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lunes, 27 de agosto de 2012

Martirio Juan el Bautista, Santo

 
Martirio, 29 de agosto
 
Martirio Juan el Bautista, Santo
Martirio Juan el Bautista, Santo

Mártir

Martirologio Romano: Memoria del martirio de san Juan Bautista, al que Herodes Antipas retuvo encarcelado en la fortaleza de Maqueronte y a quien, en el día de su cumpleaños, mandó decapitar a petición de la hija de Herodías. De esta suerte, el Precursor del Señor, como lámpara encendida y resplandeciente, tanto en la muerte como en la vida dio testimonio de la verdad (s. I).

El evangelio de San Marcos nos narra de la siguiente manera la muerte del gran precursor, San Juan Bautista: "Herodes había mandado poner preso a Juan Bautista, y lo había llevado encadenado a la prisión, por causa de Herodías, esposa de su hermano Filipos, con la cual Herodes se había ido a vivir en unión libre. Porque Juan le decía a Herodes: "No le está permitido irse a vivir con la mujer de su hermano". Herodías le tenía un gran odio por esto a Juan Bautista y quería hacerlo matar, pero no podía porque Herodes le tenía un profundo respeto a Juan y lo consideraba un hombre santo, y lo protegía y al oírlo hablar se quedaba pensativo y temeroso, y lo escuchaba con gusto".
"Pero llegó el día oportuno, cuando Herodes en su cumpleaños dio un gran banquete a todos los principales de la ciudad. Entró a la fiesta la hija de Herodías y bailó, el baile le gustó mucho a Herodes, y le prometió con juramento: "Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino".

La muchacha fue donde su madre y le preguntó: "¿Qué debo pedir?". Ella le dijo: "Pida la cabeza de Juan Bautista". Ella entró corriendo a donde estaba el rey y le dijo: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja, la cabeza de Juan Bautista".

El rey se llenó de tristeza, pero para no contrariar a la muchacha y porque se imaginaba que debía cumplir ese vano juramento, mandó a uno de su guardia a que fuera a la cárcel y le trajera la cabeza de Juan. El otro fue a la prisión, le cortó la cabeza y la trajo en una bandeja y se la dio a la muchacha y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse los discípulos de Juan vinieron y le dieron sepultura (S. Marcos 6,17).

Herodes Antipas había cometido un pecado que escandalizaba a los judíos porque esta muy prohibido por la Santa Biblia y por la ley moral. Se había ido a vivir con la esposa de su hermano. Juan Bautista lo denunció públicamente. Se necesitaba mucho valor para hacer una denuncia como esta porque esos reyes de oriente eran muy déspotas y mandaban matar sin más ni más a quien se atrevía a echarles en cara sus errores.

Herodes al principio se contentó solamente con poner preso a Juan, porque sentía un gran respeto por él. Pero la adúltera Herodías estaba alerta para mandar matar en la primera ocasión que se le presentara, al que le decía a su concubino que era pecado esa vida que estaban llevando.

Cuando pidieron la cabeza de Juan Bautista el rey sintió enorme tristeza porque estimaba mucho a Juan y estaba convencido de que era un santo y cada vez que le oía hablar de Dios y del alma se sentía profundamente conmovido. Pero por no quedar mal con sus compinches que le habían oído su tonto juramento (que en verdad no le podía obligar, porque al que jura hacer algo malo, nunca le obliga a cumplir eso que ha jurado) y por no disgustar a esa malvada, mandó matar al santo precursor.

Este es un caso típico de cómo un pecado lleva a cometer otro pecado. Herodes y Herodías empezaron siendo adúlteros y terminaron siendo asesinos. El pecado del adulterio los llevó al crimen, al asesinato de un santo.

Juan murió mártir de su deber, porque él había leído la recomendación que el profeta Isaías hace a los predicadores: "Cuidado: no vayan a ser perros mudos que no ladran cuando llegan los ladrones a robar". El Bautista vio que llegaban los enemigos del alma a robarse la salvación de Herodes y de su concubina y habló fuertemente. Ese era su deber. Y tuvo la enorme dicha de morir por proclamar que es necesario cumplir las leyes de Dios y de la moral. Fue un verdadero mártir.

Una antigua tradición cuenta que Herodías años más tarde estaba caminando sobre un río congelado y el hielo se abrió y ella se consumió hasta el cuello y el hielo se cerró y la mató. Puede haber sido así o no. Pero lo que sí es histórico es que Herodes Antipas fue desterrado después a un país lejano, con su concubina. Y que el padre de su primera esposa (a la cual él había alejado para quedarse con Herodías) invadió con sus Nabateos el territorio de Antipas y le hizo enormes daños. Es que no hay pecado que se quede sin su respectivo castigo.
 
 

Juan el Bautista

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Juan Bautista
Piero della Francesca 045.jpg
Juan bautiza a Jesús en el Jordán, por Piero della Francesca
Profeta y Mártir
Apodo "El Precursor de Cristo"
Nacimiento 5 AC
Fallecimiento 36 DC
Venerado en Iglesia católica, Iglesia asiria del Oriente, Iglesia Ortodoxa Oriental, Iglesias Católicas Orientales, Iglesias ortodoxas orientales, Anglicanismo, Luteranismo, Baha'i, Islam, Mandeanismo
Festividad 24 de junio (Natividad de San Juan), 29 de agosto (Martirio de San Juan)
Atributos Cruz, cordero, abrigo de piel de camello
Patronazgo Bandera de Jordania Jordania; Bandera de Puerto Rico Puerto Rico, Chitré, Terranova, Florencia, Génova, Oporto, Turín, Caballeros Hospitalarios de Jerusalén, Cesena, Xewkija entre otros muchos
Juan el Bautista, o simplemente el Bautista o San Juan, fue un predicador y asceta judío, considerado como uno de sus profetas por tres religiones: Cristianismo, Islam y la Fe Bahá'í. Considerado mesías por el Mandeísmo.

Contenido

Juan el Bautista en el cristianismo

Hijo del sacerdote Zacarías y de su esposa Isabel (Lucas 1:5), Juan el Bautista es considerado el precursor de Jesucristo.
Según Lucas 3:1-3, Juan comenzó a predicar y a bautizar en el desierto «el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba Judea, cuando Herodes era tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, en tiempo de los sumos sacerdotes Anás y Caifás».
Tiberio sucedió a Augusto el 19 de agosto del año 767 (año 13 d. C.) de la fundación de Roma. Lucas pudo contabilizar los años siguiendo el calendario sirio, que inicia el año 1 de octubre, o bien el calendario romano, que comienza en marzo, por lo cual no sabemos si tuvo en cuenta el primer año de la sucesión. Así, la fecha aproximada del inicio de la actividad del Bautista estaría en torno al año 28 de nuestra era.
Juan Bautista se definió a sí mismo como «voz que clama en el desierto: "rectificad los caminos del Señor"» (Juan 1:23), con lo cual cumplía expresamente una profecía de Isaías (Mateo 3:1-4, Lucas 3:4-6, Isaías 40:3-5). Marcos 1:1-4 une a ésta el cumplimiento de otra profecía, de Malaquias 3:1. Esta misma misión general, cumplir unidas ambas profecías, vista como una, fue definida en general por los esenios para ellos mismos, según la Regla de la Comunidad (1QS VIII 13-14; 4Q259 III 3-6), encontrada entre los Manuscritos del Mar Muerto y datada entre los años 100 y 75 a. C. También la liturgia bautismal esenia (4Q14) pudo haber servido de inspiración a Juan.
La diferencia entre el ministerio general de los esenios y el de Juan estriba en que aquellos enfatizaban en el estudio de la Ley, y en general de las Escrituras, y Juan en la predicación y bautismo para la conversión del pueblo. Según los Evangelios, bautizó también a Jesús en el río Jordán (Lucas 3:21-22, Marcos 1:9-11)y lo reconoció como Mesías (Juan 1:25-34, Mateo 3:13-17). Ese momento supuso el inicio de la actividad mesiánica de Jesús. Algunos autores señalan que sería más bien el arresto de Juan por parte de Herodes Antipas el comienzo de la vida pública de Jesús (Marcos 1:14).
Poco después (antes de la muerte de Jesús hacia el 30), fue encarcelado y decapitado por orden de Herodes Antipas en la fortaleza de Maqueronte. Este dato es mencionado tanto por Flavio Josefo (Ant., XVIII, v, 2) como por los Evangelios de Marcos 6:16-29 y Mateo 14:3-12.
Juan dudó de Jesucristo a pesar de haberlo reconocido como el Cordero de Dios, pero estando en la cárcel envió mensajeros para asegurarse de que Jesús era realmente el Mesías esperado, Mateo 11:2-4 "Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis". Juan el Bautista es considerado por Jesús como el más grande entre los hombres, aunque el más chico en el reino de los cielos es mayor que él, Mateo 11:11 "De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él".
La Iglesia católica celebra su fiesta principal el 24 de junio (seis meses antes de Navidad, ya que el Evangelio cuenta que su madre Isabel estaba de seis meses cuando el ángel anunció a la prima de ésta, María, que sería madre del Mesías). El 29 de agosto se conmemora su decapitación (Degollación de san Juan Bautista).
San Juan Bautista es uno de los santos más celebrados de Europa, siendo patrón de Florencia, Badajoz, Chiclana de la Frontera, Albacete, Telde y Arucas en Gran Canaria y Puerto Rico, además de serlo de los monjes Cartujos y de la Orden de Malta. La noche del 23 de junio (víspera del día de su fiesta) se realizan las famosas hogueras de san Juan, entre las que destacan las de Alicante, declarada de Interés Turístico Internacional, y las de La Coruña, declarada ésta de Interés Turístico Nacional.
Según Lucas (1:59-60) Isabel y Zacarías circuncidaron a su hijo a los ocho días siguiendo el precepto que Yavé mandara a Abrahán (Gén 17, 11-12). Los sacerdotes católicos practicarían el rito del bautismo siguiendo el prototipo de Juan el Bautista, aunque sin aplicar la circuncisión. También, según Mateo (3:6), las gentes confesaban a Juan sus pecados y Juan las bautizaba mientras en el rito católico el bautismo y la confesión son independientes.

Juan el Bautista en el islam

Juan el Bautista recibe en el Corán, donde es citado una quincena de veces, el nombre de Yahya ibn Zakariya o simplemente Yahya (يحيى). Según la tradición, María (Mariam مريم), al quedarse embarazada de Jesús se retiró a un oratorio, donde vivía sola bajo la tutela del profeta Zacarías (Zakariya زكريا), que la visitaba para cuidar de ella y llevarle alimento. Sin embargo, María no necesitaba que le llevasen alimentos pues el propio Dios la aprovisionaba. Maravillado por el milagro, Zacarías rogó a Dios que hiciera también por él un milagro, dándole un hijo, y Dios accedió a sus ruegos. De este modo, nació Juan. En agradecimiento, Zacarías ayunó y se mantuvo en silencio durante tres días, y Dios dio a Juan sabiduría y conocimiento, haciéndole profeta.
El Corán presenta a Juan como un hombre lleno de cualidades y virtudes, entre las cuales un inmenso respeto por sus padres y una gran sinceridad. Fue uno de los profetas con los que se encontró Mahoma en el Isra, su legendario viaje nocturno a Jerusalén.
La tradición afirma que está enterrado en la gran Mezquita de los Omeyas, en Damasco.

Véase también

Enlaces externos

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Nacimiento de San Juan Bautista
San Juan BautistaEste es el único santo al cual se le celebra la fiesta el día de su nacimiento. San Juan Bautista nació seis meses antes de Jesucristo (de hoy en seis meses - el 24 de diciembre - estaremos celebrando el nacimiento de nuestro Redentor, Jesús).
El capítulo primero del evangelio de San Lucas nos cuenta de la siguiente manera el nacimiento de Juan: Zacarías era un sacerdote judío que estaba casado con Santa Isabel, y no tenían hijos porque ella era estéril. Siendo ya viejos, un día cuando estaba él en el Templo, se le apareció un ángel de pie a la derecha del altar.
Al verlo se asustó, mas el ángel le dijo: "No tengas miedo, Zacarías; pues vengo a decirte que tú verás al Mesías, y que tu mujer va a tener un hijo, que será su precursor, a quien pondrás por nombre Juan. No beberá vino ni cosa que pueda embriagar y ya desde el vientre de su madre será lleno del Espíritu Santo, y convertirá a muchos para Dios".
Pero Zacarías respondió al ángel: "¿Cómo podré asegurarme que eso es verdad, pues mi mujer ya es vieja y yo también?".
El ángel le dijo: "Yo soy Gabriel, que asisto al trono de Dios, de quien he sido enviado a traerte esta nueva. Mas por cuanto tú no has dado crédito a mis palabras, quedarás mudo y no volverás a hablar hasta que todo esto se cumpla".
Seis meses después, el mismo ángel se apareció a la Santísima Virgen comunicándole que iba a ser Madre del Hijo de Dios, y también le dio la noticia del embarazo de su prima Isabel.
Llena de gozo corrió a ponerse a disposición de su prima para ayudarle en aquellos momentos. Y habiendo entrado en su casa la saludó. En aquel momento, el niño Juan saltó de alegría en el vientre de su madre, porque acababa de recibir la gracia del Espíritu Santo al contacto del Hijo de Dios que estaba en el vientre de la Virgen.
También Santa Isabel se sintió llena del Espíritu Santo y, con espíritu profético, exclamó: "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde me viene a mí tanta dicha de que la Madre de mi Señor venga a verme? Pues en ese instante que la voz de tu salutación llegó a mis oídos, la criatura que hay en mi vientre se puso a dar saltos de júbilo. ¡Oh, bienaventurada eres Tú que has creído! Porque sin falta se cumplirán todas las cosas que se te han dicho de parte del Señor". Y permaneció la Virgen en casa de su prima aproximadamente tres meses; hasta que nació San Juan.
De la infancia de San Juan nada sabemos. Tal vez, siendo aún un muchacho y huérfano de padres, huyó al desierto lleno del Espíritu de Dios porque el contacto con la naturaleza le acercaba más a Dios. Vivió toda su juventud dedicado nada más a la penitencia y a la oración.
Como vestido sólo llevaba una piel de camello, y como alimento, aquello que la Providencia pusiera a su alcance: frutas silvestres, raíces, y principalmente langostas y miel silvestre. Solamente le preocupaba el Reino de Dios.
Cuando Juan tenía más o menos treinta años, se fue a la ribera del Jordán, conducido por el Espíritu Santo, para predicar un bautismo de penitencia.
Juan no conocía a Jesús; pero el Espíritu Santo le dijo que le vería en el Jordán, y le dio esta señal para que lo reconociera: "Aquel sobre quien vieres que me poso en forma de paloma, Ese es".
Habiendo llegado al Jordán, se puso a predicar a las gentes diciéndoles: Haced frutos dignos de penitencia y no estéis confiados diciendo: Tenemos por padre a Abraham, porque yo os aseguro que Dios es capaz de hacer nacer de estas piedras hijos de Abraham. Mirad que ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego".
Y las gentes le preguntaron: "¿Qué es lo que debemos hacer?". Y contestaba: "El que tenga dos túnicas que reparta con quien no tenga ninguna; y el que tenga alimentos que haga lo mismo"…
"Yo a la verdad os bautizo con agua para moveros a la penitencia; pero el que ha de venir después de mí es más poderoso que yo, y yo no soy digno ni siquiera de soltar la correa de sus sandalias. El es el que ha de bautizaros en el Espíritu Santo…"
Los judíos empezaron a sospechar si el era el Cristo que tenía que venir y enviaron a unos sacerdotes a preguntarle "¿Tu quién eres?" El confesó claramente: "Yo no soy el Cristo" Insistieron: "¿Pues cómo bautizas?" Respondió Juan, diciendo: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está Uno a quien vosotros no conocéis. El es el que ha de venir después de mí…"
Por este tiempo vino Jesús de Galilea al Jordán en busca de Juan para ser bautizado. Juan se resistía a ello diciendo: "¡Yo debo ser bautizado por Ti y Tú vienes a mí! A lo cual respondió Jesús, diciendo: "Déjame hacer esto ahora, así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia". Entonces Juan condescendió con El.
Habiendo sido bautizado Jesús, al momento de salir del agua, y mientras hacía oración, se abrieron los cielos y se vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y permaneció sobre El. Y en aquel momento se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias".
Al día siguiente vio Juan a Jesús que venía a su encuentro, y al verlo dijo a los que estaban con él: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo os dije: Detrás de mí vendrá un varón, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo".
Entonces Juan atestiguó, diciendo: "He visto al Espíritu en forma de paloma descender del cielo y posarse sobre El. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquél sobre quien vieres que baja el Espíritu Santo y posa sobre El, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo. Yo lo he visto, y por eso doy testimonio de que El es el Hijo de Dios".
Herodías era la mujer de Filipo, hermano de Herodes. Herodías se divorció de su esposo y se casó con Herodes, y entonces Juan fue con él y le recriminó diciendo: "No te es lícito tener por mujer a la que es de tu hermano"; y le echaba en cara las cosas malas que había hecho.
Entonces Herodes, instigado por la adúltera, mandó gente hasta el Jordán para traerlo preso, queriendo matarle, mas no se atrevió sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía, pues estaba muy perplejo y preocupado por lo que le decía.
Herodías le odiaba a muerte y sólo deseaba encontrar la ocasión de quitarlo de en medio, pues tal vez temía que a Herodes le remordiera la conciencia y la despidiera siguiendo el consejo de Juan.
Sin comprenderlo, ella iba a ser la ocasión del primer mártir que murió en defensa de la indisolubilidad del matrimonio y en contra del divorcio.
Estando Juan en la cárcel y viendo que algunos de sus discípulos tenían dudas respecto a Jesús, los mandó a El para que El mismo los fortaleciera en la fe.
Llegando donde El estaba, le preguntaron diciendo: "Juan el Bautista nos ha enviado a Ti a preguntarte si eres Tú el que tenía que venir, o esperamos a otro".
En aquel momento curó Jesús a muchos enfermos. Y, respondiendo, les dijo: "Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio…"
Así que fueron los discípulos de Juan, empezó Jesús a decir: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Alguna caña sacudida por el viento? o ¿Qué salisteis a ver? ¿Algún profeta? Si, ciertamente, Yo os lo aseguro; y más que un profeta. Pues de El es de quien está escrito: Mira que yo te envío mi mensajero delante de Ti para que te prepare el camino. Por tanto os digo: Entre los nacidos de mujer, nadie ha sido mayor que Juan el Bautista…"
Llegó el cumpleaños de Herodes y celebró un gran banquete, invitando a muchos personajes importantes. Y al final del banquete entró la hija de Herodías y bailó en presencia de todos, de forma que agradó mucho a los invitados y principalmente al propio Herodes.
Entonces el rey juró a la muchacha: "Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino".
Ella salió fuera y preguntó a su madre: "¿Qué le pediré?" La adúltera, que vio la ocasión de conseguir al rey lo que tanto ansiaba, le contestó: "Pídele la cabeza de Juan el Bautista". La muchacha entró de nuevo y en seguida dijo al rey: "Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista".
Entonces se dio cuenta el rey de su error, y se pudo muy triste porque temía matar al Bautista; pero a causa del juramento, no quiso desairarla, y, llamando a su guardia personal, ordenó que fuesen a la cárcel, lo decapitasen y le entregaran a la muchacha la cabeza de Juan en la forma que ella lo había solicitado.
Juan Bautista: pídele a Jesús que nos envíe muchos profetas y santos como tú.
 
 

San Juan Bautista

Precursor del Mesías. El sobrenombre de Bautista le proviene de su ministerio. Nacido, según algunos, en Judea, pueblecito de Judea; según otros, en Hebrón. Sus padres fueron Zacarías y Elizabeth, prima de la Santísima Virgen. — Fiesta: 24 de junio. Misa propia.
Es ciertamente una fiesta alegre y popular la del Bautista. En ella parece cumplirse aún la palabra con la que el ángel anunció a Zacarías su venida al mundo: «Muchos Se regocijarán en su nacimiento»; y se regocijaron, en efecto, cuando éste tuvo lugar en las montañas de Judea, y se regocijan todavía en todo el mundo, veinte siglos después.
Fue Juan el Precursor de Cristo, el que vino para preparar y alumbrar los caminos del Señor; por esto la Iglesia celebra su nacimiento, como celebra el de Jesús, distinguiéndolo en esto de los demás Santos. Y con este fin, en el día de su festividad, ha puesto en la Misa esta preciosa perícopa evangélica, que magníficamente nos muestra su predestinación divina
«A Isabel, se le cumplió el tiempo de su parto y dio a luz un hijo.
»Y se enteraron sus amigos y parientes de que el Señor había usado con ella de gran misericordia, y le daban el parabién.
»Y aconteció que al octavo día vinieron a circuncidar al niño, y le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías; intervino su madre, diciendo: No, sino que se llamará Juan. Dijéronle: Nadie hay de tu familia que se llame con ese nombre. Hacían señas a su padre sobre cómo quería que se llamase. Él, pidiendo una tablilla, escribió en estos términos: Juan es su nombre. Y se maravillaron todos. Abrióse su boca de improviso, y su lengua quedó expedita, y hablaba bendiciendo a Dios. Y se espantaron todos los que vivían en su vecindad, y en toda la montaña de Judea se divulgaban todas estas cosas, y todos los que las oían las guardaron en su corazón, diciendo: “¿Qué será, pues, este niño?”. Porque, a la verdad, la mano del Señor visitó y rescató a su pueblo..”.
»Y Zacarías, su padre, fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó diciendo: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque visitó y rescató a su pueblo...”».
¡Precursor de Jesús! Precursor es el que precede, el que va delante de otro para anunciar su inmediata aparición. Los profetas entretuvieron a la huérfana humanidad, delineando a grandes rasgos la hermosa figura del Redentor; crecía cada día el ansia por la llegada del Mesías y avivábase la confianza.
Juan el Bautista anuncia a Cristo no sólo con palabras, como los otros profetas, sino especialmente con una vida análoga a la del Salvador. Nace seis meses antes que Él; su nacimiento es vaticinado y notificado por el ángel Gabriel, como el suyo, y causa en las montañas de Judea una conmoción y regocijo semejantes a los que debían tener lugar poco después en las cercanías de Belén.
El nacimiento de San Juan Bautista es un prodigio, porque no fue obstáculo para él la ancianidad y esterilidad de Isabel, como no lo fue a María su purísima virginidad. En vida oculta y escondida consume los treinta primeros años de su existencia; nadie sabe de él, ni de él nos hablan los evangelistas, como tampoco nos hablan de Jesús en aquel mismo período, en que quedan ambos como eclipsados.
A los treinta años salen ambos: uno de su retiro de Nazaret, otro de sus soledades del Jordán; pero Juan, conforme a su oficio de Precursor, sale antes que Jesús.
Truena su voz en las márgenes de aquel río, síguenle las turbas, incrépanle los fariseos... Él habla con libertad a los pobres y a los poderosos. Hay quien le cree el Mesías. Hay quien escucha su voz como la Buena Nueva prometida, cuando en realidad no es más que su prólogo. Bien claro Juan lo afirma: «Está para venir otro más poderoso que yo, al cual yo no soy digno de desatar la correa de su calzado».
Pronto se extiende el renombre de su virtud, y aumenta la veneración del pueblo hacia él; los judíos acuden para ser bautizados, enfervorizados por sus palabras. Mientras predica y bautiza anuncia un bautismo perfecto: «Yo bautizo en el agua y por la penitencia, y el que vendrá, en el Espíritu Santo y el fuego».
Y cuando Jesús se acerca al Jordán para ser por él bautizado, Juan no se atreve a hacerlo. «¿Tú vienes a mí, cuando yo debería ser bautizado por Ti?» Mas Jesús insiste, y le bautiza entonces.
Encarcelado por Herodes Antipas por haberse atrevido a reprimir y censurar su conducta y vida escandalosa, le llega la noticia de que Jesús ha empezado su ministerio público. Jesús, por su parte, en su predicación asegura a los judíos que entre todos los hombres de la tierra no hay un profeta más grande que Juan.
Se ignora cuánto tiempo pasó en la cárcel. Aconteció que con motivo de una fiesta en celebración del nacimiento de Herodes, cuando el vino y los manjares y las danzas exaltaban a todos, Salomé, hija de Herodías, esposa ilegítima del rey, bailó ante Herodes. Entusiasmado éste, prometió darle cuanto pidiera, aunque fuese la mitad de su reino. Instigada por su madre, pidió Salomé la cabeza del Bautista. Herodes, no osando faltar a su palabra empeñada ante todos, ordenó fuese traída la cabeza de Juan, la cual en una bandeja fue presentada, efectivamente, a Herodías por su hija. Sus discípulos recogieron el cuerpo del Bautista y le dieron sepultura...
Las alegres fogatas que en la noche de la vigilia de San Juan coronan las montañas y alumbran nuestras calles y plazas, no parecen sino un reflejo, que pasa a través de los siglos, del popular alborozo con que fue saludado por los vecinos de Judea el nacimiento de uno de los santos más populares de la Iglesia.
 
 

Juan Bautista
Bautismo de Jesús por
S.Juan Bautista

San Juan Bautista decapitao

Salome recibe la cabeza
de San Juan Bautista
SAN JUAN BAUTISTAFiestas:
La Natividad
de San Juan:
24 de junio
La voz del que clama en el desierto

Martirio de San Juan:
29 de agosto
Precursor del nacimiento y de la muerte de Cristo.

Hijo de Zacarías e Isabel, pariente de la Virgen María, es el precursor de Jesucristo. En esta misión se entrega totalmente viviendo en penitencia, austeridad, y celo por las almas. Bautizó a Jesús en el Jordán.  Es el último y mas grande de los
profetas del A.T. ya que es puente con en N.T. Mártir.
  Antes de la venida de Jesús, Juan proclamaba un bautismo de arrepentimiento [Hechos 13:24]. Juan fue enviado a cumplir la profecía de Malaquías [Mal. 3:1; Lk. 1:76; Also Lk. 3:15-8; Mk. 1:4; Acts 19:4]

La humildad de Juan hizo posible que Dios hiciera grandes cosas por medio de el, Cf.  Hechos 13:25.
"Conviene que El (Jesús) crezca, y que yo disminuya" -San Juan Bautista.

  Juan, Precursor, Profeta y Bautista  -en el Catecismo
717 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La "visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el "hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7;cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo ... Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios ... He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).

 
 

Nacimiento de Juan Bautista (B)

Nacimiento de Juan Bautista (B)
Lucas 1,57- 66. 80

1. Oración Inicial: Espíritu Santo de la Verdad, que procedes del Padre y del Hijo y que hablaste por los profetas: acude en nuestra ayuda y revélanos el sentido de las Escrituras. Tú, que eres Espíritu de Vida, haz que el texto bíblico se convierta en Palabra viva y liberadora, que produzca en nosotros(as) la adhesión y el seguimiento de Jesús.  AMÉN.    Cantar  «Espíritu Santo Ven, Ven».

2.   Lectura:   ¿Qué dice el texto?

 a. Introducción: El nacimiento de Juan Bautista cumple el mensaje del ángel (Lc 1,20) y el término de la gravidez de Isabel marca  en el Evangelio de Lucas el final del tiempo de la espera de la salvación. La circuncisión se hacía ocho días después del na­cimiento; en esta ocasión se daba el nombre al niño y se hacía una fiesta con los parientes y vecinos. La insistencia en el nombre de Juan es para marcar el tiempo de la gracia y de la misericordia que va a comenzar, pues Juan significa «Yahvé se compadece». De hecho, Juan será el heraldo de Jesús. Inmediatamente Zacarías queda libre de la mudez y de la sordera, y comienza a alabar a Dios.      Abramos nuestros corazones a escuchar la Palabra de Dios.

b. Leer el texto: Lucas 1,57- 66. 80: Leemos este pasaje de Lucas con mucha atención, tratando de descubrir el mensaje de fe que el evangelista quiso transmitir a su comunidad. Releerlo una segunda vez.

c. Un momento de silencio orante: Hacemos un tiempo de silencio para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida. Terminar cantando: «Tu Palabra me Da Vida».

 d.  ¿Qué dice el texto?

1)    Cada persona lee en voz alta el versículo o palabra que más le tocó el corazón.

2)    ¿Quiénes eran Zacarías e Isabel? ¿Qué señal da Dios de su presencia en la vida de Isabel? ¿Cómo reaccionaron los vecinos y parientes al saber del nacimiento del niño?

3)    ¿Qué sucede al momento de ponerle nombre al niño?

4)    ¿Qué reacción se repite en la gente que acompaña la escena?

5)    ¿Qué se dice de Juan? ¿Cómo fue su proceso de crecimiento?

3. Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida? No es necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más significativas para el grupo. Lo importante es conocer y profundizar el texto, reflexionarlo y descubrir su sentido para nuestra vida.

  1. «Para Dios no hay nada imposible» (1,37) ¿Dios sigue haciendo maravillas hoy parecidas a las que hizo en la vida de Isabel y Zacarías? Cuentan sus propias experiencias.
  2.  «Pues, ¿qué será de este niño?» Responder a esa misma pregunta pensando en nuestros propios hijos(as) y los niños y jóvenes de hoy. ¿Qué esperamos de ellos(as)?
  3. «El niño crecía y su espíritu se fortalecía…»  ¿Qué es necesario hoy para que los niños(as) crezcan en su espíritu y se fortalezcan en el camino del bien?
  4. Juan Bautista preparó el camino del Señor. ¿Qué relevancia tiene hoy para nuestra comunidad? ¿Qué personas en nuestros días mantienen vivo el espíritu profético de Juan Bautista?
  5. ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy?
4. Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de escuchar y meditar su Palabra? Hacer oraciones dirigidas directamente al Señor. Dirigirse al Padre, a Jesús o al Espíritu Santo. Hablar con él, contarle, decirle lo que uno quiere o siente.  «Queremos ser portavoces de esperanza».

5.  Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto y Comprometernos con la transformación de la realidad: Compromiso: ¿Cómo puede nuestra comunidad trabajar por la esperanza de los necesitados a nuestro alrededor?  Llevamos una “palabra”.  Esa palabra o versículo nos va a acompañar. Tratar de tenerla en cuenta en todo momento y buscando un momento cada día para recordarla y tener un tiempo de oración cotidiano donde volver a charlarla con el Señor.

6. Oración final: Padre misericordioso, que quisiste preparar los caminos de tu Hijo con el envío de Juan Bautista como su “precursor”; haznos portavoces de esperanza para el pueblo, mensajeros del Dios de la Vida y constructores de fraternidad para que allanemos los caminos y eliminemos los  obstáculos al crecimiento de tu Reino de Amor, de justicia y de paz.   AMEN.   Padre Nuestro, que estás en el cielo…

Para Las Personas Que Quieran Profundizar Más

 1. Contexto: Los dos capítulos 1,5 – 2,52 son propios de Lu­cas. Es su Evangelio de la in­fancia. Se trata principalmente de una presentación paralela entre Juan Bautis­ta y Jesús: dos anunciaciones, un en­cuentro de dos niños en el seno de su ma­dre, dos nacimientos, dos circuncisiones, dos misiones proclamadas proféticamente, dos breves notas sobre la infancia de cada uno. El propósito de este paralelis­mo es el de demostrar la unidad de la ac­ción divina en Juan y en Jesús y el cumpli­miento mesiánico en ambos personajes. Sin embargo, presentar el misterio de Jesús siempre queda como el objetivo principal de Lucas, señalando a la vez cómo la misión de Juan tiene ahí su lugar.

Entonces, estos dos capítulos pre­sentan en primer término, una proyec­ción teológica: esto no significa que no tengan relación alguna con los hechos realmente acaecidos, sino que son escri­tos para presentar el significado del plan de Dios. Revelan un poco el mismo género de verdad profunda sobre Jesús así como los cuentos infantiles sobre la vida y los seres humanos. Lucas decide narrar una histo­ria religiosa a la manera bíblica; se inspira de precedentes en el Antiguo Testamen­to (ver Jue 13, Dn 10; Gen 16; 17; 18; Is 7, 14). Así hace resaltar un significado de fe. Por ejemplo, la concepción virginal de Je­sús es algo más que un prodigio maravi­lloso: significa que Jesús es totalmente de Dios, verdaderamente Hijo de Dios. Al comienzo de su Evangelio, enton­ces, Lucas presenta a Jesús en su pleni­tud: el resto de la obra muestra cómo este misterio se ha revelado poco a poco a los seres humanos, durante la vida pública

2. En el nacimiento de Juan se cumple lo anunciado a Zacarías y se hace realidad la promesa. La esterilidad de unos padres, vencida por el nacimiento de un hijo, es fuente de alegría, jubilo y regocijo que envuelve y contagia a vecinos y parientes, como ya lo había predicho el mensajero de Dios. En la narración del nacimiento, Lucas matiza dos aspectos muy importantes: el de la misericordia de Dios que se manifiesta en favor del pueblo, al quitarle la afrenta de la esterilidad que pesaba sobre Isabel, precisamente sobre la esposa de un sacerdote encargado del servicio litúrgico en el templo de Jerusalén, y por otra parte, el significado del nombre de Juan (“Dios ha mostrado su favor”), con el cual se subraya la presencia de la misericordia Divina, que recae no sólo sobre una persona en particular, Isabel en este caso, sino que alcanza a la totalidad del pueblo.

Al relato de nacimiento de Juan sigue el de su circuncisión, imposición del nombre, y su manifestación pública. Por la circuncisión, Juan queda indeleblemente marcado con la “señal de la alianza”, signo visible de la incorporación al pueblo de Israel. Esa marca en la propia carne hace de Juan partícipe de la bendición prometida por el Señor a su pueblo elegido, le capacita para celebrar la Pascua como fiesta de la comunidad y confirma sus esperanzas de compartir con todos sus antepasados la restauración futura y definitiva. El rito de la circuncisión comportaba igualmente la obligación de una escrupulosa observancia de la ley de Moisés. La incorporación del precursor del Mesías al pueblo de Israel es muy importante para Lucas, no sólo porque prefigura la incorporación del propio Jesús a ese mismo pueblo, sino también porque Lucas se esfuerza por demostrar que el cristianismo es una derivación lógica del judaísmo. Por eso tiene que quedar bien claro que los pilares de ese nuevo modo de vida, son de raíces profundamente judías.

La imposición de un nombre como el de “Juan” rompe radicalmente con la tradición familiar. Como era costumbre, los vecinos y parientes dan por hecho que el niño se llamaría como el padre. El acuerdo entre la madre y el padre en un nombre que no era familiar aparece como un signo donde se refleja el favor de Dios. La Misericordia divina no sólo se manifiesta a un matrimonio anciano, de vida intachable, sino que alcanza a la totalidad de Israel. De ahí que al recuperar Zacarías el habla, todos los vecinos se interroguen sobre el futuro de ese niño.

3. Nacimiento de Juan. Las pro­mesas de Dios a Zacarías se realizan en me­dio de la alegría, signo de que los tiempos del cumplimiento han llegado. El origen del nom­bre del niño (Lc 1,13) indica el carácter ex­cepcional de Juan y su misión en los nuevos tiempos que se inician. Como era costumbre, los vecinos y parientes dan por hecho que el niño se llamaría como el padre (Tob 1,9). El acuerdo entre la madre y el padre en un nombre que no era familiar aparece como di­vinamente inspirado. De ahí que al recupe­rar Zacarías el habla, todos los vecinos se in­terroguen sobre el futuro del Bautista.

4. En todo, Juan es el precursor de Cristo. Ya desde su nacimiento e infancia él apunta a Cristo. «¿Qué será este niño» Él es «la voz que grita en el desierto» (Jn 1,23), animando a todos(as) a preparar los caminos del Señor. No es él el Mesías (Jn 1,20), pero lo indica con su predicación y sobre todo con su estilo de vida ascética en el desierto. Él entretanto “crecía y se fortificaba en el espíritu. Vivió en regiones desérticas hasta el día de su manifestación a Israel. (Lc 1,80).
 
 

El desierto de Juan Bautista bajo el techo de Cristo. Por Dom Esteben Chevevière

Maestro... ¿dónde vives? Venid y lo veréis (Juan 1, 38-39)

Tu pensamiento más familiar ha de ser la gratuidad y eternidad de tu vocación, con su cortejo de gracias. “No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, sino Yo el que os elegí a vosotros” (Juan 15, 16). “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía...” (Jeremías 1,5). “Yavé me llamó desde antes de mí nacimiento, desde el seno de mi madre me llamó por mi nombre” (Isaías 49,1). Cf. Gálatas 1, 15 - San Pablo.
Tan verdad lo es de ti como de Jeremías, Isaías, Juan Bautista, San Pablo. Tu convocatoria al desierto es eterna como todo lo que te concierne, y trae su origen de una preferencia inexplicable del amor de Dios para contigo. Por toda la eternidad cantarás el privilegio de tamaña misericordia del Señor.
Cualesquiera sean las circunstancias y los motivos personales conscientes que determinaron tu resolución, es el Espíritu Santo el que te ha traído al desierto, como lo hizo con Jesús (Mateo 4, 1). En realidad, fue el caso del Precursor. Dios te guardaba a la sombra de su mano (Isaías 49,2), esa mano de padre que te ha modelado, que levanta en tu derredor un muro defensivo, que te dispensa su gracia, te estrecha en la ternura de su abrazo. Esa mano te separa y te consagra. Te separa de lo profano y te consagra al servicio exclusivo de su amor. Te preserva de la cercanía indiscreta de las criaturas, te defiende contra ti mismo, tan propenso a tenderles los brazos. Su contacto te vivifica, purifica y caldea. A El sólo debes todas tus riquezas naturales y sobrenaturales. El desierto del ermitaño no es un calabozo enloquecedor donde se le somete a completa incomunicación. Sea tu fe bastante para vivir la realidad de que eres “el niño llevado a la cadera y acariciado sobre las rodillas. Como consuela una madre a su hijo” Dios te consuela (Isaías 66,12-13). Entonces “latirá de gozo tu corazón y tus huesos reverdecerán como la hierba” (ib. 14).
Como el Precursor, tú has sido querido para Cristo, no sólo en el sentido en que entiende San Pablo que todos los elegidos han sido predestinados (Efesios 1,4), antes bien para no tener aquí abajo otra razón de ser que el amor y la glorificación de Jesús. Eres más que el amigo del Esposo. Tu alma es realmente la Esposa y puedes tomar como propias las efusiones del epitalamio místico del Cantar de los Cantares: “Yo soy para mi amado y mi amado es para mí” (6,3).
San Juan no vivió en la intimidad de Cristo. Más dichoso que él eres tú, que posees la Eucaristía y conoces todas las maravillas de la gracia.
Puedes con todo derecho esperar recibir “el beso de la boca”, prometido a quienes lo dejan todo por seguirle, y el desierto se tornará “en jardín con macizos de balsameras” donde el Amado “se recrea entre azucenas” (Cantar de los cantares 6 2-3). En este sentido “el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él” (Mateo 11, 11).
Ten buen cuidado de no quitarle al Eremitorio su sello de austeridad. Por aquello de que la contemplación es el ejercicio más excelente de la caridad, viene a veces con
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fuerza la tentación de poner en sordina la rudeza de vida de que todos los anacoretas han dado ejemplo. Juan Bautista, puro como el que más, no le daba al cuerpo sino lo estrictamente necesario para no morir.
El mundo está necesitado de expiación y tú mismo no estás sin pecado, ni sin tendencias perversas. Si el Precursor hubiera asistido a la Pasión, habría ardido en deseos de seguir al Esposo hasta el martirio. Le fue dada, sí, la gracia de derramar su sangre, pero sin el resplandor de la cruz que a ti te ilumina. Dichoso tú si el Eremitorio te cercena hasta el máximo ese confort que tanto hambrea el sentido moderno. El ahorro de tiempo, la superioridad del rendimiento, la liberación del espíritu, no son con frecuencia sino coartadas.
El Ermitaño no tiene en absoluto por qué acompasar el ritmo de su vida a la carrera desbocada de un mundo cuya escala de valores es la inversa de la suya. ¡Se nutre de eternidad!
En la esfera de lo temporal no tiene deseos, sólo tiene necesidades; aprenda a no forjárselos. La incomodidad en todo te debe ser familiar; el “puedo prescindir” ha de regular tus instalaciones y tus reclamaciones. Más vale que la obediencia sea para ti freno que no estímulo. El desierto natural se subleva contra toda sensualidad; por eso son tan pocos sus amadores. Pero los que se han dejado seducir saben por experiencia que de un cuerpo tratado con dureza, el espíritu emerge en la pureza y en la luz. Sin ese gusto por las austeridades ¿ cómo serías sucesor de los mártires?
Ojalá puedas merecer el elogio del Bautista hecho por Jesús: “Juan era la antorcha que arde y luce” (Juan 5,35) (lucerna ardens et lucens). Según arde y se consume, el Ermitaño ilumina como la lámpara del sagrario.
Se consume mediante la pureza que sofoca los apetitos carnales, se consume por la penitencia, que le lleva a renunciar a las fuentes de alegría de los hombres. Se consume sobre todo por el amor que es un fuego. El ardor de esa llama, avivada por el Espíritu Santo ha gastado hasta el cuerpo de los místicos y liberado el alma de la Santísima Virgen de sus lazos terrenales. Tu pasión ha de ser Jesucristo y el celo de su gloria en ti y en los demás.
Quizá obtengas el languidecer tras su venida y apropiarte el gemido de la Esposa en el Apocalipsis: “¡Ven!” Entonces se te dirá: “El que tenga sed que venga; el que quiera, que tome gratuitamente el agua de la vida” (Apocalipsis 22,17). El vacío, la aridez, la austeridad del desierto activan el paso por la pista que conduce .a la tierra del descanso. En un instante Juan olvidó las penalidades de los años duros de su preparación, cuando vio ante sus ojos al “Cordero de Dios”, cuyos caminos el allanaba (Juan 1,23). Entonces su único anhelo fue: “Es necesario que El crezca y que yo mengue” (Juan 3,30), no sólo en renombre sino aun en su ser espiritual, al presentir el sublime ideal que formulará San Pablo: “Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20). Así acaba por consumirse divinizándose la pequeña lámpara.
Para ti la venida del Mesías no es un futuro. Vives bajo el techo de Jesús, cada día te alimentas de su carne, su vida te anima, su Espíritu te guía y estimula, con El estás muerto y resucitado. ¿Por qué tu caridad iba a quedar en un poco de rescoldo? La única explicación de la vida eremítica es ésta: un gran amor requiere la máxima soledad. Tal será tu programa. En el Cuerpo Místico de Cristo te corresponde ser el corazón. Si eso no, ¿qué eres tú, que ni tienes obras, ni predicas, ni administras siquiera los Sacramentos?
Tu vida escondida habla al mundo, mas no será luz para él sino, precisamente, en cuanto brote de un amor concentrado. El Precursor fue un testigo sin igual de Jesucristo a quien tenía por misión señalar: Ecce, “Helo aquí. También tú en la Iglesia y de cara al mundo eres su testigo; pero lo que en ti habla no es lengua, es tu
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estado, tu mismo ser. Vives superiormente la doctrina, el ejemplo de Jesucristo, y el ardor de tu fe en acto obliga a pensar en la trascendencia de Aquel que la inspira: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre celestial” (Mateo 5,16). Si, conforme al designio divino, tu vida reproduce la imagen perfecta del Hijo, por el hecho mismo evoca el modelo (Romanos 8,29). Haces realidad el dicho de San Pablo: “Llevamos siempre en nuestros cuerpos los sufrimientos mortales de Jesús, a fin de que .también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Corintios 4, 10).
Jesús es Dios, y, por tanto, eres el testigo de Dios que se refleja en ti como en un espejo (2 Corintios 3,18). Por tu renuncia de las criaturas proclamas su nada frente al ser de Dios. Por tu sacrificio de los goces que ellas te procuran, pregonas la suficiencia de Dios, soberana felicidad. Por tu aplicación exclusiva a la oración, publicas su infinita Majestad y su Soberanía. Y tu testimonio es de tanto mayor alcance cuanto tu vida está más oculta y silenciosa en la contemplación de esta sobrecogedora trascendencia de Dios.
Su irradiación sobrepuja infinito el conocimiento que de ella alcanzan los hombres. Al testimonio no le basta ser dado, tiene que ser acogido. No es cuestión de reportaje, es cuestión de gracia. Sólo .Dios abre los ojos a la luz. Por brillante que sea, el ciego no la percibe. El Verbo venido a este mundo “era la luz de los hombres, y la luz ha brillado en las tinieblas y las tinieblas no han podido alcanzarla” (Juan ,15). Con oración y sacrificios merecerás a los demás la gracia de ser dóciles al testimonio. Mucho predicó Jesús; atribuye el fruto de su apostolado a la oblación muda del Calvario: “Cuando fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí” (Juan 12,32).
Eres verdaderamente un precursor que abre camino. Pero te hace falta una fe que traslada montes para creer en semejante eficiencia en un contexto vital tan modesto y descarnado.
Juan creyó en su misión; cree tú en la tuya. No se buscó a sí mismo; nada hizo por dejar su soledad y deslizarse en el séquito privilegiado de Jesús. Amigo del Esposo como era, se regocijó del júbilo del Esposo, contentándose él con el terrible aislamiento de las mazmorras de Maqueronte, de donde no salió más que para el cara a cara de la eternidad. El que Jesús no le haya llamado al Colegio Apostólico, a la fundación de la Iglesia, a la dicha de su intimidad, no arguye menos amor. De ninguno de los Apóstoles hizo panegírico mayor que del que calificó “más que profeta”. “Oseas aseguró que no ha surgido entre los hijos de mujer uno mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11,9-11). Tenía que ser el modelo alentador de las almas que renunciarían a todo incluso a la suavidad de los favores divinos, para que sea glorificado en ellas y por ellas el Dios mismo de toda consolación. No es poco olvidarse hasta ese extremo y aguantar en el desierto esa suprema austeridad del silencio de Dios, sin que se cuarteen ni la fe ni la esperanza.
El Precursor supo comprender la actitud misteriosa de Jesús respecto de él, y, en la robustez serena de su fe “por Cristo” –tan distante – “abundaba su consolación” (cf. 2 Corintios 1,5). Su felicidad no fue otra que la aurora de la salud del mundo (cf. Lucas 2,29-32). Como no ha recibido ministerio alguno en la nueva economía, se oculta en el silencio de la contemplación. De hecho, el amigo del Esposo es también la Esposa, y desde la Visitación no ha salido de la cámara nupcial en que el Verbo la colma de claridades...
Sea la luz de tu oscuro sendero la máxima de San Juan de la Cruz: “El amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener grande desnudez y padecer por el Amado?’ (Punto de amor, nº 36).
 

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