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miércoles, 29 de agosto de 2012

“La mentira es la marca del diablo”

El domingo Benedicto XVI se asomó al balcón del patio interno del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo y recitó el Ángelus junto a los fieles y a los peregrinos presentes. Les ofrezco las palabras que dijo al introducir la oración mariana:

¡Queridos hermanos y hermanas! En el domingo pasado, hemos meditado el discurso sobre el "pan de vida" que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm después de alimentar a miles de personas con cinco panes y dos peces. Hoy, el evangelio nos presenta la reacción de los discípulos a ese discurso, una reacción que fue el mismo Cristo, de manera consciente, quien lo provocó. En primer lugar, el evangelista Juan --que estaba presente junto con los demás apóstoles--, refiere que "desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él" (Jn 6,66). ¿Por qué? Debido a que no creyeron en las palabras de Jesús cuando dijo: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que come mi carne y bebe mi sangre vivirá para siempre (cf. Jn 6,51.54); ciertamente que eran palabras difíciles de aceptar en ese momento. Esta revelación fue incomprensible para ellos, porque la entendían en sentido material, cuando en esas palabras se preanunciaba el misterio pascual de Jesús, mediante el cual Él se entregaría por la salvación del mundo: la nueva presencia en la Sagrada Eucaristía.

Al ver que muchos de sus discípulos se iban, Jesús le dijo a los Apóstoles: "¿También ustedes quieren marcharse?" (Jn. 6,67). Como en otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los Doce: "Señor, ¿a quién vamos a ir? --También nosotros podemos reflexionar: ¿a quién iremos?-- Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn. 6,68-69).

Sobre este pasaje tenemos un bellísimo comentario de san Agustín, que dice: "¿Ven cómo Pedro, por la gracia de Dios, por inspiración del Espíritu Santo, entendió? ¿Por qué sucedió? Debido a que ha creído. Tú tienes palabras de vida eterna. Tú, que nos das la vida eterna, ofreciéndonos tu cuerpo (resucitado) y tu sangre (a Tí mismo). Y nosotros hemos creído y conocido. Él no dice: hemos conocido y después creído, sino, hemos creído y después conocido.

Hemos creído para poder conocer; Si, en efecto, hubiéramos querido conocer antes de creer, no hubiéramos sido capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué cosa hemos creído y qué cosa hemos conocido? Que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, por tanto, tú eres la misma vida eterna, y en la carne y en la la sangre nos das de lo que tú mismo eres" (Comentario al Evangelio de Juan, 27, 9). Así lo dijo san Agustín en esta prédica a sus fieles.

Por último, Jesús sabía que incluso entre los doce apóstoles había uno que no creía: Judas. También Judas pudo haberse ido, como lo hicieron muchos discípulos; es más, tendría que haberse ido si hubiese sido honesto. En cambio, se quedó con Jesús. Permaneció no por fe, no por amor, sino con la secreta intención de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Debido a que Judas se sintió traicionado por Jesús, y decidió que a su vez lo iba a traicionar. Judas era un zelote, y quería un Mesías triunfante, que guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había decepcionado las expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su fallo más grave fue la mentira, que es la marca del diablo. Por eso Jesús dijo a los Doce: "Uno de ustedes es un diablo" (Jn. 6,70).

Pidamos a la Virgen María, que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre honestos con Él y con todos.

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