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Filiberto de Jumièges, Santo |
Abad
Martirologio Romano: En el monasterio de Noirmoutier, en la isla
de Hero, en la costa de Aquitania, san Filiberto, abad,
que, educado en la corte del rey Dagoberto, y todavía
adolescente, se hizo monje. Fundó y dirigió primeramente el cenobio
de Jumièges y después el de Hero (c. 684).
Fecha de
canonización: Fue canonizado antes de la creación de la Congregación
para la causa de los Santos, por lo que su
culto fue aprobado por un obispo como consecuencia de la
devoción popular.
San Filiberto nació en
Eauze en Gascogne (Francia), en 617 o 618. Era hijo
de Filibaud, conde y obispo de Vic o de Aire
en Gers. A los diez y seis años, partió para
la corte de Dagoberto, donde fue colocado entre los "pajes".
Allí recibió una educación palaciega y se relacionó con Dadon,
el futuro obispo de Rouen, al que se le conoce
mejor como San Ouen. Después de cuatro años de formación
al lado de Dagoberto, podría haber accedido a un cargo
real importante que le hubiera asegurado un sobresaliente porvenir social,
pero Filiberto no es hombre de contentarse con una herencia
de facilidades debidas a su nacimiento. Rechaza entonces las
comodidades y abandona los fastos de la corte.
Al enterarse de que San Aile, llegado de la
Abadía de Luxeuil, acaba de fundar la de Rebais, cerca
de Meaux, se decide: en 636, entra como novicio
en el monasterio de Rebais. Allí empieza a estudiar las
nuevas reglas religiosas que el fundador ha traído de sus
numerosos viajes. Después de un aprendizaje de catorce años, se
convierte en el segundo abad de Rebais. Filiberto intenta imponer
las rigurosas reformas de disciplina religiosa en el monasterio,
en donde el fervor de los monjes le parece demasiado
superficial. Pero los monjes hostiles a las reformas, que son
la mayoría, lo echan. Esta primera experiencia le resulta
sumamente dolorosa. Más que culpar a los monjes rebeldes, se
achaca a sí mismo el no haber sabido infundir en
ellos una piedad profunda. Decide entonces averiguar de qué forma
es infundida y aplicada en los diferentes conventos.
Para preparar su viaje, va primero a Luxeuil. Quiere
estudiar la regla de San Colomban, no por el placer
de conocerla, sino para comprender cómo pueden ser aplicados sus
preceptos.
Es en Italia, en los Apeninos,
en la Abadía de Bobbio, en donde se sigue la
regla de San Colomban. Su desición es firme: debe ir
allí con toda urgencia. Nada podrá apartar al infatigable peregrino
que desea ver practicar la doctrina fiel a la idea
que él tiene sobre la religión. Después de ese periplo
transalpino, vuelve a Francia y visita numerosos monasterios que siguen
la regla de San Benito. Entre las experiencias vividas por
otros, busca una nueva forma de regir y administrar la
congregación benedictina que proyecta fundar. Espera así superar el
doloroso fracaso sufrido en la abadía de Rebais. Habiendo hecho
suyos los principios benedictinos, y viviendo en armonía con la
ascética que éstas sustentan, finalmente se siente listo para cumplir
la misión que se ha propuesto.
En
ese estado de espíritu llega a Neustrie (la actual Normandía).
No es la casualidad que ha guiado sus pasos hasta
allí. En efecto, San Ouen, que se ha convertido en
el obispo de Rouen el 13 de mayo de 641,
invita al monje a demostrar los talentos que ha
adquirido en el curso de su periplo de estudio. Quiere,
por ese medio, juzgar los conocimientos de Filiberto y su
capacidad para ponerlos en práctica.
San
Ouen sabe que los ríos favorecen eventuales invasiones si no
están estrechamente vigilados. No existía muralla ni ninguna otra protección
real en el río Sena, entre Caudebec y Rouen,
y San Ouen, quiere seguridad. Igualmente se interesa por las
poblaciones rurales. Busca cristianizarlas y civilizarlas, como así también convertirlas
en potenciales defensoras de su obispado. Clovis II y la
reina Bathilde han concedido a San Ouen un dominio sobre
el que se encuentran Jumièges en la orilla derecha
del Sena. En 647, San Wandrille había establecido allí el
monasterio de Fontenelle.
En 654, le
concede a Filiberto el dominio de Jumièges, que es una
isla casi en estado salvaje, sobre la que se extiende
un gran bosque situado en un promontorio de malezas podridas
y malsanas regadas por aguas irregulares de diferentes brazos del
Sena. Filiberto acepta el poco tentador ofrecimiento de San Ouen.
Sabe que tendrá que gastar sus energías para rescatar esa
tierra inculta, pero él no le huye al trabajo. Durante
sus numerosos viajes por las diferentes abadías ha encontrado monjes
constructores y participó en distintos desmontes de campos. Su austero
carácter se adapta también al trabajo rústico, que lleva a
cabo con el mismo fervor que emplea para orar. Los
resultados de su labor no deben ser inferiores a
los de San Wandrille. Lo primero que debe hacer es
encontrar mano de obra.
Frecuentemente se ha
enfrentado a la dificultad de dirigir hombres para que lleven
a cabo obras que los sobrepasan. Resuelve buscar la mano
de obra que necesita entre la gente del lugar. Sabe
que es inútil tentarlos ofreciéndoles montes y maravillas, pero quiere
inculcarles que el trabajo es lo único que saben hacer,
y que al mismo tiempo, es su única riqueza.
En esa época, las condiciones de vida de las
poblaciones rurales son extremadamente difíciles y precarias. Filiberto debe
convencer a los autóctonos para que lo ayuden a construir
su monasterio a cambio de la protección que él puede
darles. Con ese propósito que en la isla él es
el representante del rey y del obispo que tienen todos
los poderes sobre ellos. Sin arriesgarse a decepcionarlos, puede convencerlos
de que él posee los medios para conducirlos a la
autarcía frente a los dirigentes del lugar. Sin embargo, debe
persuadir para poder regir y administrar Jumièges a su modo.
El obispo acepta, pues el proyecto del monje
le parece totalmente utópico y, sobre todo, las tierras son
tan pobres que no le proporcionan ninguna utilidad.
Para obtener la confianza de la gente del lugar, Filiberto
debe demostrar que es capaz de vivir como ellos y
de integrarse a su comunidad.
Filiberto ya ha conseguido
la parte más difícil. No le resta más que llevar
a cabo su proyecto concebido y elaborado a través
de sus tribulaciones monásticas. Tiene treinta y siete años y
ha madurado. Frecuentemente recorre sus dominios para entrar más aún
en contacto con la gente y hacer relevamientos llevar a
buen término su programa.
Decide primero construir
tres capillas sobre las ruinas de un antiguo La primera
la dedicará a Nuestra Señora, la segunda a San Pedro
y la tercera a San Denis y a San Germán.
Además de la mano de obra local, de la que
ahora puede disponer, pide y obtiene el apoyo de algunos
monjes de Luxeuil. En pocos meses la construcción rudimentaria y
austera del monasterio, es llevada a cabo. Está situada a
ciento cincuenta metros del Sena, sobre un brazo muerto que
lo protege de las crecientes. La elección de ese emplazamiento
le permitirá construir un puerto al abrigo de los eternos
desbordes del río.
Todos los días, los pobladores
lo ven trabajar duramente, desde la mañana a la noche.
Otros hecho los van a impresionar aún más. En efecto,
Filiberto no tarda en adquirir la reputación de monje "sanador".
La primera vida de Filiberto, escrita alrededor de un
siglo después de su muerte, revela que nuestro santo curaba
las afecciones intestinales.
Sobre un brazo muerto del
Sena, construye el Puerto Jumièges. El monasterio recibe los derechos
de pasaje de todos los barcos que navegan por allí.
Lo más frecuente, es que les cobre en especies, según
la carga. Esto le permite acumular provisiones.
Construye una escuela para los habitantes de la región.
El piadoso monje, asceta, piadoso, austero y generoso, atrae a
numerosos monjes que no encuentran su vocación religiosa en la
vida desarreglada casi disoluta que reina en la mayoría de
los conventos. Filiberto es la respuesta que esperaban a
los votos que han pronunciado. Varios centenares de monjes pueblan
esta comunidad.
Sin embargo, este éxito excepcional crea
envidias. En 676, Filiberto entra en conflicto con el maestro
del palacio, Ebroino, que después de un exilio en Luxeuil,
había reaparecido en la escena política. Ebroino prefiere no enfrentarse
directamente con Filiberto y se dirige a Audoeno, que accede
a poner al abad de Jumièges bajo vigilancia.
Recuperando pronto la libertad, Filiberto no puede aún
reintegrarse a Jumièges y se va entonces a Poitiers, cerca
del obispo Ansoaldo, quien lo anima en su apostolado. Empezó
con la restauración del monasterio de Quincay a nueve kilómetros
de Poitiers; después Ansoaldo, que no deseaba tenerlo muy cerca
de su ciudad episcopal, le concede la isla de la
isla de Her o Herio, para establecer un monasterio, El
primitivo nombre del mismo: Hermoutier (Herimonasterium) fue más tarde transformado
en Noirmoutier. Algunos monjes de Jumièges vinieron a poblar esta
nueva abadía que además de convertirse en un foco apostólico,
lo fue también económico, pues Filiberto enseñó a los habitantes
de la costa a preparar salinas.
Después de la
muerte de Ebroino (683) y de la de San Audoeno
(684), Filiberto pudo volver a Jùmièges. Los monjes, la mayor
parte de los cuales le habían permanecido fieles, lo acogieron
triunfalmente; el nuevo maestro de palacio, Varatone, le ofreció una
propiedad en Montivilliers, cerca de Le Havre, para establecer a
sus monjes. Filiberto no pasó, pues, más que unos pocos
meses en Jumièges: tenía prisa por volver a ver su
nueva abadía de Noirmoutier; pasando por Quincay, nombró a
Acardo, superior del monasterio, abad de Jumièges. Regresando finalmente a
Noirmoutier, murió en paz el 20 agosto, de 685 o
más probablemente en uno de los años siguientes, dejando el
recuerdo de una figura de abad enérgico y emprendedor. Sus
restos fueron inhumados en Noirmoutier. En 836 los monjes, temiendo
las incursiones de los Normandos, transportaron su cuerpo a la
propiedad de Déas, hoy Saint-Philibert-de-Grand-Lieu, a veinticinco kilómetros al
sudoeste de Nantes, donde para ponerlo, se construyó que
aún existe. Pero los Normandos al poco tiempo cayeron sobre
el continente, y los monjes, para proteger el cuerpo de
su fundador de cualquier profanación, lo transportaron primero al
monasterio de Cunault en Anjou (858), después a Messay en
el Poitou (862), a Saint-Pourcain-sur-Sioule en el Allier (872), y
finalmente a Tournus (Saone-et-Loire), donde llegó el 14 de mayo
de 875. Esta peregrinación, acompañada por milagros, contribuyó a difundir
el nombre y el culto de Filiberto por Normandía y
por Poitou hasta Borgogna, donde la iglesia de Tournus y
de Charlieu, y una iglesia de Digione, llevan su nombre.
Trece comunas de Francia también llevan su nombre bajo la
forma de Philbert o Philibert.
¡Felicidades a quien lleve este
nombre!
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