EN JUAN PABLO
II
NOVIAZGO,
MATRIMONIO
y FAMILIA CRISTANA
Introducción General
Profundizaremos este año en la "Teología del
cuerpo", de la que ya hemos tratado en los años anteriores, dada la gran
actualidad de esta doctrina para ayudar sobre todo a nuestros jóvenes en vista
del noviazgo y a las parejas en la vida matrimonial y familiar.
LOS ATAQUES CONTRA EL MATRIMONIO EN LA EPOCA MODERNA
Durante siglos la tradición judeo-cristiana ha transmitido la luz de
la revelación sobre el cuerpo: la sexualidad - el matrimonio - la familia. Como
veremos el ataque más radical al matrimonio y a la familia deriva del pecado
(prostitución - adulterio - impureza según habla S. Pablo a propósito de las
obras de la carne[1]).
Pero, mientras antes al pecado se le llamaba pecado, desde. hace algún siglo lo
que era considerado pecado ha adquirido derecho de ciudadanía y ha entrado en
las leyes de muchos estados (prostitución - adulterio - pornografía - aborto...).
Como afirmó' con fuerza el Papa Juan Pablo II en 1982 en Fátima:
"En realidad la salvación eterna del hombre está sólo en Dios. El
rechazo de Dios por parte del hombre, si llega a ser definitivo, guía
lógicamente al rechazo del hombre por parte de Dios (Cf. Mt. 7, 23; 10, 33), a
la condenación.
El pecado ha ganado un tan fuerte derecho
de ciudadanía en el mundo y la negación de Dios se ha difundido tan
ampliamente en las ideologías, en las concepciones y en los programas
humanos... Pero ningún pecado del mundo podrá superar jamás el Amor de
Dios".
¿Cómo se ha llegado a conseguir "derecho de
ciudadanía” a todo lo que amenaza e intenta destruir la visión
judeo-cristiana de la sexualidad - del matrimonio - de la familia?
Entre las causas principales vamos a recordar
someramente algunas, según las describe Ramón García de Haro en su libro "Matrimonio y familia en los documentos del magisterio"[2]:
El primer ataque serio al matrimonio cristiano vino
con el Luteranismo; que lo negó como Sacramento, abriendo así la puerta a las
sucesivas desviaciones del secularismo.
La llamada "Escuela del Derecho natural" y los filósofos de
la Revolución francesa promueven decididamente el desarrollo del proceso de
secularización. El pensamiento "laicista" difundido con la
Revolución francesa, no se limita a negar la potestad de la Iglesia sobre
el matrimonio, sino que propone una nueva moral matrimonial, afirmando la
existencia de un derecho natural válido etsi Deus non daretur(=como si Dios no existiese). Derecho
que encontraría su fundamento en el hombre, así como la razón puede
conocerlo prescindiendo de Dios y de la Revelación.
La progresiva expansión de tales ideas llevará a la instauración del
"matrimonio civil" en muchos Estados de mayoría católica. En
los dos decenios conclusivos del siglo XVIII, comenzando por Francia,
diversos Países Occidentales configuran el matrimonio civil como válido para
los católicos y también como el único válido; al mismo tiempo, habitualmente, admiten
el divorcio.
Además de los ataques al matrimonio y a la familia arriba mencionados,
recordamos algunas otras formas de desestructuración de la familia cristiana
en los tiempos modernos: el análisis siguiente está sacado de un opúsculo
redactado por "Objetivo Chaire", un equipo multidisciplinar
formado por profesionales del campo psicológico, médico, filosófico, pedagógico
y sacerdotes. La óptica adoptada es la del Magisterio de la Iglesia en la
unidad fundante de cuerpo, psique y espíritu[3].
El movimiento feminista:
Entre las varias formas de
ataque a la visión cristiana de la sexualidad recuerdan que la corriente
feminista liberal se afirma en los últimos decenios del s. XIX y los
primeros veinte años del s. XX, alcanzando casi todos los objetivos
jurídicos y políticos que se había propuesto. Al mismo tiempo, una segunda
oleada feminista se difunde en el ámbito del pensamiento socialista,
auspiciando una revolución que transforme las condiciones materiales de la
vida, liberando de la subordinación a los proletarios y a las mujeres[4].
El
feminismo radical, contra la subordinación sexual
de la mujer desde el final de los años '20 hasta los años '60 del s. XX,
Virginia Woolf (1882-1941) y Simone de Beauvoir (1908-1986) se
propone llegar hasta las "raíces" del predominio masculino.
Según este pensamiento en las raíces de la subordinación de la mujer no
está la explotación económica o la exclusión de los derechos civiles, sino la
subordinación sexual y reproductiva, es decir, la traducción de la
diferencia sexual y reproductiva a diferencia social y cultual que impone a las mujeres un papel
subordinado: del sexo-papel biológico, al género-papel social y cultural.
La propuesta del feminismo radical es romper la servidumbre sexual de las
mujeres con instrumentos diversos que van desde el incremento del uso de
los medios de contracepción a la legalización del aborto asistido,
al rechazo de la heterosexualidad como forma única de relación sexual
normal, no desviadora. .
Nacimiento del movimiento Gay: El comming-out
Una diferencia fundamental. entre el
homosexual y el gay, entre el que es portador de
un incomodidad y quien por el contrario hace de eso una
"bandera" que hay que reivindicar, consiste en el llamado outing
o coming-out, en el «salir fuera» para ser reconocidos como tales frente a la
sociedad.
En la historia del movimiento gay hay un inicio, una
fecha que marca el primer comingout, cuando el movimiento salió al descubierto
no sólo a través de sus exponentes, sino como realidad organizada y, por lo
tanto, militante. Tal fecha, que por lo demás corresponde con la
recurrencia en la que cada año se celebra la jornada del «orgullo gay»
es el 28 de Junio. En la noche del sábado 28 de Junio de 1969, en
Nueva York, en un bar notoriamente frecuentado por gays, el Stonewall Inn,
ocho policías se presentaron con una orden judicial de registro, por que - así
estaba escrito en la orden - en el bar se suponía que se servía alcohol sin
licencia (hecho considerado por los gays como un pretexto provocador). Los
clientes reaccionaron con la fuerza provocando un largo enfrentamiento.
En 1989: el tipo del homosexual "prácticamente
normal"
En 1989 en los Estados Unidos salía un libro que de
alguna manera significaría un giro en el ámbito de la intentona gay de
acreditarse frente a la opinión pública como una realidad de personas
inocuas, que no amenazan el orden social y que desean solamente ser
acogidas como un componente más de la sociedad. El libro, titulado “After
the ball" desea la superación de la imagen demasiado transgresiva e
inquietante que los gays dieron de sí mismos en los años Ochenta y Noventa del
s. XX y es una invitación a cambiar de dirección. Así, «se elabora en las
comunidades gay de todo el Occidente» escribe Barilli, el tipo del
homosexual "prácticamente normal" que pide el reconocimiento
de las uniones civiles entre homosexuales como objetivo primario, en grado
de dar una importante legitimación del movimiento gay.
El 8 de Febrero de 1994 el Parlamento Europeo vota con mayoría una deliberación que invita a
cada Estado a cancelar toda forma de discriminación para los gays y las
lesbianas. En algunos Países europeos, la unión homosexual es equiparada
al matrimonio y a la familia, en algunos casos también con el derecho de
adoptar a niños.
Homofobia: Significado del término
La llamada "homofobia" es una actitud de no
coparticipación de la ideología gay y de no aprobación de la
homosexualidad.
Se trata de un intento intimidatorio, del
tipo: «si quieres ser considerado como una persona razonable - y no un
enfermo, un fóbico -tienes que compartir los objetivos del movimiento gay».
La intimidación, sin embargo, se va transformando
cada vez más en una amenaza: el movimiento gay presiona para que sean
aprobadas lo más rápido posible (y en algunos países ya han sido aprobadas) unas
leyes que castigan las actitudes definidas como "homófobas". La
homofobia, lejos de ser una enfermedad inexistente, se convierte de tal manera en
un "crimen, mientras que los "homófobos" (es decir, quien no
está de acuerdo con el matrimonio gay, las adopciones gays, las relaciones
homosexuales, etc. ...) deben esperarse la reprobación pública y, si insisten
en ratificar su posición, una citación a juicio.
Recientes movimientos de presión: el control de la
natalidad y la cuestión de los "géneros»
Es conocida por todos la campaña Nelson
Rockefeller, promovida desde los años 60, de la planificación familiar
("Family Planning"), sostenida por organismos de la ONU para contener
el crecimiento demográfico sobre todo de los países más pobres o en
vías de desarrollo, que amenazaría el bienestar y el progreso de los
países más ricos e industrializados. Fruto de esta acción de
"esterilización" a veces masiva, y de la campaña para la limitación
de los nacimientos (incremento de publicaciones eróticas a través de revistas,
TV, Internet, turismo sexual, pedofilia, etc. ...) ha sido la disputa sobre
los "géneros", hasta el momento considerados dos: masculino y
femenino.
En los últimos encuentros
Mundiales sobre la Mujer en El Cairo (1994) y en Pekín (1995), se ha puesto
en discusión la tradicional distinción del género: hombre o mujer.
Se quiere que sean aceptados como jurídicamente reconocidos cinco géneros:
hombre, mujer, homosexual, lesbiana, heterosexual.
Señalo en la siguiente nota lo que escribe a propósito
Mons. Angelo Scola, actual Patriarca de Venecia en un libro suyo[5].
EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
SOBRE LA SEXUALIDAD - MATRIMONIO
- FAMILIA
Frente a los diversos ataques a
la concepción cristiana de la sexualidad, del matrimonio y de la familia, la
Iglesia jamás ha dejado de defender la verdad sobre estas realidades, sobre
todo a partir del Concilio de Trento y, en adelante, con varias
encíclicas desde el papa Benedicto XIV (1740-1758) hasta el Concilio Vaticano II (Constitución pastoral Gaudium el Spes),
y después el Magisterio de Pablo VI y
Juan Pablo II. Sobre todo gracias a la renovación bíblica, el Concilio Vaticano
II, a la luz de la antropología bíblica, redescubrió al hombre como Imagen de Dios,
"Imago Dei"[6].
El Concilio Vaticano II: recuperación de la
"Imagen de Dios, dignidad del cuerpo humano
"La visión bíblica de la
imagen de Dios ha seguido ocupando un lugar de relieve en la antropología
cristiana de los Padres de la Iglesia y en la teología sucesiva, hasta
el inicio de la época moderna.
El Concilio Vaticano II ha dado
un nuevo impulso a la Teología de la Imago
Dei, redescubierta antes del Concilio gracias a un atento estudio de las
Escrituras, de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos escolásticos[7].
Los seres humanos, creados a imagen de Dios, son
personas llamadas a gozar de la comunión y a desempeñar un servicio en un
universo físico.
La teología de hoy día está intentando superar la influencia de las
antropologías dualistas que colocan la imago Dei exclusivamente en
relación al aspecto espiritual de la naturaleza humana. La
antropología bíblica excluye el dualismo mente-cuerpo. Al hombre se le considera
en su totalidad. Esta presupone claramente la unidad del hombre y
comprende cómo la corporeidad sea esencial a la identidad personal.
La
doctrina cristiana de la creación excluye
completamente un dualismo metafísico o cósmico, ya que enseña cómo todo
en el universo, espiritual y material, ha sido creado por Dios y emana, pues,
del Bien perfecto. .
En el contexto de la doctrina
de la Encarnación, también el cuerpo es visto como parte
intrínseca de la persona. El Evangelio de Juan afirma que "El Verbo
se hizo carne", para subrayar, en contraposición al
docetismo, que Jesús tenía un cuerpo físico real y no un cuerpo fantasma.
Además Jesús nos redime a
través de cada acto cumplido por Él en su cuerpo. Su cuerpo ofrecido
por nosotros y su Sangre derramada por nosotros significan el don de su
Persona para nuestra salvación. La obra redentora de Cristo se cumple en
la Iglesia, su cuerpo místico, y se hace visible y tangible a través de
los sacramentos. Los efectos de los sacramentos, en cuanto ellos mismos
principalmente espirituales, se actúan a través de signos materiales
perceptibles, que pueden ser recibidos solamente en o con el cuerpo.
Esto demuestra que no solo la mente del hombre es redimida, sino también
su cuerpo.
El cuerpo llega a ser templo del Espíritu Santo.
Finalmente, que el cuerpo sea
parte esencial de la persona humana está insito en la doctrina de la
resurrección del cuerpo al final de los tiempos, que hace comprender como
el hombre exista en la eternidad como persona física y espiritual completa.
Para mantener la unidad de
cuerpo y de alma enseñada en la Revelación,
el Magisterio adopta la definición del alma* humana como "forma
substantialis". Aquí el Magisterio se basa en la antropología
tomista que, recorriendo a la filosofía de Aristóteles, ve al cuerpo y
al alma como los principios materiales y espirituales de un solo ser humano[8].
Estas indicaciones bíblicas,
doctrinales y filosóficas, convergen en la afirmación que la corporeidad del
hombre participa de la imago Dei. Si el alma, creada a imagen de
Dios, forma la materia para constituir el cuerpo humano, entonces la persona
humana en su conjunto es portadora de la imagen divina en una dimensión tanto
espiritual como corpórea. Esta conclusión se ve ulteriormente reforzada si se
toma plenamente cuenta de las implicaciones cristológicas de la imagen de Dios:
"En realidad solamente en el misterio del Verbo encarnado halla
verdadera luz el misterio del hombre. Cristo revela plenamente el hombre al
hombre y le da a conocer su altísima vocación" (GS 22)[9]. Unido
espiritualmente y físicamente al Verbo encarnado y glorificado sobre todo
en el sacramento de la Eucaristía, el hombre llega a su destino: la
resurrección de su mismo cuerpo y la gloria eterna, en la cual participa como
persona humana completa, cuerpo y alma, en la comunión trinitaria compartida
por todos los beatos en la compañía del cielo" (Comunión y servicio,
14-31)[10].
Hombre y mujer
"En la Familiaris Consortio, Juan Pablo Il ha afirmado:
"En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma
que se expresa en el cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre
está llamado al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también
el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual. (n.
11)
Creados a imagen de Dios, los
seres humanos están llamados al amor y a la comunión. Ya que. esta
vocación se realiza de modo peculiar en la anión procreativa entre marido y
mujer, la diferencia entre hombre y mujer es un elemento
esencial en la constitución de los seres humanos hechos a imagen de Dios.
"Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó;
varón y hembra los creó". Según la-Escritura, pues, la imago Dei se manifiesta, desde el comienzo, en la diferencia entre los :secos. Podríamos decir que el ser
humano existe solamente como masculino o femenino, ya que a realidad de la condición humana aparece en la diferencia y pluralidad de los
sexos.
Por eso, lejos de ser un
aspecto accidental y secundario de la personalidad, éste es un elemento
constitutivo de la identidad personal. Nosotros todos tenemos nuestro modo
de existir en el mundo, de ver, de pensar, de sentir, de establecer relaciones
de intercambio mutuo con otras personas, que están definidas ellas también por
su identidad sexual. Según el Catecismo
de la Iglesia Católica. “la
sexualidad ejerce una influencia sobre todos los aspectos de la persona humana,
en la unidad de su cuerpo y de su alma. Ésta concierne particularmente a la
afectividad, la capacidad de amar y de procrear, y, de modo mas general, a la
actitud de entrelazar relaciones de comunión con los demás.» (n. 2332). Los
papeles atribuidos al uno o al otro sexo pueden variar en el tiempo y en el espacio,
pero la identidad sexual de la persona no es una construcción cultural o
social. Pertenece al modo específico en que existe la imago Dei.
Esta especificidad está
reforzada por la Encarnación del Verbo. Él asumió la condición humana en su totalidad, asumiendo un sexo,
mas llegando a ser hombre en ambos sentidos del término: como miembro de
la comunidad humana, y como ser de sexo masculino. La relación entre cada uno
de nosotros y Cristo está determinada en dos maneras: depende de la identidad
sexual propia y de la de Cristo. (n. 32).
Además, la Encarnación y la
Resurrección extienden también a la eternidad la identidad sexual
originaria de la imago Dei. El Señor resucitado, ahora que
está sentado a la derecha del Padre, permanece hombre. Podemos observar,
además, que la persona santificada y glorificada de la Madre de Dios,
ahora asunta corporalmente al cielo continúa siendo una mujer. Cuando en
Gálatas 3, 2 San Pablo anuncia que en Cristo son anuladas todas las
diferencias, incluida aquella entre hombre y mujer, está diciendo que ninguna
diferencia humana puede impedir nuestra participación en el misterio de
Cristo... Las diferencias sexuales entre hombre y mujer, aún
manifestándose ciertamente con atributos físicos, de hecho trascienden lo
meramente físico y tocan el misterio de la persona" (Comunión y
servicio, 32-35).
La contribución del Papa Juan Pablo II: La
"Teología del cuerpo"
George Weigel, teólogo católico americano, en su
libro "Testigo de la esperanza, la vida de Juan Pablo II, protagonista del
siglo" escribe[11]:
"En el momento de acceder al papado, Karol
Wojtyla sabía que el esfuerzo más reciente de la Iglesia por abordar la
revolución sexual y su relación con la vida moral, la encíclica Humanae vitae de Pablo VI, se había saldado con un fracaso pastoral y catequístico.
El sentimiento de rechazo llevó a la conclusión de que la Iglesia no tenía nada
serio que decir sobre ningún aspecto de la sexualidad humana.
Juan Pablo II vio llegado el momento de cambiar las
bases del debate. La Iglesia no había encontrado ninguna voz con que abordar el
desafío de la revolución sexual. Juan Pablo consideró que habían empezado a
hacerlo él y sus colegas de Lublin y Cracovia, mediante las ideas sobre
sexualidad humana contenidas en Amor y responsabilidad[12].
Había llegado la hora de ahondar en el análisis bíblico y llevarlo ante una
audiencia mundial. El resultado fueron los ciento treinta discursos que,
pronunciados a lo largo de cuatro años de audiencias generales, formaría The Theology of the Body ("Teología
del cuerpo") de Juan Pablo II”.
1 JUAN PABLO
II: UNA APROXIMACIÓN INÉDITA A LA SEXUALIDAD
La finalidad de estas catequesis
es la de dar a conocer la "Teología del cuerpo" que el Papa Juan
Pablo II expuso en las Audiencias generales de los miércoles, porque representa una forma moderna de expresar el
contenido de la Revelación y de la Tradición, sobre bases más bíblicas y con un
lenguaje más cercano a nosotros. La luz que proviene de la Revelación sobre la
sexualidad, el matrimonio y la familia, en su esplendor y belleza desenmascara
los engaños y la pernicie de las ideologías modernas que banalizan la
sexualidad, la separan de la persona y del amor, y causa muchas frustraciones
en los jóvenes de hoy día. Solamente el respeto de la Verdad deja
resplandecer la belleza y el gozo del misterio de la vida en todos sus
componentes. Transmitir esta luz a nuestros hijos, a las nuevas
generaciones forma parte de la transmisión de la fe, y puede fascinar y entusiasmar
a los jóvenes a vivir los misterios de la vida (sexualidad,
noviazgo, matrimonio), a la luz y en la comunión con Dios. El descubrimiento de
este "tesoro escondido" los sostendrá en el combate contra las falsas
seducciones del mundo.
Para comprender la "Teología del cuerpo"
es necesario tener presente lo que el joven Karol Wojtyla ya expresó en 1960 en
su libro Amor y responsabilidad:
El personalismo en Karol WojtyIa, Amor y
responsabilidad...
En su
análisis personalista[13],
desarrollado en el libro Amor y responsabilidad, Juan Pablo II manifiesta
la importancia de considerar siempre en el otro, una persona digna de
respeto y con igual dignidad en cuanto criatura de Dios. La realización
de cada persona se actúa en el don de sí. El respeto del otro en cuanto
persona que es distinta de mí, constituirá el núcleo central de la
"Teología del cuerpo".
"Amor y responsabilidad” apareció el mismo año que La tienda del orfebre, o
sea, 1960. Fue la primera obra de Karol Wojtyla. Este tratado de ética sexual
da fe del carácter innovador de su pedagogía, alimentada por las numerosas
conversaciones que mantenía con sus estudiantes y los miembros de su red[14].
La intención que le animaba en Amor y
responsabilidad era presentar la moral de la Iglesia no en términos de lo
permitido/prohibido, sino a partir de una reflexión sobre la persona, en la que
busca la justificación y el fundamento de las reglas éticas. Su intuición de
partida es que en el contexto de los años `60, los hombres y las mujeres
ya no aceptarían las reglas de la moral tradicional tal como éstas
habían sido formuladas hasta entonces, y no serían capaces de aceptarlas
más que a partir del momento en que pudieran ver en ellas un itinerario
que les condujera hacia una mayor realización de sí mismos, discerniendo
en ellas los medios para encaminarse hacia una consumación total de la persona.
Aquí es dónde aparece lo que él llama la norma personalista, regla
absoluta que ha tomado de Kant, pero dándole una interpretación nueva de
estilo personalista: no servirse del otro, no utilizarle. El utilitarismo
puede tomar en el matrimonio dos formas: el hedonismo o
permisividad, que consiste en someter la relación sexual únicamente al
principio del placer, y el rigorismo o "procreativismo",
que la somete únicamente al imperativo de procrear[15].
El fundamento de la moral es no usar nunca al
otro, no instrumentalizarlo nunca, pues al instrumentalizarlo, lo cosifico,
atento contra su estatuto de persona para rebajarle al nivel de un medio, de
una cosa. Amar se opone a utilizar: si amo, no puedo utilizar al otro, pues
amar a una persona significa primero entregarse a ella.
"El principio del utilitarismo y el
mandamiento del amor son opuestos, porque a la luz de este principio el
mandamiento del amor pierde su sentido sin más.
Paralelamente se revela su contenido positivo: la
persona es un bien tal, que sólo el amor puede dictar la actitud apropiada
valedera respecto a ella. Esto es lo que expone el mandato del amor"[16].'
Después de estas premisas, podemos ahora entrar en
el "corpus doctrinal" de la "Teología del cuerpo".
Los siguientes textos, como la
mayoría de los textos citados, están sacados del libro "La sexualidad
según Juan Pablo II"[17]. El
autor del libro, Yves Semen, casado, padre de siete hijos, doctor en
Filosofía, se propone divulgar la "Teología del cuerpo” desarrollada
por el Papa Juan Pablo II, que, según veremos más adelante, por distintas
razones ha quedado hasta ahora bastante en la sombra e ignorada también por
parte de los Pastores de la Iglesia Católica. He pensado que era bueno hacer traducir
este libro al italiano, al español y a otros idiomas, como ayuda
tanto para los padres como para los jóvenes de cara al noviazgo y a la vida
matrimonial.
He intentado, en la medida de lo
posible, reforzar la Catequesis con algunas citas del Compendio dei
Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado el 28 de Junio del 2005 por el
Papa Benedicto XVI. Una de las características del Compendio es "su forma dialógica, que
retoma un antiguo género literario catequético, hecho de preguntas y respuestas.
Se trata de reproponer un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo,
mediante una secuencia insistente de interrogantes, que interpelan al lector
invitándole a continuar en el descubrimiento de los siempre nuevos aspectos de
la verdad de su fe. El género dialógico concurre también para abreviar
notablemente el texto, reduciéndolo a lo esencial. Eso podría favorecer
la asimilación y la eventual memorización de los contenidos"
(Introducción, n. 3).
Por razones obvias de limitación
de tiempo, tomaremos en consideración solamente algunos aspectos principales de
la "Teología del cuerpo". Cada ciclo de catequesis comienza con un
texto bíblico, que después viene analizado y desarrollado sacando las
consiguientes normas morales.
2 EL PLAN DE DIOS SOBRE LA
SEXUALIDAD HUMANA
"La primera serie de catequesis que desarrolla
Juan Pablo II se refiere al principio, es decir, aquel principio al cual
Jesucristo se refiere casi como un "tiempo prehistórico", que
precedió la caída del pecado original de nuestros padres[18].
La "Teología del cuerpo", nos dice
Juan Pablo II, es una pedagogía que pretende hacernos comprender el
verdadero sentido de nuestro cuerpo. Dejémonos conducir por Juan Pablo
II por los caminos de esta pedagogía, que sigue la pedagogía del mismo Jesús. Y
es que la "Teología del cuerpo" de Juan Pablo II comienza con un
texto de San Mateo que refiere la actitud de Jesús respecto a unas preguntas
que le plantean los fariseos:
«Y se le acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba le
dijeron: '¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?' El
respondió: ¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón
y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su
madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne?
De manera que ya no son dos, sino una sala carne. Pues bien, lo que Dios unió
no lo separe el hombre'. Dícenle: 'Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de
divorcio y repudiarla?' Díceles: 'Moisés, teniendo en cuenta la dureza de
vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no
fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer y se case con otra,
comete adulterio» (MI 19, 3-9; ver también Mc 10, 1-2).
A partir de este texto introduce Juan Pablo II "Teología del
cuerpo": cuando le plantean a Jesús la cuestión de las relaciones entre el
hombre y la mujer, y de las normas de la sexualidad, se remonta al principio.
Se trata de un texto absolutamente revelador, que va a permitirnos comprender el
verdadero sentido del cuerpo y de la sexualidad en el plan de Dios al
principio.
Este "principio" se refiere a los primeros tiempos de
la humanidad, cuyo relato se sitúa al principio de la Biblia, en el libro del
Génesis. Juan Pablo II habla de ellos como de la «prehistoria teológica»
de la humanidad. Son los tiempos que precedieron a los del "hombre
histórico", que es el hombre después del pecado, después de la caída
original. La historia humana empieza con el pecado de los hombres; el
"principio" precede a la historia humana. En cierto modo se trata del
"tiempo antes del tiempo" y nos resulta difícil hacernos una idea de
la situación real del hombre en ese estado. Y, sin embargo -su insistencia es
significativa a este respecto-, fue a este principio al que apeló Jesús
para responder a la cuestión concreta de los fariseos sobre la actitud que debe
tener el hombre respecto a su mujer.
Debemos precisar que este tiempo del principio, esta especie de "edad
de oro" de la humanidad de antes del pecado, se ha perdido
irremediablemente para nosotros: está definitivamente pasado. Sin embargo,
dice Juan Pablo II, subsiste un "eco" lejano del mismo en
el corazón de todo hombre, dado que hay en su corazón una cierta pureza. Y
gracias a esa pureza del corazón podemos acercamos un poco a ese tiempo de la
pureza del principio, a esa prehistoria teológica del hombre[19].
La soledad original
Narración elohísta de la creación del hombre: "a imagen de
Dios", "hombre y mujer"
Tomemos, de entrada, el primer relato del Génesis[20],
el llamado "elohísta". Hay, en efecto, dos relatos de la creación del
mundo al comienzo del Génesis. El que el texto bíblico presenta en primer lugar
es, de hecho, el más reciente desde el punto de vista histórico; es el relato
que llamamos "elohísta", pues en él se llama a Dios
"Elohím".
El segundo relato, con el que comienza el capítulo 2 del libro del
Génesis, es mucho más antiguo, más arcaico; a Dios se le designa con el nombre
de "Yahvé", de donde se le llama relato "yahvista". .
El
relato elohísta saca a Dios directamente a escena mediante la creación del
hombre y de la mujer:
«Y dio Dios (Elohím): "Hagamos al ser humano a nuestra Imagen,
como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves del Cielo,
y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles
que reptan por la tierra ".
Creó,
pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó,
macho y
hembra los creó;
y los bendijo
Dios con estas palabras:
'Sed
fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces
del mar y en las aves del cielo
y en todo animal que repta sobre la tierra» (Gn 1, 26-28).
Se constata una discontinuidad en la obra creadora cuando se llega al hombre. En
todo lo que se crea antes del hombre, cada acto creador empieza por "Dijo
Dios" y prosigue con "e hizo Dios': Cuando se llega a la creación del
hombre, Dios dice: «hagamos»: Este plural ha sido interpretado siempre
-y en primer lugar por san Agustín[21]-
como una vuelta de Dios sobre su propia intimidad. Designa el plural
de la Trinidad de las personas divinas: en consecuencia, es toda la
Trinidad la que actúa en la creación del hombre y de la mujer.
No se menciona la diferencia sexual más que
en el caso del hombre y de la mujer. Se enuncia inmediatamente después de la
afirmación del hecho que el hombre es a imagen de Dios. Eso significa que la
diferencia sexual es imagen de Dios y ha sido bendecida por Dios. En el
texto del Génesis, la diferencia sexual, con todo lo que ésta supone, es una
cosa buena: el hombre y la mujer son imagen de Dios, no a pesar de esta diferencia
sexual, sino precisamente con ella.
Juan Pablo Il nos enseña así que la diferencia
sexual con sus signos, es decir, los órganos de la sexualidad, tienen que
ser tomados del lado de la semejanza de Dios y no del lado del animal.
La enunciación de la diferencia sexual, contemporánea del acto creador, nos
establece en la relación de semejanza con Dios y no en una prolongación,
y todavía menos en una dependencia, del reino animal.
La segunda narración de la creación, llamada
"yahvista": la soledad radical del hombre
El segundo relato de la creación, el "yahvista",
es, de hecho, anterior en su redacción y nos presenta una figura de Dios
mucho más arcaica y antropomórfica: a Dios se le compara con un
modelador, un alfarero, un artesano, por consiguiente con una figura humana.
Ahora bien, en este segundo relato hay una percepción psicológica mucho más
profunda; porque el texto nos describe el modo como el hombre se percibe y se
comprende. Tenemos aquí, según Juan Pablo II, el primer testimonio de la
conciencia humana.
«El día en que hizo Yahvé Dios la tierra y el Cielo,
no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo,
había germinado todavía, pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra,
ni había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotaba de la tierra y
regaba toda la superficie del suelo. Entonces Yahvé Dios formó al hombre con
polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre
un ser viviente.[..] Dijo luego Yahvé Dios: 'No es bueno que el hombre esté
solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada. Y Yahvé Dios formó del suelo todos los
animales del campo y todas las aves del Cielo y los llevó ante el hombre para
ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el
hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del
Cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una
ayuda adecuada» (Gn 2, 4b-7 Y 18-20).
"El cuerpo, mediante el cual el hombre
participa en el mundo creado visible, lo hace al mismo tiempo consciente de
estar 'solo'. No hubiera sido capaz de llegar a esa convicción, a la que, en
efecto, según leemos, ha llegado (cf. Gn 2,20), si su cuerpo no le hubiera
ayudado a comprenderlo, mostrando la evidencia. La consciencia de la soledad
habría podido quebrarse precisamente a causa del mismo cuerpo. El hombre, Adán,
habría podido, basándose en la experiencia del propio cuerpo, llegar
a la conclusión de ser sustancialmente semejante a los otros seres vivientes
(animalia). Y sin embargo, según leemos, no ha llegado a esa conclusión;
por el contrarío ha llegado a la persuasión de estar 'solo'. [...] El
análisis del texto yahvista nos permite, además, vincular
la soledad originaria del hombre con la consciencia del cuerpo, a través del cual el hombre se distingue de todos
los animalia y, 'se separa' de éstos, y también a través del cual él es persona”[22].
El Hombre, el Adán, toma así conciencia del carácter excepcional de lo
que es en la creación en cuanto ser personal: él es el único ser en toda
la naturaleza que es una persona. Esta soledad lo es, a la vez, respecto
a la mujer, que no existe aún, y respecto a Dios, que no
puede ser el objeto de esta relación de entrega recíproca, porque, aunque Dios
sea un Ser personal, no le es "proporcionado", no es
"adecuado" al hombre, no puede ser un "alter ego" para
el hombre. La experiencia de la soledad hace nacer así en la conciencia
humana una sed .de entregarse y, al mismo tiempo, un sufrimiento por no poder
calmar esta sed. Descubrirse solo ahonda en él la necesidad y la aspiración
profunda de su ser a la entrega de sí mismo a otra persona semejante a él.
...Es preciso comprender en cierto modo "desde
el interior" este sentimiento que invade el corazón del Adán: éste
descubre que es una persona cuya realización cabal consiste en entregarse a
otra persona; sin embargo, en ninguno de los otros seres de la creación,
que, no obstante, conoce en lo íntimo de su ser, descubre otro ser personal
capaz de recibir la entrega de sí mismo.
Se trata, por consiguiente, de una soledad
radical, total, que no es sólo de índole afectiva y sensible, sino que se
sitúa en el mismo plano del ser una soledad ontológica aterradora y
angustiosa. Y por eso el texto pone en boca de Yahvé estas palabras: "No
es bueno que el hombre esté solo".
Como nos muestra el precedente relato de la creación, todos los actos creadores
de Dios son benditos ("Y vio Dios que era bueno"), pero la bendición
sobre el conjunto de la creación no aparece más que después de la creación
de la mujer. La bendición se hace entonces total: "Y vio Dios todo lo
que había hecho: y era muy bueno" (Gn 1,
31).
Creación de la mujer: vocación a la comunión .
El relato llega a la creación de la mujer:
«Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el
hombre, que se durmió: Y le quitó una de las costillas, rellenando el
vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó
una mujer y la llevó ante el hombre.
Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne
de mi carne. Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada:
Por eso
deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los se hacen una
sola carne» (Gn 2, 21-24).
A este respecto dice Juan Pablo II de una manera muy
clara: «El hombre llega a ser "imagen y semejanza" de Dios no tanto
en el momento de la soledad cuanto en el momento de la comunión de las personas
que el hombre y la mujer forman desde el inicio. La función de la imagen es la
de reflejar aquel que es el modelo, de reproducir el propio prototipo. El
hombre llega a ser imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad sino en
el momento de la comunión[23]. Él, en
efecto, es desde el 'principio' no solamente imagen -en la cual se
refleja la soledad de una Persona que rige el mundo, sino también, y
esencialmente, imagen de una inescrutable comunión divina de Personas»[24].
Este punto es capital, pues tenemos una tendencia
excesiva a creer, de manera espontánea, que el hombre es imagen de Dios por
estar dotado de "espíritu", de un alma espiritual que le hace
semejante a Dios, que, por su parte, es puro espíritu. En realidad, el
hombre y la mujer son sobre todo imagen de Dios en cuanto personas llamadas a la
comunión. Puesto que el hombre y la
mujer son seres encarnados cuyo cuerpo expresa a su persona, esta comunión
de las personas incluye la dimensión de la comunión corporal por la
sexualidad. Por eso, Juan Pablo II no duda en decir: "Esto,
obviamente, tampoco carece de significado para la "Teología del
cuerpo". Quizás constituye incluso el aspecto teológico más profundo
de todo lo que se puede decir acerca del hombre" [25]
El sexo con todo lo que significa, no
es, por tanto, un atributo accidental de la persona.
Los partidarios actuales de la ideología del "género" se
oponen radicalmente a esta perspectiva y se muestran muy activos a fin de hacer
valer su posición en las grandes organizaciones no gubernamentales y en las
asambleas internacionales (especialmente en las conferencias de El Cairo de
1994 y de Pekín de 1995), e incluso en el seno de la ONU. Para ellos, la
diferencia sexual y los "roles" respectivos del hombre y de la mujer no
son naturales, sino producto de la cultura, que está en constante
evolución.
... El relato del Génesis nos enseña una perspectiva
completamente distinta: la diferencia sexual forma parte constitutiva de la
persona y la define de manera esencial. Somos hombre o somos mujer en
todas las dimensiones de nuestra persona, pues de lo contrario no podemos
ser don. Somos, hombre y mujer, con la misma humanidad, pero la
diferencia sexual nos identifica hasta la raíz de nuestro ser y nos
constituye como personas permitiéndonos la complementariedad necesaria para
la entrega de nosotros mismos.
En consecuencia, mediante la entrega y mediante
la comunión de los cuerpos es como el hombre y la mujer son imagen de Dios,
y con esta comunión es como la Creación, la obra divina, encuentra su
acabamiento y su plenitud.
La desnudez de la inocencia
Con la mención de la desnudez
acaba el segundo relato de la Creación:
«Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero
no se avergonzaban uno del otro» (Gn 2, 25).
La mención de la desnudez en el texto bíblico no es ni accidental ni
accesoria, sino que manifiesta un estado de la conciencia con respecto al
cuerpo.
Juan Pablo II precisa la razón de que no se sintiera
vergüenza en el estado de inocencia del principio: "Sólo la desnudez
que convierte a la mujer en 'objeto' para el hombre, o viceversa, es fuente de
vergüenza. El hecho de que no sentían vergüenza quiere decir que la mujer
no era para el hombre un 'objeto', ni él para ella. La inocencia interior como "pureza 'de corazón", en cierto modo, hacía imposible que el uno fuese, a pesar de
todo, reducido por el otro al nivel de mero objeto. Si no sentían vergüenza, quiere
decir que estaban unidos por la conciencia del don y que tenían
conocimiento recíproco del significado esponsal de sus cuerpos, en el que se
expresa la libertad del don y se manifiesta toda la riqueza
interior de la persona como sujeto. Esa recíproca compenetración del 'yo' de
las personas humanas, del hombre y de la mujer, parece excluir subjetivamente cualquier
'reducción a objeto"?[26]
Existe también, en esta ausencia de vergüenza, una clara percepción de
que el cuerpo, a través de los signos de la masculinidad y de la
feminidad e incluso en ellos, no tiene nada de común con los animales, y
de que no tiene necesidad de camuflar estos signos, pues no tienen nada de
vergonzoso. Los percibimos como vergonzosos después del pecado, porque
vemos nuestra sexual ¡dad, no- a la
luz de la Trinidad divina, sino en semejanza a la sexualidad animal.
Todo lo que significa la sexualidad se vuelve así vergonzoso, indigno de lo que
somos en cuanto criaturas dotadas de espiritualidad. La sexualidad aparece
así como una concesión obligada en relación con la exigencia de la
procreación... ¡mientras que no se
haya encontrado otro modo de hacer niños!
Se comprende así la gran tentación que acecha al humanismo ateo
y moderno respecto a la procreación: si pudiéramos prescindir de la
sexualidad para reproducirnos, seríamos en cierto modo "más humanos",
¡dado que estaríamos menos sometidos al imperativo biológico al que están
sometidos los animales para reproducirse!
El significa o conyugal del cuerpo: el don de sí
Si, siguiendo a Jesús, nos
remontamos al principio, descubriremos que el cuerpo tiene una significación conyugal -o esponsal-,
porque está hecho para ser dado en la entrega esponsal,
en la entrega de los esponsales. Esta capacidad de entrega es la que nos confiere nuestra dignidad de
personas.
En la audiencia del 20 de febrero de 1980, Juan
Pablo II resume todo el plan de Dios sobre él cuerpo y la sexualidad humana tal como podía ser vivida en "el principió":
«El hombre aparece en el mundo visible como la más alta expresión del don divino, porque lleva en sí la
dimensión interior del don. Lleva en el mundo, además, su particular
semejanza con Dios, con la que transciende y domina también su
"visibilidad" en el mundo, su corporeidad, su masculinidad o
feminidad, su desnudez. Un reflejo de esta semejanza es también la consciencia
primordial del significado esponsal del cuerpo, penetrada por el misterio de la
inocencia originaria.
De este modo, y en esta dimensión, se constituye un sacramento
primordial, entendido como signo que
transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible
escondido en Dios desde la eternidad... El cuerpo, en efecto,
y solamente él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo
espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir en la realidad visible
del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su
signo»[27].
3 EL PECADO.
EL DESEO Y LA CONCUPISCENCIA
Así pues, este pecado de los orígenes constituye, en la historia de la
humanidad, una especie de cataclismo ontológico cuya importancia no podemos
minimizar sin incurrir en peligro para la fe e incluso sin exponernos a no
comprender al hombre en lo que es en sí
mismo. Sin embargo, se -constata una especie de encarnizamiento en
trivializarlo, en falsificarlo y hasta en ridiculizarlo[28].
El pecado original
Es interesante señalar que, después de las 130
audiencias de los miércoles dedicadas a la "Teología del cuerpo",
Juan Pablo II consagró las audiencias de los dos años siguientes a un
comentario sistemático de las verdades del Credo; y más tarde, inmediatamente
después, desde agosto a diciembre de 1986, consagró 13 audiencias a la
cuestión del pecado original. De este modo, manifiesta que el pecado
original constituye una clave para la comprensión de la "Teología del
cuerpo" y todo el Credo a la vez, sin la cual capítulos enteros de la
fe y de la razón caen por sí mismos.
Juan Pablo II afirma aún en sus catequesis consagradas al pecado
original:
“EI misterio de la redención está en su misma
raíz, unido de hecho con la realidad del pecado del hombre. Por
eso, al explicar con una catequesis sistemática los artículos de los Símbolos
que hablan de Jesucristo, en el cual y por el cual Dios ha obrado la salvación,
debemos afrontar, ante todo, el tema del pecado, esa realidad oscura difundida
en el mundo creado por Dios, la cual constituye la raíz de todo el mal que
hay en el hombre... La historia de la salvación presupone 'de facto' la
existencia del pecado en la historia de la humanidad creada por Dios. La
salvación, de la que habla la divina Revelación, es ante todo la liberación de
ese mal que es el pecado. Es ésta una verdad central en la soteriología
cristiana: propter nos homines et propter salutem descendit de coelis ["por
nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo"]»[29].
¿Cuál es, entonces la esencia
del pecado original? Precisa Juan Pablo II:
«Tal como aparece en el relato bíblico, el pecado
humano no tiene su origen primero en el corazón (en la conciencia) del
hombre, no brota de una iniciativa espontánea del hombre. Es, en cierto
sentido, el reflejo y la consecuencia del pecado ocurrido ya anteriormente en
el mundo de los seres invisibles. A este mundo pertenece el tentador, 'la
serpiente antigua'. Ya antes ('antiguamente') estos seres dotados de
conciencia y de libertad habían sido 'probados' para que optaran de
acuerdo con su naturaleza puramente espiritual. En ellos había surgido la 'duda'
que, como dice el tercer capítulo del Génesis, inyecta el tentador en los
primeros padres. Ya antes, aquellos seres habían sospechado y habían acusado
a Dios, que, en cuanto Creador es la sola fuente de la donación del bien a
todas las criaturas y, especialmente, a las criaturas espirituales. Habían contestado
la verdad de la existencia, que exige la subordinación total de la criatura
al Creador. Esta verdad había sido suplantada por una soberbia originaria, que
los había conducido a hacer de su propio espíritu el principio y la regla de la
libertad. Ellos habían sido los primeros en pretender poder 'ser conocedores
del bien y del mal como Dios', y se habían elegido a sí mismos en contra
de Dios, en lugar de elegirse a sí mismos 'en Dios', según las exigencias
de su ser de criaturas: porque, '¿Quién como Dios?'. Y el hombre, al ceder
a la sugerencia del tentador, se hizo secuaz y cómplice de los espíritus
rebeldes»[30].
Esta ruptura, esta "caída original" es, por consiguiente,
una verdadera catástrofe, un cataclismo ontológico monumental -las palabras no
son demasiado fuertes-. Este pecado, que trae consigo la ruptura de la comunión
del hombre con Dios, le ha hecho perder el beneficio de todos los
"dones" que permitían esta comunión. El hombre ha perdido así su
dominium sobre la naturaleza, su capacidad de gobernarla. De esta suerte,
es toda la creación la que padece las consecuencias de este cataclismo. A este
respecto, afirma Juan Pablo lI: «A esta esclavitud de la corrupción está
sometida indirectamente toda la creación a causa del pecado del hombre, quien
fue puesto por el Creador en medio del mundo visible para que lo 'dominara' (cf
Gn 1,28). Así, el pecado del hombre no sólo tiene una dimensión interior, sino
también 'cósmica’»[31].
¿Cuáles
son las consecuencias de esto en el plano particular de las relaciones entre el
hombre y la mujer?
La vergüenza sexual
"Y como viese la mujer (..) tomó de su fruto (del árbol
del conocimiento del bien y del mal] y comió; y dio también a su marido, que
igualmente comió: Entonces se les abrieron
a entrambos los ojos, y se
dieron cuenta de que estaban desnudos, y, cosiendo hojas
de higuera, se hicieron unos ceñidores" (Gn 3,6-7).
En consecuencia, es la mirada sobre su cuerpo en
sentido amplio -que integra la sensibilidad, la afectividad, la espiritualidad-
la que cambia instantáneamente en virtud del pecado,
pasando de la transparencia de una comunión total a la vergüenza frente
a lo que les hace hombre y mujer, diferentes y complementarios. Ya no saben
expresarse como hombre y como mujer, se vuelven incapaces de entregarse
libremente el uno al otro y desconfían el uno del otro, sustrayéndolos a la
mirada del otro, los signos de su sexualidad, cuya 'significación de
comunión de las personas y, a través de esta comunión, de la imagen de la comunión de las
Personas divinas...
Juan Pablo II interpreta igualmente la vergüenza
original como el brote inmediato, instantáneo, en la conciencia del hombre y de la mujer, del hecho de que ambos
pueden convertirse para el otro en un simple objeto de placer, de
procreación, de apropiación, de prestigio personal. Descubren que pueden ser
"cosificados", reducidos a la condición de medios y
dejar de ser considerados como personas en cuanto sujetos. Y esta amenaza
la perciben a través de los signos de la masculinidad y de la feminidad. Toman
conciencia de que con estos signos pueden provocar en el otro un deseo de
utilizarlos como objeto, como medio de goce, de satisfacción sexual, de
procreación... A este respecto, afirma Juan Pablo II: "A la unión o
'comunión' personal, a la que están llamados 'desde el principio' el hombre
y la mujer recíprocamente, no corresponde, sino más bien está en oposición la circunstancia
eventual de que una de las dos personas exista sólo como sujeto de
satisfacción de la necesidad sexual y la otra se convierta exclusivamente en
objeto de esta satisfacción. Además, no corresponde a esta unidad de 'comunión'
-más aún, se opone a ella- el caso que ambos, el hombre y la mujer, existan
mutuamente como objeto de la satisfacción de la necesidad sexual, y cada una,
por su parte, sea solamente sujeto de esa satisfacción"[32].
Estos signos corporales de la masculinidad y de
la feminidad, que eran invitación a la entrega, se convierten virtualmente
en medios de captación, de utilización del otro. A fin de conjurar
esta amenaza, la primera reacción consiste en sustraer estos signos a la
mirada del otro con el afán de protegerse y de preservar algo de la
significación original de estos signos, de la que queda como un eco lejano en el corazón del hombre y de la mujer.
"Lo contrario de esta 'acogida' o 'aceptación' del otro ser humano como don
(a la mujer por parte del varón y viceversa), dice Juan Pablo II, sería
reducirlo interiormente a mero 'objeto para mí', debería señalar precisamente
el comienzo de la vergüenza. Efectivamente, ésta corresponde a una amenaza
inferida al don en su intimidad personal y testimonia el derrumbamiento
interior de la inocencia en la experiencia recíproca»[33].
La voluntad de dominación del uno sobre el otro
El desprecio de la mujer y la afirmación de su
inferioridad respecto al hombre se
han manifestado de una manera práctica en numerosas civilizaciones paganas,
particularmente en sus períodos de decadencia. En la época moderna,
tiende a afirmarse igualmente en el plano especulativo en algunos pensadores.
Así, Nietzsche: "...Un hombre... no
puede pensar en la mujer más que a la manera oriental. El hombre debe
considerar a la mujer como propiedad, un bien que es necesario poner
bajo llave, un ser hecho para la domesticidad y que no tiende a su perfección
más que en esta situación subalterna..."[34].
En cuanto a Schopenhauer, con un humor
chirriante, dice: "Que la mujer está destinada por naturaleza a
obedecer se evidencia en el hecho de que toda mujer situada en la posición
antinatural de completa independencia se une inmediatamente a algún hombre
a quien permite que la oriente y la dirija. Esto se debe a que necesita un
señor y un amo. Si es joven, será un amante; si es vieja, un
sacerdote"[35]
Por el contrario, en su Carta apostólica sobre la dignidad de la mujer
y su vocación, del 15 de agosto de 1988, afirma Juan Pablo II:
«Por tanto, cuando leemos en la descripción bíblica
las palabras dirigidas a la mujer. 'Hacia tu marido irá tu apetencia y él te
dominará' (Gen 3, 16), descubrimos una ruptura y una constante amenaza
precisamente con relación a esta 'unidad de los dos', que corresponde a la
dignidad de la imagen y de la semejanza de Dios en ambos. Pero esta amenaza
es más grave para la mujer. En efecto, al ser un don sincero y, por
consiguiente, al vivir 'para' el otro aparece el dominio: 'él te dominará':
Este 'dominio' indica la alteración y la pérdida de la estabilidad de aquella
igualdad fundamental, que en la 'unidad de los dos' poseen el hombre y la
mujer, y esto, sobre todo, con desventaja para la mujer, mientras que sólo la
igualdad, resultante de la dignidad de ambos como personas, puede dar a la
relación recíproca el carácter de una auténtica 'communio personarum': La
unión matrimonial exige el respeto y el perfeccionamiento de la
verdadera subjetividad personal de ambos esposos. La mujer no puede
convertirse en 'objeto' de 'dominio' y de 'posesión' masculina»[36].
Comentando en particular la palabra
"concupiscencia" en Gn 3,16, subraya Juan Pablo II que, a causa
del pecado, el hombre y la mujer conocen un perpetuo estado de
insatisfacción en la unión que intentan de sus cuerpos y a través de la cual ya
no consiguen alcanzar la plena comunión de las personas: `No están
llamados ya solamente a la unión y unidad, sino también "amenazados por la
insaciabilidad de esa unión y unidad, que no cesa de atraer al hombre y a la mujer precisamente porque
son personas, llamadas desde la eternidad a existir 'en comunión"'.
Subsiste entre ellos una "concupiscencia" jamás saciada del todo de
la que intentan liberarse en vano por el dominio y avasallamiento mutuos.
La desunión
"Habéis oído que se dijo: No cometerás
adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió
adulterio con ella en su corazón" (Mt 5, 27-28). ,
Juan Pablo II dedica un gran espacio a comentar
estas palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña y nos ofrece un comentario
extremadamente minucioso, porque, según él, "la significación de
estas palabras es esencial para toda la "Teología del cuerpo"
contenida en la enseñanza de Cristo"[37].
Del mismo modo que en el pasaje en que los fariseos
le preguntaban sobre el repudio de las mujeres y donde Jesús les respondió:
"pero al principio no fue así", invitándoles con ello a volver a la
luz del principio, Cristo apela aquí al corazón humano, en el que queda
algo de lo que existía "al principio". Para los fariseos, cuya
conciencia estaba dominada por el legalismo, el adulterio "en el
corazón" no significa nada. Para ellos, el adulterio es una realidad
corporal o no existe; lo que lo define es el acto exterior efectuado y
constatado materialmente.
Cristo, por su parte, llama la atención sobre el acto interior que
está en el origen del acto exterior y que, en virtud de ello, merece ser
llamado plenamente "adulterio en el corazón": "Es necesario
deducir de esto que 'el adulterio en el corazón', cometido por el hombre
cuando 'mira a una mujer deseándola', significa un acto interior bien
definido", dice Juan Pablo II[38]. Este
acto interior es el que Jesús quiere sacar a la luz para iluminar al mismo
tiempo lo que hay en el corazón del hombre, lo que constituye la fuente
profunda de su pecado[39]
y que, en cuanto tal, es más importante que el acto exterior, aunque sólo sea
este último el condenado por la ley. Percibimos aquí toda la exigencia de Cristo,
que supera por completo las prescripciones legalistas: apela al corazón del
hombre para que vuelva a encontrar en él el eco, el resto de la ley de
amor del principio y hacerle tomar conciencia con ello de lo que el pecado
ha destruido, desunido en él.
Esta división producida por el pecado, en el hombre y entre las personas, puede referirse a tres
registros.
1. Desunión en la persona entre mirada y corazón
"El Papa analiza en profundidad el hecho de
"mirar deseando" que trae consigo una falsificación del
corazón. Muestra que es el "mirar deseando y no "el mirar"
en cuanto tal el que está en cuestión, aunque el hecho de mirar provocara
una atracción, pues la atracción permanente del hombre hacia la mujer y de
la mujer hacia el hombre es algo bueno que forma parte del esplendor del
principio. Esta atracción ontológica fundamental está inscrita en la estructura
misma de nuestro ser y no se trata de ponerla en cuestión. Sin embargo en el
hecho de "mirar deseando" se encuentra la marca de la sumisión
voluntaria a la concupiscencia.
La llamada perenne, (...) y, en cierto sentido, la
perenne atracción recíproca por parte del hombre hacia la feminidad
y por parte de la mujer hacia la masculinidad, es una invitación por medio del
cuerpo, pero no es el deseo en el sentido de las palabras de Mateo 5,
27-28. El "deseo", como actuación de la concupiscencia de
la carne (también y sobre todo en el acto puramente interior), empequeñece el significado de lo que eran y que sustancialmente no
dejan de ser esa invitación y esa recíproca atracción[40].
El pecado falsea la mirada e introduce la división entre la mirada y
el corazón, entre la llamada del corazón a la comunión de las
personas y la mirada que pretende tomar, utilizar, "cosificar"[41].
2. Desunión entre cuerpo y corazón: el maniqueísmo
Es preciso señalar que, cuando el hombre "mira deseando" y
toma conciencia de ello tiende, no a considerar el estado problemático de su corazón,
sino a acusar a su cuerpo. Es una reacción constante del hombre sentar a su
cuerpo en el banquillo de los acusados como si de una realidad extraña a sí
mismo se tratara y sobre la que no tiene ascendencia. Entonces se considera
al cuerpo como la fuente del pecado, como un adversario que debe ser combatido
o del que debemos liberarnos. Una falsa interpretación de las palabras de
san Pablo: "¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la
muerte?" (Rm 7,23-24), ha servido con frecuencia para confortar esta
actitud[42].
La acusación del cuerpo como fuente del mal hace referencia a la
tradición maniquea procedente del dualismo mazdeista. El maniqueísmo.
considera la materia como la fuente del mal y, consecuentemente, condena
todo lo que sea corporal, en particular el sexo, puesto que mediante la
procreación perdura el encarcelamiento de las almas en la materia. Juan Pablo
II afirma de modo claro que esta tradición no puede servir en ningún caso de
marco interpretativo adecuado de las palabras de Cristo en el Sermón de la
Montaña:
"La interpretación apropiada de las palabras de Cristo según
Mateo 5, 27-28, como también la 'praxis' en la que se realizará sucesivamente
el ethos auténtico del sermón de la montaña, deben ser absolutamente liberados
de elementos maniqueos en el pensamiento y en la actitud. Una
actitud maniquea llevaría a un 'aniquilamiento', si no real, sí al menos
intencional del cuerpo, a una negación del valor del sexo humano, de la
masculinidad y feminidad de la persona humana, o, por lo menos sólo a la
'tolerancia' en los límites de la 'necesidad' delimitada por la
necesidad misma de la procreación. En cambio, basándose en las palabras de
Cristo en el sermón de la montaña, el ethos cristiano se caracteriza por una
transformación de la conciencia y de las actitudes de la persona humana, tanto
del hombre como de la mujer, capaz de manifestar y realizar el valor del
cuerpo y del sexo, según el designio originario del Creador, puestos al
servicio de la 'comunión de las personas', que es el substrato más
profundo de la ética y de la cultura humana. Mientras para la mentalidad
maniquea el cuerpo y la sexualidad constituyen, por decirlo así, un
'anti-valor', para el cristianismo son siempre.un 'valor no
bastante apreciado"[43].
Y concluye Juan Pablo II sin el menor asomo de ambigüedad:
"El modo maniqueo de entender y valorar el cuerpo y la
sexualidad del hombre es esencialmente extraño al Evangelio, no
conforme con el significado exacto de las palabras del sermón de la montaña, pronunciadas
por Cristo"[44].
En realidad, es en el corazón donde se
plantea la cuestión: es el corazón humano el que ha sido turbado por el
pecado, no el cuerpo. Si el cuerpo parece "rebelde", es porque el
corazón del hombre ha perdido la "rectitud" del principio. _
3. Desunión entre personas
La división entre las personas se
establece cuando éstas ya no son la una para la otra entrega de sí mismas,
sino que han sido reducidas al estado de objetos...
Por eso el Papa llega incluso a decir - y esto es algo que ha sido mal
comprendido - que es posible cometer adulterio con nuestra propia mujer,
pues el adulterio no consiste tanto en el acto exterior como en la mirada -y
en la intención que la anima- que puede traer consigo el acto exterior:
"El adulterio 'en el corazón' se comete no sólo porque el hombre 'mira' de
ese modo a la mujer que no es su esposa, sino precisamente porque mira así a
una mujer. Incluso si mirase de este modo a la mujer que es su esposa cometería
el mismo adulterio 'en el corazón'. (...]
El hombre que 'mira' de este modo, como escribe Mt 5, 27-28 'se
sirve' de la mujer 'de su feminidad,
para saciar el propio 'instinto'. Aunque no lo haga con un acto exterior,
ya en su interior ha asumido esta actitud, decidiendo así interiormente
respecto a una determinada mujer. En esto precisamente consiste el adulterio
'cometido en el corazón'. Este adulterio 'en el corazón' puede cometerlo también
el hombre con relación a su propia mujer si la trata solamente como objeto de
satisfacción del instinto"[45].
Este tipo de 'mirada es la mirada que cosifica, instrumentaliza, reduce al
otro al estado de objeto: Esta mirada puede proyectarla el marido sobre su
mujer, y la mujer sobré su marido.
El Sermón de la Montaña es, por consiguiente, una
invitación que Cristo dirige al hombre para que recupere el sentido de
lo que hay profundamente en el proyecto de Dios: un ser hecho para la
comunión. Esto no es posible para el hombre histórico, pecador, más que si
se establece en una actitud de castidad que resulta de la purificación de su
corazón. Esto es obra de la gracia obtenida por la redención.
"En el sermón de la montaña --concluye Juan Pablo II- Cristo no
invita al hombre a retomar al estado de la inocencia originaria, porque la
humanidad la ha dejado irrevocablemente detrás de sí, sino que lo llama a
encontrar -sobre el fundamento de los significados perennes y, por así
decir, indestructibles de lo que es `humano'- las formas vivas del 'hombre
nuevo': De este modo se establece un vínculo; más aún, una
continuidad entre el 'principio' y la perspectiva de la Redención"[46].
4 EL MATRIMONIO, LA REDENCIÓN Y LA RESURRECCIÓN
El matrimonio sacramento
Si el matrimonio restaura este plan de Dios, lo hace en cuanto
sacramento. Como tal, es signo, y signo eficaz en el sentido de que nos
comunica la gracia divina.
Ya sobre el plano de la naturaleza el matrimonio es
un sacramento
El matrimonio, ya en el plano de la naturaleza, es
un sacramento, y Juan Pablo II no tiene miedo
de afirmar que es incluso «un sacramento primordial», pues es un «signo que
transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en
Dios desde la eternidad»[47]. En el
hombre y la mujer, en la diferencia de su masculinidad y feminidad, existe la
revelación de un carácter sacramental del mundo, en la medida en que el mundo
revela algo de Dios. El misterio escondido en Dios se revela de la manera más
sublime en la pareja humana, hombre y mujer llamados a la comunión por medio de
la entrega total de su persona y de su cuerpo. En este sentido, el
matrimonio es signo del Amor increado, del amor con que Dios se ama a Sí mismo
y con que El ama a la humanidad. Desde el principio, existe, pues, un
sacramento primordial, que es el sacramento del matrimonio. En la unión del
hombre y de la mujer, en la sacramentalidad de su comunión y de su atracción,
está la expresión del amor de Dios. Eso es verdad referido a toda su Creación, que revela a su
Creador, pero es verdad del modo más perfecto y total en la comunión del hombre
y de la mujer.
El sacramento del matrimonio comunica la gracia
Como todo sacramento, el matrimonio nos comunica
la gracia. Por nosotros mismos, no podemos hacer nada para restaurar lo
que fue destruido por el pecado. A lo sumo, podemos «salvar los muebles».
Es la obra de la virtud lo que nos permite alcanzar un cierto equilibrio
humano, siempre precario no obstante. Pero lo que ha introducido el pecado es
la concupiscencia; la virtud no destruye la concupiscencia, aunque combate sus
efectos. Puede existir, por ejemplo, una gran benevolencia mutua en la amistad
conyugal -así es, además, como Aristóteles define la amistad: podemos llegar a
querer el bien del otro antes que nuestro propio bien-. Sin embargo, este amor
no está exento de concupiscencia, ya que, por nuestras propias fuerzas,
nosotros no podemos extirpar la concupiscencia de nuestros corazones y llegar
a la comunión total de las personas.
Santo Tomás de Aquino dice en la Summa theologiae que la gracia viene a
restaurarnos en nuestra propia raíz; interviene en «la esencia dei alma»: «La
gracia [...] tiene un sujeto anterior a las potencias del alma, es decir, que
está en la esencia del alma; pues así como por la potencia intelectiva el
hombre participa del conocimiento divino mediante la virtud de la fe, y como
por la potencia de la voluntad del amor divino mediante la virtud de la
caridad, así también por la naturaleza del alma participa, según cierta
semejanza, de la naturaleza divina mediante una especie de regeneración o nueva
creación». Actúa en lo íntimo de nosotros mismos, en lo más profundo de
lo que somos, y por eso podemos convertimos en templos del Espíritu Santo.
"¿No sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo?",
dice san Pablo. Al alcanzarnos así en nuestra propia raíz, la gracia lleva a
cabo en nosotros una regeneración, y santo Tomás llega a decir una «creación
nueva»: para recuperar la expresión de san Pablo, llegamos a ser de este
modo hombres y mujeres «nuevos» (cf. Col 3, 9-10)[48].
La gracia recupera desde nuevos supuestos lo que somos incluso en lo
íntimo de nuestro ser. Mediante la gracia, somos enteramente regenerados en el
sentido de recreados a partir de la raíz de nuestro ser. Ése es exactamente el
sentido de la oración al Espíritu Santo: «Ven, oh Santo Espíritu: llena los
corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu
Espíritu, y las cosas serán creadas. Y renovarás la faz de la tierra». Esta
creación nueva tendrá lugar porque el Espíritu Santo va a regenerar hasta lo
más íntimo del ser a aquellos en quienes viene a habitar.
El sacramento del matrimonio, en
cuanto nos comunica la gracia en el estado propio del matrimonio y para las
obras propias del matrimonio, viene a regenerarnos en lo íntimo de la unión
de nuestro cuerpo y de nuestra alma, en lo "íntimo de nuestro ser
psicosomático. Es preciso que hagamos a este respecto un acto de fe
relativamente determinado: la gracia del matrimonio es eficaz, pero
nosotros podemos acogerla en mayor o menor medida. La debilidad de los
efectos de la gracia del matrimonio, que podemos constatar y lamentar, no
procede del matrimonio en cuanto tal, sino de nuestra falta de acogida a la
gracia. Si acogiéramos realmente, en lo íntimo de nuestro ser, la gracia
regeneradora, seríamos transformados radicalmente y seríamos capaces de vivir
una comunión total de personas, incluso en la encarnación más física, y
significar de este modo la perfecta comunión de las Personas divinas. Si no es
éste el caso, es porque no acogemos de manera suficiente la gracia, porque no
creemos bastante en ella o porque nos resistimos a ella. Por la gracia del
sacramento del matrimonio plenamente acogida, nos hacemos capaces de volver a
ser «iconos de la Trinidad». Aunque sólo fuera por eso, el matrimonio sería ya
un sacramento inmenso, pero hay todavía más.
La redención del cuerpo
«Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a
la Iglesia y se - entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la
palabra y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni
arruga ni cosa parecida sino que sea santa e inmaculada Así deben amar los
maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos» (Ef S, 25-28).
Se trata del pasaje central de la famosa «carta del matrimonio» de san
Pablo, que ha sido mal interpretada con frecuencia. Juan Pablo II ha
consagrado diecisiete audiencias de su magna catequesis sobre el amor
humano en el plan divino al comentario de este pasaje de la carta a los Efesios[49].
Dice que «si se quiere interpretar este pasaje hay que hacerlo a la luz de lo
que Cristo nos dijo sobre el cuerpo humano», es decir, a la luz de la
"Teología del cuerpo".
Juan Pablo II considera útil precisar, en primer
lugar, el modo correcto de interpretar el mandato que da san Pablo en esta
carta a los efesios: «Las mujeres deben someterse en todo a sus maridos,
como al Señor» (Ef. 5, 22). El
Papa dice a este respecto que «al expresarse así, el autor no intenta decir
que el marido es "amo" de la mujer y que el contrato
interpersonal propio del matrimonio es un contrato de dominio del marido sobre
la mujer. En cambio, expresa otro concepto: esto es, que la mujer, en su relación
con Cristo -que es para los dos cónyuges el único Señor- puede y debe
encontrar la motivación de esa relación con el marido, que brota de la
esencia misma del matrimonio y de la familia. Sin embargo, esta relación no es sumisión unilateral. El matrimonio, según la
doctrina de la Carta a los Efesios, excluye ese componente del contrato que
gravaba y, a veces, no cesa de gravar sobre esta institución. En efecto, el
marido y la mujer están "sujetos los unos a los otros», están
mutuamente subordinados. La fuente de esta sumisión recíproca está en la pietas
cristiana, y su expresión es el
amor (…).
El amor excluye todo género de sumisión, en virtud de la cual la mujer se convertiría en sierva
o esclava del marido, objeto dé sumisión unilateral. El amor ciertamente
hace que simultáneamente también el marido esté sujeto a la mujer, y sometido en esto al Señor mismo, igual que la mujer al marido. La comunidad o unidad que deben
formar por el matrimonio, se realiza a través de una recíproca donación, que es
también una mutua sumisión».
San Pablo afirma que las relaciones de los esposos
en el matrimonio deben ser a imagen de las relaciones de Cristo con
la Iglesia. Recíprocamente, las relaciones de Cristo con la Iglesia son a
imagen de las relaciones entre los esposos cuando éstos viven en fidelidad a la
gracia sacramental de su matrimonio. Juan Pablo II llega a decir incluso: «que
el matrimonio corresponde a la vocación de los cristianos sólo cuando refleja
el amor que Cristo-Esposo dona a la Iglesia, su Esposa, y que la Iglesia [...]
intenta devolver a Cristo». Fuera de esta perspectiva, no hay propiamente
hablando matrimonio cristiano.
¿Cómo se entrega el Cristo-Esposo a la Iglesia, su Esposo?
Ahora bien, esta humanidad, que se ha apartado del
Esposo divino y ha rechazado los desposorios (en el Antiguo Testamento), tiene
que ser rescatada. Y Dios lo hace hasta tal punto qué, a través del Verbo encarnado, los
desposorios llegan hasta la inmolación. Y el momento en que Dios, a través
del Verbo encarnado, se desposa totalmente con la humanidad pecadora y
obra de suerte que la restituye en su dignidad virginal, es la Cruz: en
ese momento el Verbo encarnado se desposa total- menté con la humanidad y la
constituye en Iglesia. amándola «hasta la muerte y una muerte.
de cruz» (Flp 2, 8).
Este amor del Cristo-Esposo por la Iglesia tiene algo de radicalmente nupcial[50].
Nuestros desposorios humanos están llamados desde entonces a ser imagen de los
desposorios de Cristo con la Iglesia. Eso es lo que pretende decir la carta a
los Efesios. No hay matrimonio cristiano más que si se da la voluntad de los
esposos de adoptar en toda su vida conyugal la actitud del Cristo-Esposo
respecto a la Iglesia-Esposa. No es, por tanto, casual que encontremos en Ef 5,
28 esta afirmación: «deben amar los maridos a sus mujeres como á sus propios
cuerpos», que es eco de aquellas palabras del Génesis: «ésta es verdaderamente
carne de mi carne». En la cruz y para la eternidad, Cristo ha amado a la
Iglesia como a su propio cuerpo, concediéndole convertirse en su cuerpo
místico.
El matrimonio, para ser trasladado a este grado
sublime de la analogía de amor del Cristo-Esposo por la Iglesia-Esposa, supone
evidentemente que los esposos tengan la misma actitud que Cristo, es decir, que
acepten «crucificar su carne con sus pasiones y sus concupiscencias» (Ga
5, 24). El papel de la gracia sacramental es ir quemando poco a poco en
nosotros las raíces de la concupiscencia, de suerte que seamos aptos
para significar, en todas las dimensiones de nuestra vida conyugal, los
desposorios de inmolación de Cristo y de la Iglesia.
La gracia sacramental del matrimonio eleva así la significación del cuerpo humano: éste,
llamado «al principio» a significar, en la unión conyugal, la comunión de la Trinidad de las Personas divinas, con la gracia del
sacramento se convierte en la imagen de los desposorios redentores de Cristo
con la Iglesia[51].
La resurrección y el fin del matrimonio
«Se le acercaron unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección,
y le preguntaban: "Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano
de alguno y deja mujer y no deja hijos, que
su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete
hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el
segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno
de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer: En la
resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete
la tuvieron por mujer ".
Jesús les contestó: "¿No estáis en un error precisamente por
esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten
de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán
como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis
leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dio: Yo soy el
Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos,
sino de vivos. Estáis en un gran error "» (Mc 12, 18-27).
Juan Pablo II ha consagrado seis audiencias al comentario de
este pasaje del evangelio de san Marcos, que se encuentra de una manera casi
idéntica en los otros dos Sinópticos (cf. Mt 22, 24-30 y Le 20,
27-40), y que constituye «el tercer miembro del tríptico de las
enunciaciones de Cristo mismo: tríptico de palabras esenciales y constitutivas
para la "Teología del cuerpo"».
Para comprender por qué «cuando resuciten de entre los muertos, ni
ellos tomarán mujer ni ellas marido» y lo que eso nos revela sobre la
esencia misma del matrimonio, es preciso que intentemos acercarnos a lo que
es verdaderamente la resurrección y cómo ésta nos desvela «una dimensión
completamente nueva del misterio (del cuerpo) del hombre».
La resurrección significa una nueva sumisión del cuerpo al
espíritu». Será, añade Juan Pablo II, «como el estado del hombre definitivo
y perfectamente "integrado", a través de una unión tal del alma con
el cuerpo, que califica y asegura definitivamente esta integridad perfecta»[52].
Y prosigue el Papa: «el grado de espiritualización, propia del hombre
"escatológico", tendrá su fuente en el grado de su "divinización",
incomparablemente superior a la que se puede conseguir en la vida terrena. Es
necesario añadir que aquí se trata no sólo de un grado diverso, sino en cierto
sentido de otro género de "divinización": La participación en
la naturaleza divina, la participación en la vida íntima de Dios mismo,
penetración e impregnación de lo que es esencialmente humano por parte de lo
que es esencialmente divino, alcanzará entonces su vértice, por lo cual la vida
del espíritu humano llegará a una plenitud tal, que antes le era absolutamente
inaccesible [...].
La resurrección consistirá en la perfecta participación de todo lo que
en el hombre es corporal a lo que en él es espiritual. Al mismo tiempo
consistirá en la perfecta realización de lo que en el hombre es personal.»
"Las palabras: 'ni se casarán ni
serán dados en matrimonio' parecen afirmar, a la vez, que los cuerpos
humanos, recuperados y al mismo tiempo renovados en la resurrección, mantendrán
su peculiaridad masculina y femenina y que el sentido de ser varón o mujer
en el cuerpo en el 'otro siglo' se constituirá y entenderá de modo diverso del
que fue desde 'el principio' y, luego en toda la dimensión de la existencia
humana"[53].
Juan. Pablo II describe así este nuevo estado de la
humanidad:
"Así, pues, esa situación escatológica
en la que 'no tomarán mujer ni marido', tiene su fundamento sólido en el estado
futuro del sujeto personal, cuando después de la visión de Dios 'cara a cara',
nacerá en él un amor de tal profundidad y fuerza de concentración en
Dios mismos que absorberá completamente toda su subjetividad psicosomática.
Esta concentración del conocimiento ('visión') y del
amor en Dios mismo - concentración que no puede ser sino la plena participación
en la vida íntima de Dios, esto es, en la misma realidad Trinitaria será, al
mismo tiempo, el descubrimiento, en Dios; de-todo
el 'mundo' de las relaciones constitutivas de su orden perenne
('cosmos?, Esta concentración será, sobre todo, del descubrimiento de sí por
parte del hombre, no sólo en la profundidad de la propia persona, sino también
en la unión que es propia del mundo de las personas en su constitución
psicosomática. La concentración del conocimiento y del amor sobre Dios mismo en
la comunión trinitaria de las personas puede encontrar una respuesta
beatificante en los que llevarán a ser partícipes del 'otro mundo' únicamente a
través de la realización de la comunión recíproca
proporcionada a personas creadas. Y por esto profesamos la fe en la 'comunión de los Santos' (communio
sanctorum), y la profesamos en conexión orgánica con la fe en la 'resurrección de
los muertos'.
Una vez resucitados, estaremos en situación de realizar no
sólo una imagen de la comunión divina, sino que realizaremos totalmente la
comunión divina en nosotros y, en consecuencia, plenamente la
significación esponsal de nuestro cuerpo.
La virginidad «por el Reino»
"Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay
eunucos que fueron hechos tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron
tales a si mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que
entienda" (Mt 19,12).
Sobre el fondo de las palabras de Cristo, dice Juan
Pablo II, se puede afirmar que no sólo el matrimonio nos ayuda a entender la
continencia por el reino de los cielos, sino también que la misma continencia
arroja una luz particular sobre el matrimonio visto en el misterio de la
creación y de la redención"[54].
Contrariamente a lo que inclina a pensar cierto
maniqueísmo larvado, que interviene con excesiva frecuencia en las cuestiones
relativas al cuerpo y a la sexualidad, el matrimonio y la continencia,
aunque correspondan a opciones de vida y a vocaciones diferentes, no se oponen.
Y, sobre todo, no se puede otorgar privilegio a la continencia con el motivo de
que supone abstenerse de las obras de la carne y ponerlo como pretexto
para devaluar la vocación al matrimonio. Esto es lo que afirma de modo muy
claro el Papa: "Aunque la continencia por el Reino de los cielos se
identifica con la renuncia al matrimonio -que da nacimiento a una familia en la
vida de un hombre y de una mujer- no se puede ver de ninguna manera en ella una
negación del valor esencial del matrimonio; al contrario, la continencia sirve indirectamente para
poner de relieve lo que es eterno y más profundamente personal en la vocación
conyugal, lo que, en las dimensiones de lo temporal (y al mismo tiempo con
la perspectiva del otro mundo), corresponde a la dignidad del don personal,
ligada a la significación nupcial del cuerpo en su masculinidad o
feminidad".
La continencia, a buen seguro, es una "vocación 'excepcional',
no 'ordinaria" y, en este sentido, se puede admitir que sea
considerada superior a la vocación más común y ordinaria que es la del
matrimonio, pero eso no puede conducir a depreciar el valor del matrimonio.
Juan Pablo II precisa el modo en que se debe entender la
"superioridad" de la continencia: "Esa 'superioridad' de
la continencia sobre el matrimonio no significa nunca en la
auténtica tradición de la Iglesia, una infravaloración del matrimonio o
un menoscabo de su valor -esencial-.—Tampoco significa
una -inclinación, aunque sea implícita, hacia las posiciones maniqueas, o a un
apoyo a modos de valorar o de obrar que se fundan en la concepción maniquea del
cuerpo y del sexo, del matrimonio y de la generación. La superioridad
evangélica y auténticamente cristiana de la virginidad, de la continencia,
está dictada consiguientemente por el reino de los cielos. En las palabras de Cristo referidas a Mateo
(19, 11-12), encontramos una sólida base para admitir solamente esta
superioridad[55]: en
cambio, no encontramos base alguna para cualquier
desprecio del matrimonio, que podría haber estado presente en el reconocimiento
de esa superioridad".ss No hay, por consiguiente, más
motivación que la del Reino de los cielos: "al elegir la continencia
por el reino de los cielos, el hombre 'debe' dejarse guiar precisamente por
esta motivación"[56],
afirma el Papa.
¿Qué es, pues, el Reino de los cielos?... Es también, al mismo tiempo,
anticipar lo que tendrá lugar en el otro mundo cuando Cristo sea
"todo en todos" (1 Co 15, 28). "De este modo, dice Juan Pablo
II, la continencia por el Reino de los cielos, la elección de la virginidad o
del celibato para toda la vida, se han convertido, en la experiencia de los
discípulos y de los fieles de Cristo, en el acto de una respuesta particular
al amor del Esposo divino y, en virtud de ello, han adquirido la
significación de un acto de amor conyugal: es decir, de una entrega
conyugal de nosotros mismos, con el fin de responder de manera particular al
amor conyugal del Redentor: una entrega de sí entendida como renuncia, pero
sobre todo hecha por amor"[57].
Tanto en el caso del matrimonio como en el de la continencia, nos
encontramos ante una invitación a la entrega de nosotros mismos, entrega
mediante la que nos es posible realizar plenamente nuestra vocación de
personas: tanto es así que la persona se define por esta capacidad de
entregarse ella misma por amor. En cierto modo, aunque puede haber una
pluralidad de estados de vida, no hay más que una sola vocación: la de la
entrega conyugal de nosotros mismos, bien en el matrimonio, bien en la castidad.
"En definitiva -dice Juan Pablo II-, la naturaleza de uno y
otro amor es amor [en la continencia o en el matrimonio] es "esponsaIicia",
es decir, expresada a través del don total de sí. Uno y otro amor tienden a
expresar el significado esponsalicio del cuerpo, que "desde el
principio" está grabado en la misma estructura personal del hombre y de la
mujer"[58].
Encontrarnos aquí una intuición muy vigorosa del concilio Vaticano II en su
constitución Gaudium et Spes, (n 24.3) en cuya redacción participó de manera
activa Juan Pablo II, y que comentará en numerosas ocasiones: "El
hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no
puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo".
El
signo de las bodas del Cordero
El primer signo que da Jesús -y que sólo refiere Juan- es el milagro
de Caná. Este milagro con el que Jesús inaugura su vida pública tuvo lugar en
el transcurso de un banquete de bodas, en el que Jesús pronuncia esta frase,
aparentemente misteriosa, como respuesta a la invitación de la Virgen María:
"¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora".
Es preciso comprender que se trata aquí de la hora de sus desposorios con su
Iglesia.
El último signo que da Jesús se sitúa asimismo en una comida, la de la última Cena, y esta comida
es también una comida de bodas. Es la comida eucarística en la cual Cristo
se entrega voluntariamente a la Iglesia con su carne y su sangre: se
entrega definitiva y totalmente como alimento por la Iglesia-Esposa hasta el
final de los tiempos. Esta entrega de sí mismo es la anticipación de los
méritos que la Redención que se consumará algunas horas más tarde entre
Getsemaní y el Gólgota. "Dichosos los invitados a las bodas del
Cordero", nos dice Cristo en el curso de la última Cena; "todo está
consumado", dice en la cruz Esta consumación de las bodas es la de los
desposorios, del mismo modo que, en el caso de los esposos en su noche de
bodas, este "todo está consumado" expresa la totalidad de la
realización de la sacramentalidad de su matrimonio. El matrimonio se
concluye por las palabras sacramentales del compromiso mutuo de los
esposos, pero se realiza plenamente sólo una vez que se consuma
mediante la entrega de los cuerpos.
"El matrimonio como sacramento, dice el Papa, se
contrae mediante la palabra, que es signo sacramental en razón
de su contenido: 'Te tomo a ti como esposa -como esposo- y prometo serte
fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte
y honrarte todos los días de mi vida: Sin embargo, está palabra sacramental
es de por sí sólo el signo de la celebración del matrimonio. Y la
celebración del matrimonio se distingue de su consumación hasta el punto de
que, sin esta consumación, el matrimonio no está todavía constituido en
su plena realidad. La constatación de que un matrimonio se ha contraído
jurídicamente, pero no se ha consumado (ratum - non consummatum),
corresponde a la constatación de que no se ha constituido plenamente como
matrimonio. En efecto, las palabras mismas Te quiero a ti como esposa -esposo-'
se refieren no sólo a una realidad determinada, sino que puede realizarse sólo
a través de la cópula conyugal".
Del mismo modo, los desposorios de Cristo con la Iglesia se celebraron en cierto modo en la institución de la Eucaristía la
noche del Jueves Santo, cuando Cristo entregó su cuerpo y su sangre a sus
apóstoles y, a través de ellos, a toda la Iglesia, que se constituyó en ese
instante; estos desposorios no se cumplieron plenamente, no se consumaron, más
que en el madero nupcial de la Cruz con la entrega total de sí mismo por
nuestra salvación.
El sentido de nuestro matrimonio cristiano es identificarnos -lo más posible y cada día más, en un clima de fidelidad a la gracia
del sacramento- con los desposorios de Cristo con la Iglesia, en espera
de la resurrección, que significará por completo aquello para lo que está hecho
nuestro cuerpo. "Dichosos los invitados a las bodas del Cordero": de
estas bodas del Cordero hacemos memoria cada Viernes Santo, y es en cada
Eucaristía donde, realmente y hasta el fin de los tiempos, se realiza esta
palabra.
5 LA SEXUALIDAD Y LA SANTIDAD
Llegamos al final de este recorrido sobre el amor humano al que el
Papa sugiere poner, como título: "La redención del cuerpo y la sacramentalidad
del matrimonio"[59].
La sexta y última parte de las catequesis sobre la
"Teología del cuerpo", el Papa Juan Pablo II la dedica al comentario
de la "Humanae Vitae" sobre la inseparable dimensión unitiva y
procreativa de todo acto conyugal. Las Catequesis de los tres años precedentes,
sirven para dar un fundamento no solo racional, y por tanto fundado sobre la
ley natural, sino a enraizar la enseñanza de Pablo VI en la antropología
bíblica.
El Papa afirma en la última audiencia, la del 28 de
noviembre de 1984:
"Las catequesis dedicadas a la Encíclica Humanae Vitae constituyen
sólo una parte, la final, de las que han tratado de la redención del
cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio. Si llamo más la atención
concretamente sobre estas últimas catequesis, lo hago no sólo porque el tema
tratado en ellas está unido más íntimamente a nuestra contemporaneidad, sino
sobre todo porque de el nacen los interrogantes que impregnan en cierto
sentido el conjunto de nuestras reflexiones. Por consiguiente, esta parte
final no ha sido añadida artificialmente al conjunto, sino que le está unida
orgánica y homogéneamente. En cierto sentido, la parte colocada al final en
la disposición global, se encuentra a la vez en el comienzo de este conjunto.
Esto es importante desde el punto de vista de la estructura y del método".
Juan Pablo II desvela de modo
claro aquí, al final de su extensa catequesis, la intención de fondo que le ha guiado e inspirado durante los cuatro
años durante los que, ha dispensado
esta enseñanza: situar las prescripciones éticas de la Humanae Vitae ala luz de la "Teología
del cuerpo", que es la única capaz de hacer, aceptar sus exigencias.
La norma del
acto conyugal: inseparabilidad del significado unitivo y procreativo
Hemos recordado más arriba las apuestas de la encíclica y las dificultades
que han jalonado su concepción, su redacción y su publicación[60].
Los considerandos de las normas morales enunciadas por la Humanae
Vitae en su número 8 recuperan, por desgracia, de una manera excesivamente
sucinta ciertas perspectivas contenidas en el memorándum entregado a Pablo VI
por la comisión de Cracovia creada por el arzobispo Wojtyla. Pablo VI,
refiriéndose a la Constitución Gaudium el spes del concilio Vaticano II,
enuncia en tres breves parágrafos la puesta en perspectiva que constituye la
luz a la que deben ser consideradas las exigencias éticas del amor conyugal:
"La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se
revelan cuando éste es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor,
'el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra' (Ef
3, 15).
El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de
la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia y providencial
institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor.
Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de
ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento
personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas
vidas”[61].
Como dice Juan Pablo II: "Según el criterio de
esta verdad que debe expresarse con el 'lenguaje del cuerpo', el-
acto conyugal 'significa' no sólo el amor, sino también la fecundidad potencial, y por esto no puede ser privado de su pleno y
adecuado significado mediante intervenciones artificiales. En el acto conyugal no
es lícito separar artificialmente el significado unitivo del significado
procreador, porque uno y otro pertenecen a la verdad íntima del acto
conyugal: uno se realiza juntamente con el otro y, en cierto sentido, el uno a
través del otro. Así enseña la Encíclica (cf-. Humanae
Vitae, 12). Por lo tanto, en
este caso el acto conyugal, privado de su verdad interior, al ser
privado artificialmente de su capacidad procreadora, deja también de ser
acto de amor"[62].
Las consecuencias de esta norma se imponen casi por sí mismas: todo lo que
tienda a disociar las dos significaciones fundamentales del acto
conyugal tiene que ser proscrito como contrario a la ley de la verdad del
amor.
Entre los actos que deben ser -rechazados, por apuntar a disociar las dos significaciones del
acto conyugal, se encuentran, por una parte, todos los que equivalen a excluir
las consecuencias procreadoras del acto conyugal. En primer lugar y del modo
más grave, el aborto, que pone fin a un proceso de generación ya iniciado y
equivale a suprimir la vida humana. Asimismo la esterilización, que tiene como
consecuencia suprimir definitivamente toda posibilidad de procreación, así como
el uso de los medios anticonceptivos mecánicos o químicos y, de modo
general, todos los actos que apunten a impedir artificialmente que el acto
conyugal pueda dar lugar a la aparición de una vida nueva y a trabar el proceso
natural de la generación.
Se reconocen como lícitos los métodos naturales
de regulación de los nacimientos basados en la observación de los ritmos de
la fertilidad, que permiten recurrir a los períodos infecundos cuando
los esposos estiman en conciencia y en un proceso de paternidad-maternidad
responsable que no deben acoger una nueva vida[63].
Como hace notar la encíclica, la diferencia con la anticoncepción .es
manifiesta: "en el primero (métodos naturales) los cónyuges se sirven
legítimamente de una disposición natural; en el segundo (anticoncepción)
impiden el desarrollo de los procesos naturales".
Con todo, todavía es necesario precisar que no
basta con recurrir a los métodos naturales de regulación de los nacimientos
y abstenerse del uso de los medios anticonceptivos para situarse en conformidad
con la norma ética. Es preciso también recurrir a ellos sin convertirlos en una
"técnica", sino con una actitud ética, es decir, discerniendo una exigencia
de la verdad del lenguaje de los cuerpos. Hay una manera de usar los métodos
naturales que forma parte de una "mentalidad anticonceptiva"
cuando son elegidos a causa de las ventajas técnicas que pudieran presentar
estos métodos respecto a la anticoncepción química o mecánica (eficacia,
ecología, comodidad, economía) y con un rechazo determinado de la apertura
del acto conyugal a la vida. Con esta actitud, los métodos naturales se
convierten en simples medios de "anticoncepción natural". Como
señala Juan Pablo II:
"En el modo corriente de pensar acontece con frecuencia
que el 'método' [natural], desvinculado de la dimensión ética que le es
propia, se pone en acto de modo meramente funcional y hasta utilitario.
Separando el 'método natural' de la dimensión ética, se deja de percibir la
diferencia existente entre éste y otros 'métodos' (medios artificiales) y se
llega a hablar de él como si se tratase sólo de una forma diversa de
anticoncepción"[64].
La Humanae Vitae menciona,
a continuación, otros tres argumentos contra la anticoncepción,
de menor valor en la medida en que están ligados, no al principio, sino a las
consecuencias previsibles de una liberalización de la anticoncepción.
En primer lugar, la desaparición de todo riesgo de aparición de una
vida nueva abriría el camino a la infidelidad conyugal. Por otra parte,
la anticoncepción expondría a la mujer a convertirse en un simple
instrumento de goce egoísta para el hombre. Por último, se abriría el
camino a la arbitrariedad de Autoridades Públicas despreocupadas de las
exigencias morales y que podrían favorecer y hasta imponer a sus pueblos el
método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz[65].
En lo relativo a este último argumento, no queda más remedio que reconocer el
carácter profético de las palabras de Pablo VI cuando vemos lo que ha pasado,
especialmente en la India, Vietnam, China... También es cosa sabida las
presiones que ejercen hoy las grandes organizaciones internacionales sobre los
países en vías de desarrollo, condicionando especialmente sus ayudas a un
control demográfico riguroso mediante el recurso a los métodos anticonceptivos.
Como afirmaba el Papa Juan Pablo II y ratifica el Catecismo de la Iglesia Católica, también
el Papa Benedicto XVI, recientemente, en una Audiencia General,
comentando el salmo 126, invita a los padres a la apertura a la vida, viendo en
los hijos una bendición y una gracia de Dios:
El Señor ofrece el don de los hijos, considerados como una
bendición y una gracia, signo de la vida que continúa y de la historia de
la salvación orientada hacia nuevas etapas (cf. v. 3). El salmista destaca, en
particular, a "los hijos de la juventud": el padre que ha
tenido hijos en su juventud no sólo los verá en todo su vigor, sino que además
ellos serán su apoyo en la vejez. Así podrá afrontar con seguridad el
futuro, como un guerrero armado con las "saetas" afiladas y
victoriosas que son los hijos (cf. vv. 4-5).
Esta imagen, tomada de la cultura del tiempo, tiene como finalidad
celebrar la seguridad, la estabilidad, la fuerza de una familia numerosa,
como se repetirá en el salmo sucesivo -el 127-, en el que se presenta el
retrato de una familia feliz.
El cuadro final describe a un padre rodeado por sus hijos, que es
recibido con respeto a las puertas de la ciudad, sede de la vida pública. Así
pues, la generación es un don que aporta vida y bienestar a la sociedad.
Somos conscientes de ello en nuestros días al ver naciones a las que el
descenso demográfico priva de lozanía, de energías, del futuro encamado por los
hijos. Sin embargo, sobre todo ello se eleva la presencia de Dios que bendice,
fuente de vida y de esperanza"[66].
La luz de la "Teología del cuerpo"
A
propósito de la norma fundamental enunciada por la Humanae Vitae -la no disociación de la significación
unitiva y de la significación procreadora del acto sexual- no dudaba en
afirmar Pablo VI: Irlos pensamos que los hombres, en particular los de nuestro
tiempo, se encuentran en grado de comprender el carácter profundamente
razonable y humano de este principio fundamental"[67].
Citando
esta observación de Pablo VI, añade Juan Pablo II:
"Ellos [los hombres de nuestro tiempo] pueden comprender,
también, su -profunda conformidad con todo lo que transmite la Tradición,
derivada de las fuentes bíblicas. Las bases de esta conformidad deben buscarse.
particularmente en la antropología bíblica. Por otra parte, prosigue
Juan Pablo II, es sabido el significado que la antropología tiene para la ética,
o sea, para la doctrina moral. Parece, pues, que es del todo razonable buscar
precisamente en la 'Teología del cuerpo' el fundamento de la verdad de las
normas que se refieren a la problemática tan fundamental del hombre en
cuanto 'cuerpo': 'los dos serán una misma carne' (Gn 2, 24)"[68].
Dicho
de otro modo, Juan Pablo II nos propone con la "Teología del
cuerpo" otro enfoque para justificar la norma ética fundamental de
las relaciones conyugales enunciada por la Humanae Vitae.
"La retrovisión bíblica, denominada 'Teología del
cuerpo' nos ofrece también, aunque indirectamente, la confirmación de la
verdad de la norma moral, con- tenida en la 'Humanae Vitae`.
Esta otra vía es la de la antropología bíblica, que puede
hablar a todos los hombres de nuestro tiempo, incluidos los no
cristianos... En los textos bíblicos que hemos seguido y que constituyen
los principios generales de la "Teología del cuerpo"
"encontramos ciertamente, añade Juan Pablo II, esa 'norma de
comprensión' que parece tan indispensable frente a los problemas de que
trata la 'Humanae vitae'".
El acto sexual, lenguaje de-comunión
Si resumimos la manera como esta "Teología del cuerpo
ilumina y fundamenta la norma ética, se ve que todo se basa en que el acto
sexual es, en primer lugar, un lenguaje de comunión, el lenguaje de la
comunión de los cuerpos propio de los esposos. La comunión de las personas supone
la integridad del lenguaje de los cuerpos: supone que este lenguaje sea un
lenguaje total y verdadero. Si lo mutilo, especialmente disociando las dos
significaciones del acto conyugal, obro de suerte que éste ya no puede alcanzar
la verdad plena de lo que él es y, por consiguiente, puede haber una unión
corporal y física, pero no una comunión de las personas.
Por eso afirma Juan Pablo II: "Puede decirse que en el caso de
una separación artificial de estos dos significados, en el acto conyugal se
realiza una real unión corpórea, pero no corresponde a la verdad interior
ni a la dignidad de la comunión personal: communio personarum. Efectivamente, esta comunión exige que el
'lenguaje del cuerpo' se exprese recíprocamente en la verdad integral de su
significado. Si falta esta verdad, no se puede hablar ni de la verdad del dominio
de sí, ni de la verdad del don recíproco y de la recíproca aceptación de sí por
parte de la persona. Esta violación del orden interior de la comunión
conyugal, que hunde sus raíces en el orden mismo de la persona, constituye el mal esencial del acto
anticonceptivo"[69].
Estas, palabras de Juan Pablo II son muy fuertes y, al mismo tiempo,
sacan perfectamente a la luz la apuesta a la que está sometido todo acto
conyugal: ser una simple unión corporal o una verdadera unión de
las personas... Un acto conyugal que se
solamente una unión física, incluso la más lograda, deja siempre en el corazón,
tras el fuego de la pasión amorosa, una especie de amargura y de decepción.
Para que exista comunión, es preciso que se reúnan las dos condiciones de
la entrega de las personas. No se trata sólo de querer el bien del otro en
el acto conyugal y de sacrificar nuestras tendencias egoístas; se trata de
entregarse plenamente y sin reservas, con la totalidad de lo que somos. Pero esta
entrega total no es posible si se produce una disociación entre las dos
significaciones del acto conyugal.
La castidad, vía de libertad y de santidad
Juan Pablo II afirma que no existe contradicción
entre las dos significaciones del acto sexual, sino sólo una dificultad.
Y esta dificultad "se deriva del hecho de que la fuerza del amor está
injertada en el hombre insidiado por la concupiscencia"[70],
de esta concupiscencia presente en el hombre y en la mujer después del
pecado de los orígenes.
"En los sujetos humanos -continua Juan Pablo II-
el amor choca con la triple concupiscencia (cf. 1Jn 2, 16), en
particular con la concupiscencia de la carne, que deforma la verdad del
'lenguaje del cuerpo'. Y, por esto, tampoco el amor está en disposición de
realizarse en la verdad del 'lenguaje del cuerpo', si no es mediante el
dominio de la concupiscencia"[71].
Por eso es preciso oponer a esta concupiscencia lo
que Juan Pablo II llama la virtud de la continencia o de la castidad o
también el "autodominio de sí"[72]. Este
autodominio, por el que se domina la concupiscencia, es el que permite vivir
según las exigencias de la norma ética.
Juan Pablo II nos presenta la castidad, al
contrario, como una riqueza, en el sentido de que permite una
comunicación más profunda y alcanzar una verdadera libertad. En efecto, la
castidad permite desarrollar a los esposos todas las dimensiones del
lenguaje del cuerpo y evita que el acto conyugal no sea más que una
liberación de las tensiones sexuales del cuerpo". La castidad permite,
en el contexto mismo del acto conyugal, una mayor riqueza de comunión en
la comunicación haciendo sitio en ella al afecto, a la ternura y a las
expresiones no específicamente sexuales de la comunicación de los esposos. Si
los esposos están sometidos a la concupiscencia, esta riqueza de la
comunicación y, por consiguiente, esta libertad añadida no es posible. Por eso,
la castidad no debe ser considerada sólo como una capacidad de
resistencia a las llamadas de la concupiscencia, sino como una condición
positiva de la riqueza de la comunicación de los esposos en todos los
registros posibles de esta comunicación y no sólo en el registro sexual.
"Si la castidad conyugal (y la castidad en
general) -dice Juan Pablo II se manifiesta, en primer lugar, como capacidad de
resistir a la concupiscencia de la carne, luego gradualmente se revela
como capacidad singular de percibir, amar y realizar esos significados del
lenguaje del cuerpo', que permanecen totalmente desconocidos para la
concupiscencia misma y que progresivamente enriquecen el diálogo nupcial de los cónyuges,
purificándolo, profundizándolo y, a la vez, simplificándolo"[73].
La castidad es así un esfuerzo de liberación que permite una
comunicación mayor y más rica, mientras que la sumisión a la concupiscencia es
un empobrecimiento de esta misma comunicación. La castidad adquiere entonces
una incontestable significación humanista.
"De este modo la castidad desarrolla la 'comunión personal del
hombre y de la mujer, comunión que no puede formarse y desarrollarse en la
plena verdad de sus posibilidades, únicamente en el terreno de la
concupiscencia. Esto es lo que afirma precisamente la encíclica Humanae Vitae»[74].
Así es-como el ejercicio de la
castidad constituye la vía de santidad propia de los esposos. La
vida conyugal es un camino de verdadera santidad y ésta no está reservada a
la vida religiosa. Y es que, a través de la castidad, los esposos están
llamados a ofrecer su carne, mutuamente, tanto en el acto sexual como en las
otras manifestaciones de la conyugalidad y del lenguaje de los cuerpos. La castidad
nos hace capaces de sacrificar o de crucificar, nuestra propia carne mediante
la entrega que hacemos de nuestro propio cuerpo en la expresión más
concreta del .acto sexual, reconociendo al otro como persona, como
riqueza, como llamada a una superación en la comunión. Es un camino de
santidad y, a veces, de heroísmo, una llamada concreta a ofrecer nuestro
cuerpo en la fecundidad del amor.
En la convicción madura y pensada de una paternidad-maternidad
responsable es donde están llamados a ofrecer sus cuerpos para la acogida de
una nueva vida. No ec, pues, a pesar, y menos aún, en contra de su sexualidad,
sino mediante y en su sexualidad donde están llamados a progresar en la
santidad. Hacer de cada acto conyugal, no un medio para liberarse de
las tensiones del instinto o de la pasión del deseo, sino un acto de la
entrega más total en la castidad: ése es el camino por el que se les pide
ser santos y hacer progresar -por medio del misterio de la comunión de los
santos- al con- junto de la Iglesia en santidad.
Los medios para vivir la castidad en el matrimonio: los Sacramentos
Juan Pablo II recuerda los medios que proporciona Pablo VI para vivir
esta vocación a la santidad, incluido el concretísimo de las exigencias de
crucifixión de la concupiscencia en el acto sexual. Menciona, en primer
lugar, la Eucaristía, a la que tal vez más que otros tienen derecho los
esposos, porque es el sacramento nupcial por excelencia. Y es que, en la
Eucaristía, Cristo se entrega de manera nupcial a los miembros de su
Iglesia, la Eucaristía forma para la entrega conyugal. Por eso,
todas las maneras de alejar a los esposos de la Eucaristía son espiritualmente
muy graves: los esposos toman de ella no sólo la fuerza para vivir plenamente
la vocación nupcial de sus cuerpos, sino que encuentran en ella el modelo
mismo de su unión.
El segundo medio es la penitencia. A este
respecto es preciso señalar que hay dos maneras de reaccionar a la exigencia
de la norma de la ética conyugal: o bien contestarla y rechazarla,
porque rechazamos su exigencia, aunque ésta sea liberadora; o bien reconocer
la grandeza de la llamada contenida en la norma, aunque en ocasiones no
estemos a la altura de las exigencias de esta llamada. Es ahí donde la
penitencia nos vuelve a levantar y nos permite perseverar. Tan bien
que los esposos tienen asimismo un derecho privilegiado de acceso a la
penitencia sin complejos, sin reservas, con tanta frecuencia como sea
necesario. Desde el mismo momento en que reconocen su pobreza y sus límites en
el camino de la santidad a la que están llamados, se les abren de par en par
las puertas de la misericordia para progresar sin desánimo.
El don de la piedad
En la audiencia del 14 de noviembre de 1984, Juan Pablo II dijo que la
plena realización de la comunión de las personas no es posible sin los dones
del Espíritu Santo y en particular del don de la piedad.
Es el don del Espíritu Santo el que nos permite consideramos
respecto a Dios como hijos que se dejan gobernar por Él, porque le reconocemos
primero como Padre más que como Señor soberano del universo.
El don de la piedad nos hace admitir nuestra dependencia respecto a
Dios, nos hace reconocer que no somos dueños de nuestra vida, sino que
la vida es obra de Dios. Nuestra cultura contemporánea es una cultura de
impiedad, dado que el hombre quiere hacerse hoy señor de la vida, tanto de su
origen como de su término: eso es lo que anima todas las reivindicaciones tanto
a propósito de la anticoncepción y del aborto como de la eutanasia. Juan Pablo
II nos invita a ponernos bajo la esfera de influencia de este don del Espíritu
Santo, puesto que, especialmente en el marco de la vida conyugal, es el don
que nos permite reconocer que, nosotros no somos señores de
todo, sino que dependemos filialmente de El como Padre y como fuente de la
vida.
A
partir de ahí, a esta luz del don de la piedad, todo acto conyugal convierte
a los esposos en ministros, en siervos del don de la vida. Esto realza
todavía más la dignidad y la grandeza del acto conyugal. "El respeto a
la obra de Dios -dice Juan Pablo II- contribuye 'ciertamente a hacer que
el acto conyugal no quede disminuido ni privado de interioridad en
el conjunto de la convivencia conyugal - que no se convierta en 'costumbre'-
y que se exprese en él una adecuada plenitud de contenidos personales y éticos,
e incluso de contenidos .religiosos, esto es, la veneración a la majestad
del Creador, único y último depositario de la fuente de la vida, y al
amor nupcial del Redentor”[75].
ALGUNAS
DIFICULTADES EN EL MATRIMONIO:
ARMONÍA SEXUAL Y COMUNIÓN
Como hemos
visto en la "Teología del cuerpo", el aspecto más importante de
matrimonio es la comunión de los esposos que, por la gracia del
Sacramento, se donan totalmente el uno al otro en la entrega del propio cuerpo,
de la propia sexualidad, y es en este contexto de mutuo amor en el que
Dios ha querido llamar a la existencia a nuevas criaturas, llamadas a
transformarse en hijos de Dios para la eternidad.
Pero es justo en el campo de la comunión y del
acto conyugal que lo expresa donde se encuentran tal vez unas dificultades,
ya que amar al otro significa querer su bien, amarlo como es, también con sus
límites y defectos, lo que conlleva un morir a sí mismos.
Por esto en la Catequesis sobre los Tres Altares de
la familia, en la Traditio, se invita a los esposos a vivir con un particular
respeto el acto conyugal, como algo sagrado, porque a través de él Dios
comunica la vida.
Recuerdo algunos aspectos de esa Catequesis: "En la familia
cristiana, hay tres altares.
El primer altar es el altar de la Eucaristía, donde Cristo se ofrece para que podamos pasar de la muerte a la vida.
El segundo altar es la mesa de la familia cristiana; en ella nosotros los cristianos bendecimos al Señor, le damos gracias
por el pan, por el vino, por el alimento que él nos ha dado.
El tercer altar es la cama matrimonial, el tálamo nupcial.
Una cosa que hemos visto es que
muchos matrimonios no funcionan bien porque no realizan el acto sexual
conforme a la voluntad de Dios. Esto es fuente de muchísimos
sufrimientos e insatisfacciones de todo tipo: sexuales, afectivas, etc.
Hay un misterio en la
naturaleza. Como veis en la Escritura, todo lo que respecta a la vida debe
estar rodeado de santidad, porque Dios es la vida. En este sentido, el acto
sexual conyugal es algo santo, sagrado. Por esto dice la Iglesia que, de
por sí, en el pecado de lujuria no hay materia leve. Con la sexualidad, en
efecto, no se puede jugar ni bromear, porque
a través el acto sexual se da la vida, se engendra a una persona humana.
Mediante el acto sexual, vosotros cónyuges sois colaboradores de la santidad de
Dios al transmitir, al dar la vida[76].
Hoy esto está amenazado
gravemente. Destruido el fundamento sacramental del matrimonio, es también
destruida la familia. Si se destruye el fundamento del sacramento,
inmediatamente el matrimonio pierde la fuerza, se debilita, no está ya
sostenido por la gracia de Jesucristo para superar las dificultades. El otro,
de hecho, es siempre uno que de cualquier modo te destruye porque diferente de
ti.
Una cosa que amenaza
enormemente el sacramento del matrimonio es la concepción falsa de la
sexualidad: la sexualidad en función solo de procurarse el placer. Hoy, con
la permisividad sexual, el erotismo, la pornografía, la prostitución, etc., los
mass media (televisión, cine, publicidad, revistas, etc.) nos bombardean
continuamente en este sentido: la sexualidad es presentada como mero
instrumento para procurarse placer libremente"[77].
Por esto, en el Camino
neocatecumenal debemos ayudar a las parejas a realizar santamente el acto
sexual, de modo que el lecho matrimonial sea verdaderamente un altar.
No es fácil, pero tenéis la gracia del Espíritu Santo, que habéis recibido en
el sacramento del matrimonio. Si os ponéis delante del Señor, como Tobías y
Sara, veréis que Él os ayuda con su gracia y experimentaréis la acción de Dios
en vosotros.
El placer sexual en el acto conyugal es un don maravilloso
que Dios ha puesto dentro de este acto de donación mutua, de unión amorosa
abierta a la vida y sostenida por el Espíritu Santo[78]. Así
como en el acto de comer Dios ha puesto un gusto, en el acto matrimonial Dios
ha puesto la atracción sensual entre el hombre y la mujer y el placer sexual como
dones maravillosos. Vosotros esposos recibís una ayuda particular de Dios, una
fuerza, una gracia sacramental del Espíritu Santo para vivir esto en la
santidad.
Por eso debéis tener un gran respeto al acto
sexual conyugal.
Ninguna pareja debe hacerlo sin
primero ponerse delante de Dios y haber rezado, porque también el acto
sexual conyugal, este modo de donarse mutuamente del esposo y de la esposa, es
signo de la donación de Cristo a su Iglesia y de la Iglesia a Cristo: dos
en una sola carne. Ahí aparece la unidad, la comunión de Dios y del hombre, no
a través de una imagen solo espiritual, sino a través de una unión física.
Atención por tanto a no caer
en ciertos errores graves. Algunas mujeres hacen chantaje sexual a su
marido. Le dicen: "Yo me entrego sexualmente a ti si me demuestras que me
amas siendo como yo quiero. Hoy no has sido suficientemente amable conmigo; me
has hecho esto y aquello, que sabes que no soporto. Hoy, por tanto, nada de
nada. No quiero. Así aprendes". Por otra parte, algunos maridos
no tienen ningún respeto a la mujer. Piensan solo en sí mismos. Exigen
egoístamente que la mujer esté siempre a su disposición, sin mirar cómo se
encuentre ella.
El
acto sexual conyugal es un don que
Dios os ha dado precisamente para ayudaros en vuestro matrimonio, en vuestra
unión espiritual y afectiva. Por eso debéis hacerlo. Aquellos de
vosotros que, por diversos motivos, pasáis mucho tiempo sin hacer el acto
sexual conyugal, ponéis en riesgo vuestro matrimonio, porque no vivís el
sacramento como Dios lo ha pensado y querido[79]. ,
Algunos no lo hacen, o no lo hacen según la voluntad de Dios, porque
están cerrados a la vida, porque no quieren hijos: no quieren, con su
unión, ser colaboradores de Dios en la transmisión de la vida[80], recibiendo
los hijos que Dios les quiera dar. Sin embargo, ésta es una de las condiciones
del sacramento del matrimonio en el cual os habéis comprometido delante de Dios
y de la Iglesia. Si hacéis esto, perdéis la gracia de Dios. Por ejemplo,
si usáis el preservativo, destruís el acto sexual y lo que significa el
sacramento del matrimonio. En lugar de recibir la gracia de Dios, el Espíritu
Santo, el amor entre vosotros, estáis sembrando frustración, angustia, odio
entre vosotros. Entonces el acto sexual es fuente de lo contrario: de
perversión, de egoísmo, de lujuria, de puro placer. Dios instituyó las cosas de
un modo maravilloso y nos llama a reconstruirlas, porque el pecado destroza
también nuestra sexualidad.
"Es cada vez más apremiante la tentación de
evadirse del matrimonio. Ahí es donde puede presentarse el adulterio como
un medio -vano e ilusorio- de poner remedio a lo que es sentido como un fracaso
o donde los compromisos, sean del tipo que sean, pueden presentarse como vías
de autorrealización fuera del propio matrimonio. La mujer se volverá con
los mejores pretextos hacia las satisfacciones maternales, caritativas,
apostólicas, espirituales. El hombre se sentirá más inclinado a proyectarse
en el activismo profesional, en el compromiso social, asociativo o
político. Cuando experimentan un sobresalto espiritual, los esposos pueden
sentir la tentación de recuperar la amistad divina por separado, al margen de
su comunidad conyugal, en cierto modo a pesar de su matrimonio. Tenemos aquí
una ilusión monumental y un error radical, puesto que, por estar llamados a la
vocación del matrimonio, es en su matrimonio, y no contra él o "a pesar
de él, donde están llamados a vivir su comunión con Dios. Es a través de su
matrimonio como están llamados a una fecundidad no sólo física, sino
también espiritual, apostólica, caritativa o social”[81].
Algunos casos particulares de dificultad
No podemos no adelantar algunas aclaraciones
concernientes a las relaciones conyugales, cuando uno solo de los dos vicia el
acto conyugal con prácticas onanistas. ¿Cómo se deberá comportar el otro
cónyuge y cuál será la responsabilidad moral? Tomaremos en consideración
algunos casos:
Caso I.- Cuando el acto conyugal, iniciado normalmente, es
interrumpido por uno de los dos cónyuges para evitar la eventualidad de la
generación, si el otro cónyuge no lo ha pedido, o no ha causado la
interrupción (aunque sea con acuciadas recriminaciones sobre el número de los
hijos), no es culpable y puede gozar de la natural alegría derivante del
acto conyugal, siempre que disienta interiormente y, según la posibilidad,
también exteriormente, de la conclusión onanista del acto
El cónyuge puede aceptar recuperar en el acto
conyugal y puede también tomar la iniciativa en caso de necesidad, a pesar de
que sea previsible que el otro terminará con interrumpirlo. Al comienzo del
acto, en efecto, no existe nada que sea ilícito y pues la cooperación o la
iniciativa puede ser justificada por un motivo razonable, cual evitar la
discordia, el temor a que el otro cónyuge peque de adulterio y se aleje de la
familia, o la necesidad de aquietar sus propios sentidos excitados.
...Esta doctrina, enseñada repetidamente por la S.
Penitenciaría, fue mas solemnemente confirmada por Pío XI en la Encíclica Casti
Connubii: "Y bien sabe además la santa Iglesia que no
raras veces uno de los cónyuges sufre más bien el pecado, en lugar de ser su
causa, cuando por razón verdaderamente grave permite la perversión del orden debido al orden
debido, a la cual tampoco consiente y de la que pues no es culpable, siempre
que, recordando también en tal caso las leyes de la caridad, no descuide
disuadir al cónyuge del pecado y alejarlo del mismo".
Caso II: Consideramos ahora el caso en que el
acto conyugal no es iniciado normalmente, es decir es privado,
artificiosamente y desde el comienzo de su natural capacidad generativa,
como acontece cuando el hombre hace uso de los llamados "preservativos".
En tal caso la doctrina moral exige por parte de la esposa una decidida
resistencia también física, de la cual puede desistir solo para evitar
un mal muy grave. Padecería entonces la acción inmoral, pasivamente sin
ninguna participación voluntaria ni en el acto ni en el deleite físico que
podría derivar.
En tales circunstancias, en efecto, se trataría de
un acto radicalmente inmoral al que no se puede voluntariamente ni
cooperar, ni participar. Sin embargo puede subyacer a esto para evitar un
mal gravísimo, sea físico sea moral (por ejemplo, una seria amenaza de
abandono o de adulterio permanente). Pero también en ese caso el comportamiento
de la esposa debería ser pasivo, como cuando se padece una violencia, a la que,
por razones muy graves no se puede oponer resistencia.
Tentación de recurrir a la nulidad del matrimonio
Una última observación la
quisiera dedicar a la fácil tentación de recurrir al proceso de nulidad
del matrimonio. Si el noviazgo no ha sido vivido seriamente y quizá detrás
de la euforia de los sentidos no se hayan preparado cristianamente al gran paso
del matrimonio, que implica todo si mismo y toda la vida, frente a las
inevitables dificultades que antes o después se manifiestan en el aceptar
al otro por lo que es, también con sus defectos y pecados, se dan casos en que
los jóvenes esposos ponen en discusión la validez de su propio
matrimonio y dicen querer someter a la Iglesia (a un Tribunal
Eclesiástico) la propia situación en la esperanza de una futura declaración
de nulidad del matrimonio.
A la luz de los discursos del
Papa Juan Pablo II a la Sacra Rota en los últimos años, aparece de forma muy clara que ésta es una
tentación, y en la mayoría de los casos, así tiene que ser considerada.
La Iglesia, en casos gravísimos en los que está en peligro la
incolumidad física de uno de les cónyuges o de los hijos, admite la
posibilidad de una separación, pero tomando esta como una medida temporal,
hasta que no cese la situación de amenaza, y siempre que el cónyuge amenazado
mantenga la disposición y el deseo de recomponer en cuanto sea posible la
unidad familiar.
Para otras situaciones, hasta en el caso de
la presencia de algunos elementos que se considera invaliden el matrimonio,
sobre todo cuando se trata de un matrimonio con hijos, o ya llevan casados
muchos años, el Papa presenta la posibilidad de convalidar el matrimonio.
El verdadero problema, como dijo más veces el Papa
Juan Pablo II, es que "quien no toma su cruz no puede ser mi
discípulo". Sin una visión de fe de la cruz gloriosa en Cristo Jesús, no
hay, verdadero amor[82]. Y si se piensa que descargando la cruz de
un matrimonio se sea más libres para afrontar otro matrimonio, bien pronto se
darán cuenta del engaño del demonio, porque aunque en formas distintas se
volverá a proponer nuevamente la cruz[83].
EL NOVIAZGO
Como habíamos expuesto en la Convivencia de
principio de curso de 1997, presentando el Documento del Pontificio Consejo
para la Familia "Sexualidad humana: verdad y significado[84]"
incumbe en primer lugar a los padres el derecho-deber de transmitir la fe a
sus propios hijos, derecho y deber que no pueden ser delegados a otros
(Estado o Iglesia), que pueden desarrollar un papel de subsidiariedad. En el
documento mencionado se habla cómo la primera educación sexual se da dentro de
la familia, sobre todo por el testimonio de los padres, por el clima de mutuo
respeto, también en la práctica de un sano pudor tanto en el vestir como
- en la forma de portarse y en la visión de espectáculos en la
televisión. El padre y la madre, sobre todo en el tiempo de la adolescencia
ayudarán a los hijos o a las hijas a asumir su propia sexualidad a la luz del
plan del amor de Dios. Es en el seno de la familia_ cristiana que
nace y madura la vocación al matrimonio o a la vida consagrada.
Los padres ayudarán a sus hijos a discernir la propia vocación y a
prepararse para responder con generosidad a la llamada de Dios.
Se trata de una verdadera elección de vocación. Es necesario
prepararse al estado conyugal, a su misión. Son muchas las iniciativas que se
toman en todas las Iglesias.. Pensemos, por ejemplo, en los cursillos de
preparación al matrimonio. Sin embargo estos por sí solos no son suficientes.
¿Os acordáis lo que decía Sto. Tomás de Aquino? Él comparaba las dos las dos
vocaciones, la sacerdotal y la conyugal. Ahora como vosotros sabéis, la
preparación al sacerdocio es larga. .¿Y la preparación al matrimonio?
¿Puede reducirse a cuatro o cinco encuentros? Es necesaria una profunda
preparación espiritual hecha de oración, de prolongada meditación sobre la gran
doctrina cristiana del matrimonio.
El
matrimonio es algo muy serio[85],
de lo que depende en larga medida la felicidad de la propia existencia.
Descubrir
la propia vocación[86]
Existen en la Iglesia dos sacramentos que son muy parecidos
entre ellos: el sacramento del Orden y el sacramento del Matrimonio.
Éstos, en efecto, consagran a los que los reciben a una vocación, a una misión,
a una tarea en la Iglesia y para la Iglesia. ¿Qué tarea, qué misión? El don
de la vida: ésta es la maravillosa misión tanto del sacerdote como de los
esposos. La diferencia es la siguiente: el sacerdote dona la vida
espiritual; los padres tanto la vida física como la vida espiritual. Existe
así una vocación sacerdotal y una vocación conyugal; existe una misión
sacerdotal y una misión conyugal; existe un estado sacerdotal en la Iglesia y
un estado conyugal. La Iglesia se construye sobre la base de estos dos
sacramentos y de estas dos misiones[87].
Así
decía el gran teólogo Sto. Tomás:
"Hay algunos que engendran y conservan la vida
espiritual (de los fieles) mediante una tarea (ministerio) solamente
espiritual: esto compete a quien ha recibido el sacramento del orden. Hay
algunos que engendran y conservan la vida espiritual a través de una tarea
física y espiritual. Esto compete a quien ha recibido el sacramento dei
matrimonio, mediante el cual el hombre y la mujer se unen para engendrar los
hijos y educarlos al culto de Dios" (Contra
Gentes N, 58, 3974).
Descubrir a la mujer o al hombre que Dios ha designado para ti: Dios
intermediario (Tobías)
La cosa más importante, para aquellos que sienten la
llamada al matrimonio, es buscar, pedir a Dios encontrar y desposar a aquella o
aquel que Él mismo ha preparado ara nosotros: hacer de Dios el mediador de
nuestro matrimonio, como dice S. Juan Crisóstomo[88].
"El noviazgo es el tiempo del «discernimiento»
en este sentido rigurosamente teológico: discernir la voluntad de Dios acerca
de la mujer/hombre que Dios quiere donarme como esposa/esposo.
"Ya que el sacramento es celebración que
concierne a personas concretas, es Dios mismo el que une a Juan y a María,
a Pedro y a Marta... es decir, es Dios mismo que mediante los santos signos
sacramentales entrega María a Juan y, recíprocamente, Pedro a Marta. Y sólo
Dios puede realizar en raíz tal don, ya que - como enseña Pablo - no
nos pertenecemos a nosotros. mismos. María, Marta, Juan... asienten
para ser donados (consentimiento matrimonial). Pienso que lo que dijo Jesús
«lo que dios ha unido...» haya que tomarlo en toda la verdad de lo que dice: el
vínculo conyugal está puesto en ser por el Padre mismo mediante el signo
sacramental, siempre - suppositis supponendis
- eficaz. Es ésta la razón más profunda de la fidelidad e
indisolubilidad matrimonial" (Mons. Carlo Caffarra).
El matrimonio de Tobías y Sara: paradigma del noviazgo y del
matrimonio cristiano
Quisiera dedicar a los jóvenes novios que se
preparan seriamente al matrimonio dentro de las comunidades neocatecumenales,
estas páginas que resumen el Cantar de los Cantares y el matrimonio de Tobías y
Sara, para que puedan vivir y transmitir la belleza del amor vivido en el
Señor.
En primer lugar hago notar cómo en varios personajes
bíblicos se ve claramente que es el Señor mismo el que prepara los
matrimonios: Isaac dejará a su padre Abraham, anciano, y acompañado por el
siervo fiel irá al encuentro de Raquel que será su esposa. Después Jacob
será enviado por su madre a buscar a la mujer que Dios había preparado para
él entre las hijas de su tío Labán. También Isaac deberá dejar su casa, para casarse
finalmente con la mujer que Dios había designado para él: Lía.
En el libro de Tobías es un ángel el que lo guía por
el camino para encontrar su esposa, la que Dios le había preparado:
"El matrimonio de Tobías y Sara nos muestra
cómo la pureza del corazón ,, la actitud de castidad pueden -por medio
de la gracia de Dios- hacer el amor de los esposos "más fuerte que la
muerte. El matrimonio de Tobías y de Sara constituye así una esperanza para
el hombre histórico, es decir, para el hombre sometido al reinado de la
concupiscencia: la gracia de Dios triunfa sobre el pecado y sobre la muerte.
En este sentido, este matrimonio es una anticipación de la Redención del
cuerpo llevada a cabo por Cristo.
Recordemos esta historia. El ángel Rafael,
que todavía no se ha revelado como tal, -conduce a Tobías, a casa de
Ragüel, cuya hija única, Sara, ya se ha casado siete - veces. En
cada una de ellas ha muerto el marido en la noche de bodas, antes incluso de
haber consumado el matrimonio, por acción de un demonio maligno, Asmodeo. Llega
Tobías y el ángel le aconseja que pida a Sara en matrimonio. En virtud
de la ley de Moisés, él es el único, en virtud de los vínculos de parentesco,
al que normalmente puede conceder Ragüel a su hija única. Por honestidad, Ragüel
le - --dice lo que ha pasado en los precedentes matrimonios... Pero Tobías pide
una respuesta rápida, antes de la noche. Ragüel concluye el contrato de
matrimonio y, durante la fiesta, manda cavar una tumba a sus criados por si
hiciera falta... Conducen a Tobías y a Sara a la cámara nupcial. Les dejan.
Siguiendo los consejos del ángel Rafael, Tobías invita a Sara a que se
levante y ore con el. Se vuelven a acostar y ¡todo sale bien durante el
resto de la noche de bodas! Ragüel hace que vuelvan a tapar la tumba...
¿Por qué ha escapado Tobías de la muerte? Juan Pablo II muestra que toda la explicación
está contenida en la oración que hacen Tobías y Sara. Como en el Cantar de
los cantares, esta oración forma parte de las lecturas propuestas para la
celebración de las misas de matrimonio. Hela aquí:
“Bendito seas, Dios de nuestros padres, y bendito
sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Bendígante los cielos y tu
creación entera, por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste a
Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de
los hombres. Tú mismo dijiste: No es bueno que el hombre se halle solo;
hagámosle una ayuda semejante a él. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo
impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar
juntos a nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: amén, amén` (Tb 8, 58).
Tobías y Sara invocan el principio y el proyecto de
Dios sobre el hombre y la mujer. Recuerdan a Dios la intención que tenía cuando
creó al hombre y a la mujer. Tobías quiere unirse a Sara para alabar a Dios
y cumplir su vocación, no por concupiscencia. Mediante esta oración se
insertas, por consiguiente, en la filiación del principio y, en virtud de ello,
escapan de la muerte. Como recuerda Juan Pablo II, en el Cantar de los cantares
se encuentran estas palabras de los esposos: "Te amo, mi amada, te amaré
hasta mi muerte"; en la oración de Tobías aparece la manifestación de un
amor que, establecido en la pureza del corazón, es fuerte como la muerte
-porque está fundado en la pureza del corazón-, resiste a las potencias de la
muerte. Esta oración nos introduce en lo que puede aportar la gracia del
sacramento del matrimonio para combatir, en la intimidad misma del corazón
del hombre y de la mujer, los efectos deletéreos del pecado. "La
oración de Tobías (Tb 8, 5-8), dice el Papa, que es, ante todo, plegaria de
alabanza y de acción de gracias, luego de
súplica, coloca el 'lenguaje del cuerpo' en el terreno de los términos
esenciales de la "Teología del cuerpo"[89].
Algunos consejos de S. Juan
Crisóstomo sobre la elección de la mujer (y el marido)
¿Estás dispuesto a aceptar los defectos y pecados
del otro?
"Por eso exhorto y aconsejo a los que van a
tomar esposa que acudan al beato Pablo, que tengan un exacto conocimiento de
las leyes sobre el matrimonio establecidas por él y, habiéndose enterado en
primer lugar de qué ordena hacer cuando la mujer es mala y engañosa,
dada a la vino, injuriosa, llena de insensatez o tiene por ventura cualquier
otro defecto similar, que discurran en consecuencia acerca del
matrimonio.
Si ves que Pablo te otorga libertad para repudiarla tras descubrir uno solo de esos defectos, y de meter en casa a
otra, quédate tranquilo en la idea de que estás libre de todo peligro. Si
no te lo permite, sino que ordena, salvo fornicación, resignarse con la que
tiene todos los demás defectos y mantenerla en casa, hazte fuerte así, pensando
que habrás de soportar todo tipo de maldades por parte de. tu mujer. Si
esto es penoso e insoportable, haz todo lo posible y afánate
por tomar una esposa honesta, bondadosa y dócil, sabiendo que es
inevitable que obtengas una de las dos situaciones: si te casas con una
mujer mala o soportas sus molestias o, si te es desagradable, te haces reo
de adulterio al repudiarla. Porque dice: "El que repudia a su
mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case
con una repudiada comete adulterio
Si antes de la boda hemos
recapacitado bien estas cosas y conocemos estas leyes, pondremos
mucho cuidado en tomar una esposa que desde el principio armonice
y cuadre con nuestras costumbres. Al tomar una semejante no cosechamos este
fruto solamente, que nunca la repudiaremos, sino que incluso llegaremos a
amarla con poderosa vehemencia y tan grande como Pablo ha ordenado. En efecto,
después de decir. "Maridos, amad a vuestras mujeres", no se quedó
aquí solamente, sino que también nos dio la medida del amor: "Como Cristo
amó a la Iglesia." ¿Y cómo -dime- la amó Cristo? "Que se entregó a sí
mismo por ella». Por tanto, aunque tengas que morir por la esposa, no titubearás. Porque si el Señor amó a su sierva tanto,
hasta el punto de entregarse incluso por ella, con mucha más razón has de
amar tú así a la que es sierva contigo (Juan Crisóstomo, Sobre el matrimonio único, Ciudad Nueva,
pp. 102-103).
No te dejes engañar por la belleza exterior, busca
la interior
"No la alabes a causa de su hermosura.
Es propio de almas intemperantes tanto la alabanza como el odio al que me acabo
de referir como el amor mismo. Busca la belleza del alma; imita al Esposo de
la Iglesia.
La belleza física está llena de arrogancia y presunción; también
arroja en brazos de los celos y, a menudo, te hace abrigar sospechas absurdas.
Pero ¿encierra placer? Hasta pasado el primer mes o
el segundo o, a lo sumo, un año, el
resto del tiempo ya no, sino que la costumbre apaga la admiración. Permanecen,
sin embargo, los males que son consecuencia de la belleza: el orgullo,
la presunción y la arrogancia.
En el caso de la que no es de tal manera no se da
nada semejante. Pero el amor que empieza de forma conveniente permanece con
fuerza porque nace de la belleza del alma y no del cuerpo.
Si sobreviene una enfermedad, inmediatamente echa
todo a volar. En la mujer busquemos bondad, modestia, mesura. Éstos
son signos de belleza. No busquemos, sin embargo, la belleza del cuerpo ni le
hagamos reproches por cosas que no están en su poder; más bien, ni le hagamos
reproche alguno (pues es de osados) ni sintamos disgusto ni nos irritemos.
¿Es que no veis cuántos que vivieron con bellas
mujeres echaron su vida por tierra de forma lamentable? ¿Y cuántos con
mujeres no muy hermosas llegaron, en medio de una gran dicha, a la extrema
vejez? Limpiemos la suciedad interior, arranquemos las imperfecciones de
dentro, hagamos desaparecer las manchas del alma. Tal es la belleza que Dios
desea. Para Dios, no para nosotros, hemos de hacerla hermosa. No busquemos las
riquezas ni la nobleza exterior, sino la nobleza del alma”[90].
Prejuicios engañosos:
"¡Casémonos; si después no funciona, existe el divorcio y cada
cual vuelve a ser libre!"
Hoy día, a menudo, se presenta en los jóvenes un
gravísimo error que, si penetra en su espíritu, les impide cualquier seria preparación
al matrimonio. Este error, normalmente, se formula en su mente de esta
manera: "no nos preocupemos más de lo debido; casémonos; si después no funciona, existe el divorcio y cada cual
vuelve a ser libre". Ésta actitud es hoy muy difundida. Y es
espantosamente dañina. Se trata de una de las más graves desgracias
espirituales en las que pueda caer un joven. ¿Por qué? Por que sería más justo
decir que quién no se prepara así al matrimonio puede estar seguro que
su (seudo-) matrimonio construido de tal guisa fracasará ciertamente. ¿Por cuáles
razones? Por una:. porque los dos jamás deciden casarse, sino que
deciden simplemente convivir haciendo uso el uno del otro. Es una suerte
de contrato con el que se concede al otro
el uso de su propia persona mientras que tal uso pueda procurar placer
o bienestar psíquico. Nos encontramos frente a la actitud más
anti-conyugal que exista... Por esta razón quien se prepara al matrimonió
pensando que, en fin, "si después las cosas no funcionan, existe el
divorcio", pone las bases y las premisas para un fracaso seguro.
Las "uniones libres"
Pero existe hoy también otro hecho que impide una
seria preparación al matrimonio. Es el fenómeno de las llamadas "uniones
libres". Los dos jóvenes deciden convivir como si fueran esposos,
pero sin ningún acto público ni religioso, ni civil: se trata de un hecho
que atañe exclusivamente a los dos.
En la raíz de este hecho, que sobre todo en las grandes ciudades se va
difundiendo cada vez más, hay una experiencia de la propia libertad, del
propio amor, que se ha corrompido completamente. Y esto puede verse
desde dos puntos de vista.
El amor conyugal no es un hecho que concierne sólo a
dos individuos. El amor conyugal es una
experiencia en la cual la persona misma del hombre y de la mujer está
plenamente implicada. Ahora bien, la persona no es un individuo aislado: es
en la comunidad en que vive. Su amor no es solamente un asunto de ellos: es
un evento en el cual se realiza también el bien de la comunidad.
Descubrimos así la verdadera raíz de este
fenómeno de las uniones "libres": el individualismo. La libre
convivencia es simplemente la suma de dos individuos. ¿Y qué es, en qué
consiste el individualismo? Es aquel uso de la propia libertad en la cual el
sujeto hace lo que le da la gana, estableciendo él mismo la verdad de lo que
le gusta o se le antoja útil. No admite que alguien más quiera o exija algo
de él en nombre de una exigencia
objetiva. La estima hacia el matrimonio, y, por ende, la conciencia de
la necesidad de prepararse seriamente, disminuye al instaurarse tales
uniones libres.
El tiempo del noviazgo no es sólo preparación al
Matrimonio, sino también a la Familia
Hemos hablado largo y tendido de la sublimidad de
la vocación y de la misión de donar la vida a una nueva persona humana, a
través de la generación y de la educación. Tal sublimidad nos advierte
acercó de cómo los novios deben prepararse profundamente: engendrar y
educar a una persona humana es la obra más grande que se pueda acometer.
Es mucho más grande que construir la cúpula de S. Pedro. Ésta acabará como
todas las cosas de este mundo. La persona humana no acabará nunca,
porque ella no pertenece a este mundo. Pertenece a la eternidad de Dios.
¿Pero, cómo prepararse?
Saber qué significa casarse
Saber qué significa casarse. Es la base de todo. ¿Cuántos jóvenes hoy se casan,
conociendo verdaderamente la grandeza, la dignidad, la belleza y
consecuentemente la responsabilidad de la vida conyugal? La raíz de
nuestra libertad está en el conocimiento de la verdad: el ignorante no es
libre. ¿Qué clase de libertad, en el sentido más profundo del término, está
presente en quien se casa, sin saber verdaderamente qué es el matrimonio? Luego
se dice: "si lo hubiese sabido...". Es entonces que se hace
necesario anteponer al matrimonio una verdadera, prolongada catequesis
sobre el matrimonio. Es cierto, que por doquier en Italia (y en España) se
hacen los cursillos prematrimoniales. La participación en éstos es necesaria,
pero no es suficiente. La reflexión profunda` sobre el matrimonio exige tiempo
y calma. La realidad del matrimonio es una realidad santa, es un sacramento.
Sólo el Señor puede introducirnos en su comprensión. La primera preparación al matrimonio consiste en la
oración, la plegaria al Espíritu para
que haga penetrar en el corazón de los novios la Verdad del matrimonio
cristiano.
La preparación es cosa de dos. confrontar su idea de
matrimonio
Ya que la preparación al matrimonio atañe a los
dos, es necesario que éste descubrimiento de la vocación matrimonial se
haga conjuntamente. Los dos novios deben confrontar su idea de
matrimonio. En las cuestiones esenciales tiene que haber un acuerdo
si no es mejor dejarlo. ¿Cuáles cuestiones fundamentales? Las siguientes: la indisolubilidad
del vínculo conyugal y por tanto la exclusión en todo caso del divorcio; el número
de los hijos y su educación, sobre todo por lo que concierne a su educación
religiosa. La manera de realizar la procreación responsable, excluyendo la
contracepción. Como veis, es necesaria una profunda confianza entre los dos
novios, fundada en un gran respeto mutuo.
Adquirir las cualidades (las virtudes) espirituales
necesarias para vivir la vida conyugal
Adquirir las cualidades (las virtudes) espirituales
necesarias para vivir la vida conyugal. No es suficiente con saber qué es el
matrimonio; es necesario disponerse profundamente a vivirlo. Existen unas
virtudes que son absolutamente necesarias para la vida de los esposos:
el amor conyugal, la castidad, la humildad, por ejemplo.
Los dos novios deben darse cuenta de la necesidad de
corregir muchos de sus defectos. Deben ayudarse mutuamente. La corrección
recíproca es un acto de profundo amor.
Pero lo más importante es la educación al verdadero amor mutuo. Es el
punto nuclear de todo verdadero noviazgo. Aprender a amarse es la más
sublime de las ciencias. Es la ciencia de los santos. ¿Pero, cómo se aprende
a amar? Dios se hizo hombre para decirnos que Él es amor y para enseñarnos qué
significa amar.
"El no tuvo en consideración su ser Dios: se
despojó de su gloria y la escondió en la humildad de nuestra carne. El no
quiso complacerse a sí mismo: asumió nuestras miserias, hasta el fondo. ¡Qué
humildad, qué respeto profundo para cada uno de nosotros! Es en la
contemplación continua de este amor que los novios aprenderán qué significa
amar... Escuchemos qué dice S. Agustín: "Tú oyes a Cristo que dice:
"mi carga es ligera" ...Toma ésta carga; no te aplastará, te
aliviará; será para ti unas alas que antes no tenías... Una de las alas es:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente" (Mt. 22,37)[91]. No
te quedes, sin embargo, con una sola ala, porque, si te imaginas tener una
sola, ni aun ésa tienes. La segunda ala es: "Amarás a tu prójimo como a
ti mismo" (Mt. 22, 39). Porque si no amas al hermano al que ves, ¿cómo
podrás amar a Dios, a quien no ves? Añade esta ala a la otra y así podrás
volar" (S. Agustín, Sermo 68, 13).
Ciertamente el amor exige la renuncia al
propio egoísmo: éste es el verdadero esfuerzo que tenemos que hacer.
Castidad y virginidad: la mejor preparación al
matrimonio
El que habla de amor entre los novios, piensa
también en el problema de las relaciones sexuales durante el noviazgo.
Se trata de un punto muy importante.
La relación sexual entre un hombre y una mujer es un
acto muy serio y muy grande: no es un juego. Esta lleva inscrita en sí
misma un significado muy profundo. ¿Cuál? Esta dice donación
completa de sí mismo: es el lenguaje del don de la propia persona y de la
acogida de la donación que hace el otro. La donación completa es siempre
también definitiva. El gesto sexual implica y confirma un vínculo indisoluble
entre las dos personas, es decir el matrimonio. Ahí ésta el porqué, solo en
el matrimonio, aquel gesto es verdaderamente humano: realizado por los
novios es como una especie de mentira que se dicen recíprocamente.
Pero hay una razón todavía más profunda que solo la fe puede percibir. Dice
S. .Pablo': "vosotros no os pertenecéis, habéis sido comprados... glorificad
a Dios en vuestro cuerpo". ¿Esto qué significa? Nosotros no nos
pertenecemos: la novia no se pertenece a sí misma; el novio no se pertenece a sí mismo: son del
Señor. Ahora bien ¿se puede entregar lo que no se posee? El Señor hace entrega de la
novia al novio precisamente en el matrimonio: el matrimonio es éste don
hecho por Dios mismo. Antes es algo ilegítimo. Es como el querer unir lo
que Dios todavía tiene dividido, así como después del matrimonio, querer
separar lo que Dios ha unido. ¡Éste misterio - exclama S. Pablo - es grande!
Durante el noviazgo es necesario, pues, educarnos en este
autodominio que está hecho de respeto hacia el otro.
Los novios deben ser ayudados y deben dejarse ayudar
Según vemos, la preparación al
matrimonio es algo muy grande. Los novios tienen que ser ayudados, deben
dejarse guiar. Es importante la ayuda de los propios padres que vivieron
anteriormente el noviazgo, la ayuda de la propia comunidad viviendo más
intensamente y juntos el Camino (Celebración de la Palabra, la Eucaristía, el
Sacramento de la Penitencia, los pasos...), la ayuda y la guía de los
catequistas y del Presbítero para poder discernir con paz y serenidad la
voluntad de Dios.
Por esto el hombre abandona a su
padre y a su madre y se une a su mujer (Génesis 2, 21-24)
Como Abraham fue llamado a dejar su tierra, el parentesco, para seguir la
voz del Señor en vista al cumplimiento de la promesa, de modo análogo todo
cristiano, pero sobre todo cada novio que se prepara al paso del
matrimonio está llamado ha realizar esta separación del padre y de la madre.
Esta decisión y actitud no concierne sólo al hijo respecto a sus padres
(romper el cordón umbilical con la madre), a su casa, sino también a los
padres, especialmente a la madre respecto al hijo. Si no se da este corte,
como bien sabemos, las dificultades del nuevo matrimonio y de la nueva familia
serán muchas. El hijo se encontrará dividido entre el afecto hacia su madre
y hacia su mujer, suscitando celos, incomprensiones. También aquí se
realiza la palabra de Jesús: el que no odia a su padre y a su madre, hasta la
propia vida, no puede ser mi discípulo.
APÉNDICE
La homosexualidad según el Magisterio
En primer lugar, hay que decir
que la Iglesia rechaza "etiquetar" de manera seductiva a la
persona exclusivamente a partir de su orientación sexual: antes de ser
"heterosexual", todo hombre es creatura y, por gracia, hijo de
Dios y heredero de la vida eterna. Lo cual confiere a todos una gran dignidad
ante Dios y ante el prójimo.
Pero, la Iglesia es también
consciente que, en profundidad, cada persona está marcada por aquella debilidad
que es consecuencia del pecado original y que puede desembocar en la pérdida
del sentido de Dios y del hombre y tener repercusiones en la esfera de la
sexualidad.
Por lo que concierne a la
homosexualidad, el Magisterio invita a
distinguir la tendencia homosexual de los actos y del comportamiento homosexual,
aclarando que la tendencia en sí no es pecado y requiere por parte de
los pastores y de los formadores un acompañamiento prudente y sabio. La
inclinación homosexual va considerada más bien como una tendencia
objetivamente desordenada. Tal elemento de desorden puede depender de
circunstancias que reducen enormemente la conciencia del individuo, pero
también de elecciones equivocadas que pueden acrecentarla.
La Iglesia, al fin, precisamente
en nombre de su atención al hombre, rechaza leer la tendencia homosexual como
si fuera el resultado de una elección no deliberada, como si la persona no
tuviera alternativas, subrayando que también en las personas con tendencia
homosexual debe ser reconocida aquella libertad fundamental que
caracteriza a la persona humana y le confiere su particular dignidad[92].
Podríamos sintetizarla actitud
de la Iglesia Católica en estos términos: por un lado el respeto y la
atención a la persona que experimenta la tendencia y la pulsión homosexual,
por otro la desaprobación del comportamiento y de los actos homosexuales.
Los PACS en Italia[93]
Desde hace alrededor de un año se discuten en
distintas sedes institucionales unas propuestas de ley para introducir también
en Italia el instituto del PACS (Pacto Civil de Solidaridad) sobre el
ejemplo de la análoga disposición introducida en Francia, definida por la
Conferencia Episcopal Francesa en 1998 "una ley inútil y dañina".
Se trata de contratos para regular las relaciones de convivencia hetero y
homosexuales, también esporádicas, -para hacer posible que se acerquen o
sustituyan el matrimonio bajo el perfil de la tutela jurídica.
En particular, el Pacto Civil de Solidaridad
haría posible que a las convivencias reguladas por este tipo de contrato se le
reconozcan algunos de los derechos típicos del
matrimonio (derechos de sucesión, comunión de bienes, asistencia
sanitaria, poderes de petición de interdicción, poderes decisorios en caso de
enfermedad, exenciones y facilidades relativas al servicio militar...) con
una extrema facilidad en la disolución del pacto.
La
propuesta de Ley
Aunque durante años, quizá por decenios, la cultura laicista italiana
haya criticado al matrimonio con el eslogan "no hay necesidad de un de
papel para quererse", ahora los activistas gays consideran como una
discriminación el hecho de que un hombre y una mujer se puedan casar, mientras
que las uniones homosexuales no gozan de ninguna forma de "tutela y
garantía". Siguiendo una estrategia ilustrada en el "manual"
After the ball, los
protagonistas de estos proyectos de ley declaran que no quieren atacar la
institución matrimonial, sino combatir una injusticia: "nosotros
no estamos combatiendo para erradicar la Familia: estamos combatiendo
por el derecho a ser Familia" (Kirk y Madsen, p. 380).
Para confirmar este ideal desinteresado, afirman que el PACS no
aventajaría solamente a los homosexuales, sino también a parejas de hecho,
amigos o personas que, "trabajando duro para llegar a fin de mes",
podrían sostenerse mutuamente desde el punto de vista económico.
En particular, el Pacto Civil de Solidaridad permitiría que a las
convivencias reguladas por este tipo de contrato se les reconozcan algunos
de los derechos típicos del matrimonio (derechos de sucesión, comunión de
bienes, asistencia sanitaria, poderes de petición de interdicción, poderes
decisorios en caso de enfermedad, exenciones y facilidades relativas al
servicio militar...) con una extrema facilidad en la disolución del pacto.
Motivaciones
pretensiosas
Las motivaciones aducidas para la Introducción de los PACS en Italia
aparecen decididamente pretensiosas: en Italia, en efecto están ya
presentes distintas leyes que regulan adecuadamente las parejas de hecho, por
ejemplo todo el conjunto de las normas del derecho privado; la ley
6/2004 para la asistencia hospitalaria; la posible constitución de pólizas
aseguradoras o escrituras privadas de un notario para las cuestiones
económicas y hereditarias.
La
verdadera finalidad de la propuesta de ley
La finalidad a la que miran los promotores de estas propuestas de ley
no consiste en un simple querer asegurar "una cualquier mínima forma de
tutela necesaria tendente a salvaguardar a los interesados de posibles efectos
existenciales catastróficos de eventos imprevistos", sino que implica una
filosofía de vida que produce en un primer momento una normalización de
la homosexualidad, y después un reconocimiento social a la relación
homosexual, que a su vez comporta en un futuro más o menos cercano, el
"matrimonio" para los homosexuales, y hasta la adopción.
Según encontramos escrito en el volumen Il movimiento gay in
Italia, "el punto verdadero es que las uniones civiles son un objetivo
simbólico formidable. Representan en efecto la legitimación de la identidad gay
y lésbica a través de una batalla de libertades como las emprendidas por el
divorcio o el aborto, que dispone de argumentos simples y convincentes: primero
entre todos la proclamación de un modelo normativo de homosexualidad
resuelto y alentador. Con la tarta en el horno y las cortinas en las ventanas,
según lo ha definido una voz maligna. El mensaje es más o menos el siguiente: los
gays no son individuos solos, mezquinos y neuróticos, sino personas
espléndidas, de fiar y equilibradas, tan responsables hasta el punto de
desear formar una familia. Con este look "afectivo" no exento
de riesgos de respetabilidad se apela a los sentimientos más profundos de la nación y se ve al alcancé de la
mano la meta de la normalidad" (Rossi Birilli, p. 212)
La voz del Magisterio:
La Congregación para la Doctrina de la Fe el 3 de
Junio de 2003 promulgó un documento titulado Consideraciones
acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas
homosexuales. En este documento se declara
expresamente que "la Iglesia enseña que el respeto hacia las personas
homosexuales no puede llevar de ningún modo a la aprobación del
comportamiento homosexual o al reconocimiento legal de las uniones
homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y
protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria
de la sociedad. Reconocer legalmente las uniones homosexuales o
equipararlas al matrimonio significaría no solo aprobar un comportamiento
desviador, con la consecuencia de convertirlo en modelo en la sociedad
actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al
patrimonio común de la humanidad".
Cuerpo, alma, espíritu: los tres componentes de la
persona humana, interactúan el uno sobre el otro
Hoy día lamentablemente ya no se habla de alma, del
elemento espiritual de nuestro ser personal, ha sido sustituida por la psique:
un componente psíquico que es sede del conocimiento, de la voluntad, de los
sentimientos. Ya no se habla de director espiritual, ya no se
recurre a la confesión, la interioridad de la persona está como perdida,
olvidada; empero, se recurre al psicólogo, o al psicoanalista, como si
en nosotros hubiese desaparecido toda forma de trascendencia, que a lo
mejor por ese poco que queda recurre a la magia, a la astrología, a la
hechicería, etc.
Para nosotros los cristianos, es
importante tener presentes las tres dimensiones de nuestra personalidad, que
Pablo llama "espíritu - alma - cuerpo" para poder comprender nosotros
mismos lo que nos pasa, a la luz de la Revelación.
Es en nuestro espíritu, al que la Biblia llama también "corazón",
la parte más íntima de nosotros mismos, la parte más secreta donde sólo el
Padre ve[94], o el santuario de la conciencia
donde escuchamos la voz de Dios[95] donde
el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios
(Rom. 8, 15-16), donde se decide nuestra vida: se da la verdadera y decisiva
batalla: el pecado que habitaba en nuestro corazón (por el pecado.
original) se nos quita por el Bautismo, aunque queda en nosotros el fomes
peccati, la inclinación a pecar, la concupiscencia[96].
Pero es allí también donde,
recibido mediante la Fe y el Bautismo, el Espíritu Santo es principio
interior de vida nueva que Dios da... Éste Espíritu, que es el Espíritu de
Cristo, hace al cristiano hijo de Dios y hace habitar a Cristo en su
corazón. Sustituyéndose al principio malo de la carne, el Espíritu llega
a ser en el hombre un principio de fe, de conocimiento sobrenatural, de
amor, de santificación, de conducta moral, de intrepidez apostólica, de
esperanza y de oración. Uniéndonos a Cristo, Él hace la unidad de su cuerpo[97].
Esta verdad: el Espíritu
Santo que habita en nosotros, es el fundamento sobre el que
el Papa Juan Pablo II fundamenta la vida moral, también sexual y
matrimonial. El Espíritu Santo hace posible lo que sería imposible a nuestras
solas fuerzas[98].
La vida nueva, la vida divina
en nosotros, en la medida que crece en nosotros, se fortifica siempre en un
diálogo de amor entre Dios y nuestro yo, en un intercambio de dones por parte
de Dios y de libre respuesta por parte nuestra, influye en las facultades
psíquicas de nuestra alma: la inteligencia es iluminada, la voluntad y el
corazón son alimentados por el amor a Dios y al prójimo. Y nuestro mismo
cuerpo saca beneficio cuando nuestro espíritu y nuestra alma están en
paz, viven abandonados a Dios. En algunos santos esta paz interior,
provocada por la amistad con Dios, traslucía también de sus rostros. Por eso a
los Santos, tradicionalmente, se les pinta con una luz que los envuelve,
que emana del espíritu y se transparenta en su cuerpo[99].
En particular el sufrimiento
físico (accidentes, enfermedades, vejez, soledad...) se convierte en un
banco de prueba para el espíritu: en tales situaciones, en efecto, nuestro
espíritu más profundo puede rebelarse contra Dios, blasfemando o
rebelándose, o encerrándose en un victimismo (complejo de víctima), llorando
constantemente sobre sí como si hubiera sido tratado injustamente por Dios o
por los demás, o, si la fe es firme, el Espíritu Santo inhabita en nuestro
corazón, sabiendo que "todo concurre al bien de los que aman a Dios"
(Roza. 8, 28), puede acoger el sufrimiento sometiéndose voluntariamente
a la mano de Dios, confiando que también este sufrimiento servirá para su propio bien y el de la Iglesia, para expiar sus propios
pecados, uniéndose a los sufrimientos de Cristo para la redención del mundo,
convirtiéndose así en ocasión de mayor cercanía e intimidad con el Señor.
Por eso Pablo, hablando de sus tribulaciones afirma: "mientras que nuestro
hombre exterior se va deshaciendo, el hombre interior se fortifica y crece en el amor de Dios”[100].
Por esta interacción
entre cuerpo, alma y espíritu se
comprende cómo la fornicación, las relaciones prematrimoniales o las
uniones libres sean engañosas, porque influyen profundamente en nuestra
psique y en nuestro espíritu. No es cierto, como constantemente predican l s medios de comunicación, que podemos usar de nuestro
cuerpo, de nuestra sexualidad como si estuvieran separados
de nuestro yo, con el que podemos jugar: en realidad, como dice S.
Pablo, quien asume estos comportamientos "peca contra su propio cuerpo[101]; es
decir, va contra sí mismo, contra el verdadero bien de la propia
persona.
[2] Ramón García Haro, Matrimonio e famiglia nei
documento del Magistero, Edizioni Ares 2000, pp. 56ss.
[3] Objetivo Chaire, "ABC per capire
!'omoswsualirá", Ed. Sant Paolo 2005 (Pequeño librito de 64
páginas, simple, claro, científico, recomendable para jóvenes y padres
para contrarrestar el actual bombardeo mediático contra la sexualidad, el
matrimonio y la familia cristiana).
[4] En 1884 Friedrich Engels (1829-1895), en
el ensayo "El origen de la familia, de la propiedad privada
y del Estado", sostiene que la esclavitud de la mujer empieza con la
institución de la familia monogámica fundada en la propiedad privada, ejercida
por
el varón cabeza de familia sobre sus bienes (entre ellos también la mujer), y
terminará con el fin de la propiedad privada misma. Esta visión la condivide Carlos
Marx que ve en la familia cristiana un obstáculo a combatir a fin de
realizar el comunismo.
[5] "Universalismo científico y politeísmo
neo-pagano explican la extrema facilidad con que una cultura andrógina
se está difundiendo cada vez más. Para esta cultura la diferencia sexual no
es, según afirma la psicología profunda, insuperable e indeducíble.
Al contrario llegará (y no demasiado tarde) el día en que todo hombre podrá
elegir a su gusto su propio sexo o pasar en el arco de la misma
existencia, del uno al otro sexo.
El otro, su cuerpo,
es reducido a pura máquina para tener encendido el fuego del placer.
Sobre todo la mujer, en su ser símbolo eminente del Otro, es abolida. La
afección... es tratada como una enfermedad mortal de la que no se puede
defender. El resultado es un desmoronamiento radical de la esfera del amor
y un aturdimiento del misterio nupcial. Angelo Scola, "Uomo e donna
oggi, en Renzo Bobetti (Ed.), la reciprocità uomo; donna, vita di spiritualità
coniugale e familiare" Editrice Città Nuova, 2001.
[6] Comisión Teológica
Internacional, "Comunión y servicio", Editrice
Vaticana 2005. Este estudio de la Comisión Teológica Internacional, que recoge
el trabajo desarrollado entre el 2000 y el 2002, fue aprobado por la
publicación el 23 de Julio del 2004 por el Cardenal J. Ratzinger, entonces
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe.
[7] ¿En qué sentido el hombre ha sido creado a
«imagen de Dios»? El hombre es creado a imagen de Dios en el sentido en
que es capaz de conocer y de amar, en la libertad, a su propio Creador.
Es la sola criatura, en esta tierra, que Dios quiso por sí misma y que llamó a
compartir, en el conocimiento y en el amor, su vida divina. Él, en cuanto
creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es un algo, sino
alguien, capaz de conocerse, de donarse libremente y de entrar en comunión con
Dios y con las demás personas (Compendio CEC. 66).
La persona humana es un
ser al mismo tiempo corpóreo y espiritual En el hombre el espíritu y la materia
forman una única naturaleza. Esta unidad es tan profunda que, gracias al
principio espiritual que es el alma, el cuerpo, que es material, llega a ser un
cuerpo humano y viviente, y participa de la dignidad de imagen de Dios
(Compendio CEC. 69).
¿Quién dona el alma al
hombre?
El alma espiritual no
proviene de los padres, sino que es creada directamente por Dios, y es
inmortal. Separándose del cuerpo en el momento de la muerte, ella no perece; se
unirá nuevamente al cuerpo en el momento de la resurrección final (Compendio
CEC. 70).
Dios creó todo para el
hombre, pero el hombre ha sido creado para conocer, servir y amar a Dios. Para
ofrecerle en este mundo toda la creación en acción de gracias, y ser elevado a
la vida con Dios en el cielo. Solamente en el misterio del Verbo Encarnado
halla verdadera luz el misterio del hombre, predestinado a reproducir la imagen
del Hijo de Dios hecho hombre, que es la perfecta «imagen del Dios invisible» (Col.
1, 15) (Compendio CEC. 67)
Significa que el estado
definitivo del hombre no será sólo el alma espiritual separada del cuerpo, sino
que también nuestros cuerpos mortales un día recobrarán vida (Compendio CEC.
203).
¿Qué le pasa a nuestro
cuerpo y a nuestra alma, con la muerte?
Con la muerte,
separación del alma y del cuerpo, el cuerpo cae en la corrupción, mientras que
el alma, que es inmortal, va hacia el juicio de Dios y espera reunirse con el
cuerpo cuando, en el momento en que vuelva el Señor, resurgirá transformado.
Comprender cómo acontecerá la resurrección supera las posibilidades de nuestra
imaginación y de nuestro entendimiento (Compendio CEC. 205).
[11] George Weigel, Testigo de Esperan=, Biografía de
Juan Pablo 11, Ed. Plaza&Janés Editores, 1999, pp. 454-455
"Red" Don
Card. Wojtyla se ocupó de la pastoral de las parejas y de los novios desde el
comienzo de su ministerio. Dos años después de su llegada a San Florián, Don
Wojtyla crea un grupo juvenil que más adelante tomará el nombre de
Srodowisko, que podríamos traducir como "círculo", o, mejor
aún, como "Red". Ésta red estaba constituida por varios
grupos de apostolado a los que animaba Don Wojtyla. Aquella red estaba
compuesta por jóvenes, intelectuales, científicos, filósofos, teólogos,
parejas, casados, novios, y constituía una especie de unidad pastoral en
cuyo seno él ejercía un ministerio del todo particular y, para la época,
decididamente innovador-también para esto fue criticado , un ministerio de
escucha, consejo, acompañamiento.
El Srodowisko sería el
lugar de acción privilegiado y de experiencia pastoral de Karol Wojtyla
hasta su elección al pontificado.
[15] Yves Semen llama "procreativismo" a
la que Karol Wojtyla llama "rigorismo o utilitarismo", pero en el
fondo los contenidos coinciden. Cf. Karol Wojtyla, Amor
y responsabilidad, Ed. Plaza Janés,1999, p. 60.
[17] Yves Semen, La sexualidad según Juan Pablo
II, Desclée de Brouwer, 2005. Por falta de tiempo, los textos de este
libro están redactados con un formato distinto, al que se aplica sangría, y
se pueden consultar fácilmente por los títulos de los Capítulos y
Secciones respectivas.
[18] "Aquellos que buscan
el cumplimiento de la propia vocación humana y cristiana en el matrimonio, ante
todo son llamados a hacer de esta `teología
de
cuerpo', de
la que
encontramos el 'principio' en los primeros capítulos del
libro del Génesis, el contenido de su vida
y de
su comportamiento"
(Juan Pablo 11, Audiencia del 2 de Abril de 1950, § 5).
[20] Cf. Audiencia del 9 de Enero de 1990, 16 de
Enero de 1980, 30 de Enero de 1990 y 6 de Febrero de 1980.
Dios, que es amor y que creó al hombre por
amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en
el Matrimonio a una íntima comunión de vida y de amor recíproco, “así que ya no
son dos, sino una sola carne” (Mat 19,6). Bendiciéndoles, Dios les dijo: “sed
fecundos y multiplicaos” (Gen 1, 28) (Compendio CEC. 337).
¿Para qué fines ha
instituido Dios cl matrimonio?
La unión matrimonial del hombre y de
la mujer, fundada y estructurada con leyes propias por el Creador, por su
propia naturaleza está ordenada a la comunión y al bien de los cónyuges y a la
generación y educación de los hijos. La unión matrimonial, según el
originario diseño divino, es indisoluble, según afirma Jesucristo: "lo que
Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (1J c. 10, 9) (Compendio CEC.
338).
[28] "Después de la ruptura de la Alianza
originaria con Dios, el hombre y la mujer se encuentran entre ellos, en
vez de unidos, más divididos e incluso contrapuestos, a causa de su
masculinidad y feminidad (Audiencia del 18 de Junio de 1980, § 5).
[35] Arthur Schopenhauer, Essai sur les femmes, tr. fr. Actes
Sud 1987, p. 40. Hoy día se acusa a
la Iglesia
de sostener el "machismo" en perjuicio de la mujer: es interesante
conocer quién es',- verdaderamente en contra de In dignidad
de la mujer.
[39] Cf. Mt. 15, 19-20: "Porque del corazón
salen las intenciones malas, asesinatos,, adulterios, fornicaciones, robos,
falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre.
[41] El demonio nos amenaza
constantemente con los pensamientos: es fácil pasar del
"mirar" al "desear". Por eso la Iglesia ha
recomendado desde siempre rehuir las ocasiones de pecado, tales como los
espectáculos pornográficos o la frecuentación de ambientes equívocos y
provocadores. A eso se refiere el IX mandamiento: No codiciarás la mujer del
prójimo:
¿Qué exige el noveno
Mandamiento?
El noveno Mandamiento
pide vencer la concupiscencia carnal en los pensamientos y en los
deseos. La lucha contra tal concupiscencia pasa a través de la purificación del
corazón y la práctica de la virtud de la templanza. (Compendio CEC. 527)
¿Qué es lo que prohíbe
el noveno Mandamiento?
El noveno Mandamiento prohíbe
cultivar pensamientos y deseos prohibidas por el sexto Mandamiento.
(Compendio CEC. 528).
[42] "Si uno de tus miembros te es ocasión de
pecado, sácatelo y arrójalo de ti, según es mandado" (Cf. Mi. 5, 30). Y
más aún: "si tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo
de ti" (Mt. 5, 29; Me. 9, 47). Pero el hagiógrafo no te enseña a
destruir en realidad tus miembros: tú no tienes que aniquilar lo que Dios
creó, porque Él lo ha creado todo bien. El ojo jamás ha cometido adulterio,
porque este pecado no entra dentro de sus acciones; y tampoco la mano jamás ha
cometido un robo, porque ella es por su propia naturaleza falta de
inteligencia. Hay adúlteros ciegos y ladrones mancos; no pienses, por
eso, que la causa de los pecados esté en la mano o en el ojo. Sino que es
más bien tu espíritu el que ve algo y lo codicia; ¡es contra él que
tienes que combatir! Es la mala codicia lo que te estorba: arráncala de ti
y échala lejos: eso es lo que se te manda. El loco se corta los miembros pero,
con eso, no aleja el mal de sí. Una parte de su cuerpo de tal manera es
erradicada y echada, pero el pecado sigue activo en él. Los miembros obedecen a
tu alma cual dóciles discípulos, y configuran sus acciones según el modelo que
la misia les propone. ¡Combate contra tu alma! Lo exterior no es causa de
pecado en ti: es con el interior que tienes que sostener la batalla. ¡Recrimina
al hombre espiritual que está escondido en ti y dirige tu furor hacia el que se
oculta en ti, no hacia quien es visible en ti! (Isaac de Antioquia, Carmen
de poenitentia).
[48] En la nota a Rom. 5, 5: "Porque el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha
sido dado", la Biblia de Jerusalén escribe: "El Espíritu Santo de la
promesa... es sobre todo un principio interior de vida nueva que Dios da,
envía, suministra, derrama. Recibido por la fe y el bautismo, habita en el
cristiano, en su espíritu y aun en su cuerpo. Este Espíritu, que es el Espíritu
de Cristo, hace hijo de Dios al cristiano y hace habitar n Cristo er. su
corazón. Sustituyendo al principio malo de la carne, el Espíritu se hace en el
hombre principio de fe, de conocimiento sobrenatural, de amor, de
santificación, de conducta moral, de intrepidez apostólica, de esperanza
y de oración. No hay que extinguirlo, ni contristarlo. Uniéndonos con
Cristo, realiza la unidad de su Cuerpo".
Esta verdad: el Espíritu
Santo que habita en nosotros es el fundamento sobre el que el Papa Juan
Pablo II funda la vida moral, también sexual y matrimonial. El Espíritu
Santo hace posible lo que ser la imposible solamente para nuestras fuerzas.
[50] En muchos himnos a la Cruz Gloriosa se
la llama "lecho de amor", "Tálamo nupcial"
donde nos ha amado el Señor En la Misa en Latín, antes de la Comunión el
Celebrante todavía dice: "Dichosos los invitados a la cena del
Cordero".
[51] Es obvio que esta santificación en el
matrimonio es una obra que se da gradual y progresivamente en los fieles. Por
eso la pequeña Comunidad Cristiana sostiene y ayuda a los matrimonios en los
momentos de crisis, y en la celebración de la Palabra y de la Eucaristía, los
esposos encuentran alimento y sostén en la asimilación al amor de Cristo por la
Iglesia.
[59] "Ambos, el hombre y la mujer, al alejarse
de la concupiscencia, encuentran la dimensión de la libertad del don unida a la
feminidad y a la masculinidad, en la verdadera significación esponsal del
cuerpo. [...] Por esta vía, dice Juan Pablo II, la vida conyugal se vuelve en
cierto sentido litúrgica." (Audiencia del 4 de Julio de 1954, §§ 5 e 6).
[63] "En relación con las condiciones físicas,
económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en
práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una
familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en
el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún
tiempo o por tiempo indefinido. La paternidad responsable comporta sobre todo
una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios,
cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la
paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios
deberes para con Dios, para consigo memo, para con la familia y la sociedad, en
una justa jerarquía de valores. En la misión de transmitir la vida, los esposos
no quedan por tanto libres para proceder arbitrariamente, corno si ellos
pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a
seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creador de Dios,
manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y
constantemente enseñada por la Iglesia" (“Humanae Vitae”,10).
[71] Ibidem.
[72] La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados
marcados por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado. Pero el hombre,
Ilamado a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser
histórico que "se construye día a día con sus opciones numerosas y
libres; por esto él conoce, ama y realiza. el bien moral según las diversas
etapas de crecimiento" (CEC. 2343).
[76] CEC. 2335: "Cada uno de los sexos es, con
una dignidad igual, aunque de manera distinta, imagen del poder y de la teman
de Dios. La unión del hombre y de la mujer en
el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la
fecundidad del creador. "El hombre deja a su padre y a su madre y se une a
su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn 2, 24). De esta unión proceden
todas las generaciones humanas (cf Gn 4, 1-2.25.26; 5, 1)."
[77] CEC. 2351: "La lujuria
es
un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es
moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las
finalidades de procreación y de unión."
[78] CEC. 2362: "Los actos con los que los
esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y,
realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca
donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud" (GS
49, 2). La sexualidad es fuente de alegría y de agrado:
El Creador... estableció
que en esta función (de generación) los esposos experimentasen un placer y una
satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los espesos no hacen
nada malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador les
ha de .:ando. Si.. les esposos deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación (Pío XII,
discurso 29 octubre 1951).
[79] 79 Son muchos los textos de los
Padres sobre este argumento. Cito solamente a dos: uno de S. Juan Crisóstomo:
"La mujer que quiere practicar la continencia contra la voluntad del
marido no solo le priva de los premios que corresponden a la continencia,
sino que se hace también responsable de su fornicación, y es acusada aún
más que él. ¿Y por qué? Por que, privándole de la unión legítima, lo empuja al
precipicio de la lujuria" (Gregorio de Nisa/Juan Crisóstomo, La
virginidad, Ciudad Nueva, p. 235) Otro texto atribuido al Pseudo-Jerónimo:
"He oído decir, y he visto con mis propios ojos naufragar a muchos
matrimonios por haber ignorado que con la práctica de la castidad
se ha dado ocasión al adulterio; en efecto, mientras que uno se abstiene de
la relación legitima, el otro es empujado a unas relaciones ilícitas. Y no sé,
en tal caso, a quién acusar más gravemente, y quién es mayormente culpable, si
el marido que, rechazado por la mujer, comete fornicación, o la mujer que,
rechazando al marido, en un cierto sentido le ha constreñido a fornicar. El
sentido de la actitud de Pablo, respecto a este problema es éste: Que la
castidad sea practicada con la ponderada decisión de ambos cónyuges
o que de otra manera por parte de ambos se absuelva el común débito
conyugal". (Carta a Celancia, del Pseudo-Jerónimo; Cf. tb. S. Agustín en
Carta a Ecdicia: NBA M, pp.906-919).
[80] CCC 2367: Llamados a dar la vida, los esposos
participan del poder creador y de la paternidad de Dios (cf. Ef 3, 14; Mt 23,
9). "En el deber de transmitir la vida humana y educarla, que han de
considerar su misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del
amor de Dios Creador y en cierta manera sus
intérpretes, ellos. Por ello cumplirán su
tarea con responsabilidad humana y cristiana" (GS 50,2).
[81] Yves Semen, Op. Cit., pp. 115.
[82] Sacado de S. Juan Crisóstomo, L'unità delle Nozze, Ed. Cittá
nuova, 1984, pp. 93ss. Con un lenguaje moderno y existencial S. Juan
Crisóstomo, gran Catequeta del Catecumenado, habla con gran agudeza de los
varios aspectos del matrimonio. La lectura de sus escritos puede ayudar a
muchas parejas. Poco después el texto sigue así:
"Aunque tu mujer
haya pecado innumerables veces contra ti, perdónala y condónale todo.
Aunque te hayas casado con una que tenga un carácter difícil,
transformándola, dirígela hacia la bondad y la mansedumbre, como hizo
Cristo con la Iglesia. En efecto, no solo limpió su impureza, sino que ha
hecho desaparecer la vejez despojando al hombre viejo que estaba enteramente
formado por el pecado.
Haciendo además alusión
a esto, el mismo Pablo añadía: 'Para presentársela resplandeciente, la
Iglesia, a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga' Él no solo la hizo
bella, sino también joven, no según la naturaleza del cuerpo, sino según la
disposición de la voluntad. Y no solo esto es digno de admiración esto: Es
decir, habiéndola tomado deforme, fea, torpe y vieja se entregó a sí
mismo a la muerte, y así la ha transformado en una belleza irresistible.
Y también después de esto, aun viéndola sucia, manchada, no la echa, ni
se separa de ella, sino que se queda para curarla y para reformarla
Ahora bien, ¿cuántos - dime - después de haber abrazado su fe, han pecado?
¡Tampoco en este caso tuvo ninguna repugnancia hacia ellos!
[83] "Será suficiente recordar que tampoco el
matrimonio se escapa de la lógica de la Cruz de Cristo, que sí exige esfuerzo y
sacrificio y comporta también dolor y sufrimiento, pero no impide, en !a
aceptación de la voluntad de Dios, una plena y auténtica realización personal,
en la paz y serenidad del espíritu" (Discurso del Papa Juan Pablo II a la
Sacra Roan, Poma 2001).
[85] Los textos citados arriba sobre este tema están
sacados de: hayas. Carlo Caffarra, La preparazione al
matrimonio, www.clerus.org
[86] Ésta parte de la Catequesis está sacada de:
Mons. Carlo
Caffarra, La vocazione
coniugale, www.clerus.org/morale
[87] El Catecismo de la Iglesia Católica titula
el Capítulo tercero sobre los Sacramentos del Orden y del Matrimonio:
los sacramentos al servicio
de la comunión y de la misión (La traducción española pone:
los sacramentos al servicio
de la comunidad).
[88] "Cuando estás a punto de casarte, no
recurras a los hombres, ni a mujeres que sacan provechos... ¡refúgiate en Dios!
Él no se avergüenza de ser el mediador de tu matrimonio. El mismo, más bien, lo ha prometido, diciendo: “Buscad
primero el Reino de Dios y todas estas cosas se es darán por añadidura” (Mt 6,
33). Juan
Crisóstomo, L’unità delle Nozze,Città nuova, 1984, pp. 114.
[90] S. Juan Crisóstomo, Sobre la
Vanagloria. La educación de los hijos y el matrimonio. Ed. Ciudad Nueva 1997,
pp. 85-123. Óptimo texto para novios y parejas
[91] El amor a Dios con todo el corazón, permite amar
al otro (novio-novia, esposo-esposa) con un amor no idolátrico. Quien no
ama a Dios con todo el corazón tiende a hacer de su propio cónyuge un dios
según nos transmiten constantemente las películas de la televisión que hablan
de amor fatal, amor total, que, empero,
antes o después no se sustentan, y se tornan delusivos, se transforman
en frustración y tal vez en odio, porque un amor idolátrico hacia e!
otra no está fundado en la verdad, que antes o después, se impone.
[92] Según describe el librito Objetivo Chaire, Per
capire !a omosessualità (En castellano, Para comprender la
homosexualidad), en realidad los que sufren la homosexualidad son una
exigua minoría, la mayoría de los homosexuales llegan a ser tales o por el
ambiente o por la moda, y si ellos así lo quieren pueden salir de ella.
[94] "Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y,
después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu
Padre, que ve en lo secreto te recompensará" (Mt. 6, 6).
[95] "La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre,
en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella."
(CEC. 1776).
[96] No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias
temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las
fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así
como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o
"fomes peccati": "La concupiscencia, dejada para el combate,
no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la
gracia de Jesucristo. Antes bien `el que legítimamente luchare, será
coronado' (2 Tm 2, 5)". (CEC. 1264)
[97] "Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado." (Rom 5, 5).
[98] ¿Y de qué hombre se habla? ¿Del
hombre dominado por la concupiscencia, o del redimido por Cristo? Porque se
trata
de
esto: de la realidad de la redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto
significa que Él nos ha dado la posibilidad de realizar toda la verdad de
nuestro ser, ha liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia.
Y si él hombre redimido todavía peca, esto no se debe a la imperfección del
acto redentor de Cristo, sino a la voluntad del hombre de substraerse a la
gracia que brota de ese acto.
El mandamiento de Dios
ciertamente está proporcionado a las capacidades del hombre. pero a las
capacidades dei hombre a quien se ha dado el Espíritu Santo; el hombre que,
aunque caído en el pecado, puede obtener siempre el perdón y gozar de la
presencia del Espíritu." (Veritatis Splendor 103).
[99] Cito un solo un ejemplo. De S. Domingo, el 8 de
Agosto, el Breviario dice: "Y, como es norma constante que un corazón
alegre se refleja en la faz, su porte exterior, siempre gozoso y
afable, revelaba la placidez y armonía de su espíritu."
[100] Por eso no desfallecernos. Aun cuando
nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va
renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación en un momento nos
produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, a cuantos no
ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las
cosas visibles son pasajeras mas las invisibles son eternas". (2 Cor
4,16ss)
[101] Todo pecado
que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra
su propio cuerpo" (1 Cor 6, 18b).
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