una verdadera agonía cuando el Señor le
ordena tratar con dureza a un alma, pero lo hace así para que su
penitente tome conciencia y comprenda que los Sacramentos y la Comunión
no son cosa de juego. Que es algo grave lavar su alma y recibir a
Cristo, a ese Cristo Jesús a quien ama el Padre Pío, mientras el pecador
y la multitud lo desconocen.
A una de sus hijas espirituales que le confesó que le era insoportable la vista de sus enemigos, le contestó: "Si tú no amas como el Señor quiere que los ames, firmarás tu propia condenación. Haz el bien a tus enemigos por amor a Jesús". Así comenta el texto evangélico que dice: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a quienes aborrecen, rogad por los que os persiguen y calumnian, y así seréis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?".
¿En qué forma confiesa?.
A
menudo sabe de antemano lo que el penitente le va a decir. Si éste se
olvida de mencionar un detalle cualquiera de un pasado lejano, el Padre
Pío se lo recuerda. A veces hace breves preguntas que sirven para
abreviar las confesiones y que resultan impresionantes prueba de su
doble vista.
¿Cómo puede saber?.
El
Padre conoce a cada penitente mejor de lo que él mismo se conoce, y al
arrodillarse ante él, el pecador ve con más claridad sus pecados. Sin
embargo, el Padre no dice todo lo que descubre. A veces se queda
silencioso, a la espera. El penitente siente su conciencia removida
hasta lo más hondo, y no puede mantener en secreto el pecado que
ocultaba. Lo confiesa, y el confesor dice simplemente: "Eso es lo que esperaba".
Un
joven complotaba matar a su mujer y simular que se trataba de un
suicidio, para poder así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A
fin de apartar toda sospecha de culpabilidad, consintió en escoltar a su
compañera a San Giovanni. No bien puso los pies en la Iglesia, ella se
sintió atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que se
encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El
Padre Pío, desocupado en ese momento, se acercó para interrogarle. El
hombre no había pronunciado una sola palabra, cuando sintió que lo
tomaban del brazo y lo empujaban con violencia: "¡Sal, sal de aquí!, le gritaba el fraile. ¡Miserable!, ¿ignoras que no tienes el derecho de manchar tus manos con la sangre de tu esposa?".
El
hombre huyó como empujado por la tormenta. Durante dos días vagó sin
rumbo. En la imposibilidad de recuperar la calma, volvió al monasterio, y
el Padre Pío lo acogió como acogía Jesús a los grandes pecadores.
Cuando el hombre hubo terminado su tremenda confesión, le dijo: "No teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y vuestro deseo se cumplirá".
Cuando su mujer, a quien nunca había visto el Padre Pío, vino un día a
confesarse, a las primeras palabras que pronunció, oyó que el Padre le
decía: "No temas nada ya, tu marido no te hará ningún mal". Después de años de esterilidad, ella dio a luz una criatura.
Un
sacerdote había ido a San Giovanni para confesarse con el Padre Pío, y
tuvo que cambiar tren en Bolonia. Cuando hubo terminado su confesión, el
Padre le preguntó si no haba omitido nada. El sacerdote contestó con
sinceridad que no recordaba nada más; entonces replicó el Padre Pío: "No lo hizo usted con malicia, pero se trata de una negligencia grave que ha ofendido al Señor. Usted llegó a Bolonia a las cinco de la mañana. Como las iglesias estaban cerradas, usted se fue al hotel para descansar un poco antes de decir misa y se quedó dormido hasta las tres de la tarde. Ya no era hora de la misa, y su negligencia ofendió a Dios".
Antes
de que se pronuncie palabra alguna, el Padre Pío sabe si el que se
acerca a él es sincero o no, si es un convencido o un simple curioso. Un
médico entró cierta vez en la sacristía, pareció cambiar de idea y
volvió a salir. ¿Quien es ése?, ya volverá, afirmó rotundamente el Padre. En efecto, el médico volvió bien pronto. Al instante le dijo el Padre: ¡Usted es un delincuente, y quiere eludir el Tribunal. Lea de una vez esa carta!.
Se trataba de la recomendación de un amigo. El médico la leyó,
palideció, cayó de rodillas a los pies del Padre, imploró perdón y lo
obtuvo.
Nuestro capuchino lee también el pensamiento a la distancia, como lo prueba un número incalculable de hechos.
He aquí uno como muestra: Dos
hermanas habían logrado a duras penas que su padre les permitiera ir a
ver al Padre Pío, pero le habían prometido formalmente no besarle el
guante, ese guante besado por tantos labios, por temor al contagio. Las
jóvenes lo prometieron, pero cuando vieron entrar al capuchino a la
iglesia, y a la gente apiñarse en torno suyo, no pudieron resistir la
tentación. Entonces él las miró sonriendo: "¿Han olvidado su promesa?".
Cuenta
un conocido médico italiano que una noche de enero de 1936, estaba en
la celda del Padre Pío con éste y otros dos laicos. De pronto el
Capuchino se arrodilla y les pide que recen "por un alma que está a punto de compadecer ante el tribunal de Dios". Todos se arrodillaron, y luego el Padre les preguntó: ¿saben ustedes por quién han rezado? - No - fue la respuesta. Pues por el Rey de Inglaterra.
Entonces
intervino el doctor: pero Padre, leí en los diarios de hoy que el Rey
tiene un ligero resfrío sin ninguna novedad. El Padre Pío se contentó
con responder: "Créanme".
Cuando llegaron los diarios a mediodía, se vio que el Rey de Inglaterra
había fallecido en el momento preciso en que el Padre Pío pidió
simultáneamente a sus amigos oración.
Una joven de Benevento, cuyo marido había perdido la vista, recibió esta explicación del Padre Pío: "Su ceguera garantiza su salvación, tiene que permanecer ciego, es un castigo que Dios le envío por haber golpeado a su padre".
La pobre mujer no podía creer a sus oídos. En cuanto al lisiado, empezó
por negar, pero acabó por reconocer que a la edad de dieciséis años
había golpeado brutalmente a su padre con una barra de hierro.
El
Padre Pío era un gran trabajador del confesionario. Pero su carisma de
visión de almas le daba una herramienta muy especial, en su tarea de
convertir a muchos de sus visitantes. Durante décadas las personas
peregrinaron de a miles a San Giovanni, buscando la sanación de los
pecados a través de un instrumento como el Santo del Gargano. Qué bueno
sería encontrar en estos tiempos muchos fieles deseosos de lavar sus
almas con el agua de la misericordia, como aquellos que acudían a ver a
Pío. Qué bueno sería también encontrar sacerdotes dispuestos a
sacrificarse en el confesionario, como lo hacía el Padre Pío.
La Misa del Padre Pío.Desde
que el Padre Pió hace la señal de la Cruz al pie del altar de San
Francisco, su rostro se transfigura. Ya no es sólo el sacerdote que
celebra el Santo Sacrificio, es también el hombre de Dios, el elegido
para dar testimonio de su existencia, elegido para colaborar con Dios en
el martirio de las cinco llagas, el oficiante que es crucificado con Él
y que muere místicamente con Él en cada una de las misas.
Cristo
habita en el Padre Pío y el Padre Pío hace suya la encarnación de
Cristo. Si el Padre Pío no estuviese modelado en Cristo, ¿cómo explicar los sufrimientos que se reflejan en su rostro, las contracciones de su cuerpo, sus esfuerzos para levantarse después de sus genuflexiones, como si el peso de la cruz lo abrumara?. ¿Y qué decir de sus estados de éxtasis prolongados, que lo transportan lejos de este mundo caótico?.
Se lo ve inclinar la cabeza, sonreír con esa sonrisa luminosa con que
acepta los pedidos de sus fieles, y de pronto estalla, y sus lágrimas
caen abundantes. Los testigos siguen mudos e inmóviles esta misa cuya
celebración dura dos horas. ¿Dos horas?. ¡No!, parecen dos minutos!.
Los fieles de ayer, los de todos los momentos y aún los que nunca
fueron creyentes, todos de rodillas, parecen clavados al suelo, fijos
sus ojos en esas manos diáfanas. Extática persuasión que transforma a
los incrédulos, a los masones, a los protestantes, a los ateos, en
fervientes católicos. Por pedido de Pío XII, después de la liberación de
Roma, miles de soldados americanos recibieron autorización para asistir
a la misa del Padre Pío, lo que tuvo como resultado la conversión de
muchos muchachos protestantes.
El momento
de la Consagración siempre es el punto cúlmine de la Misa de Pío. Eleva
la Hostia, el Cuerpo de Cristo, y se queda inmóvil por largos minutos,
interminables. Sus oraciones llegan al Cielo, mientras admira a Nuestro
Señor Presente en la Eucaristía. Cuando se le pregunta porque toma tanto
tiempo en la Consagración, él se limita a responder: ¿acaso existe un
tiempo para rezarle al Señor?. Pío es el testimonio de la importancia de
la Eucaristía como centro de nuestras vidas. Cristo Vivo se hace
presente en todos los altares, alrededor del mundo, todas las horas de
todos los días del año. Ese es el misterio del Sacrificio Perpetuo. Y es
el Padre Pío quien mejor nos muestra cómo un alma consagrada debe vivir
la entrega de Nuestro Señor. Todos los sacerdotes del mundo debieran
tomar su ejemplo de piedad frente a la Celebración de la entrega que
Dios hace por nuestra salvación. Este profundo misterio parece ser
olvidado por el mundo actual, que tiende a cometer el enorme error de
considerar la Misa como una recordación, y no como lo que realmente es: ¡Cristo vivo presente en los Altares!
La Presencia Celestial en la vida de Pío. El
Padre Pío vivió rodeado del Cielo desde temprana edad. El contacto con
Jesús, María, los ángeles custodios, santos y almas del purgatorio, era
habitual para él. Pero raramente daba testimonio, debido a su humildad.
Sin embargo, era imposible ocultar sus contactos. En cierta oportunidad
se escucharon aplausos y gritos en la iglesia, sin que nadie fuera
visible. Ante la pregunta a Pío, él dijo: he estado orando por muchos soldados muertos en la guerra, y un grupo de ellos ha venido a agradecer mi oración, ya que iban camino del purgatorio hacia el Cielo.
A
un niño enfermo, Pío se le presentó en bilocación y le anunció la
futura visita de la Virgen. Cuando el niño hubo recibido la Presencia de
la Madre del Cielo, Pío se volvió a presentar y le dijo: es hermosa, ¿no?. Yo la he visto muchas veces pero aún no dejo de admirarme de su belleza. Tú la recordarás por el resto de tu vida.
Daba
especial importancia a los ángeles custodios. Nuestros ángeles nos
siguen durante toda la vida, y aún después, y sin embargo no los
consideramos. Debemos orarles, pedirles ayuda, reconocer su presencia
como siervos de Dios, puestos allí para nuestra asistencia. La oración
de los ángeles custodios debe ser dicha diariamente, así como deben ser
invocados para nuestro consuelo y ayuda. Pío tuvo muchas oportunidades
para manifestar la presencia de los ángeles a sus circunstanciales
visitantes.
Por supuesto que la Presencia
de Cristo en la vida de Pío era resaltable, su oración era un diálogo
permanente con el Señor, y su testimonio de imitación se manifestaba a
través de sus Estigmas.
No puede
entenderse al Padre Pío en su acabada magnitud espiritual, sin aceptar
abiertamente lo sobrenatural en nuestro mundo. La Presencia Celestial se
manifiesta en el mundo de diversas formas, y el Santo del Gargano era
como una puerta abierta al Cielo, para dar testimonio de esperanza a
quienes tenemos débil nuestra fe.
El perfume a santidad del Padre Pío. El
olor de santidad, no solo en sentido figurado, es cosa familiar en los
Siervos de Dios. Es inútil decir que los incrédulos se ríen a carcajadas
de él, como también de sus estigmas. Pero también contra eso tropieza
la ciencia. Ningún desinfectante, ni la tintura de yodo, ni el fenol,
pueden engendrar ese olor agradable, muy peculiar, que emana de la
sangre de las llagas del Padre Pío, como lo han confirmado los diversos
estudios médicos que se le realizaron. Además estos han observado que la
sangre no se corrompe, como ocurriría normalmente, de no tratarse de un
fenómeno sobrenatural.
El olor es fugaz.
Los visitantes a la celda de Pío sugieren que cuando un individuo lo
percibe es señal de que Dios derrama sobre él una gracia por intercesión
del Padre Pío. Perfumes de violetas, lirios, rosas, incienso y tabaco
fresco, a veces de gran persistencia, como lo atestigua el Dr. Festa (
fallecido en 1940 ). Éste ha escrito: "Cuando examiné por primera vez el costado del Padre Pío, guardé un trocito de género manchado de sangre, pensando examinarlo en el microscopio. Como carezco de olfato, no observé nada extraño. Pero un personaje de importancia y otros señores que volvían conmigo de San Giovanni a Roma, y que nada sabían del género guardado en mi caja de instrumentos, percibieron - pese al viento que entraba por la ventanilla del auto - un olor muy marcado, igual al que según ellos emanaba del Padre Pío. En Roma, durante largo tiempo, ese género fue conservado en un armario de mi consultorio,
y a tal punto llenaba de efluvios la habitación que muchos de mis
pacientes me preguntaban espontáneamente de dónde venia ese perfume".
Don
Carlos Predriale, escribano genovés esperaba en la sacristía la llegada
del Padre Pío, acompañado de su hijito de tres años. No bien entró
aquel, el niño tiró de la manga a su padre, preguntando: "¿Papá, qué es lo que tiene tan rico olor?".
Una
noche de verano, en el quinto piso de un edificio situado en el centro
de Génova, un grupo de señoras hablaban del Padre Pío. De pronto dos de
ellas sintieron un efluvio con un característico perfume a violetas,
mientras las otras no sintieron nada. Pero un poco más tarde, una
tercera señora -un ser de excepción, por otra parte- entrando en la sala
tuvo la impresión de entrar en un campo de violetas. Esto no quiere
decir que haya que estar en estado de gracia para percibir "el olor de santidad".
Por el contrario, hay incrédulos y grandes pecadores que han sido
sensibles a él, como primera señal de su conversión. No es, pues, un
premio al mérito ni a la fe.
La señora Vera Berlotto Bianco, de Veglio Mosso, escribió: "Siempre tengo muchísimo gusto de hablar de nuestro querido Padre Pío. El sábado pasado recibí la visita de un profesor que goza de gran renombre en Biella: deseaba que le diera unos datos sobre el Padre. Para asombro nuestro, nos inundó de pronto una deliciosa fragancia que persistió desde las nueve hasta las once. ¡Qué alegría para mi marido y para mí!. El profesor se sintió tan conmovido, que decidió ir a San Giovanni. ¡Dichoso de él!".
Otro testimonio de julio de 1949. "Discúlpeme que vuelva a insistir sobre las gracias que ha realizado para mí el Padre Pío. El 11 de febrero mi madre estaba grave. Yo oí una voz - la del Padre Pío - que me urgía a que fuese a verla, porque se moría. Partí sin demora, y después de un viaje de 50 km. llegué justo a tiempo para recoger su último suspiro". "La segunda gracia la obtuve el Jueves Santo. De pronto me inundó un fuerte olor a incienso, luego a rosas, y comprendí que el Padre se me había manifestado en esa forma". "Finalmente, la tercera gracia, la más importante para mí, la recibí el 27 de julio. Esa mañana fui despertado por un violento aroma de violetas, cuya intención comprendí cuando el cartero me trajo una carta de un hermano al que no veía desde treinta y dos años atrás, y al que creía muerto".
Es
habitual el caso de perfumes celestiales, rosas, incienso, violetas, en
eventos de Presencia Celestial. En muchas apariciones de María se
produce este fenómeno, yo da un testimonio de fe y conversión poderoso.
Sólo aquellos que lo vivieron saben lo majestuoso que es sentir que el
Cielo todo se manifiesta detrás de un hecho tan simple como percibir con
los sentidos, algo que físicamente no está allí. Además, es habitual
que el Cielo deje testigos que no sienten los perfumes, como forma de
corroborar que se trata de un hecho místico o. No son más que señales de
Presencia, regalos. La cuestión es qué hacemos con ellos, una vez
recibidos. ¿Podemos seguir viviendo como antes?. ¿Nos lo permite nuestra conciencia?.
La reacción de la Iglesia a la existencia del Padre Pío. Podemos
decir sin dudarlo que el santo del Gargano sufrió la incomprensión de
muchos sacerdotes durante buena parte de su vida. De hecho tuvo
prohibición de escribir desde 1924 hasta su muerte. También estuvo
confinado en su celda durante casi una década, sin poder celebrar misa,
confesar, tener contacto con el mundo exterior. Muchísimos
investigadores de la iglesia fueron enviados desde el vaticano a San
Giovanni, con la aparente intención de demostrar que lo que allí ocurría
no era cierto ni posible. Sin embargo, Pío siempre amó a la iglesia,
cuerpo Místico de Jesús. Con absoluta obediencia y entrega, cumplió todo
lo que se le pidió, con la asistencia de Jesús y María. Finalmente,
durante la década de 1930 fueron liberándose las limitaciones, y volvió a
su vida monacal más abierta. Con el paso de los años, hubo varios
intentos de reunirlo con el Santo Padre, que nunca llegaron a
realizarse.
Sin embargo fue el pueblo quien dio la nota, más allá del intento oficial de ocultar o acallar sus estigmas y manifestaciones: la gente.
El
pueblo siempre creyó, y se volcó de a miles, durante décadas, a
visitarlo. Y cuando más se lo limitaba desde la iglesia, más fuerte era
el grito pacífico de resistencia. Todo indicó que no podía silenciarse
el llamado de Dios a San Giovanni Rotondo. Y es el haber pasado por
estas pruebas lo que da más validez y crédito a su santidad.
El
Padre Pío fue beatificado, pero ahora estamos frente al hecho tan
deseado, reclamado por décadas por cientos de miles de personas
alrededor del mundo.
En diciembre de 2001
el Vaticano emitió el decreto de reconocimiento de milagros y virtudes
heróicas que allanan el camino para la canonización del Padre Pío. Las
puertas están abiertas para que recibamos a San Pío, para nosotros el
Padre Pío.
Él ya es santo, vaya si lo es.
El Cielo entero canta alabanzas a esta joya tan especial del alhajero
de Jesús y María: el Santo del Gargano está más que nunca indicándonos
el camino de la gloria eterna, el camino de llegada a la Patria
Celestial. El mensaje del Padre Pío.
A
diferencia de otros casos de hechos místicos, Pío no fue instrumento de
mensajes específicos sobre el futuro de la humanidad, pese a que existen
mensajes falsos atribuidos a él. El mismo Padre Pío fue el mensaje, su
vida, su actitud, su deseo de santidad. Sin embargo, es posible recoger
escritos previos a la prohibición que le estableció la iglesia en 1924, y
referencias sobre su mensaje espiritual, revelados por quienes lo
escucharon.
Tomemos estos verdaderos principios de vida como una balsa de salvación para nuestras almas.
Dijo el Padre Pío: A Dios se le busca en los libros, se le encuentra en la meditación.
La vida del cristiano no es más que un perpetuo esfuerzo contra sí mismo. El alma no florece sino merced al dolor.
A alguien que temía haberse equivocado, el Padre le dijo: "Mientras tema, usted pecará". La persona replicó: "¡Tal vez, Padre, pero se sufre tanto!". Dijo Pío: "Es indudable que se sufre, pero es menester distinguir entre el temor de Dios y el miedo de Judas. El demasiado miedo nos hace obrar sin amor, mientras que la demasiada confianza nos impide observar con inteligente atención aquel peligro que debemos vencer. Ambos deben ayudarse uno a otro como dos hermanos".
Si logras vencer la tentación, es como si lavaras tu ropa sucia.
Quien
no medita, decía cierta vez, me recuerda al hombre que no hecha una
mirada al espejo antes de salir, y poco cuidadoso de su aspecto, aparece
en público desaliñado sin darse cuenta.
La
persona que medita y vuelve su espíritu a Dios, que es el espejo de su
alma, despista a sus faltas, las corrige lo mejor que puede y pone en
orden su conciencia. Alguien preguntó un día al Padre: "¿Cómo podemos distinguir la tentación del pecado?". Sonrió el Padre, y contestó con otra pregunta: "¿Cómo distinguir a un asno de un ser razonable?. En que el asno se deja guiar, mientras que el ser razonable tiene las riendas".
Él se refería al control de la voluntad, ya que el pecado se
materializa cuando el mal toma control de nuestros actos o pensamientos.
La tentación es obra de satán, y siempre existirá como amenaza en
nuestro interior, tratando de apoderarse de nuestra voluntad.
Por
nuestra calma y nuestra perseverancia, no sólo nos encontramos a
nosotros mismos, sino también a nuestras almas y al mismo Dios.
Un hombre pidió al Padre Pío que curase a su madre. Le mostró su retrato y le dijo: "Padre, si yo lo merezco, bendígala". "Ma che mérito. En este mundo, ninguno de nosotros merecemos nada. Es el Señor, en su infinita bondad quien es tan amable como para colmarnos de sus dones, porque todo lo perdona".
El Padre Pío detesta la máxima: "Cada uno para sí mismo, Dios para todos". La encuentra egoísta, demasiado de este mundo que sólo piensa en sí mismo. Él propone esta otra de su cosecha: "Dios para todos, pero nadie para sí mismo".
Un día, reporteado sobre la penitencia y la mortificación, el Padre se expresó en estos términos: "Nuestro cuerpo es como un asno al que hay que azotar, pero no demasiado, porque si cae, ¿quien nos llevará a cuestas?".
El demonio no tiene más que una puerta para entrar en nuestra alma: la voluntad.
No existen entradas secretas. Ningún pecado es pecado sin nuestro
consentimiento. Cuando falta la participación del libre albedrío, no hay
pecado sino debilidad humana.
Alguien se lamentaba diciendo que lo torturaba el recuerdo de sus faltas. "Eso es orgullo, le interrumpió el Padre. Es el demonio el que le inspira ese sentimiento, no es una verdadera tristeza". "Pero, ¿cómo podré discernir entre lo que viene del corazón, lo que es inspirado por Nuestro Señor y lo que, por el contrario, proviene del diablo?". "Por este signo inconfundible: el espíritu del demonio excita, exaspera, nos inyecta una especie de angustia, cuando la caridad nos lleva en primer lugar a buscar el bien de nuestra alma. Luego, si ciertos pensamientos lo agitan, tengan por cierto que vienen del diablo".
A
una persona que tenía vocación de curar almas y le preguntaba cómo
debía proceder con los que son sordos a los llamados de la caridad, el
Padre contestó: "Procura atraerlos por el amor y la caridad, dando sin esperar algo a cambio. Y si con esto fracasas, entonces repréndelos. Cristo hizo el Cielo, pero también el infierno". En algunas ocasiones el Padre Pío dice a sus hijos espirituales: "Pan y azotes ayudan muchas veces a criar espléndidos muchachos".
Un joven le confesó que temía amarlo más que a Dios. A lo que el Padre replicó: "Usted debe amar a Dios con un amor infinito a través de mí. Usted me quiere porque lo dirijo hacia Dios que es el Ser Supremo. Yo no soy más que un medio. Si lo guiara hacia el mal, dejaría de amarme".
Un
día una penitente le confió que le parecía imposible vivir lejos de San
Giovanni, tanta era la felicidad que sentía en su presencia. El Padre
le hizo la siguiente observación: "Para los hijos de Dios no existe la distancia, hija". Como la joven no parecía convencida, sacó su reloj: "Dígame, ¿que ve en el centro?. El eje, Padre. Exacto. El eje, como Dios, está inamovible, y las agujas corren ligadas al centro, y las agujas miden el tiempo. En resumidas cuentas, el espacio que separa los números del centro, carece de importancia: Dios es el centro, los números son las almas, pero hay también un Padre Pío que sirve de puente".
La
prudencia tiene ojos. El amor piernas. El amor, que tiene piernas,
querría correr hacia Dios, pero su impulso es ciego, y uno tropezaría,
de no estar dirigido por los ojos de la prudencia.
Una
mujer joven y bella, viuda de un miembro del Parlamento que murió en la
flor de la edad, estaba abrumada por la pena. Quería retirarse del
mundo y fundar una Orden religiosa. Consultó al Padre Pío: "Señora, antes de santificar a los demás, piense en santificarse usted misma".
A un masón convertido, el Padre le dijo: "Todos los sentimientos, cualquiera sea su fuente, tienen algo de bueno y algo de malo. A usted corresponde asimilar sólo lo bueno y ofrecérselo a Dios".
Como una señora admitiera que tenía cierta inclinación a la vanidad, el Padre comentó: "¿Ha observado usted un campo de trigo maduro?. Unas espigas se mantienen erguidas, mientras otras se inclinan hacia la tierra. Pongamos a prueba a los más altivos, descubriremos que están vacíos, en tanto los que se inclinan, los humildes, están cargados de granos".
Una señora le preguntó qué oración era más apreciada por Dios. Él contestó: "Toda oración es buena cuando es sincera y continua".
Es
tal el orgullo del hombre, dice el Padre, que cuando es feliz y
poderoso se cree igual a Dios. Pero en la desgracia, librado a sus solas
fuerzas, se acuerda del Ser Supremo. Dios enriquece al hombre que ha
hecho el vacío en sí mismo.
En la vida
espiritual siempre hay que ir adelante, jamás retroceder. De otro modo,
le ocurre a uno lo que al barco que ha perdido el timón: es rechazado
por los vientos.
No es faltar a la
paciencia el implorar a Jesús el fin de nuestros sufrimientos, cuando
exceden nuestras fuerzas. Siempre nos quedará el mérito de haber
ofrecido nuestros dolores.
La mentira es el engendro de Satanás.
La manía de los ¿Por qué?, ha sido calamitosa para el mundo.
La humildad es verdad. La verdad es humildad.
Una buena acción, cualquiera sea su causa, tiene por madre a la Divina Providencia.La oración es la llave que abre el corazón.
No
lo olvidéis: el eje de la perfección es el amor. Quien está centrado en
el amor, vive en Dios. Porque Dios es Amor, como lo dice el Apóstol.
En marzo de 1923, una penitente preguntaba al Padre qué debía hacer para santificarse. "Desate sus lazos con el mundo".
Una amiga, sabiendo que ella llevaba una vida muy retirada, hizo un
gesto de sorpresa. El santo se volvió hacia ella y le dijo, con bastante
sequedad: "Señora, uno puede ahogarse en alta mar, y también puede sofocarse hasta el ahogo con un simple vaso de agua. ¿Dónde está la diferencia?. ¿Acaso no es la muerte, en cualquiera de esas formas?".
Recuerde,
dijo el padre a uno de sus hijos espirituales, que la madre empieza a
hacer caminar al niño sosteniéndolo. Pero luego, éste debe caminar sólo.
También usted debe aprender a razonar sin ayuda.
A una señora excesivamente servicial, que se quejaba de no poder hacer nada por él: "El general es el único en saber cómo y cuándo ha de emplear al soldado. Espere su turno, señora".
Pecar
contra la caridad es como destrozar la pupila de Dios. ¿Qué hay más
delicado que la pupila del ojo?. El pecado contra la caridad equivale a
un crimen contra natura.
El amor y el
temor deben estar unidos: el temor sin amor se vuelve cobardía. El amor
sin temor, se transforma en presunción. Entonces uno pierde el rumbo.
Sin obediencia no hay virtud. Sin virtud no hay bien. Sin bien no hay amor. Sin amor no hay Dios. Y sin Dios no hay Paraíso.
En una estampa representando la Cruz, el Padre escribió estas palabras: "El madero no os aplastará. Si alguna vez vaciláis bajo su peso, su poder os volverá a enderezar". Para Andrés Lo Guercio, que viniera de América a visitarlo, escribió en una imagen del Sagrado Corazón: La humildad y la pureza son las alas que nos llevan hacia Dios y casi nos divinizan. No
se olviden que un malhechor que se sonroja de sus actos está más cerca
de Dios que un hombre de bien que se sonroja de tener que trabajar.
Al señor Natal Selvatici, de Bolonia: No olvide que el hombre tiene un espíritu, que tiene un cerebro para razonar y un corazón para sentir, que tiene un alma. El corazón puede estar regido por la cabeza, pero el alma no. Por lo tanto, debe existir un Ser Supremo que la dirija.
A
un penitente que había vivido en el vicio, y que le preguntaba si,
cambiando de vida, alcanzaría el perdón y moriría en la fe, le contestó: Las puertas del Paraíso están abiertas a toda criatura. Acuérdate de María Magdalena.
El tiempo que se pierde en ganar almas a Dios, no es tiempo tontamente perdido.
Guardad en lo más hondo del espíritu las palabras de Nuestro Señor: "A fuerza de paciencia, poseeréis vuestra alma".
Jesús os guía hacia el Cielo por campos o por desiertos. ¿Qué importancia tiene?.
Acomodaos a las pruebas que Él quiera enviaros, como si debieran ser
vuestras compañeras para toda la vida. Cuando menos lo esperéis, quizás
queden resueltas.
Los grandes corazones ignoran los agravios mezquinos.
El
anhelo de la paz eterna es legítimo y santo, pero debe ser moderado
para una total resignación a los designios del Altísimo: más vale
cumplir la Voluntad Divina en este mundo que gozar en el Paraíso. Sufrir
y no morir, era el ‘leit-motiv’ de Santa Teresa. El Purgatorio es un lugar de delicias, cuando se lo soporta por voluntaria elección de amor.
El demonio es como un perro encadenado: si uno se mantiene a distancia de él, no será mordido.
Las tentaciones, el bullicio, las preocupaciones, son las armas de nuestro enemigo. No lo olvidéis: si hace tanto ruido, es señal de que está afuera y no dentro.
Lo que debiera espantarnos sería que reinase la paz y la armonía entre
nuestra alma y el demonio. Las tentaciones emanan de lo innoble y de las
tinieblas. Los sufrimientos, del seno de Dios: Las madres vienen de
Babilonia, las hijas de Jerusalén. Despreciad las tentaciones, recibid
las vicisitudes con los brazos abiertos.
Gólgota: Una cima cuya ascensión nos reserva una visión beatifica de nuestro amado salvador.
Si
Jesús se manifiesta a vosotros, dadle gracias. Si se os oculta, dadle
gracias. Todo esto es un juego de amor para atraernos dulcemente hacia
el Padre. Perseverad hasta la muerte, hasta la muerte con Cristo en la
Cruz.
El don sagrado de la oración está a
la derecha del Verbo, nuestro Salvador, en la medida en que vaciéis
vuestro Yo de sí mismo, es decir, del apego a los sentidos y a vuestra
propia voluntad. Echando raíces en la santa humildad, el Señor hablará a
vuestro corazón.
Practicad con
perseverancia la meditación a pequeños pasos, hasta que tengáis piernas
fuertes, o más bien alas. Tal como el huevo puesto en la colmena se
transforma (a su debido tiempo) en una abeja, industriosa obrera de la
miel.
El corazón de nuestro Divino
Maestro no conoce más que la ley del amor, la dulzura y la humildad.
Poned vuestra confianza en la divina bondad de Dios, y estad seguros de
que la tierra y el cielo fallarán antes que la protección de vuestro
Salvador. Caminad sencillamente por la senda del Señor, no os torturéis
el espíritu. Debéis detestar vuestros pecados, pero con una serena
seguridad, no con una punzante inquietud. Permaneced como la Virgen, al
pie de la Cruz, y seréis consolados. Ni siquiera allí María se sentía
abandonada. Por el contrario, su Hijo la amó aún más por sus
sufrimientos.Por los golpes reiterados de su martillo, el Artista divino
talla las piedras que servirán para construir el Edificio Eterno. Puede
decirse con toda justicia que cada alma destinada a la gloria eterna es
una de esas piedras indispensables. Esos golpes de cincel son las
sombras, los miedos, las tentaciones, las penas, los temores
espirituales y también las enfermedades corporales. Dad pues, gracias al
Padre celestial por todo lo que impone a vuestra alma. Abandonaos a Él
totalmente. Os trata como trató a Jesús en el Calvario.
El
Padre Pío es nuestro sendero claro y bien señalizado hacia el amor del
Padre Eterno, a través de Jesús y María. Tenemos que tenerlo presente,
conocerlo, familiarizarnos con él. Quien sienta un profundo amor por el
Santo del Gargano, y llegue a sentir como él sintió, habrá encontrado la
forma de vivir esta vida con la alegría y entrega necesarias como para
esperar la vida eterna con paz verdadera.
El
perder el temor a la muerte, el desapegarse de las cosas de este mundo,
es la primer gran puerta al crecimiento espiritual y a la conversión de
nuestra alma. Él es un salvavidas tendido a nuestras manos, para que
podamos aferrarnos y enfrentar con confianza el oleaje que el demonio
nos propone a lo largo de una vida rodeada de miserias, egoísmo,
vanidad, cobardía, envidia, odio, tristeza, arrogancia y falta de
esperanza y fe.
¡Busquemos a Dios donde Él se encuentra, Pío es una fuente que no podemos desperdiciar!
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