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Paula Montaldi, Beata |
Abadesa Clarisa
Martirologio Romano: En Mantua, de la Lombardía, beata
Paula Montaldi, virgen, abadesa de la Orden de las Clarisas,
que se distinguió por su devoción a la pasión del
Señor y por su constante oración y austeridad (1514).
Etimología: Paula
= “la que descansa”.
Paula Montaldi
nació en Volta Mantovana en 1443. De sólo quince años,
en 1458, ingresó en el monasterio de las Hermanas Clarisas,
de Santa Lucía en Mantua, donde por largos años fue
abadesa. La Pasión de Jesús era el objeto más familiar
de sus conversaciones, como también de sus meditaciones y contemplaciones.
Fue devotísima de la Eucaristía. Llevó una vida muy austera,
llevaba cilicio, se flagelaba y ayunaba, siempre feliz en las
humillaciones, en el trabajo y en las fatigas.
Para con sus
cohermanas se mostró llena de caridad y pronta a todas
sus necesidades. Bajo su dirección el monasterio de Santa Lucía
fue floreciente por las numerosas vocaciones y por la vida
seráfica que allí se llevaba.
Agradecida al Señor por los favores
que le había concedido, solía repetir esta oración: “Dios mío,
te amo con todo mi corazón, con un amor sin
medida y por toda mi vida no cesaré de cantar
tus alabanzas!”. En 56 años de vida religiosa nunca dio
un disgusto a sus cohermanas. Como superiora prudente, procuró también
el bien material de su comunidad, convencida de que habrá
perfecta observancia de la regla cuando no falte lo necesario
para la vida. En el jardín hizo excavar un pozo,
llamado “Pozo de la Beata Paula”, cuya agua abundante posee
virtudes curativas.
Su confianza en Dios era grande. A menudo repetía
la expresión de San Pablo: “Sé de quién me he
fiado!”. Su alma a veces era arrebatada en dulces éxtasis,
a veces se oyeron coros angélicos que cantaban junto al
tabernáculo. Escribió varios opúsculos especialmente sobre el nombre de Jesús,
que lamentablemente se han perdido.
Un día mientras oraba en éxtasis
ante un crucifijo situado en lo alto de una escalera,
el demonio la atacó y la arrojó por tierra pavorosamente.
Fue recogida por las cohermanas y recostada sobre un jergón.
Eran los últimos días y las últimas pruebas. Exhausta por
las vigilias prolongadas, por el riguroso ayuno y otras ásperas
penitencias, asistida por su confesor y sus cohermanas, apretando contra
su corazón el crucifijo, repitió nuevamente su jaculatoria predilecta: “Pasión
de Cristo, Sangre de Cristo, misericordia de mí”. Y serenamente
expiró. Era el 18 de agosto de 1514. Tenía 71
años, de los cuales transcurrió en el monasterio 56.
Su culto
fue aprobado por Pío IX el 6 de septiembre de
1876.
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