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Bertrán de Garrigue, Santo |
Presbítero
Martirologio Romano: En el monasterio cisterciense de Boschette (o Vauluisant),
cerca de Orange, en la Provenza en Francia, memoria del
beato Bertrán (Bertrando) de Garrigues, presbítero, uno de los primeros
discípulos de santo Domingo y siempre fiel a sus consignas
(1230).
Fecha de beatificación: El 14 de julio de 1881, el
Papa León XIII confirmó su culto.
Tiempos de crisis y de profunda transformación social. El refinamiento
y la frivolidad de costumbres penetraron en Occidente con el
botín y las novedades importadas por los cruzados. Por otra
parte, se apreció una sensible disminución del espíritu de sumisión
y obediencia al Pontífice, como consecuencia natural de los ataques
de los emperadores. Estas contiendas y, sobre todo, las Cruzadas
agotaron los recursos de la Iglesia, que, sin embargo, sentía
las necesidades de una Europa a oscuras, impotente para soportar
la avalancha de las diversas invasiones de los pueblos bárbaros
y paganos.
El espectáculo era realmente desolador. Pero la reacción
no se hizo esperar. La vida monástica cobró una vitalidad
espléndida, insospechada. Aparte de las dos reformas benedictinas —cistercienses y
cartujos—, surgieron otras nuevas Ordenes y Congregaciones. Francisco de Asís
ha escuchado la llamada divina apremiante y, desposándose con la
pobreza, se ha lanzado por aldeas y ciudades predicando penitencia.
La misma llamada oyeron el obispo de Osma, Diego de
Acevedo, y Domingo de Guzmán al llegar en embajada de
paz a Tolosa. Dice el Beato Jordán de Sajonia, refiriéndose
a Domingo de Guzmán, que en cuanto advirtió que los
habitantes de aquel país habían caído en la herejía, llenóse
de compasión su pecho misericordioso, considerando las innumerables almas que
vivían engañadas". Fue entonces cuando, inflamados de caridad, marcharon a
Roma y expusieron a Inocencio III un amplio plan de
evangelización en tierra de cumanos, al que hubieron de renunciar
por indicación del Pontífice, que ordenó al santo obispo el
regreso a su diócesis para proseguir allí su gobierno y
la reforma del cabildo.
Obedientes y dóciles a los deseos
del Papa, Diego de Acevedo y Domingo de Guzmán emprendieron
su viaje de retorno a España sin sospechar la gran
sorpresa que la Providencia les reservaba en Montpellier y que
transformaría su retirada en marcha victoriosa.
Cuando llegaron a esta
ciudad, en la primavera de 1206, coincidieron con una asamblea
de obispos y abades cistercienses de la región, presidida por
un legado pontificio. Se hallaban reunidos para estudiar la grave
situación e iniciar una campaña definitiva contra la herejía. Solicitaron
el consejo del santo y prudente obispo de Osma y
las palabras de éste fueron una invitación a abrazar la
pobreza evangélica, comenzando por renunciar a toda ostentación y aparato.
Esta sería el arma más eficaz para combatir y acabar
con las críticas propagadas por las sectas. Y dando ejemplo
el santo obispo, puso por obra sus recomendaciones, despidiendo a
todo su séquito, quedándose en el Lanquedoc con Domingo de
Guzmán y un grupo de clérigos. Los abades repitieron la
escena y se reservaron tan sólo los libros imprescindibles para
el rezo y la controversia. La empresa había comenzado. Apiñados
alrededor del buen obispo de Osma, aquella primera expedición de
animosos apóstoles inició su ruta, saliendo de Montpellier hacia la
capital de la herejía. A pie, sin dinero, en voluntaria
pobreza, van predicando la fe católica. A su paso, los
herejes se inquietan y arrecian sus ataques. Pero la marcha
hasta Tolosa fue triunfal, ya que su presencia, sus discursos
y muchas veces sus milagros despertaron la conciencia de muchas
pobres gentes.
Embarcado en esta colosal obra de predicación y
apostolado permaneció el santo obispo de Osma hasta mediado el
año 1207. Pero comprendiendo que la ausencia de su diócesis
se había prolongado demasiado y temeroso de ser juzgado negligente
de su gobierno, decidió regresar a España, dejando al frente
de aquella empresa de evangelización a su querido subprior e
inseparable compañero Domingo de Guzmán. Los propósitos del obispo eran
visitar la diócesis y volver para dedicarse plenamente a esta
gran obra, soñando "ordenar en aquella región, con asentimiento del
Papa, algunos varones idóneos que se dedicasen a confutar errores
y a estar prontos para defender la verdad de la
fe". Pero la muerte puso fin a todos sus planes.
La Providencia había reservado la realización de aquellos ambiciosos proyectos
a Domingo de Guzmán y sus frailes, los hermanos predicadores...
La noticia de la muerte del santo obispo se difundió
rápidamente y, al conocerla los que con el habían quedado
en aquellas tierras de Tolosa, se volvieron a sus casas.
"Fray Domingo quedó solo allí en la brega de la
predicación. Algunos le siguieron algún tiempo." Pero inaccesible al desaliento,
prosiguió incansable su actividad apostólica.
Fue en esta época verdaderamente
heroica de Domingo de Guzmán cuando se asoció Bertrán de
Garriga, apellidado así por el lugar de su nacimiento, en
la diócesis de Nimes. Corazón generoso y alma noble, no
pudo menos de vibrar y sentirse contagiado por la santidad
y elocuencia de fray Domingo. Según afirma uno de sus
biógrafos, "fue escogido por la Providencia para llenar en el
corazón del bienaventurado Domingo el vacío que don Diego de
Acevedo había dejado". Desde entonces le vemos con frecuencia al
lado de fray Domingo, gozando de su más pura amistad
y apareciendo en las crónicas como compañero inseparable en muchos
de sus viajes, haciéndole partícipe en numerosos milagros. Imitador de
la santidad de fray Domingo, llegó a ser —en frase
de Bernardo Guidón— verdadera imagen de Domingo de Guzmán".
La
corrupción, las guerras y el desorden seguían estragando las costumbres
y minando la autoridad de la Iglesia. Los legados pontificios
presentaron a Inocencio III un informe de la situación, ante
el cual, viendo el Papa que los medios pacíficos de
persuasión eran insuficientes, expidió la Bula de Cruzada contra los
herejes del Lanquedoc, confiando así poder acabar con tales males.
En un principio el llamamiento del Pontífice no halló eco
entre los nobles, pero el asesinato de Pedro de Castelnau,
legado pontificio, perpetrado por los herejes, levantó una fuerte indignación
y movió a los condes de Tolosa a tomar las
armas y emprender la Cruzada, poniendo al frente a Simón
de Montfort. Unidos se batían en aquel territorio los dos
caudillos de la causa de la Iglesia: Domingo de Guzmán
y sus compañeros con la palabra y Simón de Montfort
y sus huestes con la espada.
Por aquella época fue
propuesto fray Domingo para ocupar diversas sedes, pero siempre se
resistió a aceptar estas dignidades alegando: "Tengo que ocuparme de
mi nueva plantación de predicadores y de las monjas de
Prulla, que me pertenecen". Precisamente entonces se habían unido algunos
discípulos más y se arregló el problema del alojamiento gracias
a la donación de dos grandes casas que entregó a
fray Domingo un caballero de Tolosa llamado Pedro de Seila,
que más tarde sería prior de Limoges. Desde aquel momento
fijaron su residencia en Tolosa, viviendo en aquellas casas juntos,
acostumbrándose a una vida más humilde y conforme con las
costumbres de los religiosos. Fue aquélla la cuna de la
futura Orden de Hermanos Predicadores. Y no habían transcurrido tres
meses allí instalados fray Domingo y sus diez compañeros, cuando
el obispo Fulco les nombra predicadores contra la herejía en
su diócesis.
En agosto de 1215 salió el obispo Fulco
hacia Roma para asistir al IV Concilio de Letrán, y
le acompañó fray Domingo, esperando poder exponer juntos al Papa
su proyecto de fundación de una Orden que se llamase
y fuese de Predicadores. Pero antes de partir para Roma,
fray Domingo escogió a Bertrán de Garriga para superior de
aquella incipiente comunidad, que había de constituir el núcleo básico
de la nueva Orden. En este período el grupo de
predicadores alternaba su apostolado con la asistencia a las lecciones
de Teología de un insigne maestro que había traído el
obispo Fulco para regentar estas enseñanzas en la catedral de
Tolosa. Era deseo expreso de fray Domingo que sus discípulos
adquiriesen una sólida preparación científica para luego poder discutir con
los herejes.
Mientras fray Domingo se encontró ausente, Bertrán de
Garriga recibió algunos compañeros más en la comunidad, pues según
las crónicas, al regresar Domingo de Roma, la pequeña familia
religiosa había aumentado, eran ya dieciséis... En el mes de
febrero de 1216 estaba fray Domingo de vuelta en Tolosa
con su comunidad. La Cuaresma la consagraron a la predicación
y después, durante las fiestas de Pascua —seguramente en el
convento de Prulla—, se dedicaron a tratar los problemas de
la fundación y las sugerencias hechas a fray Domingo por
el Papa y el cardenal Hugolino. En primer lugar eligieron
por Regla la de San Agustín. Una vez escogida la
Regla y redactadas las Constituciones, urgía la erección del primer
convento sobre el que recaería directamente la aprobación del Pontífice.
El obispo Fulco, con asentimiento del cabildo, otorgó a fray
Domingo y sus frailes la capilla de San Román, junto
a la cual levantaron el convento. Pero, estando ocupados en
la fundación, llegó la noticia de la muerte de Inocencio
III y la designación de Honorio III como sucesor en
el Pontificado. No demoró más fray Domingo su viaje a
Roma, presentando al nuevo Papa la causa de su Orden.
La acogida no pudo ser mejor. Honorio III confirmó la
Orden de los Hermanos Predicadores y la tomó bajo su
especial protección.
Cuando en la primavera de 1217 regresó a
Tolosa con las dos encomiásticas bulas de confirmación de la
Orden, su pequeña comunidad debió saltar de gozo. Pero una
visión profética que tuvo fray Domingo le hizo comprender los
peligros que se cernían sobre la ciudad. En la visión
II se le mostró —cuenta el Beato Jordán— un árbol
de grandes proporciones y agradable aspecto, en cuyas ramas se
cobijaban muchas aves. Resquebrajóse el árbol y los pájaros que
en él anidaban huyeron". Entendió aquel hombre, lleno del espíritu
de Dios, a través de la visión, que el conde
de Montfort, príncipe y tutor de muchos desvalidos, iba a
morir en breve. Domingo y sus frailes, que se amparaban
bajo la singular protección del conde, tomaron el partido de
las aves. Pese a lo reducido de su número, había
llegado la hora de la dispersión. Así fue como a
los pocos días de la visión salieron los dieciséis de
Tolosa para refugiarse en el monasterio de Prulla, auténtica cuna
de la Orden. Notificó Domingo a los obispos y al
mismo conde de Montfort de su propósito decidido de dispersar
sus frailes por el mundo. Invocado el Espíritu Santo, una
vez reunidos los frailes, les manifestó su resolución y, aunque
todos se admirasen de tan prematura dispersión, conocían bien la
santidad de fray Domingo y en él habían depositado su
fe y esperanza.
Domingo reunió a sus hijos en el
monasterio de Prulla, para que Nuestra Señora, que había alcanzado
del Señor la fundación de la Orden, bendijera la dispersión
de los frailes por el mundo. Tuvo lugar precisamente aquel
"Pentecostés dominicano" en la fiesta de la Asunción de la
Santísima Virgen del año 1217. Después de la más tierna
y patética de las despedidas, marcharon cuatro frailes hacia España
y siete a París. Mateo de Francia iba como superior
de la nueva comunidad de París y con él salió
fray Bertrán de Garriga, a quien el beato Jordán presenta
en este momento como "varón de gran santidad y de
un rigor inexorable para consigo, acérrimo mortificador de su carne,
que había copiado en muchas cosas la vida ejemplar de
su maestro Santo Domingo". Con ellos iban otros dos frailes
para estudiar en la universidad. Uno de ellos, fray Lorenzo
de Inglaterra, antes de entrar en París, tuvo una visión,
revelándole el Señor muchas noticias acerca de la fundación, lugar
del convento y prosperidad de la comunidad, que pronto se
vería favorecida con selectas vocaciones. Los otros tres compañeros designados
a París, entre los que se encontraba fray Manés, hermano
de Santo Domingo, habían llegado antes. Todos ellos marchaban con
el mismo fin; "para estudiar, predicar y fundar un convento".
Una vez instalados los frailes en París, fray Bertrán de
Garriga regresó a Tolosa. La situación se agravaba por días
en la capital del Languedoc, hervía la insurrección, que, al
fin, estalló, y en el asalto a las murallas de
Tolosa murió Simón de Montfort. Pero el convento de San
Román, custodiado por fray Bertrán y la pequeña comunidad, se
salvó.
Por aquellos días fray Domingo abandona Roma para cursar
visita a las distintas fundaciones, Estamos ya avanzado el otoño
de 1218. Pudo comprobar al pasar por Prulla, Tolosa y
cruzar la región del Lanquedoc que, pese a los acontecimientos,
la "Santa Predicación" se había extendido y enraizado. Continuó su
viaje a España, donde consolidó la fundación de Madrid y
fundó en Segovia, recorriendo muchas ciudades. Regresó a Francia y
de nuevo pasó por Prulla y Tolosa, donde tomó por
compañero a fray Bertrán de Garriga para reanudar la ruta
hacia París.
En las Vidas de los Frailes Predicadores, de
Gerardo de Frachet, se recoge aquí el milagro que tuvo
lugar durante este viaje. Caminando fray Bertrán con el santo
fundador hacia París, después de hacer noche en el santuario
de Nuestra Señora de Rocamador, se les unieron al paso
unos peregrinos alemanes que, oyéndoles cantar salmos y la letanía
de la Virgen, no pudieron menos de sentirse edificados. Al
llegar a una aldea les invitaron a quedarse y les
obsequiaron espléndidamente, y así cuatro días seguidos. Al quinto día
el bienaventurado Domingo manifestó a fray Bertrán, enternecido: "Fray Bertrán,
tengo por cierto que cosecharemos cosas carnales de estos peregrinos,
si no sembramos en ellos bienes espirituales. Por tanto, si
te parece, arrodillémonos y pidamos al Señor nos otorgue entender
y hablar su idioma para que podamos predicarles a Jesucristo".
Así lo hicieron y, con gran asombro de los peregrinos,
comenzaron a hablar alemán, caminando juntos aún otros cuatro días,
hablándoles de Jesucristo, hasta llegar a Orleáns, donde los alemanes,
que deseaban ir a Chartres, se despidieron de ellos, encomendándose
a sus oraciones.
Al día siguiente dijo el bienaventurado Domingo
a fray Bertrán: "Hermano, he aquí que estamos ya para
entrar en París, y si supieran los frailes el milagro
que el Señor ha realizado con nosotros, nos tendrían por
santos, siendo, en verdad, pecadores..., así es que por obediencia
te prohibo que digas algo mientras yo viva. Y así
lo hizo fray Bertrán. Pero después de la muerte del
bienaventurado Domingo contó estas cosas a los frailes".
También el
Beato Jordán relata otro milagro que le contó fray Bertrán.
En cierta ocasión, viajando con el bienaventurado Domingo, estalló una
gran tormenta y la lluvia inundaba los caminos. Entonces el
maestro Domingo hizo la señal de la cruz y pudieron
proseguir la marcha sin que el agua les tocase, formándose
una especie de cortina protectora a tres codos de distancia
según andaban. Este hecho tuvo lugar entre Montreal y Carcasona.
La devoción popular para perpetuar este suceso levantó una ermita,
que la Revolución Francesa destruyó, erigiendo el pasado siglo un
monumento con la siguiente inscripción: "Aquí, en el siglo XIII
fueron milagrosamente preservados de la lluvia torrencial el glorioso Santo
Domingo y su compañero San Bertrán de Garriga. Santo Domingo
y San Bertrán, rogad por nosotros y libradnos de las
tormentas".
Los últimos años de Santo Domingo fueron de una
fecundidad sorprendente. Viajes, fundaciones, visitas a monasterios, negociaciones con el
Papa, con los prelados y con los príncipes, envíos de
misioneros a las regiones más remotas y un celo infatigable
en la predicación, que se traducía en nuevas y escogidas
vocaciones. Preocupado por la organización de la Orden, aún pudo
celebrar los dos primeros Capítulos Generales. En el segundo, el
año 1221, celebrado también en Bolonia, se dividió la Orden
en ocho provincias, siendo nombrado fray Bertrán de Garriga prior
provincial de la región meridional francesa, llamada Provenza. Uno de
sus principales cuidados, sobre todo al morir el santo fundador,
fue el sostenimiento y aliento de las monjas de Prulla,
procurando conservar el espíritu que Santo Domingo les había infundido.
Y fiel discípulo suyo, recorrió a pie el Languedoc predicando
y atrayendo a las gentes con su ejemplo, levantando muchos
conventos...
Su fundación predilecta era Montpellier. Allí tuvo lugar un
notable episodio que nos cuenta Gerardo de Frachet en la
Vida de los Frailes: "...casi todos los días celebraba la
misa por sus pecados. Y advirtiendo esto fray Benito, varón
bueno y prudente, le preguntó por que tan pocas veces
ofrecía la misa por los difuntos y, en cambio, con
tanta frecuencia por sus pecados. A lo cual respondió fray
Bertrán: "Porque los difuntos, por quienes ora la lglesia, ya
están seguros y es cierto que llegarán a la gloria.
Mas nosotros pecadores nos vemos en muchos peligros y azares".
Díjole fray Benito: "Decidme, carísimo prior, si aquí hubiera dos
mendigos igualmente pobres, pero uno de ellos tuviera los miembros
sanos, ¿a quién auxiliarías primero?". "A aquel que se pudiera
valer menos", respondió fray Bertrán. Entonces añadió fray Benito: "Así
son los difuntos, los cuales no tienen boca para confesar,
ni oídos para oír, ni ojos para llorar, ni manos
para trabajar, ni pies para caminar, sino que sólo esperan
y desean nuestra ayuda; mas los pecadores, además de sufragios,
se pueden valer de los demás miembros". Mas como ni
por esas razones se convenciese fray Bertrán, se le apareció
la noche siguiente un difunto terrible, que le golpeó duramente
con un féretro de madera, el cual le despertó, espantó
y atormentó más de diez veces aquella noche. En cuanto
amaneció, fray Bertrán se levantó, llamó a fray Benito y,
acercándose devotamente llorando al altar, ofreció desde entonces la misa
por los difuntos".
El año 1230, siendo todavía provincial, difundida
su fama de santidad por la región, estando predicando a
las monjas cistercienses de Botichet, una rápida enfermedad le condujo
a la muerte. Su cuerpo, que recibió sepultura en el
cementerio de las monjas, fue hallado incorrupto después de veintitrés
años. Durante el Cisma de Occidente los dominicos le trasladaron
al convento de Orange, donde recibió culto público por privilegio
de Martín V. Pero en el siglo XVI, asaltada y
saqueada la iglesia, pereció en el incendio llevado a cabo
por los herejes.
León XIII ratificó sus méritos y confirmó
su culto, fijando la fecha del 6 de septiembre para
conmemorar su fiesta. Los cronistas e historiadores de su época
son unánimes en los elogios de sus singulares virtudes, resaltando
su humildad, espíritu de penitencia y oración.
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